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Aquí pueden encontrar algunos que se encuentran disponibles, o bien puedes crear alguno nuevo.
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Oráculo manual y arte de la prudencia: Aforismos (1-25)
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'''Aforismos (1-25)'''
1. ''Todo está ya en su punto, y el ser persona en el mayor.'' Más se requiere hoy para un sabio que
antiguamente para siete; y más es menester para tratar con un solo hombre en estos tiempos que con todo un pueblo en los pasados.
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2. ''Genio e ingenio.'' Los dos ejes del lucimiento de prendas: el uno sin el otro, felicidad a medias. No basta lo entendido, deséase lo genial. Infelicidad de necio: errar la vocación en el estado, empleo, región, familiaridad.
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3. ''Llevar sus cosas con suspensión.'' La admiración de la novedad es estimación de los aciertos. El jugar a juego descubierto ni es de utilidad ni de gusto. El no declararse luego suspende, y más donde la sublimidad del empleo da objeto a la universal expectación; amaga misterio en todo, y con su misma arcanidad provoca la veneración. Aun en el darse a entender se ha de huir la llaneza, así como ni en el trato se ha de permitir el interior a todos. Es el recatado silencio sagrado de la cordura. La resolución declarada nunca fue estimada; antes se permite a la censura, y si saliere azar, será dos veces infeliz.<br>
Imítese, pues, el proceder divino para hacer estar a la mira y al desvelo.
{{c|🙝🙟}}
4. ''El saber y el valor alternan grandeza.'' Porque lo son, hacen inmortales; tanto es uno cuanto sabe, y el sabio todo lo puede. Hombre sin noticias, mundo a oscuras. Consejo y fuerzas, ojos y manos: sin valor es estéril la sabiduría.
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5. ''Hacer depender.'' No hace el numen el que lo dora, sino el que lo adora: el sagaz más quiere necesitados de sí que agradecidos. Es robarle a la esperanza cortés fiar del agradecimiento villano, que lo que aquella es memoriosa es éste olvidadizo. Más se saca de la dependencia que de la cortesía: vuelve luego las espaldas a la fuente el satisfecho, y la naranja exprimida cae del oro al lodo. Acabada la dependencia, acaba la correspondencia, y con ella la estimación. Sea lección, y de prima en experiencia, entretenerla, no satisfacerla, conservando siempre en necesidad de sí aun al coronado patrón; pero no se ha de llegar al exceso de callar para que yerre, ni hacer incurable el daño ajeno por el provecho propio.
{{c|🙝🙟}}
6. ''Hombre en su punto.'' No se nace hecho: vase de cada día perfeccionando en la persona, en el empleo, hasta llegar al punto del consumado ser, al complemento de prendas, de eminencias. Conocerse ha en lo realzado del gusto, purificado del ingenio, en lo maduro del juicio, en lo defecado de la voluntad. Algunos nunca llegan a ser cabales, fáltales siempre un algo; tardan otros en hacerse. El varón consumado, sabio en dichos, cuerdo en hechos, es admitido y aun deseado del singular comercio de los discretos.
{{c|🙝🙟}}
7. ''Excusar victorias del patrón.'' Todo vencimiento es odioso, y del dueño, o necio, o fatal. Siempre la superioridad fue aborrecida, cuanto más de la misma superioridad. Ventajas vulgares suele disimular la atención, como desmentir la belleza con el desaliño. Bien se hallará quien quiera ceder en la dicha, y en el genio; pero en el ingenio, ninguno, cuanto menos una soberanía. Es éste el atributo rey, y así cualquier crimen contra él fue de lesa Majestad. Son soberanos, y quieren serlo en lo que es más. Gustan de ser ayudados los príncipes, pero no excedidos, y que el aviso haga antes viso de recuerdo de lo que olvidaba que de luz de lo que no alcanzó. Enséñannos esta sutileza los astros con dicha, que aunque hijos, y brillantes, nunca se atreven a los lucimientos del sol.
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8. ''Hombre inapasionable'', prenda de la mayor alteza de ánimo. Su misma superioridad le redime de la
sujeción a peregrinas vulgares impresiones. No hay mayor señorío que el de sí mismo, de sus afectos, que llega a ser triunfo del albedrío. Y cuando la pasión ocupare lo personal, no se atreva al oficio, y menos cuanto fuere más: culto modo de ahorrar disgustos, y aun de atajar para la reputación.
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9. ''Desmentir los achaques de su nación.'' Participa el agua las calidades buenas o malas de las venas por donde pasa, y el hombre las del clima donde nace. Deben más unos que otros a sus patrias, que cupo allí más favorable el cenit. No hay nación que se escape de algún original defecto: aun las más cultas, que luego censuran los confinantes, o para cautela, o para consuelo. Victoriosa destreza corregir, o por lo menos desmentir estos nacionales desdoros: consíguese el plausible crédito de único entre los suyos, que lo que menos se esperaba se estimó más. Hay también achaques de la prosapia, del estado, del empleo y de la edad, que si coinciden todos en un sujeto y con la atención no se previenen, hacen un monstruo intolerable.
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10. ''Fortuna y Fama.'' Lo que tiene de inconstante la una, tiene de firme la otra. La primera para vivir, la segunda para después; aquella contra la envidia, esta contra el olvido. La fortuna se desea y tal vez se ayuda, la fama se diligencia; deseo de reputación nace de la virtud. Fue, y es hermana de gigantes la fama; anda siempre por extremos, o monstruos, o prodigios, de abominación, de aplauso.
{{c|🙝🙟}}
11. ''Tratar con quien se pueda aprender.'' Sea el amigable trato escuela de erudición, y la conversación enseñanza culta; un hacer de los amigos maestros, penetrando el útil del aprender con el gusto del conversar. Altérnase la fruición con los entendidos, logrando lo que se dice en el aplauso con que se recibe, y lo que se oye en el amaestramiento. Ordinariamente nos lleva a otro la propia conveniencia, aquí realzada. Frecuenta el atento las casas de aquellos héroes cortesanos, que son más teatros de la heroicidad que palacios de la vanidad. Hay señores acreditados de discretos que, a más de ser ellos oráculos de toda grandeza con su ejemplo y en su trato, el cortejo de los que los asisten es una cortesana academia de toda buena y galante discreción.
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12. ''Naturaleza y arte; materia y obra.'' No hay belleza sin ayuda, ni perfección que no dé en bárbara sin el realce del artificio: a lo malo socorre y lo bueno lo perfecciona. Déjanos comúnmente a lo mejor la naturaleza, acojámonos al arte. El mejor natural es inculto sin ella, y les falta la mitad a las perfecciones si les falta la cultura. Todo hombre sabe a tosco sin el artificio, y ha menester pulirse en todo orden de perfección.
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13. ''Obrar de intención, ya segunda, y ya primera.'' Milicia es la vida del hombre contra la malicia del hombre, pelea la sagacidad con estratagemas de intención. Nunca obra lo que indica, apunta, sí, para deslumbrar; amaga al aire con destreza y ejecuta en la impensada realidad, atenta siempre a desmentir. Echa una intención para asegurarse de la émula atención, y revuelve luego contra ella venciendo por lo impensado. Pero la penetrante inteligencia la previene con atenciones, la acecha con reflejas, entiende siempre lo contrario de lo que quiere que entienda, y conoce luego cualquier intentar de falso; deja pasar toda primera intención, y está en espera a la segunda y aun a la tercera. Auméntase la simulación al ver alcanzado su artificio, y pretende engañar con la misma verdad: muda de juego por mudar de treta, y hace artificio del no artificio, fundando su astucia en la mayor candidez. Acude la observación entendiendo su perspicacia, y descubre las tinieblas revestidas de la luz; descifra la intención, más solapada cuanto más sencilla. De esta suerte combaten la calidez de Pitón contra la candidez de los penetrantes rayos de Apolo.
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14. ''La realidad y el modo.'' No basta la sustancia, requiérese también la circunstancia. Todo lo gasta un mal modo, hasta la justicia y razón. El bueno todo lo suple: dora el no, endulza la verdad y afeita la misma vejez. Tiene gran parte en las cosas el cómo, y es tahúr de los gustos el modillo. Un bel portarse es la gala del vivir, desempeña singularmente todo buen término.
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15. ''Tener ingenios auxiliares.'' Felicidad de poderosos: acompañarse de valientes de entendimiento que le saquen de todo ignorante aprieto, que le riñan las pendencias de la dificultad. Singular grandeza servirse de sabios, y que excede al bárbaro gusto de Tigranes, aquel que afectaba los rendidos reyes para criados. Nuevo género de señorío, en lo mejor del vivir hacer siervos por arte de los que hizo la naturaleza superiores. Hay mucho que saber y es poco el vivir, y no se vive si no se sabe. Es, pues, singular destreza el estudiar sin que cueste, y mucho por muchos, sabiendo por todos. Dice después en un consistorio por muchos, o por su boca hablan tantos sabios cuantos le previnieron, consiguiendo el crédito de oráculo a sudor ajeno. Hacen aquellos primero elección de la lección, y sírvenle después en quintas esencias el saber. Pero el que no pudiere alcanzar a tener la sabiduría en servidumbre, lógrela en familiaridad.
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16. ''Saber con recta intención.'' Asegura fecundidad de aciertos. Monstruosa violencia fue siempre un buen entendimiento casado con una mala voluntad. La intención malévola es un veneno de las perfecciones y, ayudada del saber, malea con mayor sutileza: (infeliz eminencia la que se emplea en la ruindad! Ciencia sin seso, locura doble.
{{c|🙝🙟}}
17. ''Variar de tenor en el obrar.'' No siempre de un modo, para deslumbrar la atención, y más si émula. No siempre de primera intención, que le cogerán la uniformidad, previniéndole, y aun frustrándole las acciones. Fácil es de matar al vuelo el ave que le tiene seguido, no así la que le tuerce. Ni siempre de segunda intención, que le entenderán a dos veces la treta. Está a la espera la malicia; gran sutileza es menester para desmentirla. Nunca juega el tahúr la pieza que el contrario presume, y menos la que desea.
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18. ''Aplicación y Minerva.'' No hay eminencia sin entrambas, y si concurren, exceso. Más consigue una
medianía con aplicación que una superioridad sin ella. Cómprase la reputación a precio de trabajo; poco vale lo que poco cuesta. Aun para los primeros empleos se deseó en algunos la aplicación: raras veces desmiente al genio. No ser eminente en el empleo vulgar por querer ser mediano en el sublime, excusa tiene de generosidad; pero contentarse con ser mediano en el último, pudiendo ser excelente en el primero, no la tiene. Requiérense, pues, naturaleza y arte, y sella la aplicación.
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19. ''No entrar con sobrada expectación.'' Ordinario desaire de todo lo muy celebrado antes, no llegar
después al exceso de lo concebido. Nunca lo verdadero pudo alcanzar a lo imaginado, porque el fingirse las perfecciones es fácil, y muy dificultoso el conseguirlas. Cásase la imaginación con el deseo, y concibe siempre mucho más de lo que las cosas son. Por grandes que sean las excelencias, no bastan a satisfacer el concepto, y como le hallan engañado con la exorbitante expectación, más presto le desengañan que le admiran. La esperanza es gran falsificadora de la verdad: corríjala la cordura, procurando que sea superior la fruición al deseo. Unos principios de crédito sirven de despertar la curiosidad, no de empeñar el objeto. Mejor sale cuando la realidad excede al concepto y es más de lo que se creyó. Faltará esta regla en lo malo, pues le ayuda la misma exageración; desmiéntela con aplauso, y aun llega a parecer tolerable lo que se temió extremo de ruin.
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20. ''Hombre en su siglo.'' Los sujetos eminentemente raros dependen de los tiempos. No todos tuvieron el que merecían, y muchos, aunque le tuvieron, no acertaron a lograrle. Fueron dignos algunos de mejor siglo, que no todo lo bueno triunfa siempre; tienen las cosas su vez, hasta las eminencias son al uso. Pero lleva una ventaja lo sabio, que es eterno; y si este no es su siglo, muchos otros lo serán.
{{c|🙝🙟}}
21. ''Arte para ser dichoso.'' Reglas hay de ventura, que no toda es acasos para el sabio; puede ser ayudada de la industria. Conténtanse algunos con ponerse de buen aire a las puertas de la fortuna y esperan a que ella obre. Mejor otros, pasan adelante y válense de la cuerda audacia, que en alas de su virtud y valor puede dar alcance a la dicha, y lisonjearla eficazmente. Pero, bien filosofado, no hay otro arbitrio sino el de la virtud y atención, porque no hay más dicha ni más desdicha que prudencia o imprudencia.
22. ''Hombre de plausibles noticias.'' Es munición de discretos la cortesana gustosa erudición: un práctico saber de todo lo corriente, más a lo noticioso, menos a lo vulgar. Tener una sazonada copia de sales en dichos, de galantería en hechos, y saberlos emplear en su ocasión, que salió a veces mejor el aviso en un chiste que en el más grave magisterio. Sabiduría conversable valioles más a algunos que todas las siete, con ser tan liberales.
{{c|🙝🙟}}
23. ''No tener algún desdoro.'' El sino de la perfección. Pocos viven sin achaque, así en lo moral como en lo natural, y se apasionan por ellos pudiendo curar con facilidad. Lastímase la ajena cordura de que tal vez a una sublime universalidad de prendas se le atreva un mínimo defecto, y basta una nube a eclipsar todo un sol. Son lunares de la reputación, donde para luego, y aun repara, la malevolencia. Suma destreza sería convertirlos en realces. De esta suerte supo César laurear el natural desaire.
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24. ''Templar la imaginación.'' Unas veces corrigiéndola, otras ayudándola, que es el todo para la felicidad, y aun ajusta la cordura. Da en tirana: ni se contenta con la especulación, sino que obra, y aun suele señorearse de la vida, haciéndola gustosa o pesada, según la necedad en que da, porque hace descontentos o satisfechos de sí mismos. Representa a unos continuamente penas, hecha verdugo casero de necios. Propone a otros felicidades y aventuras con alegre desvanecimiento. Todo esto puede, si no la enfrena la prudentísima sindéresis.
{{c|🙝🙟}}
25. ''Buen entendedor.'' Arte era de artes saber discurrir: ya no basta, menester es adivinar, y más en
desengaños. No puede ser entendido el que no fuere buen entendedor. Hay zahoríes del corazón y linces de las intenciones. Las verdades que más nos importan vienen siempre a medio decir; recíbanse del atento a todo entender: en lo favorable, tirante la rienda a la credulidad; en lo odioso, picarla.
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[[Or%C3%A1culo_manual_y_arte_de_la_prudencia: Al lector|Al lector]]|
Aforismos (1-25)|
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[[Categoría:Oráculo manual y arte de la prudencia]]
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Oráculo manual y arte de la prudencia: Aforismos (26-50)
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'''Aforismos (26-50)'''
26. ''Hallarle su torcedor a cada uno.'' Es el arte de mover voluntades; más consiste en destreza que en
resolución: un saber por dónde se le ha de entrar a cada uno. No hay voluntad sin especial afición, y diferentes según la variedad de los gustos. Todos son idólatras: unos de la estimación, otros del interés, y los más del deleite. La maña está en conocer estos ídolos para el motivar, conociéndole a cada uno su eficaz impulso: es como tener la llave del querer ajeno. Hase de ir al primer móvil, que no siempre es el supremo, las más veces es el ínfimo, porque son más en el mundo los desordenados que los subordinados. Hásele de prevenir el genio primero, tocarle el verbo después, cargar con la afición, que infaliblemente dará mate al albedrío.
{{c|🙝🙟}}
27. ''Pagarse más de intensiones que de extensiones.'' No consiste la perfección en la cantidad, sino en la calidad. Todo lo muy bueno fue siempre poco y raro, es descrédito lo mucho. Aun entre los hombres, los gigantes suelen ser los verdaderos enanos. Estiman algunos los libros por la corpulencia, como si se escribiesen para ejercitar antes los brazos que los ingenios. La extensión sola nunca pudo exceder de medianía, y es plaga de hombres universales por querer estar en todo, estar en nada. La intensión da eminencia, y heroica si en materia sublime.
{{c|🙝🙟}}
28. ''En nada vulgar.'' No en el gusto. (Oh, gran sabio el que se descontentaba de que sus cosas agradasen a los muchos!: hartazgos de aplauso común no satisfacen a los discretos. Son algunos tan camaleones de la popularidad, que ponen su fruición no en las mareas suavísimas de Apolo, sino en el aliento vulgar. Ni en el entendimiento, no se pague de los milagros del vulgo, que no pasan de espantaignorantes, admirando la necedad común cuando desengañando la advertencia singular.
{{c|🙝🙟}}
29. ''Hombre de entereza.'' Siempre de parte de la razón, con tal tesón de su propósito, que ni la pasión vulgar, ni la violencia tirana le obliguen jamás a pisar la raya de la razón. Pero )quién será este fénix de la equidad?, que tiene pocos finos la entereza. Celébranla muchos, mas no por su casa; síguenla otros hasta el peligro; en él los falsos la niegan, los políticos la disimulan. No repara ella en encontrarse con la amistad, con el poder, y aun con la propia conveniencia, y aquí es el aprieto del desconocerla. Abstraen los astutos con metafísica plausible por no agraviar, o la razón superior, o la de estado; pero el constante varón juzga por especie de traición el disimulo; préciase más de la tenacidad que de la sagacidad; hállase donde la verdad se halla; y si deja los sujetos, no es por variedad suya, sino de ellos en dejarla primero.
{{c|🙝🙟}}
30. ''No hacer profesión de empleos desautorizados.'' Mucho menos de quimera, que sirve más de solicitar
el desprecio que el crédito. Son muchas las sectas del capricho, y de todas ha de huir el varón cuerdo. Hay gustos exóticos, que se casan siempre con todo aquello que los sabios repudian: viven muy pagados de toda singularidad, que aunque los hace muy conocidos, es más por motivos de la risa que de la reputación. Aun en profesión de sabio no se ha de señalar el atento, mucho menos en aquellas que hacen ridículos a sus afectantes, ni se especifican, porque las tiene individuadas el común descrédito.
{{c|🙝🙟}}
31. ''Conocer los afortunados, para la elección; y los desdichados, para la fuga.'' La infelicidad es de ordinario crimen de necedad, y de participantes: no ay contagión tan apegadiza. Nunca se le ha de abrir la puerta al menor mal, que siempre vendrán tras él otros muchos, y mayores, en celada. La mejor treta del juego es saberse descartar: más importa la menor carta del triunfo que corre que la mayor del que pasó. En duda, acierto es llegarse a los sabios y prudentes, que tarde o temprano topan con la ventura.
{{c|🙝🙟}}
32. ''Estar en opinión de dar gusto.'' Para los que gobiernan, gran crédito de agradar: realce de soberanos para conquistar la gracia universal. Esta sola es la ventaja del mandar: poder hacer más bien que todos. Aquellos son amigos que hacen amistades. Al contrario, están otros puestos en no dar gusto, no tanto por lo cargoso cuanto por lo maligno, opuestos en todo a la divina comunicabilidad.
{{c|🙝🙟}}
33. ''Saber abstraer'', que si es gran lección del vivir el saber negar, mayor será saberse negar a sí mismo, a los negocios, a los personajes. Hay ocupaciones extrañas, polillas del precioso tiempo, y peor es ocuparse en lo impertinente que hacer nada. No basta para atento no ser entremetido, mas es menester procurar que no le entremetan. No ha de ser tan de todos, que no sea de sí mismo. Aun de los amigos no se ha de abusar, ni quiera más de ellos de lo que le concedieren. Todo lo demasiado es vicioso, y mucho más en el trato. Con esta cuerda templanza se conserva mejor el agrado con todos, y la estimación, porque no se roza la preciosísima decencia. Tenga, pues, libertad de genio, apasionado de lo selecto, y nunca peque contra la fe de su buen gusto.
{{c|🙝🙟}}
34. ''Conocer su realce rey:'' la prenda relevante, cultivando aquella, y ayudando a las demás. Cualquiera hubiera conseguido la eminencia en algo si hubiera conocido su ventaja. Observe el atributo rey, y carguela aplicación: en unos excede el juicio, en otros el valor. Violentan los más su Minerva, y así en nada consiguen superioridad: lo que lisonjea presto la pasión desengaña tarde el tiempo.
{{c|🙝🙟}}
35. ''Hacer concepto.'' Y más de lo que importa más. No pensando se pierden todos los necios: nunca conciben en las cosas la mitad; y como no perciben el daño, o la conveniencia, tampoco aplican la diligencia. Hacen algunos mucho caso de lo que importa poco, y poco de lo que mucho, ponderando siempre al revés. Muchos, por faltos de sentido, no le pierden. Cosas hay que se deberían observar con todo el conato y conservar en la profundidad de la mente. Hace concepto el sabio de todo, aunque con distinción cava donde hay fondo y reparo; y piensa tal vez que hay más de lo que piensa, de suerte que llega la reflexión adonde no llegó la aprehensión.
{{c|🙝🙟}}
36. ''Tener tanteada su fortuna'': para el proceder, para el empeñarse. Importa más que la observación del temperamento, que si es necio el que a cuarenta años llama a Hipócrates para la salud, más el que a Séneca para la cordura. Gran arte saberla regir, ya esperándola, que también cabe la espera en ella, ya lográndola, que tiene vez y contingente, si bien no se le puede coger el tenor, tan anómalo es su proceder. El que la observó favorable prosiga con despejo, que suele apasionarse por los osados; y aun, como bizarra, por los jóvenes. No obre el que es infeliz, retírese, ni le dé lugar de dos infelicidades. Adelante el que le predomina.
{{c|🙝🙟}}
37. ''Conocer y saber usar de las varillas.'' Es el punto más sutil del humano trato. Arrójanse para tentativa de los ánimos, y hácese con ellas la más disimulada y penetrante tienta del corazón. Otras hay maliciosas, arrojadizas, tocadas de la yerba de la envidia, untadas del veneno de la pasión: rayos imperceptibles para derribar de la gracia, y de la estimación. Cayeron muchos de la privanza superior y inferior, heridos de un leve dicho de estos, a quienes toda una conjuración de murmuración vulgar y malevolencia singular no fueron bastantes a causar la más leve trepidación. Obran otras, al contrario, por favorables, apoyando y confirmando en la reputación. Pero con la misma destreza con que las arroja la intención las ha de recibir la cautela y esperarlas la atención, porque está librada la defensa en el conocer y queda siempre frustrado el tiro prevenido.
{{c|🙝🙟}}
38. ''Saberse dejar ganando con la fortuna.'' Es de tahúres de reputación. Tanto importa una bella retirada como una bizarra acometida; un poner en cobro las hazañas cuando fueren bastantes, cuando muchas. Continuada felicidad fue siempre sospechosa; más segura es la interpolada, y que tenga algo de agridulce, aun para la fruición. Cuanto más atropellándose las dichas, corren mayor riesgo de deslizar y dar al traste con todo. Recompénsase tal vez la brevedad de la duración con la intensión del favor. Cánsase la fortuna de llevar a uno a cuestas tan a la larga.
{{c|🙝🙟}}
39. ''Conocer las cosas en su punto, en su sazón, y saberlas lograr.'' Las obras de la naturaleza todas llegan al complemento de su perfección; hasta allí fueron ganando, desde allí perdiendo. Las del arte, raras son las que llegan al no poderse mejorar. Es eminencia de un buen gusto gozar de cada cosa en su complemento: no todos pueden, ni los que pueden saben. Hasta en los frutos del entendimiento hay ese punto de madurez; importa conocerla para la estimación y el ejercicio.
{{c|🙝🙟}}
40. ''Gracia de las gentes.'' Mucho es conseguir la admiración común, pero más la afición; algo tiene de
estrella, lo más de industria; comienza por aquella y prosigue por esta. No basta la eminencia de prendas, aunque se supone que es fácil de ganar el afecto, ganado el concepto. Requiérese, pues, para la benevolencia, la beneficencia: hacer bien a todas manos, buenas palabras y mejores obras, amar para ser amado. La cortesía es el mayor hechizo político de grandes personajes. Hase de alargar la mano primero a las hazañas y después a las plumas, de la hoja a las hojas, que hay gracia de escritores, y es eterna.
{{c|🙝🙟}}
41. ''Nunca exagerar.'' Gran asunto de la atención, no hablar por superlativos, ya por no exponerse a ofender la verdad, ya por no desdorar su cordura. Son las exageraciones prodigalidades de la estimación, y dan indicio de la cortedad del conocimiento y del gusto. Despierta vivamente a la curiosidad la alabanza, pica el deseo, y después, si no corresponde el valor al aprecio, como de ordinario acontece, revuelve la expectación contra el engaño y despícase en el menosprecio de lo celebrado y del que celebró. Anda, pues, el cuerdo muy detenido, y quiere más pecar de corto que de largo. Son raras las eminencias: témplese la estimación. El encarecer es ramo de mentir, y piérdese en ello el crédito de buen gusto, que es grande, y el de entendido, que es mayor.
{{c|🙝🙟}}
42. ''Del natural imperio.'' Es una secreta fuerza de superioridad. No ha de proceder del artificio enfadoso, sino de un imperioso natural. Sujétansele todos sin advertir el cómo, reconociendo el secreto vigor de la connatural autoridad. Son estos genios señoriles, reyes por mérito y leones por privilegio innato, que cogen el corazón, y aun el discurso, a los demás, en fe de su respeto. Si las otras prendas favorecen, nacieron para primeros mobles políticos, porque ejecutan más con un amago que otros con una prolijidad.
{{c|🙝🙟}}
43. ''Sentir con los menos y hablar con los más.'' Querer ir contra el corriente es tan imposible al desengaño cuanto fácil al peligro. Sólo un Sócrates podría emprenderlo. Tiénese por agravio el disentir, porque es condenar el juicio ajeno. Multiplícanse los disgustados, ya por el sujeto censurado, ya del que lo aplaudía. La verdad es de pocos, el engaño es tan común como vulgar. Ni por el hablar en la plaza se ha de sacar el sabio, pues no habla allí con su voz, sino con la de la necedad común, por más que la esté desmintiendo su interior. Tanto huye de ser contradicho el cuerdo como de contradecir, lo que es pronto a la censura es detenido a la publicidad de ella. El sentir es libre, no se puede ni debe violentar; retírase al sagrado de su silencio; y si tal vez se permite, es a sombra de pocos y cuerdos.
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44. ''Simpatía con los grandes varones.'' Prenda es de héroe el combinar con héroes: prodigio de la
naturaleza por lo oculto y por lo ventajoso. Hay parentesco de corazones, y de genios, y son sus efectos los que la ignorancia vulgar achaca bebedizos. No para en sola estimación, que adelanta benevolencia, y aun llega a propensión: persuade sin palabras, y consigue sin méritos. Hayla activa, y la hay pasiva; una y otra felices, cuanto más sublimes. Gran destreza el conocerlas, distinguirlas y saberlas lograr, que no hay porfía que baste sin este favor secreto.
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45. ''Usar, no abusar, de las reflejas.'' No se han de afectar, menos dar a entender. Toda arte se ha de encubrir, que es sospechosa, y más la de cautela, que es odiosa. Úsase mucho el engaño; multiplíquese el recelo, sin darse a conocer, que ocasionaría la desconfianza; mucho desobliga y provoca a la venganza, despierta el mal que no se imaginó. La reflexión en el proceder es gran ventaja en el obrar: no hay mayor argumento del discurso. La mayor perfección de las acciones está afianzada del señorío con que se ejecutan.
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46. ''Corregir su antipatía.'' Solemos aborrecer de grado, y aun antes de las previstas prendas. Y tal vez se atreve esta innata vulgarizante aversión a los varones eminentes. Corríjala la cordura, que no hay peor descrédito que aborrecer a los mejores: lo que es de ventaja la simpatía con héroes es de desdoro la antipatía.
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47. ''Huir los empeños.'' Es de los primeros asuntos de la prudencia. En las grandes capacidades siempre
hay grandes distancias hasta los últimos trances: hay mucho que andar de un extremo a otro, y ellos
siempre se están en el medio de su cordura; llegan tarde al rompimiento, que es más fácil hurtarle el cuerpo a la ocasión que salir bien de ella. Son tentaciones de juicio, más seguro el huirlas que el vencerlas. Trae un empeño otro mayor, y está muy al canto del despeño. Hay hombres ocasionados por genio, y aun por nación, fáciles de meterse en obligaciones; pero el que camina a la luz de la razón siempre va muy sobre el caso: estima por más valor el no empeñarse que el vencer, y ya que haya un necio ocasionado, excusa que con él no sean dos.
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48. ''Hombre con fondos, tanto tiene de persona.'' Siempre ha de ser otro tanto más lo interior que lo
exterior en todo. Hay sujetos de sola fachada, como casas por acabar, porque faltó el caudal: tienen la entrada de palacio, y de choza la habitación. No hay en estos donde parar, o todo para, porque, acabada la primera salutación, acabó la conversación. Entran por las primeras cortesías como caballos sicilianos, y luego paran en silenciarios, que se agotan las palabras donde no hay perenidad de concepto. Engañan estos fácilmente a otros, que tienen también la vista superficial; pero no a la astucia, que, como mira por dentro, los halla vaciados para ser fábula de los discretos.
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49. ''Hombre juicioso y notante.'' Señoréase él de los objetos, no los objetos de él. Sonda luego el fondo de la mayor profundidad; sabe hacer anatomía de un caudal con perfección. En viendo un personaje, le comprehende y lo censura por esencia. De raras observaciones, gran descifrador de la más recatada interioridad. Nota acre, concibe sutil, infiere juicioso: todo lo descubre, advierte, alcanza y comprehende.
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50. ''Nunca perderse el respeto a sí mismo.'' Ni se roce consigo a solas. Sea su misma entereza norma propia de su rectitud, y deba más a la severidad de su dictamen que a todos los extrínsecos preceptos. Deje de hacer lo indecente más por el temor de su cordura que por el rigor de la ajena autoridad. Llegue a temerse, y no necesitará del ayo imaginario de Séneca.
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Aforismos (26-50)|
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Oráculo manual y arte de la prudencia: Aforismos (51-75)
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'''Aforismos (51-75)'''
51. ''Hombre de buena elección.'' Lo más se vive de ella. Supone el buen gusto y el rectísimo dictamen, que no bastan el estudio ni el ingenio. No hay perfección donde no hay delecto; dos ventajas incluye: poder escoger, y lo mejor. Muchos de ingenio fecundo y sutil, de juicio acre, estudiosos y noticiosos también, en llegando al elegir, se pierden; cásanse siempre con lo peor, que parece afectan el errar, y así este es uno de los dones máximos de arriba.
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52. ''Nunca descomponerse.'' Gran asunto de la cordura, nunca desbaratarse: mucho hombre arguye, de
corazón coronado, porque toda magnanimidad es dificultosa de conmoverse. Son las pasiones los
humores del ánimo, y cualquier exceso en ellas causa indisposición de cordura; y si el mal saliere a la boca, peligrará la reputación. Sea, pues, tan señor de sí, y tan grande, que ni en lo más próspero, ni en lo más adverso pueda alguno censurarle perturbado, sí admirarle superior.
{{c|🙝🙟}}
53. ''Diligente e inteligente.'' La diligencia ejecuta presto lo que la inteligencia prolijamente piensa. Es pasión de necios la prisa, que, como no descubren el tope, obran sin reparo. Al contrario, los sabios suelen pecar de detenidos, que del advertir nace el reparar. Malogra tal vez la ineficacia de la remisión lo acertado del dictamen. La presteza es madre de la dicha. Obró mucho el que nada dejó para mañana. Augusta empresa, correr a espacio.
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54. ''Tener bríos a lo cuerdo.'' Al león muerto, hasta las liebres le repelan. No hay burlas con el valor: si cede al primero, también habrá de ceder al segundo, y de este modo hasta el último. La misma dificultad habrá de vencer tarde, que valiera más desde luego. El brío del ánimo excede al del cuerpo: es como la espada, ha de ir siempre envainado en su cordura, para la ocasión. Es el resguardo de la persona: más daña el descaecimiento del ánimo que el del cuerpo. Tuvieron muchos prendas eminentes, que por faltarles este aliento del corazón, parecieron muertos y acabaron sepultados en su dejamiento, que no sin providencia juntó la naturaleza acudida la dulzura de la miel con lo picante del aguijón en la abeja. Nervios y huesos hay en el cuerpo: no sea el ánimo todo blandura.
{{c|🙝🙟}}
55. ''Hombre de espera.'' Arguye gran corazón, con ensanches de sufrimiento. Nunca apresurarse ni
apasionarse. Sea uno primero señor de sí, y lo será después de los otros. Hase de caminar por los espacios del tiempo al centro de la ocasión. La detención prudente sazona los aciertos y madura los secretos. La muleta del tiempo es más obradora que la acerada clava de Hércules. El mismo Dios no castiga con bastón, sino con sazón. Gran decir: "El Tiempo y yo, a otros dos". La misma fortuna premia el esperar con la grandeza del galardón.
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56. ''Tener buenos repentes.'' Nacen de una prontitud feliz. No hay aprietos ni acasos para ella, en fe de su vivacidad y despejo. Piensan mucho algunos para errarlo todo después, y otros lo aciertan todo sin pensarlo antes. Hay caudales de antiparistasi, que, empeñados, obran mejor: suelen ser monstruos que de pronto todo lo aciertan, y todo lo yerran de pensado; lo que no se les ofrece luego, nunca, ni hay que apelar a después. Son plausibles los prestos, porque arguyen prodigiosa capacidad: en los conceptos, sutileza; en las obras, cordura.
{{c|🙝🙟}}
57. ''Más seguros son los pensados.'' Harto presto, si bien. Lo que luego se hace, luego se deshace; mas lo que ha de durar una eternidad, ha de tardar otra en hacerse. No se atiende sino a la perfección y sólo el acierto permanece. Entendimiento con fondos logra eternidades. Lo que mucho vale, mucho cuesta, que aun el más precioso de los metales es el más tardo y más grave.
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58. ''Saberse atemperar.'' No se ha de mostrar igualmente entendido con todos, ni se han de emplear más
fuerzas de las que son menester. No haya desperdicios, ni de saber, ni de valer. No echa a la presa el buen cetrero más rapiña de la que ha menester para darle caza. No esté siempre de ostentación, que al otro día no admirará. Siempre ha de haber novedad con que lucir, que quien cada día descubre más, mantiene siempre la expectación y nunca llegan a descubrirle los términos de su gran caudal.
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59. ''Hombre de buen dejo.'' En casa de la fortuna, si se entra por la puerta del placer, se sale por la del pesar, y al contrario. Atención, pues, al acabar, poniendo más cuidado en la felicidad de la salida que en el aplauso de la entrada. Desaire común es de afortunados tener muy favorables los principios y muy trágicos los fines. No está el punto en el vulgar aplauso de una entrada, que esas todos las tienen plausibles; pero sí en el general sentimiento de una salida, que son raros los deseados. Pocas veces acompaña la dicha a los que salen: lo que se muestra de cumplida con los que vienen, de descortés con los que van.
{{c|🙝🙟}}
60. ''Buenos dictámenes.'' Nácense algunos prudentes: entran con esta ventaja de la sindéresis connatural en la sabiduría, y así tienen la mitad andada para los aciertos. Con la edad y la experiencia viene a sazonarse del todo la razón, y llegan a un juicio muy templado. Abominan de todo capricho como de tentación de la cordura, y más en materias de estado, donde por la suma importancia se requiere la total seguridad. Merecen estos la asistencia al governalle, o para ejercicio o para consejo.
{{c|🙝🙟}}
61. ''Eminencia en lo mejor.'' Una gran singularidad entre la pluralidad de perfecciones. No puede haber héroe que no tenga algún extremo sublime: las medianías no son asunto del aplauso. La eminencia en relevante empleo saca de un ordinario vulgar y levanta a categoría de raro. Ser eminente en profesión humilde es ser algo en lo poco; lo que tiene más de lo deleitable, tiene menos de lo glorioso. El exceso en aventajadas materias es como un carácter de soberanía: solicita la admiración y concilia el afecto.
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62. ''Obrar con buenos instrumentos.'' Quieren algunos que campee el extremo de su sutileza en la ruindad de los instrumentos: peligrosa satisfacción, merecedora de un fatal castigo. Nunca la bondad del ministro disminuyó la grandeza del patrón; antes, toda la gloria de los aciertos recae después sobre la causa principal, así como al contrario el vituperio. La fama siempre va con los primeros. Nunca dice: "Aquel tuvo buenos o malos ministros", sino: "Aquel fue buen o mal artífice". Haya, pues, elección, haya examen, que se les ha de fiar una inmortalidad de reputación.
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63. ''Excelencia de primero.'' Y si con eminencia, doblada. Gran ventaja jugar de mano, que gana en
igualdad. Hubieran muchos sido fénix en los empleos a no irles otros delante. Álzanse los primeros con el mayorazgo de la fama, y quedan para los segundos pleiteados alimentos; por más que suden, no pueden purgar el vulgar achaque de imitación. Sutileza fue de prodigiosos inventar rumbo nuevo para las eminencias, con tal que asegure primero la cordura los empeños. Con la novedad de los asuntos se
hicieron lugar los sabios en la matrícula de los heroicos. Quieren algunos más ser primeros en segunda categoría que ser segundos en la primera.
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64. ''Saberse excusar pesares.'' Es cordura provechosa ahorrar de disgustos. La prudencia evita muchos: es Lucina de la felicidad, y por eso del contento. Las odiosas nuevas, no darlas, menos recibirlas: hánseles de vedar las entradas, si no es la del remedio. A unos se les gastan los oídos de oír mucho dulce en lisonjas; a otros, de escuchar amargo en chismes; y hay quien no sabe vivir sin algún cotidiano sinsabor, como ni Mitrídates sin veneno. Tampoco es regla de conservarse querer darse a sí un pesar de toda la vida por dar placer una vez a otro, aunque sea el más propio. Nunca se ha de pecar contra la dicha propia por complacer al que aconseja y se queda fuera; y en todo acontecimiento, siempre que se encontraren el hacer placer a otro con el hacerse a sí pesar, es lección de conveniencia que vale más que el otro se disguste ahora que no tú después y sin remedio.
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65. ''Gusto relevante.'' Cabe cultura en él, así como en el ingenio. Realza la excelencia del entender el apetito del desear, y después la fruición del poseer. Conócese la altura de un caudal por la elevación del afecto. Mucho objeto ha menester para satisfacerse una gran capacidad; así como los grandes bocados son para grandes paladares, las materias sublimes para los sublimes genios. Los más valientes objetos le temen y las más seguras perfecciones desconfían; son pocas las de primera magnitud: sea raro el aprecio. Péganse los gustos con el trato y se heredan con la continuidad: gran suerte comunicar con quien le tiene en su punto. Pero no se ha de hacer profesión de desagradarse de todo, que es uno de los necios extremos, y más odioso cuando por afectación que por destemplanza. Quisieran algunos que criara Dios otro mundo y otras perfecciones para satisfacción de su extravagante fantasía.
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66. ''Atención a que le salgan bien las cosas.'' Algunos ponen más la mira en el rigor de la dirección que en la felicidad del conseguir intento, pero más prepondera siempre el descrédito de la infelicidad que el abono de la diligencia. El que vence no necesita de dar satisfacciones. No perciben los más la puntualidad de las circunstancias, sino los buenos o los ruines sucesos; y así, nunca se pierde reputación cuando se consigue el intento. Todo lo dora un buen fin, aunque lo desmientan los desaciertos de los medios. Que es arte ir contra el arte cuando no se puede de otro modo conseguir la dicha del salir bien.
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67. ''Preferir los empleos plausibles.'' Las más de las cosas dependen de la satisfacción ajena. Es la estimación para las perfecciones lo que el favonio para las flores: aliento y vida. Hay empleos expuestos a la aclamación universal y hay otros, aunque mayores, en nada expectables; aquellos, por obrarse a vista de todos, captan la benevolencia común; estos, aunque tienen más de lo raro y primoroso, se quedan en el secreto de su imperceptibilidad: venerados, pero no aplaudidos. Entre los príncipes, los victoriosos son los celebrados, y por eso los reyes de Aragón fueron tan plausibles por guerreros, conquistadores y magnánimos. Prefiera el varón grande los célebres empleos que todos perciban y participen todos, y a sufragios comunes quede inmortalizado.
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68. ''Dar entendimiento.'' Es de más primor que el dar memoria, cuanto es más. Unas veces se ha de acordar y otras advertir. Dejan algunos de hacer las cosas que estuvieran en su punto, porque no se les ofrecen; ayude entonces la advertencia amigable a concebir las conveniencias. Una de las mayores ventajas de la mente es el ofrecérsele lo que importa. Por falta de esto dejan de hacerse muchos aciertos. Dé luz el que la alcanza, y solicítela el que la mendiga: aquel con detención, este con atención; no sea más que dar pie. Es urgente esta sutileza cuando toca en utilidad del que despierta. Conviene mostrar gusto, y pasar a más cuando no bastare; ya se tiene el No, váyase en busca del Sí con destreza, que las más veces no seconsigue porque no se intenta.
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69. ''No rendirse a un vulgar humor.'' Hombre grande el que nunca se sujeta a peregrinas impresiones. Es lección de advertencia la reflexión sobre sí: un conocer su disposición actual y prevenirla, y aun decantarse al otro extremo para hallar, entre el natural y el arte, el fiel de la sindéresis. Principio es de corregirse el conocerse; que hay monstruos de la impertinencia: siempre están de algún humor y varían afectos con ellos; y arrastrados eternamente de esta destemplanza civil, contradictoriamente se empeñan. Y no sólo gasta la voluntad este exceso, sino que se atreve al juicio, alterando el querer y el entender.
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70. ''Saber negar.'' No todo se ha de conceder, ni a todos. Tanto importa como el saber conceder, y en los que mandan es atención urgente. Aquí entra el modo: más se estima el no de algunos que el sí de otros, porque un no dorado satisface más que un sí a secas. Hay muchos que siempre tienen en la boca el no, con que todo lo desazonan. El no es siempre el primero en ellos, y aunque después todo lo vienen a conceder, no se les estima, porque precedió aquella primera desazón. No se han de negar de rondón las cosas: vaya a tragos el desengaño; ni se ha de negar del todo, que sería desahuciar la dependencia. Queden siempre algunas reliquias de esperanza para que templen lo amargo del negar. Llene la cortesía el vacío del favor y suplan las buenas palabras la falta de las obras. El No y el Sí son breves de decir y piden mucho pensar.
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71. ''No ser desigual, de proceder anómalo'': ni por natural, ni por afectación. El varón cuerdo siempre fue el mismo en todo lo perfecto, que es crédito de entendido. Dependa en su mudanza de la de las causas y méritos. En materia de cordura, la variedad es fea. Hay algunos que cada día son otros de sí; hasta el entendimiento tienen desigual, cuánto más la voluntad, y aun la ventura. El que ayer ue el blanco de su sí, hoy es el negro de su no, desmintiendo siempre su propio crédito y deslumbrando el ajeno concepto.
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72. ''Hombre de resolución.'' Menos dañosa es la mala ejecución que la irresolución. No se gastan tanto las materias cuando corren como si estancan. Hay hombres indeterminables, que necesitan de ajena
premoción en todo; y a veces no nace tanto de la perplejidad del juicio, pues lo tienen perspicaz, cuanto de la ineficacia. Ingenioso suele ser el dificultar, pero más lo es el hallar salida a los inconvenientes. Hay otros que en nada se embarazan, de juicio grande y determinado; nacieron para sublimes empleos, porque su despejada comprehensión facilita el acierto y el despacho: todo se lo hallan hecho, que después de haber dado razón a un mundo, le quedó tiempo a uno de estos para otro; y cuando están afianzados de su dicha, se empeñan con más seguridad.
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73. ''Saber usar del desliz.'' Es el desempeño de los cuerdos. Con la galantería de un donaire suelen salir del más intrincado laberinto. Hurtásele el cuerpo airosamente con un sonriso a la más dificultosa contienda. En esto fundaba el mayor de los grandes capitanes su valor. Cortés treta del negar, mudar el verbo; ni hay mayor atención que no darse por entendido.
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74. ''No ser intratable.'' En lo más poblado están las fieras verdaderas. Es la inaccesibilidad vicio de
desconocidos de sí, que mudan los humores con los honores. No es medio a propósito para la estimación comenzar enfadando. )Qué es de ver uno de estos monstruos intratables, siempre a punto de su fiereza impertinente? Entran a hablarles los dependientes por su desdicha, como a lidiar con tigres, tan armados de tiento cuanto de recelo. Para subir al puesto agradaron a todos, y en estando en él se quieren desquitar con enfadar a todos. Aviendo de ser de muchos por el empleo, son de ninguno por su aspereza o entono. Cortesano castigo para estos: dejarlos estar, hurtándoles la cordura con el trato.
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75. ''Elegir idea heroica.'' Más para la emulación que para la imitación. Hay ejemplares de grandeza, textos animados de la reputación. Propóngase cada uno en su empleo los primeros, no tanto para seguir, cuanto para adelantarse. Lloró Alexandro no a Aquiles sepultado, sino a sí mismo, aun no bien nacido al lucimiento. No hay cosa que así solicite ambiciones en el ánimo como el clarín de la fama ajena: el mismo que atierra la envidia alienta la generosidad.
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Oráculo manual y arte de la prudencia: Aforismos (76-100)
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'''Aforismos (76-100)'''
76. ''No estar siempre de burlas.'' Conócese la prudencia en lo serio, que está más acreditado que lo ingenioso. El que siempre está de burlas nunca es hombre de veras. Igualámoslos a estos con los mentirosos en no darles crédito: a los unos por recelo de mentira, a los otros de su fisga. Nunca se sabe cuándo hablan en juicio, que es tanto como no tenerle. No hay mayor desaire que el contino donaire. Ganan otros fama de decidores y pierden el crédito de cuerdos. Su rato ha de tener lo jovial; todos los demás, lo serio.
{{c|🙝🙟}}
77. ''Saber hacerse a todos.'' Discreto Proteo: con el docto, docto, y con el santo, santo. Gran arte de ganar a todos, porque la semejanza concilia benevolencia. Observar los genios y templarse al de cada uno; al serio y al jovial, seguirles el corriente, haciendo política transformación: urgente a los que dependen. Requiere esta gran sutileza del vivir un gran caudal; menos dificultosa al varón universal de ingenio en noticias y de genio en gustos.
{{c|🙝🙟}}
78. ''Arte en el intentar.'' La necedad siempre entra de rondón, que todos los necios son audaces. Su misma
simplicidad, que les impide primero la advertencia para los reparos, les quita después el sentimiento para
los desaires. Pero la cordura entra con grande tiento. Son sus batidores la advertencia y el recato, ellos van
descubriendo para proceder sin peligro. Todo arrojamiento está condenado por la discreción a despeño,
aunque tal vez lo absuelva la ventura. Conviene ir detenido donde se teme mucho fondo: vaya intentando
la sagacidad y ganando tierra la prudencia. Hay grandes bajíos hoy en el trato humano: conviene ir
siempre calando sonda.
{{c|🙝🙟}}
79. ''Genio genial.'' Si con templanza, prenda es, que no defecto. Un grano de donosidad todo lo sazona.
Los mayores hombres juegan también la pieza del donaire, que concilia la gracia universal; pero
guardando siempre los aires a la cordura, y haciendo la salva al decoro. Hacen otros de una gracia atajo al
desempeño, que hay cosas que se han de tomar de burlas, y a veces las que el otro toma más de veras.
Indica apacibilidad, garabato de corazones.
{{c|🙝🙟}}
80. ''Atención al informarse.'' Vívese lo más de información. Es lo menos lo que vemos; vivimos de fe
ajena. Es el oído la puerta segunda de la verdad y principal de la mentira. La verdad ordinariamente se ve,
extravagantemente se oye; raras veces llega en su elemento puro, y menos cuando viene de lejos; siempre
trae algo de mixta, de los afectos por donde pasa; tiñe de sus colores la pasión cuanto toca, ya odiosa, ya
favorable. Tira siempre a impresionar: gran cuenta con quien alaba, mayor con quien vitupera. Es
menester toda la atención en este punto para descubrir la intención en el que tercia, conociendo de
antemano de qué pie se movió. Sea la refleja contraste de lo falto y de lo falso.
{{c|🙝🙟}}
81. ''Usar el renovar su lucimiento.'' Es privilegio de fénix. Suele envejecerse la excelencia, y con ella la
fama. La costumbre disminuye la admiración, y una mediana novedad suele vencer a la mayor eminencia
envejecida. Usar, pues, del renacer en el valor, en el ingenio, en la dicha, en todo: empeñarse con
novedades de bizarría, amaneciendo muchas veces como el sol, variando teatros al lucimiento, para que
en el uno la privación y en el otro la novedad soliciten aquí el aplauso, si allí el deseo.
{{c|🙝🙟}}
82. ''Nunca apurar, ni el mal, ni el bien.'' A la moderación en todo redujo la sabiduría toda un sabio. El
sumo derecho se hace tuerto, y la naranja que mucho se estruja llega a dar lo amargo. Aun en la fruición
nunca se ha de llegar a los extremos. El mismo ingenio se agota si se apura, y sacará sangre por leche el
que esquilmare a lo tirano.
{{c|🙝🙟}}
83. ''Permitirse algún venial desliz.'' Que un descuido suele ser tal vez la mayor recomendación de las
prendas. Tiene su ostracismo la envidia, tanto más civil cuanto más criminal. Acusa lo muy perfecto de
que peca en no pecar; y por perfecto en todo, lo condena todo. Hácese Argos en buscarle faltas a lo muy
bueno, para consuelo siquiera. Hiere la censura, como el rayo, los más empinados realces. Dormite, pues,
tal vez Homero, y afecte algún descuido en el ingenio, o en el valor, pero nunca en la cordura, para
sosegar la malevolencia, no reviente ponzoñosa: será como un echar la capa al toro de la envidia para
salvar la inmortalidad.
{{c|🙝🙟}}
84. ''Saber usar de los enemigos.'' Todas las cosas se han de saber tomar, no por el corte, que ofendan, sino
por la empuñadura, que defiendan; mucho más la emulación. Al varón sabio más le aprovechan sus
enemigos que al necio sus amigos. Suele allanar una malevolencia montañas de dificultad, que
desconfiara de emprenderlas el favor. Fabricáronles a muchos su grandeza sus malévolos. Más fiera es la
lisonja que el odio, pues remedia este eficazmente las tachas que aquella disimula. Hace el cuerdo espejo
de la ojeriza, más fiel que el de la afición, y previene a la detracción los defectos, o los enmienda, que es
grande el recato cuando se vive en frontera de una emulación, de una malevolencia.
{{c|🙝🙟}}
85. ''No ser malilla.'' Achaque es de todo lo excelente que su mucho uso viene a ser abuso. El mismo
codiciarlo todos viene a parar en enfadar a todos. Grande infelicidad ser para nada; no menor querer ser
para todo. Vienen a perder estos por mucho ganar, y son después tan aborrecidos cuanto fueron antes
deseados. Rózanse de estas malillas en todo género de perfecciones, que, perdiendo aquella primera
estimación de raras, consiguen el desprecio de vulgares. El único remedio de todo lo extremado es
guardar un medio en el lucimiento: la demasía ha de estar en la perfección y la templanza en la
ostentación. Cuanto más luce una antorcha, se consume más y dura menos. Escaseces de apariencia se
premian con logros de estimación.
{{c|🙝🙟}}
86. ''Prevenir las malas voces.'' Tiene el vulgo muchas cabezas, y así muchos ojos para la malicia y muchas
lenguas para el descrédito. Acontece correr en él alguna mala voz que desdora el mayor crédito; y si
llegare a ser apodo vulgar, acabará con la reputación. Dásele pie comúnmente con algún sobresalientedesaire,
con ridículos defectos, que son plausible materia a sus hablillas, si bien hay desdoros echadizos
de la emulación especial a la malicia común; que hay bocas de la malevolencia, y arruinan más presto una
gran fama con un chiste que con un descaramiento. Es muy fácil de cobrar la siniestra fama, porque lo
malo es muy creíble y cuesta mucho de borrarse. Excuse, pues, el varón cuerdo estos desaires,
contrastando con su atención la vulgar insolencia, que es más fácil el prevenir que el remediar.
{{c|🙝🙟}}
87. ''Cultura, y aliño.'' Nace bárbaro el hombre, redímese de bestia cultivándose. Hace personas la cultura, y
más cuanto mayor. En fe de ella pudo Grecia llamar bárbaro a todo el restante universo. Es muy tosca la
ignorancia; no hay cosa que más cultive que el saber. Pero aun la misma sabiduría fue grosera, si
desaliñada. No sólo ha de ser aliñado el entender, también el querer, y más el conversar. Hállanse
hombres naturalmente aliñados, de gala interior y exterior, en concepto y palabras, en los arreos del
cuerpo, que son como la corteza, y en las prendas del alma, que son el fruto. Otros hay, al contrario, tan
groseros, que todas sus cosas, y tal vez eminencias, las deslucieron con un intolerable bárbaro desaseo.
{{c|🙝🙟}}
88. ''Sea el trato por mayor, procurando la sublimidad en él.'' El varón grande no debe ser menudo en su
proceder. Nunca se ha de individuar mucho en las cosas, y menos en las de poco gusto; porque aunque es
ventaja notarlo todo al descuido, no lo es quererlo averiguar todo de propósito. Hase de proceder de
ordinario con una hidalga generalidad, ramo de galantería. Es gran parte del regir el disimular. Hase de
dar pasada a las más de las cosas, entre familiares, entre amigos, y más entre enemigos. Toda nimiedad es
enfadosa, y en la condición, pesada. El ir y venir a un disgusto es especie de manía; y comúnmente tal
será el modo de portarse cada uno, cual fuere su corazón y su capacidad.
{{c|🙝🙟}}
89. ''Comprehensión de sí.'' En el genio, en el ingenio; en dictámenes, en afectos. No puede uno ser señor
de sí si primero no se comprehende. Hay espejos del rostro, no los hay del ánimo: séalo la discreta
reflexión sobre sí. Y cuando se olvidare de su imagen exterior, conserve la interior para enmendarla, para
mejorarla. Conozca las fuerzas de su cordura y sutileza para el emprender; tantee la irascible para el
empeñarse. Tenga medido su fondo y pesado su caudal para todo.
{{c|🙝🙟}}
90. ''Arte para vivir mucho: vivir bien.'' Dos cosas acaban presto con la vida: la necedad o la ruindad.
Perdiéronla unos por no saberla guardar, y otros por no querer. Así como la virtud es premio de sí misma,
así el vicio es castigo de sí mismo. Quien vive aprisa en el vicio, acaba presto de dos maneras; quien vive
aprisa en la virtud, nunca muere. Comunícase la entereza del ánimo al cuerpo, y no sólo se tiene por larga
la vida buena en la intensión, sino en la misma extensión.
{{c|🙝🙟}}
91. ''Obrar siempre sin escrúpulos de imprudencia.'' La sospecha de desacierto en el que ejecuta es
evidencia ya en el que mira, y más si fuere émulo. Si ya al calor de la pasión escrupulea el dictamen,
condenará después, desapasionado, a necedad declarada. Son peligrosas las acciones en duda de
prudencia; más segura sería la omisión. No admite probabilidades la cordura: siempre camina al mediodía
de la luz de la razón. )Cómo puede salir bien una empresa que, aun concebida, la está ya condenando el
recelo? Y si la resolución más graduada con el nemine discrepante interior suele salir infelizmente, )qué
aguarda la que comenzó titubeando en la razón y mal agorada del dictamen?
{{c|🙝🙟}}
92. ''Seso trascendental.'' Digo en todo. Es la primera y suma regla del obrar y del hablar, más encargada
cuanto mayores y más altos los empleos. Más vale un grano de cordura que arrobas de sutileza. Es un
caminar a lo seguro, aunque no tan a lo plausible, si bien la reputación de cuerdo es el triunfo de la fama:
bastará satisfacer a los cuerdos, cuyo voto es la piedra de toque a los aciertos.
{{c|🙝🙟}}
93. ''Hombre universal.'' Compuesto de toda perfección, vale por muchos. Hace felicísimo el vivir,
comunicando esta fruición a la familiaridad. La variedad con perfección es entretenimiento de la vida.
Gran arte la de saber lograr todo lo bueno; y pues le hizo la naturaleza al hombre un compendio de todo lo
natural por su eminencia, hágale el arte un universo por ejercicio y cultura del gusto y del entendimiento.
{{c|🙝🙟}}
94. ''Incomprehensibilidad de caudal.'' Excuse el varón atento sondarle el fondo, ya al saber, ya al valer, si
quiere que le veneren todos. Permítase al conocimiento, no a la comprehensión. Nadie le averigüe los
términos de la capacidad, por el peligro evidente del desengaño. Nunca dé lugar a que alguno le alcance
todo: mayores efectos de veneración causa la opinión y duda de adónde llega el caudal de cada uno que la
evidencia de él, por grande que fuere.
{{c|🙝🙟}}
95. ''Saber entretener la expectación.'' Irla cebando siempre. Prometa más lo mucho, y la mejor acción sea
envidar de mayores. No se ha de echar todo el resto al primer lance: gran treta es saberse templar, en las
fuerzas, en el saber, e ir adelantando el desempeño.
{{c|🙝🙟}}
96. ''De la gran sindéresis.'' Es el trono de la razón, basa de la prudencia, que en fe de ella cuesta poco el
acertar. Es suerte del cielo, y la más deseada por primera y por mejor: la primera pieza del arnés con tal
urgencia, que ninguna otra que le falte a un hombre le denomina falto; nótase más su menos. Todas las
acciones de la vida dependen de su influencia, y todas solicitan su calificación, que todo ha de ser con
seso. Consiste en una connatural propensión a todo lo más conforme a razón, casándose siempre con lo
más acertado.
{{c|🙝🙟}}
97. ''Conseguir y conservar la reputación.'' Es el usufructo de la fama. Cuesta mucho, porque nace de las
eminencias, que son tan raras cuanto comunes las medianías. Conseguida, se conserva con facilidad.
Obliga mucho y obra más. Es especie de majestad cuando llega a ser veneración, por la sublimidad de su
causa y de su esfera; pero la reputación sustancial es la que valió siempre.
{{c|🙝🙟}}
98. ''Cifrar la voluntad.'' Son las pasiones los portillos del ánimo. El más práctico saber consiste en
disimular; lleva riesgo de perder el que juega a juego descubierto. Compita la detención del recatado con
la atención del advertido: a linces de discurso, jibias de interioridad. No se le sepa el gusto, porque no se
le prevenga, unos para la contradicción, otros para la lisonja.
{{c|🙝🙟}}
99. ''Realidad y apariencia.'' Las cosas no pasan por lo que son, sino por lo que parecen. Son raros los que
miran por dentro, y muchos los que se pagan de lo aparente. No basta tener razón con cara de malicia.
{{c|🙝🙟}}
100. ''Varón desengañado'': cristiano sabio, cortesano filósofo. Mas no parecerlo, menos afectarlo. Está
desacreditado el filosofar, aunque el ejercicio mayor de los sabios. Vive desautorizada la ciencia de los
cuerdos. Introdújola Séneca en Roma, conservóse algún tiempo cortesana, ya es tenida por impertinencia.
Pero siempre el desengaño fue pasto de la prudencia, delicias de la entereza.
{{c|🙝🙟}}
{{Capítulos|
[[Or%C3%A1culo_manual_y_arte_de_la_prudencia: Aforismos (51-75)|Aforismos (51-75)]]|
Aforismos (76-100)|
[[Or%C3%A1culo_manual_y_arte_de_la_prudencia: Aforismos (101-125)|Aforismos (101-125)]]
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[[Categoría:Oráculo manual y arte de la prudencia]]
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Oráculo manual y arte de la prudencia: Aforismos (101-125)
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'''Aforismos (101-125)'''
101. ''La mitad del mundo se está riendo de la otra mitad, con necedad de todos.'' O todo es bueno, o todo es
malo, según votos. Lo que éste sigue, el otro persigue. Insufrible necio el que quiere regular todo objeto
por su concepto. No dependen las perfecciones de un solo agrado: tantos son los gustos como los rostros,
y tan varios. No hay defecto sin afecto, ni se ha de desconfiar porque no agraden las cosas a algunos, que
no faltarán otros que las aprecien; ni aun el aplauso de estos le sea materia al desvanecimiento, que otros
lo condenarán. La norma de la verdadera satisfacción es la aprobación de los varones de reputación, y que
tienen voto en aquel orden de cosas. No se vive de un voto solo, ni de un uso, ni de un siglo.
{{c|🙝🙟}}
102. ''Estómago para grandes bocados de la fortuna.'' En el cuerpo de la prudencia no es la parte menos
importante un gran buche, que de grandes partes se compone una gran capacidad. No se embaraza con las
buenas dichas quien merece otras mayores; lo que es ahíto en unos es hambre en otros. Hay muchos que
se les gasta cualquier muy importante manjar por la cortedad de su natural, no acostumbrado ni nacido
para tan sublimes empleos; acedáseles el trato, y con los humos que se levantan de la postiza honra viene
a desvanecérseles la cabeza. Corren gran peligro en los lugares altos, y no caben en sí porque no cabe en
ellos la suerte. Muestre, pues, el varón grande que aún le quedan ensanches para cosas mayores, y huya
con especial cuidado de todo lo que puede dar indicio de angosto corazón.
{{c|🙝🙟}}
103. ''Cada uno la majestad en su modo.'' Sean todas las acciones, si no de un rey, dignas de tal, según su
esfera; el proceder real, dentro de los límites de su cuerda suerte: sublimidad de acciones, remonte de
pensamientos. Y en todas sus cosas represente un rey por méritos, cuando no por realidad, que la
verdadera soberanía consiste en la entereza de costumbres; ni tendrá que envidiar a la grandeza quien
pueda ser norma de ella. Especialmente a los allegados al trono pégueseles algo de la verdadera
superioridad, participen antes de las prendas de la majestad que de las ceremonias de la vanidad, sin
afectar lo imperfecto de la hinchazón, sino lo realzado de la sustancia.
{{c|🙝🙟}}
104. ''Tener tomado el pulso a los empleos.'' Hay su variedad en ellos: magistral conocimiento, y que
necesita de advertencia; piden unos valor y otros sutileza. Son más fáciles de manejar los que dependen
de la rectitud, y más difíciles los que del artificio. Con un buen natural no es menester más para aquellos;
para estos no basta toda la atención y desvelo. Trabajosa ocupación gobernar hombres, y más, locos o
necios: doblado seso es menester para con quien no le tiene. Empleo intolerable el que pide todo un
hombre, de horas contadas y la materia cierta; mejores son los libres de fastidio juntando la variedad con
la gravedad, porque la alternación refresca el gusto. Los más autorizados son los que tienen menos, o más
distante, la dependencia; y aquel es el peor que al fin hace sudar en la residencia humana y más en la
divina.
{{c|🙝🙟}}
105. ''No cansar.'' Suele ser pesado el hombre de un negocio, y el de un verbo. La brevedad es lisonjera, y
más negociante; gana por lo cortés lo que pierde por lo corto. Lo bueno, si breve, dos veces bueno; y aun
lo malo, si poco, no tan malo. Más obran quintas esencias que fárragos; y es verdad común que hombre
largo raras veces entendido, no tanto en lo material de la disposición cuanto en lo formal del discurso.
Hay hombres que sirven más de embarazo que de adorno del universo, alhajas perdidas que todos las
desvían. Excuse el discreto el embarazar, y mucho menos a grandes personajes, que viven muy ocupados,
y sería peor desazonar uno de ellos que todo lo restante del mundo. Lo bien dicho se dice presto.
{{c|🙝🙟}}
106. ''No afectar la fortuna.'' Más ofende el ostentar la dignidad que la persona. Hacer del hombre es
odioso, bastábale ser invidiado. La estimación se consigue menos cuanto se busca más; depende del
respeto ajeno; y así no se la puede tomar uno, sino merecer la de los otros y aguardarla. Los empleos
grandes piden autoridad ajustada a su ejercicio, sin la cual no pueden ejercerse dignamente. Conserve la
que merece para cumplir con lo sustancial de sus obligaciones: no estrujarla, ayudarla sí, y todos los que
hacen del hacendado en el empleo dan indicio de que no lo merecían, y que viene sobrepuesta la
dignidad. Si se hubiere de valer, sea antes de lo eminente de sus prendas que de lo adventicio; que hasta
un rey se ha de venerar más por la personal que por la extrínseca soberanía.
{{c|🙝🙟}}
107. ''No mostrar satisfacción de sí.'' Viva ni descontento, que es poquedad, ni satisfecho, que es necedad.
Nace la satisfacción en los más de ignorancia, y para en una felicidad necia, que, aunque entretiene el
gusto, no mantiene el crédito. Como no alcanza las superlativas perfecciones en los otros, págase de
cualquiera vulgar medianía en sí. Siempre fue útil, a más de cuerdo, el recelo, o para prevención de que
salgan bien las cosas, o para consuelo cuando salieren mal; que no se le hace de nuevo el desaire de su
suerte al que ya se lo temía. El mismo Homero dormita tal vez, y cae Alejandro de su estado y de su
engaño. Dependen las cosas de muchas circunstancias; y la que triunfó en un puesto, y en tal ocasión, en
otra se malogra; pero la incorregibilidad de lo neco está en que se convirtió en flor la más vana
satisfacción, y va brotando siempre su semilla.
{{c|🙝🙟}}
108. ''Atajo para ser persona: saberse ladear.'' Es muy eficaz el trato. Comunícanse las costumbres y los
gustos. Pégase el genio, y aun el ingenio, sin sentir. Procure, pues, el pronto juntarse con el reportado; y
así en los demás genios, con este conseguirá la templanza sin violencia: es gran destreza saberse
atemperar. La alternación de contrariedades hermosea el universo y le sustenta, y si causa armonía en lo
natural, mayor en lo moral. Válgase de esta política advertencia en la elección de familiares y de
famulares, que con la comunicación de los extremos se ajustará un medio muy discreto.
{{c|🙝🙟}}
109. ''No ser acriminador.'' Hay hombres de genio fiero, todo lo hacen delito, y no por pasión, sino por
naturaleza. A todos condenan, a unos porque hicieron, a otros porque harán. Indica ánimo peor que cruel,
que es vil, y acriminan con tal exageración, que de los átomos hacen vigas para sacar los ojos: cómitres en
cada puesto, que hacen galera de lo que fuera Elisio; pero si media la pasión, de todo hacen extremos. Al
contrario, la ingenuidad para todo halla salida, si no de intención, de inadvertencia.
{{c|🙝🙟}}
110. ''No aguardar a ser sol que se pone.'' Máxima es de cuerdos dejar las cosas antes que los dejen. Sepa
uno hacer triunfo del mismo fenecer; que tal vez el mismo sol, a buen lucir, suele retirarse a una nube
porque no le vean caer, y deja en suspensión de si se puso o no se puso. Hurte el cuerpo a los ocasos para
no reventar de desaires; no aguarde a que le vuelvan las espaldas, que le sepultarán vivo para el
sentimiento, y muerto para la estimación. Jubila con tiempo el advertido al corredor caballo, y no aguarda
a que, cayendo, levante la risa en medio la carrera. Rompa el espejo con tiempo y con astucia la belleza, y
no con impaciencia después al ver su desengaño.
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111. ''Tener amigos.'' Es el segundo ser. Todo amigo es bueno, y sabio para el amigo. Entre ellos todo sale
bien. Tanto valdrá uno cuanto quisieren los demás; y para que quieran, se les ha de ganar la boca por el
corazón. No hay hechizo como el buen servicio, y para ganar amistades, el mejor medio es hacerlas.
Depende lo más y lo mejor que tenemos de los otros. Hase de vivir, o con amigos o con enemigos. Cada
día se ha de diligenciar uno, aunque no para íntimo, para aficionado, que algunos se quedan después para
confidentes, pasando por el acierto del delecto.
{{c|🙝🙟}}
112. ''Ganar la pía afición'', que aun la primera y suma causa en sus mayores asuntos la previene y la
dispone. Éntrase por el afecto al concepto. Algunos se fían tanto del valor, que desestiman la diligencia;
pero la atención sabe bien que es grande el rodeo de solos los méritos, si no se ayudan del favor. Todo lo
facilita y suple la benevolencia; no siempre supone las prendas, sino que las pone, como el valor, la
entereza, la sabiduría, hasta la discreción. Nunca ve las fealdades, porque no las querría ver. Nace de
ordinario de la correspondencia material en genio, nación, parentesco, patria y empleo. La formal es más
sublime en prendas, obligaciones, reputación, méritos. Toda la dificultad es ganarla, que con facilidad se
conserva. Puédese diligenciar, y saberse valer de ella.
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113. ''Prevenirse en la fortuna próspera para la adversa.'' Arbitrio es hacer en el estío la provisión para el
invierno, y con más comodidad. Van baratos entonces los favores, hay abundancia de amistades. Bueno
es conservar para el mal tiempo, que es la adversidad cara, y falta de todo. Haya retén de amigos y de
agradecidos, que algún día hará aprecio de lo que ahora no hace caso. La villanía nunca tiene amigos: en
la prosperidad porque los desconoce, en la adversidad la desconocen a ella.
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114. ''Nunca competir.'' Toda pretensión con oposición daña el crédito. La competencia tira luego a
desdorar, por deslucir. Son pocos los que hacen buena guerra, descubre la emulación los defectos que
olvidó la cortesía. Vivieron muchos acreditados mientras no tuvieron émulos. El calor de la contrariedad
aviva o resucita las infamias muertas, desentierra hediondeces pasadas y antepasadas. Comiénzase la
competencia con manifiesto de desdoros, ayudándose de cuanto puede y no debe; y aunque a veces, y las
más, no sean armas de provecho las ofensas, hace de ellas vil satisfacción a su venganza, y sacude esta
con tal aire, que hace saltar a los desaires el polvo del olvido. Siempre fue pacífica la benevolencia y
benévola la reputación.
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115. ''Hacerse a las malas condiciones de los familiares''; así como a los malos rostros: es conveniencia
donde tercia dependencia. Hay fieros genios que no se puede vivir con ellos, ni sin ellos. Es, pues,
destreza irse acostumbrando, como a la fealdad, para que no se hagan de nuevo en la terribilidad de la
ocasión. La primera vez espantan, pero poco a poco se les viene a perder aquel primer horror, y la refleja
previene los disgustos, o los tolera.
{{c|🙝🙟}}
116. ''Tratar siempre con gente de obligaciones.'' Puede empeñarse con ellos, y empeñarlos. Su misma
obligación es la mayor fianza de su trato, aun para barajar, que obran como quien son, y vale más pelear
con gente de bien que triunfar de gente de mal. No hay buen trato con la ruindad, porque no se halla
obligada a la entereza; por eso entre ruines nunca hay verdadera amistad, ni es de buena ley la fineza,
aunque lo parezca, porque no es en fe de la honra. Reniegue siempre de hombre sin ella, que quien no la
estima, no estima la virtud; y es la honra el trono de la entereza.
{{c|🙝🙟}}
117. ''Nunca hablar de sí.'' O se ha de alabar, que es desvanecimiento, o se ha de vituperar, que es
poquedad; y, siendo culpa de cordura en el que dice, es pena de los que oyen. Si esto se ha de evitar en la
familiaridad, mucho más en puestos sublimes, donde se habla en común, y pasa ya por necedad cualquier
apariencia de ella. El mismo inconveniente de cordura tiene el hablar de los presentes por el peligro de
dar en uno de dos escollos: de lisonja, o vituperio.
{{c|🙝🙟}}
118. ''Cobrar fama de cortés'', que basta a hacerle plausible. Es la cortesía la principal parte de la cultura,
especie de hechizo, y así concilia la gracia de todos, así como la descortesía el desprecio y enfado
universal. Si ésta nace de soberbia, es aborrecible; si de grosería, despreciable. La cortesía siempre ha de
ser más que menos, pero no igual, que degeneraría en injusticia. Tiénese por deuda entre enemigos para
que se vea su valor. Cuesta poco y vale mucho: todo honrador es honrado. La galantería y la honra tienen
esta ventaja, que se quedan: aquélla en quien la usa, ésta en quien la hace.
{{c|🙝🙟}}
119. ''No hacerse de mal querer.'' No se ha de provocar la aversión, que aun sin quererlo, ella se adelanta.
Muchos hay que aborrecen de balde, sin saber el cómo ni por qué. Previene la malevolencia a la
obligación. Es más eficaz y pronta para el daño la irascible que la concupiscible para el provecho. Afectan
algunos ponerse mal con todos, por enfadoso o por enfadado genio; y si una vez se apodera el odio, es,
como el mal concepto, dificultoso de borrar. A los hombres juiciosos los temen, a los maldicientes
aborrecen, a los presumidos asquean, a los fisgones abominan, a los singulares los dejan. Muestre, pues,
estimar para ser estimado, y el que quiere hacer casa hace caso.
{{c|🙝🙟}}
120. ''Vivir a lo práctico.'' Hasta el saber ha de ser al uso, y donde no se usa, es preciso saber hacer del
ignorante. Múdanse a tiempos el discurrir y el gustar: no se ha de discurrir a lo viejo, y se ha de gustar a
lo moderno. El gusto de las cabezas hace voto en cada orden de cosas. Ése se ha de seguir por entonces, y
adelantar a eminencia. Acomódese el cuerdo a lo presente, aunque le parezca mejor lo pasado, así en los
arreos del alma como del cuerpo. Sólo en la bondad no vale esta regla de vivir, que siempre se ha de
practicar la virtud. Desconócese ya, y parece cosa de otros tiempos el decir verdad, el guardar palabra; y
los varones buenos parecen hechos al buen tiempo, pero siempre amados; de suerte que, si algunos hay,
no se usan ni se imitan. ¡Oh, grande infelicidad del siglo nuestro, que se tenga la virtud por extraña y la
malicia por corriente! Viva el discreto como puede, si no como querría. Tenga por mejor lo que le
concedió la suerte que lo que le ha negado.
{{c|🙝🙟}}
121. ''No hacer negocio del no negocio.'' Así como algunos todo lo hacen cuento, así otros todo negocio:
siempre hablan de importancia, todo lo toman de veras, reduciéndolo a pendencia y a misterio. Pocas
cosas de enfado se han de tomar de propósito, que sería empeñarse sin él. Es trocar los puntos tomar a
pechos lo que se ha de echar a las espaldas. Muchas cosas que eran algo, dejándolas, fueron nada; y otras
que eran nada, por haber hecho caso de ellas, fueron mucho. Al principio es fácil dar fin a todo, que
después no. Muchas veces hace la enfermedad el mismo remedio, ni es la peor regla del vivir el dejar
estar.
{{c|🙝🙟}}
122. ''Señorío en el decir y en el hacer.'' Hácese mucho lugar en todas partes, y gana de antemano el
respeto. En todo influye, en el conversar, en el orar, hasta en el caminar; y aun el mirar en el querer. Es
gran victoria coger los corazones. No nace de una necia intrepidez, ni del enfadoso entretenimiento, sí en
una decente autoridad nacida del genio superior y ayudada de los méritos.
{{c|🙝🙟}}
123. ''Hombre desafectado.'' A más prendas, menos afectación, que suele ser vulgar desdoro de todas. Es
tan enfadosa a los demás cuan penosa al que la sustenta, porque vive mártir del cuidado, y se atormenta
con la puntualidad. Pierden su mérito las mismas eminencias con ella, porque se juzgan nacidas antes de
la artificiosa violencia que de la libre naturaleza, y todo lo natural fue siempre más grato que lo artificial.
Los afectados son tenidos por extranjeros en lo que afectan; cuanto mejor se hace una cosa se ha de
desmentir la industria, porque se vea que se cae de su natural la perfección. Ni por huir la afectación se ha
de dar en ella afectando el no afectar. Nunca el discreto se ha de dar por entendido de sus méritos, que el
mismo descuido despierta en los otros la atención. Dos veces es eminente el que encierra todas las
perfecciones en sí, y ninguna en su estimación; y por encontrada senda llega al término de la
plausibilidad.
{{c|🙝🙟}}
124. ''Llegar a ser deseado.'' Pocos llegaron a tanta gracia de las gentes, y si de los cuerdos, felicidad. Es
ordinaria la tibieza con los que acaban. Hay modos para merecer este premio de afición: la eminencia en
el empleo y en las prendas es segura; el agrado, eficaz. Hácese dependencia de la eminencia, de modo que
se note que el cargo le hubo menester a él, y no él al cargo; honran unos los puestos, a otros honran. No es
ventaja que le haga bueno el que sucedió malo, porque eso no es ser deseado absolutamente, sino ser el
otro aborrecido.
{{c|🙝🙟}}
125. ''No ser libro verde.'' Señal de tener gastada la fama propia es cuidar de la infamia ajena. Querrían
algunos con las manchas de los otros disimular, si no lavar, las suyas; o se consuelan, que es el consuelo
de los necios. Huéleles mal la boca a estos, que son los albañares de las inmundicias civiles. En estas
materias, el que más escarba, más se enloda. Pocos se escapan de algún achaque original, o al derecho, o
al través. No son conocidas las faltas en los poco conocidos. Huya el atento de ser registro de infamias,
que es ser un aborrecido padrón y, aunque vivo, desalmado.
{{c|🙝🙟}}
{{Capítulos|
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Aforismos (101-125)|
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Oráculo manual y arte de la prudencia: Aforismos (126-150)
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'''Aforismos (126-150)'''
126. ''No es necio el que hace la necedad, sino el que, hecha, no la sabe encubrir.'' Hanse de sellar los
afectos, ¡cuánto más los defectos! Todos los hombres yerran, pero con esta diferencia, que los sagaces
desmienten las hechas, y los necios mienten las por hacer. Consiste el crédito en el recato, más que en el
hecho, que si no es uno casto, sea cauto. Los descuidos de los grandes hombres se observan más, como
eclipses de las lumbreras mayores. Sea excepción de la amistad el no confiarla los defectos; ni aun, si ser
pudiese, a su misma identidad. Pero puédese valer aquí de aquella otra regla del vivir, que es saber
olvidar.
{{c|🙝🙟}}
127. ''El despejo en todo.'' Es vida de las prendas, aliento del decir, alma del hacer, realce de los mismos
realces. Las demás perfecciones son ornato de la naturaleza, pero el despejo lo es de las mismas
perfecciones: hasta en el discurrir se celebra. Tiene de privilegio lo más, debe al estudio lo menos, que
aun a la disciplina es superior; pasa de facilidad, y adelántase a bizarría; supone desembarazo, y añade
perfección. Sin él toda belleza es muerta, y toda gracia, desgracia. Es trascendental al valor, a la
discreción, a la prudencia, a la misma majestad. Es político atajo en el despacho, y un culto salir de todo
empeño.
{{c|🙝🙟}}
128. ''Alteza de ánimo.'' Es de los principales requisitos para héroe, porque inflama a todo género de
grandeza. Realza el gusto, engrandece el corazón, remonta el pensamiento, ennoblece la condición y
dispone la majestad. Dondequiera que se halla, se descuella, y aun tal vez, desmentida de la envidia de la
suerte, revienta por campear. Ensánchase en la voluntad, ya que en la posibilidad se violente. Reconócela
por fuente la magnanimidad, la generosidad y toda heroica prenda.
{{c|🙝🙟}}
129. ''Nunca quejarse.'' La queja siempre trae descrédito. Más sirve de ejemplar de atrevimiento a la pasión
que de consuelo a la compasión. Abre el paso a quien la oye para lo mismo, y es la noticia del agravio del
primero disculpa del segundo. Dan pie algunos con sus quejas de las ofensiones pasadas a las venideras, y
pretendiendo remedio o consuelo, solicitan la complacencia, y aun el desprecio. Mejor política es celebrar
obligaciones de unos para que sean empeños de otros, y el repetir favores de los ausentes es solicitar los
de los presentes, es vender crédito de unos a otros. Y el varón atento nunca publique ni desaires ni
defectos, sí estimaciones, que sirven para tener amigos y de contener enemigos.
{{c|🙝🙟}}
130. ''Hacer, y hacer parecer.'' Las cosas no pasan por lo que son, sino por lo que parecen. Valer y saberlo
mostrar es valer dos veces. Lo que no se ve es como si no fuese. No tiene su veneración la razón misma
donde no tiene cara de tal. Son muchos más los engañados que los advertidos: prevalece el engaño y
júzganse las cosas por fuera. Hay cosas que son muy otras de lo que parecen. La buena exterioridad es la
mejor recomendación de la perfección interior.
{{c|🙝🙟}}
131. ''Galantería de condición.'' Tienen su bizarría las almas, gallardía del espíritu, con cuyos galantes actos
queda muy airoso un corazón. No cabe en todos, porque supone magnanimidad. Primero asunto suyo es
hablar bien del enemigo, y obrar mejor. Su mayor lucimiento libra en los lances de la venganza: no se los
quita, sino que se los mejora, convirtiéndola, cuando más vencedora, en una impensada generosidad. Es
política también, y aun la gala de la razón de estado. Nunca afecta vencimientos, porque nada afecta, y
cuando los alcanza el merecimiento, los disimula la ingenuidad.
{{c|🙝🙟}}
132. ''Usar del reconsejo.'' Apelar a la revista es seguridad, y más donde no es evidente la satisfacción;
tomar tiempo, o para conceder, o para mejorarse: ofrécense nuevas razones para confirmar y corroborar el
dictamen. Si es en materia de dar, se estima más el don en fe de la cordura que en el gusto de la presteza;
siempre fue más estimado lo deseado. Si se ha de negar, queda lugar al modo, y para madurar el No, que
sea más sazonado; y las más veces, pasado aquel primer calor del deseo, no se siente después a sangre fría
el desaire del negar. A quien pide aprisa, conceder tarde, que es treta para desmentir la atención.
{{c|🙝🙟}}
133. ''Antes loco con todos que cuerdo a solas'', dicen políticos. Que si todos lo son, con ninguno perderá; y
si es sola la cordura, será tenida por locura: tanto importará seguir la corriente. Es el mayor saber a veces
no saber, o afectar no saber. Hase de vivir con otros, y los ignorantes son los más. Para vivir a solas ha de
tener o mucho de Dios o todo de bestia. Mas yo moderaría el aforismo, diciendo: antes cuerdo con los
más que loco a solas. Algunos quieren ser singulares en las quimeras.
{{c|🙝🙟}}
134. ''Doblar los requisitos de la vida.'' Es doblar el vivir. No ha de ser única la dependencia, ni se ha de
estrechar a una cosa sola, aunque singular. Todo ha de ser doblado, y más las causas del provecho, del
favor, del gusto. Es trascendente la mutabilidad de la luna, término de la permanencia, y más las cosas
que dependen de humana voluntad, que es quebradiza. Valga contra la fragilidad el retén, y sea gran regla
del arte del vivir doblar las circunstancias del bien y de la comodidad: así como dobló la naturaleza los
miembros más importantes y más arriesgados, así el arte los de la dependencia.
{{c|🙝🙟}}
135. ''No tenga espíritu de contradicción'', que es cargarse de necedad y de enfado. Conjurarse ha contra él
la cordura. Bien puede ser ingenioso el dificultar en todo, pero no se escapa de necio lo porfiado. Hacen
estos guerrilla de la dulce conversación, y así son enemigos más de los familiares que de los que no les
tratan. En el más sabroso bocado se siente más la espina que se atraviesa, y eslo la contradicción de los
buenos ratos; son necios perniciosos, que añaden lo fiera a lo bestia.
{{c|🙝🙟}}
136. ''Ponerse bien en las materias, tomar el pulso luego a los negocios.'' Vanse muchos o por las ramas de
un inútil discurrir, o por las hojas de una cansada verbosidad, sin topar con la sustancia del caso. Dan cien
vueltas rodeando un punto, cansándose y cansando, y nunca llegan al centro de la importancia. Procede de
entendimientos confusos, que no se saben desembarazar. Gastan el tiempo y la paciencia en lo que habían
de dejar, y después no la hay para lo que dejaron.
{{c|🙝🙟}}
137. ''Bástese a sí mismo el sabio.'' Él se era todas sus cosas, y llevándose a sí lo llevaba todo. Si un amigo
universal basta hacer Roma y todo lo restante del universo, séase uno ese amigo de sí propio, y podrá
vivirse a solas. )Quién le podrá hacer falta si no hay ni mayor concepto ni mayor gusto que el suyo?
Dependerá de sí solo, que es felicidad suma semejar a la entidad suma. El que puede pasar así a solas,
nada tendrá de bruto, sino mucho de sabio y todo de Dios.
{{c|🙝🙟}}
138. ''Arte de dejar estar.'' Y más cuando más revuelta la común mar, o la familiar. Hay torbellinos en el
humano trato, tempestades de voluntad; entonces es cordura retirarse al seguro puerto del dar vado.
Muchas veces empeoran los males con los remedios. Dejar hacer a la naturaleza allí, y aquí a la
moralidad. Tanto ha de saber el sabio médico para recetar como para no recetar, y a veces consiste el arte
más en el no aplicar remedios. Sea modo de sosegar vulgares torbellinos el alzar mano y dejar sosegar;
ceder al tiempo ahora será vencer después. Una fuente con poca inquietud se enturbia, ni se volverá a
serenar procurándolo, sino dejándola. No hay mejor remedio de los desconciertos que dejarlos correr, que
así caen de sí propios.
{{c|🙝🙟}}
139. ''Conocer el día aciago'', que los hay: nada saldrá bien; y, aunque se varíe el juego, pero no la mala
suerte. A dos lances convendrá conocerla y retirarse, advirtiendo si está de día o no lo está. Hasta en el
entendimiento hay vez, que ninguno supo a todas horas. Es ventura acertar a discurrir, como el escribir
bien una carta. Todas las perfecciones dependen de sazón, ni siempre la belleza está de vez; desmiéntese
la discreción a sí misma, ya cediendo, ya excediéndose; y todo para salir bien ha de estar de día. Así como
en unos todo sale mal, en otros todo bien y con menos diligencias. Todo se lo halla uno hecho: el ingenio
está de vez, el genio de temple, y todo de estrella. Entonces conviene lograrla y no desperdiciar la menor
partícula. Pero el varón juicioso no por un azar que vio sentencie definitivamente de malo, ni al contrario,
de bueno, que pudo ser aquello desazón y esto ventura.
{{c|🙝🙟}}
140. ''Topar luego con lo bueno en cada cosa.'' Es dicha del buen gusto. Va luego la abeja a la dulzura para
el panal, y la víbora a la amargura para el veneno. Así los gustos, unos a lo mejor y otros a lo peor. No
hay cosa que no tenga algo bueno, y más si es libro, por lo pensado. Es, pues, tan desgraciado el genio de
algunos, que entre mil perfecciones toparán con solo un defecto que hubiere, y ese lo censuran y lo
celebran: recogedores de las inmundicias de voluntades y de entendimientos, cargando de notas, de
defectos, que es más castigo de su mal delecto que empleo de su sutileza. Pasan mala vida, pues siempre
se ceban de amarguras y hacen pasto de imperfecciones. Más feliz es el gusto de otros que, entre mil
defectos, toparán luego con una sola perfección que se le cayó a la ventura.
{{c|🙝🙟}}
141. ''No escucharse.'' Poco aprovecha agradarse a sí, si no contenta a los demás, y de ordinario castiga el
desprecio común la satisfacción particular. Débese a todos el que se paga de sí mismo. Querer hablar y
oírse no sale bien; y si hablarse a solas es locura, escucharse delante de otros será doblada. Achaque de
señores es hablar con el bordón, del ")digo algo?" y aquel ")eh?" que aporrea a los que escuchan. A cada
razón orejean la aprobación o la lisonja, apurando la cordura. También los hinchados hablan con eco, y
como su conversación va en chapines de entono, a cada palabra solicita el enfadoso socorro del necio
"¡bien dicho!"
{{c|🙝🙟}}
142. ''Nunca por tema seguir el peor partido'', porque el contrario se adelantó y escogió el mejor. Ya
comienza vencido, y así será preciso ceder desairado. Nunca se vengará bien con el mal. Fue astucia del
contrario anticiparse a lo mejor, y necedad suya oponérsele tarde con lo peor. Son estos porfiados de obra
más empeñados que los de palabra, cuanto va más riesgo del hacer al decir. Vulgaridad de temáticos, no
reparar en la verdad, por contradecir, ni en la utilidad, por litigar. El atento siempre está de parte de la
razón, no de la pasión, o anticipándose antes o mejorándose después; que si es necio el contrario, por el
mismo caso mudará de rumbo, pasándose a la contraria parte, con que empeorará de partido. Para echarle
de lo mejor es único remedio abrazarlo propio, que su necedad le hará dejarlo y su tema le será despeño.
{{c|🙝🙟}}
143. ''No dar en paradojo por huir de vulgar'', los dos extremos son del descrédito. Todo asunto que desdice
de la gravedad es ramo de necedad. Lo paradojo es un cierto engaño plausible a los principios, que admira
por lo nuevo y por lo picante; pero después con el desengaño del salir tan mal queda muy desairado. Es
especie de embeleco, y en materias políticas, ruina de los estados. Los que no pueden llegar o no se
atreven a lo heroico por el camino de la virtud, echan por lo paradojo, admirando necios y sacando
verdaderos a muchos cuerdos. Arguye destemplanza en el dictamen, y por eso tan opuesto a la prudencia;
y si tal vez no se funda en lo falso, por lo menos en lo incierto, con gran riesgo de la importancia.
{{c|🙝🙟}}
144. ''Entrar con la ajena para salir con la suya.'' Es estratagema del conseguir. Aun en las materias del cielo
encargan esta santa astucia los cristianos maestros. Es un importante disimulo, porque sirve de cebo la
concebida utilidad para coger una voluntad: parécele que va delante la suya, y no es más de para abrir
camino a la pretensión ajena. Nunca se ha de entrar a lo desatinado, y más donde hay fondo de peligro.
También con personas cuya primera palabra suele ser el No conviene desmentir el tiro, porque no se
advierta la dificultad del conceder, mucho más cuando se presiente la aversión. Pertenece este aviso a los
de segunda intención, que todos son de la quinta sutileza.
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145. ''No descubrir el dedo malo'', que todo topará allí. No quejarse de él, que siempre sacude la malicia
adonde le duele a la flaqueza. No servirá el picarse uno sino de picar el gusto al entretenimiento. Va
buscando la mala intención el achaque de hacer saltar: arroja varillas para hallarle el sentimiento, hará la
prueba de mil modos hasta llegar al vivo. Nunca el atento se dé por entendido, ni descubra su mal, o
personal o heredado, que hasta la fortuna se deleita a veces de lastimar donde más ha de doler. Siempre
mortifica en lo vivo; por esto no se ha de descubrir, ni lo que mortifica, ni lo que vivifica: uno para que se
acabe, otro para que dure.
{{c|🙝🙟}}
146. ''Mirar por dentro.'' Hállanse de ordinario ser muy otras las cosas de lo que parecían; y la ignorancia
que no pasó de la corteza se convierte en desengaño cuando se penetra al interior. La mentira es siempre
la primera en todo, arrastra necios por vulgaridad continuada. La verdad siempre llega la última, y tarde,
cojeando con el tiempo; resérvanle los cuerdos la otra mitad de la potencia que sabiamente duplicó la
común madre. Es el engaño muy superficial, y topan luego con él los que lo son. El acierto vive retirado a
su interior para ser más estimado de sus sabios y discretos.
{{c|🙝🙟}}
147. ''No ser inaccesible.'' Ninguno hay tan perfecto, que alguna vez no necesite de advertencia. Es
irremediable de necio el que no escucha; el más exento ha de dar lugar al amigable aviso, ni la soberanía
ha de excluir la docilidad. Hay hombres irremediables por inaccesibles, que se despeñan porque nadie osa
llegar a detenerlos. El más entero ha de tener una puerta abierta a la amistad, y será la del socorro; ha de
tener lugar un amigo para poder con desembarazo avisarle, y aun castigarle. La satisfacción le ha de poner
en esta autoridad, y el gran concepto de su fidelidad y prudencia. No a todos se les ha de facilitar el
respeto, ni aun el crédito; pero tenga en el retrete de su recato un fiel espejo de un confidente a quien deba
y estime la corrección en el desengaño.
{{c|🙝🙟}}
148. ''Tener el arte de conversar'', en que se hace muestra de ser persona. En ningún ejercicio humano se
requiere más la atención, por ser el más ordinario del vivir. Aquí es el perderse o el ganarse; que si es
necesaria la advertencia para escribir una carta, con ser conversación de pensado, y por escrito, ¡cuánto
más en la ordinaria, donde se hace examen pronto de la discreción! Toman los peritos el pulso al ánimo
en la lengua, y en fe de ella dijo el Sabio: "Habla, si quieres que te conozca". Tienen algunos por arte en
la conversación el ir sin ella, que ha de ser holgada, como el vestir, entiéndese entre muy amigos; que
cuando es de respeto ha de ser más sustancial, y que indique la mucha sustancia de la persona. Para
acertarse se ha de ajustar al genio y al ingenio de los que tercian. No ha de afectar el ser censor de las
palabras, que será tenido por gramático, ni menos fiscal de las razones, que le hurtarán todos el trato y le
vedarán la comunicación. La discreción en el hablar importa más que la elocuencia.
{{c|🙝🙟}}
149. ''Saber declinar a otro los males.'' Tener escudos contra la malevolencia, gran treta de los que
gobiernan. No nace de incapacidad, como la malicia piensa, sí de industria superior, tener en quien
recaiga la censura de los desaciertos, y el castigo común de la murmuración. No todo puede salir bien, ni
a todos se puede contentar. Haya, pues, un testa de yerros, terrero de infelicidades, a costa de su misma
ambición.
{{c|🙝🙟}}
150. ''Saber vender sus cosas.'' No basta la intrínseca bondad de ellas, que no todos muerden la sustancia, ni
miran por dentro. Acuden los más adonde hay concurso, van porque ven ir a otros. Es gran parte del
artificio saber acreditar: unas veces celebrando, que la alabanza es solicitadora del deseo; otras, dando
buen nombre, que es un gran modo de sublimar, desmintiendo siempre la afectación. El destinar para
solos los entendidos es picón general, porque todos se lo piensan, y cuando no, la privación espoleará el
deseo. Nunca se han de acreditar de fáciles, ni de comunes, los asuntos, que más es vulgarizarlos que
facilitarlos; todos pican en lo singular por más apetecible, tanto al gusto como al ingenio.
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[[Or%C3%A1culo_manual_y_arte_de_la_prudencia: Aforismos (101-125)|Aforismos (101-125)]]|
Aforismos (126-150)|
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[[Categoría:Oráculo manual y arte de la prudencia]]
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Oráculo manual y arte de la prudencia: Aforismos (151-175)
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'''Aforismos (151-175)'''
151. ''Pensar anticipado'': hoy para mañana, y aun para muchos días. La mayor providencia es tener horas
de ella; para prevenidos no hay acasos, ni para apercibidos aprietos. No se ha de aguardar el discurrir para
el ahogo, y ha de ir de antemano; prevenga con la madurez del reconsejo el punto más crudo. Es la
almohada Sibila muda, y el dormir sobre los puntos vale más que el desvelarse debajo de ellos. Algunos
obran y después piensan: aquello más es buscar excusas que consecuencias. Otros, ni antes ni después.
Toda la vida ha de ser pensar para acertar el rumbo: el reconsejo y providencia dan arbitrio de vivir
anticipado.
{{c|🙝🙟}}
152. ''Nunca acompañarse con quien le pueda deslucir'', tanto por más cuanto por menos. Lo que excede en
perfección excede en estimación. Hará el otro el primer papel siempre, y él el segundo; y si le alcanzare
algo de aprecio, serán las sobras de aquel. Campea la luna, mientras una, entre las estrellas; pero en
saliendo el sol, o no parece o desaparece. Nunca se arrime a quien le eclipse, sino a quien le realce. De
esta suerte pudo parecer hermosa la discreta Fabula de Marcial, y lució entre la fealdad o el desaliño de
sus doncellas. Tampoco ha de peligrar de mal de lado, ni honrar a otros a costa de su crédito. Para
hacerse, vaya con los eminentes; para hecho, entre los medianos.
{{c|🙝🙟}}
153. ''Huya de entrar a llenar grandes vacíos''. Y, si se empeña, sea con seguridad del exceso. Es menester
doblar el valor para igualar al del pasado. Así como es ardid, que el que se sigue sea tal que le haga
deseado, así es sutileza que el que acabó no le eclipse. Es dificultoso llenar un gran vacío, porque siempre
lo pasado pareció mejor; y aun la igualdad no bastará, porque está en posesión de primero. Es, pues,
necesario añadir prendas para echar a otro de su posesión en el mayor concepto.
{{c|🙝🙟}}
154. ''No ser fácil'': ni en creer, ni en querer. Conócese la madurez en la espera de la credulidad: es muy
ordinario el mentir, sea extraordinario el creer. El que ligeramente se movió hállase después corrido; pero
no se ha de dar a entender la duda de la fe ajena, que pasa de descortesía a agravio, porque se le trata al
que contesta de engañador o engañado. Y aun no es ése el mayor inconveniente, cuanto que el no creer es
indicio del mentir; porque el mentiroso tiene dos males, que ni cree ni es creído. La suspensión del juicio
es cuerda en el que oye, y remítase de fe al autor aquel que dice: "También es especie de imprudencia la
facilidad en el querer"; que, si se miente con la palabra, también con las cosas, y es más pernicioso este
engaño por la obra.
{{c|🙝🙟}}
155. ''Arte en el apasionarse''. Si es posible, prevenga la prudente reflexión la vulgaridad del ímpetu. No le
será dificultoso al que fuere prudente. El primer paso del apasionarse es advertir que se apasiona, que es
entrar con señorío del afecto, tanteando la necesidad hasta tal punto de enojo, y no más. Con esta superior
refleja entre y salga en una ira. Sepa parar bien, y a su tiempo, que lo más dificultoso del correr está en el
parar. Gran prueba de juicio conservarse cuerdo en los trances de locura. Todo exceso de pasión degenera
de lo racional; pero con esta magistral atención nunca atropellará la razón, ni pisará los términos de la
sindéresis. Para saber hacer mal a una pasión es menester ir siempre con la rienda en la atención, y será el
primer cuerdo a caballo, si no el último.
{{c|🙝🙟}}
156. ''Amigos de elección''. Que lo han de ser a examen de la discreción y a prueba de la fortuna, graduados
no sólo de la voluntad, sino del entendimiento. Y con ser el más importante acierto del vivir, es el menos
asistido del cuidado. Obra el entremetimiento en algunos, y el acaso en los más. Es definido uno por los
amigos que tiene, que nunca el sabio concordó con ignorantes; pero el gustar de uno no arguye intimidad,
que puede proceder más del buen rato de su graciosidad que de la confianza de su capacidad. Hay
amistades legítimas y otras adulterinas: éstas para la delectación, aquéllas para la fecundidad de aciertos.
Hállanse pocos de la persona, y muchos de la fortuna. Más aprovecha un buen entendimiento de un amigo
que muchas buenas voluntades de otros. Haya, pues, elección, y no suerte. Un sabio sabe excusar pesares,
y el necio amigo los acarrea. Ni desearles mucha fortuna, si no los quiere perder.
{{c|🙝🙟}}
157. ''No engañarse en las personas'', que es el peor y más fácil engaño. Más vale ser engañado en el precio
que en la mercadería; ni hay cosa que más necesite de mirarse por dentro. Hay diferencia entre el entender
las cosas y conocer las personas; y es gran filosofía alcanzar los genios y distinguir los humores de los
hombres. Tanto es menester tener estudiados los sujetos como los libros.
{{c|🙝🙟}}
158. ''Saber usar de los amigos''. Hay en esto su arte de discreción; unos son buenos para de lejos, y otros
para de cerca; y el que tal vez no fue bueno para la conversación lo es para la correspondencia. Purifica la
distancia algunos defectos que eran intolerables a la presencia. No sólo se ha de procurar en ellos
conseguir el gusto, sino la utilidad, que ha de tener las tres calidades del bien, otros dicen las del ente:
uno, bueno y verdadero, porque el amigo es todas las cosas. Son pocos para buenos, y el no saberlos
elegir los hace menos. Saberlos conservar es más que el hacerlos amigos. Búsquense tales que hayan de
durar, y aunque al principio sean nuevos, baste para satisfacción que podrán hacerse viejos.
Absolutamente los mejores los muy salados, aunque se gaste una fanega en la experiencia. No hay
desierto como vivir sin amigos. La amistad multiplica los bienes y reparte los males, es único remedio
contra la adversa fortuna y un desahogo del alma.
{{c|🙝🙟}}
159. ''Saber sufrir necios''. Las sabios siempre fueron mal sufridos, que quien añade ciencia añade
impaciencia. El mucho conocer es dificultoso de satisfacer. La mayor regla del vivir, según Epicteto, es el
sufrir, y a esto redujo la mitad de la sabiduría. Si todas las necedades se han de tolerar, mucha paciencia
será menester. A veces sufrimos más de quien más dependemos, que importa para el ejercicio del
vencerse. Nace del sufrimiento la inestimable paz, que es la felicidad de la tierra. Y el que no se hallare
con ánimo de sufrir apele al retiro de sí mismo, si es que aun a sí mismo se ha de poder tolerar.
{{c|🙝🙟}}
160. ''Hablar de atento'': con los émulos, por cautela; con los demás, por decencia. Siempre hay tiempo para
enviar la palabra, pero no para volverla. Hase de hablar como en testamento, que a menos palabras,
menos pleitos. En lo que no importa se ha de ensayar uno para lo que importare. La arcanidad tiene visos
de divinidad. El fácil a hablar cerca está de ser vencido y convencido.
{{c|🙝🙟}}
161. ''Conocer los defectos dulces''. El hombre más perfecto no se escapa de algunos, y se casa o se
amanceba con ellos. Haylos en el ingenio, y mayores en el mayor, o se advierten más. No porque no los
conozca el mismo sujeto, sino porque los ama. Dos males juntos: apasionarse y por vicios. Son lunares de
la perfección, ofenden tanto a los de afuera cuanto a los mismos les suenan bien. Aquí es el gallardo
vencerse y dar esta felicidad a los demás realces; todos topan allí, y cuando avían de celebrar lo mucho
bueno que admiran, se detienen donde reparan, afeando aquello por desdoro de las demás prendas.
{{c|🙝🙟}}
162. ''Saber triunfar de la emulación y malevolencia''. Poco es ya el desprecio, aunque prudente; más es la
galantería. No hay bastante aplauso a un decir bien del que dice mal. No hay venganza más heroica que
con méritos y prendas, que vencen y atormentan a la envidia. Cada felicidad es un apretón de cordeles al
mal afecto, y es un infierno del émulo la gloria del emulado. Este castigo se tiene por el mayor: haber
veneno de la felicidad. No muere de una vez el envidioso, sino tantas cuantas vive a voces de aplausos el
envidiado, compitiendo la perenidad de la fama del uno con la penalidad del otro. Es inmortal este para
sus glorias y aquel para sus penas. El clarín de la fama, que toca a inmortalidad al uno, publica muerte
para el otro, sentenciándole al suspendio de tan envidiosa suspensión.
{{c|🙝🙟}}
163. ''Nunca por la compasión del infeliz se ha de incurrir en la desgracia del afortunado''. Es desventura
para unos la que suele ser ventura para otros, que no fuera uno dichoso si no fueran muchos otros
desdichados. Es propio de infelices conseguir la gracia de las gentes, que quiere recompensar ésta con su
favor inútil los disfavores de la fortuna; y viose tal vez que el que en la prosperidad fue aborrecido de
todos, en la adversidad compadecido de todos: trocóse la venganza de ensalzado en compasión de caído.
Pero el sagaz atienda al barajar de la suerte. Hay algunos que nunca van sino con los desdichados, y
ladean hoy por infeliz al que huyeron ayer por afortunado. Arguye tal vez nobleza del natural, pero no
sagacidad.
{{c|🙝🙟}}
164. ''Echar al aire algunas cosas''. Para examinar la aceptación, un ver cómo se reciben, y más las
sospechosas de acierto y de agrado. Asegúrase el salir bien, y queda lugar o para el empeño o para el
retiro. Tantéanse las voluntades de esta suerte, y sabe el atento dónde tiene los pies: prevención máxima
del pedir, del querer y del gobernar.
{{c|🙝🙟}}
165. ''Hacer buena guerra''. Puédenle obligar al cuerdo a hacerla, pero no mala. Cada uno ha de obrar como
quien es, no como le obligan. Es plausible la galantería en la emulación. Hase de pelear no sólo para
vencer en el poder, sino en el modo. Vencer a lo ruin no es victoria, sino rendimiento. Siempre fue
superioridad la generosidad. El hombre de bien nunca se vale de armas vedadas, y sonlo las de la amistad
acabada para el odio comenzado, que no se ha de valer de la confianza para la venganza; todo lo que
huele a traición infecciona el buen nombre. En personajes obligados se extraña más cualquier átomo de
bajeza; han de distar mucho la nobleza de la vileza. Préciese de que si la galantería, la generosidad y la
fidelidad se perdiesen en el mundo se avían de buscar en su pecho.
{{c|🙝🙟}}
166. ''Diferenciar el hombre de palabras del de obras''. Es única precisión, así como la del amigo, de la
persona, o del empleo, que son muy diferentes. Malo es, no teniendo palabra buena, no tener obra mala;
peor, no teniendo palabra mala, no tener obra buena. Ya no se come de palabras, que son viento, ni se
vive de cortesías, que es un cortés engaño. Cazar las aves con luz es el verdadero encandilar. Los
desvanecidos se pagan del viento; las palabras han de ser prendas de las obras, y así han de tener el valor.
Los árboles que no dan fruto, sino hojas, no suelen tener corazón. Conviene conocerlos, unos para
provecho, otros para sombra.
{{c|🙝🙟}}
167. ''Saberse ayudar''. No hay mejor compañía en los grandes aprietos que un buen corazón; y, cuando
flaqueare, se ha de suplir de las partes que le están cerca. Hácensele menores los afanes a quien se sabe
valer. No se rinda a la fortuna, que se le acabará de hacer intolerable. Ayúdanse poco algunos en sus
trabajos, y dóblanlos con no saberlos llevar. El que ya se conoce socorre con la consideración a su
flaqueza, y el discreto de todo sale con victoria, hasta de las estrellas.
{{c|🙝🙟}}
168. ''No dar en monstruo de la necedad''. Sonlo todos los desvanecidos, presuntuosos, porfiados,
caprichosos, persuadidos, extravagantes, figureros, graciosos, noveleros, paradojos, sectarios y todo
género de hombres destemplados; monstruos todos de la impertinencia. Toda monstruosidad del ánimo es
más deforme que la del cuerpo, porque desdice de la belleza superior. Pero )quién corregirá tanto
desconcierto común? Donde falta la sindéresis, no queda lugar para la dirección, y la que había de ser
observación refleja de la irrisión, es una mal concebida presunción de aplauso imaginado.
{{c|🙝🙟}}
169. ''Atención a no errar una, más que a acertar ciento''. Nadie mira al sol resplandeciente, y todos
eclipsado. No le contará la nota vulgar las que acertare, sino las que errare. Más conocidos son los malos
para murmurados que los buenos para aplaudidos. Ni fueron conocidos muchos hasta que delinquieron, ni
bastan todos los aciertos juntos a desmentir un solo y mínimo desdoro. Y desengáñese todo hombre, que
le serán notadas todas las malas, pero ninguna buena, de la malevolencia.
{{c|🙝🙟}}
170. ''Usar del retén en todas las cosas''. Es asegurar la importancia. No todo el caudal se ha de emplear, ni
se han de sacar todas las fuerzas cada vez; aun en el saber ha de haber resguardo, que es un doblar las
perfecciones. Siempre ha de haber a que apelar en un aprieto de salir mal; más obra el socorro que el
acometimiento, porque es de valor y de crédito. El proceder de la cordura siempre fue al seguro. Y aun en
este sentido es verdadera aquella paradoja picante: más es la mitad que el todo.
{{c|🙝🙟}}
171. ''No gastar el favor''. Los amigos grandes son para las grandes ocasiones. No se ha de emplear la
confianza mucha en cosas pocas, que sería desperdicio de la gracia. La sagrada áncora se reserva siempre
para el último riesgo. Si en lo poco se abusa de lo mucho, )qué quedará para después? No hay cosa que
más valga que los valedores, ni más preciosa hoy que el favor: hace y deshace en el mundo hasta dar
ingenio o quitarlo. A los sabios lo que les favorecieron naturaleza y fama les envidió la fortuna. Más es
saber conservar las personas y tenerlas que los haberes.
{{c|🙝🙟}}
172. ''No empeñarse con quien no tiene qué perder''. Es reñir con desigualdad. Entra el otro con
desembarazo porque trae hasta la vergüenza perdida; remató con todo, no tiene más que perder, y así se
arroja a toda impertinencia. Nunca se ha de exponer a tan cruel riesgo la inestimable reputación; costó
muchos años de ganar, y viene a perderse en un punto de un puntillo: hiela un desaire mucho lucido
sudor. Al hombre de obligaciones hácele reparar el tener mucho que perder. Mirando por su crédito, mira
por el contrario, y como se empeña con atención, procede con tal detención, que da tiempo a la prudencia
para retirarse con tiempo y poner en cobro el crédito. Ni con el vencimiento se llegará a ganar lo que se
perdió ya con el exponerse a perder.
{{c|🙝🙟}}
173. ''No ser de vidrio en el trato''. Y menos en la amistad. Quiebran algunos con gran facilidad,
descubriendo la poca consistencia; llénanse a sí mismos de ofensión, a los demás de enfado. Muestran
tener la condición más niña que las de los ojos, pues no permite ser tocada, ni de burlas ni de veras.
Oféndenla las motas, que no son menester ya notas. Han de ir con grande tiento los que los tratan,
atendiendo siempre a sus delicadezas; guárdanles los aires, porque el más leve desaire les desazona. Son
estos ordinariamente muy suyos, esclavos de su gusto, que por él atropellarán con todo, idólatras de su
honrilla. La condición del amante tiene la mitad de diamante en el durar y en el resistir.
{{c|🙝🙟}}
174. ''No vivir a prisa''. El saber repartir las cosas es saberlas gozar. A muchos les sobra la vida y se les
acaba la felicidad. Malogran los contentos, que no los gozan, y querrían después volver atrás, cuando se
hallan tan adelante. Postillones del vivir, que a más del común correr del tiempo, añaden ellos su
atropellamiento genial. Querrían devorar en un día lo que apenas podrán digerir en toda la vida. Viven
adelantados en las felicidades, cómense los años por venir y, como van con tanta prisa, acaban presto con
todo. Aun en el querer saber ha de haber modo para no saber las cosas mal sabidas. Son más los días que
las dichas: en el gozar, a espacio; en el obrar, a prisa. Las hazañas bien están, hechas; los contentos, mal,
acabados.
{{c|🙝🙟}}
175. ''Hombre sustancial''. Y el que lo es no se paga de los que no lo son. Infeliz es la eminencia que no se
funda en la sustancia. No todos los que lo parecen son hombres: haylos de embuste, que conciben de
quimera y paren embelecos; y hay otros sus semejantes que los apoyan y gustan más de lo incierto que
promete un embuste, por ser mucho, que de lo cierto que asegura una verdad, por ser poco. Al cabo, sus
caprichos salen mal, porque no tienen fundamento de entereza. Sola la verdad puede dar reputación
verdadera, y la sustancia entra en provecho. Un embeleco ha menester otros muchos, y así toda la fábrica
es quimera, y como se funda en el aire es preciso venir a tierra: nunca llega a viejo un desconcierto; el ver
lo mucho que promete basta hacerlo sospechoso, así como lo que prueba demasiado es imposible.
{{c|🙝🙟}}
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Oráculo manual y arte de la prudencia: Aforismos (176-200)
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'''Aforismos (176-200)'''
176. ''Saber, o escuchar a quien sabe''. Sin entendimiento no se puede vivir, o propio, o prestado; pero hay
muchos que ignoran que no saben y otros que piensan que saben, no sabiendo. Achaques de necedad son
irremediables, que como los ignorantes no se conocen, tampoco buscan lo que les falta. Serían sabios
algunos si no creyesen que lo son. Con esto, aunque son raros los oráculos de cordura, viven ociosos,
porque nadie los consulta. No disminuye la grandeza ni contradice a la capacidad el aconsejarse. Antes, el
aconsejarse bien la acredita. Debata en la razón para que no le combata la desdicha.
{{c|🙝🙟}}
177. ''Excusar llanezas en el trato''. Ni se han de usar, ni se han de permitir. El que se allana pierde luego la
superioridad que le daba su entereza, y tras ella la estimación. Los astros, no rozándose con nosotros, se
conservan en su esplendor. La divinidad solicita decoro; toda humanidad facilita el desprecio. Las cosas
humanas, cuanto se tienen más, se tienen en menos, porque con la comunicación se comunican las
imperfecciones que se encubrían con el recato. Con nadie es conveniente el allanarse: no con los mayores,
por el peligro, ni con los inferiores, por la indecencia; menos con la villanía, que es atrevida por lo necio,
y no reconociendo el favor que se le hace, presume obligación. La facilidad es ramo de vulgaridad.
{{c|🙝🙟}}
178. ''Creer al corazón''. Y más cuando es de prueba. Nunca le desmienta, que suele ser pronóstico de lo que
más importa: oráculo casero. Perecieron muchos de lo que se temían; mas ¿de qué sirvió el temerlo sin el
remediarlo? Tienen algunos muy leal el corazón, ventaja del superior natural, que siempre los previene, y
toca a infelicidad para el remedio. No es cordura salir a recibir los males, pero sí el salirles al encuentro
para vencerlos.
{{c|🙝🙟}}
179. ''La retentiva es el sello de la capacidad''. Pecho sin secreto es carta abierta. Donde hay fondo están los
secretos profundos, que hay grandes espacios y ensenadas donde se hundenlas cosas de monta. Procede
de un gran señorío de sí, y el vencerse en esto es el verdadero triunfar. A tantos pagan pecho a cuantos se
descubre. En la templanza interior consiste la salud de la prudencia. Los riesgos de la retentiva son la
ajena tentativa: el contradecir para torcer; el tirar varillas para hacer saltar aquí el atento más cerrado. Las
cosas que se han de hacer no se han de decir, y las que se han de decir no se han de hacer.
{{c|🙝🙟}}
180. ''Nunca regirse por lo que el enemigo había de hacer''. El necio nunca hará lo que el cuerdo juzga,
porque no alcanza lo que conviene; si es discreto, tampoco, porque querrá desmentirle el intento
penetrado, y aun prevenido. Hanse de discurrir las materias por entrambas partes, y revolverse por el uno
y otro lado, disponiéndolas a dos vertientes. Son varios los dictámenes: esté atenta la indiferencia, no
tanto para lo que será cuanto para lo que puede ser.
{{c|🙝🙟}}
181. ''Sin mentir, no decir todas las verdades''. No hay cosa que requiera más tiento que la verdad, que es un
sangrarse del corazón. Tanto es menester para saberla decir como para saberla callar. Piérdese con sola
una mentira todo el crédito de la entereza. Es tenido el engañado por falto y el engañador por falso, que es
peor. No todas las verdades se pueden decir: unas porque me importan a mí, otras porque al otro.
{{c|🙝🙟}}
182. ''Un grano de audacia con todos es importante cordura''. Hase de moderar el concepto de los otros para
no concebir tan altamente de ellos que les tema; nunca rinda la imaginación al corazón. Parecen mucho
algunos hasta que se tratan, pero el comunicarlos más sirvió de desengaño que de estimación. Ninguno
excede los cortos límites de hombre. Todos tienen su si no, unos en el ingenio, otros en el genio. La
dignidad da autoridad aparente, pocas veces la acompaña la personal, que suele vengar la suerte la
superioridad del cargo en la inferioridad de los méritos. La imaginación se adelanta siempre y pinta las
cosas mucho más de lo que son. No sólo concibe lo que hay, sino lo que pudiera haber. Corríjala la razón,
tan desengañada a experiencias. Pero ni la necedad ha de ser atrevida ni la virtud temerosa. Y si a la
simplicidad le valió la confianza, ¡cuánto más al valer y al saber!
{{c|🙝🙟}}
183. ''No aprender fuertemente''. Todo necio es persuadido, y todo persuadido necio; y cuanto más erróneo
su dictamen, es mayor su tenacidad. Aun en caso de evidencia, es ingenuidad el ceder, que no se ignora la
razón que tuvo y se conoce la galantería que tiene. Más se pierde con el arrimamiento que se puede ganar
con el vencimiento; no es defender la verdad, sino la grosería. Hay cabezas de hierro dificultosas de
convencer, con extremo irremediable; cuando se junta lo caprichoso con lo persuadido, cásanse
indisolublemente con la necedad. El tesón ha de estar en la voluntad, no en el juicio. Aunque hay casos de
excepción, para no dejarse perder y ser vencido dos veces: una en el dictamen, otra en la ejecución.
{{c|🙝🙟}}
184. ''No ser ceremonial'', que aun en un rey la afectación en esto fue solemnizada por singularidad. Es
enfadoso el puntoso, y hay naciones tocadas de esta delicadeza. El vestido de la necedad se cose de estos
puntos, idólatras de su honra, y que muestran que se funda sobre poco, pues se temen que todo la pueda
ofender. Bueno es mirar por el respeto, pero no sea tenido por gran maestro de cumplimientos. Bien es
verdad que el hombre sin ceremonias necesita de excelentes virtudes. Ni se ha de afectar ni se ha de
despreciar la cortesía. No muestra ser grande el que repara en puntillos.
{{c|🙝🙟}}
185. ''Nunca exponer el crédito a prueba de sola una vez'', que, si no sale bien aquella, es irreparable el
daño. Es muy contingente errar una, y más la primera. No siempre está uno de ocasión, que por eso se
dijo "estar de día". Afiance, pues, la segunda a la primera, si se errare; y si se acertare, será la primera
desempeño de la segunda. Siempre ha de haber recurso a la mejoría, y apelación a más. Dependen las
cosas de contingencias, y de muchas, y así es rara la felicidad del salir bien.
{{c|🙝🙟}}
186. ''Conocer los defectos'', por más autorizados que estén. No desconozca la entereza el vicio, aunque se
revista de brocado; corónase tal vez de oro, pero no por eso puede disimular el yerro. No pierde la
esclavitud de su vileza aunque se desmienta con la nobleza del sujeto; bien pueden estar los vicios
realzados, pero no son realces. Ven algunos que aquel héroe tuvo aquel accidente, pero no ven que no fue
héroe por aquello. Es tan retórico el ejemplo superior, que aun las fealdades persuade; hasta las del rostro
afectó tal vez la lisonja, no advirtiendo que, si en la grandeza se disimulan, en la bajeza se abominan.
{{c|🙝🙟}}
187. ''Todo lo favorable obrarlo por sí; todo lo odioso, por terceros''. Con lo uno se concilia la afición, con
lo otro se declina la malevolencia. Mayor gusto es hacer bien que recibirlo para grandes hombres, que es
felicidad de su generosidad. Pocas veces se da disgusto a otro sin tomarlo, o por compasión o por
repasión. Las causas superiores no obran sin el premio o el apremio. Influya inmediatamente el bien y
mediatamente el mal. Tenga donde den los golpes del descontento, que son el odio y la murmuración.
Suele ser la rabia vulgar como la canina, que, desconociendo la causa de su daño, revuelve contra el
instrumento, y aunque este no tenga la culpa principal, padece la pena de inmediato.
{{c|🙝🙟}}
188. ''Traer que alabar''. Es crédito del gusto, que indica tenerlo hecho a lo muy bueno, y que se le debe la
estimación de lo de acá. Quien supo conocer antes la perfección, sabrá estimarla después. Da materia a la
conversación y a la imitación, adelantando las plausibles noticias. Es un político modo de vender la
cortesía a las perfecciones presentes. Otros, al contrario, traen siempre que vituperar, haciendo lisonja a lo
presente con el desprecio de lo ausente. Sáleles bien con los superficiales, que no advierten la treta del
decir mucho mal de unos con otros. Hacen política algunos de estimar más las medianías de hoy que los
extremos de ayer. Conozca el atento estas sutilezas del llegar, y no le cause desmayo la exageración del
uno ni engreimiento la lisonja del otro; y entienda que del mismo modo proceden en las unas partes que
en las otras: truecan los sentidos y ajustánse siempre al lugar en que se hallan.
{{c|🙝🙟}}
189. ''Valerse de la privación ajena''. Que si llega a deseo, es el más eficaz torcedor. Dijeron ser nada los
filósofos, y ser el todo los políticos: estos la conocieron mejor. Hacen grada unos, para alcanzar sus fines,
del deseo de los otros. Válense de la ocasión, y con la dificultad de la consecución irrítanle el apetito.
Prométense más del conato de la pasión que de la tibieza de la posesión; y al paso que crece la
repugnancia, se apasiona más el deseo. Gran sutileza del conseguir el intento: conservar las dependencias.
{{c|🙝🙟}}
190. ''Hallar el consuelo en todo''. Hasta de inútiles lo es el ser eternos. No hay afán sin conorte: los necios
le tienen en ser venturosos, y también se dijo "Ventura de fea". Para vivir mucho es arbitrio valer poco; la
vasija quebrantada es la que nunca se acaba de romper, que enfada con su durar. Parece que tiene envidia
la fortuna a las personas más importantes, pues iguala la duración con la inutilidad de las unas y la
importancia con la brevedad de las otras: faltarán cuantos importaren y permanecerá eterno el que es de
ningún provecho, ya porque lo parece, ya porque realmente es así. Al desdichado parece que se conciertan
en olvidarle la suerte y la muerte.
{{c|🙝🙟}}
191. ''No pagarse de la mucha cortesía'', que es especie de engaño. No necesitan algunos para hechizar de
las yerbas de Tesalia, que con sólo el buen aire de una gorra encantan necios, digo desvanecidos. Hacen
precio de la honra y pagan con el viento de unas buenas palabras. Quien lo promete todo, promete nada, y
el prometer es desliz para necios. La cortesía verdadera es deuda; la afectada, engaño, y más la desusada:
no es decencia, sino dependencia. No hacen la reverencia a la persona, sino a la fortuna; y la lisonja, no a
las prendas que reconoce, sino a las utilidades que espera.
{{c|🙝🙟}}
192. ''Hombre de gran paz, hombre de mucha vida''. Para vivir, dejar vivir. No sólo viven los pacíficos, sino
que reinan. Hase de oír y ver, pero callar. El día sin pleito hace la noche soñolienta. Vivir mucho y vivir
con gusto es vivir por dos, y fruto de la paz. Todo lo tiene a quien no se le da nada de lo que no le
importa. No hay mayor despropósito que tomarlo todo de propósito. Igual necedad que le pase el corazón
a quien no le toca, y que no le entre de los dientes adentro a quien le importa.
{{c|🙝🙟}}
193. ''Atención al que entra con la ajena por salir con la suya''. No hay reparo para la astucia como la
advertencia. Al entendido, un buen entendedor. Hacen algunos ajeno el negocio propio, y sin la
contracifra de intenciones se halla a cada paso empeñado uno en sacar del fuego el provecho ajeno con
daño de su mano.
{{c|🙝🙟}}
194. ''Concebir de sí y de sus cosas cuerdamente''. Y más al comenzar a vivir. Conciben todos altamente de
sí, y más los que menos son. Suéñase cada uno su fortuna y se imagina un prodigio. Empéñase
desatinadamente la esperanza, y después nada cumple la experiencia; sirve de tormento a su imaginación
vana el desengaño de la realidad verdadera. Corrija la cordura semejantes desaciertos, y aunque puede
desear lo mejor, siempre ha de esperar lo peor, para tomar con ecuanimidad lo que viniere. Es destreza
asestar algo más alto para ajustar el tiro, pero no tanto que sea desatino. Al comenzar los empleos, es
precisa esta reformación de concepto, que suele desatinar la presunción sin la experiencia. No hay
medicina más universal para todas necedades que el seso. Conozca cada uno la esfera de su actividad y
estado, y podrá regular con la realidad el concepto.
{{c|🙝🙟}}
195. ''Saber estimar''. Ninguno hay que no pueda ser maestro de otro en algo, ni hay quien no exceda al que
excede. Saber disfrutar a cada uno es útil saber. El sabio estima a todos porque reconoce lo bueno en cada
uno y sabe lo que cuestan las cosas de hacerse bien. El necio desprecia a todos por ignorancia de lo bueno
y por elección de lo peor.
{{c|🙝🙟}}
196. ''Conocer su estrella''. Ninguno tan desvalido que no la tenga, y si es desdichado, es por no conocerla.
Tienen unos cabida con príncipes y poderosos sin saber cómo ni por qué, sino que su misma suerte les
facilitó el favor; sólo queda para la industria el ayudarla. Otros se hallan con la gracia de los sabios. Fue
alguno más acepto en una nación que en otra, y más bien visto en esta ciudad que en aquella.
Experiméntase también más dicha en un empleo y estado que en los otros, y todo esto en igualdad, y aun
identidad, de méritos. Baraja como y cuando quiere la suerte. Conozca la suya cada uno, así como su
Minerva, que va el perderse o el ganarse. Sépala seguir y ayudar; no las trueque, que sería errar el norte a
que le llama la vecina bocina.
{{c|🙝🙟}}
197. ''Nunca embarazarse con necios''. Eslo el que no los conoce, y más el que, conocidos, no los descarta.
Son peligrosos para el trato superficial y perniciosos para la confidencia; y aunque algún tiempo los
contenga su recelo propio y el cuidado ajeno, al cabo hacen la necedad o la dicen; y si tardaron, fue para
hacerla más solemne. Mal puede ayudar al crédito ajeno quien no le tiene propio. Son infelicísimos, que
es el sobrehueso de la necedad, y se pegan una y otra. Sola una cosa tienen menos mala, y es que ya que a
ellos los cuerdos no les son de algún provecho, ellos sí de mucho a los sabios, o por noticia o por
escarmiento.
{{c|🙝🙟}}
198. ''Saberse trasplantar''. Hay naciones que para valer se han de remudar, y más en puestos grandes. Son
las patrias madrastras de las mismas eminencias: reina en ellas la envidia como en tierra connatural, y
más se acuerdan de las imperfecciones con que uno comenzó que de la grandeza a que ha llegado. Un
alfiler pudo conseguir estimación, pasando de un mundo a otro, y un vidrio puso en desprecio al diamante
porque se trasladó. Todo lo extraño es estimado, ya porque vino de lejos, ya porque se logra hecho y en su
perfección. Sujetos vimos que ya fueron el desprecio de su rincón, y hoy son la honra del mundo, siendo
estimados de los propios y extraños: de los unos porque los miran de lejos, de los otros porque lejos.
Nunca bien venerará la estatua en el ara el que la conoció tronco en el huerto.
{{c|🙝🙟}}
199. ''Saberse hacer lugar a lo cuerdo, no a lo entremetido''. El verdadero camino para la estimación es el de
los méritos, y si la industria se funda en el valor, es atajo para el alcanzar. Sola la entereza, no basta; sola
la solicitud, es indigna, que llegan tan enlodadas las cosas, que son asco de la reputación. Consiste en un
medio de merecer y de saberse introducir.
{{c|🙝🙟}}
200. ''Tener que desear'', para no ser felizmente desdichado. Respira el cuerpo y anhela el espíritu. Si todo
fuere posesión, todo será desengaño y descontento. Aun en el entendimiento siempre ha de quedar qué
saber, en que se cebe la curiosidad. La esperanza alienta: los hartazgos de felicidad son mortales. En el
premiar es destreza nunca satisfacer. Si nada hay que desear, todo es de temer; dicha desdichada; donde
acaba el deseo, comienza el temor.
{{c|🙝🙟}}
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Oráculo manual y arte de la prudencia: Aforismos (201-225)
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'''Aforismos (201-225)'''
201. ''Son tontos todos los que lo parecen y la mitad de los que no lo parecen''. Alzóse con el mundo la
necedad, y si hay algo de sabiduría, es estulticia con la del cielo; pero el mayor necio es el que no se lo
piensa y a todos los otros define. Para ser sabio no basta parecerlo, menos parecérselo: aquel sabe que
piensa que no sabe, y aquel no ve que no ve que los otros ven. Con estar todo el mundo lleno de necios,
ninguno hay que se lo piense, ni aun lo recele.
{{c|🙝🙟}}
202. ''Dichos y hechos hacen un varón consumado''. Hase de hablar lo muy bueno y obrar lo muy honroso:
la una es perfección de la cabeza, la otra del corazón, y entrambas nacen de la superioridad del ánimo.
Las palabras son sombra de los hechos: son aquellas las hembras, estos los varones. Más importa ser
celebrado que ser celebrador. Es fácil el decir y difícil el obrar. Las hazañas son la sustancia del vivir, y
las sentencias, el ornato. La eminencia en los hechos dura, en los dichos pasa. Las acciones son el fruto de
las atenciones: los unos sabios, los otros hazañosos.
{{c|🙝🙟}}
203. ''Conocer las eminencias de su siglo''. No son muchas: una fénix en todo un mundo, un Gran Capitán,
un perfecto orador, un sabio en todo un siglo, un eminente rey en muchos. Las medianías son ordinarias
en número y aprecio; las eminencias, raras en todo, porque piden complemento de perfección, y cuanto
más sublime la categoría, más dificultoso el extremo. Muchos les tomaron los renombres de magnos a
César y Alejandro, pero en vacío, que sin los hechos no es más la voz que un poco de aire: pocos Sénecas
ha habido, y un solo Apeles celebró la fama.
{{c|🙝🙟}}
204. ''Lo fácil se ha de emprender como dificultoso, y lo dificultoso como fácil''. Allí porque la confianza
no descuide, aquí porque la desconfianza no desmaye. No es menester más para que no se haga la cosa
que darla por hecha; y, al contrario, la diligencia allana la imposibilidad. Los grandes empeños aun no se
han de pensar, basta ofrecerse, porque la dificultad, advertida, no ocasione el reparo.
{{c|🙝🙟}}
205. ''Saber jugar del desprecio''. Es treta para alcanzar las cosas depreciarlas. No se hallan comúnmente
cuando se buscan, y después, al descuido, se vienen a la mano. Como todas las de acá son sombra de las
eternas, participan de la sombra aquella propiedad, huyen de quien las sigue y persiguen a quien las huye.
Es también el desprecio la más política venganza. Única máxima de sabios: nunca defenderse con la
pluma, que deja rastro, y viene a ser más gloria de la emulación que castigo del atrevimiento. Astucia de
indignos: oponerse a grandes hombres para ser celebrados por indirecta, cuando no lo merecían de
derecho; que no conociéramos a muchos si no hubieran hecho caso de ellos los excelentes contrarios. No
hay venganza como el olvido, que es sepultarlos en el polvo de su nada. Presumen, temerarios, hacerse
eternos pegando fuego a las maravillas del mundo y de los siglos. Arte de reformar la murmuración: no
hacer caso; impugnarla causa perjuicio; y si crédito, descrédito. A la emulación, complacencia, que aun
aquella sombra de desdoro deslustra, ya que no oscurece del todo la mayor perfección.
{{c|🙝🙟}}
206. ''Sépase que hay vulgo en todas partes'': en la misma Corinto, en la familia más selecta. De las puertas
adentro de su casa lo experimenta cada uno. Pero hay vulgo, y revulgo, que es peor: tiene el especial las
mismas propiedades que el común, como los pedazos del quebrado espejo, y aun más perjudicial: habla a
lo necio y censura a lo impertinente; gran discípulo de la ignorancia, padrino de la necedad y aliado de la
hablilla. No se ha de atender a lo que dice, y menos a lo que siente. Importa conocerlo para librarse de él,
o como parte, o como objeto. Que cualquiera necedad es vulgaridad, y el vulgo se compone de necios.
{{c|🙝🙟}}
207. ''Usar del reporte''. Hase de estar más sobre el caso en los acasos. Son los ímpetus de las pasiones
deslizaderos de la cordura, y allí es el riesgo de perderse. Adelántase uno más en un instante de furor o
contento que en muchas horas de indiferencia. Corre tal vez en breve rato para correrse después toda la
vida. Traza la ajena astuta intención estas tentaciones de prudencia para descubrir tierra, o ánimo. Válese
de semejantes torcedores de secretos, que suelen apurar el mayor caudal. Sea contraardid el reporte, y más
en las prontitudes. Mucha reflexión es menester para que no se desboque una pasión, y gran cuerdo el que
a caballo lo es. Va con tiento el que concibe el peligro. Lo que parece ligera la palabra al que la arroja, le
parece pesada al que la recibe y la pondera.
{{c|🙝🙟}}
208. ''No morir de achaque de necio''. Comúnmente, los sabios mueren faltos de cordura; al contrario, los
necios, hartos de consejo. Morir de necio es morir de discurrir sobrado. Unos mueren porque sienten y
otros viven porque no sienten. Y así, unos son necios porque no mueren de sentimiento, y otros lo son
porque mueren de él. Necio es el que muere de sobrado entendido. De suerte que unos mueren de
entendedores y otros viven de no entendidos; pero, con morir muchos de necios, pocos necios mueren.
{{c|🙝🙟}}
209. ''Librarse de las necedades comunes''. Es cordura bien especial. Están muy validas por lo introducido,
y algunos, que no se rindieron a la ignorancia particular, no supieron escaparse de la común. Vulgaridad
es no estar contento ninguno con su suerte, aun la mayor, ni descontento de su ingenio, aunque el peor.
Todos codician, con descontento de la propia, la felicidad ajena. También alaban los de hoy las cosas de
ayer, y los de acá las de allende. Todo lo pasado parece mejor, y todo lo distante es más estimado. Tan
necio es el que se ríe de todo como el que se pudre de todo.
{{c|🙝🙟}}
210. ''Saber jugar de la verdad''. Es peligrosa, pero el hombre de bien no puede dejar de decirla: ahí es
menester el artificio. Los diestros médicos del ánimo inventaron el modo de endulzarla, que cuando toca
en desengaño es la quinta esencia de lo amargo. El buen modo se vale aquí de su destreza: con una misma
verdad lisonjea uno y aporrea otro. Hase de hablar a los presentes en los pasados. Con el buen entendedor
basta brujulear; y cuando nada bastare entra el caso de enmudecer. Los príncipes no se han de curar con
cosas amargas, para eso es el arte de dorar los desengaños.
{{c|🙝🙟}}
211. ''En el Cielo todo es contento, en el Infierno todo es pesar''. En el mundo, como en medio, uno y otro.
Estamos entre dos extremos, y así se participa de entrambos. Altérnanse las suertes: ni todo ha de ser
felicidad, ni todo adversidad. Este mundo es un cero: a solas, vale nada; juntándolo con el Cielo, mucho.
La indiferencia a su variedad es cordura, ni es de sabios la novedad. Vase empeñando nuestra vida como
en comedia, al fin viene a desenredarse. Atención, pues, al acabar bien.
{{c|🙝🙟}}
212. ''Reservarse siempre las últimas tretas del arte''. Es de grandes maestros, que se valen de su sutileza en
el mismo enseñarla. Siempre ha de quedar superior, y siempre maestro. Hase de ir con arte en comunicar
el arte; nunca se ha de agotar la fuente del enseñar, así como ni la del dar. Con eso se conserva la
reputación y la dependencia. En el agradar y en el enseñar se ha de observar aquella gran lección de ir
siempre cebando la admiración y adelantando la perfección. El retén en todas las materias fue gran regla
de vivir, de vencer, y más en los empleos más sublimes.
{{c|🙝🙟}}
213. ''Saber contradecir''. Es gran treta del tentar, no para empeñarse, sino para empeñar. Es el único
torcedor, el que hace saltar los afectos. Es un vomitivo para los secretos la tibieza en el creer, llave del
más cerrado pecho. Hácese con grande sutileza la tentativa doble de la voluntad y del juicio. Un desprecio
sagaz de la misteriosa palabra del otro da caza a los secretos más profundos, y valos con suavidad
bocadeando hasta traerlos a la lengua y a que den en las redes del artificioso engaño. La detención en el
atento hace arrojarse a la del otro en el recato y descubre el ajeno sentir, que de otro modo era el corazón
inescrutable. Una duda afectada es la más sutil ganzúa de la curiosidad para saber cuanto quisiere. Y aun
para el aprender es treta del discípulo contradecir al maestro, que se empeña con más conato en la
declaración y fundamento de la verdad; de suerte que la impugnación moderada da ocasión a la enseñanza
cumplida.
{{c|🙝🙟}}
214. ''No hacer de una necedad dos''. Es muy ordinario para remendar una cometer otras cuatro. Excusar
una impertinencia con otra mayor es de casta de mentira, o esta lo es de necedad, que para sustentarse una
necesita de muchas. Siempre del mal pleito fue peor el patrocinio; más mal que el mismo mal: no saberlo
desmentir. Es pensión de las imperfecciones dar a censo otras muchas. En un descuido puede caer el
mayor sabio, pero en dos no; y de paso, que no de asiento.
{{c|🙝🙟}}
215. ''Atención al que llega de segunda intención''. Es ardid del hombre negociante descuidar la voluntad
para acometerla, que es vencida en siendo convencida. Disimulan el intento para conseguirlo y pónese
segundo para que en la ejecución sea primero: asegúrase el tiro en lo inadvertido. Pero no duerma la
atención cuando tan desvelada la intención, y si ésta se hace segunda para el disimulo, aquella primera
para el conocimiento. Advierta la cautela el artificio con que llega, y nótele las puntas que va echando
para venir a parar al punto de su pretensión. Propone uno y pretende otro, y revuelven con sutileza a dar
en el blanco de su intención. Sepa, pues, lo que le concede, y tal vez convendrá dar a entender que ha
entendido.
{{c|🙝🙟}}
216. ''Tener la declarativa''. Es no sólo desembarazo, pero despejo en el concepto. Algunos conciben bien y
paren mal, que sin la claridad no salen a luz los hijos del alma, los conceptos y decretos. Tienen algunos
la capacidad de aquellas vasijas que perciben mucho y comunican poco. Al contrario, otros dicen aún más
de lo que sienten. Lo que es la resolución en la voluntad es la explicación en el entendimiento: dos
grandes eminencias. Los ingenios claros son plausibles, los confusos fueron venerados por no entendidos,
y tal vez conviene la oscuridad para no ser vulgar; pero ¿cómo harán concepto los demás de lo que les
oyen, si no les corresponde concepto mental a ellos de lo que dicen?
{{c|🙝🙟}}
217. ''No se ha de querer ni aborrecer para siempre''. Confiar de los amigos hoy como enemigos mañana, y
los peores; y pues pasa en la realidad, pase en la prevención. No se han de dar armas a los tránsfugas de la
amistad, que hacen con ellas la mayor guerra. Al contrario con los enemigos, siempre puerta abierta a la
reconciliación, y sea la de la galantería: es la más segura. Atormentó alguna vez después la venganza de
antes, y sirve de pesar el contento de la mala obra que se le hizo.
{{c|🙝🙟}}
218. ''Nunca obrar por tema, sino por atención''. Toda tema es postema, gran hija de la pasión, la que nunca
obró cosa a derechas. Hay algunos que todo lo reducen a guerrilla; bandoleros del trato, cuanto ejecutan
querrían que fuese vencimiento, no saben proceder pacíficamente. Estos para mandar y regir son
perniciosos, porque hacen bando del gobierno, y enemigos de los que habían de hacer hijos. Todo lo
quieren disponer con traza y conseguir como fruto de su artificio; pero, en descubriéndoles el paradojo
humor, los demás luego se apuntan con ellos, procúranles estorbar sus quimeras, y así nada consiguen.
Llévanse muchos hartazgos de enfados, y todos les ayudan al disgusto. Estos tienen el dictamen leso, y tal
vez dañado el corazón. El modo de portarse con semejantes monstruos es huir a los antípodas, que mejor
se llevará la barbaridad de aquellos que la fiereza de estos.
{{c|🙝🙟}}
219. ''No ser tenido por hombre de artificio''. Aunque no se puede ya vivir sin él. Antes prudente que astuto.
Es agradable a todos la lisura en el trato, pero no a todos por su casa. La sinceridad no dé en el extremo de
simplicidad; ni la sagacidad, de astucia. Sea antes venerado por sabio que temido por reflejo. Los sinceros
son amados, pero engañados. El mayor artificio sea encubrirlo, que se tiene por engaño. Floreció en el
siglo de oro la llaneza, en este de yerro la malicia. El crédito de hombre que sabe lo que ha de hacer es
honroso y causa confianza, pero el de artificioso es sofístico y engendra recelo.
{{c|🙝🙟}}
220. ''Cuando no puede uno vestirse la piel del león, vístase la de la vulpeja''. Saber ceder al tiempo es
exceder. El que sale con su intento nunca pierde reputación. A falta de fuerza, destreza. Por un camino o
por otro: o por el real del valor, o por el atajo del artificio. Más cosas ha obrado la maña que la fuerza, y
más veces vencieron los sabios a los valientes que al contrario. Cuando no se puede alcanzar la cosa,
entra el desprecio.
{{c|🙝🙟}}
221. ''No ser ocasionado, ni para empeñarse, ni para empeñar''. Hay tropiezos del decoro, tanto propio como
ajeno, siempre a punto de necedad. Encuéntranse con gran facilidad y rompen con infelicidad. No lo
hacen al día con cien enfados. Tienen el humor al repelo, y así contradicen a cuantos y cuanto hay.
Calzáronse el juicio al revés, y así todo lo reprueban. Pero los mayores tentadores de la cordura son los
que nada hacen bien y de todo dicen mal, que hay muchos monstruos en el extendido país de la
impertinencia.
{{c|🙝🙟}}
222. ''Hombre detenido, evidencia de prudente''. Es fiera la lengua, que si una vez se suelta, es muy
dificultosa de poderse volver a encadenar. Es el pulso del alma por donde conocen los sabios su
disposición. Aquí pulsan los atentos el movimiento del corazón. El mal es que el que había de serlo más,
es menos reportado. Excúsase el sabio enfados y empeños, y muestra cuán señor es de sí. Procede
circunspecto, Jano en la equivalencia, Argos en la verificación. Mejor Momo hubiera echado menos los
ojos en las manos que la ventanilla en el pecho.
{{c|🙝🙟}}
223. ''No ser muy individuado, o por afectar, o por no advertir''. Tienen algunos notable individuación, con
acciones de manía, que son más defectos que diferencias. Y así como algunos son muy conocidos por
alguna singular fealdad en el rostro, así estos por algún exceso en el porte. No sirve el individuarse sino
de nota, con una impertinente especialidad que conmueve alternativamente en unos la risa, en otros el
enfado.
{{c|🙝🙟}}
224. ''Saber tomar las cosas''. Nunca al repelo, aunque vengan. Todas tienen haz y envés. La mejor y más
favorable, si se toma por el corte, lastima. Al contrario, la más repugnante defiende, si por la empuñadura.
Muchas fueron de pena que, si se consideraran las conveniencias, fueran de contento. En todo hay
convenientes e inconvenientes: la destreza está en saber topar con la comodidad. Hace muy diferentes
visos una misma cosa si se mira a diferentes luces: mírese por la de la felicidad. No se han de trocar los
frenos al bien y al mal. De aquí procede que algunos en todo hallan el contento, y otros el pesar. Gran
reparo contra los reveses de la fortuna, y gran regla de vivir para todo tiempo y para todo empleo.
{{c|🙝🙟}}
225. ''Conocer su defecto rey''. Ninguno vive sin él, contrapeso de la prenda relevante; y si le favorece la
inclinación, apodérase a lo tirano. Comience a hacerle la guerra, publicando el cuidado contra él, y el
primer paso sea el manifiesto, que en siendo conocido, será vencido, y más si el interesado hace el
concepto de él como los que notan. Para ser señor de sí es menester ir sobre sí. Rendido este cabo de
imperfecciones, acabarán todas.
{{c|🙝🙟}}
{{Capítulos|
[[Or%C3%A1culo_manual_y_arte_de_la_prudencia: Aforismos (176-200)|Aforismos (176-200)]]|
Aforismos (201-225)|
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Oráculo manual y arte de la prudencia: Aforismos (226-250)
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'''Aforismos (226-250)'''
226. ''Atención a obligar''. Los más no hablan ni obran como quien son, sino como les obligan. Para
persuadir lo malo cualquiera sobra, porque lo malo es muy creído, aunque tal vez increíble. Lo más y lo
mejor que tenemos depende de respeto ajeno. Conténtanse algunos con tener la razón de su parte; pero no
basta, que es menester ayudarla con la diligencia. Cuesta a veces muy poco el obligar, y vale mucho. Con
palabras se compran obras. No hay alhaja tan vil en esta gran casa del universo, que una vez al año no sea
menester; y aunque valga poco, hará gran falta. Cada uno habla del objeto según su afecto.
{{c|🙝🙟}}
227. ''No ser de primera impresión''. Cásanse algunos con la primera información, de suerte que las demás
son concubinas, y como se adelanta siempre la mentira, no queda lugar después para la verdad. Ni la
voluntad con el primer objeto, ni el entendimiento con la primera proposición se han de llenar, que es
cortedad de fondo. Tienen algunos la capacidad de vasija nueva, que el primer olor la ocupa, tanto del mal
licor como del bueno. Cuando esta cortedad llega a conocida, es perniciosa, que da pie a la maliciosa
industria. Previénense los malintencionados a teñir de su color la credulidad. Quede siempre lugar a la
revista: guarde Alejandro la otra oreja para la otra parte. Quede lugar para la segunda y tercera
información. Arguye incapacidad el impresionarse, y está cerca del apasionarse.
{{c|🙝🙟}}
228. ''No tener voz de mala voz''. Mucho menos tener tal opinión, que es tener fama de contrafamas. No sea
ingenioso a costa ajena, que es más odioso que dificultoso. Vénganse todos de él, diciendo mal todos de
él; y como es solo y ellos muchos, más presto será él vencido que convencidos ellos. Lo malo nunca ha de
contentar, pero ni comentarse. Es el murmurador para siempre aborrecido, y aunque a veces personajes
grandes atraviesen con él, será más por gusto de su fisga que por estimación de su cordura. Y el que dice
mal siempre oye peor.
{{c|🙝🙟}}
229. ''Saber repartir su vida a lo discreto'': no como se vienen las ocasiones, sino por providencia y delecto.
Es penosa sin descansos, como jornada larga sin mesones. Hácela dichosa la variedad erudita. Gástese la
primera estancia del bello vivir en hablar con los muertos: nacemos para saber y sabernos, y los libros con
fidelidad nos hacen personas. La segunda jornada se emplee con los vivos: ver y registrar todo lo bueno
del mundo; no todas las cosas se hallan en una tierra; repartió los dotes el Padre universal, y a veces
enriqueció más la fea. La tercera jornada sea toda para sí: última felicidad, el filosofar.
{{c|🙝🙟}}
230. ''Abrir los ojos con tiempo''. No todos los que ven han abierto los ojos, ni todos los que miran ven. Dar
en la cuenta tarde no sirve de remedio, sino de pesar. Comienzan a ver algunos cuando no hay qué:
deshicieron sus casas y sus cosas antes de hacerse ellos. Es dificultoso dar entendimiento a quien no tiene
voluntad, y más dar voluntad a quien no tiene entendimiento. Juegan con ellos los que les van alrededor
como con ciegos, con risa de los demás. Y porque son sordos para oír, no abren los ojos para ver. Pero no
falta quien fomenta esta insensibilidad, que consiste su ser en que ellos no sean. Infeliz caballo cuyo amo
no tiene ojos: mal engordará.
{{c|🙝🙟}}
231. ''Nunca permitir a medio hacer las cosas''. Gócense en su perfección. Todos los principios son
informes, y queda después la imaginación de aquella deformidad: la memoria de haberlo visto imperfecto
no lo deja lograr acabado. Gozar de un golpe el objeto grande, aunque embaraza el juicio de las partes, de
por sí adecua el gusto. Antes de ser todo es nada, y en el comenzar a ser se está aun muy dentro de su
nada. El ver guisar el manjar más regalado sirve antes de asco que de apetito. Recátese, pues, todo gran
maestro de que le vean sus obras en embrión. Aprenda de la naturaleza a no exponerlas hasta que puedan
parecer.
{{c|🙝🙟}}
232. ''Tener un punto de negociante''. No todo sea especulación, haya también acción. Los muy sabios son
fáciles de engañar, porque aunque saben lo extraordinario, ignoran lo ordinario del vivir, que es más
preciso. La contemplación de las cosas sublimes no les da lugar para las manuales; y como ignoran lo
primero que habían de saber, y en que todos parten un cabello, o son admirados o son tenidos por
ignorantes del vulgo superficial. Procure, pues, el varón sabio tener algo de negociante, lo que baste para
no ser engañado, y aun reído. Sea hombre de lo agible, que aunque no es lo superior, es lo más preciso del
vivir. ¿De qué sirve el saber, si no es práctico? Y el saber vivir es hoy el verdadero saber.
{{c|🙝🙟}}
233. ''No errarle el golpe al gusto'', que es hacer un pesar por un placer. Con lo que piensan obligar algunos,
enfadan, por no comprehender los genios. Obras hay que para unos son lisonja y para otros ofensa; y el
que se creyó servicio fue agravio. Costó a veces más el dar disgusto que hubiera costado el hacer placer.
Pierden el agradecimiento y el don porque perdieron el norte del agradar. Si no se sabe el genio ajeno,
mal se le podrá satisfacer; de aquí es que algunos pensaron decir un elogio y dijeron un vituperio, que fue
bien merecido castigo. Piensan otros entretener con su elocuencia y aporrean el alma con su locuacidad.
{{c|🙝🙟}}
234. ''Nunca fiar reputación sin prendas de honra ajena''. Hase de ir a la parte del provecho en el silencio,
del daño en la facilidad. En intereses de honra siempre ha de ser el trato de compañía, de suerte que la
propia reputación haga cuidar de la ajena. Nunca se ha de fiar, pero si alguna vez, sea con tal arte, que
pueda ceder la prudencia a la cautela. Sea el riesgo común y recíproca la causa para que no se le convierta
en testigo el que se reconoce partícipe.
{{c|🙝🙟}}
235. ''Saber pedir''. No hay cosa más dificultosa para algunos ni más fácil para otros. Hay unos que no
saben negar; con éstos no es menester ganzúa. Hay otros que el No es su primera palabra a todas horas;
con estos es menester la industria. Y con todos, la sazón: un coger los espíritus alegres, o por el pasto
antecedente del cuerpo, o por el del ánimo. Si ya la atención del reflejo que atiende no previene la sutileza
en el que intenta, los días del gozo son los del favor, que redunda del interior a lo exterior. No se ha de
llegar cuando se ve negar a otro, que está perdido el miedo al No. Sobre tristeza no hay buen lance. El
obligar de antemano es cambio donde no corresponde la villanía.
{{c|🙝🙟}}
236. ''Hacer obligación antes de lo que había de ser premio después''. Es destreza de grandes políticos.
Favores antes de méritos son prueba de hombres de obligación. El favor a sí anticipado tiene dos
eminencias: que con lo pronto del que da obliga más al que recibe. Un mismo don, si después es deuda,
antes es empeño. Sutil modo de transformar obligaciones, que la que había de estar en el superior, para
premiar, recae en el obligado, para satisfacer. Esto se entiende con gente de obligaciones, que para
hombres viles más sería poner freno que espuela, anticipando la paga del honor.
{{c|🙝🙟}}
237. ''Nunca partir secretos con mayores''. Pensará partir peras y partirá piedras. Perecieron muchos de
confidentes. Son estos como cuchara de pan, que corre el mismo riesgo después. No es favor del príncipe,
sino pecho, el comunicarlo. Quiebran muchos el espejo porque les acuerda la fealdad. No puede ver al
que le pudo ver, ni es bien visto el que vio mal. A ninguno se ha de tener muy obligado, y al poderoso
menos. Sea antes con beneficios hechos que con favores recibidos. Sobre todo, son peligrosas confianzas
de amistad. El que comunicó sus secretos a otro hízose esclavo de él, y en soberanos es violencia que no
puede durar. Desean volver a redimir la libertad perdida, y para esto atropellarán con todo, hasta la razón.
Los secretos, pues, ni oírlos, ni decirlos.
{{c|🙝🙟}}
238. ''Conocer la pieza que le falta''. Fueran muchos muy personas si no les faltara un algo, sin el cual
nunca llegan al colmo del perfecto ser. Nótase en algunos que pudieran ser mucho si repararan en bien
poco. Háceles falta la seriedad, con que deslucen grandes prendas; a otros, la suavidad de la condición,
que es falta que los familiares echan presto menos, y más en personas de puesto. En algunos se desea lo
ejecutivo y en otros lo reportado. Todos estos desaires, si se advirtiesen, se podrían suplir con facilidad,
que el cuidado puede hacer de la costumbre segunda naturaleza.
{{c|🙝🙟}}
239. ''No ser reagudo'': más importa prudencial. Saber más de lo que conviene es despuntar, porque las
sutilezas comúnmente quiebran. Más segura es la verdad asentada. Bueno es tener entendimiento, pero no
bachillería. El mucho discurrir ramo es de cuestión. Mejor es un buen juicio sustancial que no discurre
más de lo que importa.
{{c|🙝🙟}}
240. ''Saber usar de la necedad''. El mayor sabio juega tal vez de esta pieza, y hay tales ocasiones, que el
mejor saber consiste en mostrar no saber. No se ha de ignorar, pero sí afectar que se ignora. Con los
necios poco importa ser sabio, y con los locos cuerdo: hásele de hablar a cada uno en su lenguaje. No es
necio el que afecta la necedad, sino el que la padece. La sencilla lo es, que no la doble, que hasta esto
llega el artificio. Para ser bienquisto, el único medio, vestirse la piel del más simple de los brutos.
{{c|🙝🙟}}
241. ''Las burlas sufrirlas, pero no usarlas''. Aquello es especie de galantería, esto de empeño. El que en la
fiesta se desazona mucho tiene de bestia, y muestra más. Es gustosa la burla; sobrado saberla sufrir, es
argumento de capacidad. Da pie el que se pica a que le repiquen. A lo mejor se han de dejar, y lo más
seguro es no levantarlas: las mayores veras nacieron siempre de las burlas. No hay cosa que pida más
atención y destreza. Antes de comenzar se ha de saber hasta qué punto de sufrir llegará el genio del
sujeto.
{{c|🙝🙟}}
242. ''Seguir los alcances''. Todo se les va a algunos en comenzar, y nada acaban. Inventan, pero no
prosiguen: inestabilidad de genio. Nunca consiguen alabanza, porque nada prosiguen; todo para en parar.
Si bien nace en otros de impaciencia de ánimo, tacha de españoles, así como la paciencia es ventaja de los
belgas. Estos acaban las cosas, aquellos acaban con ellas: hasta vencer la dificultad sudan, y conténtanse
con el vencer; no saben llevar al cabo la victoria; prueban que pueden, mas no quieren. Pero siempre es
defecto, de imposibilidad o liviandad. Si la obra es buena, )por qué no se acaba?; y si mala, )por qué se
comenzó? Mate, pues, el sagaz la caza, no se le vaya todo en levantarla.
{{c|🙝🙟}}
243. ''No ser todo columbino''. Altérnense la calidez de la serpiente con la candidez de la paloma. No hay
cosa más fácil que engañar a un hombre de bien. Cree mucho el que nunca miente y confía mucho el que
nunca engaña. No siempre procede de necio el ser engañado, que tal vez de bueno. Dos géneros de
personas previenen mucho los daños: los escarmentados, que es muy a su costa, y los astutos, que es muy
a la ajena. Muéstrese tan extremada la sagacidad para el recelo como la astucia para el enredo, y no quiera
uno ser tan hombre de bien, que ocasione al otro el serlo de mal. Sea uno mixto de paloma y de serpiente;
no monstruo, sino prodigio.
{{c|🙝🙟}}
244. ''Saber obligar''. Transforman algunos el favor propio en ajeno, y parece, o dan a entender, que hacen
merced cuando la reciben. Hay hombres tan advertidos, que honran pidiendo, y truecan el provecho suyo
en honra del otro. De tal suerte trazan las cosas, que parezca que los otros les hacen servicio cuando les
dan, trastrocando con extravagante política el orden del obligar. Por lo menos ponen en duda quién hace
favor a quién. Compran a precio de alabanzas lo mejor, y del mostrar gusto de una cosa hacen honra y
lisonja. Empeñan la cortesía, haciendo deuda de lo que había de ser su agradecimiento. De esta suerte
truecan la obligación de pasiva en activa, mejores políticos que gramáticos. Gran sutileza esta, pero
mayor lo sería el entendérsela, destrocando la necedad, volviéndoles su honra y cobrando cada uno su
provecho.
{{c|🙝🙟}}
245. ''Discurrir tal vez a lo singular y fuera de lo común''. Arguye superioridad de caudal. No ha de estimar
al que nunca se le opone, que no es señal de amor que le tenga, sino del que él se tiene. No se deje
engañar de la lisonja pagándola, sino condenándola. También tenga por crédito el ser murmurado de
algunos, y más de aquellos que de todos los buenos dicen mal. Pésele de que sus cosas agraden a todos,
que es señal de no ser buenas, que es de pocos lo perfecto.
{{c|🙝🙟}}
246. ''Nunca dar satisfacción a quien no la pedía''. Y aunque se pida, es especie de delito, si es sobrada. El
excusarse antes de ocasión es culparse, y el sangrarse en salud es hacer del ojo al mal, y a la malicia. La
excusa anticipada despierta el recelo que dormía. Ni se ha de dar el cuerdo por entendido de la sospecha
ajena, que es salir a buscar el agravio. Entonces la ha de procurar desmentir con la entereza de su
proceder.
{{c|🙝🙟}}
247. ''Saber un poco más, y vivir un poco menos''. Otros discurren al contrario. Más vale el buen ocio que el
negocio. No tenemos cosa nuestra sino el tiempo. )Dónde vive quien no tiene lugar? Igual infelicidad es
gastar la preciosa vida en tareas mecánicas que en demasía de las sublimes; ni se ha de cargar de
ocupaciones, ni de envidia: es atropellar el vivir y ahogar el ánimo. Algunos lo extienden al saber, pero no
se vive si no se sabe.
{{c|🙝🙟}}
248. ''No se le lleve el último''. Hay hombres de última información, que va por extremos la impertinencia.
Tienen el sentir y el querer de cera. El último sella y borra los demás. Estos nunca están ganados, porque
con la misma facilidad se pierden. Cada uno los tiñe de su color. Son malos para confidentes, niños de
toda la vida; y así, con variedad en los juicios y afectos, andan fluctuando, siempre cojos de voluntad y de
juicio, inclinándose a una y a otra parte.
{{c|🙝🙟}}
249. ''No comenzar a vivir por donde se ha de acabar''. Algunos toman el descanso al principio y dejan la
fatiga para el fin. Primero ha de ser lo esencial, y después, si quedare lugar, lo accesorio. Quieren otros
triunfar antes de pelear. Algunos comienzan a saber por lo que menos importa, y los estudios de crédito y
utilidad dejan para cuando se les acaba el vivir. No ha comenzado a hacer fortuna el otro cuando ya se
desvanece. Es esencial el método para saber y poder vivir.
{{c|🙝🙟}}
250. ''¿Cuándo se ha de discurrir al revés? Cuando nos hablan a la malicia''. Con algunos todo ha de ir al
encontrado. El Sí es No y el No es Sí. El decir mal de una cosa se tiene por estimación de ella, que el que
la quiere para sí la desacredita para los otros. No todo alabar es decir bien, que algunos, por no alabar los
buenos, alaban también los malos; y para quien ninguno es malo, ninguno será bueno.
{{c|🙝🙟}}
{{Capítulos|
[[Or%C3%A1culo_manual_y_arte_de_la_prudencia: Aforismos (201-225)|Aforismos (201-225)]]|
Aforismos (226-250)|
[[Or%C3%A1culo_manual_y_arte_de_la_prudencia: Aforismos (251-275)|Aforismos (251-275)]]
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Oráculo manual y arte de la prudencia: Aforismos (251-275)
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'''Aforismos (251-275)'''
251. ''Hanse de procurar los medios humanos como si no hubiese divinos, y los divinos como si no hubiese humanos''. Regla de gran maestro; no hay que añadir comento.
{{c|🙝🙟}}
252. ''Ni todo suyo, ni todo ajeno'': es una vulgar tiranía. Del quererse todo para sí se sigue luego querer
todas las cosas para sí. No saben estos ceder en la más mínima, ni perder un punto de su comodidad.
Obligan poco, fíanse en su fortuna, y suele falsearles el arrimo. Conviene tal vez ser de otros para que los
otros sean de él, y quien tiene empleo común ha de ser esclavo común, o "renuncie el cargo con la carga",
dirá la vieja a Adriano. Al contrario, otros todos son ajenos, que la necedad siempre va por demasías, y
aquí infeliz: no tienen día, ni aun hora suya, con tal exceso de ajenos, que alguno fue llamado "el de
todos". Aun en el entendimiento, que para todos saben y para sí ignoran. Entienda el atento que nadie le
busca a él, sino su interés en él, o por él.
{{c|🙝🙟}}
253. ''No allanarse sobrado en el concepto''. Los más no estiman lo que entienden, y lo que no perciben lo
veneran. Las cosas, para que se estimen, han de costar. Será celebrado cuando no fuere entendido.
Siempre se ha de mostrar uno más sabio y prudente de lo que requiere aquel con quien trata para el
concepto, pero con proporción, más que exceso. Y si bien con los entendidos vale mucho el seso en todo,
para los más es necesario el remonte. No se les ha de dar lugar a la censura, ocupándolos en el entender.
Alaban muchos lo que, preguntados, no saben dar razón. ¿Por qué? Todo lo recóndito veneran por
misterio y lo celebran porque oyen celebrarlo.
{{c|🙝🙟}}
254. ''No despreciar el mal por poco, que nunca viene uno solo''. Andan encadenados, así como las
felicidades. Van la dicha y la desdicha de ordinario adonde más hay; y es que todos huyen del desdichado
y se arriman al venturoso. Hasta las palomas, con toda su sencillez, acuden al homenaje más blanco. Todo
le viene a faltar a un desdichado: él mismo a sí mismo, el discurso y el conorte. No se ha de despertar la
desdicha cuando duerme. Poco es un deslizar, pero síguese aquel fatal despeño, sin saber dónde se vendrá
a parar, que así como ningún bien fue del todo cumplido, así ningún mal del todo acabado. Para el que
viene del cielo es la paciencia; para el que del suelo, la prudencia.
{{c|🙝🙟}}
255. ''Saber hacer el bien'': poco, y muchas veces. Nunca ha de exceder el empeño a la posibilidad. Quien
da mucho, no da, sino que vende. No se ha de apurar el agradecimiento, que, en viéndose imposibilitado,
quebrará la correspondencia. No es menester más para perder a muchos que obligarlos con demasía. Por
no pagar se retiran, y dan en enemigos, de obligados. El ídolo nunca querría ver delante al escultor que lo
labró; ni el empenado, su bienhechor al ojo. Gran sutileza del dar, que cueste poco y se desee mucho, para
que se estime más.
{{c|🙝🙟}}
256. ''Ir siempre prevenido'': contra los descorteses, porfiados, presumidos y todo género de necios.
Encuéntranse muchos, y la cordura está en no encontrarse con ellos. Ármese cada día de propósitos al
espejo de su atención, y así vencerá los lances de la necedad. Vaya sobre el caso, y no expondrá a
vulgares contingencias su reputación: varón prevenido de cordura no será combatido de impertinencia. Es
dificultoso el rumbo del humano trato, por estar lleno de escollos del descrédito; el desviarse es lo seguro,
consultando a Ulises de astucia. Vale aquí mucho el artificioso desliz. Sobre todo, eche por la galantería,
que es el único atajo de los empeños.
{{c|🙝🙟}}
257. ''Nunca llegar a rompimiento'', que siempre sale de él descalabrada la reputación. Cualquiera vale para
enemigo, no así para amigo. Pocos pueden hacer bien, y casi todos mal. No anida segura el águila en el
mismo seno de Júpiter el día que rompe con un escarabajo: con la zarpa del declarado irritan los
disimulados el fuego, que estaban a la espera de la ocasión. De los amigos maleados salen los peores
enemigos; cargan con defectos ajenos el propio en su afición. De los que miran, cada uno habla como
siente y siente como desea, condenando todos, o en los principios, de falta de providencia, o en los fines,
de espera; y siempre de cordura. Si fuere inevitable el desvío, sea excusable, antes con tibieza de favor
que con violencia de furor. Y aquí viene bien aquello de una bella retirada.
{{c|🙝🙟}}
258. ''Buscar quien le ayude a llevar las infelicidades''. Nunca será solo, y menos en los riesgos, que sería
cargarse con todo el odio. Piensan algunos alzarse con toda la superintendencia, y álzanse con toda la
murmuración. De esta suerte tendrá quien le excuse o quien le ayude a llevar el mal. No se atreven tan
fácilmente a dos, ni la fortuna, ni la vulgaridad, y aun por eso el médico sagaz, ya que erró la cura, no
yerra en buscar quien, a título de consulta, le ayude a llevar el ataúd: repártese el peso y el pesar, que la
desdicha a solas se redobla para intolerable.
{{c|🙝🙟}}
259. ''Prevenir las injurias y hacer de ellas favores''. Más sagacidad es evitarlas que vengarlas. Es gran
destreza hacer confidente del que había de ser émulo, convertir en reparos de su reputación los que la
amenazaban tiros. Mucho vale el saber obligar: quita el tiempo para el agravio el que lo ocupó con el
agradecimiento. Y es saber vivir convertir en placeres los que avían de ser pesares. Hágase confidencia de
la misma malevolencia.
{{c|🙝🙟}}
260. ''Ni será ni tendrá a ninguno todo por suyo''. No son bastantes la sangre, ni la amistad, ni la obligación
más apretante, que va grande diferencia de entregar el pecho o la voluntad. La mayor unión admite
excepción; ni por eso se ofenden las leyes de la fineza. Siempre se reserva algún secreto para sí el amigo,
y se recata en algo el mismo hijo de su padre; de unas cosas se celan con unos que comunican a otros, y al
contrario, con que se viene uno a conceder todo y negar todo, distinguiendo los términos de la
correspondencia.
{{c|🙝🙟}}
261. ''No proseguir la necedad''. Hacen algunos empeño del desacierto, y porque comenzaron a errar, les
parece que es constancia el proseguir. Acusan en el foro interno su yerro, y en el externo lo excusan, con
que si cuando comenzaron la necedad fueron notados de inadvertidos, al proseguirla son confirmados en
necios. Ni la promesa inconsiderada, ni la resolución errada inducen obligación. De esta suerte continúan
algunos su primera grosería y llevan adelante su cortedad: quieren ser constantes impertinentes.
{{c|🙝🙟}}
262. ''Saber olvidar'': más es dicha que arte. Las cosas que son más para olvidadas son las más acordadas.
No sólo es villana la memoria para faltar cuando más fue menester, pero necia para acudir cuando no
convendría: en lo que ha de dar pena es prolija y en lo que había de dar gusto es descuidada. Consiste a
veces el remedio del mal en olvidarlo, y olvídase el remedio. Conviene, pues, hacerla a tan cómodas
costumbres, porque basta a dar felicidad o infierno. Exceptúanse los satisfechos, que en el estado de su
inocencia gozan de su simple felicidad.
{{c|🙝🙟}}
263. ''Muchas cosas de gusto no se han de poseer en propiedad''. Más se goza de ellas ajenas que propias. El
primer día es lo bueno para su dueño, los demás para los extraños. Gózanse las cosas ajenas con doblada
fruición, esto es, sin el riesgo del daño y con el gusto de la novedad. Sabe todo mejor a privación: hasta el
agua ajena se miente néctar. El tener las cosas, a más de que disminuye la fruición, aumenta el enfado
tanto de prestarlas como de no prestarlas. No sirve sino de mantenerlas para otros, y son más los
enemigos que se cobran que los agradecidos.
{{c|🙝🙟}}
264. ''No tenga días de descuido''. Gusta la suerte de pegar una burla, y atropellará todas las contingencias
para coger desapercibido. Siempre han de estar a prueba el ingenio, la cordura y el valor; hasta la belleza,
porque el día de su confianza será el de su descrédito. Cuando más fue menester el cuidado, faltó siempre,
que el no pensar es la zancadilla del perecer. También suele ser estratagema de la ajena atención coger al
descuido las perfecciones para el riguroso examen del apreciar. Sábense ya los días de la ostentación, y
perdónalos la astucia, pero el día que menos se esperaba, ése escoge para la tentativa del valer.
{{c|🙝🙟}}
265. ''Saber empeñar los dependientes''. Un empeño en su ocasión hizo personas a muchos, así como un
ahogo saca nadadores. De esta suerte descubrieron muchos el valor, y aun el saber, que quedara sepultado
en su encogimiento si no se hubiera ofrecido la ocasión. Son los aprietos lances de reputación, y puesto el
noble en contingencias de honra, obra por mil. Supo con eminencia esta lección de empeñar la católica
reina Isabela, así como todas las demás; y a este político favor debió el Gran Capitán su renombre, y otros
muchos su eterna fama: hizo grandes hombres con esta sutileza.
{{c|🙝🙟}}
266. ''No ser malo de puro bueno''. Eslo el que nunca se enoja: tienen poco de personas los insensibles. No
nace siempre de indolencia, sino de incapacidad. Un sentimiento en su ocasión es acto personal. Búrlanse
luego las aves de las apariencias de bultos. Alternar lo agrio con lo dulce es prueba de buen gusto: sola la
dulzura es para niños y necios. Gran mal es perderse de puro bueno en este sentido de insensibilidad.
{{c|🙝🙟}}
267. ''Palabras de seda, con suavidad de condición''. Atraviesan el cuerpo las jaras, pero las malas palabras
el alma. Una buena pasta hace que huela bien la boca. Gran sutileza del vivir, saber vender el aire. Lo más
se paga con palabras, y bastan ellas a desempeñar una imposibilidad. Negóciase en el aire con el aire, y
alienta mucho el aliento soberano. Siempre se ha de llevar la boca llena de azúcar para confitar palabras,
que saben bien a los mismos enemigos. Es el único medio para ser amable el ser apacible.
{{c|🙝🙟}}
268. ''Haga al principio el cuerdo lo que el necio al fin''. Lo mismo obra el uno que el otro; sólo se
diferencian en los tiempos: aquél en su sazón y éste sin ella. El que se calzó al principio el entendimiento
al revés, en todo lo demás prosigue de ese modo: lleva entre pies lo que había de poner sobre su cabeza;
hace siniestra de la diestra, y así es tan zurdo en todo su proceder. Sólo hay un buen caer en la cuenta.
Hacen por fuerza lo que pudieran de grado; pero el discreto luego ve lo que se ha de hacer, tarde o
temprano, y ejecútalo con gusto y con reputación.
{{c|🙝🙟}}
269. ''Válgase de su novedad'', que mientras fuere nuevo, será estimado. Aplace la novedad, por la variedad,
universalmente; refréscase el gusto y estímase más una medianía flamante que un extremo acostumbrado.
Rózanse las eminencias, y viénense a envejecer; y advierta que durará poco esa gloria de novedad: a
cuatro días le perderán el respeto. Sepa, pues, valerse de esas primicias de la estimación y saque en la
fuga del agradar todo lo que pudiera pretender; porque si se pasa el calor de lo reciente, resfriaráse la
pasión, y trocarse ha el agrado de nuevo en enfado de acostumbrado, y crea que todo tuvo también su vez,
y que pasó.
{{c|🙝🙟}}
270. ''No condenar solo lo que a muchos agrada''. Algo hay bueno, pues satisface a tantos; y, aunque no se
explica, se goza. La singularidad siempre es odiosa; y cuando errónea, ridícula; antes desacreditará su mal
concepto que el objeto; quedarse ha solo con su mal gusto. Si no sabe topar con lo bueno, disimule su
cortedad y no condene a bulto, que el mal gusto ordinariamente nace de la ignorancia. Lo que todos dicen,
o es, o quiere ser.
{{c|🙝🙟}}
271. ''El que supiere poco, téngase siempre a lo más seguro''. En toda profesión; que aunque no le tengan
por sutil, le tendrán por fundamental. El que sabe puede empeñarse y obrar de fantasía; pero saber poco y
arriesgarse es voluntario precipicio. Téngase siempre a la mano derecha, que no puede faltar lo asentado.
A poco saber, camino real; y a toda ley, tanto del saber como del ignorar, es más cuerda la seguridad que
la singularidad.
{{c|🙝🙟}}
272. ''Vender las cosas a precio de cortesía'', que es obligar más. Nunca llegará el pedir del interesado al dar
del generoso obligado. La cortesía no da, sino que empeña, y es la galantería la mayor obligación. No hay
cosa más cara para el hombre de bien que la que se le da: es venderla dos veces, y a dos precios, del valor
y de la cortesía. Verdad es que para el ruin es algarabía la galantería, porque no entiende los términos del
buen término.
{{c|🙝🙟}}
273. ''Comprehensión de los genios con quien trata'': para conocer los intentos. Conocida bien la causa, se
conoce el efecto, antes en ella y después en su motivo. El melancólico siempre agüera infelicidades, y el
maldiciente culpas: todo lo peor se les ofrece, y no percibiendo el bien presente, anuncian el posible mal.
El apasionado siempre habla con otro lenguaje diferente de lo que las cosas son; habla en él la pasión, no
la razón. Y cada uno, según su afecto o su humor. Y todos muy lejos de la verdad. Sepa descifrar un
semblante y deletrear el alma en los señales. Conozca al que siempre ríe por falto, y al que nunca por
falso. Recátese del preguntador, o por fácil, o por notante. Espere poco bueno del de mal gesto, que
suelen vengarse de la naturaleza estos, y así como ella los honró poco a ellos, la honran poco a ella. Tanta
suele ser la necedad cuanta fuere la hermosura.
{{c|🙝🙟}}
274. ''Tener la atractiva'': que es un hechizo políticamente cortés. Sirva el garabato galante más para atraer
voluntades que utilidades, o para todo. No bastan méritos si no se valen del agrado, que es el que da la
plausibilidad, el más práctico instrumento de la soberanía. Un caer en picadura es suerte, pero socórrese
del artificio, que donde hay gran natural asienta mejor lo artificial. De aquí se origina la pía afición, hasta
conseguir la gracia universal.
{{c|🙝🙟}}
275. ''Corriente, pero no indecente''. No esté siempre de figura y de enfado; es ramo de galantería. Hase de
ceder en algo al decoro para ganar la afición común. Alguna vez puede pasar por donde los más; pero sin
indecencia, que quien es tenido por necio en público no será tenido por cuerdo en secreto. Más se pierde
en un día genial que se ganó en toda la seriedad. Pero no se ha de estar siempre de excepción: el ser
singular es condenar a los otros; menos, afectar melindres; déjense para su sexo: aun los espirituales son
ridículos. Lo mejor de un hombre es parecerlo; que la mujer puede afectar con perfección lo varonil, y no
al contrario.
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{{Capítulos|
[[Or%C3%A1culo_manual_y_arte_de_la_prudencia: Aforismos (226-250)|Aforismos (226-250)]]|
Aforismos (251-275)|
[[Or%C3%A1culo_manual_y_arte_de_la_prudencia: Aforismos (276-300)|Aforismos (276-300)]]
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[[Categoría:Oráculo manual y arte de la prudencia]]
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Oráculo manual y arte de la prudencia: Aforismos (276-300)
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'''Aforismos (276-300)'''
276. ''Saber renovar el genio con la naturaleza y con el arte''. De siete en siete años dicen que se muda la
condición: sea para mejorar y realzar el gusto. A los primeros siete entra la razón; entre después, a cada
lustro, una nueva perfección. Observe esta variedad natural para ayudarla y esperar también de los otros
la mejoría. De aquí es que muchos mudaron de porte, o con el estado, o con el empleo; y a veces no se
advierte, hasta que se ve, el exceso de la mudanza. A los veinte años será pavón; a los treinta, león; a los
cuarenta, camello; a los cincuenta, serpiente; a los sesenta, perro; a los setenta, mona; y a los ochenta,
nada.
{{c|🙝🙟}}
277. ''Hombre de ostentación''. Es el lucimiento de las prendas. Hay vez para cada una: lógrese, que no será
cada día el de su triunfo. Hay sujetos bizarros en quienes lo poco luce mucho, y lo mucho hasta admirar.
Cuando la ostentativa se junta con la eminencia, pasa por prodigio. Hay naciones ostentosas, y la española
lo es con superioridad. Fue la luz pronto lucimiento de todo lo criado. Llena mucho el ostentar, suple
mucho y da un segundo ser a todo, y más cuando la realidad se afianza. El cielo, que da la perfección,
previene la ostentación, que cualquiera a solas fuera violenta. Es menester arte en el ostentar: aun lo muy
excelente depende de circunstancias y no tiene siempre vez. Salió mal la ostentativa cuando le faltó su
sazón. Ningún realce pide ser menos afectado, y perece siempre de este desaire, porque está muy al canto
de la vanidad, y ésta del desprecio. Ha de ser muy templada porque no dé en vulgar, y con los cuerdos
está algo desacreditada su demasía. Consiste a veces más en una elocuencia muda, en un mostrar la
perfección al descuido; que el sabio disimulo es el más plausible alarde, porque aquella misma privación
pica en lo más vivo a la curiosidad. Gran destreza suya no descubrir toda la perfección de una vez, sino
por brújula irla pintando, y siempre adelantando; que un realce sea empeño de otro mayor, y el aplauso
del primero, nueva expectación de los demás.
{{c|🙝🙟}}
278. ''Huir la nota en todo''. Que en siendo notados, serán defectos los mismos realces. Nace esto de
singularidad, que siempre fue censurada; quédase solo el singular. Aun lo lindo, si sobresale, es
descrédito; en haciendo reparar, ofende, y mucho más singularidades desautorizadas. Pero en los mismos
vicios quieren algunos ser conocidos, buscando novedad en la ruindad para conseguir tan infame fama.
Hasta en lo entendido lo sobrado degenera en bachillería.
{{c|🙝🙟}}
279. ''No decir al contradecir''. Es menester diferenciar cuándo procede de astucia o vulgaridad. No siempre
es porfía, que tal vez es artificio. Atención, pues, a no empeñarse en la una ni despeñarse en la otra. No
hay cuidado más logrado que en espías, y contra la ganzúa de los ánimos no hay mejor contratreta que el
dejar por dentro la llave del recato.
{{c|🙝🙟}}
280. ''Hombre de ley''. Está acabado el buen proceder, andan desmentidas las obligaciones, hay pocas
correspondencias buenas: al mejor servicio, el peor galardón, a uso ya de todo el mundo. Hay naciones
enteras proclives al maltrato: de unas se teme siempre la traición; de otras, la inconstancia; y de otras, el
engaño. Sirva, pues, la mala correspondencia ajena, no para la imitación, sino para la cautela. Es el riesgo
de desquiciar la entereza a vista del ruin proceder. Pero el varón de ley nunca se olvida de quién es por lo
que los otros son.
{{c|🙝🙟}}
281. ''Gracia de los entendidos''. Más se estima el tibio sí de un varón singular que todo un aplauso común,
porque regüeldos de aristas no alientan. Los sabios hablan con el entendimiento, y así su alabanza causa
una inmortal satisfacción. Redujo el juicioso Antígono todo el teatro de su fama a solo Zenón, y llamaba
Platón toda su escuela a Aristóteles. Atienden algunos a sólo llenar el estómago, aunque sea de broza
vulgar. Hasta los soberanos han menester a los que escriben, y teman más sus plumas que las feas los
pinceles.
{{c|🙝🙟}}
282. ''Usar de la ausencia'': o para el respeto, o para la estimación. Si la presencia disminuye la fama, la
ausencia la aumenta. El que ausente fue tenido por león, presente fue ridículo parto de los montes.
Deslústranse las prendas si se rozan, porque se ve antes la corteza del exterior que la mucha sustancia del
ánimo. Adelántase más la imaginación que la vista, y el engaño, que entra de ordinario por el oído, viene
a salir por los ojos. El que se conserva en el centro de su opinión conserva la reputación; que aun la fénix
se vale del retiro para el decoro, y del deseo para el aprecio.
{{c|🙝🙟}}
283. ''Hombre de inventiva a lo cuerdo''. Arguye exceso de ingenio, pero )cuál será sin el grano de
demencia? La inventiva es de ingeniosos; la buena elección, de prudentes. Es también de gracia, y más
rara, porque el elegir bien lo consiguieron muchos; el inventar bien, pocos, y los primeros en excelencia y
en tiempo. Es lisonjera la novedad, y si feliz, da dos realces a lo bueno. En los asuntos del juicio es
peligrosa por lo paradojo; en los del ingenio, loable; y si acertadas, una y otra plausibles.
{{c|🙝🙟}}
284. ''No sea entremetido, y no será desairado''. Estímese, si quisiere que le estimen. Sea antes avaro que
pródigo de sí. Llegue deseado, y será bien recibido. Nunca venga sino llamado, ni vaya sino embiado. El
que se empeña por sí, si sale mal, se carga todo el odio sobre sí; y si sale bien, no consigue el
agradecimiento. Es el entremetido terrero de desprecios, y por lo mismo que se introduce con
desvergüenza es tripulado en confusión.
{{c|🙝🙟}}
285. ''No perecer de desdicha ajena''. Conozca al que está en el lodo, y note que le reclamará para hacer
consuelo del recíproco mal. Buscan quien les ayude a llevar la desdicha, y los que en la prosperidad le
daban espaldas, ahora la mano. Es menester gran tiento con los que se ahogan para acudir al remedio sin
peligro.
{{c|🙝🙟}}
286. ''No dejarse obligar del todo, ni de todos'', que sería ser esclavo y común. Nacieron unos más dichosos
que otros, aquellos para hacer bien y estos para recibirle. Más preciosa es la libertad que la dádiva, porque
se pierde. Guste más que dependan de él muchos que no depender él de uno. No tiene otra comodidad el
mando sino el poder hacer más bien. Sobre todo, no tenga por favor la obligación en que se mete, y las
más veces la diligenciará la astucia ajena para prevenirle.
{{c|🙝🙟}}
287. ''Nunca obrar apasionado'': todo lo errará. No obre por sí quien no está en sí, y la pasión siempre
destierra la razón. Sustituya entonces un tercero prudente, que lo será, si desapasionado: siempre ven más
los que miran que los que juegan, porque no se apasionan. En conociéndose alterado, toque a retirar la
cordura, porque no acabe de encendérsele la sangre, que todo lo ejecutará sangriento, y en poco rato dará
materia para muchos días de confusión suya y murmuración ajena.
{{c|🙝🙟}}
288. ''Vivir a la ocasión''. El gobernar, el discurrir, todo ha de ser al caso. Querer cuando se puede, que la
sazón y el tiempo a nadie aguardan. No vaya por generalidades en el vivir, si ya no fuere en favor de la
virtud, ni intime leyes precisas al querer, que habrá de beber mañana del agua que desprecia hoy. Hay
algunos tan paradojamente impertinentes, que pretenden que todas las circunstancias del acierto se ajusten
a su manía, y no al contrario. Mas el sabio sabe que el norte de la prudencia consiste en portarse a la
ocasión.
{{c|🙝🙟}}
289. ''El mayor desdoro de un hombre es dar muestras de que es hombre''. Déjanle de tener por divino el
día que le ven muy humano. La liviandad es el mayor contraste de la reputación. Así como el varón
recatado es tenido por más que hombre, así el liviano por menos que hombre. No hay vicio que más
desautorice, porque la liviandad se opone frente a frente a la gravedad. Hombre liviano no puede ser de
sustancia, y más si fuere anciano, donde la edad le obliga a la cordura. Y con ser este desdoro tan de
muchos, no le quita el estar singularmente desautorizado.
{{c|🙝🙟}}
290. ''Es felicidad juntar el aprecio con el afecto'': no ser muy amado para conservar el respeto. Más
atrevido es el amor que el odio; afición y veneración no se juntan bien; y aunque, no ha de ser uno muy
temido ni muy querido. El amor introduce la llaneza, y al paso que ésta entra, sale la estimación. Sea
amado antes apreciativamente que afectivamente, que es amor muy de personas.
{{c|🙝🙟}}
291. ''Saber hacer la tentativa''. Compita la atención del juicioso con la detención del recatado: gran juicio
se requiere para medir el ajeno. Más importa conocer los genios y las propiedades de las personas que de
las yerbas y piedras. Acción es esta de las más sutiles de la vida: por el sonido se conocen los metales y
por el hablar las personas. Las palabras muestran la entereza, pero mucho más las obras. Aquí es menester
el extravagante reparo, la observación profunda, la sutil nota y la juiciosa crisis.
{{c|🙝🙟}}
292. ''Venza el natural las obligaciones del empleo, y no al contrario''. Por grande que sea el puesto, ha de
mostrar que es mayor la persona. Un caudal con ensanches vase dilatando y ostentando más con los
empleos. Fácilmente le cogerán el corazón al que le tiene estrecho, y al cabo viene a quebrar con
obligación y reputación. Preciábase el grande Augusto de ser mayor hombre que príncipe. Aquí vale la
alteza de ánimo, y aun aprovecha la confianza cuerda de sí.
{{c|🙝🙟}}
293. ''De la madurez''. Resplandece en el exterior, pero más en las costumbres. La gravedad material hace
precioso al oro, y la moral a la persona. Es el decoro de las prendas, causando veneración. La compostura
del hombre es la fachada del alma. No es necedad con poco meneo, como quiere la ligereza, sino una
autoridad muy sosegada. Habla por sentencias, obra con aciertos. Supone un hombre muy hecho, porque
tanto tiene de persona cuanto de madurez. En dejando de ser niño, comienza a ser grave y autorizado.
{{c|🙝🙟}}
294. ''Moderarse en el sentir''. Cada uno hace concepto según su conveniencia, y abunda de razones en su
aprehensión. Cede en los más el dictamen al afecto. Acontece el encontrarse dos contradictoriamente y
cada uno presume de su parte la razón; mas ella, fiel, nunca supo hacer dos caras. Proceda el sabio con
refleja en tan delicado punto; y así el recelo propio reformará la calificación del proceder ajeno. Póngase
tal vez de la otra parte; examínele al contrario los motivos. Con esto, ni le condenará a él, ni se justificará
a sí tan a lo desalumbrado.
{{c|🙝🙟}}
295. ''No hazañero, sino hazañoso''. Hacen muy de los hacendados los que menos tienen para qué. Todo lo
hacen misterio, con mayor frialdad: camaleones del aplauso, dando a todos hartazgos de risa. Siempre fue
enfadosa la vanidad, aquí reída: andan mendigando hazañas las hormiguillas del honor. Afecte menos sus
mayores eminencias. Conténtese con hacer, y deje para otros el decir. Dé las hazañas, no las venda; ni se
han de alquilar plumas de oro para que escriban lodo, con asco de la cordura. Aspire antes a ser heroico
que a sólo parecerlo.
{{c|🙝🙟}}
296. ''Varón de prendas, y majestuosas''. Las primeras hacen los primeros hombres. Equivale una sola a
toda una mediana pluralidad. Gustaba aquel que todas sus cosas fuesen grandes, hasta las usuales alhajas.
¡Cuánto mejor el varón grande debe procurar que las prendas de su ánimo lo sean! En Dios todo es
infinito, todo inmenso; así en un héroe todo ha de ser grande y majestuoso, de suerte que todas sus
acciones, y aun razones, vayan revestidas de una trascendente grandiosa majestad.
{{c|🙝🙟}}
297. ''Obrar siempre como a vista''. Aquel es varón remirado que mira que le miran o que le mirarán. Sabe
que las paredes oyen y que lo mal hecho revienta por salir. Aun cuando solo, obra como a vista de todo el
mundo, porque sabe que todo se sabrá; ya mira como a testigos ahora a los que por la noticia lo serán
después. No se recataba de que le podían registrar en su casa desde las ajenas el que deseaba que todo el
mundo le viese.
{{c|🙝🙟}}
298. ''Tres cosas hacen un prodigio, y son el don máximo de la suma liberalidad: ingenio fecundo, juicio profundo y gusto relevantemente jocundo''. Gran ventaja concebir bien, pero mayor discurrir bien,
entendimiento del bueno. El ingenio no ha de estar en el espinazo, que sería más ser laborioso que agudo.
Pensar bien es el fruto de la racionalidad. A los veinte años reina la voluntad, a los treinta el ingenio, a los
cuarenta el juicio. Hay entendimientos que arrojan de sí luz, como los ojos del lince, y en la mayor
oscuridad discurren más; haylos de ocasión, que siempre topan con lo más a propósito. Ofrecéseles
mucho y bien: felicísima fecundidad. Pero un buen gusto sazona toda la vida.
{{c|🙝🙟}}
299. ''Dejar con hambre''. Hase de dejar en los labios aun con el néctar. Es el deseo medida de la
estimación; hasta la material sed es treta de buen gusto picarla, pero no acabarla. Lo bueno, si poco, dos
veces bueno. Es grande la baja de la segunda vez: hartazgos de agrado son peligrosos, que ocasionan
desprecio a la más eterna eminencia. Única regla de agradar: coger el apetito picado con el hambre con
que quedó. Si se ha de irritar, sea antes por impaciencia del deseo que por enfado de la fruición: gústase al
doble de la felicidad penada.
{{c|🙝🙟}}
300. ''En una palabra, santo, que es decirlo todo de una vez''. Es la virtud cadena de todas las perfecciones,
centro de las felicidades. Ella hace un sujeto prudente, atento, sagaz, cuerdo, sabio, valeroso, reportado,
entero, feliz, plausible, verdadero y universal héroe. Tres eses hacen dichoso: santo, sano y sabio. La
virtud es el sol del mundo menor, y tiene por hemisferio la buena conciencia; es tan hermosa, que se lleva
la gracia de Dios y de las gentes. No hay cosa amable sino la virtud, ni aborrecible sino el vicio. La virtud
es cosa de veras, todo lo demás de burlas. La capacidad y grandeza se ha de medir por la virtud, no por la
fortuna. Ella sola se basta a sí misma. Vivo el hombre, le hace amable; y muerto, memorable.
{{c|🙝🙟}}
{{Capítulos|
[[Or%C3%A1culo_manual_y_arte_de_la_prudencia: Aforismos (251-275)|Aforismos (251-275)]]|
Aforismos (276-300)|
[[Or%C3%A1culo_manual_y_arte_de_prudencia|Índice]]
}}
{{DP-100}}
[[Categoría:Oráculo manual y arte de la prudencia]]
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Los cordobeses en Creta
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Kwamikagami
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{{encabe
|título={{PAGENAME}}<br><br> Novela histórica a galope
|autor=Juan Valera
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}}
Sr. D. Miguel Moya.
Mi distinguido amigo: Para El Liberal del domingo próximo me pide usted amablemente que escriba yo algo sobre las cosas que en las antiguas edades, pasaron en la isla de Creta. Grande, es mi deseo de complacer a usted, pero tropiezo con dos dificultades. En breves palabras, y ciñéndome a lo consignado por mitólogos e historiadores, ¿qué podré yo decir que tenga alguna novedad, que no sea un extracto de lo que ellos dijeron, y que no esté mejor dicho en cualquier Diccionario enciclopédico? Y si acudo a mi imaginación y añado con ella algo a lo ya sabido, no tendrá consistencia ni se entenderá lo que yo añada, si lo ya sabido no se pone por base, lo cual no es posible que quepa en una o dos columnas del apreciable periódico que usted dirige. De aquí que ni de una suerte ni de otra pueda yo escribir con acierto para el fin que usted quiere. No es esto, sin embargo, lo que más me aflige. Lo que más me aflige es que, desde hace muchísimos años, desde antes que hubiese pensado yo en escribir novelas de costumbres del día, se me había ocurrido escribir una novela histórica sobre Creta, y hasta había forjado el plan, aunque confusa y vagamente. Hubiera sido mi novela un pasmoso tejido de extraordinarias aventuras, con un fundamento real del que la historia da testimonio, aunque conciso. Mi deseo de escribir esta novela no se ha disipado nunca. Lo que se ha disipado es mi esperanza. Para escribirla como yo me la figuraba era menester reunir y, formar un inmenso aparato de erudición, y para esto me faltó siempre la paciencia. Hoy, por mi desgracia, además de la paciencia, me falta la vista. No puedo consultar la multitud de librotes, antiguos y modernos, y escritos en diferentes lenguas, de donde sacaría yo el color local y temporal que mi proyectada obra requiere. La obra, pues, tiene que quedarse en proyecto. Y ya que en proyecto se queda, para libertarme de su obsesión y para probarle a usted que si no puedo, quiero darle gusto, voy a poner aquí el proyecto en muy breve resumen.
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En el reinado de Alhakem I, por los años 218 de la Égira, había en Córdoba un rico mercader llamado Abu Hafáz el Goleith, natural del cercano lugar de Fohs Albolut. En su bazar, situado en una de las calles más céntricas, se veían reunidos los más preciosos objetos de la industria humana, así de lo que en nuestra península se producía como de lo traído de remotas regiones, de Bagdad, de Damasco, de Bocara, de Samarcanda, de la Persia, de la India y del apenas conocido inmenso Imperio del Catay. Abu Hafáz tenía naves propias, que iban a los puertos de Levante a proveerse de mercancías.
En una tarde de primavera entró en el bazar de Abu Hafáz una dama tapada, acompañada de su sirvienta. Aunque él no le vio la cara, admiró la gracia y gallardía de su andar, la esbeltez y elegancia de su talle, cierto inefable prestigio seductor que como nimbo luminoso la circundaba, y la aristocrática belleza de sus blancas, lindas y bien cuidadas manos.
La dama quiso ver cuanto de más rico en el bazar había. Abu Hafáz, lleno de complacencia, fue ofreciendo ante sus ojos, y poniendo sobre el mostrador, mil extraños primores en joyas y en telas. Ella no se saciaba de mirarlas. Era muy curiosa. El mercader le dijo:
-Aun no te he mostrado, sultana, lo más espléndido y peregrino que mi tienda atesora.
-¿Y para qué lo escondes y no me lo muestras? -dijo ella.
-Porque soy interesado y no quiero trabajar en balde. Muéstrame tú la cara y yo en pago te enseñaré mis mejores riquezas.
La dama no se hizo mucho de rogar. Apartó el rebozo, y dejó ver el más bello y agraciado semblante que el mercader había podido ver o soñar en toda su vida. Agradecido y entusiasmado, trajo entonces perlas de Ormuz, diamantes de Golconda y tejidos de seda, venidos del Catay y bordados con tal esmero y maestría, que no parecía labor de seres humanos, sino de hadas y de genios.
De la mejor y más estupenda de aquellas telas bordadas se prendó la dama incógnita, quiso comprarla, y pidió el precio.
-Es tan cara -dijo el mercader- que acaso no quieras o no puedas pagarla; pero si tienes buena voluntad, la tela te saldrá baratísima.
-Acaba. Di lo que me costará la tela.
-Pues un beso de tu boca -replicó el mercader.
Enojada la dama de aquella irrespetuosa osadía, se cubrió el rostro, volvió las espaldas a Abu Hafáz y salió del bazar seguida de su sierva.
Quiso el mercader seguirla para averiguar dónde moraba y quién era; pero la dama había desaparecido en el laberinto de las estrechas calles.
Pintaría luego la novela el furioso enamoramiento de Abu Hafáz y su desesperación durante cinco o seis días, a pesar de mil cuidados y misteriosos asuntos que le preocupaban y ocupaban.
Al cabo la sierva viene al bazar y le dice que su señora no puede dormir ni sosegar, pensando siempre en la tela y anhelando poseerla; que cede, por lo tanto, y que al día siguiente, al anochecer, vendrá al bazar con mucho recato y dará por la tela el precio que se la pide.
La dama acude en efecto a la cita. El mercader averigua entonces que está en el harén del sultán, de donde ella ha salido a hurtadillas, mientras el sultán está en la sierra cazando jabalíes. Ella se llama Gláfira. Es natural de una pequeña aldea situada en la falda del monte Ida. Aunque su familia era pobre, presumía de alta y antigua nobleza. Su estirpe se remontaba a las edades míticas. Contaba entre sus antepasados curetes y dáctilos 1 ideos, de los que tejiendo danzas guerreras al son de los clarines y, al estruendo de sus broqueles heridos por el pomo de las espadas rodearon a Zeus cuando niño, e impidieron que Cronos le oyera y le devorara.
En su agreste retiro la familia de Gláfira se había resistido a hacerse cristiana y guardaba vivos y frescos por tradición los recuerdos del paganismo. Hasta se jactaba de poseer virtudes mágicas y prendas sobrenaturales, adquiridas por iniciación en venerandos y primitivos misterios. Afirmaba Gláfira que uno de sus progenitores había sido Epiménides, sabio, legislador, poeta y profeta, diestro en el arte de suspender la vida, permaneciendo aletargado en profundas cavernas para conocer por experiencia el sesgo y tortuoso curso que llevan al través de los siglos los sucesos humanos.
Gláfira había perdido el secreto de las artes mágicas, pero tenía no pocas habilidades. Cantaba o recitaba mil antiguas leyendas en verso de las edades divinas, de héroes y semidioses: de la venida de Europa a su isla, del furor amoroso de Pasifae y del triunfo y de la perfidia de Teseo. Y bailaba aún, según ella aseguraba, la misma ingeniosa danza que Dédalo compuso para la princesa Ariadna de las trenzas de oro.
Acusado de hechicero y de gentil, y huyendo de la intolerante persecución religiosa, el padre de Gláfira salió de Creta con su hija. Anduvo errante por varios países y al fin murió, dejándola abandonada. Vagando como Io, Gláfira llegó a Hesperia, sin Argos que la vigilase, pero también sin tábano o estro que la picase. No tenía más estro que su voluntad ambiciosa.
Alhakem, encantado y seducido por su talento y por su hermosura, la había hospedado en su alcázar. Ella soñaba con ser la favorita y la reina en el imperio de los Omniadas.
El irresistible capricho de poseer la tela y cierto anhelo casi inconsciente que le había infundido el joven mercader atrajeron a Gláfira y la impulsaron a dar el precio que se le pedía.
Llama más ardiente y más dominadora encendió el beso en el corazón de Abu Hafáz en vez de aquietarle. Él era atrevido y capaz de arriesgarlo y de aventurarlo todo, confiado en la pujanza de su ánimo y juzgándose con bríos para allanar montes de dificultades. Resolvió, pues, guardar a Gláfira en su casa como prenda suya, sin soltar la esclava para que no descubriese el secuestro.
Al saber la determinación de Abu Hafáz, Gláfira se enfurece; dice que la que espera ser reina de Hesperia, de las islas adyacentes y de parte del Magreb, no puede resignarse a ser esposa o amiga de un mercader cualquiera, de un plebeyo renegado de la vencida y dominada raza española. Considera además delirio lo que Abu Hafáz pretende. Pronto llegaría a saberlo el sultán y tomaría cruda venganza. En su rabia Gláfira insulta a Abu Hafáz y quiere matarle con un puñalito que lleva en la cintura. Él la desarma y la paga su beso y sus insultos con un beso de vampiro. Se le ha dado en el blanco cuello, y a la luz de una lámpara, en un espejo de acero bruñido, hace que ella mire la huella que en su cuello ha dejado.
-Es el sello -le dice- de que eres mi esclava.
Gláfira tenía un círculo amoratado de la extensión de un dirhem.
-Más de un año -dijo Abu Hafáz- tardará en borrarse ese signo. ¿Cómo has de atreverte a volver con él a la presencia de tu antiguo amo? Ya eres mía, pero antes de que se borre la marca con que te he sellado conquistaré un trono y serás reina conmigo.
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Hacía poco que Alhakem había hecho jurar a su hijo Abderahman como Valialahdi o sucesor en el Imperio. El hijo cuidaba de todo, mientras que el padre se entregaba a los placeres y sólo intervenía en el gobierno cuando le agitaban sus dos más tremendas pasiones: la ira y la codicia. El pueblo gemía agobiado por enormes tributos y vejado y humillado por la guardia personal del príncipe, compuesta de mercenarios esclavos, de eunucos negros y de tres mil muzárabes andaluces. Una reyerta entre gente del pueblo y varios cobradores de tributos, sostenidos por hombres de la guardia del rey, promovió un motín que fue sofocado mientras que Alhakem estaba de caza. Volvió de ella, y dejándose llevar de su crueldad, dispuso que crucificasen a los diez principales promovedores del motín.
Tiempo hacía que se conspiraba contra Alhakem. El horroroso espectáculo de los diez ajusticiados excitó la compasión y el furor del pueblo. La conjuración estalló prematuramente. La rebelión fue vigorosa. Casi todos los muladíes o renegados españoles tomaron parte en ella. Abu Hafáz los dirigía y capitaneaba. Esto fue al día siguiente del secuestro de Gláfira. La guardia del rey y los demás armados de la guarnición fueron dos o tres veces vencidos y rechazados, teniendo que refugiarse en el alcázar. La muchedumbre le sitiaba y se aprestaba a dar el asalto. Alhakem receló que aquello iba a ser el fin de su reinado y de su vida. Llamó a su paje favorito, le hizo verter sobre su cabeza y sus barbas un pomo de olorosas esencias para que por su fragancia se le reconociese entre los muertos, y salió a morir o a vencer a los rebeldes.
Por orden de Alhakem vadeó el Guadalquivir un buen golpe de sus guerreros, fue a caer sobre el arrabal de los muladíes, que estaba del otro lado del río, y le entregó al saqueo y a un voraz incendio. Los muladíes vieron las llamas y el humo; pensaron que ardían sus casas y tal vez sus mujeres y sus hijos, y abandonaron la pelea para acudir a socorrerlos. La batalla entonces se convirtió en derrota y en atroz carnicería y matanza de los muladíes, atacados por todas partes, así por los que mandaba Alhakem como por los que, atravesando el puente, volvían del arrabal después de haberlo incendiado.
Vencido Abu Hafáz, tuvo bastante fortuna y presencia de espíritu para poder escapar con no pocos de los suyos, con lo mejor de su tesoro y llevando a Gláfira consigo. Corriendo mil peligros y venciendo mil obstáculos, llegó Abu Hafáz hasta Adra. Allí tenía diez grandes naves suyas. Se embarcó en ellas y abandonó a España para siempre.
Alhakem, después de la victoria, aun castigó fieramente a los rebeldes. Más de cuatrocientas cabezas de los que habían caído vivos en sus manos aparecieron cortadas y clavadas en sendas estacas en la orilla del Guadalquivir. Después quiso mostrarse clemente, porque no había de matar millares de personas; pero las expulsó de España a millares. Unas fueron a Marruecos y poblaron un gran barrio de la ciudad de Fez. Otras emigraron más lejos y se establecieron en Egipto.
Abu Hafáz, entre tanto, con sus naves y con los más valerosos entre los forajidos, se hizo pirata.
Aquí entraba en mi plan una serie de aventuras y de incursiones en la Provenza, en Cerdeña, en las costas de Calabria y en otras comarcas.
Abu Hafáz, cargado de botín y con mayor número de naves y de gente que se le había allegado, aporta a Alejandría. Merced a las discordias civiles que allí hubo entonces, logra apoderarse de aquella ciudad magnífica y la conserva durante algún tiempo. El califa de Bagdad envía contra él un poderoso ejército. Abu Hafáz se defiende, y si bien capitula y abandona la ciudad, es después de una capitulación honrosa y lucrativa, recibiendo cuantiosa suma por el rescate.
Con veinte naves y con unos cuantos cientos de guerreros, Abu Hafáz se dirigió, por último, a Creta. Llevaba siempre consigo a Gláfira, mantenía su promesa jactanciosa de hacerla reina, y ahora esperaba hacerla reina en su patria, mucho antes de que se le borrase el apasionado signo de esclavitud que le había puesto en el cuello. Creta estaba en poder de los bizantinos cuando los forajidos andaluces desembarcaron en sus costas.
Aquí pensaba yo lucirme describiendo las bellezas naturales de la isla, sus antiguallas, sus famosas ciudades, como Gnosos y Gortina, los vestigios del Laberinto donde estuvo encerrado el Minotauro, los esquivos lugares en que los dáctilos y los curetes bailaban sus danzas guerreras en torno del futuro monarca de los hombres y de los dioses, la sagrada caverna en que durmió su sueño secular Epiménides, y el punto en que se embarcó Ariadna con el falaz e ingrato Teseo, que luego la abandonó en Naxos, de donde la sacó en triunfo el dios Ditirambo con toda aquella comitiva estruendosa de faunos y de ménades, que tan gallardamente nos describen los poetas.
Sería menester relatar también cómo los guerreros de Abu Hafáz, después de saquear algunos lugares de la isla, quisieron abandonarla para no tener que luchar con el ejército del emperador de Grecia, y cómo Abu Hafáz, precediendo en esto a los catalanes en Galípoli y a Hernán Cortés en México, hizo incendiar las veinte naves, para que no quedase otro recurso que vencer o morir a la gente de armas que llevaba consigo.
Pintaría yo, por último, la guerra sostenida contra los soldados del Imperio griego y cómo fueron vencidos.
Abu Hafáz entonces se enseñorea de la isla toda y pone su trono y la capital de su dominio en una fortaleza, fundada por él y cuyo nombre fue Candax. Así borró por espacio de siglos su antiguo nombre a la isla que vino a llamarse Candía.
Gláfira fue reina, como Abu Hafáz se lo había prometido. La marca no desapareció hasta mucho después que Gláfira había subido al trono. Y el hijo de Gláfira y su nieto y su biznieto reinaron en Creta, porque su dinastía duró dos o tres siglos.
Todo esto contado aquí a escape, tal vez no tenga chiste; pero yo creo que dándole la debida extensión e iluminándolo eruditamente con los colores locales y temporales de que ya he hablado, sería divertidísima novela, y pondría además de realce la hazaña de los andaluces, musulmanes entonces en vez de ser católicos, y que fueron los primeros en llevar a Creta el islamismo, de que ahora con tanta razón quieren los cretenses libertarse. Dios se lo conceda y a mí la gracia de no haber fastidiado a los lectores de El Liberal con este a manera de aborto de mi seco ingenio. Válgame por disculpa que lo hago por complacer a usted.
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No lo invento
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La muchacha más hermosa del pueblecillo de Arfe tenía el nombre tan lindo como el rostro; llamábase Pura, y sus convecinos habían reforzado el simbolismo de su nombre, diciendo siempre Puri la Casta. Esta denominación, que huele a azucena, convenía maravillosamente con el tipo de la chica, blanca, fresca, rubia, cándida de fisonomía hasta rayar en algo sosa, defecto frecuente de las bellezas de lugar, en quienes la coquetería se califica de liviandad al punto, y el ingenio y la malicia pasarían, si existiesen, por depravación profunda. En la región de España donde se encuentra situado Arfe, se le exige a la mujer que sea rezadora, leal, casera, fuerte, sencilla, y, para seguridad mayor, un tanto glacial. Así era la Casta, cerrado huerto, sellada fuente, llena tan sólo de agua clarísima. Por lo cual, y por su gallarda escultura, mozos y señoritos se bebían tras ella los vientos, y los ancianos la miraban con cariñosa admiración, mayor y más justificada que la de los viejos de Troya para Helena de Menelao.
No tenía, sin embargo, la Casta ofrecida a Dios su doncellez, por lo cual, así que entre sus aspirantes apareció uno de honrados antecedentes y propósitos, de limpia sangre, de edad moza, de acomodada hacienda, dejose cortejar por él, le dio un honesto sí, y como entre tal gente y en tales comarcas el sí es antesala de la iglesia, fijose al punto la duración probable del noviazgo y fecha aproximada del casamiento. Y el noviazgo corrió, entremezclado de dulces pláticas, inocentes finezas, lícitas alegrías, sin que el novio -muchacho de piadosos sentimientos y nobilísimo carácter- intentase jamás pedir, en arras de los concertados desposorios, ni el más leve anticipo de las futuras delicias. No porque no inflamase sus venas la calentura del deseo, ni porque no soñase todas las noches con la aventura de deshojar uno a uno los pétalos de la intacta azucena respirando su perfume; pero respetaba en la novia a la esposa, y las telas que cubrían a la bella estatua eran tan sagradas para él como la orla del manto de la Virgen.
Sin embargo, a medida que el día de la boda se acercaba, exaltábase la pasión del novio de Puri, y le era más difícil no mostrar con algún transporte la enajenación de su espíritu. A su vez, la hermosa revelaba mayor abandono, y como la proximidad de la bendición la tranquilizase, no recelaba acercarse a su futuro marido y hablarle con mayor intimidad y cariñosa confianza. Así fue que cierta tarde, hallándose los prometidos charlando en el corral de la casa de Puri, el novio no supo reprimirse, y, cogiéndola por el talle, la estrechó contra sí, y la besó con delirio, a bulto y a tropezones, en pelo y frente. Apenas lo hubo ejecutado, sintió remordimiento y vergüenza, mientras la muchacha, pálida y ceñuda, se había echado atrás, y le miraba con asombro, casi con miedo. El enamorado se cuadró, tartamudeó algunas frases confusas, y huyó de allí enojado consigo mismo y acusándose de una profanación moral, tan inoportuna como necia.
Cuando al otro día vio a la Casta, aumentó su desazón el encontrarla muy pálida, abatida y triste. Creyolo al pronto consecuencia de su desmán, pero disipó sus recelos el asegurar repetidas veces la novia que no era sino malestar físico, una indisposición insignificante, de esas que no se pueden localizar, porque se resiente de ellas todo el cuerpo. A la mañana siguiente, lejos de disiparse el malestar, se convirtió en verdadera dolencia, que obligó a Puri a guardar cama. Y cama fue de donde no se levantó ya nunca la niña, sino para ser llevada, entre cuatro, al cementerio de Arfe.
La natural amargura del novio se tiñó de un matiz sombrío y furioso, de un carácter de insensatez. Para él no había palabras de consuelo; negábase a tomar alimento; tan pronto reía, como rugía o se mesaba los cabellos, mordiéndose con desesperación las manos. Por más que el médico le aseguró repetidas veces que Puri había fallecido de enfermedad natural y vulgarísima, de una fiebre cerebral aguda, el infeliz se obstinaba en suponer que su atrevimiento había acarreado la muerte de aquella criatura preciosa y lozana. El fatídico «yo la maté», inarticulado y confuso, brotaba del fondo de su conciencia, entenebreciendo su espíritu con sombras y lobregueces de enajenación. Pálido como el mármol, la mirada fija con extravío en un punto invisible del espacio, rezando entre dientes, y con las manos convulsivamente enclavijadas, veló a la muerta y la acompañó hasta su último asilo. Vestida de blanco y azul -el hábito de la Concepción-; apenas desgastada por la fiebre; con su hermoso pelo rubio suelto y haciendo marco al rostro apacible, fresco a pesar de la muerte; con la palma de las vírgenes sobre el pecho, Puri la Casta se iba al sepulcro hecha un milagro de belleza, más que en vida si cabe.
Así lo afirmaban las amigas y vecinas que la escoltaban en la última jornada, y así lo repitió el sepulturero, el tío Carmelo, con aquella risa suya tan especial y tan fúnebre, que cuajaba la sangre en las venas. El tío Carmelo era un hombrecillo de unos cincuenta y tantos años, de faz descarnada y cínica -la faz que presentan las calaveras, que es sabido que, a su modo, ríen siempre-. Enjuto y seco lo mismo que la yesca; de ojos descoloridos y claros; de cráneo lucio y mondo, la perpetua risa descubría los dientes amarillos, y la alegría, que en los demás hombres suele ser indicio de bondad de corazón y condición sana y tratable, en él era como siniestra luz que alumbra una hoya. Si los moradores de Arfe leyesen a Shakespeare, acordaríanse de cierta escena de Hamlet cuando divisaban al enterrador, con su risa de cementerio y sus chanzas de ultratumba, y Puri, tendida en su féretro, les evocaría la imagen de Ofelia.
El tío Carmelo era hijo y nieto de sepultureros; pero en él acababa la dinastía, porque ninguna moza de Arfe ni de los pueblos comarcanos quiso unir su suerte a la del feo e irónico enterrador. La pena de la soledad habría amargado tal vez la juventud del tío Carmelo: desde que llegara a la edad madura, se resignaba tan perfectamente, al parecer, que sus chanzonetas, mofas y pullas acostumbraban versar sobre los casados, los enamorados y los novios. Les daba vaya, llegando al atrevimiento de decir que a todos, a todos sin excepción, les habían faltado o les habían de faltar alguna vez sus novias y esposas, y sólo la misma generalidad de esta chanza la hacía pasadera, pues a creer los arfeños que el sepulturero hablaba seriamente y aludía a alguno en particular, por buena providencia le arrancarían la venenosa lengua de la boca. Sus dicharachos algo libres, sus bromas de mala ley, su perpetua risilla mofadora e insultante, se toleraban, porque el tinte de desprecio hacia la profesión refluía en el hombre, y los pueblos, como los reyes, no se formalizan por las lenguaterías del infeliz bufón. Además, los arfeños, gente buena y sin hiel, compadecían a aquel viejo que habitaba entre difuntos, en completo abandono y soledad, sin un afecto que calentase su corazón, sin una nota dulce en su hosca vida de cincuentón solitario. Nada positivamente malo se sabía de él; se le veía ganar el pan con el sudor de su frente, y el mismo horror de su oficio acrecentaba la piedad.
En los dominios del antipático viejo se quedó la pobre Puri, después que hubieron cerrado la caja, depositándola en la hoya y volcado sobre ella las paletadas de tierra que habían de cubrirla. El novio no saltó a la fosa como Hamlet el dinamarqués, a decir disparates y echar bravatas filosóficas: era demasiado cristiano para cometer tamaña atrocidad; pero mientras se cantaron los responsos y el cura roció con agua bendita la linda cara de la muerta, mientras se tapó el ataúd y se dio tierra para colmar la zanja, allí se estuvo el futuro esposo con los ojos fijos en aquel rostro celestial que iban a disputarle los gusanos del sepulcro, oyendo el sordo ruido de las palas, absorto y hecho de piedra. Igualado el terreno, volviose, y sin derramar una lágrima ni proferir un suspiro, se alejó de allí, ofreciendo las trazas de un inofensivo demente, que se aparta de los cuerdos para cavilar a sus anchas.
Encerrado en casa se estuvo hasta la noche, la cual cayó sobre la villita como suave manto de terciopelo obscuro claveteado de diamantinas luminarias; porque era el mes de mayo, y a las serenidades del firmamento respondía el latir de la tierra germinadora. No bien las sombras descendieron sobre Arfe, el novio de Puri, levantando la cabeza y apoyando el índice en la frente, se estremeció. Sentíase acometido por la lúgubre idea de que su amada se encontraría muy sola allá en el cementerio, y que era justo hacerle un rato de compañía y rezar sobre la hoya recién colmada. Semejante propósito le sirvió de alivio: sin saber por qué, le dilató el pecho, sacándole de la terrible absorción y quietud del dolor, al cual todo proyecto, toda actividad, proporciona lenitivo. Envolviose en su capa, por instinto y hábito, pues antes que frío sentía ardor de calentura; tomó el sombrero, y por calles excusadas se encaminó al campo santo.
Está situado Arfe en la vertiente de una montañuela; las casas se desparraman por su declive; el circuito de las tapias del cementerio sigue la misma inclinación, de manera que por la parte alta son sumamente fáciles de escalar, sobre todo para quien posee la agilidad de la juventud y sabe agarrarse a las matas y a las piedras. No costó gran trabajo al novio de Puri introducirse en el recinto, y si el corazón no le palpitase de emoción sagrada, la fatiga de la ascensión no bastaría a sobresaltárselo.
Para penetrar eligiera un ángulo de tapia algo desmoronado, donde compacto grupo de cipreses proyectaba sobre el suelo su larga sombra piramidal; dos olivos contribuían a espesarla. A pesar de la claridad de la naciente luna, al pronto le fue difícil orientarse. Sabía que la fosa estaba detrás de otro grupo de arbolado, en un rincón donde había pocas cruces, especie de lugar de preferencia, más solitario y distinguido que los restantes. Por fin atinó con la dirección el novio.
Sin explicarse la causa, desde que se introdujera en aquel campo santo para despedirse de su futura como el enamorado de Verona, sentía un pavor, un hielo, un escalofrío, algo que le atravesaba el corazón y le apretaba la garganta y le paralizaba las piernas. Inmóvil ante el puñado de árboles, cortina del lecho mortuorio de Puri, temblaba como si un espanto difuso e invisible para los ojos carnales fuese a alzarse de aquella tumba. ¿Se atrevería a salvar el grupo y entrar en el misterioso rincón, donde la obscuridad redoblaba y el terror religioso batía sus alas de arcángel? Detrás de aquellos árboles estaba su novia, sí; pero no como siempre, bella, arrogante, teñida de rosa, coronada por sus trenzas de oro, sino lívida, yerta, tendida, con las manos cruzadas sobre la palma de su virginidad. Y el católico, sintiendo en el alma efusión celeste, en las pupilas lágrimas de fe, se dispuso a arrodillarse en aquella sepultura y a rezar por la muerta... o a la muerta, a su espíritu angelical, que tal vez flotaba allí, en la tibia atmósfera de la noche de mayo...
¿Era juego de la fantasía? ¿Era alucinación del sufrimiento? Juraría que detrás del grupo de árboles se oía un rumor, un resuello, una cosa rara, distinta del silencio augusto propio de semejante lugar a semejantes horas... Extrañeza y recelo insensatos restituían ya al afligido novio la conciencia de la realidad y el impulso de la defensa, y enloquecido, lanzose como un dardo hacia la sepultura... El horror más grande, la cólera más tremenda que pueden clavar la voluntad y sujetar el brazo cuando debieran impulsarlo a caer como el rayo vengador, le impidieron hacer pedazos allí mismo al infame sepulturero, que en aquel rincón del cementerio perpetraba nefando crimen con el cuerpo desenterrado, rígido, blanco y hermoso de Puri la Casta.
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Cuando el tío Carmelo compareció ante el juez -después de atravesar, amarrado codo con codo, por entre la multitud ebria de furor, linchadora, que pedía a gritos que le diesen al sepulturero para arrastrarlo en una espuerta-, lejos de mostrarse humillado, contrito, abatido o lleno de confusión, se presentó impávido, sarcástico, risueño, luciendo como nunca el humorismo fúnebre que le caracterizaba. Al increparle el representante de la ley por la horrenda profanación, en vez de disculparse, de atribuir el hecho a momentáneo extravío o frenesí matador de la razón y la conciencia, alzó la frente, hizo una mueca de reto y desdén, tomó la palabra con voz entera, estridente como un silbo, y todo el pueblo de Arfe, aquel pueblo morigerado, cristiano, honesto y celoso de la fama más que del cariño, que hace del honor una ley y de la honra un sagrario; todo el pueblo de Arfe, repito, supo que el último de los hombres (si no hubiese verdugo), un asqueroso vejezuelo, baldón y escoria de la humanidad, los había afrentado consecutivamente en la persona de sus madres, esposas, hermanas e hijas, por espacio de treinta y tantos años, deliberadamente y a mansalva.
¡Nauseabunda tragedia! Nadie dejara de recibir de aquellos indignos dedos la bofetada póstuma, el ultraje que ni se evita ni se castiga, la mancha que no se lava con toda el agua del Jordán. Para aquel Tarquino de cementerio no existieron Lucrecias: su ferocidad destruyó la noción de la virtud, y estableció en la vida de los arfeños la igualdad ante la vergüenza y el deshonor. Y la multitud, que momentos antes bramaba, rugía y quería tomarse la justicia por la mano, se sintió subyugada, aturdida por la misma enormidad del delito y por el cinismo atroz del que lo confesaba. Escuchábanle en silencio, mientras él derramaba a borbotones sangriento lodo sobre la asamblea. El propio juez no encontraba argumentos, ¡y peregrina debilidad!, flaqueaba al formular los cargos. Para que el lector no extrañe algunas frases escogidas del tío Carmelo en el fragmento de diálogo que voy a trasladar, he de advertir que el pueblo de Arfe (realísimo, existente en el mapa, si bien con otro nombre) posee un colegio de segunda enseñanza, fundado por un rico arfeño, donde se da instrucción gratuita y muy completa a los naturales del pueblecillo montañés, y que el sepulturero, en sus primeros años, se había sentado en los bancos de aquel instituto.
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Juez.- ¿No le estremecía a usted el poner en un muerto las manos?
Acusado.- Yo he nacido entre muertos. Mi padre fue sepulturero, mi abuelo lo mismo, y supongo que mi bisabuelo también. Para mí no hay diferencia entre los muertos y los vivos. ¿Cómo quiere usted que me estremezcan ni me repugnen mis parroquianos, si me brotaron los dientes manejando y tocando difuntos?
Juez.- ¿No le hace a usted triste efecto el frío de la piel, la rigidez cadavérica? ¿Qué atractivo puede tener un cadáver?
Acusado.- ¡Más frías y más insensibles que las mujeres que entierro están algunas vivas que ustedes pagan!
Juez.- ¡Reprima usted la lengua! ¿Desde cuándo comete usted esas horribles profanaciones, desgraciado?
Acusado.- Desde que me convencí de que ninguna chica del pueblo me quería ni para ruedo en que poner los pies; desde que mis requiebros les servían de diversión, y mis declaraciones de sainete, y mi oficio de hazmerreír, y mi persona de espantajo. Desde que el día de la fiesta del pueblo no conseguí encontrar una pareja de baile. ¡No ha sido mal baile el que luego bailaron conmigo las señoras remilgadas!
Juez.- ¡Chis! ¡Es usted un monstruo, afrenta del género humano!
Acusado.- ¡Valiente noticia! Por eso me he vengado de todos. Hice daño, por lo mismo que soy monstruo. Estoy convicto y confeso. Y... atención, señor juez: las cosas claras y en su lugar: también digo que en la vida he cogido ni el valor de un maravedí de lo que llevan las muertas a la sepultura. ¡Ábranse los ataúdes, y en su sitio aparecerán las sortijas, los pendientes y los relicarios! No soy ladrón.
Juez.- Ha robado usted una cosa más preciosa mil veces, que es el pudor y la honra.
Acusado.- Si la honra y el pudor no dependen de la voluntad de la persona misma, y se pueden coger así... como yo los he cogido, entonces confieso que bien he deshonrado al vecindario de Arfe. (Hondo murmullo en el auditorio. Amenazas y maldiciones, que la horripilante curiosidad de oír acalla.)
Juez.- Mida usted sus expresiones. Su descaro agravará la severidad de la ley, y hará inexorable el fallo de la vindicta pública. En usted se ve, además del hábito de tan brutales atentados, un espíritu de rencor y el odio de una fiera. ¿Qué daño le hicieron a usted los habitantes del pacífico pueblo de Arfe, malvado?
Acusado.- ¿Daño? Poca cosa. Tratarme como a un perro. Aunque una chica, pongo por caso, me quisiera, a cuenta que el padre me la concediese en matrimonio. Primero se la entregaba a un salteador de caminos. ¡No quisieron darme ninguna! Pues yo las tuve todas, y a discreción, y sin necesidad de cortejar ni de rondar la calle. Bien se lo decía a los arfeños, y ellos empeñados en no creerme. «No hay hombre de este pueblo a quien no le haya faltado su mujer una vez por lo menos...». Y se reían los grandísimos cabestros, se reían. No braméis... Ahora os habréis convencido de que el tío Carmelo no miente nunca. ¿Pues y las que se morían antes de casarse y traían la palma así, muy cogidita, y sus novios ni se atrevieran a tocarles a la pelusa de la ropa? Así venía la de la otra noche... ¡Cuidado si era buena moza, señor Juez! Y la llamaban Puri la Casta... ¡Ja, Ja!...
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A la carcajada infame contestó un rugido del pueblo arrojándose sobre el nefando criminal, y un sollozo de agonía. El novio caía al suelo de golpe, como piedra que se desprende del monte y rueda, inerte y sorda, hasta el llano.
Un año estuvo medio lunático el pobrecillo, haciendo mil extravagancias, ya melancólicas, ya furiosas. Al afianzarse su razón nuevamente, entró de novicio en el convento de Franciscanos, acabado de repoblar en Priego.
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Esbozos: Las visitas
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|autor = José María de Pereda
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== - I - ==
Ponte los guantes, lector; sacude el blanco polvo de la levita que llevabas puesta cuando despachaste el último correo (supongamos que eres hombre de pro); calza las charoladas botas que, de fijo, posees; ponte majo que hoy es día de huelga, no hay negocios en vamos a hacer visitas.
Este modo de pasar el tiempo no será muy productivo que digamos; no rendirá partidas para el debe de un libro de caja; pero es preciso hacer un pequeño sacrificio, lo menos una vez a la semana, en pro del hombre-especie de parte del hombre individuo; es decir, dejar de ser comerciante para ser una vez sociable.
Y para ser sociable, es de todo punto necesario atender a las exigencias del gran señor que se llama Buen-tono. Ser vecino honrado, independiente y hasta elector, son cualidades que puede tener un mozo de cuerda que haya sacado un premio gordo a la lotería.
Para vivir dignamente en medio de esta marejada social, es indispensable tener muchas «relaciones», hacer muchas visitas, aunque entre todas ellas no se tenga un amigo.
Porque amistad es hoy una palabra vana: es un papel sin valor, que nadie toma, aunque le encuentre en medio de la calle.
La amistad, tal como la comprenden los hombres de buena fe, es una señora que, si bien produce algunas satisfacciones, en cambio acarrea muy serios compromisos, y no es esto lo que nos conviene. Hállese un afecto, llámese como quiera, que aparentando las primeras evite los segundos, y entonces estaremos montados a la dernière. En esta época de grandes reformas todo lo viejo debe desaparecer como innecesario, si no quiere pintarse al uso moderno.
Dar los días a la señora de A.; despedirse de la condesa de B.; apretar la mano al barón de C.; refrescar con el capitalista D.; hablar en calles, plazas y cafés de la última reunión de las de Tal, o del té de las de Cual; decir «a los pies de usted» a cuantas hembras crucen por delante de uno, y no conocer a fondo a nadie, es lo que se llama vivir a la alta escuela moderna; ser un fuerte apoyo de la flamante sociedad.
¡No se concibe cómo se arreglaban las gentes cuando no se conocían las tarjetas, ni se pagaban los afectos con papel-visita!
Por eso tenemos el derecho de reírnos de su crasa ignorancia.
Pero no te rías, lector, en este momento, porque vamos a entrar de lleno en el asunto, y el asunto es tan serio, que la menor sonrisa le profana.
Descúbrete, pues, y chitito.
La visita de rigor es un vínculo sui géneris que une a dos familias entre sí. De estas dos familias no puede decirse que son amigas, ni tampoco simplemente conocidas: son bastante menos que lo uno y un poco más que lo otro; es decir, están autorizadas recíprocamente para no saludarse en la calle, para hacerse todo el daño que puedan; pero no deben de prescindir entre sí del ofrecimiento de la nueva habitación, ni de la despedida al emprender un viaje, ni de la visita al regreso, ni del regalo de los dulces después de una boda o de un bautizo.
Esta definición parecerá un poco ambigua a primera vista; pero si se reflexiona un poco sobre ella, se comprenderá menos.
Y lo peor es que no se puede dar otra más clara, porque lo definido es incomprensible.
Vaya un ejemplo, en su defecto.
Doña Epifanía Mijo de Soconusco, y doña Severa Cueto de Guzmán, son visita.
Ricas hasta la saciedad y envidiadas de cuantas se quedaron unos grados más abajo en la rueda de la voluble diosa, son la esencia de buen tono provinciano, que es la equivalencia o copia de la etiqueta cortesana, si bien, como todas las copias, bastante amanerada, o, como diría un pintor, desentonada. Mas la entonación de cuya falta adolece el cuadro, está perfectamente compensada con la riqueza del marco que le rodea; lo cual, en los tiempos que alcanzamos, vale algo más que los rancios pergaminos de un marqués tronado.
Y no se crea por esto que doña Epifanía despreciaría una ejecutoria si la hubiera a sus alcances. Dios y ella saben lo que ha trabajado para encontrar, entre las facturas de su marido don Frutos, algún viejo manuscrito que la autorizara para pintar en sus carruajes algún garabato heráldico; ya que no león rampante en campo de gules, siquiera una mala barra de bastardía entre un famélico raposo y una caldera vieja en campo verde; pero siempre tan nobilísimos deseos han tenido un éxito desdichado. Los únicos manuscritos que parecieron de algún valor, eran efectos a cobrar; las barras eran más de las precisas, pero de hierro dulce y ya estaban vendidas; la caldera se halló en la cocina, pero era la de fregar; por lo que hace al raposo, le dijeron que, aunque abundaban en el país, eran muy astutos y difíciles de atrapar.
A pesar de tan funestos desengaños, no vayan ustedes a creer que doña Epifanía desistió de su proyecto. Persuadida, por lo que había oído alguna vez, de que la heráldica es una farsa, y que cada cual se la aplica según le parece, concibió un proyecto magnífico si se le hubieran dejado llevar a cabo. Ideó cruzar en una gran lámina de oro, la barra, colgando de ella la caldera; en el cuartel que quedaba vacío, retratar el gato, ya que el raposo no se prestaba a ello, y para orla, a manera de toisón, encajar un rosario de peluconas de don Félix Utroque. Todo esto cubierto por detrás con un pañolón de Manila, en defecto de un manto santiagués, debía hacer un efecto sorprendente, y sobre todo, un escudo que si aristocráticamente valía poco, en cambio, en riqueza intrínseca, mal año para todos los más empingorotados de la historia. Tal fue el proyecto de doña Epifanía; mas a don Frutos, que, aparte de ser hombre de gran peso, es bastante aprensivo con sus puntas de visionario, se le antojó que aquel grupo de figuras era una batería de cocina; que el gato mayaba; que la caldera sonaba contra la barra, y que bajo los pliegues del pañuelo asomaba la punta de un estropajo, lo cual era hablar muy recio en heráldica y exponer a grave riesgo su posición entonada.
Dos Frutos negó su consentimiento, por primera vez en su vida, a un capricho de doña Epifanía. Por eso no gasta librea su servidumbre.
Más afortunada doña Severa por haber dado su mano a un Guzmán, le ha sido muy fácil llenar su antesala y sus carruajes de coronas y blasones, sin más trabajo que encargar a un pintor unas cuantas copias de las armas del defensor de Tarifa, armas que, dicho sea de paso, apenas fueron expuestas a la pública consideración, produjeron terribles disgustos al infeliz que las consideraba como su mejor obra. ¡Pobre Apeles, y cómo le pusieron las visitas de doña Severa, y hasta gentes que nada tenían que ver con ella! ¡En mal hora para su fama emprendiera aquella obra! Nadie quiere reconocer en los cuarteles del escudo el pensamiento de la de Guzmán. Quien toma la torre por un barril de aceitunas; quien por un balde de taberna; a unos recuerda el tajo de un herrador; a otros el yunque de un herrero; a éste un cuévano pasiego; al otro la cubeta de un zapatero; y en su afán etimológico, no falta quien le compare con el tamboril del Reganche. El puñal del héroe, que aparece en el espacio, también varía de nombre a medida que le van observando. Ya es una lesna, ya una navaja de afeitar, el flemen de un albéitar... en lontananza, es decir, allá a lo lejos, como existen en la mente los recuerdos de lo ya pasado.
Entre tantas divergencias, doña Epifanía endereza su opinión hacia otro lado. Sostiene, siempre que viene a pelo y aunque no venga, que las alhajas y los blasones valen tanto como el que los lleva; lo cual en el asunto de que se trata podrá ser un poco exagerado, pero en tesis general es la mayor verdad que ha salido de los labios de la señora de don Frutos. El fragmento de un vaso sobre la pechera de un rico negociante, pone en grave riesgo la reputación de un diamantista, al paso que el mismo Soberano lanzando sus rayos de luz bajo las solapas del humilde gabán de un hortera, parece un cristal mezquino; la espada de Alejandro en la diestra de un cocinero, no vale más que un asador. Todo lo cual, traducido libremente, significa que el hábito no hace al monje.
Pero sea de esto lo que fuere, es indudable que la blasonada señora figura en el gran mundo (no se olvide que estamos en una provincia), y es individua de cuantas asociaciones filantrópicas se crean; circunstancia que, por sí sola, constituye el crisol en que se prueba hoy el verdadero valor social de las gentes principales.
Al grano, lector.
La señora de don Frutos ha dado la última mano a su prendido; y enterada, por su libro de memorias, de las visitas con quienes está en descubierto (técnicas), se ha decidido a cumplir (id.) primero con doña Epifanía, o expresándonos a mayor altura, con la de Guzmán.
Provista la visitante de todo lo necesario para el caso (sombrilla, abanico y tarjetero), sale a la calle a pie, no por falta de carruaje, sino porque la distancia no le exige; y sin alterar por nada ni por nadie su grave marcha, llega a pisar el lujosísimo estrado de su visita, que aparece, a poco rato, con la sonrisa en los labios.
Oprímense ligeramente las manos (la etiqueta no permite más); y, después de las preguntas de ordenanza, añade doña Epifanía:
-¿Y ese caballero?
(Con permiso del dómine de mi lugar, ese caballero es Guzmán).
-Bien, gracias -dice su costilla-: está en el escritorio y siente mucho no poder saludar a usted. ¿Y Soconusco?
-Pues está bien, gracias: ocupado, corno siempre, en sus negocios.
Aquí se constipa doña Epifanía, y su abanico revuelve un huracán. Hay que advertir que esta señora trata, siempre que puede, de mencionar a su marido con el nombre de pila, y por lo mismo sus visitas se empeñan en usar el apellido.
Como de ordinario le sucede, esta vez le amargó el Soconusco, y quedó la conversación interrumpida un breve rato, hasta que doña Severa, algo más diplomática y traviesa, volvió a anudarla.
-¿Conque usted, según eso, no se ha movido de su casa este verano? -dijo la de Guzmán, después de haber tocado el capítulo de los viajes.
-¡Como pienso ir muy pronto a París por dos o tres meses, o por todo el ivierno, si me acomoda!... -contestó la de don Frutos, poniendo un gesto que quería decir: «chúpate esa».
-¡Ay, dichosa de usted que sale de este destierro! Yo también había pensado en ese viaje; mas con el trastorno de los baños primero, y ahora con la indisposición de la niña, temo no poder hacerle hasta la primavera.
-Pero lo de Mariquita no es cosa de importancia.
-¡Jesús!, ya se ve que no; pero, con todo, ¿cómo había de salir yo de casa dejándola tan delicada?... ¡La pobre!... ¡Quince días con dolor de muelas! ¡Bien tranquila estaría yo!...
-Eso se le pasará pronto -insistió doña Epifanía, que a todo trance quería obligarla a confesar la verdadera causa que le impedía el viaje.
-También yo lo creo así, pero la convalecencia.
-Cuestión de dos días, hija...
-No te hace, siempre quedará algo delicada.., y ¡qué sé yo! -añadió ya picada-, la inquietud... y... porque el amor de madre...
-(¡A quién se lo cuenta) -díjose la otra señora; y en voz alta:
-Tiene usted razón; para no ir con toda libertad, más vale quedarse en casa.
Doña Severa no contestó. Esta vez venció doña Epifanía, que enseguida mudó de conversación.
-¿Y cómo han estado los baños?
-Pues como siempre: mucho barullo y nada en limpio. Aquello se va poniendo incapaz... Yo, gracias a que estaban allí la marquesa A, la generala B y la condesa Z, con quienes pasaba el rato, que si no, me hubiera vuelto en cuanto llegué. ¡Qué bromas! ¡Qué bailes! Aquella gente parece que no tiene prencipios.
-Por supuesto que no los tiene, y por aquí sucede lo mismo; hay una mescolanza que nadie la entiende.
-Pero por Dios, señora, que sepan distinguir de colores tan siquiera.
-A buena parte va usted.
-¡Si yo estoy atontada con lo que veo! Esa gente de todo saca partido; lo mismo de una boda que de un intierro.
-Así anda ello -dice la de don Frutos con cierto retintín-. Por algo menos se ha visto muchas veces intervenir a los de policía.
-¡Ya se desengañarán alguna vez! -exclama entonces en tono profético la de Guzmán.
-Sí; pero entretanto, como dicen ellas, «gozamos y vivimos».
-Y luego extrañarán que... Más vale callar.
-Dice usted bien: hay cosas que no valen la pena de que una trate de ellas.
La conversación toma otro giro nuevo; pero le toma como la tijera de un sastre, sobre el mismo paño.
Cuando la visitante cree que ha pasado el tiempo preciso para la visita (la de rigor le tiene rigorosamente marcado), cambia el abanico a la mano izquierda, pónese de pie, tiende la diestra a la visitada, asegúranse por la milésima vez sus profundas simpatías, dánse el último adiós en la escalera, y poco después está doña Epifanía en la calle, haciendo rumbo a otra visita, con quien se halla también en descubierto.
No trataremos de seguirla, porque las visitas de rigor todas son lo mismo, con ligerísimas variantes.
Despidámonos, pues, de ella con toda la galante gravedad que el caso exige, y vamos a hacer otra de distinto carácter.
== - II - ==
Si te estorban los guantes, amigo lector, puedes quitártelos; si el charol te oprime los pies, puedes sustituirle con anchas botas de becerro; si las tirillas te sofocan, aflójate sin reparo la corbata; si el négligé, en fin, te gusta más que el acicalamiento, adóptale enhorabuena, que la visita que vamos a hacer es de confianza y admite la comodidad en todas sus formas, como no le falte el asco.
Todas las horas del día y de la noche, hasta las diez, son hábiles para esta ceremonia, excepto la de la una de la tarde, que es la de comer, y la en que las señoritas de la casa se están vistiendo. En la primera suele transigirse algunas veces en obsequio a la franqueza; pero en la segunda no se abre la puerta, ni a cañonazos, especialmente a los que gastamos pelos debajo de la nariz. El tocador de una dama ha sido, es y será siempre una fortaleza inaccesible (no por ello inexpugnable); porque las mujeres, desde que la primera satisfizo aquel antojo que tan caro nos costó, han tenido, tienen y tendrán un misterio bajo cada pliegue, misterios que sólo conocen ellas y los que, por dejarse arrastrar del demonio de la curiosidad, no reparan en condiciones.
Por estas y otras razones de no menor calibre, doña Narcisa y su linda polluela, la segunda de sus tres hijas, han ido al anochecer a casa de doña Circuncisión, madre de dos pimpollos que son el encanto de los paseos y la ilusión de su casa.
Dos meses hace que las visitantes y las visitadas no se han visto juntas; pero no por eso carece de oportunidad la visita, porque sobre ser ésta de confianza, las tres niñas han sido compañeras de enseñanza, y las dos mamás cuentan una amistad de muchos años. ¿Qué importa, con estas circunstancias solas, un olvido de dos meses?
La cara de doña Narcisa está radiante de elocuencia; su paso es decidido, su respiración visiblemente anhelosa. Su hija la sigue con dificultad y con menos risueño semblante, aunque no por eso te lleva triste. Llegan a la puerta de doña Circuncisión, llama con los nudillos de la mano doña Narcisa, abre una doncella, introduce a las visitantes en un gabinete, salen las visitadas, y lo que allí pasa es un verdadero motín, aunque sin la gravedad trágica de los que se usan en calles y plazuelas en estos días de confraternidad y bienandanza: refiérome al estrépito y al movimiento.-¡Carolina! -¡Doña Circuncisión! -¡Elisa! -¡Soledad! -¡Doña Narcisa!... -¡Pícara! -¡Ingratas!... Voces en todos los tonos, chillidos, exclamaciones, estallido de besos, crujido de muebles, ruido de seda... Todo ello junto hace temblar la casa por algunos instantes. Al fin se calma la tormenta. Las mamás se sientan en el sofá, y las tres polluelas en las sillas inmediatas, pero agrupadas, compactas, como las flores de un ramillete.
-¡Dos meses sin venir a vernos!
-Hijas, otros tantos habéis pasado vosotras sin poner los pies en mi casa.
-¡Anda, pícara!
-¡Andad, ingratas!
-¡Y al cabo de tanto tiempo vienes tú sola! ¿Por qué no te acompañó Mercedes?
Carolina contesta con una sonrisa particular, y mira de reojo a su mamá.
Doña Narcisa no lo ve, porque está hablando con su amiga, a quien dice en el mismo momento:
-¡Qué ganas traía de llegar!... Por supuesto, por ver a ustedes, en primer lugar, y después por descansar un rato... Como que ya había pensado dejar esta visita para mañana.
-Muchas gracias por la atención.
-Ya se ve que sí... Precisamente porque no me gusta venir a esta casa de cumplido. ¡Y como hoy tengo el tiempo tan escaso!... Hija, gracias a que estas cosas suceden muy pocas veces en la vida, que si no... ¡Las escaleras que yo he subido hoy!
-¿Tantas visitas han hecho ustedes?
-Figuréselo usted, doña Circuncisión: desde mi casa hasta aquí, que es una regular distancia, he visitado a todas mis relaciones... y ya sabe usted que son algunas.
-¡Ave María Purísima! Comprendo que esté usted rendida... ¿Pero qué idea le ha dado a usted hoy de hacer tanta visita?
-Va usted a saberlo, que a eso he venido... y por lo mismo dije antes que estas cosas suceden pocas veces en la vida.
-¡Hola! -exclama doña Circuncisión, haciéndose toda oídos.
-A ver, a ver -dicen sus hijas con una sonrisilla maliciosa, acercándose más a doña Narcisa.
Carolina abre el abanico, le mira por ambos lados y se hace la distraída.
Doña Narcisa, después que es dueña de todo el auditorio, le dirige, sonriendo, estas palabras:
-Tengo que dar a ustedes una noticia que, me parece, les ha de ser agradable.
-Si lo es para ustedes, desde luego -contesta el auditorio.
-Sí, por cierto... Pues la noticia es... que se casa mi hija Mercedes.
-¡Que sea enhorabuena mil veces! -grita a doña Narcisa su amiga doña Circuncisión, estrujándole la mano y mirando con cierta languidez a sus dos hijas.
Éstas, al mismo tiempo, abrazan a Carolina colmándola de plácemes y asediándola a preguntas.
-¡Pero qué callado se lo tenían ustedes! -dice doña Circuncisión.
-No hay tal cosa -replica doña Narcisa.
-Crean ustedes que hasta hace tres días no se ha espontaneado ese señor.
-¿Y quién es él?... si se puede saber, se entiende.
-Claro está que sí... Pues un tal don Simeón Carúpano, sujeto muy recomendable, aunque poco conocido aquí.
-Efectivamente; yo no recuerdo... ¿Le conocéis vosotras, chicas?
Las dos polluelas, después de reflexionar un rato, dicen que no; pero la mayor de ellas, arrepintiéndose enseguida, exclama:
-Espere usted; creo que le conozco. ¿Es un señor... de alguna edad?
-Ese mismo -contesta Carolina-; cetrino, bajito... no conoceréis otra cosa.
-¡Eh, mujer! -repone su mamá con disgusto-; no es para tanto. Es verdad que no es alto, pero tampoco choca por lo bajo; y si no fuera tan cargado de hombros, sería hasta esbelto. El color, es verdad que no es de rosa, ni muy sano; pero sería preciso un cutis de cera para que no perdiese muchísimo al lado de un pelo tan blanco como el suyo. La edad no es la de un joven; pero no es tan avanzada como cualquiera creería al oír a esta chiquilla: cincuenta años... poco más.
-¡Bah!... ¿eso qué vale? -contesta doña Circuncisión, como si hablara con la mayor sinceridad.
-Es que las mujeres de ahora no quieren más que donceles; como si la vida de un matrimonio estuviese reducida al día de la boda. Lo que yo le dije a Mercedes: «mira que en el día hay muchas necesidades, y el amor de un hombre hermoso no puede satisfacerlas todas; y cuando hay privaciones, hasta el amor se entibia. Por el contrario, cuando hay recursos, todos los obstáculos se allanan; y el hombre que los tiene, si además es honrado y caballero, acaba por hacerse amar, aunque no sea un Adonis. Ahora haz tu gusto». Y como dio la casualidad de que don Simeón es tan rico como hombre de bien y Mercedes no es tonta, no ha habido más dificultades para el asunto que las que usted acaba de oír.
-Ni era de creer otra cosa. ¡Ave María!
-Adivine usted, doña Circuncisión, lo que se dirá por ahí: lo menos que su padre, porque el pretendiente es rico, la ha obligado, «la ha sacrificado», que es la frase de moda entre la gente sensible.
-¡Cómo se va a creer eso, doña Narcisa! No sea usted aprensiva.
-¡Ay, doña Circuncisión!, yo conozco bien el mundo y sé cómo juzga de las cosas.
-Sí, pero el mundo les conoce bien a ustedes, y no puede, en justicia, atribuirles ciertas miras... Yo, por mi parte, encuentro muy en su lugar la boda, pues que es del gusto de toda la familia y especialmente de la novia; y la vuelvo a felicitar a usted con todo mi corazón.
-Y yo se lo agradezco a usted con el mío, porque sé lo mucho que ustedes nos aprecian.
-Ustedes se merecen eso y mucho más.
-Usted nos honra demasiado, doña Circuncisión.
-Les hago a ustedes justicia, doña Narcisa.
-Gracias, amiga mía.
A la vez que las dos mamás en este diálogo, se han ido enredando en otro muy animado las tres polluelas, y separando poco a poco del sofá hasta formar grupo aparte.
-¿Sabes, Carolina, hablándote con franqueza, que yo no esperaba esta noticia? -dice muy bajito la mayor de las dos hermanas.
-Ni yo tampoco -añade la pequeña.
Carolina mira hacia su mamá, y viéndola engolfada en conversación con la otra señora se vuelve hacia sus amigas, y haciendo un graciosísimo gesto en el que se revela su disgusto, les dice lacónicamente:
-Ni yo.
-Yo esperaba otra cosa.
-Y yo.
-Y yo también.
-César es un chico muy guapo, muy fino y de talento, según dicen. No tiene una gran fortuna, pero está bien acomodado, quería mucho a Mercedes... y Mercedes a él, si no me engañó cuando me lo dijo.
-No te engañó.
-Pues, hija, no comprendo lo que está pasando.
-Ni yo.
-Ni yo.
-Pues yo sí lo comprendo, vamos, ¿a qué te he de engañar?
Apostaría una oreja a que a César se le despidió en cuanto se presentó ese hombre.
-Algo ha habido de eso.
-¿Lo ves?
-¡Eh!, ¿por qué no se ha de decir la verdad entre amigas de confianza como nosotras? ¿Queréis saber lo que hubo?
-Sí.
-Sí.
-Pues bien: César era muy bien recibido en casa, como sabéis; Mercedes le quería... y toda la familia le quería también. En esto, viene recomendado a papá ese hombre, da en visitarnos a todas horas... y yo no sé lo que pasaría en el escritorio y con mamá; pero es lo cierto que a ellos todo se les volvía hablar de los hombres ricos, y de lo buenos que eran para las jóvenes; decir que «oro es lo que oro vale», ponderar a don Simeón y marear a Mercedes con sus gracias. A todo esto, no se le ponía muy buena cara a César; y tan cierto es, que él lo conoció, tuvo una pelotera con Mercedes y faltó algunos días de casa. Diose Mercedes por ofendida, riñó algo con él, y como al mismo tiempo mamá no se cansaba en obsequiarle, creyó el infeliz que mi hermana no le quería ya... y se largó para no volver. Entonces apretó de firme el otro, mamá le ayudó más que nunca, y Mercedes, por pique, dijo que sí. Le pesó al principio; pero dice que ha encontrado luego tan fino y tan complaciente a don Simeón, que se casa con él muy a gusto. Ahí tenéis todo lo que ha pasado.
-Ya me sospechaba yo algo de eso... Pero, hija, francamente, aunque me lo jures, no creo que Mercedes llegue a querer a ese vejestorio.
-Ella lo asegura.
-Ella dirá lo que quiera... Y puede que tenga razón después de todo; que, según yo voy viendo, las mujeres, cuando se trata de mejorar de fortuna, nos dejamos convencer enseguida...
<center>🙝🙟</center>
Pero doña Narcisa ha concluido su párrafo con su amiga, y quiere marcharse.
-Pon los huesos de punta, Carolina; que tu papá nos estará esperando.
-¡Tan pronto! -exclaman las tres niñas.
-Para vosotras, cuando estáis reunidas, nunca alcanza el tiempo. Otra vez hablaréis más despacio... Vámonos, hija.
Nuevo estrépito en la casa, nueva confusión.
-Conque repito la enhorabuena, y désela usted de mi parte a Mercedes.
-Y de la mía.
-Y de la mía... ¡Que no se te olvide, Carolina!
-Gracias.
-Gracias.
-Ya iremos un día de éstos a verla.
-Cuando ustedes gusten. (Muchos besos.)
-Adiós, doña Circuncisión. -Adiós, doña Narcisa. -Adiós, niñas. -No me olvidéis, ingratas. -Ven a vernos a menudo. (Siguen los besos.) -¡Hija, qué gruesa te vas poniendo, Carolina! -Es muy precoz esta chica; tiene más pantorrilla que yo. -Lo dicho, y memorias. -¡Agur!... -¡Adiós!... -¡Adiós!...
Los últimos ósculos resuenan en la escalera.
Dejemos en ella a nuestras conocidas, y vámonos a otra parte.
== - III - ==
-¿Está la señora?
-Creo que sí.
-Pero ¿está visible?
-Debe estar acabando de vestirse.
-Pásela usted recado.
-Tenga usted la bondad de pasar a la sala, caballero.
El que pasa al estrado, lector, es Alfredito, pollo incipiente con aspiraciones a hombre formal; Alfredito, con el pelo escarolado, pantalón con crecederas, gabán con más vuelos que una golondrina, sombrero abarquillado, guantes de color de calamina, botas de flamante charol y bastón de sándalo.
Hétele contemplándose ante un espejo, en tanteos de una seductora sonrisa y de una reverencia de verdadero gentleman, para presentarse ante el objeto de su visita, o examinando uno a uno los cuadros de la sala, después que se ha convencido de su beldad y desenvoltura. No te extrañes si ves que en medio de la delicadeza con que se atusa el cabello y arregla el pantalón sobre la bota, deja escapar un suspiro de angustia y se tira con agitación de los cuellos de la camisa: es que pisa por primera vez aquel terreno, y recuerda entonces que quizá no esté para ello debidamente autorizado.
Ocho días hace que en un tren de placer se halló colocado entre una mamá... como todas, y una hija, rubia como un doblón, rolliza como una muñeca, fresca y lozana como una rosa.
Desde el muelle de Maliaño hasta Renedo, hay más que suficiente distancia para que un pollo endose un centenar de fascinadoras miradas, para que reciba otras tantas incendiarias, y para que crea que ha hecho efecto.
Por otra parte, la flamante raza femenil no escrupuliza mucho en materia de aceptaciones; en vistiendo a la europea, todo es papel corriente.
Esta circunstancia justifica las ilusiones de Alfredito, que, tan pronto como llegó a la estación, ofreció sus servicios a las dos señoras, porque los tres llevaban igual destino; y como el día era de campo, los servicios fueron aceptados mientras pasaban las horas hasta el retorno del tren. Dudar que Alfredo echó los bofes para hacerse necesario y cumplido caballero a los ojos de las damas, sería lo mismo que decir que éstas hallaron el placer que habían soñado; que no bostezaron trescientas veces, sentadas en el viejo tronco de una cajiga, mientras dirigían la vista hacia el Oeste en busca de una columna de humo, mensajera de una locomotora, y lo mismo que negar que al día siguiente, aun contra la experiencia y la verdad de los hechos, sostenían las mismas señoras que se habían divertido.
La hora del retorno llegó, y nuestro visitante se colocó en un coche de primera con sus acompañadas.
Ya sabía que ella se llamaba Luisita, y su mamá doña Tadea, y que eran hija y esposa de un gran contribuyente, circunstancia que no dejó de animar bastante al galán para sus futuros propósitos.
Cuando se despidieron en el Muelle, Alfredito se prometió a sí mismo que aquello no había de quedar así; y aunque no le ofrecieron la casa, no dudó que en ella sería bien recibido.
Aquella noche soñó con Luisita, con el párroco y con la luna de miel.
Desde el día siguiente se dedicó a recorrer bailes, reuniones, teatros y paseos con el objeto de encontrarse con su conquista, ponerse a su lado y echarla un discurso sentimental que llevaba estudiado. Pero todo fue en vano: ella no pareció por ninguna parte.
Un día le dijo su papá que en cuanto se lo permitieran los negocios de la casa, iba a hacer un viaje... lo menos hasta Torrelavega, y que él, Alfredito, le acompañaría.
Para el que nunca pasó de Cajo o de Renedo, un viaje hasta Torrelavega es un acontecimiento vital.
Alfredito, pues, se echó a la calle para contárselo a sus amigos y consultarles sobre la forma de un traje y acerca de otros preparativos indispensables.
Como además de pollo era enamorado, pensó que el viaje le prestaba cierta aureola de interés. En su consecuencia, trató de hacer sus visitas de despedida, y consultó si debería ir a casa de Luisita, ¡único remedio que le quedaba a su abatida esperanza!
-¡Vete, y sobre mí los resultados! -le dijo otro pollo que no tenía por dónde cogerse, en fuerza de ser flaco y encanijado.
-¡Oh magnífico amigo! -exclamó entusiasmado Alfredo, como se entusiasman los chiquillos siempre que encuentran un apoyo a sus antojos-; ¡tú me reconcilias con la sociedad que ya me hastía sin ella!... ¡Corro ahora mismo a verla!...
Poco después salía de su casa con lo más selecto de sus galas, en dirección a la morada de su conquista de Renedo, como él la llama aún.
Ya le hemos visto llegar hasta el estrado, y casi arrepentirse de tanta temeridad.
Los instantes que pasan sin que aparezca lo que él desea, los cree siglos. ¿Si vendrá ella?, ¿si saldrá su madre?, ¿si hará el diablo que salga el papá?
Esta idea le hizo temblar, y hasta le indujo a marcharse a la calle; pero entonces oyó crujir el vestido de seda de alguna persona que se acercaba a la sala, y se quedó. Era doña Tadea.
-A los pies de usted, señora.
-Beso a usted la mano, caballero... No tengo el gusto de...
-¡En buena me he metido! -se dijo el otro-: ¡ya no me conoce!
Y perdiendo el color, dejóse caer en una butaca.
-Señora -balbuceó-, me he tomado la libertad de...
-Me parece -le interrumpió doña Tadea, después de reflexionar unos instantes-, que no es la primera vez que nos vemos; pero no recuerdo cuándo ni dónde.
-Hemos viajado juntos -añadió el pollo, más animado ya.
-Ya recuerdo: hasta Renedo, ¿no es verdad?
-Justamente, señora.
-¿Y decía usted que?...
-Que pensando marchar dentro de unos días, me he tomado la libertad de venir a despedirme de ustedes.
-Gracias, amiguito. ¿Y va usted solo?
-No, con papá.
-¿Para dejarle a usted en algún colegio?
Hacer a un pollo galanteador capaz de ser colegial, es el mayor insulto que se le puede dirigir. Alfredito se mordió los labios de coraje, y pasando la diestra por su bigote... futuro, contestó ahuecando la voz:
-No, señora, voy a viajar por gusto.
-¡Ah!, ya. ¿Y adónde van ustedes?
-Pues, por ahora, a Torrelavega.
-¡Hola! ¿Por mucho tiempo? -repuso doña Tadea, disimulando la risa.
-Pues por lo que quiera papá.
-Se va usted a divertir.
-Así lo espero; tengo muy buenas noticias de ese país: dicen que la gente es muy animada.
-¡Yo lo creo!
-Sin duda que me voy a divertir.
-Bien hecho; deben aprovecharse todas las ocasiones de dar expansión al ánimo, aunque el de usted no debe estar muy combatido.
-¡Quién sabe! -exclamó Alfredo con dolorido acento.
-¿Será posible?
-¡Ay, señora!, las pasiones no reconocen edad ni categoría.
-Es cierto. Y ¿hace mucho que padece usted?
-Muy poco tiempo -contestó él con intención, por si Luisa estaba escuchando detrás de alguna puerta-. Libre y feliz vivía procurando estudiar el mundo al través de un prisma por el cual las pasiones y las flaquezas, apareciendo en toda su desnudez mezquina y reflejándose en la mente del profundo observador cuyo corazón palpitara al abrigo de... pues las... y los... en lucha tenaz, y luego la seducción de los atractivos...
-Dispense usted, amiguito, que me llama la cocinera -dijo doña Tadea, cortándole su inspirado discurso y lanzándose fuera de la sala para reír a sus anchas.
Alfredo se quedó estupefacto, y, herido en su amor propio, juró marcharse enseguida si no iba Luisa a la visita. Al mismo tiempo sacó su reló y vio con espanto que señalaba la una y media. En su casa se comía infaliblemente a la una, y conocía muy bien el genio de su papá: un retraso de media hora siempre le había valido una caricia con la punta de una bota paterna por debajo de los faldones del gabán.
Este recuerdo excitó su materialidad de una manera tan notable, que, olvidándose de su Filis y de que aún no se había despedido de doña Tadea, caló el sombrero y se dispuso a marcharse. En esto volvió a entrar aquella señora.
-¿Se retira usted ya?
-Si usted no dispone otra cosa...
-Que lleve usted feliz viaje, y...
-Gracias, gracias. A los pies de usted -y sin aguardar contestación, escapó hacia la escalera.
Entonces, al fin del corredor, por la estrecha puerta de un cuarto adyacente a la cocina, salió una mujer desgreñada, con una bata de percal de color de polvo, y en chancletas. Era Luisa. Pero Alfredo, como iba buscando a la elegante viajera de Renedo, pensó que aquélla era la cocinera, y se fue sin saludarla.
== - IV - ==
Supongamos que la escena pasa en un salón, a media luz, adornado comm'ilfaut.
En el centro de un muelle sofá está una señora vestida de rigoroso luto: a sus dos lados y en otros varios asientos, formando semicírculo, hay muchos personajes de ambos sexos, de distintas edades y parecidas condiciones. Todas sus fisonomías están graves e impasibles.
Los hombres miran al suelo mientras tocan en el bastón una marcha con los dedos, o se afilan las puntas del bigote, o se pasan la mano por la barba, o juegan con los sellos del reló.
Las mujeres agitan el abanico, se arreglan la mantilla, tosen de vez en cuando y miran de reojo a la presidente del mustio cortejo. Ésta lanza un hondo suspiro, levanta los ojos al cielo y hace un gesto como si tratase de contener una lágrima que asomara entre sus párpados, rojos como los de una cocinera que ha picado cebolla.
Su marido, sentado entre los concurrentes y a corta distancia de ella, contesta con un rugido que bien pudiera tomarse por el resuello de un cetáceo, saca el pañuelo del bolsillo, cruza las piernas y murmura:
-¡Cómo ha de ser!
Los demás personajes, por hacer algo, cambian de postura en sus respectivos asientos, suspiran por lo bajo y exclaman:
-¡Válgame Dios!
Después sigue un intervalo en que no se percibe otro ruido que el de las respiraciones y el de los abanicos que no cesan de agitarse.
Nuevos personajes aparecen en escena. Es un matrimonio.
Todos se levantan para recibirle.
Los recién venidos penetran en el semicírculo; la señora enlutada y su marido dan dos pasos al frente y, sin cambiar con ellos una frase, les tienden la mano.
Luego se estrechan las señoras del sofá para hacer lugar a la que llega, la cual toma asiento y dice:
-No se molesten ustedes.
Su marido se coloca más abajo.
-Con permiso -murmura, y se deja caer.
Después vuelve todo a quedar en silencio.
Ahora me preguntas tú, impaciente lector, ¿qué significa ese cuadro lúgubre? ¿Se ha muerto alguno?
-Sí, amigo: doña Casilda Guriezo, la señora enlutada, acaba de perder un tío en San Francisco de la Alta California; un tío a quien nunca conoció más que de oídas. Sólo sabe de él que hace cuarenta años marchó de su pueblo, en calidad de grumete, en un bergantín, a Matanzas, y que acaba de morir en remotos climas, legando su inmensa fortuna a los pocos parientes que le quedan en la madre patria.
-¿Y por eso -me replicas-, está tan llorosa y abatida; por un tío a quien nunca conoció, cuando hay padres cuya muerte no deja en el corazón de sus hijos más huella que la que dejó en el Océano el bergantín que condujo al grumete a Matanzas?
-¿Y eso qué, malicioso? ¿No ves que ese tío ha dejado a su sobrina la miseria de ciento cincuenta talegas, mientras aquellos padres han tenido la desfachatez de morirse ab intestato, por no tener de qué? ¿Qué menos ha de hacer doña Casilda que llorar unos días y vestirse seis meses de negro?
-¿Y esa gente que ahora la rodea?
-Son sus visitas que van a darle el pésame, después de haber rogado a Dios por el alma del difunto en las pomposas honras que se acaban de celebrar en la mejor iglesia de la población.
-¿Y por qué se presentan todos con cara de herederos?
-Porque, «donde estuvieres, haz como vieres».
La escena sigue muda algunos instantes más, hasta que doña Casilda se vuelve a la señora que tiene a su derecha para hacerle algunas preguntas.
Esto es para la reunión lo que el «rompan filas» para un pelotón de quintos; el «hasta mañana, señores» en una cátedra de humanidades. Cada uno se dirige hacia la persona más inmediata; y, aunque a media voz, el semicírculo se fracciona en varias porciones y en otras tantas conferencias.
-¿Ha visto usted el correo de hoy, don Tiburcio?
-¡Ojalá no le viera!
-¿Otra tenemos?
-No fuera malo... quiero decir que... que no sé cuál es peor.
-¿La expedición de harinas acaso?
-Sí, señor... ¡desgraciadísima!
-¡Hombre, qué lástima!
-Y aún hay más.
-¡Conque... hay más!
-Lo de Alaejos...
-¡Aprieta!
-¡Ni un garbanzo!
-Hombre, ¿qué me cuenta usted?... Conque ni un garbanzo.
-Bien sé yo quién tiene la culpa; pero deje usted, que a cada puerco, como usted sabe, le llega su San Martín.
-¡Oh!, perfectamente, sí, señor; vaya si le llega... Conque todo, todo desgraciado... ¡Hombre, qué lástima!
-Sí, señor... ¡todo!
-¡Vea usted... qué demonio!
A la derecha de este señor que con todo conviene y de todo se admira, así se trate de la elocuencia de Bellini como de la música de Demóstenes, pero que todo lo escrupuliza si puede terminar en el Diario de su casa, se ventila otro asunto cuya índole nos evita revelar el sexo, y hasta el seso, de las personas que en él toman parte.
-Desengáñese usted, que todas son a cual peor...
-Si parece mentira que se porten así después que tanto se hace por ellas... Mire usted que en mi casa jamás se las reprende; todo lo contrario: tiene cuanta libertad desean.
-Así paga el diablo a quien le sirve.
-Si por más que usted se empeñe, no puedo creer...
-En hora buena; pero sírvale a usted de gobierno que la puse de patitas en la calle en cuanto empezó con esas historias.
-¿Nada más que por eso la despidió usted?...
-Es que hoy por ti y mañana por mí.
-Pero, ¿qué es lo que dijo? ¡Alguna tontería!
-Por supuesto; pero irrita oírlas.
-A mí no me importaría tres cominos.
-Cuando son cosas serias...
-En mi casa hago lo que me da la gana.
-Mucho que sí; pero... cuando se aumenta...
-Por eso quisiera saber lo que ha dicho.
-¡Dios me libre! Soy muy enemiga de mezclarme en chismes ni en cuentos. Además, tal fue la rabia que me dio su descaro, que ni siquiera la escuché. ¿Qué me importa a mí si en casa de usted nunca se come a la hora; ni si hay madres de tres hijos que pasan el día haciendo moños y ensayando pasos al espejo para ir por la noche al baile; que no saben en dónde están los calcetines del marido, ni los pañales del último retoño que está gimiendo a los pies de la cama de la nodriza, mientras ésta despide a un primo que va a la Isla de Cuba; ni si hay mujeres que aprecian más un vestido que al padre de sus hijos? No, amiga, esas cosas no las oigo yo nunca de boca de una mujer así... Como yo la dije: «esa no es cuenta que hemos de ajustar nosotras: si hay mujeres tan simples y madres tan frívolas, con su pan se lo coman... Vaya usted con Dios, que no me conviene usted».
-¿Y eso es todo lo que pasó?
-¿Y cree usted que es poco?
-¡Bah! ¿Y qué tengo yo que ver en ello?
-Nada, si a usted le parece...
-Por supuesto... Y hablando de otra cosa: cuando salgamos de aquí va usted a ver un vestido que acabo de comprar en la tienda de enfrente... verá usted qué bonito es... Eso de la cocinera ya lo arreglaremos otra vez.
-Como usted quiera.
Tampoco falta allí quien habla con su vecino del tiempo, a falta de otro asunto más importante; del tiempo, que es siempre el refugio de un diálogo agotado ya de materiales; la rama de salvación de un enamorado cuando al frente de su ídolo no sabe por dónde empezar, en fuerza de ser mucho lo que tiene que decirle; el amparo del que se las ha con un prójimo a quien apenas conoce, o le merece pocas simpatías y está deseando que se largue; del tiempo, en fin, que ha sido, es y será el objeto de la conversación de todos los aburridos y de todos los tontos.
También hay quien, muy bajito y con una cara muy triste, dice a su vecino:
-¡Cuidado si hay personas de suerte!... Vea usted, meterse en caja, de sopetón, un pico de dos o más milloncejos...
-Lo dice usted por...
-Chitón, que mira doña Casilda.
Estos personajes son inherentes a toda sociedad, por pequeña que sea; y téngase presente que si hay algo que echar a perder, como ellos dicen, son los primeros que llegan y los últimos que se van.
El aspecto de la visita, en general, es animado, pero grave. A veces apunta la risa en los labios de los visitantes y retoza vergonzante en los de los visitados: enseguida desaparece para dejar el puesto a la circunspección. Alentado por el rumrum de la sociedad, no falta quien aventure un chiste; mas al punto se retira dos pasos atrás, como diciendo: «yo no he sido». El cuadro no tiene carácter propio: ríe con un ojo y llora con el otro.
Doña Casilda ha preguntado a una amiga que en dónde hallará buenos lutos para sus niñas.
-Encárguelos usted a París -le responde ésta-: son más baratos y mejores que aquí.
-¡Les hacen tanta falta! Ya se ve ¡como no contábamos con este golpe! ¡Ayyyyy... qué desgracia!
Estupefacción en la visita; todos suspiran.
Después de algunos instantes de recogimiento, el más atrevido se levanta, da dos vueltas al sombrero entre sus manos, mira en torno de sí como pidiendo parecer sobre su nueva determinación, y un «vámonos, si usted quiere» le contestan algunas bocas de otros tantos individuos que a la vez se ponen de pie; hacen una profunda reverencia a doña Casilda, dan un apretón de manos a su marido, y con una grave inflexión de pescuezo hacia los que se quedan, se largan fuera de la sala.
¡En nuestros días todo se hace con una precisión asombrosa!
En un caso igual, los antiguos se hubieran despedido diciendo «acompaño a ustedes en el sentimiento... Dios les dé a ustedes salud para encomendarle el alma»; a lo cual los herederos contestarían «amén», marchándose los visitantes en la persuasión de haber dicho, al menos, a lo que fueron a la casa mortuoria. ¡Necedad como ella! Cerca de una hora pasaron algunos en casa de doña Casilda, y ni siquiera la dirigieron la palabra. ¿Para qué? Una frase de consuelo en tales casos no sirve más que para recrudecer la herida...
Cuando nuestros personajes están en la calle, nótaseles igual transformación que si salieran de un sermón de cuaresma: sus lenguas se desatan y sus ojos chispean; parece que quieren vengarse de la violencia en que han vivido durante la visita. El uno llama la atención sobre el gesto de la señora; el otro sobre los ronquidos de su esposo; éste sobre que la cocinera estaba atisbando la escena detrás de las cortinillas; el más cauto se conforma con decir que dineros y calidad, etc., y que ya, será algo menos de lo que se dice. A nadie se le ocurre una palabra sobre el papel que ellos han desempeñado en la comedia.
Al quedarse solos los herederos cónyuges míranse cara a cara, con una sonrisa que quiere decir «¡qué felices somos!», y volviéndose la espalda mutuamente, se van a saborear a sus anchas el dolor que les ha causado «un golpe tan tremendo».
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[[Categoría:Esbozos y rasguños]]
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Mi tierra
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Kwamikagami
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|autor=Rosalía de Castro
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<div class="verse">
<pre>
A un tiempo, cual sueño
que halaga y asombra,
de los robles las hojas caían,
del saúco brotaban las hojas.
Primavera y otoño sin tregua
turnan siempre templando la atmósfera,
sin dejar que no hiele el invierno,
ni agote el estío
las ramas frondosas.
¡Y así siempre! en la tierra risueña,
fecunda y hermosa,
surcada de arroyos,
henchida de aromas;
que es del mundo en el vasto horizonte
la hermosa, la buena, la dulce y la sola;
donde cuantos he amado nacieron,
donde han muerto mi dicha y mis glorias.
</pre>
</div>
<center>🙝🙟</center>
<div class="verse">
<pre>
De vuelta está la joven primavera;
mas ¡qué aprisa esta vez y cuán temprano!
¡Y qué hermosos están prados y bosques
desde que ella ha tornado!
Ha vuelto ya la primavera hermosa;
siempre vuelve la joven y hechicera;
mas ¿en dónde, decidme, se han quedado
los que partieron cuando partió ella?
Esos no tornan nunca,
¡nunca!, si es que nos dejan.
De sonrosada nieve, salpicada
veo la verde hierba,
son las flores que el viento arranca al árbol
llenas de savia, y de perfumes llenas.
¿Por qué siendo tan frescas y tan jóvenes,
a semejanza de las hojas secas
en el otoño, cuando abril sonríe
ellas también sobre la arena ruedan?
¡Por qué mueren los niños,
las flores más hermosas de la tierra!
</pre>
</div>
<center>🙝🙟</center>
<div class="verse">
<pre>
En sueños te di un beso, vida mía,
tan entrañable y largo...
¡Ay!, pero en él de amargo
tanto, mi bien, como de dulce había.
Tu infantil boca cada vez más fría,
dejó mi sangre para siempre helada,
y sobre tu semblante reclinada,
besándote, sentí que me moría.
Más tarde, y ya despierta,
con singular empeño,
pensando proseguí que estaba muerta
y que en tanto a tus restos abrazada
dormía para siempre el postrer sueño
soñaba tristemente que vivía
aún de ti, por la muerte separada.
</pre>
</div>
<center>🙝🙟</center>
<div class="verse">
<pre>
Sintióse agonizar, mil y mil veces,
de dolor, de vergüenza y de amargura,
mas aunque tantas tras de tantas fueron
no se murió ninguna.
Embargada de asombro
al ver la resistencia de su vida,
en sus horas sin término pensaba,
llena de horror, si nunca moriría.
Pero una voz secreta y misteriosa
la dijo un día con acento extraño:
Hasta el momento de tocar la dicha
no se mueren jamás los desdichados.
</pre>
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[[Categoría:ES-M]]
[[Categoría:Poesías de Rosalía de Castro]]
[[Categoría:Poesías]]
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Desolación (Castro)
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Kwamikagami
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|autor=Rosalía de Castro
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}}
<div class="verse">
<pre>
Del luto de mi noche
mi ángel funesto
tejió un velo pesado,
tupido y denso
más que las sombras
que en los hondos abismos
eternas moran.
Negóme desde entonces
el sol su brillo,
¡ay!, negóme la luna
su fulgor tímido,
y la esperanza
no alumbró más el yermo
de mis entrañas.
Por eso todo, todo...
para mí ha muerto.
Mudas pasan mis horas
tal como espectros...
Cabe mi oído
sólo se agita el soplo
de los olvidos.
</pre>
</div>
<center>🙝🙟</center>
<div class="verse">
<pre>
Hiende el rayo al peñasco en el monte,
a la nave en el mar la tormenta,
en el aire, el halcón prende al pájaro.
Y en el mar, en el aire, en la tierra,
todos prenden y acosan al hombre
de desgracia acusado y pobreza.
</pre>
</div>
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<div class="verse">
<pre>
Es obligado tema de sensibles cantores
el amor y sus penas, el beso o la mirada
del dulce ser querido, la dicha malograda
o la esperada dicha con sus vagos temores.
Después vienen los pájaros, el mar o el arroyuelo,
la tempestad que brama o la brisa sonora
que hace hablar al follaje mientras nace la aurora
o alza la mariposa el inconstante vuelo.
</pre>
</div>
<center>🙝🙟</center>
<div class="verse">
<pre>
Mas ¿qué nube es aquella que, elevada,
llena de luz, por el oriente asoma,
virgen que viene en su pudor velada,
temprana flor con su primer aroma?
¿Quién la que en tronos de zafir sentada,
blanca, pura y sin hiel, dulce paloma,
desciende hacia la tierra en raudo vuelo,
abandonando por la tierra el cielo?
¡Es ella! ¡Una mujer! Fuente de vida,
diosa inmortal de pensamiento altivo,
del seno de los ángeles venida
para librar mi corazón cautivo:
es fruto de verdad, fuente querida
de quien mi libre inspiración recibo;
es la que, madre de las madres, lleva,
¡nombre de bendición!, el nombre de Eva.
Como las auras del abril, liviana;
como la luz del sol, fuerte y hermosa,
es ella de quien dicen flor temprana,
fuente sellada, estrella misteriosa:
su rostro del color de la mañana,
suelta la blanda cabellera undosa,
la palabra suave, el paso leve
que a su ligero andar las flores mueve.
Mas hay en su mirada una tristeza
de inefable amantísimo delirio,
que aumenta el resplandor de su belleza,
la llama santa de un feliz martirio,
¡oh pura fuente de inmortal limpieza,
sobre las ondas desmayado lirio!
¡Oh cuán amada por tus penas eres,
mujer en quien esperan las mujeres!
</pre>
</div>
<center>🙝🙟</center>
<div class="verse">
<pre>
En medio del silencio, allá en la noche,
madre de los misterios,
llenaban el espacio ecos suavísimos,
armónico concierto
de entrecortadas frases y caricias,
de suspiros, de quejas y de besos.
¡Ay! Eran él y ella.
Espíritus de fuego,
almas que envueltas en ardiente llama
devoraban placeres y deseos.
-La vida es breve... Amémonos -decían.
-¡Tan veloz corre el tiempo!...
Y en su ansia loca, y en su afán ardiente
más que el viento esta vez corrieron ellos.
Tras de las largas misteriosas noches
un sol primaveral brilló sereno,
y uno al otro en silencio se miraron
con espanto y con miedo...
-Pero si ésta es la vida,
-murmuraron después- ¿a qué ir más lejos?
Y cual duerme un cadáver en su tumba
uno en brazos del otro se durmieron.
</pre>
</div>
[[Categoría:ES-D]]
[[Categoría:Poesías de Rosalía de Castro]]
[[Categoría:Poesías]]
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Gotas de Sangre: 03
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Kwamikagami
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|título=[[Gotas de Sangre]] <br>(Crímenes y criminales)
|autor=Luis Bonafoux
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<div class="prose">
== El Chato, absuelto ==
{{c|'''- I - La prensa'''}}
Hay tema para llenar un volumen con las opiniones de toda la prensa, absolutamente de todos los periódicos, «sin distinción de matices políticos», con motivo del inesperado fallo que recayó ayer, a última hora de la noche, sobre el crimen, no del niño de El Escorial, como dicen algunos periódicos hablando en guirigay, sino de los miserables que sacrificaron al niño Pedrín.
Con lo más oliente de las conclusiones formo un ramillete de sueltos que dedico a quien corresponda.
«La tristeza que se nota en los semblantes de las mujeres al conocer el fallo -observa El Tiempo- contrasta con la alegría del Chato y de Crisanto, que ESPERABAN que la sentencia, en la parte que a ellos afecta, FUERA MENOS FAVORABLE.»
«El Chato -dice La Correspondencia- oyó la petición fiscal con alegría. El Chato se sonreía...»
«Los reos -dice La Época, y con especialidad el Chato, se mostraban muy satisfechos.»
De El Liberal:
«Los procesados aparecen satisfechos y muy animados. Hablan de proyectos para el porvenir. Están, en fin, muy contentos. Las procesadas están tan contentas como si las hubieran puesto en la calle. Sin duda esperaban un fallo terrible. El Chato dice que como veía próximo que le iban a apretar el gaznate, está satisfecho. Las Chatas, muy decidoras, echan cuentas sobre cuál será el establecimiento penitenciario a donde les corresponde ir a cumplir su condena. Crisanto dice: El Jurado no ha podido dar mejor veredicto. Yo se lo agradezco mucho. La declaración que di primero es VERDAD, pero me retracté para librar del palo a mi cuñado.»
«El Chato -habla El País- sonríe satisfecho. Los procesados están contentísimos. Crisanto ha dicho a su procurador que, puesto que ya había habido veredicto, no tenía inconveniente en afirmar que su primera declaración, acusando al Chato, es COMPLETAMENTE EXACTA, y que si, en el acto del juicio, se ha retractado, ha sido porque le dijeron que de este modo salvaba a su cuñado de la horca. Hemos preguntado al Chato si le agradaba el veredicto, y ha contestado balbuciente de alegría, que le ha GUSTADO MUCHÍSIMO, y si le dejaran BAILARÍA. Repugna el cinismo de estas gentes.»
Del reporter de El Imparcial:
«Mientras se dicta sentencia, los procesados muestran mucha alegría, lo cual es prueba evidente de su culpabilidad, pues de ser inocentes habría de parecerles la pena terrible y dura.
Las Chatas echan cálculos en alta voz sobre cuándo cumplirán la condena.
El Chato también está contentísimo. «Me importa poco -dice- acabar la vida en el presidio.»
Crisanto exclama: «Tanto hablar de conciencia, y mi retractación la hice para salvar del palo a Julián.»
La opinión de El Imparcial:
«Seguramente causará impresión penosa, aun entre las gentes más dadas a la misericordia, un fallo que no llega en su severidad a donde los criminales con su fiereza. Si no había prueba bastante contra El Chato y Crisanto, se les debió absolver; si había pruebas, debió imponérseles el más duro castigo.
Respetamos las decisiones de los tribunales y no podemos pedir para nadie la pena de muerte; pero, respondiendo a la conciencia pública, hemos de decir que después de este veredicto va a ser preciso borrar la palabra «asesinato» del Código, y declarar que nunca más debe experimentar el pueblo español el horror que produce el patíbulo.»
Del New York Herald, escrito a los pocos días de perpetrarse el inaudito crimen:
«En España se juzgará al Chato ante los tribunales. En los Estados Unidos se le ejecutaría en la prisión.»
{{c|'''- II - '''}}
«Pocos crímenes como éste -ha dicho La Época- han indignado tanto el sentimiento público.»
Él odia el delito y compadece al delincuente no es aplicable al autor del crimen cometido en El Escorial. Después de conocer el resultado, hay que seguir odiando el delito y odiando al delincuente. No seré yo quien afirme que tal resultado, tristísimo sobre toda ponderación, que afecta hondamente a las conciencias honradas, es un síntoma más del «actual estado de cosas...» ni seré yo quien diga que a la institución del jurado en España le falta mucho que estudiar y hacer para ponerse al nivel de la misma institución en otras naciones del mundo. Prefiero creer, y digo, que la liberación del Chato y familia es obra exclusiva de los «brillantísimos informes» y de las «notabilísimas defensas» del Sr. Cuevas, cuya oratoria forense no tiene en verdad, a juicio de quienes la oyeron, nada que envidiar a la oratoria sagrada de su señor hermano fray Cuevas, que goza de tanto valimiento en el monasterio de El Escorial.
A pesar de todo, permítame el letrado señor Cuevas que no asocie mi humilde voz al coro de voces que cantan su triunfo. Perdóneme el letrado Sr. Cuevas que le ofrezca, por la victoria que consiguiera, el testimonio de mi más sincero y profundo pésame...
Sea porque sintiera compasión hacia el Chato, o sea, como ha referido un periódico, porque el Sr. Cuevas deseaba aquilatar sus méritos en el arte que hizo célebre a Aparici y Guijarro, el referido letrado merece ciertamente los plácemes de aquellas personas felices que creen a pie juntillas que los jurisconsultos han venido al mundo nada más que a perorar elocuentemente en favor de tal o cual causa, sea cual fuere. Es cuestión de temperamento; y yo, que también soy letrado -aunque me está mal el decirlo,- no hubiera podido articular una sola palabra en defensa del Chato, aunque me hubiese ido en ello la vida.
No se me ocurre, ciertamente, que los letrados tengan obligación de imitar a Petrarca en retirarse del foro, diciendo que la abogacía es el arte de urdir mentiras, como se retiró, por idéntica causa, otro abogado, el sabio naturalista D. Augusto Linares; pero se me ocurre recordar que el defensor del energúmeno Troppmann, cuyos crímenes resultan insignificantes comparados con el horror del Chato, no se atrevió a graduarle de inocente, ni menos a decir que vocearía su inocencia mientras tuviese un soplo de vida, sino que abogó por él con una frase de humorismo trágico, alegando que Troppmann era el genio del crimen y que todos tenían obligación de inclinarse ante un genio...
Vaillant no fue un Chato, sino un político exaltado, un fanático delirante; y el crimen de Vaillant no fue secuestrar a un pobre niño de tres años, ni atropellarlo sádica y brutalmente, ni saltarle los ojos, ni estrangularle poco a poco como el gato al ratón..., sino herir en la cabeza a varias personas con los clavos de una bomba.
Pues Vaillant, con ser Vaillant, tardó mucho en conseguir un letrado que quisiera defenderle. La mayoría se excusaba con decir que la bomba de la Cámara era un atentado contra la sociedad francesa.
¡El crimen del Chato, Sr. Cuevas, fue un atentado contra la Humanidad!
{{c|'''- III -'''}}
Y ese criminal ha sido absuelto, siendo así que el hecho de no matarlo equivale al hecho de absolverlo.
El presidio es un pueblo encantador para hombres de tal índole. El Chato se quejaba de hambre. Allí no la pasará. Echaba de menos una buena cama. En el presidio la tendrá. ¡Y tendría un niño, si alguno se asomara a su mazmorra!...
En presidio, el Chato vivirá del grillete, que es su renta. Estará allí entre los suyos, como en familia... Los presidiarios harán pinitos por verlo, y él penetrará en sus dominios satisfecho, sonreído... ¡Es muy posible que un poeta de Ceuta, si los hay allí, que sí debe haberlos, le dedique una égloga virgiliana!...
El Chato es joven; puede vivir mucho todavía; pueden cobijarle indultos; puede salir de presidio en tiempo no lejano: y puesto que habló de proyectos para el porvenir -según ha dicho El Liberal,- creo que el estar bien con el Chato ¡conviene a los ciudadanos honrados!...
¡Quién sabe si este facineroso llegará a presidente del Consejo de ministros!...
¡Quién asegura que no tengamos que pedirle un empleo, tal vez una merced!...
Gran triunfo, Sr. Cuevas. Pero yo, sin poderlo remediar, recuerdo al niño Pedrín. Se le secuestra cuando va, en busca de sus hermanitos, al convento de El Escorial; se le tiene más de un mes, día por día, sumergido en un desván, bajo una temperatura de cero grados, con las manos y los pies maniatados, como un carnero, alimentándole de leche a todo pasto, haciéndole sufrir varias veces al día, según la primera declaración de Crisanto -declaración que es exacta, como lo confirmó él mismo después del veredicto- los más horrendos atropellos, «anormalidades monstruosas», según el informe de los médicos que reconocieron el cadáver...
De aquel desván, en donde duerme también el Chato, sale de vez en cuando, por un agujero, la cabeza del niño, y surgen ayes de dolor que, al decir de una de las Chatas, semejan balidos de cordero, y van a perderse sin eco compasivo entre rugidos y risotadas lúbricas de una familia de meretrices y sodomitas; y del mismo desván baja algunas veces el Chato a pedir aceite...
Luego, se estrangula al niño, después de sacarle los ojos, y en la banasta de un burro se le lleva a un risco inaccesible, para que duerma a la intemperie, picoteado por los cuervos...
¿Por qué se ha cumplido en la tierra el tormentoso infortunio de ese niño de tres años?... ¿Qué Dios es ese que consiente tamañas iniquidades?...
{{c|🙝🙟}}
¡Pobre niño Pedrín, con tu corona de espinas sobre el campo yermo!... Si has oído desde allá arriba lo que se ha dicho acá abajo, ¡cuánto no habrá sufrido tu almita al oír insultar a tus padres, y decir que las Chatas estaban encargadas de cuidarte y asearte... de las inmundicias del Chato!... ¡Pobre niño Pedrín, abandonado en el campo, con tus manitas a la espalda, como sufriendo el horrible boca abajo a que fue condenada antaño la raza etíope; con tus faldas levantadas, como si quisiesen denunciar tu escarnio y tu vergüenza!...
Gran triunfo de abogado, señor Cuevas, gran triunfo ha sido, sin duda, el librar de la muerte al verdugo del niño Pedrín. Pero yo tengo la convicción de que usted, en cuanto hombre, se preguntará alguna vez, como me pregunto yo, si no es reo de no haber contribuído a realizar la recomendación del New-York Herald...
</div>
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Gotas de Sangre: 04
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2022-08-11T23:43:05Z
Kwamikagami
51370
wikitext
text/x-wiki
{{encabe
|título=[[Gotas de Sangre]] <br>(Crímenes y criminales)
|autor=Luis Bonafoux
|sección=
}}
<div class="prose">
== Beaujean ==
Beaujean. Veinte años. Pequeño de estatura, raquítico de complexión. Todo un insignificante si no llevara la muerte en los ojos, cenagosos como el fondo de un remanso, surcados por estrías sanguinolentas.
-¿La profesión de usted? -preguntó el presidente. Y el acusado, con tranquilidad: -¿Mi profesión?... ¡Souteneur!
Merodeando en Batignolles y Clichy, vivía de mujeres, del juego, del robo, y de dar de vez en cuando una puñaladita. Vivía bien, de valiente, comiendo con buen apetito y durmiendo a pierna suelta. La Silher, moza de rompe y rasga, tenía un rencor, una estalactita de la envidia que le manaba del corazón. El rencor era la Dolbeau, a quien quería matar... Pero para matar a la Dolbeau necesitaba la Silher un verdugo barato, y Beaujean lo fue por gusto, por matar... el tiempo, tal vez por vocación, o «¡por hacer un servicio», como dijo él repetidas veces en la vista de ayer.
La destrozaron. Y Beaujean, que observó, al ser detenido por la policía, dos días después del asesinato, que tenía una mancha de sangre en un puño de la camisa, quiso borrar la huella dándola un lengüetazo.
{{c|🙝🙟}}
Levantándose tranquilamente el acusado, dijo con voz serena: -La noche era horrible. El camino, sombrío y solitario. La Silher llevaba en la mano un pañuelo para amordazar a la Dolbeau. Varias veces, durante el trayecto, le hice señas de que era necesario amordazarla para que no gritara. Pero la Silher no hacía nada, permaneciendo inactiva, «como una tonta», con el pañuelo en la mano. Entonces salté bruscamente sobre la Dolbeau para hacerle presa en la garganta. Se volvió y me quitó la acción; pero le metí los dedos en la boca para retorcerle la lengua e impedir que gritara. Luchó y me los mordió. Conseguí al fin agarrársela y retorcérsela.
Con la otra mano le apreté la garganta y la eché a tierra. Me puse de rodillas en su tripa, y mientras la amordazaba la Silher, yo la estrangulé con las dos manos. Sus ojos moribundos se revolvieron con espanto. Continué apretándole la garganta unos cinco minutos más. La Dolbeau saltaba toda... Cuando cesaron las convulsiones, cesé yo de apretar.
Sin embargo..., como movía un poco los músculos del cuello, la di, para rematarla, una gran patada en la cara. Quise luego echar el cuerpo en el cementerio. Pesaba mucho, y la tapia era alta. La Silher cogió los pies de la muerta; yo cogí la cabeza. ¡A la una! ¡A las dos!... La echamos al aire y el cuerpo quedó colgando del muro. Conseguí, con mucho trabajo, hacer que rodase por la tapia hasta caer al otro lado del campo. Cuando me lavé las manos, sucias de la labor, sonaban las tres de la madrugada en el reloj de la Prefectura de Saint-Ouen.
{{c|[[Archivo:Separator.jpg]]}}
Y el acusado se sentó, con la misma tranquilidad con que se puso en pie, mirando con sus ojos de mochuelo, turbios y fosforescentes, el espanto que se reflejaba en la lividez del auditorio.
«Lo único que siento -añadió, a guisa de postdata- es que, al volver a casa de la Silher, ella se acostó en el suelo; yo en la cama. No dormimos juntos.» La fisonomía del público habíase alargado desmesuradamente. ¡Todos parecíamos ocarinas! Y luego, al salir;
-¿Qué le ha parecido a usted ese cafre?
-¡Un hombre en bruto! Lástima que le hayan condenado a muerte, porque merecía exhibirse en Chicago.
{{c|[[Archivo:Separator.jpg]]}}
El presidente Carnot negó el indulto a Beaujean y lo otorgó a la Silher, porque en este país hay marcadísima repugnancia a guillotinar mujeres; y Beaujean subió al patíbulo alardeando de un valor inconmensurable, con el valor de los héroes que sucumben en los campos de batalla y con el de los mártires que mueren por la buena causa. Le vi en el tribunal, en la prisión, en marcha para el patíbulo, en la báscula...; y puedo decir que en ningún tiempo perdió su inaudita serenidad.
-Mañana, mañana, me matan -dijo la víspera de la ejecución.- Voy a jugar baraja y deseo que no me distraigan.
Despertado a las cuatro de la madrugada para hacerle la lúgubre «toilette», dijo tranquilamente: -No hay que recomendarme que tenga valor. Yo aseguro que no me faltará.
Y habló alegremente con el sacerdote, con los guardianes de la prisión, con el mismo verdugo. - ¿No me conoces? -le preguntó.- ¿No recuerdas que cuando guillotinaste a Kaps, yo te grité desde la plaza de la Roquette: «¡Viejo cojitranco!» y tú me respondiste: «Cuida tu piel si no quieres caer un día entre mis manos.»
Al acercarse a la guillotina observó:
-Pero yo no veo la cuchilla. ¿Dónde diablos está?
Y cuando acertó a verla: -¡Ah...! ¡Héla ahí! Ya conocía yo de vista esta máquina. ¡Y ahora vamos a vernos las caras!
El verdugo Deibler estaba estupefacto. Beaujean le dijo momentos antes de morir:
-Y bien, «mi viejo», decid que todo va a concluir para mí dentro de dos segundos...!
Dió un abrazo al sacerdote; y sereno, regocijado, sin perder nada de su buen color, puso el cuello en la fatal media luna. Un copioso chorro de sangre brotó al separarse la cabeza del cuerpo, y un perro, que fue llevado por un oficial del ejército, acudió presuroso a olfatear el cesto que había recogido la ensangrentada cabeza.
Beaujean tenía veintidós años... -Mi único sentimiento al morir -dijo- es que la Silher, que me ofreció ser mía si la ayudaba a matar a la Dobleau, no quiso luego cumplir su promesa. Yo creo que mi «trabajo» valía la pena de que hubiéramos dormido juntos...
La Silher, que hizo matar a la Dobleau porque vivía maritalmente con el marido de ésta, no tuvo el menor recuerdo para el hombre que llevó a la guillotina, Y ¡detalle monstruoso! ahora se trata de casar a la Silher con el viudo Dobleau, para que éste pueda acompañarla a Nueva Caledonia.
-Es cierto -ha dicho Dobleau- que la Silher mató a mi mujer; pero «la pobre chica» lo hizo porque me ama, y yo deseo reparar, en la medida de lo posible, el mal que he hecho...
</div>
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[[Categoría:Gotas de sangre]]
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2022-08-11T23:44:02Z
Kwamikagami
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{{encabe
|título=[[Gotas de Sangre]] <br>(Crímenes y criminales)
|autor=Luis Bonafoux
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<div class="prose">
== Beaujean ==
Beaujean. Veinte años. Pequeño de estatura, raquítico de complexión. Todo un insignificante si no llevara la muerte en los ojos, cenagosos como el fondo de un remanso, surcados por estrías sanguinolentas.
-¿La profesión de usted? -preguntó el presidente. Y el acusado, con tranquilidad: -¿Mi profesión?... ¡Souteneur!
Merodeando en Batignolles y Clichy, vivía de mujeres, del juego, del robo, y de dar de vez en cuando una puñaladita. Vivía bien, de valiente, comiendo con buen apetito y durmiendo a pierna suelta. La Silher, moza de rompe y rasga, tenía un rencor, una estalactita de la envidia que le manaba del corazón. El rencor era la Dolbeau, a quien quería matar... Pero para matar a la Dolbeau necesitaba la Silher un verdugo barato, y Beaujean lo fue por gusto, por matar... el tiempo, tal vez por vocación, o «¡por hacer un servicio», como dijo él repetidas veces en la vista de ayer.
La destrozaron. Y Beaujean, que observó, al ser detenido por la policía, dos días después del asesinato, que tenía una mancha de sangre en un puño de la camisa, quiso borrar la huella dándola un lengüetazo.
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Levantándose tranquilamente el acusado, dijo con voz serena: -La noche era horrible. El camino, sombrío y solitario. La Silher llevaba en la mano un pañuelo para amordazar a la Dolbeau. Varias veces, durante el trayecto, le hice señas de que era necesario amordazarla para que no gritara. Pero la Silher no hacía nada, permaneciendo inactiva, «como una tonta», con el pañuelo en la mano. Entonces salté bruscamente sobre la Dolbeau para hacerle presa en la garganta. Se volvió y me quitó la acción; pero le metí los dedos en la boca para retorcerle la lengua e impedir que gritara. Luchó y me los mordió. Conseguí al fin agarrársela y retorcérsela.
Con la otra mano le apreté la garganta y la eché a tierra. Me puse de rodillas en su tripa, y mientras la amordazaba la Silher, yo la estrangulé con las dos manos. Sus ojos moribundos se revolvieron con espanto. Continué apretándole la garganta unos cinco minutos más. La Dolbeau saltaba toda... Cuando cesaron las convulsiones, cesé yo de apretar.
Sin embargo..., como movía un poco los músculos del cuello, la di, para rematarla, una gran patada en la cara. Quise luego echar el cuerpo en el cementerio. Pesaba mucho, y la tapia era alta. La Silher cogió los pies de la muerta; yo cogí la cabeza. ¡A la una! ¡A las dos!... La echamos al aire y el cuerpo quedó colgando del muro. Conseguí, con mucho trabajo, hacer que rodase por la tapia hasta caer al otro lado del campo. Cuando me lavé las manos, sucias de la labor, sonaban las tres de la madrugada en el reloj de la Prefectura de Saint-Ouen.
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Y el acusado se sentó, con la misma tranquilidad con que se puso en pie, mirando con sus ojos de mochuelo, turbios y fosforescentes, el espanto que se reflejaba en la lividez del auditorio.
«Lo único que siento -añadió, a guisa de postdata- es que, al volver a casa de la Silher, ella se acostó en el suelo; yo en la cama. No dormimos juntos.» La fisonomía del público habíase alargado desmesuradamente. ¡Todos parecíamos ocarinas! Y luego, al salir;
-¿Qué le ha parecido a usted ese cafre?
-¡Un hombre en bruto! Lástima que le hayan condenado a muerte, porque merecía exhibirse en Chicago.
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El presidente Carnot negó el indulto a Beaujean y lo otorgó a la Silher, porque en este país hay marcadísima repugnancia a guillotinar mujeres; y Beaujean subió al patíbulo alardeando de un valor inconmensurable, con el valor de los héroes que sucumben en los campos de batalla y con el de los mártires que mueren por la buena causa. Le vi en el tribunal, en la prisión, en marcha para el patíbulo, en la báscula...; y puedo decir que en ningún tiempo perdió su inaudita serenidad.
-Mañana, mañana, me matan -dijo la víspera de la ejecución.- Voy a jugar baraja y deseo que no me distraigan.
Despertado a las cuatro de la madrugada para hacerle la lúgubre «toilette», dijo tranquilamente: -No hay que recomendarme que tenga valor. Yo aseguro que no me faltará.
Y habló alegremente con el sacerdote, con los guardianes de la prisión, con el mismo verdugo. - ¿No me conoces? -le preguntó.- ¿No recuerdas que cuando guillotinaste a Kaps, yo te grité desde la plaza de la Roquette: «¡Viejo cojitranco!» y tú me respondiste: «Cuida tu piel si no quieres caer un día entre mis manos.»
Al acercarse a la guillotina observó:
-Pero yo no veo la cuchilla. ¿Dónde diablos está?
Y cuando acertó a verla: -¡Ah...! ¡Héla ahí! Ya conocía yo de vista esta máquina. ¡Y ahora vamos a vernos las caras!
El verdugo Deibler estaba estupefacto. Beaujean le dijo momentos antes de morir:
-Y bien, «mi viejo», decid que todo va a concluir para mí dentro de dos segundos...!
Dió un abrazo al sacerdote; y sereno, regocijado, sin perder nada de su buen color, puso el cuello en la fatal media luna. Un copioso chorro de sangre brotó al separarse la cabeza del cuerpo, y un perro, que fue llevado por un oficial del ejército, acudió presuroso a olfatear el cesto que había recogido la ensangrentada cabeza.
Beaujean tenía veintidós años... -Mi único sentimiento al morir -dijo- es que la Silher, que me ofreció ser mía si la ayudaba a matar a la Dobleau, no quiso luego cumplir su promesa. Yo creo que mi «trabajo» valía la pena de que hubiéramos dormido juntos...
La Silher, que hizo matar a la Dobleau porque vivía maritalmente con el marido de ésta, no tuvo el menor recuerdo para el hombre que llevó a la guillotina, Y ¡detalle monstruoso! ahora se trata de casar a la Silher con el viudo Dobleau, para que éste pueda acompañarla a Nueva Caledonia.
-Es cierto -ha dicho Dobleau- que la Silher mató a mi mujer; pero «la pobre chica» lo hizo porque me ama, y yo deseo reparar, en la medida de lo posible, el mal que he hecho...
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Gotas de Sangre: 24
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Kwamikagami
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|título=[[Gotas de Sangre]] <br>(Crímenes y criminales)
|autor=Luis Bonafoux
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}}
<div class="prose">
== Por una madre ==
Para Eusebio Blasco, donde se halle
Distinguido compañero y finado:
El hecho de que usted haya pasado a mejor vida, que, cualquiera que sea, tiene que ser mejor que la de cronista en España, no puede impedir que me cartee con usted.
Para mí sigue usted, por su ingenio, tan vivo como antes -y esto no lo digo por su fallecimiento; puesto que en libros y periódicos reconocí y aplaudí ese ingenio en vida de usted,- y como solía usted, con no escasa fortuna, echar peticiones a altos Poderes -con quienes ni me he carteado ni me cartearé en mis días,- me ocurre que puede usted hacerme el favor de trasladarles lo que pienso en este momento patibulario de ovaciones a la Gabriela Fenayrou y a la Gabriela Bompard.
Nadie mejor que usted, que vivió tantos años en París, puede recordar los crímenes cometidos por las dos Gabrielas. Pero, por si acaso, voy a refrescar con dos datos la memoria de usted.
He aquí, según Le Matin, la actitud de Gabriela Fenayrou en el asesinato de su amante Aubert: «Fenayrou sale para Chatou en el tren de las siete y treinta y dos, mientras Gabriela, respondiendo a inexplicable sentimiento, espera la hora de la cita rezando en la iglesia de Saint-Louis-d'Antin.
Cuando Aubert y Gabriela llegan a la villa, todo está silencioso y en tinieblas. Ella abre la puerta.
-¡Oh! ¡Oh! -exclama él.- Aquí huele bien; pero todo es misterioso... Tú sabes, Gabriela, que no me gustan las aventuras.
-¡Entra! -dijo ella, impaciente, empujándole hacia el vestíbulo.
Entró, y Fenayrou, oculto en las tinieblas, con un martillo en la mano, se tiró a el, asestándole el primer martillazo. Aubert cayó, casi aplastado; pero siendo muy vigoroso, pudo levantarse y trabar una lucha con su agresor, mientras Gabriela huía al jardín. Luchando cuerpo a cuerpo, los dos hombres voltean varias veces el salón. La obscuridad es profunda. El martillo, ciego, pega en el vacío.
-¡Gabriela! ¡A mí! ¡Luz! -grita el asesino.
Acude Gabriela: va a la chimenea; enciende una vela. Fenayrou, extenuado, parece que no alienta.
-¡Miserable! ¡Miserable! -grita ella, dirigiéndose a Aubert.- ¡No faltaba más sino que matases ahora a mi marido!
Agarrándole por los hombros, le echa atrás, mientras el martillo de Fenayrou cae sobre él por última vez.»
De Eyraud, en la Audiencia:
«A eso de las ocho y media, Gouffé llama a la puerta. Gabriela Bompard le abre.
-¡Hola! -dijo él, entrando.- Muy mono tu nidillo.
-Sí -repuso ella.- Aquí me divierto. Mi amante lo ignora. Por lo demás, estoy reñida con él. Me aburre con sus historias de deudas.
Y, poco a poco, lleva a Gouffé al sofá. Gouffé empieza a acariciarla, a desabrocharla. Coge entre sus dedos la cuerda blanca y azul que lleva ella enroscada alrededor del talle.
-Es bonita -observa él.
-¿Verdad? -responde riendo Gabriela.
Y se la pasa alrededor del cuello.
-¡Qué bonita corbata te resulta!...
-Ya está -pensé yo, viendo lo que había hecho Gabriela, y salí de mi escondite para saltarle a la garganta a Gouffé. Pero vi que estaba muerto. Gabriela lo había estrangulado.
{{c|🙝🙟}}
Al volver de registrar infructuosamente la oficina de Gouffé, Gabriela y yo enganchamos el cadáver a la polea para poder deslizarle con más facilidad en el saco. Yo lo colgué. El cadáver pesaba demasiado. Gouffé volvió a caer al suelo.
-Me parece -advirtió Gabriela- que no está muerto. Juraría que le he visto abrir los ojos.
Entonces volvimos a colgarlo. (Sensación).
Deslizó a Gouffé en el saco de tela que hizo Gabriela y lo echó al fondo del baúl. Y Gabriela quedó allí, con el cadáver, mientras yo fui a dormir al hotel.»
Pocas aventuras tan siniestras como la de Gabriela Fenayrou, urdiendo uno y otro día cartas amorosas para atraer a Aubert a la emboscada que le preparó. Ninguna aventura tan siniestra como la de Gabriela Bompard, cosiendo uno y otro día el saco de tela que había de servir de sudario a Gouffé. Y estas dos mujeres han paseado ayer tarde por los bulevares de París festejando el Grand Prix...
Nuestra Fenayrou y nuestra Bompard es la Cecilia Aznar. Atrasados y toscos en todo, nuestras criminales matan con planchas, al tuntún, sin preparar emboscadas, ni escribir cartas sutiles, ni coser sacos de tela, ni dormir amorosamente a la vera de un cadáver encerrado en un baúl, ni viajar con el cadáver llevándolo de equipaje.
No creo, amigo Blasco, que la labor patibularia de la Cecilia tenga punto de comparanza con la labor patibularia de las Gabrielas, aunque no se admita ninguna de las circunstancias que la Cecilia alegó en su defensa.
-Ha salvado a la Bompard -dije yo, comentando su suerte- la proverbial cortesía de los franceses. La guillotina no es ya instrumento tosco y brutal en manos de hombres soeces y sanguinarios. Es atributo de ley en poder de hombres cultos e inteligentes, pulimentado y embellecido en su forma, invisible la cuchilla, que no ha querido salir al encuentro de una cabeza femenina. Ha salvado a la Bompard la cortesía de la guillotina moderna.
Siquiera por una vez, y con una mujer española, el garrote podía ser cortés... Es una indicación sin pretensiones y sin miras interesadas. No soy de los que están enamorados de la Cecilia Aznar. No la conozco, y seguramente no la conoceré. No podría yo, además, tener un coloquio voluptuoso con una moza que puede plancharme, como no lo tendría tampoco con la Gabriela Bompard, porque la idea de que me metan en un saco de tela me estremece. Mi valor, harto probado en los campos de batalla, no llega a tanto. Yo no aceptaría nada de la Cecilia, ni siquiera la plancha para hacerme un alfiler de corbata.
Lo que hay es esto: que al saber yo que andan por ahí las dos Gabrielas; que la casualidad puede dar lugar a que me siente a su vera en el café, en el restaurant, en el teatro o en cualquier otro sitio público; que si despido mi casa puede ocurrir que entren a verla las dos Gabrielas y hablen con los míos sobre precio y condiciones, y que estoy obligado a llamarlas señoras y a ser circunspecto y respetuoso con ellas, pienso que podríamos hacer algo por otra delincuente, inmensamente menos culpable, no para que salga a zarandearse por la Puerta del Sol, aprovechando los efectos de una publicidad lúgubre, sino para que no arroje la ennegrecida lengua a los curiosos malsanos del campo de Guardias.
En ningún país del mundo tiene la mujer menos consideraciones que en España. Ya que imitamos a París en tantas cosas, generalmente nocivas, imitémoslo en salvar de la afrenta y el dolor del patíbulo a una mujer que es española y madre.
Pídalo usted, amigo Blasco. Yo no me atrevo a pedirlo, porque temo que la agarroten dos veces; una por ella y la otra por mí...
</div>
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Kwamikagami
51370
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text/x-wiki
{{encabe
|título=[[Gotas de Sangre]] <br>(Crímenes y criminales)
|autor=Luis Bonafoux
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}}
<div class="prose">
== ¡Cómo está la sociedad! ==
¡Soleilland!...
No, no tema el lector que, añadiendo nuevas consideraciones a las que expuse cuando el cadáver de la niña Marta, violada y estrangulada se encontró entre piltrafas de reses en una estación, vuelva a escarbar con la pluma el repugnante crimen de Soleilland, cuyos émulos aumentan diariamente así en París como en provincias.
Mi propósito hoy es otro, y se ha de reducir a transcribir, de dos de los principales periódicos parisienses, la mentalidad del público femenino en el proceso de Soleilland, para que se vea «cómo está la sociedad».
{{c|🙝🙟}}
De Le Matin:
«Asisten pocos hombres. Pero ¡cuántas mujeres bonitas y cuántas toilettes frescas! Allí están todas, las célebres y las sencillas, y algunas actrices que estaban veraneando vinieron a París nada más que a ver a Soleilland. Hay algo así como un sacrilegio en la proximidad de los pretenciosos perifollos de esas damas a los pobres trapitos ensangrentados de Marta, expuestos en una mesa como piezas de convicción.»
{{c|[[Archivo:Separator.jpg]]}}
«El procesado es objeto de todas las curiosidades femeninas. Helo ahí, en plena luz. El monstruo, el sátiro, es muy joven, bien formado, de cara que inspiraría simpatía si no se recordase su crimen, de rasgos regulares, casi bellos, con la nariz recta, la boca bonitamente dibujada bajo el arco de juvenil bigote rubio, la cabellera bien puesta, el peinado correcto, elegante casi. Hasta su singular estrabismo, la divergencia crómica de sus ojos, verde el uno, negro el otro, añade algo al singular encanto del personaje. En el público femenino, encantado y decepcionado a un tiempo mismo, hay un murmullo de asombro y un escalofrío chocante.»
{{c|[[Archivo:Separator.jpg]]}}
«A veces, durante la audiencia, se destaca el grado de resistencia que ha alcanzado en nuestra sociedad moderna el antiguo pudor tradicional del sexo opuesto al nuestro. Las damas de la concurrencia no se han cubierto siquiera con la hipocresía del abanico. No se pensó en que la vista pudiese ser a puerta cerrada. ¡Y eso que se dijeron cosas de mucha punta! Pero no molestaron al público femenino, quien se limitó a subrayar con risas, apenas discretas, las enormidades que oía. Sólo los hombres mostraban cierto embarazo y bajaban discretamente los ojos, temiendo encontrar las miradas de las mujeres.»
{{c|[[Archivo:Separator.jpg]]}}
De Le Journal:
«Estaban allí señoras de magistrados, señoras de altos funcionarios, señoritas, actrices: la señora Pierrat, de la Comedia Francesa; Margarita Caron, del Vaudevillle; Magdalena Carlier, del Odeon: Addey, absuelta en el asunto Merlou; las señoritas Ritter, Ivonne, Maellec, Milo d'Arcylle, Lucienne Guett, Ivonne Deroy, etc.»
Como el letrado defensor hablara de la locura de Soleilland, el abogado general hizo una frase que produjo una explosión de risas:
¡Aquí -dijo- todos somos locos!...»
{{c|[[Archivo:Separator.jpg]]}}
... Recordémoslo:
Sólo los hombres mostraban cierto embarazo y bajaban discretamente los ojos, temiendo encontrar las miradas de las mujeres.
Inconvenientes de dedicarse los hombres a ir al mercado, aderezar la ensalada y sacudir el polvo con los zorros, mientras las mujeres, pletóricas de iniciativa y de energía, trabajan los negocios públicos.
Al paso que van, serán ellas quienes digan:
-¡A Berlín!... ¡A Berlín!
{{c|[[Archivo:Separator.jpg]]}}
De «indecentes exhibiciones judiciales» califica Le Gaulois, con todo de ser tan comedido de lenguaje, los espectáculos que el público -que siendo él mismo sádico pide castigo para el sadismo- ha dado en la vista de procesos como el de la Merelli y el de Soleilland, y en todos los periódicos, que al fin y al cabo se acuerdan del deber profesional, el lector halla las mismas frases de censura acre: «sadismo especial», «falta de pudor», «ausencia de vergüenza», etc.
El citado Le Gaulois dice:
«Todos los periodistas consagrados allí sentimos enrojecer nuestras frentes de hombres al ver que mujeres jóvenes oían entre sonrisas y como encantadas tantas ignominias...»
Le Matin, metido ahora a moralista -después de haber publicado las memorias del padre Delarue, las de su concubina, las de María Audo y toda clase de memorias sádicas-, más severo que Le Gaulois, dice:
«Sea lícito indignarse ante tanto cinismo, ante tal ausencia de veraecundia en seres cuyos ojos tienen reflejos de inocencia. ¡Quién dirá el horror de este contraste: miradas candorosas... y cuando silba la palabra escabrosa, las bocas perversas torciéndose por un rictus de vicio!»
Y el mismo periódico habla de «promiscuidades sospechosas» en la Audiencia, de faldas a horcajadas en la balaustrada, descubriendo espumosos bajos, de «sugestivos arremangos que provocan risas», de «pugilatos entre damas que tienen repentinas rivalidades».
Rivalidades de amor. ¿Por quién? ¡Tal vez por Soleilland!...
¡Y luego la horrible escena de la mujer de Soleilland, cuando, después de haberse leído la sentencia de muerte, le llamó miserable boñiga, quiso matarle con sus propias manos, y con ellas a poco estrangula, en plena audiencia, a la infeliz criatura que tuvo de sus amores con el monstruo!
¡Ah, señores periodistas!... Eso no data de ayer, eso data de larga fecha. Las admiradoras de Soleilland son renuevos de las admiradoras de Prado, cuya piel sirvió para hacer guantes de refinadas cocotas; de las admiradoras de Pranzini, cuya magnitud viril fue exaltada en todos los bulevares, y los admiradores de la Merelli son renuevos de los que hicieron una formidable ovación a Gabriela Bompard cuando fue llevada de París a Lyon para que reconociese los restos de Gouffé...
Y ese «rictus de vicio», ese «sadismo especial», ha salido de los periódicos y de los libros parisienses. La crítica, que censuró injusta y neciamente las sanas crudezas de los Zola y Mirbeau, tuvo halagos para los refinados desmayos de los Lorrain y Mendés, y de eso que se llama con deleite «literatura refinada, perversa», perturbadora de mentalidades fofas, nacieron los baroncitos de Aldesward y las «flores de lujo», como las llama Le Matin, que dejan venenosos perfumes en las audiencias de las Merelli y de los Soleilland. ¿Con qué derecho las fustigan los mismos que recomiendan la lectura del libro Du Mariage, que, sobre ser tonto, implica la prostitución de la mujer, otorgándola de soltera toda la clase de licencias, y sentando la doctrina de que los hijos que tuviera en libérrimos ayuntamientos deberían ser considerados por el marido, cuando, harta de amores, se casase, como hijos de un primer matrimonio?
Estas literaturas no se detienen ya en Francia, y pasan las fronteras. Ayer mismo, en la vista del proceso de Karl Hau, tan admirado sádicamente por las alemanas de Calsruhe, se leyó una carta de su señora, que se suicidó por celos de su hermana Olga, en la que es de notarse esta frase:
«Olga nos provee de libros franceses de un carácter demasiado lascivo. Ella tiene gustos perversos...»
Las Olgas de todas partes brotan de esa literatura, como brotan de los pudrideros algunas flores, bonitas por fuera...
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|título=[[Gotas de Sangre]] <br>(Crímenes y criminales)
|autor=Luis Bonafoux
|sección=
}}
<div class="prose">
== ¡Cómo está la sociedad! ==
¡Soleilland!...
No, no tema el lector que, añadiendo nuevas consideraciones a las que expuse cuando el cadáver de la niña Marta, violada y estrangulada se encontró entre piltrafas de reses en una estación, vuelva a escarbar con la pluma el repugnante crimen de Soleilland, cuyos émulos aumentan diariamente así en París como en provincias.
Mi propósito hoy es otro, y se ha de reducir a transcribir, de dos de los principales periódicos parisienses, la mentalidad del público femenino en el proceso de Soleilland, para que se vea «cómo está la sociedad».
{{c|🙝🙟}}
De Le Matin:
«Asisten pocos hombres. Pero ¡cuántas mujeres bonitas y cuántas toilettes frescas! Allí están todas, las célebres y las sencillas, y algunas actrices que estaban veraneando vinieron a París nada más que a ver a Soleilland. Hay algo así como un sacrilegio en la proximidad de los pretenciosos perifollos de esas damas a los pobres trapitos ensangrentados de Marta, expuestos en una mesa como piezas de convicción.»
{{c|🙝🙟}}
«El procesado es objeto de todas las curiosidades femeninas. Helo ahí, en plena luz. El monstruo, el sátiro, es muy joven, bien formado, de cara que inspiraría simpatía si no se recordase su crimen, de rasgos regulares, casi bellos, con la nariz recta, la boca bonitamente dibujada bajo el arco de juvenil bigote rubio, la cabellera bien puesta, el peinado correcto, elegante casi. Hasta su singular estrabismo, la divergencia crómica de sus ojos, verde el uno, negro el otro, añade algo al singular encanto del personaje. En el público femenino, encantado y decepcionado a un tiempo mismo, hay un murmullo de asombro y un escalofrío chocante.»
{{c|🙝🙟}}
«A veces, durante la audiencia, se destaca el grado de resistencia que ha alcanzado en nuestra sociedad moderna el antiguo pudor tradicional del sexo opuesto al nuestro. Las damas de la concurrencia no se han cubierto siquiera con la hipocresía del abanico. No se pensó en que la vista pudiese ser a puerta cerrada. ¡Y eso que se dijeron cosas de mucha punta! Pero no molestaron al público femenino, quien se limitó a subrayar con risas, apenas discretas, las enormidades que oía. Sólo los hombres mostraban cierto embarazo y bajaban discretamente los ojos, temiendo encontrar las miradas de las mujeres.»
{{c|🙝🙟}}
De Le Journal:
«Estaban allí señoras de magistrados, señoras de altos funcionarios, señoritas, actrices: la señora Pierrat, de la Comedia Francesa; Margarita Caron, del Vaudevillle; Magdalena Carlier, del Odeon: Addey, absuelta en el asunto Merlou; las señoritas Ritter, Ivonne, Maellec, Milo d'Arcylle, Lucienne Guett, Ivonne Deroy, etc.»
Como el letrado defensor hablara de la locura de Soleilland, el abogado general hizo una frase que produjo una explosión de risas:
¡Aquí -dijo- todos somos locos!...»
{{c|🙝🙟}}
... Recordémoslo:
Sólo los hombres mostraban cierto embarazo y bajaban discretamente los ojos, temiendo encontrar las miradas de las mujeres.
Inconvenientes de dedicarse los hombres a ir al mercado, aderezar la ensalada y sacudir el polvo con los zorros, mientras las mujeres, pletóricas de iniciativa y de energía, trabajan los negocios públicos.
Al paso que van, serán ellas quienes digan:
-¡A Berlín!... ¡A Berlín!
{{c|🙝🙟}}
De «indecentes exhibiciones judiciales» califica Le Gaulois, con todo de ser tan comedido de lenguaje, los espectáculos que el público -que siendo él mismo sádico pide castigo para el sadismo- ha dado en la vista de procesos como el de la Merelli y el de Soleilland, y en todos los periódicos, que al fin y al cabo se acuerdan del deber profesional, el lector halla las mismas frases de censura acre: «sadismo especial», «falta de pudor», «ausencia de vergüenza», etc.
El citado Le Gaulois dice:
«Todos los periodistas consagrados allí sentimos enrojecer nuestras frentes de hombres al ver que mujeres jóvenes oían entre sonrisas y como encantadas tantas ignominias...»
Le Matin, metido ahora a moralista -después de haber publicado las memorias del padre Delarue, las de su concubina, las de María Audo y toda clase de memorias sádicas-, más severo que Le Gaulois, dice:
«Sea lícito indignarse ante tanto cinismo, ante tal ausencia de veraecundia en seres cuyos ojos tienen reflejos de inocencia. ¡Quién dirá el horror de este contraste: miradas candorosas... y cuando silba la palabra escabrosa, las bocas perversas torciéndose por un rictus de vicio!»
Y el mismo periódico habla de «promiscuidades sospechosas» en la Audiencia, de faldas a horcajadas en la balaustrada, descubriendo espumosos bajos, de «sugestivos arremangos que provocan risas», de «pugilatos entre damas que tienen repentinas rivalidades».
Rivalidades de amor. ¿Por quién? ¡Tal vez por Soleilland!...
¡Y luego la horrible escena de la mujer de Soleilland, cuando, después de haberse leído la sentencia de muerte, le llamó miserable boñiga, quiso matarle con sus propias manos, y con ellas a poco estrangula, en plena audiencia, a la infeliz criatura que tuvo de sus amores con el monstruo!
¡Ah, señores periodistas!... Eso no data de ayer, eso data de larga fecha. Las admiradoras de Soleilland son renuevos de las admiradoras de Prado, cuya piel sirvió para hacer guantes de refinadas cocotas; de las admiradoras de Pranzini, cuya magnitud viril fue exaltada en todos los bulevares, y los admiradores de la Merelli son renuevos de los que hicieron una formidable ovación a Gabriela Bompard cuando fue llevada de París a Lyon para que reconociese los restos de Gouffé...
Y ese «rictus de vicio», ese «sadismo especial», ha salido de los periódicos y de los libros parisienses. La crítica, que censuró injusta y neciamente las sanas crudezas de los Zola y Mirbeau, tuvo halagos para los refinados desmayos de los Lorrain y Mendés, y de eso que se llama con deleite «literatura refinada, perversa», perturbadora de mentalidades fofas, nacieron los baroncitos de Aldesward y las «flores de lujo», como las llama Le Matin, que dejan venenosos perfumes en las audiencias de las Merelli y de los Soleilland. ¿Con qué derecho las fustigan los mismos que recomiendan la lectura del libro Du Mariage, que, sobre ser tonto, implica la prostitución de la mujer, otorgándola de soltera toda la clase de licencias, y sentando la doctrina de que los hijos que tuviera en libérrimos ayuntamientos deberían ser considerados por el marido, cuando, harta de amores, se casase, como hijos de un primer matrimonio?
Estas literaturas no se detienen ya en Francia, y pasan las fronteras. Ayer mismo, en la vista del proceso de Karl Hau, tan admirado sádicamente por las alemanas de Calsruhe, se leyó una carta de su señora, que se suicidó por celos de su hermana Olga, en la que es de notarse esta frase:
«Olga nos provee de libros franceses de un carácter demasiado lascivo. Ella tiene gustos perversos...»
Las Olgas de todas partes brotan de esa literatura, como brotan de los pudrideros algunas flores, bonitas por fuera...
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[[Categoría:Gotas de sangre]]
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Kwamikagami
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{{encabe
|título=[[Gotas de Sangre]] <br>(Crímenes y criminales)
|autor=Luis Bonafoux
|sección=
}}
<div class="prose">
== El Indulto de Soleilland ==
Le Petit Journal, que en clase de periódico es de lo más conservador dentro de la República, publica el siguiente telegrama de Roma.
«Giovanni Passamante, que en 1878 atentó contra la vida del Rey de Italia, y que, habiendo enloquecido en presidio, está, desde 1889, en la casa de locos criminales de Monelupo, se halla próximo a morir. Veintinueve años de detención han transformado a este hombre, que no tiene más que cincuenta y siete, en un anciano débil y casi incapaz de moverse. El frustrado regicida perdió el juicio, y en su espíritu turbado sólo queda un recuerdo del acto que le valió su condena. Passamante murmura frecuentemente: ¡Qué gran borrico el policía que vino a mi proceso! Cuando sufre crisis de sofocación pide ver el Sol...»
Al leer este telegrama pienso que para todo, hasta para ser asesino y ladrón, hay que tener suerte. La Prensa recuerda, no sin amargura, que Vaillant, aunque no mató a nadie, murió en la guillotina, y que Soleilland -¡a quien por fin no se la cortan!- va a pasar una temporada en Cayena, en castigo a su perversidad de haber hecho toda clase de horrores con una niña.
Pero lo ocurrido con Vaillant fue culpa de su destino. ¡Hubiera esperado a que estuviese en la presidencia de la República un político como Fallières, completamente hostil a la pena de muerte, y a que formasen gobierno unos ministros, como los Clemenceau, que hubieran adoptado un proyecto de ley contra la referida pena!
Como Soleilland, asesino, Gallay, ladrón, estuvo oportuno en cuanto a la época de cometer su delito. Los tiempos son piadosos para los delincuentes en Francia. Condenado a siete años de trabajos forzados por los robos que hizo en una casa bancaria, para darse el pisto de hacer con la Merelli una excursión trasatlántica en yate, Gallay tuvo que ir a Guyana.
«Su vida allí -dice un periódico- fue de las más dulces. Considerado como prisionero de importancia, no fue sometido a ninguna de las duras faenas del presidio. Su ocupación consistía en cerrar las puertas de las celdas de los condenados.»
-¡Bribones! -exclamaría él al encerrarlos.- Esperad que os ponga a buen recaudo, por asesinos y ladronazos.
Sin embargo, el pobrecillo sufría demasiado para un barbilindo que gastaba monóculo. Compadecido el buen señor Fallières, cogió la misma pluma con que había indultado a Soleilland y conmutó en siete años de reclusión la pena de siete años de trabajos forzados que le fue impuesta, y con arreglo a ley, Gallay, cuando haya cumplido la mitad de la pena -de la pena de cerrar las puertas de las celdas-, recabará la libertad provisional.
Y volverá a caer en los brazos de la Merelli, que está más guapa que antes y con muchísima reputación de artista y tal. La sentencia condenatoria le ha venido de perilla, porque habiendo muerto en un hospital, de tristeza y asco, la mujer de Gallay, se le ha quitado a éste un estorbo para fletar, con dinero ajeno, otro yate.
De modo que aquí los verdaderamente castigados son:
La señora de Gallay, que fue ejecutada moralmente por Gallay y la Merelli, y los hijos de Gallay, que están en la miseria y en el oprobio.
La pequeña Marta que fue ejecutada materialmente por Soleilland, después de haber sido pasto de su bestialidad sádica.
Y los padres de la Marta, que, después de haberla perdido de modo tan trágico, reciben anónimos de apaches, que les dicen:
-Vosotros sois quienes merecéis ir a la guillotina, en lugar de Soleilland.
Eso.
¡Y Passamante, después de veintinueve años de presidio por haber hecho un gesto regicida, pidiendo un rayo de sol!...
{{c|🙝🙟}}
La manifestación de mujeres -en su mayoría madres- contra el presidente de la República por haber conmutado la pena capital a Soleilland es una ironía del destino del señor Fallières. Excelente persona, probo ciudadano, intachable político, sentimental y humanitario por añadidura, el señor Fallières, dechado de integridad, no podía esperar nada desagradable de la Prensa ni del público. Sin embargo, la Prensa le asaetea con denuestos, y el público, en su parte más dolorosa, en el corazón de las madres, le maldice. La presidencia de la República tenía reservado al señor Fallières el más amargo trance de su vida.
Repugnaba a sus sentimientos de hombre la aplicación de la pena de muerte. Repugnaba también a su conciencia de político que en toda su vida predicó la abolición de la pena capital. Consecuente con sus sentimientos y con su conciencia, el señor Fallières venía conmutando, con sujeción al derecho de gracia que le concede la ley, todas las penas capitales, y nadie le censuraba su piedad.
Pero entre el señor Fallières y el público se atascó un monstruo que con perversidades y refinamientos inauditos -que no narró la Prensa porque no podía narrarlos- violó, asesinó y profanó después de muerta a una niña infeliz, hija de jornaleros. Las obreras hicieron causa común con la madre de la víctima, por piedad hacia ella y también por conveniencia propia, siendo así que las violaciones y los asesinatos de niñas a quienes sus padres, ocupados en la diaria labor, olvidan en el hogar y en el arroyo, no dejan sosegar el corazón materno, y del corazón de París salió un clamor de muerte contra el solapado y sangriento verdugo de la niña Marta.
El señor Fallières creyó que no debía responder a ese clamor, como el señor Carnot creyó que no debía responder al clamor que le pidió gracia para Vaillant, y así como de la mayoría, decepcionada, surgió entonces el puñal de Caserio, de esa misma mayoría surge ahora la protesta de las madres marchando hacia el Eliseo con el corazón en la mano...
Al conmutar la pena de muerte que el jurado impuso a Soleilland, el señor Fallières ha cumplido con sus sentimientos y con su conciencia; pero ha olvidado los sentimientos y la conciencia del pueblo que le hizo Presidente. Don Alfonso XIII no es un Monarca electivo, sino hereditario, y sin embargo el Rey atendió al clamor popular que le pedía el indulto de Pardina.
El señor Fallières se ha equivocado, a mi juicio, y su error se lo señala un periódico reaccionario con esta consideración, que me parece tan razonable como justa:
«El señor Fallières es adversario de la pena de muerte. Entendido. Le Temps nos advierte con este motivo que el jefe del Estado no podía olvidar las teorías del senador y del diputado. Pero si el senador y el diputado son libres de apreciar la ley y de reclamar una modificación, el presidente de la República no tiene la misma libertad, sino que debe aplicar la ley, independientemente de su juicio personal sobre la misma. La pena de muerte está vigente en el Código Penal, y si la Constitución reserva al jefe del Estado el derecho de gracia, se entiende que no ha de usar arbitrariamente de él. Para salvar la cabeza de un reo de muerte es de rigor que el presidente inquiera qué circunstancias atenuantes pueden justificar una conmutación de pena, y es también de necesidad que el presidente se inspire en la equidad, y no en sus propios sentimientos».
A esta consideración, legal, hay que añadir la del voto público, que debe pesar mucho en el fallo de un presidente electivo. El señor Fallières tiene, pues, en contra de su decisión, el mandato de una ley que no ha sido abrogada por el Parlamento, y que era de ineludible aplicación en el caso, único por lo monstruoso, de Soleilland, y el mandato de la opinión pública, que le pedía la aplicación de la ley.
No se atrevió el sentimentalismo del señor Fallières con el espectro de un cadáver desfilando por la sosegada estancia del Eliseo, e involuntariamente tiene que presenciar el pavoroso desfile de miles de mujeres, angustiadas y llorosas, cuyo número va aumentando de calle en calle porque llevan un banderín de enganche. ¡De enganche en el corazón!...
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|título=[[Gotas de Sangre]] <br>(Crímenes y criminales)
|autor=Luis Bonafoux
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}}
<div class="prose">
== El Saco de los vicios ==
Vere Goold y su parienta tienen el triste privilegio de haber vencido, como asesinos, el tiempo y la distancia. La historia del asesinato y descuartizamiento de Emma Levin, como la historia de la propia vida aventurera de esta pareja misteriosa, resurge ante el Tribunal Superior de Mónaco con el mismo vigor con que apareció este verano en las columnas de la Prensa europea. La atención pública no ha decaído un punto, porque pocas veces se juntaron, en la comisión de un crimen, dos seres de tan extraña catadura.
El Vere Goold de Mónaco es el mismo Vere Goold de Marsella. Por él no han pasado los siglos que comporta el crimen en la conciencia del criminal. Es el mismo hombre, o el mismo inglés imperturbable, que lleva las cuentas del crimen con la tranquilidad con que llevaría las cuentas de una casa comercial; el mismo ente singularísimo que pedía a gritos que le diesen whisky; que descuartizó a su víctima para repartir económicamente los pedazos del cadáver, y evitar el exceso de equipaje que el cadáver entero hubiera producido en el baúl, y cuando el presidente del Tribunal le preguntó si era cierto que al dirigirse a Marsella, por indicación de su mujer, dijo él que allí podrían comer una buena sopa de pescado, Vere Goold, siempre impertérrito, contestó:
-Sí. Me gusta muchísimo la sopa de pescado...
La mujer, Violeta Goold, que tiene de cardo inmensamente más que de violeta, es la misma Furia del averno, en cuyo viscoso fondo desapareció la personalidad del papanatas de su marido. Con sólo echarle la vista encima ha vuelto ella a recobrar todo el imperio que tenían sus faldas viriles sobre los pantalones femeninos de él. Vere Goold, contradiciéndose a sí mismo, borrando anteriores declaraciones, reclama para él solo toda la culpabilidad y responsabilidad del crimen.
Sugestión, se dice, caso de hipnotismo. Pero las gentes avizoradas en la sugestión hipnótica, no se la explican en este caso.
«Vere Goold -dice el enviado de Le Fígaro a la vista del proceso- tiembla al verla. ¿Cómo pudo idear atenacearle? ¿De qué procede su imperio? Su belleza no puede haber hecho de él un esclavo. ¡Qué fea es! ¡Oh, Venus! ¿pertenece a tu sexo? Su cara es horrible. Tiene en la fisonomía algo de mona y de loba. Su boca es inmensa. Sus mandíbulas avanzan, como si fuesen a morder, y, a falta de cosa mejor, machacan rabiosamente las palabras.»
Es un aborto de la Naturaleza. Parece un homosexual muy viejo, hinchado, con la cara hecha a puñetazos, llena de desniveles y bochuchos en una claridad clorótica. Parece el enano monstruo que Zuloaga pintó para espanto y admiración de los museos de Europa. Parece la encarnación de una tiranía malvada al través de unos crespones negros. Porque viste luto riguroso, tal vez por su propia víctima.
Sugestión, caso de hipnotismo... Pero no se comprende, dicen los entendidos en la materia. ¿Cómo pudo lograr esta mujer, a pesar de su horror, semejante dominio sobre su hombre?
A pesar de su horror, no. Por el mismo horror, tal vez. Esa violeta de estercolero recuerda otras violetas que salen al paso del transeúnte, en los carrefours parisienses, ofreciéndoseles como pequeños monstruos.
-¡Ah, ven, ven!... Yo soy un pequeño monstruo...
Y así como el transeúnte va a la monstruosidad, el inglés anormal iría a la guillotina satisfecho si lograse sacar a salvo del naufragio de sangre de Emma Levin el saco de sus vicios...
{{c|🙝🙟}}
Un telegrama de Monte-Carlo contiene la sentencia del Tribunal que juzgó el crimen de Vere Goold y de Violeta Girodin. a él se le condena a trabajos forzados por toda la vida. a ella se le condena a muerte, debiendo cortársele la cabeza en una plaza pública de Mónaco.
Pero el caso es que no hay quien se la corte. En aquel riente rincón de sol y de «hagan juego» se conocen todos los oficios menos el oficio de verdugo. Allí no se había previsto el caso de que unos extranjeros cometiesen un asesinato y metiesen a la víctima, después de descuartizada, en un baúl y en un saco de mano. Sin embargo, como la pena de muerte existe en el principado, está dispuesto que si alguna vez la justicia de Mónaco necesita un verdugo, se lo alquilará Francia.
Pero como la República de Fallières no aplica la pena capital, considerándola como asesinato colectivo, no parece lógico que alquile el verdugo y la guillotina para que haga en el Extranjero lo que la República considera una infamia y una porquería en su propia casa. Además de esto, en Francia, cuando se aplicaba la pena de muerte, las mujeres no iban a la guillotina. Si ésta respetó a mujeres extranjeras que cometieron asesinatos en Francia, es absolutamente imposible que vaya a matar una francesa en Mónaco. De manera que aunque el Príncipe de Mónaco no conmutase la pena impuesta a Violeta Girodin, esta violeta de alcantarilla salvaría su cabeza de sapo, porque Francia no habría de alquilar su verdugo y su guillotina para matar una mujer que, por añadidura, es francesa de nacimiento.
Es triste que, como advierte un periódico, la única mujer decapitada en el asunto de Mónaco sea la infeliz Emma Lewin. Pero para todo hay que tener suerte en este mundo, y Violeta Girodin es un ejemplar de fortuna ciega, Sus mocedades fueron de rompe y rasga. Fea y repulsiva, tuvo muchos amantes; más tarde encontró marido, y, habiéndose divorciado de él, en seguida tropezó con otro; ganó pronto en empresas industriales cantidades que difícilmente se ganan en años de trabajo inteligente y tenaz, y, a pesar de su pecaminoso pasado, gozaba fama, así en Londres como en Mónaco, de dama honesta y digna. Es el tipo de la mujer fatal a quien aprovecha, no sólo cuanto hace ella misma, sino también cuanto se hace en contra de ella. Es un caso de fortuna ciega e irritante. Aunque sólo fuese por esto, merecería la muerte.
En la última audiencia de este proceso emocionante, se distinguió una señora que, indignada contra las pérfidas y canallescas declaraciones de Violeta Girodin, las coreaba burlona y despreciativamente, y al salir de la audiencia, dicha dama resbaló en una escalera, y cayendo de una altura de quince escalones se encuentra moribunda.
Si el verdugo Deibler fuera a Mónaco, acaso se enamoraría de Violeta, prefiriendo raptarla a guillotinarla, y la guillotina, en vez de desgajar un tajo, desgajaría una corona de rosas como homenaje a la asesina y descuartizadora de Emma Lewin...
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Gotas de Sangre: 53
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|autor=Luis Bonafoux
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<div class="prose">
== Diálogo mundano ==
-Estoy aterrada, amiga mía.
¿Has leído el telegrama de Epinal que publica el «Journal»?
¡Es atroz! Ya no está una segura en ninguna parte ¡Esa señorita, Luisa Claudel, de cuarenta y un años, terriblemente violada en pleno paseo, por un facineroso que surgió de una floresta!
-Terrible. Y dicen que desde anteayer el paseo está muy concurrido por señoritas que pasaron de los cuarenta.
-Madama Galtié... Pero ¿por qué se le ataca? Su perversidad felina en el crimen es encantadora. ¿No has leído la declaración de uno de los muchachos de los pensamientos de ella?
Le había llamado para que la ayudase a poner los sobres de las esquelas de defunción de su hermano, a quien envenenara ella misma. La escena pasó en una habitación próxima a la en que estaba el muerto, cuya lívida fisonomía, entre cirios, se alcanzaba a ver por la puerta entreabierta.
«Yo trabajaba al lado de madama Galtié -ha dicho el joven,- cuando ella se acercó a mí, besándome largamente. Sus besos me helaron de espanto».
-¡Habráse visto tontillo! Un novato en el conocimiento de salsas amorosas. Y él es de París y ella de un poblachón.
-Es que en París, como en Madrid, casi todo lo sensacional y «chic» es de provincias.
-El otoño se presenta mal para nuestro sexo, «ma chère». Madama Fougère asfixiada en Aix-les-Bains. Otra «fille», la Baduel, asesinada a navajazos.
-Cosas de rascacueros, según se dice. Nuestros compatriotas no gastan esos modos.
-Sin embargo, ese diputado de fuste que ayer dio un escandalazo en la estación de San Lázaro, apaleando a su ex-querida, no es extranjero.
-Cierto. Pero fijate en que ella hizo al diputado la más terrible de las ofensas.
-No caigo.
-¿Pues no sabes que le pidió dinero? ¡Si fuera él un extranjero! ¡Pero pedirle eso a un parisién!
-Sí que es abuso. Y él se vengó empezando por no quitarse el sombrero mientras la hablaba. Ella misma, que ya está «intervievada» y resulta interesantísima, lo ha dicho: «Yo le hice notar la incorrección en que incurría con tener puesto el sombrero mientras hablábamos en la calle».
-Es que llovía a chuzos, y él es calvo y catarroso.
-No le hace. Cuando un parisién habla con una mujer, aunque haya vivido con ella catorce años, tiene que estar todo el tiempo con el sombrero en la mano, aunque la conversación tenga lugar en Saint-Pierre y el Pelé vomite lava.
-En fin, esto va a ser un nuevo asunto político. Se anuncia una interpelación.
-Como que, lo mismo por parte de él que por parte de ella, es asunto de «coffre-fort...»
{{c|🙝🙟}}
Como no soy ministerial en Francia ni en otra parte, es claro que no tengo interés en defender el «caso» del diputado de la mayoría M. Merlou, cuyas relaciones, harto vulgares, en la sociedad parisiense y en todas las sociedades del mundo, con madama Addey, no merecían, por ningún concepto, salir del dominio privado de dichas personas. Un caballero que se permite el lujo de tener amante, y una amante que, despechada porque el caballero la dejó, con o sin motivo, le da el consabido escandalito, no puede ser una novedad, aunque el caballero sea diputado ministerial, o «blocard», como se dice ahora.
Pero obsérvese de paso con qué facilidad se transforman ciertas gentes en cuchillo de un Merlou, aunque hayan hecho o estén dispuestas a hacer lo mismo que él. Es decir, lo mismo, no; porque M. Merlou, después de sufragar durante varios años todos los gastos de madama Addey mientras fue querida de él, le pasaba, a título de retiro, 500 francos al mes.
«Poussé par son bon coeur» dicen los periódicos, y en verdad que ni cinco perras chicas merecía una madama que se coló furtivamente en el domicilio del ex amante para enterar a su familia de las relaciones que tenía con él.
-Yo soy la querida de su padre de usted, dijo a la hija de éste, chica de quince años.
Madama Addey, que, como hembra, debe pertenecer al surtido ordinario de las que se vengan de quien les hace el bien posible, es también de esas mujeres que involuntariamente hacen daño a las de su clase, porque los Merlou tienen que decirse lógicamente:
-Si por ser bueno me dan un disgusto, por ser malo me darán una satisfacción. Por lo menos, ahorraré 500 francos al mes.
Y dirán a sus antiguas amantes:
-Si quieres comer, hija mía, come alpiste.
{{c|🙝🙟}}
Como todo tiene reverso, la Julia Guillermo lo es de madama Addey. En este caso era ella quien pasaba una «pensión»... «Le» mantenía, y, además, «le» arrullaba la comida, cantándole «couplets», recogidos de todas partes mientras iba vendiendo amores por él, y, una noche, después de cantarle mucho, para arrullarle el sueño, él la mató, poniéndola como «Inri», una rosa de trapo entre los labios, mudos para siempre.
La mató porque sí; porque era demasiado buena para él; porque necesitaba vengarse del bien que le hacía; porque las almas débiles inspiran ganas de matarlas...
{{c|🙝🙟}}
¿Quién no recuerda el amoroso rapto de la señorita Le Play por el doctor Marcille? La señorita, toda vaporosa y de blanco vestida, cayendo en los brazos del doctor, quien, en compañía de dos amigos, la raptó vertiginosamente en automóvil. Luego, los amigos llevando el automóvil, mientras la señorita y el doctor se amaban en las más humildes posadas del tránsito. Y madama Bob-Walter, confidenta de estos amoríos, teniendo sensacionales interviús, algunas de las que, según se murmuró entonces, le valieron bonitos billetes de mil francos.
Fué un idilio. El público lo disculpó todo, el automóvil inclusive, por la pasión de los jóvenes enamorados. Además, el doctor Marcille iba con buen fin; puesto que su automóvil paró en la Vicaría.
Y he aquí que desde hace días corre insistentemente por París el rumor de que la señorita y el doctor van a divorciarse. ¡Adiós idilio! ¡Adiós recuerdos de amoríos, consumados en humildes ventorros del camino! ¡Adiós automóvil de una pasión demasiado violenta y precoz!
Y es de notar la ansiedad con que el público aguarda detalles de la desavenencia. conyugal, de los dimes y diretes entre enamorados que juráronse fidelidad eterna, de la ruptura final con todos sus cancanes y con todas sus acritudes, de un escándalo, en fin, muy parisién...
Los amigos que antaño llevaron el automóvil han desaparecido; madama Bob-Walter, que antes cobró por contar amoríos ahora cobra también por contar disgustos; el automóvil, polvoriento y derruido, está arrinconado en una cochera, y del hermoso y poético idilio no queda ya ni el olor en los humildes ventorros del camino.
¡Haberse querido tanto; haber echado nombre, reputación, pudores de sexo a la hoguera de un idilio: haberse comido los labios en las silenciosas horas de un amor insaciable, para salir luego con dos puñales envenenados a clavárselos en el corazón ante una vocinglera multitud de circo!
Muy triste. Aún más idiota que triste.
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Gotas de Sangre: 57
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|título=[[Gotas de Sangre]] <br>(Crímenes y criminales)
|autor=Luis Bonafoux
|sección=
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<div class="prose">
== Refuerzo por retaguardia ==
El infecto proceso de Berlín ha producido en la Prensa y en el público de casi todas las capitales europeas profundísimo efecto, exteriorizado en comentarios amargos y tristes, que reflejan sorpresa y decepción. Por tratarse de alemanes, del ejército alemán, de hombres guerreros que dejaron un rastro de sangre y lágrimas en la tierra francesa, parecía natural y lógico que París, siempre dispuesto a reír de cuitas, no sólo ajenas, sino también propias, aprovechase una ocasión tan propicia a la chacota y el escarnio. Pero no es así, al menos hasta hoy.
¿Tan inusitada circunspección responde a respeto a un enemigo formidable o a cortesía tributada a un adversario en desgracia? Ni a lo uno ni a lo otro, a mi juicio. La agonía y muerte de Bismarck fueron comentadas con una rechifla en los bulevares.
Lo que hay, como explicación del caso actual, es que París es una ciudad muy vieja en escándalos de todos calibres, una anciana que ha visto muchas cosas, que sabe de todo y que no se asusta de nada...
Si el proceso de Berlín entrañase una traición de oficiales alemanes contra el Ejército, por ejemplo, una venta de secretos de guerra, París, comentando la traición, sacaría consecuencias y provecho; pero de lo que se trata es de un proceso de malas costumbres, y necesariamente tiene que dejarlo indiferente. De las malas costumbres de la camarilla del Kaiser, el acusador Harden deriva muy graves consecuencias para la política imperial; pero la mentalidad de París no es, en este punto, la del periodista alemán, porque París entiende que nada tiene que ver aquello con las témporas del año.
Basta leer las descripciones que frecuentemente hace Drumont de la actual sociedad para convencerse del desbarajuste que existe en punto a moral. Basta recordar los estudios que Fouquier hizo del matrimonio moderno para convencerse de que las sucias escenas que hubo entre el conde de Moltke y su esposa divorciada, la señora von Elbe, ni son nuevas ni tienen importancia en el bulevar. Basta recordar que París le abrió los brazos a Óscar Wilde, cuando Londres lo echó de su seno; que los procesos de costumbres se sustancian aquí entre risas y bromas, precursoras de fallos absolutorios en su mayoría, y siempre indulgentes; que los crímenes contra la infancia tienen castigos irrisorios y ridículos; que los Soleilland son admirados y solicitados hasta en las Audiencias, y las Juana Weber tienen protección y amparo...; basta recordar esto, no más, para convencerse de que en el medio ambiente de los baroncitos de Aldelwards y de las Merelli, la mentalidad del Kaiser, en el proceso de Berlín, no resulta...
Hay una tendencia general, que tiene puntos y ribetes de artística y literaria, a considerar la moral como manifestación vulgarísima y cursi que afea y denigra a quien la cumple. Matar padres, violentar ancianas, estuprar y estrangular niñas, abandonar la mujer después de estafarla y mancillarla, expulsar la prole después de martirizarla y encanallarla, ser sádico con niños, traidor a la amistad, fullero en los negocios, simoníaco, prevaricador, y manos puercas en todo y por todo, y andar como traviata desabrochada, con la perfidia en el corazón, el ajenjo en el cerebro, la impudicia en los labios y en las manos la llave ganzúa del chulapo cómplice, son manifestaciones de esprit fort -¡byronianas!-, y quien pueda alardear de alguna de ellas recabará bien pronto el lauro de la Fama por genial.
El proceso de Berlín resulta, pues, en este orden invertido, un aliciente y un acicate. Los geniales de París, los exquisitos, los superhombres, están muy satisfechos de sumar a sus fuerzas en bandidaje y crápula los nombres de un Moltke y de un príncipe de Eldinburg, como tributarios del talento, de la fantasía, de la despreocupación y del copurchic.
Y el escándalo de Berlín es otra invasión alemana de un nuevo género, neutro, porque no viene, a tambor batiente y con bayoneta en ristre, a dar disgustos, sino a recibir.
Es, pues, un refuerzo por retaguardia.
{{c|🙝🙟}}
La absolución de Harden ha vuelto locos a los reaccionarios de la Prensa parisiense. Napoleonistas y orleanistas llegan, en su delirio, hasta querer rasgar el manto imperial del Kaiser. Éste, a juicio de ellos «ha dejado abrir una brecha en el edificio del Imperio y por ella se colarán los revolucionarios.» Lo prudente hubiera sido dejar impunes las brechas que la «camarilla» del Kaiser abría en el cuerpo de granaderos con blancos calzoncitos y botas altas de amazona...
Otra cosa atroz para dichos reaccionarios es que los jurados que formaron tribunal para juzgar los más altos nombres de la aristocracia y del ejército son un carnicero y un lechero. ¿Adónde -preguntan los napoleonistas y orleanistas,- adónde se va a parar en Alemania? ¡Todo un Moltke juzgado y condenado por un lechero!
Sólo por Moltke protestan, porque éste ha pagado por todos. «Las acusaciones de Harden contra el general conde de Moltke -dice la sentencia- han sido suficientemente probadas por los testigos». ¡Ah! ¿por qué se querelló Moltke? ¿quién le sugirió la idea loca de querellarse?
Pues, sencillamente, el Kaiser. Él, Moltke, no se hubiera querellado en su vida, porque harto sabía que donde las dan las toman. Pero el Kaiser, que no es rana y, por no serlo, dista mucho de creer que un proceso contra unos cuantos puede desprestigiar la masa del ejército, exigió una limpieza a fondo, y como a él mismo se la exigiese el Kronprintz, asqueado de oír porquerías en el Casino militar, y el Kaiser recordase lo que él hizo, siendo Kronprintz, con su señor padre, no había escapatoria posible.
Harden, discípulo de Bismarck, sombra suya, es un gran alemán, un gran patriota, y el conde de Moltke es un símbolo de degeneración... ¿Qué mal hay en ello para la patria alemana? ¿En qué puede perjudicarla? La perjudicaría la impunidad si la camarilla orgiástica hubiese continuado informando el criterio del Kaiser sobre la política de Europa.
Pasarán para Alemania, virilizándola, estos momentos difíciles, y sólo quedarán como recuerdo algunas frases jocosas.
Un periódico berlinés refiere que de la guardia de Postdam se dice:
-La guardia se rinde, pero no muere.
Y el Taglebatt dice que un oficial del cuarto regimiento de granaderos de Koenisberg ha sido condenado a siete meses de prisión «por tratos contrarios a los reglamentos en la persona de sus subordinados»; lo cual es un delicado modo de señalar.
Bueno, ¿y qué? Nada de eso vale nada contra el ejército alemán.
El único perdidoso en este caso es el general conde de Moltke, porque hasta ayer las gentes se descubrían respetuosamente al oír decir:
-Ahí va un Moltke...
Y ahora se envuelven en la capa y echan a correr cuando les dicen:
-¡Que viene Moltke!...
</div>
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2022-08-12T00:30:02Z
Kwamikagami
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{{encabe
|título=[[Huellas literarias]]<br>Dedicatoria
|autor=Luis Bonafoux
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}}
''A Don Nicolás Estévanez''
Mi amigo:
¿Quiere usted hacerme el favor de aceptar la dedicatoria de este libro?
No lo dedico al publicista, ni al político, ni al soldado; dedícolo al hombre sincero y justo. Porque no me admiran los publicistas notables, ni los políticos consecuentes, ni los veteranos de la patria. Lo que me admira es encontrar un hombre cabalmente honrado, y usted lo es. Y como cada uno expresa la admiración según puede, yo se la expreso a usted dedicándole, a falta de cosa mejor, este libro, cuyo mayor defecto consiste en decir la verdad.
Yo no la puedo evitar, aunque me cuesta muchas amarguras, innumerables trabajos, todo un porvenir tronchado, toda una vida pública cortada en su principio... Rebuscando en las páginas de mis libros la causa de los motines que me dispensaron alguna vez pueblos benéficos, de las persecuciones que no me han dejado vivir en paz, de todo el horror de injurias y calumnias que ha vomitado la prensa contra mí, deduzco que la verdad de mis libros tiene la culpa de todo.
Pienso seguir diciéndola en los sucesivos, porque el decirla es más fuerte que yo, aunque deseo librarme de palos y pedradas. Un estacazo no es un argumento pero noto con espanto que son muchas las gentes que quieren argumentarme en esa forma. Una estadística curiosa que he elaborado arroja los siguientes datos:
Injurias que me han dirigido. 2.564.325 <br>
Calumnias. 3.237.411<br>
Palos recibidos a través del Atlántico. 613.508<br>
Bofetadas a igual distancia. 131.625<br>
_________<br>
Total de horrores 6.546.869
No sé cómo me queda vida para contarlo. Porque de regreso a sus lares, cuando vienen por casualidad esos marqueses de Morés inéditos, me mutilan.
-Yo, afirma uno, encontré a Bonafoux en una valle de Londres, y, sin decirle oste ni moste, me fui a él y ¡zas! le abrí de un palo la cabeza.
-Pues yo, asegura otro, le vi por casualidad en el boulevard de los Italianos y de una trompada le eché fuera las muelas.
-Conmigo, observa un tercero en discordia, ocurrió algo mejor. Estaba yo almorzando en Fornos cuando oí decir: «ahí va Bonafoux»; con el bocado en la boca salí detrás de él, lo alcancé en la Puerta del Sol, le salté un ojo de un palo y como él no tenía la menor gana de volver por otro, salió de estampía en un ríper.
Yo celebro este simbolismo en el palo porque gracias a él no estoy en presidio... Pero, aunque sea simbólicamente, estoy todo apabullado.
A un señor que me ofrece venir a pegarme, le suplico hoy, en carta finísima, que me diga con anticipación cuándo viene, para... marcharme el día antes a otra población de Europa. Porque no quiero morir de coz de borrico, ni de estocada de pícaro. Que maten -como ha dicho Fray Gerundio -a quien puedan, o a quien se deje.
-Tiene usted razón, observará alguno de los lectores; pero a morir despampanado se expone usted por decir la verdad. Aparte de que la verdad implica mortificación para aquél a quien se dice, y a usted no le gustará mortificar al próximo.
-Sí, señor, me gusta muchísimo. Es para mí un género de sport. Soy, pues, el sportsman de la mortificación.
{{c|🙝🙟}}
No suelo ver, por falta de tiempo, y por sobra de aburrimiento, la prensa española y americana. Obligado a leer diariamente una veintena de periódicos parisienses, donde todo el campo no es orégano literario, claro que estoy harto de leer periódicos, y que no puedo ni quiero dedicarme a otros, máxime si son inferiores a los de París. Pero amigos míos que no están en igual caso pueden leer y leen las cosas de España e islas adyacentes y me hacen el flaco servicio de contármelas, singularmente si me atacan.
En este pueblo, donde hay tanto bueno de que hablar, me detiene a lo mejor un citoyen de los que están «retirados a París», como se dice en el idioma de la factoría, aunque debería decirse, con más propiedad, que están retirados de todas partes, y me dice con la mayor reserva:
-Tengo que dar a usted una noticia.
-¿La caída de Clemenceau? ¿Algo de la Triplíce?
-No, de eso no estoy enterado. Lo que tenía que decir a usted es que D. Ciriaco, que habrá usted oído nombrar, «porque está en muy buena posición», publicó contra usted un comunicado.
-¡Hombre! Y... ¿por qué?...
-Porque dijo usted «no se qué cosa» de la academia francesa.
-Pero ese señor, que comunica, ¿pertenece a la Academia Francesa?
-Él vive en Arecibo, «en muy buena posición».
-Pues dele usted expresiones, que yo estoy de prisa.
A los pocos días, otro citoyen.
-¡Bonafoux! ¡Bonafoux!... Oiga usted... tengo que darle una noticia...
-¿Del viaje de Zola a Londres para presidir el congreso de periodistas? ¿Algo relativo acaso al monumento en honor de Tourguéneff?
-¡No juegue, compae! ¡Bien dicen allá que se hace usted el extranjero! Lo que tengo yo que decir a usted es que D. Ruperto ha publicado un comunicado terrible contra usted.
-¡Qué me cuenta usted! ¿Y quién es don Ruperto? ¿Y qué le he hecho yo a D. Ruperto?
-Que dijo usted que D. Ciriaco está a la muerte.
-Pues yo no inventé esa muerte. A mí me dieron la noticia, como acaban de darme la de la gravedad de Carnot, y la transmití cumpliendo con mi deber de corresponsal de periódico. Maldito el interés que tengo en que muera D. Ciriaco. Por mí, que viva mil años... (Así penará más). «Por lo demás», todos los hombres, por muy Ciriacos que sean, se enferman y mueren...
-Pero es que D. Ruperto le pone a usted como un trapo. Dice que está usted aquí «de bohemio».
-Y él está allí de burro; y en paz.
{{c|🙝🙟}}
¡Ay, D. Nicolás amigo! Ya sabe usted que el peor de los males es tratar con... Ciriacos y Rupertos, y la mayor parte de mis libros han tratado de eso. ¡Qué equivocación la mía!... ¡Que tontería!...
En fin, para no cansar más, ahí va este tomo, en el que figuran poquísimos Rupertos y Ciriacos. ¿A que no sabe usted, D. Nicolás, cuándo imaginé la dicha de dedicarlo a usted?
La noche del motín estudiantil del Barrio latino. Encontré a usted en el boulevard, me encontró usted a mí, y sin darnos cuenta empezamos a recorrer calles y plazas. ¿Nos amotinábamos nosotros sin saberlo? ¿Respondía aquella carrera loca al motín que tiene cada cual en su armario?... No lo sé. Lo que si sé es que aquella noche me olía usted fuertemente a pólvora.
Le saludo. Le abrazo además.
LUIS BONAFOUX.
París, septiembre 1893.
----
NOTA. -Rebaje usted de este libro, en cuanto a dedicatoria, el opúsculo Yo y el plagiario Clarín, que pertenece, todo entero a Clarín. Reproduzco aquí el folleto, no sólo porque se agotó completamente la edición, hace años, sino también porque vienen a avisarme de la imprenta, cuando estoy con el pie en el estribo del tren, que faltan algunas páginas que llenar; y como no es cosa de ponerme a escribirlas, puesto, que me voy mañana, ni de pedir a Madrid un cajón de artículos, que guardo como en conserva, prefiero reproducir el folleto (con lo cual doy otro disgusto a Clarín) y colocar ocho artículos de viejo, es decir, publicados en otros libros míos.
¡Qué hacer, D. Nicolás! No se puede repicar campanas y andar en procesiones, y lo peor es que exige el milagro esta vida dura...
B.
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Huellas: 02
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Kwamikagami
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{{encabe
|título=[[Huellas literarias]]<br> Hojas secas
|autor=Luis Bonafoux
|sección=
}}
Van apagándose los ecos de las playas, de las montañas, de las estaciones balnearias, de las casas rústicas en donde durmieron la siesta veraniega, entre ruido de hojas y rumor de pájaros, tantas parisienses hermosas y elegantes.
El otoño empieza ingratamente para los artistas y literatos. En pos de Renan y Wilder, Crémieux y Tennyson.
Varios amigos de Héctor Crémieux dicen que el escritor estaba enfermo de tristeza desde que murió su esposa; y otros amigos afirman que la separación de su hija, que lo dejó para casarse, fue la determinante del suicidio.
Lo cierto es que «el espiritual colaborador de Offembach», autor de Geneviève de Brabant, Jolle Parfumeuse, etc., se sentó en un sillón y disparose, él sabría por qué, tres tiros de revólver. No dijo nada, ni escribió nada con motivo de su suicidio. Ha muerto sin dar explicaciones, a pesar de lo cual no faltará quien las dé por él, después de tener una interview con el cadáver.» ¿Se mataría -pregunta un periódico- por haber perdido fuertes sumas de dinero en la catástrofe de Dépols el Comptes conrants?» Lo ignoro, aunque Bartrina ha dicho que el que pierde a su padre llora afligido, y el que pierde dinero se pega un tiro.
«¿Se mataría -pregunta otro periódico -porque le molestaran las pequeñas miserias de la vida? ¿Pudo tal vez la melancolía tornarse en desesperación? ¿Obedeció a un rapto de locura? ¿A un dolor físico?»
¡No lo sé! ¡El muerto no me ha dicho nada todavía!
Antes de suicidarse el Sr. Crémieux pidió y bebió un vaso de agua azucarada. Eso fue todo lo que hizo: ¡apurar un poco de azúcar para endulzar la muerte! Se sentó luego, para estar cómodo (supongo yo), montó su revólver, y ¡pin! ¡pan! ¡pun! se dio tres tiros a falta de uno, seguros y a la cabeza, sin avisar a nadie y sin dejar papeles escritos, demostrando al morir, como verdadero artista, un desprecio inmenso por la notoriedad.
{{c|🙝🙟}}
«Mirad: en medio del bosque, sobre la rama, la plegada hoja brota del botón a los halagos de acariciadora brisa, tórnase, sin requerir cuidados, larga y verde, bañada por el sol del medio día, nutrida por el rocío al amoroso alumbrar de la luna; más tarde, amarillenta y abatida, baja flotando a través del aire... Mirad: endulzada por la lumbre del verano la jugosa manzana, harto madura, desgájase en la noche silenciosa del Otoño; y la flor que abrió sus pétalos se marchita y muere sin trabajo alguno, sólidamente arraigada al suelo fértil. ¡Cuán dulce mientras nos orea una brisa tibia, apoyados en lecho de amaranto, con los párpados medio cerrados, bajo la sagrada bóveda de un cielo mate; ¡cuán dulce el seguir a lo largo el brillante río que se arrastra perezosamente cuando baja de las colinas teñidas de púrpura; oír repercutir el eco, de caverna en caverna, a través de las espesas viñas en entrelazadas, y rodar las aguas por entre trenzadas guirnaldas del divino acanto; ¡oír y ver solamente un vago centelleo en la lejanía, no escuchar más que suaves rumores, dormitar en paz bajo los pinos!...»
¡Duerma en paz el dulce poeta bajo los húmedos pinares de su tierra nebulosa, y pueda en buen hora, libre ya del carácter oficial que le arrancó las odas a la muerte de Wellington y al matrimonio del príncipe de Gales, oír a gusto el ruido de las hojas secas al caer sobre el campo donde reposarán los despojos de su cuerpo!
Taine juzga con una frase el corazón del poeta:
-«Podíase, en seguida de leer sus versos, oír la reposada voz del patriarca de la familia, que reza la oración de la tarde ante los suyos arrodillados.»
Como John Veast, y al revés de los más de nuestros vates, Tennyson era un poeta que olía muy bien, a flor del campo.
¡Víctor Wilder, Crémieux, Renán... y Tennyson, el gran poeta!... Otoño ingrato. Ha tejido guirnaldas fúnebres sobre las casas de los escritores que se ausentaron en busca de reposo y que fueron sorprendidos por un airazo de invierno anticipado que les arrancó su corona de hojas secas... Los hombres tristes, como los pueblos tristes, pasan pronto y sin provecho propio.
París varía. Su cielo va tomando el color gris, sucio, de panza de asno; lluvias monótonas y torrenciales caen incesantemente sobre la amarillenta hojarasca que amontonó el aire; y los árboles, temblando de húmedos, se ponen en cueros con poquísima vergüenza. En la avenida de los Campos Elíseos forma el contraste un castaño, que ha florecido nuevamente en un cementerio de árboles.
Pero París no se inmuta ante la muerte de la Naturaleza. La ciudad toda es un estallido de aplausos y carcajadas; una orgiástica alegría de vivir.
En esta estación, más que en ninguna otra, cuando caen las hojas secas y los artistas marchitos, París es un encanto.
Y, sin poderlo remediar, pienso en la aldea. Sus casas son pequeñas y se desparraman al azar; sus bosques son extensos y sombríos; y del uno al otro confín de la comarca, por el monte y la llanura, corre rastreando la hermosa ráfaga del aislamiento y el olvido... ¡Sin poderlo remediar, pienso en la aldea!
Ella sufre las impertinencias del veraneo, y, al igual de la hormiga de la fábula, guarda las economías que hizo trabajando y sufriendo en el buen tiempo.
Ahora, cuando el aire del Norte hiela la hoja del árbol y extiende sobre la tierra el ancho sudario del invierno; cuando los pobres, acurrucados en marmóreo banco de plazuela, contemplan con envidia la caída de la hoja y la caída de la nieve, con buenas ganas de desaparecer envueltos en ellas, la aldea se divierte y canta.
Sus vecinos hacen de día, entre sorbo y trago de lo tinto, la labor del campo, y al ensombrecerse la tarde por el trabajo, animados por el frío, tranquilos de espíritu, sin pasiones ni concupiscencias se restituyen al hogar, y al amor de la lumbre, cenan con apetito «cualquier cosa», que les sabe a gloria, durmiéndose en seguida y sin asomos de que se les enturbie el sueño, porque no tienen noticia de los trenes, ni de las diligencias, ni del telégrafo, ni del correo; porque pensó en ellos [[Ramón de Campoamor|Campoamor]] cuando dijo:
::¡Cuán feliz es el que oye eternamente
::El mismo ruido de la misma fuente!...
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|título=[[Huellas literarias]]<br>
Very volado
|autor=Luis Bonafoux
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Monsieur Very, dueño del restaurant de su nombre, acaba de ser volado en París.
La explosión de la bomba repercute en el viejo continente, ruinoso por el tiempo, podrido por el egoísmo, amenazando derrumbarse por sí sólo en forma de cascotes espontáneos...
Cinco heridos graves; algunas señoras contusas; Very, moribundo, con las piernas rotas; su mujer, como la Carlota de Maximiliano, convulsa y loca; gritos de hombres, ayes de niños; el restaurant convertido en escombro sobre el que aletea tristemente el ave negra de la Anarquía...; y Lhérot, el descubridor de Ravachol, proscripto de la vida, caminante al azar con paso tardo de res herida, llevando en su juvenil cabeza la cruel nevada de las injusticias sociales, huirá a través de París perseguido por la sombra de Ravachol. ¡Ah! Si Lachaud pudo llamar a Troppmann «genio del crimen», y pedir que el vulgo se inclinara ante la obra siniestra de aquel asesino, puede asimismo graduarse de genios de la destrucción a esos hombres ignorados y obscuros, verdaderos mineros de la revolución, para los cuales diríase que fue hecha la volteriana frase con que fustigó un pensador la trágica iniciativa de Marat,: -¡Grande es el reino de Nada; reinemos en ella!...
{{c|🙝🙟}}
París tiembla de miedo; tiembla por su vida, por sus hermosas habitaciones, por la belleza de sus monumentos, por el sibaritismo de sus placeres de insaciable Mesalina. No tiembla ciertamente por Very moribundo.
Y, sin embargo, París ha volado a Very. No han sido, no, los anarquistas, ni los compinches de Ravachol. Es una víctima de la indiferencia y el egoísmo...
El buen Very, conduciéndose como un yankee, como un ciudadano del porvenir, linchó moralmente a Ravachol. Gracias a Very librose París de la diabólica acción de aquel energúmeno de la anarquía, engendro híbrido con corazón de fiera y labios pintarrajeados de mujer liviana. En los Estados Unidos se habría premiado inmediatamente la salvadora iniciativa de aquel vecino digno; en todo caso no se le habría expuesto a la venganza de los perseguidos.
Pero Paris es la capital del egoísmo europeo. Very fue visitado por curiosidad como si fuera el mono con plumas en el rabo, que llama actualmente la atención en el Museo Británico. Después... nada; un Very más, un tonto, un intruso, un entrometido que se había tomado el trabajo de salvar a una sociedad que se ríe de todo...
{{c|🙝🙟}}
Hay algo más horrible; Very, abandonado y medroso, va de puerta en puerta, como el Valjean de Víctor Hugo, pidiendo hospitalidad.
Quiere vender el restaurant y no puede; quiere traspasarlo, y tampoco puede; quiere, en fin, alejarse de allí, expatriarse de París, abandonar cuanto ama y admira, pero el gobierno no puede atenderlo con la premura que requiere el caso; hay que formar expediente, como en España, y tramitar el miedo justificado de aquel hombre. Los caseros, al verle, cierran las puertas de sus casas. Se evita su compañía por peligrosa; se le deja en el arroyo y a merced de las bombas anarquistas. Es un réprobo que inspira más desconfianza que Ravachol... Porque Ravachol tiene el valor del siniestro, y Very es un Orozco de la burguesía. -¡Ecce Homo!...
Y el pobre Nazareno, cargado con la cruz del odio anarquista, haciendo el paso del Calvario en la moderna Roma, -que espera entre risas y bromas la llegada de los bárbaros del Norte- sin hogar, sin restaurant, sin gobierno que lo proteja, -viendo que se le niega el agua y el fuego, cae al fin, perseguido por la sombra de Ravachol, destrozado por la metralla, para purgar el crimen de haber dado una prueba de valor moral en una sociedad cobardemente egoísta.
Con arreglo al sentido jurídico hay derecho para perseguir al autor del atentado contra Very. Con arreglo a la conciencia racional no hay un solo parisiense que tenga derecho a castigar al criminal. Very, puede decir: -Todos en mí pusisteis vuestras manos.
{{huellas}}
[[Categoría:Huellas literarias]]
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Huellas: 23
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Kwamikagami
51370
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text/x-wiki
{{encabe
|título=[[Huellas literarias]]<br> Doña Berta, Cuervo, Superchería
|autor=Luis Bonafoux
|sección=
}}
Tiene usted la culpa, amigo Sánchez Pérez. Porque dijo usted en este mismo periódico que el señor [[Leopoldo Alas|Alas]] es el novelista de más enjundia; -¿de gallina?- y como lo dijo usted a propósito de Doña Berta, Cuervo y Superchería, leí el libro con el buen deseo de rectificar el error de creer que no es novelista el Sr. Alas. Y ¡ay de mí! que en el error sigo.
No voy a dedicarme a la caza de gazapos retóricos, porque creo, con un ilustrado y distinguido publicista, que Planche, Brunetiere y Lemaitre son necios cuando ejercen de dómines. Para gazapos hablaría de otros folletos del Sr. Alas, singularmente Museum, que lo es de disparates y fruslerías... subjetivas. Abundan también en Doña Berta, Cuervo y Superchería, pero no seré yo quien los mueva.
{{c|🙝🙟}}
El primer defecto del citado libro está en que el autor da gatos por novelas. Doña Berta, Cuervo y Superchería, no son novelas cortas ni largas; son tres cuentos que pudieron servir, a imitación de lo que hacen para formar dos volúmenes algunos autores extranjeros... traducidos, de apéndice o de propina a una novela verdad.
De estos cuentos, el menos malo, a mi juicio, es Cuervo, aunque se le haya preferido por hablar de Doña Berta; y el peor me parece Superchería, entre otras razones, porque es muy cursi y vulgar, y está muy visto y contado...
Doña Berta es tonta de puro inverosímil. Ya he dicho que el Sr. Alas pretende, a pesar de sus humos de naturalista, que las cosas sean como se le antoja a él, no como son en realidad; por eso Doña Berta, sorda como una tapia, tan sorda que no oye el tranvía cuando la atropelló en la calle de Fuencarral, percibe claramente el ruido que produce en una maleza el paso de un hombre; y por eso mismo, la buena señora, que perdió el honor sin saber por qué, inconscientemente, a lo María-Pichón en Pot-Bouille..., y a quien no ocurrió en muchos años la idea de salir por el mundo en busca del hijo que le robaron, resuelve de buenas a primeras vender todos sus bienes para venir a Madrid en persecución del retrato de su hijo, que no está en casa de Otero, ni en la fotografía de Debas, sino en manos de un millonario de la Habana, que le compró en miles de duros... (¡un indiano!... ¡y de la Habana!... ¡qué estudio del medio ambiente!); y sale la señora con un gato, para que la guíe y acompañe en la corte, dejando el Aren, aquel Aren que es un recorte del Paraíso en La caída del Padre Muret, o que al menos lo recuerda, como huele a El vientre de París la cocina de la casa mortuoria, en la aldea, visitada por Cuervo al olor del difunto y de los guisos, y como recuerda también la maledicencia de Nicolás Serrano cuando escribe de literatura y filosofía, la maledicencia del escéptico en Candide, cuando Cándido inspecciona la biblioteca...
Y diga usted, Sr. Alas: ¿Qué señoras americanas son esas que, según nos cuenta usted, hablan así: dise uté, etá bien, etá bien, pué sí, señó, ya etá? ¿No habrá tomado usted por señoras americanas a algunas negras que estén invernando en Oviedo?
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Sabe D. Leopoldo Alas que no me remuerde la conciencia de haberle dispensado un elogio, un solo elogio, ni antes ni después. Podrán haberle ensalzado grandemente, y lo han hecho, (con sentimiento mío), escritores como [[Emilio Bobadilla]], víctima de un engaño transatlántico; Antonio Cortón y otros que son hoy enemigos de él. Yo, no. Yo he dicho siempre horrores del Sr. Alas, y pienso seguir. Si voy de viaje en un barco, reúno en meeting a los pasajeros para despellejar literariamente al señor Alas; si viajo en ferrocarril, me detengo en cada estación para decir y demostrar que el Sr. Alas es un escritor muy malo. «¡Ataquines! ¡Un minuto!» Ya estoy yo bajando del coche, y si no encuentro paletos en el andén, digo al jefe de estación: «¿Conoce usted a D. Leopoldo Alas? Es detestable como escritor, créame usted», y en seguida al coche, hasta la próxima estación.
-No es obsesión, es convencimiento, amor al arte y a la independencia, desprecio a la tiranía literaria de Oviedo, ejercida en Madrid sobre una república de escritores degradados, que se humillan ante el espanta pájaros o ridículo monarca de cartón que les hace el bu desde la Cueva; tiranía como la que suelen ejercer en América, a lo Rosas y Francia, una cuadrilla de dictadorcillos sin otro mérito que su audaz bandolerismo para aclamarse presidentes de la república. El Sr. Alas no es un crítico; es un salteador de dramaturgos y poetas infelices.
Sin embargo, «hoy sale, hoy» un aplauso mío muy sincero; porque el Sr. Alas está muy triste. Hay en todo el libro un dejo amargo y tristón, no de los que exhalan los escritores efectistas, que tienen la petulancia de que se crea que están tristes porque lo dicen ellos, sino a la manera del ¿qué le vamos a hacer? de D. Antonio, el cual no se siente bastante fuerte, por lo mismo de tener talentos excepcionales, para resolver el problema de la vida nacional...
La baja... artística del Sr. Alas, entristece su espíritu. Harto comprende él que es un Claudio Lantier sin genio. No concibe las gigantescas creaciones que concebía el cerebro de Claudio; la creación artística del señor Alas es poca cosa, ¡y no puede, sin embargo, con ella!
Prueba entre mil: Doña Berta, resuelta a conquistar el retrato de su capitán, apura el último sacrificio y la última vergüenza confesando su secreto, su falta, para ablandarle al indiano el corazón. La escena, descrita por un Maupassant, y sin ir tan lejos, por Palacio Valdés, hubiera sido patética, dramática, hermosísima, entre lágrimas de la viejecilla que no había tenido aún el consuelo de llamar hijo a quien lo era, ni de llorarlo públicamente, sin miedo. La misma escena, descrita por el Sr. Alas, es anodina, raquítica, fría, superficial; y el señor Alas, que conoce el flaco de su paleta, pasa sobre la escena como si pasara sobre ascuas, mientras se detiene, hasta ser molesto y pesado, en el lío de los capitanes (mi capitán, su capitán, tu capitán; ¡una declinación de capitanes!), desde que sale el pintor, como si lo vomitara la tierra, a hablar de arte a una vieja ignorante y sorda, en florido paisaje de melodrama del teatro Martín...
Comprende el Sr. Alas que deja huecos, trata de llenarlos, sin conseguirlo, porque son la fosa sin fondo de su espíritu pequeño, y apela al mal gusto de las explicaciones y comentarios. Un Julio Burel hubiera hecho de Doña Berta un prodigio de arte, porque Burel es artista de corazón.
No se desanime el Sr. Alas. ¡No esté tan triste! Doña Berta, Cuervo, Superchería, son agradables cuentos de Oviedo, a lo Juan Bobo y Bertoldo, excelentes para pasar las largas veladas del invierno en familia, cerca de la camilla olorosa a espliego.
El Sr. Alas adora en esos cuentos, según declara en la dedicatoria al Sr. Tuero. Tiene derecho. Ellos regocijarán el hogar y liarán las delicias de los escolares en vacaciones...
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Ya ve ese... Juan de Lis, periodista de Denia (es decir, de ninguna parte), que no se le regatean aplausos a Clarín, cuando los merece, como no se le regatearían a él si no fuera un solemne majadero, y además, un trápala de aldea, un diplomático baturro, un Maquiavelo de lugar...
Escribe el caballero:
«Cuando más confiados estamos, cuando nuestro gozo es mayor, ¡zas!, aparece Bonafoux en la ESPAÑA Y AMÉRICA, u otra revista por el estilo, y ya está armado el belén.»
¡Claro! ¡Como que mía es la culpa de todos los belenes que se arman allende y aquende el Atlántico! Tendré que tomar por casa una hoya, en el mar... Pero ¿qué belén es ese de que habla usted? ¿O los ve porque vive en Belén, digo, en Denia?
«Hablando serio; Bonafoux apache, a pesar de sus bromas, es una rica joya que el Nuevo Mundo ha tenido la bondad de regalarnos.»
«Él ha descubierto que el maestro Clarín ha plagiado a [[Gustave Flaubert|Flaubert]].»
«Que [[Emilia Pardo Bazán|Pardo Bazán]] ha robado un cementerio a Zola.»
«Que Taboada es poco menos que un payaso.»
Hablando en serio: ¿cuándo y dónde he dicho yo que es un payaso mi amigo Luis Taboada? Porque no hay tal cosa en ninguno de mis seis libros que tengo a la vista.
«Como si el Gobierno del curro Cánovas no fuera bastante, han principiado nuestros fogosos críticos su campaña.»
«Bonafoux la ha iniciado -aunque iniciar sea galicismo- en ESPAÑA Y AMÉRICA, revista o cosa así, que se publica para dar salida a unas cuantas obras invendibles.»
Aparte del calificativo de curro aplicado al señor Cánovas como si fuera un vecino de Denia, tiene mucha el calificativo de invendibles que propina el Sr. Lis a obras de Veuillot, Croisset, Lesage, etc., a quienes no debe conocer porque no nacieron en Denia. ¡Invendible la monumental Historia del movimiento republicano de Emilio Castelar! Es un colmo del desparpajo en provincias.
Que usted me llame crítico apache no me importa, aunque le advierto que tengo tanto de apache como usted de periodista (¿en Denia? ¡qué risa!), y que soy mas caucásico que usted, porque desciendo de franceses, y usted desciende de la morisma berrenda, y es degenerado, sin abluciones, como si lo viera. Lo que sí me importa, e importará a Clarín, es que me escriba usted al margen del mismo número del periódico donde le atiza un bombo servil, lo siguiente, que está a la disposición del público en las oficinas de ESPAÑA Y AMÉRICA:
«Sr. D. Luis Bonafoux: Usted que se jacta de descubrir crímenes literarios, ¿por qué no ha descubierto la burda imitación que Clarín ha hecho en su Camachología (Sermón perdido) de la «Premática contra los poetas güeros», de Quevedo? Además, no eche usted en saco roto que D. Leopoldito, el que acusa a Pardo Bazán de exhibirse, se ha exhibido lamentablemente en las Vírgenes locas. A la legua se conoce que aquel capítulo lo escribió momentos después de leer las obras de Guhl y Koner, y ¡claro! resultó un erudito de primera.
¿Y por qué no se lo cuenta usted, en vez de decirle que tiene un talento arcifinio? ¿Se figuraba usted que era yo un perro de presa a quien se podía azuzar desde Denia? El juego de atacarme y, atacar por tabla a Clarín, o viceversa, ya está visto.
Quede convicto el Sr. Lis de ser un... Lila de Mandas, o Duque de Tetuán en Denia.
Lo que siente él, por supuesto, es no ser un Hernán Cortés y degollar apaches. ¡De qué buena gana resucitaría la Historia y haría conmigo lo que, según cuenta Voltaire, hicieron los progenitores del Sr. Juan con los indios, chunchos o no chunchos!
Me duele el salir... con estas salidas. Pero no es cosa tampoco de que un periodista cualquiera de Denia llame apaches a los americanos españoles.
¡Cuanto más hermoso no es decir, como dice Llorente Vázquez, que en América no hubo vencedores ni vencidos, españoles y americanos, sino todos españoles, defensores los unos del principio realista, defensores los otros del principio republicano! Pero, ¡qué tontería después de todo, hablar de estas cosas a un Juan de Lis-Viñas que se propuso seguramente que le nombrara yo en Madrid y en ESPAÑA Y AMÉRICA!...
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[[Categoría:Huellas literarias]]
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text/x-wiki
{{encabe
|título=[[Huellas literarias]]<br>Maupassant
|autor=Luis Bonafoux
|sección=
}}
== Maupassant ==
París, 5 (10 H. 30).<br>
La situación del célebre escritor Guy de Maupassant, en el manicomio, es desesperada. Ha sido preciso ponerle camisa de fuerza.
R. Blasco.<br>
(De la Correspondencia.)<br>
== I ==
En medio de la prosa de La Correspondencia, revuelto con un elogio a la señora viuda de Cunill (que obtuvo el premio gordo en el último sorteo) y humillado por la proximidad de otro ditirambo en honor del Sr. Linares Rivas, aparece, sin comentario alguno, el fin trágico de un hombre superior, que no fue ministro de Fomento, ni fabricante de chocolates, ni agraciado con la lotería de Navidad...
Haciéndose oír a despecho del humano tráfico, y a través de las polvorientas nubes que levanta a su paso la caravana mercantil, en el mundo de la disnea del espíritu..., resulta molesto el hombre que pordiosea el pan de la poesía, llamando a las puertas de la vida, cuyo dintel no es ciertamente enramada primorosa sobre la cual revoloteen enjambres de pájaros que saluden la aparición del artista...
El escritor francés Guy de Maupassant, autor de la maravillosa página titulada Pedro y Juan, ha disparado contra sí mismo seis tiros de revólver y se ha herido en el cuello con una navaja de afeitar. -Me alegro. Se va sin haber tenido yo el honor de hablarle. Le he visto en la calle, de lejos, como a Zola, porque jamás me atreví a tutear al genio... -¿Le habría hablado usted en París?- me dijo alguien. -¡Ca!... no, señor. Estuve todo un día en la acera de su casa, haciendo el oso a Zola, por ver su cabeza, con la misma unción monárquica de algunos vecinos de Madrid cuando pasan las instituciones...
== II ==
«En el próximo mes de septiembre se pondrá a la venta el mobiliario de la casa que ocupaba Guy de Maupassant, en la calle Boceador. -Se venderá también el célebre yate Bel-Ami del insigne novelista.»
¡El yate que sirvió a Maupassant para expatriarse de la vida!... Vivía viajando, En el mar, arrinconado bajo la toldilla de su yate, recibiendo, para no asfixiarse con emanaciones de imbéciles y esclavos, bocanadas de aire libre y sano que le enviaba el mar, misericordioso y grande. Guy de Maupassant está loco...; lo estuvo siempre, porque cuando se piensa y se siente tanto como ha pensado y sentido él, se vive en plena fiebre de locura, y la camisa de fuerza es el único traje para salir a la calle.
¡Pensar mucho y hondo, amar como amó Cristo, sentirse herido todas los días y a todas horas, en las creencias y en las esperanzas, en las ideas y en los sentimientos, y pasear como un sonámbulo por las afueras del mundo, oyendo desde lejos rebuznos. y relinchos del ganado humano!... Devuelto a la tierra, al fango de la existencia, ocupa el lugar que le corresponde: en el manicomio, con camisa de fuerza, abofeteado y herido, manando sangre como un Cristo en el Calvario de las letras que piensan y sienten. ¡Ah, le han matado!
París llora el prematuro fin de uno de sus escritores más predilectos; Maupassant era un gran talento, no por ser naturalista, puesto que no le hacía falta documentarse para brillar en la novela contemporánea. Téngole por el más eximio de los discípulos de Zola... y no me atrevo a decir que puede a veces más que el maestro. Tiene tanta ternura como él, y sabe a su igual desparramarla con arte, ternura exquisita del alma, que no han visto ni sentido, porque no pueden, a través de las abominaciones de La Terre, los lectores fríos de nacimiento; y si su corazón no es mas grande que el de Zola, ni más brillante su paleta de paisajista, suele aventajarle en la manera de hacer, que se parece a la de Flaubert. Es menos cansado en las descripciones, y por lo tanto, más sobrio y pulcro. Bien que Zola no es solamente el jefe de una cátedra de análisis, anatomía y disección a pluma, con monstruosas exageraciones, merced a las cuales acaba de decir Lombroso que Ninon de Lenclos es la única mujer que no ha mentido; Zola es, además, o lleva a cuestas, un mundo de injusticias y persecuciones sufridas con paciencia evangélica.
Es un Cristo... que se venga. No escribe en el cielo, a la diestra de Dios Padre Todopoderoso; escribe en el Sinaí -¡Cómo Rochefort escribe en el infierno, ardiendo en vida!...
{{c|🙝🙟}}
¡Lucidos han llegado...! Maupassant que ya no tiene pluma que esgrimir, es un gallo de Morón. La cara de Zola es un surco por donde ha corrido largo tiempo la tristeza de la vida.
¡Todavía no le deja en paz la traílla de envidiosos que le royeron tanto los zancajos!... ¡Todavía le mandan anónimos y le ofrecen estacazos!... Gracias a que él puede esperar tranquilo a la puerta de su cabaña de Medan, como un viejo mastín que se limita a fruncir las cejas cuando pasa ladrando al rededor suyo una jauría de perrillos falderos.
{{c|🙝🙟}}
...¡Qué bien hubiera descripto Maupassant la peregrinación de la niñita rubia con ojos azules, encontrada ayer en la calle Montparnasse vagando al azar, con el trágico equipo de las abandonadas, y dando por toda contestación: «Mamá está allá... abajo... muy abajo!...»
¡Con qué delicadeza no hubiera comentado la carta de la suicida Margarita C.: «Abandonada por mis padres y por mi amante, traicionada con él por la amiga que me inspiraba más confianza, no quiero vivir más, ¡bastante he vivido ya!... Que no se busque más lejos la causa de mi muerte.»
Mejor que Zola lo habría comentado Maupassant; porque Zola no hubiera podido eximirse de «buscar más lejos la causa del suicidio», llevándose de una dentellada la piel de muchos perrillos falderos...
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[[Categoría:Huellas literarias]]
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Huellas: 25
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Kwamikagami
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{{encabe
|título=[[Huellas literarias]]<br>Barbieridad... académica
|autor=Luis Bonafoux
|sección=
}}
Bien sabe Dios que admiro sinceramente a [[Marcelino Menéndez y Pelayo|Menéndez Pelayo]] y que creo que puede decirse de él, con más justicia, lo mismo que dijo alguien refiriéndose a Moreno Nieto: «Ese hombre modesto, como verdadero sabio, rodeado de respetos, que en las calles, en el Ateneo, en todas las corporaciones científicas ve descubrirse a su paso cabezas que tendrían a menos bajarse ante otros encumbramientos que el de la ciencia; ese depósito humano de todos los conocimientos, que ha leído cuanto se ha impreso, y sabe cuanto ha leído, y habla de cuanto sabe...»
Así como Castelar dijo gráficamente, ponderando a España, que ha llegado a cansar a la historia con sus hechos, así puede decirse que Menéndez Pelayo ha llegado a cansar a las letras con sus estudios e investigaciones.
Pero los genios se equivocan, como cada hijo de vecino, y Menéndez Pelayo se ha equivocado, en mi humildísima opinión, al elogiar el tango del Sr. Barbieri en la Academia Española.
Tengo por muy sincero el discurso del ilustre catedrático de la Universidad Central, porque no es de suponer que haya querido hacer sátiras con motivo de académica fiesta, de las que se llaman, no sé por qué, solemnidades... Sería horrible que el Sr. Menéndez Pelayo hubiera pensado que Barbieri tiene perfecto derecho a entrar en la Academia fustigada por mi amigo Antonio de Valbuena... En una Academia de Catalinas y Commeleranes, bien podría entrar el autor de las copias de Perico el Ciego, o Julio Ruiz en calidad de estilista; porque una Academia así está pidiendo a voces que la pongan en música.
El Sr. Barbieri va a la Academia en clase de afinador del idioma. Pero al Sr. Barbieri, ¿quién le afina? Porque este músico no pasa de ser un zarzuelero, muy bueno, muy popular, pero zarzuelero. Me dicen que toca además el clarinete. Pero no creo que el hecho (digno de respeto) de tocar el clarinete, sea motivo suficiente para entrar en la Academia de la lengua española. Si lo es, hagamos o hagan ustedes académico a Juan Breva, que es más popular... y toca a maravilla la guitarra.
Se explicaría, ya que no se comprendería, que entrara en la Academia de la lengua un Wagner, un Beethoven, un Mendelssohn, un Meyerbeer. Pero no se comprendería ni se explicaría que nombraran académico al autor de la música de Cariño, el mejor café es el de Puerto Rico.
Con razón dijo fray Gerundio que España es el país de los viceversas; porque al demonio se le ocurre meter un músico en la Academia, a no ser que se pensara que hacía falta ese músico para tantos danzantes, o que todo se puede hacer impunemente en un país donde hay ministros de Marina que se marean al entrar en un barco, premios gordos con acompañamiento de marcha real y cartas que van a Montevideo por ir a Mondoñedo.
En fin, allá el Sr. Barbieri. Pero si es cierto que ha tomado por lo serio el papel de melodizar al lenguaje espartoso y amazacotado de los académicos, es cosa de tenerle mucha lástima, y de aconsejarle que deje el clarinete y empuñe el violón para acompañar dignamente a sus colegas.
¡Qué dirá Zola, tan combatido en su propósito de entrar en la Academia Francesa, -a pesar de que su trabajo de escritor es como el descubrimiento de un mundo literario,- qué dirá cuando sepa que, si hubiera tenido la suerte de nacer en España, podría entrar en la Academia con sólo tocar el clarinete por casualidad!... ¡Qué pensará de esa murga académica el autor de los [[Episodios nacionales]], de [[Doña Perfecta]] y Gloria!...
{{c|🙝🙟}}
En cuanto al Sr. Menéndez Pelayo... ¡qué sé yo! Tal vez haya recordado, al saludar la introducción del Sr. Barbieri, que la música amansa los animales...
{{huellas}}
[[Categoría:Huellas literarias]]
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Huellas: 27
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2022-08-12T00:41:49Z
Kwamikagami
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{{encabe
|título=[[Huellas literarias]]<br>Primavera de versos
|autor=Luis Bonafoux
|sección=
}}
Ni árboles cargados de frutos, ni plantas exuberantes de savia, ni campos bien olientes a fresca hierba, ni azules horizontes del mar, por cuya orilla corrió mi infancia como una pilluela de la playa...
Del invierno al verano, un paso. Dentro de la villa, nubes polvorientas, sequedad febril, calor agónico; en los alrededores, el horror de la llanura, escueta, sucia, destacando en la lejanía, por entre andrajos del terruño, el bostezo de un perro aburrido y el tardo paso de un carretero holgazán... A falta de naturaleza primaveral, donde sumergir el cuerpo como en baño aromoso, bueno y confortable es sumergir el espíritu en primavera de versos.
Estos versos, que forman un ramo de flores Efímeras, aunque vivirán siempre, son un bonito regalo que hace Méjico a su madre España por mano de uno de sus representantes en la legación, el Sr. Icaza.
{{c|🙝🙟}}
:::Dime esa frase que el amor inspira;
:::Me engañas, ya lo sé: pero ¿qué importa?
:::¡Si es tan bella y tan dulce la mentira!
:::Miente y hazme feliz... la vida es corta,
El Sr. Icaza, poeta en Méjico, en España y en todas partes, siente «la tristeza resignada de un cielo gris tranquilo.» Delicado y tierno, sin sentimentalismos mentidos y cursis, como lo es en Los dos sueños y en Estancias; filósofo tristón en Gladiatorie, Fantasmas y en suavísimos Paisajes con la nota gris que pintó entre lágrimas la paleta de Casimiro Sainz; puede el Sr. Icaza decir con razón, que su musa tiene «lo inmenso y lo distante:» -la inmensidad de ternuras de un gran corazón aplastado por la prosa, y la distancia infinita, eterna, jamás salvada, entre la poesía y el ideal.
Hablando de [[Andrés Bello]], recuerdo haber dicho que los versos de su musa deben ser leídos durante las noches templadas y melancólicas, en Sevilla a las márgenes del Guadalquivir, o en Caracas a orillas del Guáire, al olor de los jazmines que se marchitan, porque se mueren de envidia, en el seno de una muchacha fresca y rubia.
Los versos de Icaza, más bonitos y sentidos que los de Bello, merecen también leerse al arrullo no entendido de las calladas noches, entre aromas de flores que huelan a gloria, y aromas de mujeres que siempre huelen mejor que las flores.
Les oí por primera vez en el Vivero. Arriba, ramajes que colgó el estío; abajo, tierra húmeda y caliente; sobre el musgo del campo, desgranándose, un collar de cabecitas rubias y morenas...
Siesta deliciosa. El poeta no cantaba en el ramaje, como canta el pájaro; cantaba en la mano las hermosas estrofas que lleva en el corazón.
{{huellas}}
[[Categoría:Huellas literarias]]
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Huellas: 29
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Kwamikagami
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{{encabe
|título=[[Huellas literarias]]<br>La velada de la Plume
|autor=Luis Bonafoux
|sección=
}}
Ya ha nevado desde que se efectuó, y todavía no he hecho bien la digestión. Una comida con Zola, Mallarmé, Copée, Claretie, Scholl, no es para digerida en pocas horas.
La comida, aunque de cinco francos el cubierto, tenía que ser buena. En el Café du Paláis se come bien por poco dinero, se come muy bien cuando lo visitan los redactores de La Plume, que es el periódico más literario de París; y se come admirablemente si los Zola, Mallarmé y Copée honran la presidencia de la mesa. No digo yo cinco francos, también cinco mil podían darse a gusto por comer a manteles con aquellos señores, y en compañía de la bohemia literaria y artística del barrio latino, presidida por Verlaine. Y luego... que yo no pagué nada, porque buenos amigos de El Liberal, se ofendieron de que quisiera pagar su cronista parisiense, con lo cual, aunque parezca lo contrario, me quitaron de encima un peso...
{{c|🙝🙟}}
Nada más pintoresco que las veladas de La Plume, donde cada tipo merece que le lleven a un museo de antigüedades. Caras pálidas y marchitas prematuramente, melenas prehistóricas, trajes inverosímiles; y una charla original, chispeante, que tiene el picor de la mostaza inglesa, y que implica un abandono absoluto de las cosas prácticas del mundo. Todos convienen en que han equivocado la vida, pero ninguno se arrepiente.
-Después de todo -me decía un poeta- más vale ir al hospital, que venir de Panamá...
{{c|🙝🙟}}
Como en París hay clases, y nadie se atrevería a tutear al genio, no hubo necesidad de llamar al orden cuando entró Zola; un Zola que yo no conocía. En estos tiempos de reclame panamanesca, es muy difícil que los grandes hombres se escapen de la amistad de una porción de gentes advenedizas y embusteras, que ni siquiera les han visto. Son innumerables los que afirman seriamente que llaman Emilio a Castelar y le tutean «en el seno de la confianza»; y son también innumerables los que aseguran en Madrid que cuando estuvieron en París tomaron café y jugaron a la brisca con Zola. De mí sé decir, y lo digo sinceramente, que ni le había visto, aunque he venido a París una treintena de veces, ni me había atrevido a verle, porque, como buen católico, sé que debe uno prepararse muy bien para recibir al Señor...
Por las descripciones a pluma y de palabra, Zola era para mí un burgués, de apariencia tranquila y reposada. A juzgar por los retratos, hechos, indudablemente, en un momento muy psicológico de Zola, acaso en el momento de pensar con mucha pena que es insigne necedad el dejarse retratar, teníale yo por cansado, afligido, esquivo, o, como le llamara irreverentemente Sarcey, en periódico tan respetuoso como Le Temps, «un cerdo triste».
Nada de eso. Zola, que está muy joven, parece, por la viveza del carácter, un chiquillo, menos aún, un rabo de lagartija. No sé de nadie que sea tan nervioso, gestero, decidor y parlanchín; y a muchos devotos de San Vito les he visto bailar menos que a Zola. No le he mirado de prisa y corriendo; le he mirado despacio y con lentes, y, aunque a honesta distancia, estuve, con el buen fin de sacarle la fotografía, timándome con él desde las seis de la tarde hasta las once de la noche. No es esto, lectores, un alarde de tutear al genio, sino de poder decir, parodiando al poeta: Hoy le he visto, le he visto y me ha mirado... La fisonomía de Zola es un milagro, porque, a pesar de su fealdad y ordinariez, resulta simpática y sugestiva, gracias a su fuerte expresión de vivacidad y energía, con ligeros intervalos de ensimismamiento triste, que se asoma furtivamente a sus ojos, de un mirar distraído y vago cuando se figuran que nadie los ve.
Y yo, que no le quitaba de encima los míos, vi la mirada de Zola posarse con cierta tristeza, no exenta de repugnancia, en la abollada calva de Verlaine. A la manera de un moscardón impertinente, cruzábala de un lado a otro, tropezando en las sinuosidades deteniéndose como cansada en las hondonadas de tan singular cabeza, en forma de cono, semejante a la cresta del Cotopaxi, más parecida acaso a la proa abollada de un buque náufrago.
Trajeado de harapos, con enorme bufanda al cuello y sombrero ancho sepultado hasta las cejas, adormecido por el alcohol y cojeando por el reuma, -el gran poeta- último monarca de una bohemia muerta amparado en sus cabeceos por la mano de un amigo, entró el último, con más orgullo que el primero, en el salón donde el fulgor de las luces y de las pupilas reflejó a su paso así como la apoteosis de un Apolo borracho de gloria y de ajenjo. No habló palabra, ni probó bocado, ¡ni siquiera bebió! Frente a Zola, y en medio de lo más eximio de la literatura, roncó la comida.
Cuando terminó el banquete, con unas palabras, sobrias y brillantes, del autor de Vers et Prose, y se marcharon los «maestros», y los escritores menudos empezaron la causerie literaria, con canto y música, entre versos sonoros, vahos de ponches humos de pipas y responsos al crítico Sarcey, puesto, en órgano, vi otra vez a Verlaine, en un rincón, con el sombrero metido hasta los ojos, durmiendo también la causerie; y el profundo sueño del poeta moribundo me pareció un despertar hermoso y elocuente.
{{c|🙝🙟}}
Luces mortecinas de una mañana vergonzante se colaron por entre las rendijas de las maderas. Ya en la puerta, sorprendido por una tempestad de nieve, se rejuveneció de repente la cara embrutecida de Verlaine, como si una aurora boreal hubiera iluminado su piel de sapo hidrópico. Por en medio del arroyo marchaba tranquilamente un carro fúnebre, sobre cuya caja puso la nevada un cucurucho de Pierrot, y a la izquierda de la casa, pegado a la esquina del café, un vendedor de periódicos, firme como un centinela, dormía de pie, teniendo en la mano derecha un número de La Cocarde; y encima del epígrafe (Los escándalos de Panamá) en letras como puños, sobre la negrura del escándalo, deshacíase lentamente un copo de nieve.
{{huellas}}
[[Categoría:Huellas literarias]]
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Huellas: 30
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text/x-wiki
{{encabe
|título=[[Huellas literarias]]<br>De López y otros excesos
|autor=Luis Bonafoux
|sección=
}}
Don Luis López Ballesteros es amigo mío; sí, señor. De palabra, en las mesas de Fornos y en un portal de la calle de Peligros, y por escrito en La Opinión, de Pérez Vento, el Sr. López ha tenido la bondad y la benevolencia (que yo no sabré agradecerle nunca) de dedicarme grandes elogios.
Es más, el mismo Sr. López me dispensó el honor de entregarme, para que le pusiera prólogo, un libro manuscrito. Con él fui a Puerto Rico (1889 -expedición 8 de la serie) y volví; con él fui a la Habana (1890) y volví también. Cuatro travesías de Atlántico con un libro manuscrito del Sr. López. No lo prologué, con mucho sentimiento, por que no tuve tiempo; ni lo leí, con el mismo sentimiento, porque tampoco tuve tiempo. Pero no le dejé en el camarote, como hubiera hecho cualquier literato... despreocupado de los que creen que el talento obliga a hacer canalladas, ni lo tiré al agua. Le di cuatro vueltecitas por el Atlántico, como si fuera reliquia colombina para el Centenario, y lo devolví sano y salvo, aunque un poco amarillento por el orín del trópico...
Podría, pues, establecerse una cuenta corriente.
DEBE<br>
Luis Bonafoux a D. Luis López Ballesteros Bombos en café y portales: 1.000.000.<br>
Don Luis López Ballesteros a Luis Bonafoux Travesías de Atlántico con un manuscrito: 4.
No quiero aumentar las deudas con el Sr. López. Hay en La Correspondencia de España un señor que firma L. B. ciertas revistas bibliográficas, críticas teatrales, etcétera.
Me dicen que L. B. es D. Luis López Ballesteros; y me parece imposible, porque no puedo creer que no tenga el valor de su López.
Pero si no es otro López, si es el mismo Ballesteros, creo que podrá hacerme el favor de firmar como Dios manda, no vaya a creer algún lector cándido que me dedico a propinar los estupendos bombos que atiza, en uso de un derecho perfecto, mi estimable amigo D. Luis López.
No es cosa de imitar a los ciudadanos que acuden frecuentemente a los periódicos en demanda de la publicación de sueltos por este tenor:
«D. Fulano de Tal, dueño de la acreditada tahona de la calle de Tudescos, no es el Fulano de Tal que robó anoche una bacalada en la misma calle.»
«A petición de D. Zutano hacemos constar que no le toca nada D. Zutano, presunto asesino del mozo de cuerda Toribio Ramos.»
Tampoco tendría derecho para imitar a esos señores que se curan en salud.
Mi nombre es pequeñín. Por eso mismo de ser humilde, podría fácilmente confundirse, y tengo el deber de declinar el honor de que se me confunda con un redactor de La Correspondencia de España.
El Sr. Ballesteros comprenderá y estimará mi discreción y mi rubor.
{{c|🙝🙟}}
Otro Luis; mi amigo Luis París, un... anarquista frustrado. ¡Bonitos tiempos aquellos en que me felicitaba públicamente por haber sido el primero en protestar contra el pontificado de Clarín y me escribía cartas dinamiteras, y entendía conmigo que la sociedad literaria estaba muy necesitada de explosivos que derrumbaran los carcomidos cascotes!...
Mientras fui a América y volví de allí (siempre con el libro manuscrito del Sr. López) se derrumbó sin explosivos ¡ay! mi amigo Luis París. Lo siento, pero ya no puedo llorar: ¡he llorado tanto sobre los cascotes de mis amigos!
Acaso porque es propio de sabios el mudar de acuerdo, o tal vez por exigencias brutales de la... prosa, Luis París ha entrado por el aro de la sociedad de bombos, tirando a toda prisa, como medroso y avergonzado, las bombas que podían comprometerle. Hizo antaño media docena de pinitos, y, como la inmensa mayoría de los caracteres al uso, cambió su incipiente ravacholismo por un plato del día. Hoy es uno de los periodistas más ramplones y hueros de España y Ultramar. Como disolvente, no es siquiera un Debach; resulta un anarquista con tacos de papel y pólvora en salvas. ¡Pobre Luis París! ¡Yo que le estimo tanto!
Tanto, que tengo todavía fe en que no se malogre (ji, ji), aunque se roza demasiado con los bomberos de la villa y... dime con quién andas y te diré quién eres.
Digo esto con motivo de la sorpresa que me produjo la firma de Luis París debajo de un espantoso ditirambo (no sentido) en honor de la calamidad novelesca que se titula Doña Berta, Cuervo, Superchería. Clarín, reirá, indudablemente.
«Leit-motive» (idea madre)..., «reemplisoge novelesco» (¿idea padre?)..., «coeficiente de pérdidas»..., «reverie»..., «incoherencia con intentos satíricos»..., «alardes de psicólogo»..., «instrumentación a posteriori»... ¡Dios ayude al instrumentado Clarín! Señores, ¡me han cambiado a Luis París! ¡Eso es... un negro catedrático con intentos de instrumentación a posteriori!
Cuervo merece elogios de Luis París, porque es, a su juicio, «un puñetazo»; que es como aconsejar a Clarín, que se dedique a hacer puñetazos.
No para ahí el leit-motive de Luis París. Metido a Barbieri de Clarín, dice que éste, cuando escribió el libro, pensaba en una sinfonía; y con tan plausible motivo, nos da una murga de «notas impresionistas» y «ascensiones hacia las regiones serenas en donde el ambiente es más luminoso», asegurando de paso que todo «suena» en el cuento... con bombo y platillos.
Tampoco se detiene ahí la instrumentación a posteriori o por detrás. Deja Luis París su papel de coristo y se mete... a comadrón.
Veamos cómo opera.
«Superchería resulta algo incondensado. Es un caso que reclama la atención del perito antes de calificarlo como aborto o como parto prematuro.»
Esa falta al buen Clarín: que le metan el fórceps.
No ejerza Luis París de Ravachol de la prensa si no le llama Dios por ese camino, o si ha discurrido que es, en punto a letras, el camino que va al cementerio madrileño. Pero no ejerza tampoco de Ciuti de Clarín, ni escriba en el cursi y disparatado estilo de un periodista congrio de la ronda secreta.
-Que es una frase morrocotuda a lo reemplisage instrumentado.
Discurro así con Luis París porque se puede. No es él de los pobrecitos habladores que se diputan genios en sus casas y se enfadan si hay quien les saque del error. París ha vivido algunos años en el Verbo de la Humanidad, y allí no se vive impunemente. Él sabe además que es de suyo poquita cosa y admite observaciones.
Nada de enfadarse. ¿Le pongo un reparo (con la intención más amistosa, por supuesto, y con muchísima tristeza)? Pues como si tal cosa. Donde quiera que me encuentra me saluda cariñosamente. «¿Qué tal, querido Luis?» Siempre fino.
¡Quién sabe! ¡Quién sabe si «evoca, como él diría, una nota impresionista, un recuerdo vago de la bohemia literaria»; y viendo al hermano de siempre, aunque amigo por temporadas, sin reemplisages ni instrumentaciones, dice en silencio cuando no pueden oírle los bomberos: «¡Tiene razón!»
Es un bonito leit-motive... wagnerista.
{{c|🙝🙟}}
A la señora doña Emilia Pardo de Quiroga le ocurre lo que a los oradores socialistas, y es que maltrata a los periodistas que le hacen el favor de circularla por ahí y les llama imprudentes y entrometidos.
A lo que observa, para justificarse, La Correspondencia de España:
«La noche de la segunda representación de Realidad permaneció doña Emilia durante los cinco actos en el cuarto de Mariquita Guerrero, donde también se encontraban el autor de la obra, un insigne dramaturgo, y claro está que también uno de los noticieros imprudentes y entrometidos.
»El Sr. Echegaray suscitó la conversación, preguntando:
»-¿Y usted, doña Emilia, cuándo se decide a escribir algo para el teatro?
»La señora Pardo Bazán: Confieso a usted que me inspiran gran temor las tablas; sin embargo, quizá haga un arreglo para la próxima temporada teatral.
»D. José Echegaray: ¿Un arreglo? Eso sería imperdonable en usted. Pluma tan bien cortada sólo en algo original puede emplearse.
»La señora Pardo Bazán: No digo qué no. Es más, me siento tentada de poner manos a la obra. Desde luego puedo decir a usted que hace tiempo tengo la idea de escribir una comedia; pero será una comedia de costumbres campesinas, algo por el estilo de Goldoni; creo que se ha explotado poco la vida del campo en nuestra escena.»
La señora por el estilo de Goldoni puede tener la seguridad de que en El Resumen no hemos sido los de la noticia. Porque no creemos que sea capaz de hacer un drama bueno, ni mediano.
De un arreglo sí la creemos tentada para la próxima temporada; y aun para esta misma.
Algunos literatos me han interviewado acerca del asunto Pardo-Bazán-Unión-Amorós y Compañía, y les he dicho que la señora de Quiroga ha quedado, a mi juicio, muy mal; y no lo creo solamente porque lleva la razón en el pleito el Sr. Amorós, sino por la ocurrencia de declarar doña Emilia que «tomaba» de otro escritor el asunto de su cuento propio, y que retaba a que se averiguase de dónde lo timaba, digo tornaba; con todo lo cual quiso excusarse del plagio. ¡No, señora de Quiroga! Figúrese usted que le robo cinco duros al Sr. Amorós, que me sorprende usted, y que salgo diciendo por ahí: -¡Bueno! Pero ahora voy a robar unas alhajas, y reto a que se averigüe de cuál escaparate las «tomé.» Y ya vería la señora que me llevaban a la cárcel.
No se desanimen los escritores que no tengan mollera para artículos propios. M. de Bernoff, escritor mediocre, ha conseguido la popularidad recorriendo a pie nueve mil kilómetros. Lo que no pudo obtener con las manos, lo consiguió con los pies, y todo es conseguir. No es un escritor pero es un carrerista.
Cuando la señora Pardo no esté de vena como escritora, haga a pie unos viajecillos de Madrid a Coruña, y vice versa. ¡Todo es escribir!
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[[Categoría:Huellas literarias]]
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Huellas: 31
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2022-08-12T00:36:00Z
Kwamikagami
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{{encabe
|título=[[Huellas literarias]]<br>Mariposas de locos
|autor=Luis Bonafoux
|sección=
}}
¡La casualidad y la bayoneta! eso es lo que dirige los destinos de los pueblos -ha dicho el príncipe de Bismarck, contestando a un admirador suyo, que le llamó genio sobrenatural.
-¿Genio sobrenatural yo? ¡Bah! Cuando se declaró la guerra, el pueblo gritaba contra mí: ¡An den pfahl! (¡Colgadle!) Después, victorioso, gritaba el mismo pueblo: ¡Hoch Bismarck! (¡Viva Bismarck!) No hay genios sobrenaturales. El mío consiste en saber aprovechar la casualidad y la bayoneta.
{{c|🙝🙟}}
Cada cual es loco a su manera. «¿Dónde están mis ideas?», pregunta Guy de Maupassant. «¿Alguien de ustedes las ha visto por ahí?» Y se refiere que las busca en los rincones de la casa, sobre las mesas, en armarios, como si sus ideas fueran cosa material y prosaica. Cuando cree que las ha encontrado se rejuvenece todo. Son mariposas, o se figura él que eso son, cuáles blancas, cuáles azules algunas con alas de púrpura, y no falta nunca la mariposa negra que posa el vuelo sobre la seca corona del poeta loco...
{{c|🙝🙟}}
Heine, ¿era un loco? En una de las cartas que escribió a su amigo Alejandro Weill, expresó el deseo de ver flotar en las provincias del Rhin la bandera de Francia. La emperatriz de Austria, gran devota de Heine tiene esas cartas, que cedió Weil al archiduque Rodolfo, y éste a su madre la emperatriz. ¿Por qué no las ha publicado aún la inteligente dama? Porque, según se dice, la publicación no sería grata a la Tríplice. ¡Pero una carta de Heine vale mucho más que la Tríplice!
El barón Embden, sobrino del poeta, publicará en breve ciento veintidós cartas escritas por él a su hermana Carlota, en la que pensaba diariamente, según decía, veinte y cinco horas.
Tú y yo -la dice en una de las cartas- somos los únicos cuerdos de la humanidad; todos los demás están locos. Ni el champagne, ni el teatro, ni la vanidad halagada, ni las miradas de una mujer bonita, nada me satisface tanto como un rato de charla contigo. Te quiero más que todos los dulces, sin excluir la tarta de limones. Sé que Dios quiere que todo el mundo te bese las manos. Creo en eso. Es mi única religión.
¿Era un loco? Lo parecía, porque no encajaba en los moldes de la vida. Era un ciudadano descarrilado, y por serlo, la leyenda trazó con negros colores el perfil del escritor que, a juicio de los críticos y psicólogos de ahora, era «afectuoso, leal, dispuesto siempre a sacrificarse por sus deberes». También él, como Maupassant, veía mariposas, y se torturaba sin motivo, temiendo en vida que después de muerto, quedara sin recursos y sin consejo la mujer amada, su esposa, a quien llamaba «honesta, buena, sin malicia».
Mariposas. Hermosos fuegos fatuos de un cerebro loco...
{{c|🙝🙟}}
Pero Bismarck ¿con qué sueña? ¿Cuáles son las mariposas de su locura? Nouvelles de Hambourg, su órgano en la prensa, declara paladinamente que el excanciller falseó en 1.810 el famoso telegrama del rey de Prusia, que hizo inevitable la guerra, «pero endosando a Francia la iniciativa y la responsabilidad».
¡Ah, pícaro! La prensa de París desata sus cóleras llamándole «gran criminal», y el Times dice de la confesión del príncipe, que entraña la más grave responsabilidad de cuantas adquiriera en los dos últimos años.
Bismarck, sediento de represalias, loco por las grandezas, roído por la impotencia, hace ya lo que el asesino que mató por exhibirse: confiesa las muertes. No es un canciller de hierro; es sencillamente un gran diablo en un delirio monstruoso. Porque él no verá mariposas blancas y azules; verá sapos, culebras, ciempiés, cocodrilos, toda clase de bichos horrendos y asquerosos, en marcha hacia el campo de desolación, en cuyo centro se yergue la pirámide de cráneos, y sobre el más alto de ellos, el casco de acero del canciller-buitre.
No me cambiaba por él, aunque me diera el oro del mundo; porque, en fin, puedo dormir sin temor de que venga un cadáver a darme una serenata.
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[[Categoría:Huellas literarias]]
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Huellas: 32
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2022-08-12T00:39:16Z
Kwamikagami
51370
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text/x-wiki
{{encabe
|título=[[Huellas literarias]]<br>Juergas anarquistas
|autor=Luis Bonafoux
|sección=
}}
Los anarquistas «reciben» o tienen sus soirees los domingos. Estas explosiones de los grandes pirotécnicos ocurren generalmente en el local de una taberna de la calle de la Gaité; local espacioso, pero húmedo y sombrío. El vaho que exhalan las bazofias, el humo pestífero de las pipas, y las blasfemias que cruzan la sala, forman una atmósfera bochornosa y malsana.
Bajé algunos escalones y me interné en la cueva.
-¿Es usted un triqueur? -me preguntó una especie de portero.
-¿Viene usted a discutir?
-No discuto nunca; vengo a oír, ver y callar. Soy un periodista extranjero; el representante de EL LIBERAL en París.
Entré. Paseábanse a lo largo del salón unos señores con gabanes y sombreros de copa. Estos musiús -pensé yo- serán los llamados triqueur, los que vienen a discutir con los energúmenos; son, pues, unos musiús bien pendejos.
Nada de eso. Aquellos señores enchisterados eran los mismísimos anarquistas. Yo, que había ido de americana y hongo, no pude menos de exclamar:
¡Diablo! ¡Si parezco más anarquista que ellos!
-¿Es usted un compagnon? -me preguntó uno.
-No, señor. No tengo compañeros en ninguna parte.
-Entonces será usted un solitario...
-Ni tampoco solitaria. Soy un tipo. No vengo de anarquista, ni de triqueur; vengo porque me da la gana, puesto que esta es la casa de la anarquía.
-Pero usted, ¿quién es?
-Ya lo he dicho al entrar; un periodista de Madrid.
-¡Hein! También allá hay buenos compagnons, partidarios de la propaganda por los hechos. Monsieur Errrrnesto Alvarés...
-¡Calle usted! Ernesto Álvarez es incapaz de bombardear una mosca. Las marmitas se usan allí para cocer el puchero, o para hacer un bacalao a la vizcaína. ¿Compagnons? Búsquenlos ustedes en otra parte.
-¡Oh!... aquí nos sobran, y de buena calidad. Vea usted: un Kropotkine, príncipe; un Reclus, sabio; un Morés, marqués; una Uzés, duquesa. La vizcondesa de Tredern lleva a sus salones la flor y nata del anarquismo. En sus perfumadas tarjetas no falta jamás este aviso: «Habrá anarquistas», ni esta nota: «Se bailará a la dinamita».
Pasó una hora, luego otra. Los anarquistas seguían, a lo largo de la sala, fumando en pipa.
-¡Valientes triqueurs! -exclamó un señor.- Se les invita a discutir, y no viene ninguno... ¡de miedo!
Me fijé un poco en aquel señor, que gastaba ropa negra.
-¿No le conoce usted? Es el padre de Anastay; un gran anarquista.
Me pareció un loco; un señor que no es ciertamente anarquista, ni tiene tipo de eso, a quien obligara un dolor insensato a echarse en un abismo.
La sala quedose poco a poco a obscuras; el humo de las pipas se espesaba; la atmósfera olía a chamusquina, y de repente, sin decir palabra, los manifestantes se dispersaron uno a uno.
Al salir me dijo el portero:
-No ha podido efectuarse la sesión proyectada para justificar el suceso de la calle Bons Enfants. Los burgueses no han venido... Y usted, ¿dónde vive?
-Ahí, en la tarjeta, lo verá usted.
Leyó. Y luego:
-Ande usted con ojo. En el número 34 de esa calle, casi en frente de la casa de usted, vive un magistrado que está muy comprometido, porque ha hecho mucho daño a los anarquistas. Toda la casa está cerrada. Dos guardias la vigilan día y noche.
-No me había fijado.
-Pues fíjese usted, y múdese... por si acaso...
-Gracias.
{{c|🙝🙟}}
Para bromitas -ya que hay quienes se entretienen en poner bombas inofensivas de diversos colores y, lo que es peor, de olores que no son de ámbar,- para bromitas, la que le han gastado al anarquista Paint.
Salió de la sauterie familiale, o como si dijéramos, de la voladura casera, dando vivas a la marmita y cantando el famoso
:::Dynamitons! Dynamitons!
:::Ton lon ton taine ton ton!
:::Dynamitons! Dynamitons
:::Ton ton ton ton!
y se detuvo en una esquina de la calle Flandre para leer mejor el título del pasquín distribuido en la sauterie, el cual título es, o está
<center>DEDICADO A LAS TRES VAGAS<br>
ROTSCHILD, CARNOT, LEÓN XIII<br>
¡A MUERTE!</center>
cuando acertó el buen Paint a ver el desfile de un entierro, y... ¡ton ton ton! se descubrió respetuosamente al pasar el cadáver en un carro con una espléndida corona que tenía este letrero:
{{c|¡¡¡A MI MARIDO!!!}}
Detrás del féretro, la viuda llorando a lágrima viva. ¡Pobre mujer! exclamó Paint y... ¡dynamitons! ¡dynamitons! se fijó en ella. Pero de pronto rugió como Satán.
-¡Vive Dios, si es mi mujer! La indina entierra a su marido: luego yo estoy muerto...
Paint interrumpe la ceremonia, detiene a la viuda y la interpela a gritos: -Oye tú, Nicolasa: ¿me he muerto yo, por casualidad?
Intervienen los guardias, suplican los amigos, se restablece el orden; sigue el muerto con su corona de marido y con su viuda llorosa, y el anarquista Paint se marcha cantando bajito:
¡Dynamitons! ¡Dynamitons!
Porque no tenía derecho a otra cosa. La viudita era, o es, su mujer; pero le dejó, hace años, por el muerto -que entonces coleaba;- y como Paint se conformó con su suerte...
¡Ton ton ton!
{{c|🙝🙟}}
Los Paints de Berlín tampoco lo han hecho mal. La sauterie fue a lo grande, en los salones de la Cocordia adornados con tupidas alfombras, alumbrados con luces eléctricas que destacaban el oro de las molduras y los lienzos de las paredes. Cuatrocientos cincuenta anarquistas casados llevaron bondadosamente a sus respectivas esposas. El grito general de los anarquistas solteros tenía por fuerza que ser: ¡Vivan las marmitas!... Se teorizó un poco; se discutió otro poco; y en seguida a bailar la Carmañola como se baila en el Soudan...
Las esposas gritaban:
¡Vivan los cartuchos!
Los anarquistas solteros:
¡Olé las marmitas!
y de los cuatrocientos cincuenta anarquistas casados, salieron cuatrocientos cuarenta y ocho cantando bajito:
¡Ton ton ton!
{{c|🙝🙟}}
Hoy como ayer, mañana como hoy,
¡y siempre igual!
¡Oh, gran poeta! Merecías vivir eternamente aunque no hubieras expresado más que el dolor de esas dos líneas.
{{huellas}}
[[Categoría:Huellas literarias]]
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Huellas: 33
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2022-08-12T00:40:42Z
Kwamikagami
51370
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text/x-wiki
{{encabe
|título=[[Huellas literarias]]<br> Heredia
|autor=Luis Bonafoux
|sección=
}}
Yo no me perdonaría que EL LIBERAL no dijera nada del poeta cubano, gloria de España, [[José María Heredia|D. José M. de Heredia]], cuando toda la prensa parisiense dedica lo mejor de sus columnas, con las firmas de Bourget, France, Lemaitre, etcétera, a divulgar los primores del libro Les Trophées.
¡Qué pocos españoles habrá -exclamaba sentenciosamente un crítico- que conozcan al novelista Kloklotoff! Ninguno, pensé yo, pero tú... tampoco le conoces; y dudo, además, de que exista Kloklotoff.
¡Qué pocos españoles habrá -podría exclamar yo- que «estén en condiciones» de apreciar los méritos de Les Trophées! Pero es el caso que yo tampoco puedo apreciarlos todos; y esto, no sólo porque mi francés se da un aire al de todos los españoles, sino porque Heredia versifica, a juicio de estos académicos, en un francés atildado, purísimo, de lo que no se escribe, y cada uno de sus sonetos, de forma esencialmente elíptica, es un mundo de pensamientos. Produce muy poco, pero inmejorable, y, por lo tanto, no está el fruto para saboreado por todos los paladares. Brevemente, Heredia es un delicado, que no escribe, sino cincela. Es claro que no puede ser y que no será nunca popular. Un libro mediano -ha dicho [[Gustave Flaubert|Flaubert]]- suele alcanzar el éxito, y una obra de arte suele pasar inadvertida.
{{c|🙝🙟}}
En un país donde los literatos cobran quinientos, seiscientos y hasta mil francos por artículo, merced a los cuales francos pueden vivir y viven todos como verdaderos príncipes, no es posible meterse de rondón en sus casas. Heredia es, además, rico por la suya, y está relacionado, por circunstancias de familia, con las encopetadas del París aristócrata. Buenos amigos míos, que lo son también de Heredia, me dispensaron el honor de pedir, en mi nombre, una entrevista con el poeta.
Fue el sábado, día de recepción en su casa. Oíase, al llegar a la puerta, el bullicioso regocijo de los contertulios, y el Sr. Heredia iba recibiéndolos con la desenvoltura del caballero para quien es cosa corriente una recepción. Más bien alto que bajo, las espaldas en cuadro, la cabeza fuerte, el color tostado del marino, denunciando todo su continente un hombre sólido, duro, pareciome el poeta un capitán de un navío de guerra. Habla mucho y de prisa; no habla sólo con la lengua, sino también con los ojos, con los lentes, con las manos, con todo él, que es un manojo de nervios en un cuerpo de atleta.
Supliqué al Sr. Heredia que me dispensara a solas un momento de atención. Llevome a un gran salón, con un mirador hermoso, desde donde se ven unos árboles, luego otros, todo un bosque de follaje que circunda su casa de la calle Balzac. Hablamos.
-Estoy a su disposición -me dijo.- Yo agradezco mucho a EL LIBERAL y a usted, que se hayan acordado de mí. Esto me satisface, porque mi familia es española y mi tierra es Cuba.
-Esta visita, señor Heredia, es sencillamente el cumplimiento de un deber de patriotismo y el testimonio de una admiración sentida. EL LIBERAL tiene curiosidades por la vida de usted...
-Y yo siento no poder dar de ella ningún rasgo extraordinario, de los muchos que pueblan la vida de los poetas. La mía no tiene nada de raro. Soy sencillamente un trabajador.
-Mucho habrá trabajado usted para conseguir un conocimiento tan perfecto de un idioma extranjero.
-Mucho, muchísimo; pero debo advertir a usted que mi idioma es el francés. Yo tenía ocho años de edad cuando vine de Cuba.
-¿Y no ha vuelto usted?
-Sí, señor; a los diecisiete años volví a la Habana, en cuya Universidad estudié un curso nada más, regresando en seguida a París. Mis profesores de la Habana decían buenas cosas de mis facultades intelectuales, pero me propinaron unas notas muy malas.
Yo estudiaba poco las asignaturas y asistía muy poco a cátedra, prefiriendo leer a [[Pedro Calderón de la Barca|Calderón]] y [[Lope de Vega|Lope]] en el patio de San Francisco. Desde que volví a París no he hecho otra cosa que estudiar a fondo el francés antiguo y moderno, y con componentes de uno y otro, depurándolos, cristalizándolos, he conseguido escribir en mis versos un francés que es esencia pura, un francés que parece raro, porque tiene algo de la armonía imitativa del castellano. Esto representa un trabajo terrible: treinta años de lima. El triunfo de mi esfuerzo es tan grande, que me permite escribir tal o cual episodio, de tal o cual época, en el mismo francés que se usaba entonces. Puedo recorrer todo el idioma, con arreglo a sus vicisitudes, y lo he demostrado en algunos libros en prosa.
(El señor Heredia habla sin pedantería, sin afectación, como el niño que cuenta su gozo, porque consiguió un juguete con el cual se había encaprichado).
-Es claro que usted era conocido mucho antes de publicar el libro que campa hoy en la prensa de París.
-Sí, señor; pero no por mis versos, que no suelen salir de los salones de los literatos. Yo era muy conocido y estimado entre los sabios de Francia porque... ¿por qué, dirá usted? Pues por haber encontrado la etimología de la palabra haricot. Los sabios estaban y están todavía entusiasmados conmigo. En cuanto a mis versos, les sabían de memoria, antes de publicar mi libro, compañeros míos de colegio, como Copée y Bourget...
-Yo no querría ofender a usted... Sus versos, a lo que entiendo, están muy trabajados.
-¡Oh, sí, mucho, muchísimo! Algunos los he hecho con facilidad..., relativa.
Pero, por lo general, cada uno de mis sonetos me cuesta tres o cuatro meses de trabajo diario; todo por cuidar la forma y querer expresar muchas ideas en muy pocas palabras.
-Lo he observado. Un soneto de usted puesto en prosa es un tomo.
-Indudablemente.
-El verso qué refiere que, el César destronadlo, vio en el fondo de los ojos de Cleopatra un mar inmenso, por donde iban dispersas las galeras fugitivas, es toda una historia. Me explico la dificultad de urdir tales primores...
-Yo no creo que los poetas puedan ser fáciles, cuando son buenos; porque lo bueno, en todos los órdenes de la vida, cuesta caro.
-Abundo en la opinión de usted, Sr. Heredia; y recuerdo que Tennyson, a quien elogiaba grandemente un cortesano la facilidad de cuatro versos de una de sus poesías, le contestó con cierto dejo de amargura: «¡Ay, amigo mío; si supiera usted que esos cuatro versos que le parecen a usted tan fáciles me han costado media docena de tabacos habanos!»
-Que a hora por tabaco, representan seis horas de trabajo. ¡Acaso me habrían costado a mí seis días!
{{c|🙝🙟}}
Al despedirme del ilustre émulo de Leconte de Lisie, y distinguidísimo caballero, pedile algunos precedentes de su raza española.
-Elías Zerolo -me dijo- los refiere en su prólogo a las poesías de mi primo y homónimo José María Heredia, cantor del [[Niágara]]. Mi antecesor, por línea paterna, se llamó D. Pedro de Heredia, adelantado de Indias, fundador de Cartagena de Indias...
-Conozco el prólogo de Zerolo, y conozco la prosapia de usted. Son ustedes una familia privilegiada. Diríase que vive en todos ustedes la frase que dedicó al otro Heredia D. Antonio Cánovas del Castillo: «gran poder del entendimiento, inclinado al filosofismo tanto cómo a la poesía.»
...Una voz anunció: ¡Zola!
Y, entre Heredia y Zola, salí encorvado, de rodillas mentalmente, como si hubiera entrado Dios a decir a la Musa:
-Bendito sea el fruto de tu vientre...
{{huellas}}
[[Categoría:Huellas literarias]]
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Huellas: 34
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2022-08-12T00:42:04Z
Kwamikagami
51370
wikitext
text/x-wiki
{{encabe
|título=[[Huellas literarias]]<br> Las delicias de Capua
|autor=Luis Bonafoux
|sección=
}}
Lo único que puede consolarnos de la temperatura groenlandesa que ha transformado el asfalto del boulevard en un vidrio mugriento, es que cuando termine el frío, allá por marzo, tendrán los vecinos de París, si no mienten los más acreditados médicos de Alemania y Francia, un colerazo que dejará pequeñito al del año pasado. Así, el que quiera vivir con el alma en un hilo, que se venga aquí.
El cólera, los barbos corrompidos, Panamá, una temperatura constante de diez grados bajo cero, bombas de dinamita, y... un viajecillo a la frontera.
Bien que esta última ganga, es un «reservado» de periodistas y corresponsales extranjeros.
¡Dichoso Panamá; lo que nos va costando!
Figúrese usted, lector, que es corresponsal extranjero. Pues verá usted la que le espera.
Empieza usted por desayunarse con la lectura de una docena de periódicos, cada uno de los cuales dice lo que mejor le parece, y desmiente en la segunda plana lo que dijo en la primera. En la hipótesis (poco probable) de que se libre usted de una congestión cerebral, sale usted a la calle con la cabeza como un bombo, y, se echa usted por ahí «a maniobrar en lo insondable». Sabe usted que habrá un escándalo en el Senado, y que es muy posible que en el Congreso un señor diputado dé unas bofetadas a otro señor diputado. Sabe usted, además, que el juez Franqueville tomará declaraciones, que han de ser muy graves, y que la vista del proceso será interesantísima. Le cuentan a usted que se han efectuado otras prisiones, cuya exactitud necesita usted confirmar en la Prefectura, y cuando usted piensa en si acudirá primero a éste o a otro siniestro, se entera de que en la calle tal se encontró una bomba, que no se sabe si contiene dinamita o si es peor menealla...
Usted, a horcajadas en París, lo ve todo, lo huele todo. Sale usted del Senado, terminada la grita correspondiente, y llega al Congreso en el instante mismo en que Rouvier levanta el airado puño para atizarle a Bernis, y usted sale otra vez disparado con dirección al Palacio de Justicia. Se oye poco, se ve menos. Activos corresponsales de pie los unos sobre las espaldas de los otros, forman, en lo recóndito de un pasillo, una especie de racimo, urja escalera de carne. El que está más alto oye y cuenta. Sí, llegan rumores... Lesseps dice horrores a Baihaut; Blondin y Cottu gritan como energúmenos... ¡Grave, muy grave!... Pero no hay que detenerse. Hay que ir a la vista del proceso, a la Puefectura, a la calle en donde se encontró la bomba, a Mazas, ¡a la guillotina!; y cuando regresa usted a su casa, con la lengua fuera, le aguardan otra docenita de periódicos, con diez ediciones de cada uno...
En fin, ya telegrafió usted. La una de la madrugada. Toma usted el camino de su casa, pisando hielos, sube usted a un quinto piso, y... poco después ronca usted tranquilamente.
Pero a las ocho en punto de la mañana le despiertan unos grandes golpes en la puerta, y usted, medio dormido, cree que está en discusión parlamentaria con Rouvier. Despierto ya del todo, piensa usted que debe ser muy tarde, y que la persona que llama es la portera con la correspondiente jarra de leche. En zapatillas, embozado en la manta, sale usted. Los golpes arrecian, abre usted la puerta, y en vez de la portera tropieza usted al comisario Clement, con dos gendarmes, que le echan mano al pescuezo.
-¿Cómo? ¿Por qué?
-Porque es usted partidario de la Triple Alianza.
-¿Yo? Si dijera usted del triple anis, ¡puede! Pero ¡de la Triple Alianza! A mí, ¿qué me importa eso?
-No hay caso. Usted transmitió noticias que dio el Sr. Sikirrikliqui.
-¿Sikirrikliqui?¡Si no le he oído nombrar nunca! Ea, basta ya de bromas...
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¡Bromas! En el primer tren, que resulta ser de mercancías, sale usted facturado en el furgón, y no para hasta la frontera.
Desde allí, si no tiene usted dinero sigue a pie el viaje a su pueblo; y allá en España excomulgan a usted los periódicos, diciendo: -¿Pa qué se metió?...
¡Todo por la Tríplice y Sikirrikliqui!
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[[Categoría:Huellas literarias]]
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Huellas: 35
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2022-08-12T00:43:17Z
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{{encabe
|título=[[Huellas literarias]]<br> Paisaje
|autor=Luis Bonafoux
|sección=
}}
Acabábamos de comer en La Pesca Milagrosa, así llamada porque los peces, cautivos en balsas, salen coleando del río para entrar en la sartén. Desde la espaciosa galería, de par en par abierta, por entre hojas de vid y macetas de flores, veíanse aún los islotes que recorta el Sena, las siluetas, borrosas ya, del pintoresco caserío de Meudon; y de trecho en trecho, entre el tupido follaje de tal casa campestre, suspendida como un nido, o de tal restaurant con entrada en forma de embudo, vestido de ramajes, brillaba una luz alumbrando la caída de la tarde en el fondo del río.
Me levanté para despedirme de mi compañero de mesa.
-¿Cómo? ¿Tan pronto?
-Sí: porque hay mucho camino hasta la estación de Lyón. Voy a ver a Dodds, que llegará a las diez y cincuenta y siete minutos.
-Pues ¡hala! También voy yo.
Y salimos pitando en un vaporcillo fanfarrón, cuyos borbotones de espuma amenazaban con tragarse los islotes, el caserío, el paisaje todo con sus verdes lomas de campo fresco e independiente...
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Como murmullo de monstruosa ola abortada por cataclismo geológico, llegaba a Marsella, extendiéndose por los boulevards, el ruido de la fama del vencedor de Dahomey.
La pasión política, que todo lo analiza y diseca, murmuró que el triunfo se atestiguaría mejor que con el escabel, traído como botín de guerra, del tosco trono de Belianzin, con el mismo Behanzin, que hubiera sido capturado para exhibirlo en jaula como otro Toussain Louverture; y que no valía la pena de haber vertido tanta sangre, y gastado veinte millones de francos, para recoger, en suma, como trofeos de la victoria, unos bastones con dioses pintarrajeados, un mono, y una negrita que da miedo con su vaporosa bata de seda azul.
Pero la inmensa mayoría del público aclamaba al vencedor, y el vencedor estaba allí, resquebrajado el semblante, enrojecidos los ojos, con la fisonomía tristona que se adquiere en la letárgica tierra de Dahomey, bajo la sombra pérfida que proyectan los árboles, de entre los cuales surge, produciendo escalofríos, el azarante sit sit del pájaro invisible, al pie de los pantanos, orillados con siniestras sonrisas de socarrones reptiles, que con lágrimas en los ojos y con los colmillos de fuera, esperan riendo la hora de matar...
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-¡Viva el general Dodds!
-¡Viva el VENCEDOR!
-¡Vivaaaa!...
Salido de todos los labios vibró en el anchuroso andén, ganó las afueras de la estación extendiéndose por todas las calles vecinas; en tanto que el victorioso caudillo era arrebatado triunfalmente por la multitud clamorosa.
Vimos entonces una cosa singular, que no estaba en el programa. Vimos una señora, de porte humilde, con un sombrerillo de paja ordinaria, ir de un lado a otro, desorientada, confusa, medrosa, preguntando a voces ¿Dónde, dónde se ha ido?... exclamando otras: ¡Dodds!¡Dodds!
La ovación se lo había robado. Por verle y abrazarle antes que nadie, hizo un penoso viaje a Marsella. Llegó, y la encerraron en la Prefectura, como si hubiera cometido un delito, como si el gran vencedor pudiera ser para ella otra cosa que su hombre; y allí tuvo que esperar pacientemente el desfile del mundo oficial, las ceremonias de ordenanza, el interminable vocerío de los vivas; allí, en un rincón, modesta y sola, ella que había pensado en él, durante la ausencia, por todos aquellos desconocidos que le aclamaban, y que en aquel momento hubiera dado a su general por su cadete de antaño, cuya posesión no le disputaba nadie y que no soñaba con más gloria que con la gloria de amarla, en el balcón, en la calle, en misa, en todas partes, al amor de la lumbre en invierno y a través de los campos floridos durante las breves tardes de la primavera amorosa. Y aquí, en París, cuando no había tenido tiempo de decirle nada, se lo quitaban también, porque ella no era mujer de mundo, sino aldeana que venía del campo a vitorearlo en silencio, con su sombrerillo de paja -¡y esa prensa parisiense, tan galante, que no suplicaba, sin embargo, que se lo dejaran a solas un momento!...
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De Le Temps:
«En el ministerio de Marina se efectuará mañana, en honor del general Dodds, un almuerzo de catorce cubiertos. La señora de Dodds, muy fatigada, no asistirá.»
-¿Sabe usted lo que pienso -observó mi amigo.- ¡Que más feliz que de generala estaba de coronela esa señora!
-Pues ¡esa es la gloria! No vayamos a Dahomey, amigo mío; no capturemos a Behanzín, ni cojamos monos, ni negritas con batas azules. Bebamos buen vino Borgoña y merendemos pescadillas en La Pesca Milagrosa!...
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[[Categoría:Huellas literarias]]
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Huellas: 36
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2022-08-12T00:44:40Z
Kwamikagami
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{{encabe
|título=[[Huellas literarias]]<br>Los matones
|autor=Luis Bonafoux
|sección=
}}
Alejandro, empleado en LA DISCUSIÓN, es un mulato inteligente, discreto y leal. Vive de su trabajo honrado, cumple con su familia y con la sociedad, y procura identificarse moralmente con el periódico que le da el pan de cada día. Sin embargo, no es popular. Porque no ha apaleado a su padre, ni ha mancillado su hogar, ni ha muerto a nadie en un duelito. Pero, a pesar de estas deficiencias, se le quiere y se le estima.
Alejandro, amigo de los redactores de LA DISCUSIÓN, nos entera cariñosamente de los elogios y de las censuras que se nos dirigen.
Cada vez que un periódico de la Habana me dispensa el honor de aplaudirme en cuanto literato, me lo cuenta Alejandro con cara de Pascua. Pero nunca como ayer retozó en sus labios la alegría del triunfo.
-¡Por fin!... ¡ya tiene usted lo que le faltaba! ¡una ristra de insultos!...
-¿Es posible, Alejandro? ¿Quién me los hace?
-Un periódico que, en estos mismos días, -porque usted acaba de llegar de Madrid- le ha dirigido saludos y plácemes.
-No lo entiendo. ¿Será tal vez algún acreedor mío no presentido -como diría Fernández y González- que quiera sacarme el dinero?...
-El artículo no está firmado. Yo he tornado nota de los motes. Oiga usted.
«Maton (¿yo? ¡si no he asesinado a nadie!) ¡explotador! (¿de minas?) ¡perdonavidas literario! (ahí duele); tránsfuga de los intereses africanos (¡cielos! ¿seré caníbal a lo Jamerson?) enemigo de la humanidad (ese debe ser título venezolano, así como Gran Demócrata, Ilustre Americano etcétera); farsante sempiterno y vil gusano de fétida alcantarilla (o linfa Kock sempiterna de alcantarilla fétida de vil gusano... ¡pero qué tontos hizo Dios a los señores que escriben eso!) Jugador (de primera a los bolos); satírico fullero (¿qué más bombo? ¿o se toma el fullero por las hojas?), especie de podredumbre de hospital (otro titulito venezolano); antillano renegado (leyendo eso reniega cualquiera de todas las Américas); víbora, desdeñoso, puerco, mala persona, basura del arroyo (¡Dios me asista!) mono, Luigi Vampa (¡guardias, a esos!), escarabajo (¡barajo, no tanto escarbar, no tanto!)»
-Basta, Alejandro amigo, eso es una letanía sin ora pro nobis.
-¡Pero si no he acabado todavía!
-¿Qué dices, insensato?
-Le llaman a usted negrero.
-¡Yo, con negros!¡Así me lo hiciera bueno el periódico!
-También...
-¿Hay más rosario todavía?
-Sí, señor. Dicen que fue usted «Luis el republicano» y más tarde...
-¡Luis XVI! ¡y me guillotinaron!
-No, señor, no: Luis el cubano.
-Lo cual quiere decir que los cubanos no pueden ser republicanos, y que los republicanos no pueden ser cubanos. La cosa tiene gracia.
-Y también (¡socorro!) le dicen a usted hambriento.
-Pues mira tú, eso sí que tiene chiste. Porque si soy pobre, mal puedo ser explotador etcétera, etcétera. En esto de los negocios, la verdad es que tengo tan poco pesqui, que no se me ha ocurrido siquiera fundar un periódico dedicado al pillaje de honras, vidas y haciendas.
¡Y eso es un gran negocio!
-Usted: lo echa todo a bromas.
-No que no. Si yo mereciera esos hermosos calificativos, ¿tenía más, para ganar la vida, que echarme a García de los caminos, o a emborronador, sin sindéresis, de algún papel de mal vivir?
Yo soy quien soy, querido Alejandro. ¿He de enfadarme por que se le ocurra a Fulano, o a Zutano, calificarme de escarabajo? ¡Así lo fuera, para ocultarme y no ver las infamias humanas!...
Poco después de haber celebrado con Alejandro la anterior interview, y saboreado un coktail, medité seriamente.
Es indudable -me decía yo- que no he venido al mundo con el propósito de ejercer de homicida. No entra en mi carrera ni en mis sentimientos a la aspiración de ser matasiete. El matonismo alcohólico, cuyo origen se pierde en la penumbra de la edad del mamouth, resulta, en este momento de las luces, soberanamente ridículo. Un matón con el verdor de los epilépticos en el rostro, duro el entrecejo, fiera la mirada; con la tizona chorreando sangre en la mano derecha y llevando en la izquierda la cabeza del muerto... «he aquí la cabeza de don Sisebuto, a quien maté: ¡recordadlo!» (Recordad en cambio a Girardin llorando sobre el cadáver de Carrell.) Un caballero así sería risible. En Inglaterra le pondrían a buen recaudo en una casa de Orates. En España le matarían a palos los vecinos, y las autoridades harían la vista gorda!
Javier de Burgos lo ha dicho: los valientes y el buen vino duran poco. Los mismos valientes de oficio y beneficio tienen su jindama correspondiente, y se juntan para no estar solos y porque Dios los cría.
En el pueblo hay dos valientes... El uno soy yo con tantos muertos (y cuenta los nudos de una cuerda). -El otro es usted, ¡compadre! (y cuenta los nudos de la cuerda respectiva).
Pues bien: yo no tengo cuerdas de cráneos; tengo una pluma. -El calificativo de matón, (aunque sea literario), me encocora, porque el matón -ha dicho Víctor Hugo- es una variedad del asesino.
El mundo de los matones de oficio no es el mundo de los periodistas; es el de los ratas y chulos de plantilla. No conocen a la sociedad. La sociedad no les conoce tampoco. Si se acercan a ella, la sociedad llama en su auxilio a la Guardia Civil, o a la pareja de orden público; y las autoridades, cuyo primer deber es velar por la vida y la honra del ciudadano, se ponen de parte y al lado del hombre digno que se halló en la triste necesidad de repeler brutalmente el atentado de una partida de facinerosos.
No; yo no soy de esa calaña, y lo digo con pesadumbre, convencido como estoy de que en este planeta podrido viste y atemoriza el hombre que tuvo la desventura de matar a otro. -Vázquez Varela fue popular entre los ñáñigos cuando se le tuvo por parricida. Hoy, absuelto libremente, apenas se llama Pepe.
En el mundo del periodismo, al cual pertenezco con honra, he tenido, merced a rozamientos políticos y literarios, alguno que otro disturbio de índole personal. Recuerdo a este propósito que el 6 de septiembre de 1884 publicó El Progreso, que era entonces el periódico de más circulación de la villa y corte, un acta suscrita por dos amigos míos dando por terminada una gestión que les encomendé; y copio del acta, un párrafo final... «En vista de lo cual, los abajo firmados dan por terminadas sus gestiones para llevar a cabo el lance de honor que exigió nuestro representado, Sr. Bonafoux, y en cumplimiento de nuestro cometido libramos esta acta en Madrid a 3 de septiembre de 1884.»
Y yo celebré sinceramente dicho resultado; puesto que con aquel acto no pretendí ejercer de matón, ni tampoco exhibirme vana y criminalmente, sino producirme como hombre digno que se halla en el estrecho de pedir reparación a quien, por ser caballero, y tener honor que guardar, está en condiciones de entenderse con otro caballero.
No he pretendido imponerme a nadie, y, caso de pretenderlo, procuraría hacerlo por la fuerza de la inteligencia.
He ahí, en síntesis, la historia de mi pasado, que es garantía de mi porvenir; y a mis difamadores gratuitos les recuerdo estas palabras de Lanjuinais: «Aunque amontonéis ofensas sobre ofensas, calumnias sobre calumnias, y os montéis sobre todas ellas, nunca llegaréis a ser tan grandes como mi desprecio.»
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Y oye, Alejandro, tráeme otro cocktail.
Habana -Enero 1891
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[[Categoría:Huellas literarias]]
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Huellas: 37
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2022-08-12T00:45:13Z
Kwamikagami
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text/x-wiki
{{encabe
|título=[[Huellas literarias]]<br> A través de París
|autor=Luis Bonafoux
|sección=
}}
-¿Tiene usted bastante con medio litro?
-Sí; y ahora voy a hacer fuegos artificiales.
Y la señora Schloegel salió de la tienda de ultramarinos con una botella de petróleo.
La señora Schloegel es una mujer de pelo en pecho -insolente, atrabiliaria, brutal- todo lo contrario de su marido, que era un bendito, «carne de cañón» (en el cual hacía presa todos los días la irascible compañera); tan papanatas de suyo, que hizo a su madre esta confesión: «Anoche quiso matarme mi mujer. La sorprendí en el momento de incendiarme la cama. La he perdonado, porque me ha dicho que no lo volverá a hacer.»
Segura de que no había de pasarle nada, la mujer Schloegel era una hiena que se cebaba en el despojo de un marido que no tenía voluntad propia.
Acababan de comer, y, como de costumbre, la señora Schloegel propinó a su esposo el consabido postre de insultos y arañazos. El buen hombre resolvió acallar la tempestad metiéndose en la cama... Estaba en camisa cuando su mujer le echó encima el petróleo de la botella y lo incendió aplicándole el candil de la cocina. Luego se fue tranquilamente a su cuarto, dejando al esposo entre llamas, ardiendo en vida. No podía escapar porque el cerrojo estaba echado; pero en medio de su agonía acertó a descorrerlo y salió a la escalera.
Los vecinos vieron entonces un espectáculo tan extraño como horrible. Un hombre envuelto en llamas, con la cara incendiada y los ojos saltados, corría escalera abajo como un loco de atar, prorrumpiendo en alaridos de muerte.
Al día siguiente murió, en el Hospital Saint-Denis, el desventurado Schloegel; pero pudo decir señalando a su mujer:
-Ella me quemó... Ella me mata.
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La condenaron a trabajos forzados por toda la vida, porque hizo admirablemente el papel de embustera.
Pérfida como la onda, ha dicho Shakespeare.¡Schloegel como la onda!, podría decirse.
Si es cierto, según afirma un escritor italiano, que no es Lombroso (y vaya la salvedad, por si se sospechare que tengo el propósito de dedicarme a las latas psicológicas), si es realmente exacto que la mujer se defiende victoriosamente con las lágrimas, las uñas, los síncopes y la lengua, hay que graduar de doctora a la señora Schloegel. No la tomó un síncope, porque es de pasta fiera; pero ¡qué modo de esgrimir la lengua!... ¡qué uñazas las que sacó contra los testigos que hicieron declaraciones que no la convenían!...
-¡Y qué manera de derramar lágrimas por el difunto!... No eran ojos los suyos, sino mangas de riego. El tribunal estuvo a punto de perecer inundado. La concurrencia cree que la señora Schloegel está acéfala, porque no se la ve la cabeza. Parece una serpiente que duerme...
La señora ha improvisado con un pañuelo una especie de toquilla, del fondo de la cual arranca un jipío que parte los corazones.
-¿Cantará malagueñas? -pregunta un espectador, español.
El presidente, que no es de mantequilla de Soria, ordena y manda que la quiten el trapo a la acusada. Ya se la ve; fea como un demonio y repulsiva además.
-No es cierto que yo matara a mi pobre marido. ¡Yo le quería tanto!
-Vuestro marido os acusó.
-¡Ah! ¡Mi pobre marido! Si la borrachera que tomó le hizo acusarme, yo le perdono de todo corazón. En mi gran desgracia ¡ay de mí! no guardo rencor. ¡Soy misericordiosa!...
Vuestra suegra os acusa también.
Yo la respeto..., porque respeto el dolor de la madre del único hombre que he amado. (Lágrimas y jipío.) Creedme: soy honrada. Yo adoraba a mi marido como a las niñas de mis ojos (sic). Yo estaba muy enamorada de él...
Madame Schloegel dejó en el tribunal y en el auditorio una penosísima impresión de asco. Porque hay algo más terrible que quemar vivo a un marido:¡llorarle y... perdonarle!
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Hay un señor conde que se ha propuesto mejorar el tipo del enamorado platónico, que describió Guy de Maupasant en un cuento. El señor conde se ha enamorado de la reina Natalia, más que por su palmito, por los pesares de su existencia. Es un idilio a regia distancia.
Fue en Fontainebleau donde el señor conde vio «por vez primera» a la reina, muy pálida, muy melancólica, de blanco vestida. El señor conde -habla Le Matin- «tuvo quizás una corazonada, como las de los héroes de otros tiempos, y juró en aquel mismo instante provocar en Servia un movimiento popular que restituyera la reina al trono de sus mayores.» -¡Una reina tan bonita y desgraciada, vestida de blanco!...
Desgraciadamente, ya D. Quijote se fue de Grecia, y el señor conde, que no tiene pelo de tonto -según asegura el indicado periódico- varió de acuerdo para dedicarse a amar en silencio a la dama de sus pensamientos...
De regreso de un largo viaje, «que hizo con el objeto de que le olvidaran todos.» -yo inclusive, aunque no tenía la menor noticia de la aventura- el señor conde ha renunciado honores, placeres, fortuna, amigos, todo lo que constituyó antaño su hermosa existencia, y vive a la orilla del río, como una rana. Es sensible, porque París es muy húmedo, y podría el señor conde atrapar un reuma. Pero él vive a gusto así, en un modestísimo alojamiento, que ha transformado en museo, Retratos de Natalia, periódicos que hablan de Natalia, biografías de Natalia, libros escritos por Natalia, y otra porción de objetos cuya enumeración sería larga y fastidiosa. El señor conde los ha rotulado, y provisto de un catálogo los enseña a las personas que van a visitarle.
Hay algo más peligroso todavía. El señor conde «está escribiendo la historia de sus secretos e infructuosos amores».
«Ha terminado ya -añade Le Matin- dos volúmenes que se publicarán algún día.»
Sentiré no saber cuándo, para escaparme por algún tiempo de París. Porque si puede pasar una columna de amores infructuosos y secretos, lo que es dos volúmenes sobre el mismo tema, y quizás en verso, no me cogen a mí de bobo.
No es que me queje de que «todo esté mal», como decía un personaje de Voltaire, porque mejor es describir los amores infructuosos y secretos de un señor pálido con una reina pálida también y trajeada de blanco, que disertar sobre si conviene o no conviene a los gendarmes el uso de altas polainas en vez de los brodequines que gastan ahora «en mengua de su prestigio»: que así lo dice el Événement, como si el prestigio de una autoridad pudiera estar en los pies.
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¡Oh, la gloria!... Aurélien Scholl participa a sus compañeros en la prensa que descubrió en Vichy un descendiente del autor de Hamlet. Es verdad que la vida es un infierno para la mayoría de los literatos; pero los descendientes del genio recaban las mercedes que no le fueron otorgadas en vida. Un descendiente de Shakespeare tenía derecho a ser un emperador, un czar, algo estupendo; pero es mucho menos que todo eso el indígena descubierto, y no sé si civilizado, por Aurélien Scholl. [[William Shakespeare]], que así se llama, es un camarero de uno de los hoteles de Vichy. Será curioso el oír a un barbarote de los muchos cargados de dinero que van a aquel sitio balneario ¡Oye, Schakespeare, límpiame las botas!...
Cuando acaba de salir de Spezzia para New-York el monumento que costea, para la capital de la gran República, la colonia italiana del Norte americano, ganosa de ensalzar ¡Colón, discútese en París si fue o no fue Don Cristóbal el primero en estrenar los vírgenes bosques de «América inocente...»
No por nada -ya lo dicen los periódicos- no ciertamente con intención de rebajar a gloria de Colón, ni la gloria de España; pero... «consta que si el marino de Palos fue el primero en avisar oficialmente la existencia de un nuevo continente, no fue el primer europeo que le visitó.»
¿Es posible? ¡Sí, señor, es posible! La «virgen del mundo» había tenido relaciones con otros caballeros que no eran D. Cristóbal, muchos siglos antes de que él la declarara su atrevido pensamiento.
-¿Y cómo se ha sabido eso?
-¡Ah, mi amigo! Cosas de los sabios. Napoleón Ney descubrió en Boston un esqueleto con una espada. Era un esqueleto de cierta edad, muy bien conservado. Napoléon Ney le vio la dentadura... El esqueleto era de un caballero que se había paseado por allí un siglo antes del descubrimiento de Colón. Luego, el señor Napoleón estudió el esqueleto y la espada. Ambos chirimbolos pertenecían indudablemente a un caballero normando de los que fueron a la costa de Massachussets y «celebraron» con los indígenas algunas interviews...
Hizo más el sabio. Descubrió una tumba con la siguiente inscripción:
«Aquí yace Syasi, la rubia de la Islanda occidental, viuda de Koldr.»
En la tumba «había tres dientes», que fueron estudiados. Napoleón Ney falló que eran de la esposa de Koldr, y que Koldr había sido un jefe normando (tal vez el mismo del esqueleto con la espada en ristre).
Así las cosas, dice un periódico: «La gloria de marino genovés no pierde nada con restablecer la verdad de los hechos, a saber, que en esto, como en otras cosas, los franceses fueron los primeros.»
Lo que es a admirador de Francia habrá pocos que me ganen, cosa que no es de agradecer, porque Francia merece la admiración de Europa; pero no puedo aplaudir la labor del sabio que quiere escatimar gloria al genio que supo «ensanchar la cárcel de la tierra y alargar la cadena...»
¡Y todo por haberse encontrado un esqueleto, que sabe Dios si será de un mamouth, con una espada que tal vez sea un colmillo de Koldr!...
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Querer entrar en la Academia es majadería, o, por lo menos, debilidad. Pero cuando un hombre se llama Zola, tiene derecho a ser majadero. El genio es débil.
Este gran Zola, misántropo empedernido, despreciador de las humanas pompas, ¿qué se propone con ser colega de Freycinet? ¿Estudiar «el medio ambiente»? ¿Hacer lo que [[Benito Pérez Galdós|Galdós]] cuando quiso y consiguió rivalizar con los diputados de la mayoría? Sería triste, ciertamente, porque no vale la pena.
El cerebro más fuerte de Francia, como literato, ha sido derrotado otra vez en el hipódromo académico. Otra espera. Por ahora no podrá Zola almorzar con el presidente de la República, ni vestirse de saltamontes. Mentira parece que un Zola, todo un Zola, esté tan preocupado con la idea de tener, como los personajes de un sainete madrileño, un par de botitas de raso verde.
No estaban para él. Se las pone, por ahora, el vencedor, Ernest Lavisse, que ha escrito los Orígenes de la monarquía prusiana, Estudios sobre la historia de Prusia, Tres emperadores de Alemania, Fundación de la Universidad de Berlín, Juventud del gran Federico, etc. No es una historia de los Rougon; pero, en fin, es una aleluya de Federicos, interesante quizás.
No puedo asegurarlo. Me ocurre con las obras de Lavisse lo que a Lavisse con las obras de su antecesor, Jurien de la Gravière. M. Lavisse confiesa que ha leído muy poco de M. de la Gravière; pero, promete que se dará prisa en leer todo lo que ha escrito. No me atrevo a prometer lo mismo respecto de las obras de M. Lavisse. Creo de él, sin embargo, lo que él cree de M. de la Gravière, aunque no lo ha estudiado: que sus libros están escritos «en una lengua sencilla y precisa».
El nuevo académico ha hecho otro elogio del académico difunto. «Sobre todo, este hombre hizo muy buena vida, una vida admirable.»
Es como si se elogiara a Lavisse por la sentimental escena de familia que hubo con motivo de la elección académica.
Al volver a su casa, con derecho a vestirse de verde, Ernest Lavisse se entregó a las más gratas expansiones:
Il embrasse sa femme, souriant, fort calme en apparence.
Y dos señoritas saliéronle al encuentro gritando:
-«¡Bravo, tío»
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Quiero más a Baudelaire que a Zola, porque se despreciaba más a sí mismo. Por eso, es decir, por el melancólico desdén que le inspiraba el éxito literario, sin excluir al de su propia personalidad, es más simpático que Balzac cuando quería competir como gran hombre con Napoleón, Cuvier y O'Connell, y alardeaba de llevar en su cabeza toda la sociedad en que vivió. Baudelaire no se excluía al mofarse y abominar de todo: empezaba por él mismo. ¡Gran talento! Comprendía que era un componente de la mentecatería universal, una nota más de la gran chirigota del género humano. Tomar a broma a los demás y tomarse en serio a sí mismo, es sencillamente tonto.
Aunque no fuera más que por haberse burlado en vida de que le levantaran después de muerto una estatua, merecía Baudelaire la que se le erigirá en honor de sus obras y en homenaje al temperamento del escritor «inquieto, revoltoso, independiente, de un humorismo que tenía algo de anárquico». Después de todo, nadie como él saboreó lo que ha llamado Jules Vallés la vida injusta...
Por supuesto, que si Baudelaire se enterara del horror que van a hacer con él, si supiera que le amenaza una estatua, pediría, para «amenizar el acto», que le pusieran en grupo con Juana Duval, su Laura de carbón de piedra, su Venus negra, más que un tito, traída por él del Indostán, sin sospechar que le perseguiría y ridiculizaría graznando amores en París. ¡Oh divorcio eterno del espíritu y la materia! ¡Baudelaire, el gran Baudelaire, viviendo maritalmente con una etíope burrísima y nauseabunda, que tenía mataduras como una yegua arestinosa!
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Diré a ustedes: como gustarme, no me gusta el Maître d'armes, estrenado anoche en la Porte Saint-Martin, original de Jules Mary y Georges Grisier, en cinco actos y nueve cuadros. El crítico de Le Journal dice que la obra es un melodrama (un dramón de Novedades) que se salva porque...
Ahora se lo diré a ustedes. El Maître d'armes, con música, sería algo así como... un Anillo de hierro...
Ha gustado mucho, muchísimo, porque el público se asemeja en el teatro a las mujeres de rompe y rasga a todas partes. Si va V. a las Ventas de merienda con una chula y de postre le da usted con un canto de la Eneida, se expondrá usted a quedarse sin chula, o a que ésta le tome el pelo. Pero si hace usted el Rata primero, y se da tres pataítas, o se las da a ella, todo irá bien. El mayor enemigo del público será aquel autor que le haga pensar más. El público aplaudió y seguirá aplaudiendo las escenas del bautismo de la barca salvavidas, la tempestad con sus correspondientes truenos y relámpagos, la oración por los náufragos, los duelos caballerescos y el acto de Catalina cuando dice a su prometido esposo: «Hay en mi vida una gran vergüenza que no puedo compartir con un hombre honrado como lo es usted...¡Soy madre!»
El público, emocionado, saca los pañuelos, porque empieza el llanto, y luego, al salir a la calle, va diciendo a unos y otros: -Voilà du bon thêatre.
¡Voilá! Sí, es interesante, conmovedor, un dramón pasional, de capa y espada, romántico; sí, no hay duda, es posible divertirse con tales escenas son morales, agradables, etcétera.
El gendarme Bozzi, sentenciado a sufrir la pena de ocho años de trabajos forzados, no es un gendarme de melodrama a lo Maître d'armes, pero muy interesante en la clase de tropa. Bozzi se casó por segunda vez, en vida de su primera esposa, con una señora Lamary, a quien despojó de 15.000 francos y una porción de alhajas, porque -habla Bozzi- «cuando un hombre y una mujer están enamorados, la bolsa es común».
De la bigamia se disculpa también el distinguido e ilustrado Bozzi. «Culpa de la sangre, señor presidente. No lo puedo remediar, amo a todas las mujeres; y madame Lamary me entusiasmó al delirio.»
En aquel instante mismo se presenta la primera, mujer de Bozzi, y éste rectifica en seguida su ardorosa declaración: -«...Sí, me entusiasmó, pero no tanto como tú, ángel mío, como tú (dirigiéndose a ella), querida esposa, única mujer a quien quise, y quiero de veras. ¡No me mires así, inolvidable Paca, que me recuerdas las dulces expansiones de nuestro idilio!...
A un gendarme así no se le debe echar a presidio se le debe mandar a Cuba con un buen empleo.
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Algunos discursos hechos, algunas coronas de flores de trapo, media docena de poesías vulgares y varios comercios iluminados en Batignolles; a eso se redujo la fiesta, «pobre fiesta sin entusiasmo y sin ruido», por el Centenario del 10 de Agosto y la glorificación de Dantón, ¿han oído ustedes bien? ¡Dantón! aquel ciudadano que hizo por este mismo tiempo, hace un siglo, tantos y tan valiosos beneficios a la patria y la libertad, y que recomendó al morir que enseñaran su cabeza al pueblo, «porque valía la pena.»
Pocas naciones saben, tan bien como Francia, honrar la memoria de los muertos insignes. Dígalo, sino, la tumba de Napoleón, el Panteón de los grandes hombres, etcétera. París guarda, como oro en paño, las más insignificantes reliquias de los políticos que trabajaron por el exaltamiento de la República, así como también las de todos los ciudadanos que se distinguieron por algún concepto. No es una ciudad; es un museo histórico.
¿Cómo se explica, pues, esa falta de entusiasmo ante la estatua de Dantón? Porque están calientes, a mi juicio, las cenizas de la fiera... Es peligrosa aún la beatificación política de revolucionarios, como Dantón, que fueron temperamentos pasionalísimos en la historia de la Humanidad. Hizo falta que se excedieran, es cierto, pero pecaron por carta de más, y dan miedo todavía.
Allá, por la montaña de Santander, fue muerto un oso, de gran tamaño, por un cazador famoso en aquellos montes; y, como no había de echárselo a cuestas, llamó, para que lo arrastraran, a unos mozos del pueblo más próximo al sitio de la cacería. El oso, patas arriba, hacía una facha atroz; una bala certera habíale atravesado el corazón. Llegan los mozos, se cercioran de que está bien muerto, y le echan mano... ¡Y miren ustedes por dónde se le ocurre el animalito soltar un... bufido! Escaparon los aldeanos, perdiendo el derrière-train, como almas que lleva el diablo, y no hubo modo de conseguirlos. El oso estaría muerto; ¡pero bufaba!
-Dantón bufa todavía.
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Huellas: 38
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|título=[[Huellas literarias]]<br>Ravachol
|autor=Luis Bonafoux
|sección=
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«La región comprendida entre Roanne y Saint-Etienne -dice Varennes- no puede menos de estar poblada de anarquistas. La Naturaleza despierta repentinamente en el viajero una idea de desorden revolucionario...; tranquila hasta allí, aparece de pronto provocativa, atormentada, casi feroz. El horizonte no se destaca suavemente. Las agudas crestas de las montañas la encierran en un enorme hervidero de la tierra, sacudida por los volcanes. El paisaje es sombrío, casi negro, como la bandera de la miseria. Se ausculta allí una vida penosa, dura, llena de sufrimientos; y se explican los odios terribles...»
Aquella naturaleza engendró a Ravachol.
¡Ravachol! ¿Era un mito, un Souveraine de la dinamita parisiense? Durante el bombardeo sordo de las casas de París, la prensa decía diariamente: «Monsieur Gorón cree que el autor es Ravachol. «¿Y qué importancia tenía que fuera o no Ravachol? Lo que importaba e importa averiguar es si cada uno de los anarquistas es un Ravachol en el duelo a muerte entre obreros y burgueses. Lo que importaba menos, en el combate que riñeron aristócratas y burgueses a fines del pasado siglo, era Maral, aquel neurópata que fue una necesidad trágica. Se le tuvo por fantasma durante mucho tiempo. La presencia real y efectiva de aquel «ciudadano» asombró a las distinguidas personas que le vieron en un sarao del general Dumouriez. ¿Conque era cierto que vivía un energúmeno de carne y hueso que se llamaba Marat? Pues... a suprimirlo, siguiendo el sistema del médico que suprimió la sábana del enfermo para cortarle la calentura. Pero la calentura no estaba en la sábana, ni la fiebre revolucionaria estaba exclusivamente en El Amigo del Pueblo, cuya sangre no enmoheció, por cierto, el tajo de la guillotina.
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Saint-Étienne 10 de Julio. -El Sr. Deibler entró en el hotel y comió con sus ayudantes en una sala reservada. La comida ha durado largo tiempo...
Montbrison 10 de Julio (11 noche). -Animación muy grande en los cafés. Se canta, se baila y se discute a voces...
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Ravachol al jefe de la guardia. -«Decid al ábate que no quiero recibirle. No me sirven sus exhortaciones. Ya le he dicho que no creo en nada. ¡Que me deje, pues, tranquilo!»
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Ravachol al mismo jefe. «Lo único que siento es no haber podido escribir largamente a mis compañeros. Pero ellos saben que muero por la buena causa y que no he demostrado ninguna debilidad. Se verá ahora cómo muere un anarquista.»
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Como una serpiente pisoteada. La gran figura del anarquismo no era un hombre; era una fiera. Con cien mil Ravacholes podría un nuevo Napoleón pasearse victoriosamente por toda Europa.
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El cura palidece; Deibler, todo emocionado, está más blanco que un papel; los ayudantes tiemblan; la multitud contiene la respiración...; del fondo del furgón, que avanza poco a poco, surge un cantar cancanesco, un cantar de Saint-Etienne, con nueva letra, que es una blasfemia contra Dios. La multitud prorrumpe en murmullos Ahí está, y viene cantando...
Aparece en la ventanilla del coche la cabeza brutalmente osada y altiva del formidable dinamitero.
La boca no ha podido ser tapada, y sigue cantando. El canto no es la Marsellesa de los Girondinos; es un cantar explosivo, cuyas notas han sido escritas con odio en el pentágrama de la anarquía. El inventor de una bomba de muerte es también inventor de un canto blasfemo. Aquello es horrible, pero se oye con recogimiento místico. Es la última canción de un Jesucristo explosivo.
Ravachol, fuera del furgón, quiere hablar.
-Ciudadanos... (Un redoble de tambores le corta la palabra.)
-¡Ciudadanos!...
Imposible. No hay modo de hacerse oír. Entonces se vuelve un energúmeno aquel hombre «aprisionado como un salchichón».
-¡Pero yo tengo algo que decir!... y contesta con una blasfemia a un nuevo redoble de tambores.
Hay que echarle en la báscula. Pero Ravachol lucha contra Deibler y sus ayudantes.
Aplastada por el número cae la cabeza bajo el tajo de la guillotina, que corta, al herirla de muerte, la última sílaba de un viva a la Revolte...
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Se creyó que concluía, muerto Ravachol, la fiebre anarquista. Había, pues, que cogerlo; hacía falta suprimirlo. Deciarose urgente la discusión del dictamen de la Comisión de la Cámara francesa, que impone la pena de muerte al que deposite materias explosivas en la vía pública o en el interior de los edificios; y quedose para otro día la discusión de los medios conducentes a suavizar las condiciones del duelo a muerte entre los que tienen lleno el vientre y los que lo tienen vacío; entre los que viven cortando el cupón y los que agonizan sin derecho al trabajo, es decir, a vivir... Y el funeral de Ravachol fue... el desastre de la calle Bons Enfants...
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El Hôtel Carnavalet ha adquirido, por un precio muy subido, la mesa del restaurant Very donde comía Ravachol y en la cual grabose su retrato. Si Ravachol hubiera dinamitado en nombre de la iglesia, en vez de dinamitar en nombre de la anarquía, claro está que la mesa, transformada al andar del tiempo en santuario o altar milagroso, veríase de continuo cubierta de preces y monedas, y los retratos de Ravachol y demás compañeros tendrían unas aureolitas y estas inscripciones a guisa de señas para el año cristiano:
San Ravachol, dinamitero y mártir. -San Meunier, jorobado y mártir. -Santa Bricou, virgen y mártir.
Porque la cuestión es acertar, esto es, no adelantarse ni atrasarse, y caso de tener que optar por uno de los dos extremos, echarse atrás mejor que adelante morir en el circo romano por el Dios que negó Renán, en vez de morir en la plaza de la Roquette por el Dios Krapotkine!...
No soy anarquista, porque no soy nada, por la sencilla razón de que entiendo que no vale la pena; pero creo firmemente que va a llover mucha dinamita. Prefiero el nihilismo ruso que mataba frente a frente a los czares y poderosos, al nihilismo francés que vuela por equivocación a los pobres de la tierra. Pero, de un modo o de otro, ¡va a llover mucha dinamita! Y después del diluvio de fuego, no habrá un Schouppe que escriba estas quejas que encierran un dolor insolente:
«He sufrido mucho, he luchado demasiado contra la selva virgen, contra las aguas, contra la crueldad de los animales y sobre todo contra la crueldad de los hombres, y tengo el corazón encallecido en las miserias, en las tristezas pasadas, en luchas horribles de las que no se tiene idea en el mundo parisiense...»
Y es que para muchos desheredados a lo Schouppe, París no es más que una Morgue, la odiosa gruta en donde se petrifican con estalactitas de sangre y lágrimas los negros infortunios.
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«Algo nuevo se prepara -ha dicho Aurélien Scholl; -se siente, se ve. No hace mucho calificábame yo de generoso cuando daba de limosna un cuarto. Hoy, cuando le entrego dos reales o una peseta a un mendigo, me avergüenzo de darle tan poco a cuenta de lo que le debo.»
Se siente, sí, la proximidad de algo nuevo, y se vislumbran, al través de la negrura del statu quo, los primeros relámpagos de una atmósfera social que está a punto de dar un estallido... Una sombra de muerte corre por el boulevard, empañando la alegría de vivir, y el bienestar de los hombres ricos y las mujeres livianas se perturba al anunciarse un nuevo complot, o un periódico acusador, cuyos vendedores, no sé si escogidos adrede, llevan marcada en sus fisonomías la mueca del patíbulo. Ya no se gusta la dicha como cosa conquistada y propia; se la roe en secreto, de prisa y corriendo, como si fuera producto del crimen. No se respira libremente; no se vive en paz. Los guardianes del orden público son despedidos por los caseros; al «ejecutor de la justicia» le ponen los trastos en la calle; cuando una persona va a alquilar el piso de una casa en donde vive un representante de la ley, la portera cree que tiene la obligación de avisarle que vive allí un señor peligroso; el pueblo se revuelve frenético, como fiera castigada largo tiempo, y, si se le censura tal o cual atentado, se encoge de hombros, contesta una insolencia brutal, o dice, enseñando el cuerpo de Jerónimo Guerin, muerto de hambre en un rincón de la calle des Écoles: «Somos los vengadores de esta gran infamia». Al robo se le llama «expropiación»; al asesinato premeditado se le bautiza con el nombre de «procedimiento por los hechos»; sobre la báscula se alardea, con fatalismo oriental, de morir resignado y contento; argúyese que los atentados se inspiran en las obras de los Dostoievsky, Tolstoi, Krapotkine, Zola, y que las bombas de la dinamita se han encendido en las columnas de la prensa periódica: adviértese, con la arrogante severidad de un Catón, que no ha de quedar piedra sobre piedra de la sociedad moderna, y los dinamiteros vocean en los tribunales que están dispuestos a perder la vida antes que consentir en levantarse para hablar a los magistrados, porque el estar de pie delante de un magistrado sentado, es una conculcación de la soñada igualdad.
¡Bueno va! Ravachol sigue vivo. Es, para sus discípulos, una cabeza parlante. Murió.¡Pero hay muertos que resucitan!
Por fortuna para España, se está allí libre de explosiones y Ravacholes. No hacen falta, porque la sociedad se cae a pedazos. Los cascotes de las calles del Carmen y Carrera de San Jerónimo y los hundimientos de los pueblos, son símbolos elocuentes.
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Huellas: 40
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2022-08-12T00:32:33Z
Kwamikagami
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|título=[[Huellas literarias]]<br>Renán
|autor=Luis Bonafoux
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No ha sido entierro; ha sido resurrección. El gobierno, la diplomacia, el ejército, las Academias, las Universidades, la prensa, todo el París de la inteligencia, representado por sabios que se exhiben de rara en raro; carros con coronas monumentales, bosques de flores y espigas, interminable hilera de carruajes, silencio y recogimiento del pueblo, y en medio de la procesión, cubierta con paños negros, la figura de Renán apacible, sonriente.
La iglesia de la Magdalena no cerró su ancha verja, y los parisienses se acomodaron bien presto en las espaciosas gradas del templo. De allí vengo; y allí estuve cuatro horas, esperando el entierro y viéndolo luego, a pie firme, y casi helado por un gris que me recordó el aire sutil del Guadarrama.
Una beata que se azoró, al salir del templo, ante tamaña explosión del racionalismo, preguntome toda compungida:
-¿Qué procesión es?... ¿Qué santo se celebra?
-¡San Renán, señora! Es la procesión de los que piensan.
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Declaro lealmente que no son de mi agrado las disquisiciones religiosas. Si quitamos a Renán la belleza literaria y la cultura de pensamiento, será un Tchau-Tchau, el autor de la Muerte o la religión del Diablo, que es la de Cristo, a juicio de aquel escritor chino. Por otra parte, me parece Renán, como racionalista, un... atrasado.
Declaro igualmente que no me enamora el temperamento de Renán, que fue la antítesis de Voltaire, digan lo que quieran los que le comparan con él; esto es, un racionalista manso, suaviter in modo, y en este punto, juzgándole con arreglo a la apacible crítica religiosa, me parece inferior a Strauss... Apunto estas ideas para que no se me tache de poco entusiasta de Renán filósofo, o, mejor aún, de Renán incrédulo, del Renán que, con todo su escepticismo, inspirábame ganas de decirle que ocultaba, debajo de la capa raída por la polilla filosófica, un buen cura... Y no digo más, porque el escritor y filósofo para quien «no ha tenido el mundo de las letras, después de la desaparición de Víctor Hugo, una pérdida más grande», continúa siendo para los acaparadores de la rutina religiosa lo que para el clero de Nápoles; el cual, cuando supo la noticia de que había llegado Renán a dicha ciudad, dispuso oraciones permanentes y rogativas en todos los templos, y que se tocara a vuelo las campanas «para echar al demonio del cuerpo del antecristo Renán», del pensador en cuya tumba se grabará por todo epitafio, y en cumplimiento de su voluntad postrera, estas solas palabras:
AMÓ LA VERDAD.
En el entierro no hubo discursos que lamentar... Es un consuelo para el muerto, si se entera. Cuando yo pensaba en ser grande hombre (hace ya mucho tiempo) preocupábame la idea de que me acompañaran, si moría en Puerto Rico, una porción de amigos con sombreros de paja, y que un orador fúnebre, de los que merecen alquilar sus servicios en la isla, me soltara un discurso; porque si hacen eso conmigo, o contra mí, ¡yo me salgo de la caja!
En la cuestión, a la orden del día, de si merecen o no merecen los restos de Renán ir al Panteón de los grandes hombres, me permito votar con Charles Laurent. Si han de llevarse allí, hágase para él y sus compañeros de filosofía y letras «un Panteón de segunda clase.»
Renán era un gran filósofo, aunque le precedió Hegel, como Becquer era un gran poeta, aunque tuvo de precursor a Heine. Pero los grandes filósofos y literatos no son de la madera de los grandes hombres en honor de los que se erigiera el Panteón.
Un periódico pide, en el delirio del entusiasmo, que lleven a la tumba de Napoleón los restos de Renán. ¡Qué atrocidad!
Renán, que era un filósofo pacifico, quitado de ruidos, doméstico en fin, se hallaría muy mal a la vera de aquel insigne energúmeno. Sería una crueldad obligarle a encerrarse con él en una misma habitación. Renán tendría mucho miedo, porque Napoleón fue de los hombres que, según una célebre frase de Fray Gerundio, «nacieron y estudiaron para matar»; y cuentan los Inválidos domiciliados en las cercanías del Panteón, que oyen allá dentro, a ciertas horas de la noche, un a modo de ruido de arrastre de cañones, y es que en la imaginación de los soldados de la patria, rudos y sencillos, hase guardado impresa la leyenda de aquel extraordinario neurópata que pasó la vida en un soplo... de metralla, arrastrándola desde las Tullerías hasta Berlín y Moscou; el cual «capitán del siglo», que no dejó más que escombros y rencores, paréceme un malhechor chasqueado de los que no encuentran un solo ochavo del pingüe tesoro con que soñaron cuando resolvieron robar y matar mucho... -¡Oh! ¡Los Napoleones, Cortés, Pizarros, Alejandros, Moltkes, los Césares todos, bonita canalla!
Pero, ya que la guerra es innata y perdurable en la humana especie, entiende Laurent que el primer hueco del Panteón debe llenarse con los restos del grande hombre que vengue los ultrajes inferidos a Francia; y yo me atrevo a añadir que no harán falta entonces proyectos de ley, que no habrá una sola voz que proteste, y si la hubiera... ¡las puertas del Panteón se abrirían por sí solas!
Se impondrá, eso sí, una medida preventiva: poner bajo llave a Napoleón primero... ¡para que no salga de noche a pelear con el otro!...
Puesto que Roma guarda en el Monte Pincio los bustos de una porción de italianos sobresalientes, y Londres conserva en la abadía de Westminster a Darwin, Livingstone, Dickens y otros ingleses ilustres en ciencias y artes, pide un cronista que lleven al Panteón no solo a Renán, sino también a Arago, Ampere, Lamartine, Balzac, Cuvier, Dupuytren, Berlioz, Hérold, Bizet, Gericault, Corot, Musset, Dumas, Gautier y... Luis Bonafoux. Sí, ¡que me lleven a mí! El cronista no lo dice, pero debería decirlo, por si falta gente, aunque yo he renunciado generosamente a la gloria. Porque la gloria en resumen, qué es? ¿Dormir al lado de Napoleón? Pues, francamente, no vale la pena.
Mucha gente se me antoja esa que quiere encerrar el cronista. De hacer lo que indica, habría que agrandar el Panteón; y, aun así y todo, los ciudadanos distinguidos llegarían a las bohardillas.
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[[Categoría:Huellas literarias]]
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Huellas: 41
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|título=[[Huellas literarias]]<br>Corridas en Francia
|autor=Luis Bonafoux
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Señores y señoras de extrangis que no seáis aficionados a las corridas de toros más o menos vacas nerviosas, con caballos o caballerías de servir en delantales de cuero, ¿tenéis más que no asistir a las corridas?... No parecerá tan atroz la salvajada, ni tan repugnante el espectáculo, cuando se ve, de regreso de las corridas, a muchas parisienses que exhiben, como si fueran reliquias, moñas y banderillas.
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No soy yo de los que creen, con la «inmensa mayoría» del público, que el número uno de los articulistas al día es en París Aurélien Scholl. Buena pluma es indudablemente; pero, lector, en París hay más, y aunque no soy quién para meterme a dar patentes de cronistas literarios, tengo a Scholl por inferior a Mirbeau... y a otros que, con tanto mosto de ingenio como Aurélien Scholl, no han tenido en sitio tan céntrico una tienda para exponer el vino... Por eso mismo de ser Aurélien Scholl un cronista excelente, no está bien que se le vaya la pluma al cielo en parrafitos de este jaez: -«Los españoles son bravos, fieros, de una lealtad a toda prueba, de una generosidad sin límites; pero (¡estos peros son los que revientan!) es preciso reconocer que la raza española es en la historia la raza más sanguinaria e inhumana. Por donde quiera que pasó un español corrió a torrentes la sangre y se hizo costumbre el ejercicio del tormento. Pizarro y Hernán Cortés en América, el duque de Alba en Flandes, la Inquisición en la Metrópoli, por todas partes el fuego, el hierro, el patíbulo, los miembros triturados, los hombres quemados vivos...»
¡Colocarnos tamaña avenga con la piadosa intención de evitar las corridas de vacas histéricas con caballerías nodrizas!
Es demasiado; y lo peor es que el caballero Scholl no nos cuenta nada nuevo. ¿Horrores de Pizarro y Cortés? Iguales los ha contado Heine con más gracia y causticidad, por supuesto. -¿Diabluras del duque de Alba en Flandes? Mayores han sido descriptas admirablemente por un crítico español, notable, -notabilísimo- Pompeyo Gener.
Pues bien; yo, que soy un mosquito literario comparado con esos señores, todo un cronista cínife, digo que semejantes censuras son tontas, son cursis, son grotescas. Además, son injustas. Porque en todas partes se cuecen personas; los grandes genios que se llaman César, Alejandro, Napoléon, Moltke, son unos carniceros con lujosos uniformes; y es tan crecida la plaga de bandoleros distinguidos, que se ha dado el caso de que un sabio francés, gran controversista de Lombroso, no haya podido cotejar cien criminales con cien hombres honrados, porque no pudo reunir el centenar de estos últimos.
Invoquemos, con el Sr. Fabre, a la virgen Juana de Arco (aunque no está en el calendario volteriano) ¡Virgen purísima, Estrella matutina, libra a Francia del «espectáculo nacional», límpiala de Caras Anchas y demás toreros, para que cesen las crónicas taurinas de los Scholl y Vervoort!...
Después de todo, Cara Ancha pagó una pesetilla por matar un bicho. ¡Veremos lo que paga el marqués de Morés por matar una persona!
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Se recordará -o podría recordarse- que el cronista Vervoort publicó un artículo terrible contra la incipiente afición francesa al «espectáculo nacional» en España; y, aunque parezca mentira, le contestaron los vecinos de Mont-de-Marsan... dando corridas «a la moda española», es decir, con caballos destripados y toros de muerte.
La protesta fue horrorosa. El presidente de la Sociedad protectora de bestias domesticadas, reclamó, en nombre de la ley Grammont, que se suprimiera tamaña iniquidad, y el señor prefecto des Landes escribió una epístola que no tenía fin. Allá, en el pueblo, reñían las opiniones de los principales personajes.
El alcalde: -«Se aplicará rigurosamente la ley Grammont, pero entiendo que se aplicará esta vez en su grado mínimo; porque los toreros han hecho maravillas y son encantadores...»
Lacroix, presidente del Sindicato de las corridas: -«Es un espectáculo popular, que forma parte integrante de las costumbres de nuestro país. Es, además, un espectáculo útil. ¡Dejádnoslo! Es menos inhumano que el tiro de pichón, las carreras de caballos, etcétera.»
El prefecto des Landes: -«Prohibí que entraran en la plaza los caballos que no estuvieran protegidos con delantales de cuero, y a pesar de la prohibición, temiendo yo que pudiese morir alguno, no asistí oficialmente al espectáculo, rompiendo así con la tradicional costumbre de ir a la plaza vestido de gran uniforme, escoltado por bomberos en trajes de lujo y precedido de bandas de músicas. El pueblo sintió mucho mi resolución. Asistí como particular a la corrida de toros, y pasé por la pena de ver reventados algunos caballos, a pesar de sus delantales de cuero. La pretensión de impedir la corridas es un sueño. Son una costumbre del pueblo.»
Jumel, diputado por Landes: -«Si se quiere prohibir las corridas 'a la moda de España', el pueblo se pondrá muy furioso. Habrá que lamentar muchas desgracias. Más vale que mueran reventados algunos caballos, que no algunos hombres; porque, lo repito, habrá la gran revolución.¡Dejadnos en paz con nuestras corridas! Cada pueblo tiene, sus costumbres...»
Y en Suavia -añadiría Heine- es donde mejor se hacen las morcillas.
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Cuenta un cronista que un caballero español le dijo, a propósito del espectáculo taurino, la siguiente frase: -«Os faltó, en vuestra resistencia contra los alemanes, el estar habituados a las corridas de toros. El pueblo español debe a ellas su victoria sobre Napoleón.»
Este recuerdo, que es de mucho mérito y de muchísima oportunidad, constituye una defensa habilísima... El cronista ha sabido herir la fibra sensible; porque en París se odia mucho a los toros, pero se odia más a los alemanes, y a trueque de vencerlos se haría torera toda la población.
Lo triste del caso es que, según cuenta el mismo cronista, no son toros, sino vacas bravas, los bichos de Mont-de-Marsan; y no vale la pena de discurrir y protestar tanto por unas corridas de vacas con caballos que gastan delantales de cuero, como si fueran criadas de servir, o curtidores de oficio.
Después de todo, los bichos hacen de las suyas, a pesar de los Scholl y Vervoort, y dan corridas espontáneas.
La de Ocourt ha sido estupenda. La población «en masa» puso los pies en polvorosa así que vio salir el bicho, o la bicha, puesto que pertenecía al sexo débil. Una vaca brava, que fue mordida por un perro hidrófobo, entró tranquilamente, al parecer, en la «culta» villa; pero se creció de pronto y lo primero que hizo fue entrar en la prefectura, por la escalera, como si fuera el prefecto en persona. Naturalmente, el prefecto, que contaba con todo menos con semejante visita, se vio obligado a tomar medidas extraordinarias, es decir, a descolgarse por la ventana como un acróbata de primera calidad. A la grita de los gendarmes, protestando contra tamaña profanación, salió la vaca escalera abajo y se codeó con unos cuantos transeúntes que se dieron por muertos echándose al suelo. El pánico fue indescriptible. Hubo un cierrapuertas general, y de lo alto de las casas se arrojaron contra la vaca pucheros de agua hirviendo, escobas y zorros. El animalito, cada vez más furioso, embistió a unos danzantes que volvían de un baile dominguero cantando el
::Ta-ra-ra-boum de ay
::Ta-ra-ra-boum de ay,
y de milagro no mató a ninguno. A las cinco de la tarde toda paz era Ocourt. El bicho había establecido sus reales en la plaza de la villa, inaugurando -en plena República- el reinado de la vaca regente. ¿Qué hacer? El prefecto, que suele tener ideas, recordó que vivía en un rincón del pueblo un zapatero español, llegado recientemente, y le ordenó y mandó que escabechara al bicho.
La decoración varió entonces como por arte de encantamiento. En los balcones y ventanas exhibiéronse las mozas crúas del pueblo, gritando ¡Jole! ¡Jole! y el prefecto, con todos sus adláteres, tomó asiento en el palco presidencial, ¿sea en el balcón de la prefectura, y soltó un brindis.
El zapatero, que no sabe el idioma, deseando entenderse con la vaca la llamaba ¡Vaquí! ¡Vaquí! y lesna en ristre se fue a ella y la despachó de un mete y saca, como de zapatero de viejo.
Palmas, joles, joles, y
Ta-ra-ra -boum de ay!
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Un periódico parisiense anuncia que Lagartijo ha sacrificado su coleta -la cual ¡atención! le bajaba de la nuca por toda la espalda- en aras de la salud pública, para que Dios se apiade de España, en donde «reina un cólera atroz».
Sería de sentir que Lagartijo hubiera sacrificado tan hermosa mata de pelo, porque el maestro puede ser útil a míster Gladstone si le ataca otra vaca en Hawarden. El telégrafo habrá anunciado a ustedes que el ilustre estadista estuvo a punto de morir del revolcón. Pero la culpa no fue de la vaca, sino de Mr. Gladstone, que «después de admirarla,» le hizo señas con un bastón.
Vamos, que quiso torear, y le ocurrió lo que le ocurriría a Lagartijo si se arrancara con un discurso sobre el home rule...
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[[Categoría:Huellas literarias]]
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2022-08-12T00:38:56Z
Kwamikagami
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{{encabe
|título=[[Huellas literarias]]<br>El señor Marqués
|autor=Luis Bonafoux
|sección=
}}
Tenía treinta y cuatro años de edad; madre y hermana que le adoraban y que han marcado con lágrimas el camino del entierro; brillantísimo porvenir en el ejército, que le enseñaba orgullosamente como diciendo: «Este es uno». Merecía morir por la revanche, luchando en pro de la gran aspiración nacional, a la cabeza de sus soldados en la frontera alemana; -y atravesado con arte por la espada de un duelista en estrecha sala de la Grande-Jatte, duerme el sueño de los que, como el periodista Massas, en 1882, y el pintor Dupuis, en 1888, se sacrificaron en aras de los humanos respetos de un público hipócrita...
La lucha duró escasamente tres segundos. El joven Mayer era muy valeroso; pero no se había batido y no conocía el manejo de la espada de combate. Se tiró a fondo... «Gracias a mi práctica en el terreno -escribe hoy el marqués de Morés- descubrí la táctica de mi adversario. Seguro de la estocada que iba a darle, yo le tiré, sin extenderme, un golpe, cuyas consecuencias han sido fatales... Lo declaro muy alto: contemplé a Mayer y moderé el ímpetu de mi espada. Al sentir que había penetrado el hierro lo detuve inmediatamente. Si no lo hubiera hecho, habría pasado de parte a parte al capitán Mayer. Yo siento mucho esta desgracia.»
Se moría. En el abatimiento de su semblante, en la tristeza de sus ojos, en el acento de su voz que caía como una arista rota, comprendí al punto -dice uno de los testigos- que la vida huía de aquel hombre que fue mi compañero.
El marqués de Morés se acercó al moribundo... te estrechó la mano... «Capitán, yo espero que eso no será cosa de cuidado.»
La espada, que le había atravesado el pulmón se detuvo en la columna vertebral... La detuvo el marqués, puesto que, no olvidarlo, él no quiso atravesar de parte a parte... Fue acto de caridad y prueba de culto a las buenas formas; porque, en Fin, una espada no debe ser un asador, ni un caballero merece ser tratado como un cochinillo.
{{c|🙝🙟}}
El marqués de Morés ha luchado... Estuvo trabajando en América. La labor no era propia de su elevada alcurnia, ni de su afición a las armas de la andante caballería. Todo un príncipe Krapotkine es cochero en Moscou. Todo un príncipe Soltikoff es carnicero en Petersburgo. Las princesas Galitzin y Dolgourouki cantan y bailan en conciertos públicos. El señor marqués de Morés se dedicó en Chicago al comercio de la carne de buey. Vencido por los comerciantes de aquella plaza, el señor marqués fue a la India; de la India pasó a Tonkín, y de regreso en Europa, derrotado y maltrecho, el señor marqués, que injuriaba y provocaba diariamente medio mundo, en artículos y folletos como el titulado Rotschild, Ravachol et C.ª, deplora hoy, según dice, la desgracia de haber matado al capitán Mayer, introduciéndole veinticinco centímetros de una de las espadas, de más de 100 gramos de peso, que usaba en sus ejercicios de la sala de armas...
Comprendo la pesadumbre del señor marqués. El capitán Mayer no tuvo parte en la infracción que cometiera el Sr. Cremicux-Foa; el capitán Mayer tenía imposibilitado el brazo derecho; el capitán Mayer dijo, presintiendo su fin, horas antes del duelo: «Esto terminará mal para mí... lo sé...» Comprendo la tristeza del señor marqués. ¡Me explico que palideciera cuando le dijo el presidente: El desgraciado capitán dejó caer la espada! Usted se le acercó mientras le sostenían; le tendió usted la mano, y el moribundo se la estrechó lealmente. (Sensación.)
Y después, el mismo presidente «El ministerio público dirá que usted quería el cadáver de un judío.»
¡Qué lástima, pensaría el señor marqués -cuya sincera pesadumbre soy el primero en reconocer- qué lástima que no hubiera podido, yo permanecer en Chicago dedicado al negocio de la carne de buey! Porque si aquel oficio no era propio de infanzones de pro, no resulta menos triste el oficio de matador de judíos.
Si no fueran nobles los sentimientos del señor marqués, el señor marqués podría estar satisfecho. Los más de los periódicos de hoy le describen físicamente: alto, fornido, «todo un buen mozo que lleva con cierta truhanería un bigote sedoso» La Libre Parole ha hecho más por el busto del señor marqués: le ha grabado en la primera plana. Muy parecido -observan los que le conocen- aunque un poco poetizado.
Algunas demi mondaines sonríen al ver el retrato, y exclaman cuchicheando: «-¡Su cabeza es hermosa...!» Si el señor marqués no estuviera quitado de ruidos, podría hacer algunas conquistas. Pero después de matar a un hombre, y de vender carne de buey en Chicago, el señor marqués no estará para nada.
Hay que tener lástima al señor marqués. Su apoteosis es fúnebre. Su paseo triunfal va a parar al cementerio, llevando en ristre un ensangrentado espadón de la Edad Media... ¡Pobre!... ¡Pobre!...
Ante la conciencia racional, el muerto no es Mayer, el muerto es el señor marqués... ¡Paz a sus restos!
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[[Categoría:Huellas literarias]]
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Huellas: 43
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2022-08-12T00:40:58Z
Kwamikagami
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{{encabe
|título=[[Huellas literarias]]<br>Interview con Norton
|autor=Luis Bonafoux
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En esta transformación de la tragedia más terrible a la comedia más baja y repugnante -como ha dicho lord Rosebery -o en este petit roman, según ha llamado sir Thomas Lister a la aventura política que acaba de correr la Cámara francesa, se le asigna un papel trágico-cómico al negro Alfredo Norton.
No he venido al mundo con la noble misión de defender hotentotes: pero, acostumbrado a ver en todas partes que el negro paga los vidrios rotos, no puedo menos de decir que Alfredo Norton no me parece tan fiero como lo pintan.
Como negro, es subido de color. La prensa no le ha descripto físicamente, porque... ¡vaya usted a describir un negro! Es un ejemplar, como otro cualquiera, como todos los negros, cuya cara no refleja emoción alguna. La edad no podría averiguarla el mismo Vargas, aunque anda por «aquellas apartadas regiones».
Cuando llegué a la casa número 89, de la calle Reuilly, domicilio de Norton, éste echaba la siesta en la hamaca.
Se sorprendió satisfactoriamente al oír que yo también soy de allá. Es muy posible que se hiciera la ilusión de que tengo algo de hotentote.
En seguida me dijo:
-Siéntese, y tome café.
¡Ah, diablo!... Recordé el tradicional bojío, donde se puede tomar impunemente el café prieto, sorbo a sorbo, sin oír hablar de Clemenceau, ni de nadie, sumergido el espíritu en el gran letargo de la Naturaleza.
{{c|🙝🙟}}
Es un negro catedrático, es decir, inteligente e ilustrado. Habla mucho, bien, y en varios idiomas. Fuerza será confesar, si resulta falsificador, que es más listo que los diputados franceses, puesto que, en tal caso, les engañó como si fuesen chinos... Pero Norton dijo anoche al juez Athalin:
-¡Miradme frente a frente, y decid si tengo yo cara de falsificador!
No tenía cara de nada. Su fisonomía es una mancha.
-¿Hace mucho tiempo que vive usted en París?
-No. Primero estuve en Marsella. Fui allí... cuanto hay que ser, desde tocador de güiro y vendedor de bateas de durse de coco, hasta fundador de una casa de comercio, que trabajó con escasa fortuna, y que quebró al fin, por lo cual intervino la justicia y como hacía falta meter alguno en la cárcel...
-Le metieron a usted.
-Sí, señor; porque «ellos son brancos y se entienden». ¡Ay mi Dios, quién fuera branco, aunque fuera Clemenceau!... En aquel lance perdí el dinero y la libertad. Luego vine a Paris, de agente de negocios; me casé...
-¿Contra quién?
-Ahí la tiene usted...
Buena francesa; blanca, rubia. A la vera de Norton, parecía un ramo de azahar sobre el cual trepara una cucaracha.
-Y usted, compadre Norton, ¿podría hacerme el favor de decirme qué pinta en las cuestiones internacionales con Egipto, Inglaterra, Servia, el principado de Mónaco, el Polo Norte, etcétera.
-Pinto, y no pinto. Fui yo quien dio los documentos; no por vengarme de Inglaterra, ni por armar camorra, sino porque se me habló de comprármelos, y yo los vendí...
-Como si fuera el durse de coco de una batea.
-Exacto.
-Pero esos papeles, ¿no son mojados?
-Le diré a usted. Secos y buenos los di yo. Si alguien los mojó, ¿los maleó, porque convino a su obra de destrucción política, ¿qué tiene que hacer en eso el negro Norton? Yo no puedo ni tengo que decir otra cosa, y no la diría aunque me tumbaran la cabeza. Negro soy, pero decente, mucho más que algunos bruncos que quieren tornarme la pasa.
Hablamos de otra cosa. Norton cantó, con acompañamiento de güiro, un tango sentimental, y leyó una poesía -escrita de su puño y letra,- alusión sangrienta, según me dijo, a Clemenceau y Derouléde, la cual poesía, traducida, empieza así:
<div class="verse">
<pre>
Pájaro malo
y José Cabulla,
en días pasados
tuvieron bulla;
si tú no sabes
por lo que fue,
no te lo digo
ni sé por qué.
Pero es lo cierto
que ellos bullaron,
porque en Marsella
me lo contaron...
y todo fue
por la mujer
que el perro Funo
quiso... coger.
</pre>
</div>
Al despedirme, me dijo cortésmente
-Cuando quiera, venga a sentarse y a tomar café.
Y pensaba yo en reincidir, pero supe que le habían metido en la cárcel.
¡Porque el caso era meter a alguien!...
{{c|🙝🙟}}
No es para negros el reinado de París. Rochefort burlose de Heredia, exministro, diciendo todos los días: -Siempre que paso por la Bastilla, y veo la estatua del negro con un reloj en la barriga, no puedo menos de recordar al Sr. Heredia...
Y refiriéndose al mismo Heredia, no hace muchos días, dijo La Libre Parole: -Continúa siendo negro...
El único a la altura de la situación, es Chocolat (natural de Cárdenas), que hizo el rey en el Noveau Cirque, con un manto parecido a una casulla, y una corona que se le balanceaba, en la cabeza.
Fuimos en comisión, algunos amigos, a vitorear al monarca. En aquel momento bajaba una escalera.
-¡Viva Chocolat!
-¡Viva su majestad!
-¡Olé, el rey!
Y él, mirándonos tristemente:
-¡Mejó etaba yo en Cuba, cará!...
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[[Categoría:Huellas literarias]]
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Huellas: 46
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2022-08-12T00:42:18Z
Kwamikagami
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text/x-wiki
{{encabe
|título=[[Huellas literarias]]<br>Exploraciones
|autor=Luis Bonafoux
|sección=
}}
Los negritos que llegaron a París en un cajón, facturados como mercancías, alcanzaron gran notoriedad; pero puede más que ellos la señorita S'Nabou, otra negrita de buen ver, princesa ella, que ha venido con Mr. Mizon, explorador francés.
Los periódicos están locos con esta negrita interesante. La dedican artículos de fondo, crónicas, sueltos, columnas enteras. ¡Diríase que viene de matar en duelo a Mr. Mizon!
¿Qué ha hecho, pues, esta insigne negrita para distinguirse así de las demás, oriundas de las Antillas francesas, que pasean el boulevard sin que nadie les haga caso, con los morros fruncidos, como si hubieran comido caimito, por el frío que experimentan en una temperatura de 28 grados sobre 0?
Lo primero que hizo mademoiselle fue... nacer princesa. Su papá es el rey, o punto menos, de una ciudad que se llama Igbobé. La negrita no es Iboba, sin embargo; quería correr una juerga en París y se agarró al primer viajero en aquellas «apartadas regiones».
El cual resultó ser un Sr. Mizon, atrevido explorador y buena persona. ¿Cómo había de negar la blanca mano a la virgen nubia de trece años de edad que, según dicen los periódicos, es bonita (aunque negra) y princesa además? Aceptó, pues, el atrevido pensamiento. Un explorador inglés habría hecho valer su influencia en la corte de Igbobé para copiar del natural una escena canibalesca, o de antropofagia. Pero el Sr. Mizon, como buen parisiense, tomó la negrita por lo serio. ¿Demoiselle y princesa, aunque bituminosa? Hay que inclinarse...
Pero la exploración no era tan fácil como parecía a primera vista. Hacía falta tramitarla, formar expediente, reunir en pleno el Consejo municipal, ante el cual comparecieron la doncella y el caballero.
-¿Es cierto -dice el rey dirigiéndose a su hija- que quieres fugarte con este explorador?
-Sí, papá. (Llanto.)
-Grave caso... ¿Qué opina Mi consejo?
-Vuestra majestad puede permitirlo -observa el Consejo municipal.- Si el señor blanco resultara un Tenorio, la princesa no perdería mayor cosa. Recordad, excelso soberano, que habéis consentido en vuestros dilatados dominios la práctica de la poligamia.
-¡Visto! -exclama el rey; y hablando con monsieur Mizon:- ¿Quiere usted llevarse a la princesa? Si lo consiente vuestra majestad...
-Por consentido; pero a condición de que me la devuelva usted, cuando regrese, en su mismo ser y estado.
La princesa. -¡Ay qué gusto, papá!
El rey (a sus lacayos): -¡Negros indignos, arreglad las maletas de los regios viajeros!
No respondo, a título de cronista veraz, de que fueran precisamente esos los términos del diálogo, pero me los figuro; porque también estuve en África, aunque no exploro. De lo que sí doy fe es de que la negrita está, como dice la prensa de hoy, en train de devenir une célébrité parisienne. A falta de princesas blancas, buenas son negritas.
Vestida elegantemente, con la indispensable blusa rusa que le está a maravilla -porque no tiene rival el regazo de la mujer de África- y aplaudida por inteligente, graciosa, encantadora, distinguida, etcétera, etcétera, mademoiselle «hará su camino» y el Sr. Mizon está fresco, quiero decir, que con razón afirman los periódicos que tiene une grosse responsabilité. Tanta; ¡tendría que ver que el caballero regresara a Igbobé con media docena de mulatitos!
En cuanto a que mademoiselle es bonita, que me perdone la crónica parisiense. A mí me ha parecido una negrita bembúa, «como otras muchas que a la par se ignoran...»
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Dahomey es una tumba anónima, y París ve con disgusto esa tumba. Buena parte de la prensa protesta contra esa campaña; la pluma volteriana no se atreve a decir que aquellos indígenas son unos monos sin rabos, que se fueron al monte por no pagar contribución; el lápiz no dibuja fácilmente al gran Dodds, fiera la mirada, agarrando del cuello a un negrito en cueros, que es Behanzin con sombrero de jipijapa. Porque son muchos los soldados que van a Dahomey; pero son pocos los que pueden contarlo, y los hay, entre los que regresan, que se mueren aquí del susto de haber estado en aquellas tierras.
De ellas ha vuelto el general Dodds en traje de vainqueur; y... la república, salida de madre, se tima bonitamente con el general.
¿Por qué? Porque los pueblos, como las mujeres livianas, necesitan y piden quien les siente la mano, y si Dodds no lo hace, como no lo hizo Boulanger, será sencillamente porque no quiere.
En tiempos de revuelta española, dijo alguien a D. Nicolás Estévanez: -Hace falta aquí un dictador. ¿Quiere usted serlo?
-No; porque soy sinceramente republicano.
¿Contestaría lo mismo el general Dodds? Pienso que no; y aunque me equivocara, que sí puedo equivocarme, porque no soy León XIII, no sería menos cierto que Francia pide un Dodds con mucha necesidad, y que París, la gran cocotte, se peina hace tiempo para Dodds, aunque éste no llega a la talla de un Martínez Campos de Dahomey. Ese frenesí popular no prueba más que una cosa: que Francia suspira por el verdadero vencedor que la vengue de los pasados ultrajes...
No es decir que Dodds sea tonto; pero, por Dios, no es para tanto.
Está la prensa asustada con «los recuerdos de la dura campaña».
Los cuales son, según ha dicho Le Matin, «unos bastones con dioses de Dahomey esculpidos artísticamente».
Y advierte con énfasis el mismo periódico; «...y un soldado de infantería trae entre los brazos un mono».
No, que había de traerlo entre las narices.
Ya es labor el traer un mono de Dahomey, pero un mono no prueba la rudeza de una campaña, o yo estoy loco.
Después de todo, los bastones y los monos podrían pasar; pero...
«...el soldado Appercé -añade Le Matin,- enseñaba con el dedo (dispensando el modo de enseñar) la ciudad de Marsella a una joven negrita, regalo de nuestro aliado, el rey Toffa, al general Dodds.»
Esa, la negrita regalada de propina, esa sí que no cuela.
La cual negrita «tiene catorce años, se llamaba Vomí Tando, pero el general la bautizó con el poético nombre de Mamí.»
¿Ma... qué? ¡Me escamo! ¿Y por qué ha de ser Mamí más poético que Vomí?
Mamí, Vomí Tando, o como quiera llamársela, «estaba (sigue Le Matin) en cueros, cuando iba a embarcarse; pero las religiosas le hicieron una bata de seda azul, flotante, que le está muy bien. «Sí, lo que es el azul, máxime si es flotante, se combina bien con el negro.
¡Oh prensa parisiense! ¡Oh negrita desgraciada! Ya están acabando con ella. Al verla en Marsella, preguntaron las señoras:
-¿Pica?... ¿Pica?...
Yo no lo sé; lo que sí sé es que el general Dodds, volviendo de allá como un explorador, me ha quitado la ilusión. Porque ahora, siempre que tenga que hablar del general, me acordaré primero de la negrita...
{{c|🙝🙟}}
Las exploraciones más o menos pacíficas, terminan, por fuerza, con la adquisición de una negrita, obligado gaje del oficio de explorador. Cuando estuve, -no en calidad de explorador, sino a título de persona,- a ver al Sultán de Tánger (o a que el Sultán de Tánger me viera a mí) recuerdo que me dijo aquel salvaje:
-Le regalo a usted esta negrita. ¡Llévesela usted!
A lo que contesté, después de examinarla al microscopio, sumamente indignado.
-¡Guarde usted eso, Sultán!
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[[Categoría:Huellas literarias]]
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Huellas: 47
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2022-08-12T00:43:46Z
Kwamikagami
51370
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|título=[[Huellas literarias]]<br>Rescriptos
|autor=Luis Bonafoux
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Son rescriptos de origen divino. Por el primero se hace saber al gobierno de Alsacia-Lorena, para que el gobierno entere a los vasallos, malandrines y demás follones, que se revocan las maniobras en Lorena, «porque el emperador, animado de sentimientos paternales por su pueblo, quiere evitar que afluya a un solo punto la multitud patriótica, con riesgo de la salud del pueblo». La cual orden, desbrozada del estilo pérfido en que se explican los señores de origen divino, quiere decir que el emperador tiene miedo al microbio, como lo prueba el hecho de haber ordenado la desinfección de la vajilla imperial, que fue enviada, para el servicio de S. M., al Casino militar de Metz.
Segundo rescripto. En cumplimiento de órdenes terminantes del emperador -participa la Norddeutsche- el gran mariscal de la corte ha dispuesto que esté en pie de día y de noche la segunda batería de artilleros de la guardia imperial, pronta a anunciar, con las salvas de ordenanza, el nacimiento del séptimo hijo de su majestad. Un aparato telegráfico, en comunicación con el cuarto de la parturienta, transmitirá al coronel de la guardia, en el instante mismo del suceso, la noticia de haber alumbrado la emperatriz. El primer cañonazo coincidirá con el primer grito que dé la criatura.
¡Qué precisión! ¡Qué disciplina! ¡Eso es lo que se llama llevar las grandes maniobras imperiales a la alcoba nupcial!...
Nuevos imperios, nuevos tratados de obstetricia imperial a la emperatriz se la obliga a parir a cañonazo limpio. ¡Pobre señora! ¡Amenazada de ver partir a su primogénito con rumbo a las regiones polares, y de ver al último de sus chiquitines atacado de alferecía a causa de un bombardeo prematuro!
Decididamente, la civilización está en mantillas.
{{c|🙝🙟}}
Y el emperador Guillermo está chiflado. A mí no me digan. Si a uno de ustedes, lectores, se le ocurriera la idea de enviar al polo un hijo chiquitín, cañonear a otro hijo, recién nacido, con un Krupli colocado frente a la habitación en donde pare la mamá, a mí no me digan, le llevaban a usted al manicomio de Leganés los vecinos del barrio.
Lo grave de esa monomanía militar es que expresa un sentido contrario al que informó la guerra de Alemania contra el emperador Napoleón, no contra Francia. «La victoria de Sedan -dice el periódico Vorwoerts, órgano de una bandería socialista de Alemania -fue el término natural de la espantosa y fratricida guerra que hizo presa en dos de las más grandes y cultas naciones de Europa, y era de esperar, después de la caída del imperio francés, una era de felicidad para los pueblos. Los acontecimientos tomaron un rumbo distinto. No guían al gobierno alemán la libertad y la paz; le guía la fuerza. Prisionero Napoleón y derrocado el imperio, continuó el combate. Su fin oculto era la conquista de Alsacia Lorena. La guerra contra el emperador se transformó en guerra contra el pueblo francés.
«De Sedán a París duró la lucha dos veces más que de la frontera a Sedán. La victoria que se obtuvo en aquel espantoso matadero no fue símbolo de paz para Alemania y el mundo, sino constante peligro de guerra. El Moloch del militarismo tomó formas gigantescas. De manera que Sedán inauguró para nosotros, los alemanes, no un período de bienestar, sino de esclavitud; excepciones humillantes, exclusivismos odiosos, empobrecimientos, tiranías, explotaciones y corrupciones. Sedán produjo a Bismarck. Para limpiar la basura de ese escombro, hace falta una generación. Celebren otros el aniversario de Sedán. Nosotros, alemanes también, no lo festejamos...»
Un inmenso aplauso de la prensa de París ha saludado las declaraciones del Vorwoerts. Son humanas, patrióticas y justas. Sobre la cúpula del edificio que levantara el rey Guillermo, no flota, no, la hermosa bandera que corona la cima de aquellas obras que tuvieron acabamiento sin llanto y sin sangre. En lo alto del moderno imperio alemán se vislumbra una bandera de muerte.
Es un error -he dicho en otra ocasión- confundir a los alemanes con el país de idólatras fundado en el siglo XII por los cruzados del Orden Tentónico. Los prusianos no son verdaderamente alemanes, ni querrían serlo, si no les conviniera. Mientras Alemania se enorgullece con Leibnitz, Hegel, Kant, Krause, Goethe, Meyerbeer, Schiller, etc., soldados vencedores en los campos de la ciencia y el arte, Prusia se entusiasma con los vencedores en Lowositz, Rosbach y Kunersdorf, con el obligado acompañamiento de gigantones que creó el rey Sargento; y en tanto que Alemania enseña con orgullo las heridas que le infirió en el pensamiento la Revolución francesa, Prusia venga agravios en nombre de los gigantones derrotados en Friedland y Jena, uncidos, con Federico Guillermo de arriero, al carro triunfal de un Bonaparte, y escoltados por hermosas rubias que humedecieron a Berlín con el Champagne del espíritu francés, que les infiltraron los borrachos de la guardia imperial... Y luego, a guisa de represalias, tropas prusianas son las que, de resultas de las conferencias de Pilnitz, se internan en Francia; tropas prusianas las que deciden el gran duelo de Waterloo; tropas prusianas las que pasan debajo del Arco del Triunfo, tropezando el letrero ¡Casa de fieras! con que marcara irónicamente a los invasores el peregrino ingenio parisiense. Desde el Rhin hasta la capital de Prusia, en la superficie de las aguas del río y sobre las colinas más altas, rastreante por las llanuras, en toda la tierra germana, se destaca ensangrentada y rígida la silueta del centinela prusiano, mientras beben los buenos alemanes vino espumoso y cerveza de Baviera.
No me extraña, pues, la protesta del periódico Vorwoerts. Porque no se alza sobre los muros de Sedán el trovador tudesco que canta a paz. Se alza Bismarck con su armadura férrea, y su enorme casco de punta acerada, mirando fieramente hacia París.
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[[Categoría:Huellas literarias]]
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Huellas: 48
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text/x-wiki
{{encabe
|título=[[Huellas literarias]]<br>La moda
|autor=Luis Bonafoux
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}}
Mientras llega el cólera vuelve a discutirse la eficacia de las inyecciones del doctor Haffine. El doctor dice que está seguro del resultado, porque ha hecho experimentos en cochinillos de la India. Pero un cochinillo, aunque sea de la India, no es generalmente una persona. La primera ejecución por la electricidad se creyó que sería instantánea, porque en Nueva York se había hecho el experimento en una vaca. Pero un hombre no es generalmente una vaca, y el reo pasó la pena negra antes de pasar a «mejor vida». Sin embargo, según Haffine, todo es cochinillo. Puede que lleve razón.
Como no es cosa de pasarse la vida filosofando sobre las inyecciones, el público acudió a divertirse en el salón de pinturas, cuya mayoría es un verdadero paso de risa. Claro que no falta algún que otro cuadro, como el de Robey de mérito excepcional, revelador, y una docena de pinturas excelentes; pero dada la barbaridad numérica de los cuadros expuestos, resulta que la Exposición no merece bien del arte. El público, por supuesto se divierte atrozmente, porque lo que menos le preocupa es el arte, y lo que le absorbe por completo es el lujo de los trajes femeninos y masculinos.
En una correría por una población remota, observé cierta noche, en la plaza de la villa, que unos señores, sentados en un banco debajo de frondoso árbol, prorrumpían en gritos y alaridos semejantes a los de los animales. Cuál de ellos imitaba al carnero, cuál otro al perro; éste bufaba como un toro, y aquél, después de darse unas palmaditas en el pecho, remedando el aleteo del gallo, exhalaba un agudo quiquiri-qui; y todos, eso sí, muy serios, graves y circunspectos.
Es claro que yo supuse que tal escena era cosa desusada, tal vez una broma, acaso un rapto del cura; y como conviene, al llegar a una población que no se conoce, enterarse de la clase y condición de las bestias y personas con quienes se ha de vivir en forzoso trato, reincidí en el paseo nocturno, y cuantas veces pasé por la plaza oí los mismos ladridos y rebuznos, iguales bufidos y quiquiriquís. Esa menagerie suelta -observé al dueño del hotel en que yo paraba,- será cosa accidental, con motivo de alguna fiesta, y compuesta, sin duda, por personas de baja estofa.
-No tal, me contestó tranquilamente. Todas son personas principales, lo mejorcito del pueblo. Mire usted: el que hace el borrico es un abogado, que fue dos veces diputado a Cortes; el que ladra como un perro rabioso no se dejaría ahorcar por un millón de duros; y el gallo es nada menos que el señor cura.
Creo desde entonces que son muchas las personas inferiores a las bestias; muchas más las que tienden irresistiblemente a rivalizar con los animales; y si, me quedara aún alguna duda, bastaría a disipármela la nueva moda del año 30, reformada.
La inclinación natural, intuitiva, de imitar a las bestias, ha adquirido todo su desarrollo con el gabán de pieles, que es el desideratum de las personas de viso; tanto, que algunas tienen como punto de partida de tal o cual hecho, al hacer tal o cual relato, la adquisición de dicha prenda.
He oído decir:
«Cuando murió mi madre, que fue por el mismo, tiempo que me compré el gabán de pieles, tuve que ir al pueblo para arreglar unos asuntillos.»
O bien:
«Eso pasó... dirá a usted, eso pasó en marzo... ¿En marzo? No, a principios de abril, porque recuerdo que fue para entonces que me compré el gabán de pieles.»
Si el gabán es bueno, y por lo tanto costoso, la metamorfosis animal no es tan grande; pero si el gabán es de poco más o menos, o de medio pelo, quien le lleva puede tener la satisfacción de que le confundan fácilmente con un búfalo, cuando no con un perro.
En este invierno, excepcionalmente cruo, apenas se distinguen las personas de las bestias. Hay que ver los vecinos pobres de los barrios extremos de París; hay que verles pasar de prisa y corriendo, cubiertos con pieles enteras de ciervos, corderos, perros de Terranova, deteniéndose a veces, en medio de un polvillo de ventisca, para que les acaricie la lengua de fuego de un brasero al aire libre. Pero no hay que ir a los boulevards exteriores; en pleno gran boulevard de la Magdalena encontré anoche a una señora, respetabilísima y distinguida, muy amiga mía, que me pareció de lejos una vaca.
Y es que, como dice el doctor Haffine, todo es cochinillo...
{{c|🙝🙟}}
En Madrid están sumamente preocupados con las boas erizadas que les llevan de París a las señoras madrileñas, y que le dan un susto a cualquiera. Al volver de una esquina se encuentra usted una mujer pequeña, fea y sumergida en una de esas boas con plumas de gallos o rabos de monos, y lo menos que se figura usted es que se le viene encima un perro de lanas extraordinario o un salvaje de las Pampas.
Nos civilizamos. Las comidas de nuestros principales restaurants parecen perfumes; las salsas saben a cosmético; los panecillos tienen forma de confites. Hay trajes femeninos tan vaporosos y pintarrajeados que semejan ropajes de guacamayos; batas de plumas de colibrí; abrigos de zorra...; y los españoles a la moda parecen cochinillos de la India en actitud de recibir las inyecciones Haffine.
Pero lo más gentil y bien élevé en París, sépanlo las madrileñas, es llevar, a guisa de pulsera, un lagarto, de goma; lagarto símbolo de los que gastaban algunas viejas cocottes de la novela Sapho... ¡y da mucho gusto el ver a las damas meneando el lagarto!
Nadie teme al otro lagarto, vencedor en Lowositz, Roshach, Kunersdorf, Sadowa, Gravelotte, París... lagarto monstruoso, con casco de hulano y botas de montar, que pasó escupiendo baba por debajo del Arco de Triunfo...
{{huellas}}
[[Categoría:Huellas literarias]]
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Huellas: 49
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2022-08-12T00:44:23Z
Kwamikagami
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{{encabe
|título=[[Huellas literarias]]<br>Edouard Drumont
|autor=Luis Bonafoux
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Los voceadores de la prensa lo gritan a mandíbula desquijarada mañana y tarde: -¡La Libre Parole, par Edouard Drumont! enseñando al mismo tiempo la primera plana donde se ha marcado con lápiz azul el artículo de Edouard Drumont.
No hay en París periódico más voceado que La Libre Parole. No hay nombre que suene más, de uno a otro confín de la ciudad, que el de Edouard Drumont. La Libre Parole es una bandera de exterminio. Edouard Drumont es un nombre de guerra.
Polemista ardiente, procaz, intencionado, astuto, tenaz -tenaz sobre todo- defensor antaño de los judíos, paladín novísimo de una especie de «guerra santa» contra la raza israelita, su fisonomía política es odiosa, porque sí, porque fue siempre ingrato, en el escenario político, el papel de resucitador de añejas instituciones y adormecidos rencores. Perseguir y matar judíos, como si fueran pájaros a pedradas, ¿en nombre de quién? ¡del Dios que les hizo execrables por recibir de sus manos la persecución y la muerte!... La grita de los judíos continuó como si tal cosa después de la crucifixión del Nazareno; el vocerío de La Libre Parole no se detuvo ante la fosa de Mayer... Al saber la noticia lloró Drumont como un hombre. Al día siguiente de la muerte volvió a gritar como un Pilatos.
Muy atrevido. Muy hábil. Se defiende hoy de haber difamado, «por dar a su artículo un toque de esprit.» Con el pretexto de que las prendas de los reyes son reliquias que no deben estar en manos de un Rothschild, defiende otro día, de un modo indirecto, el saqueo de los judíos. Hace hoy la semblanza de Voltaire con decir que fue un gran bribón «a quien no se puede negar cierto ingenio», y se atreve en seguida a defender la Inquisición, «que aseguró la grandeza y la independencia de España.» No se recata para decir que la Inquisición es el programa de su partido. «Si subimos, estableceremos un tribunal, que será exclusivamente laico, pero se asemejará mucho a la Inquisición española.»
¿En París y a fines del siglo? Drumont comprende que la frase amedrenta a los hombres civilizados. Pero... «sucederá con esta palabra -dice el polemista- lo mismo que con el calzado nuevo: hace daño al principio de llevarse, pero pronto se acostumbra uno a él.»
Increíble. ¡a la manera de Deibler, que se pasea por Valence, Montbrison, Caen, etcétera, con una guillotina ensangrentada, Drumont aspira a pasearse por París con un tribunal de la Inquisición!...
Cada uno de los artículos del batallador periodista tiene un pensamiento, una frase, una palabra, una chispa, en fin, que hiere y conmueve a sus adversarios. Cierran todos contra él y forman un nublado tempestuoso, que rompe furiosamente en sátiras e invectivas sobre la redacción de La Libre Parole. Cuando la tormenta se deshace y pasa, Drumont vuelve a sacar las uñas. Acaso le envanezca y fortifique la misma hostilidad de sus contrincantes; porque si no tuviera mucho talento, no concitaría tamañas explosiones de aceradas diatribas, algunas de las cuales tienen la agrura de la injusticia y la ponzoña de la calumnia. Si no tenéis enemigos -decía Ventura de la Vega- es prueba de que no servís para nada.
Los imbéciles pasan por el mundo como los topos por el campo.
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Personalmente, Edouard Drumont es repulsivo. Su fisonomía hirsuta, grotesca y enmarañada, parece una careta, amasada con todos los defectos físicos de la raza israelita, con dos grandes cristales que tapan unos ojos de serpiente afligida.
Pero, en fin, el hombre y el periodista, mientras más feo más hermoso.
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[[Categoría:Huellas literarias]]
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Huellas: 50
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2022-08-12T00:32:48Z
Kwamikagami
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{{encabe
|título=[[Huellas literarias]]<br>El centenario
|autor=Luis Bonafoux
|sección=
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En fin, con decir que presenciaron el desfile de los dos cortejos históricos un millón ochocientas mil personas, puede formarse idea, aunque aproximada, de lo que fue la fiesta de ayer. Cien mil espectadores había en la plaza de la Concordia. La multitud, que lo invadía todo, respetó el dolor de la estatua de Estrasburgo. No hizo falta que nadie la defendiera, porque ningún francés fue osado a profanar la inviolabilidad de aquel símbolo de un fragmento de la patria sangrienta. Sola, aislada, entre crespones y coronas fúnebres, contrastaba la estatua en aquella orgía de audaces regocijos. La multitud alardeó de circunspecta y respetuosa. No quiso manifestarse hostil a la Libre Parole, aunque este periódico protestó contra la celebración de la fiesta; no quisa tampoco responder al meeting proyectado en Saint-Ouen por los anarquistas. Derrochó, eso sí, el humor que le distingue tanto, a costa de las tres mil personas que formaron las comparsas: rió mucho cuando Voltaire y Rousseau fueron llamados a ocupar los asientos respectivos, y al oír decir a Montesquieu que llevaba zapatos Carlos IX porque le dolían mucho los callos. Un granuja hizo al autor del Espíritu de las leyes muecas horribles, que no lograron sacarle de su seriedad. Una chulilla, que también las hay en París, dijo al ver a Lafayette ¡Si se parece a mi suegro!
Un entusiasta por la Rosina del Barbero de Sevilla -la cual Rosina era una española de primera caliá- le gritó al paso: -¡Te comía!... Y la lindísima rubia Celestina Girard, que llevaba la palma en la cima del carro de la Concordia y de la Paz, recibió una ovación de besos a honesta distancia.
No hubo más, y los atentados del monstruo, como llaman los monárquicos a la plebe, se limitaron a protestas contra una señora aristocrática y perfumada (hasta cierto punto), que colocada detrás de una reja insultaba a los que la quitaban la perspectiva. -¡Bien estás enjaulada! -respondían los aludidos. ¡Hidrófoba! ¡Anda que te den morcilla!...
Los más sedientos de fiesta revolucionaria se dispersaron al caer de la tarde, entre los acordes de la Marsellesa, que iban poco a poco apagándose muriendo después de haber despertado y enardecido el gigantesco organismo de la metrópoli republicana.
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El cuerpo diplomático no asistió al Panteón; y las embajadas, exceptuando las de Inglaterra e Italia, se abstuvieron de iluminar sus casas. La española se significó con dejar a obscuras los dos mecheros de gas que alumbran de ordinario las puertas cocheras. Hay que dispensar a la embajada, porque está haciendo economías de petroleo y velas de sebo; pero el señor duque de Mandas que, como diplomático, no tiene otro prestigio que perder, está en el caso de conservar el prestigio de los faroles... y no puede salir de su casa diciendo al criado: apaga y vámonos.
La monárquica Inglaterra iluminó brillantemente su residencia en París. Ha cumplido una vez más su añeja teoría de respetarse a sí misma y respetar a los demás. Pall Mall Gazette dice a este propósito: -«Felicitamos a Francia porque tiene hoy, después de tantas dificultades, el gobierno republicano más serio que ha habido en Europa. Nosotros, los ingleses, no hemos hecho todavía la justicia que merece al pueblo francés, por el valor extraordinario con que ha sacudido los desastres de 1870 y 71 y por la energía con que ha rehabilitado la nación. Esta es la página más gloriosa de la historia contemporánea.»
Se significaron igualmente por la abstención la aristocracia del faubourg Saint-Germain y el clero, que ha conculcado la ley con el hecho de no poner banderas ni iluminaciones para celebrar una fiesta nacional; ese clero que recibe severas censuras del cardenal Richard, porque «pululan» los sacerdotes que ahorcan los hábitos por casarse con las feligresas, como lo han hecho el vicario de Saint-Ferdinand des Ternes, el de una importante parroquia parisiense, y el vicario de Saint-Maur, el cual se casó ha poco con una muchacha tan guapa como rica, marchándose a veranear al hotel que tiene ella en Varenne, aunque protestó la parroquia toda y el cardenal Richard quiso atajarles escribiéndole a él: «Mi querido niño... venid a verme... hablaremos.»
Marchaban, con arreglo al orden establecido, un pelotón de la guardia republicana; escolta de agentes; dragones del tiempo de Luis XV; carro de los Precursores de la Revolución, (Voltaire, Rousseau, Diderot, madame Goffrin y demás personajes), tirado por doce caballos con gualdrapas encarnadas; carro de la Marsellesa, símbolo de la Gloria que corona el busto de Rouget de Lisle, entre palmas, banderas y flores; Voluntarios de la República, que lucen tricornios de plumas rojas; Caballería de Valiny, con uniformes verdes y dormanes amarillos; carro de Chant du depart, monumento extraordinario, con la Victoria enseñando a los soldados el camino del triunfo, mientras el pueblo cantó las estrofas del himno de Chenier; seguía el Triunfo de la República, carro en forma de nave, en la que se embarcó un mundo; y, por último, cerrando la marcha el carro de la Concordia y de la Paz, que llevaba una representación de todas las clases sociales. ¡Procesión indescriptible! Al detenerse en las plazas de la Concordia, ópera y República, entre estruendo de armas y cantares bélicos, rodeada de un millón ochocientas mil personas que aplaudían y vitoreaban la República, me pareció que Voltaire y Rousseau se daban, sin que lo notara el público, un gran apretón de manos.
No quiero hacer el Loubet, ni el Challemel Lacour, ni el Floquet, ninguno de los cuales acertó en su discurso con la nota que sintetizara esa sinfonía wagneriana de un gran pueblo que avienta con orgullo las cenizas del pasado. Para describir la pluma el vértigo de ayer no hay más que un escritor en Europa: Zola. Y para describirlo de palabra no hay tampoco más que un orador en Europa: Castelar. La fiesta del Centenario habría sido completa si Castelar hubiera hablado en el Panteón y Zola hubiera escrito en la plaza de la Concordia.
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[[Categoría:Huellas literarias]]
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Huellas: 52
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2022-08-12T00:37:40Z
Kwamikagami
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{{encabe
|título=[[Huellas literarias]]<br>Crónica
|autor=Luis Bonafoux
|sección=
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París, la gran bacante, bañada en Champagne y coronada de rosas, ha llevado de la mano a sus lindas hijas, las demi-mondaines, a manejar airosamente el trapo de sus toilettes del Grand Prix sobre el musgo de los prados que verdean en la inmensa explanada.
Pero el Grand Prix pasó como una ráfaga de la alegría, porque París se sorbe los sucesos como el mar los granos de arena.
Cuando hice diariamente, durante medio año, una crónica para El Liberal, me decían los amigos: -No sabemos cómo se las arregla usted. ¡Ya usted a dejar los sesos en las cuartillas!
Y yo les declaraba, sin pizca de vanidad, que tal labor no suponía para mí mayor trabajo, porque raro fue el día que no me dio París asunto para una crónica.
Es una ciudad enferma, la gran neurótica del siglo, y de los enfermos no falta nunca algo que contar. De niño solía pasarme las tardes subido a un árbol del Cojobal de Guayama. Un gran silencio lo invadía todo; y yo, con curiosidad infantil, me preguntaba, sobre la copa del árbol, mirando las techumbres de la villa: -¿Cuándo querrá Dios que pase algo en este pueblo?
Todo varía, todo cansa; y siempre que requerido por el suceso diario, que nunca falta, salgo a la calle, -mal humorado a veces, enfermo otras, invadido hoy por la tristeza de un infortunio,- preguntome al pisar el asfalto del boulevard: -¿Cuándo querrá Dios que no pase nada en este pueblo?
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La extraordinaria calma del asesino de la muchacha alegre de la gare Saint-Lazare, nos tiene encantados.
¡Aquella tranquilidad para dar un pase a la portera, después de dar en la habitación de la muchacha un metisaca tan brillante!... ¡Aquel salir pausado por el patio sin hacer caso de los vecinos!...
Sería una lástima -decía anoche una cocotte respetable- que prendieran y guillotinaran a un joven así, tan elegante y pálido... Y si lo pillan, y hacen, la barbaridad de matarlo, encargaré un sombrero adornado con plumas del bigote del pobre joven, y unos guantes de su cutis...
Decididamente es una gran persona. En estas postrimerías del siglo, no hay como ser canalla en alguna de sus muchas manifestaciones.
El público pide sangre y exterminio. Desea, en el circo taurino, que el toro mate al torero y que el leopardo devore al domador de las fieras que se exhiben en el anfiteatro. Resulta tan hermoso el poder decir luego ¡yo lo vi!...
No lo olvido, aunque han pasado ya muchos años. Un hombre, armado con un hacha, penetró en el escenario del circo de Rivas. El portero trató de impedirle la entrada y fue muerto de un hachazo. «Venid a mí, gritaba el hombre del hacha, yo soy el vengador de la sociedad y os partiré la cabeza.» Aquel energúmeno estaba loco... No hacía falta decirlo, porque sólo un loco de remate, puede sentar plaza de vengador de esta sociedad...
Un piquete de la policía lo mató en nombre del orden.
Este incidente arremolinó frente al teatro a todo el Madrid elegante... y momentos después se precipitó en sus localidades un público de mujeres distinguidas y de caballeros atildados.
En el suelo había dos cadáveres; una charca de sangre, aún caliente, a la entrada del teatro; y miembros ensangrentados aparecían aquí y allá sobre la tierra húmeda... Entretanto, el público aplaudía la marcha húngara de Towalskv. Estaba emocionado y contento. Le divertía que un hombre loco hubiera matado a un hombre cuerdo, y le divertía más que muchos hombres cuerdos hubieran matado a un hombre loco.
Pues bien; oyendo los elogios que se dedican «al elegante joven» que degolló a la alegre muchacha, no puedo menos de exclamar con envidia: ¡Quién fuera él!... Porque si no es usted asesino, tendrá por fuerza que ser asesinado; -¡y debe de ser tan interesante, además, eso de dar un tajo a una señora!
Siento mucho el no tener vocación a la carrera, porque es la que alcanza todas las simpatías del romanticismo moderno. Desearla, por lo menos, poder transformarme modestamente en serpiente... Sarah Bernhardt se desmayó en Nueva York al saber que se habían muerto tres víboras de su colección, y cuando volvió en sí gozaba con acariciar la piel de aquellas Bonafouxes, como las llamaría El Globo...
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Me fastidia que el Sr. Carnot haya suspendido su proyectado viaje a Bretaña, para hacer el cual habíanle preparado el célebre wagón-salón de Napoleón III, inmenso y suntuoso carruaje guarnecido de cobre dorado y con forros de terciopelo verde. Yo lamento la demora, a el aplazamiento, porque soy de los invitados, entre los corresponsales extranjeros a acompañar a Su Majestad, digo, al señor presidente, en su viaje a tierra de bretones, y ya estaba yo entusiasmado con la idea de ir, a lo Napoleón, en un coche así, de terciopelo y oro, para lo cual pensaba estrenar una pava o sombrero de Panamá (sin cheque) que me regaló un señor de Puerto-Rico.
Porque el caso es distraerse, y aquí no pasa nada como no sea la noticia de que Baïhaut se trata a cuerpo de rey y que en el registro de la cárcel está calificado de «buen sujeto», o, como si dijéramos, todo un caballero. Yo estoy avergonzado de que no me dieran un cheque y resuelto a robarme el primer istmo que se me presente; todo para vivir bien y ser persona decente.
Con el criterio de las calificaciones en el registro de la cárcel, no extrañaría que hicieran caballero de la legión de honor al señor marido cuya joven y monísima esposa se fugó con un monsieur Tender y doce mil francos además. Después de haber gastado el dinero del marido, y de haber cumplido con su esposa los deberes de la luna de miel, el Sr. Tender, procediendo como un caballero, restituyó la bonita muchacha al domicilio conyugal.
Ignoro si el esposo le diría: -Merci, monsieur.
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El conflicto con Siam me tiene sumamente preocupado. Si la cuestión no fuera con Francia, me inspirarían lástima los siameses. Porque son chiquirritines, amarillentos, de un mirar contra el gobierno. No creen en un Dios; pero creen en un elefante. Comen arroz con palito, beben té, fuman mucho y se pasean tranquilamente, frente al palacio real, en una gran plaza que se parece, a la Puerta del Sol. ¡Excelentes sujetos!
Es claro que pagan caros los vidrios rotos; pero ¿qué se le va a hacer? ¡Si no comieran tanto arroz con palito!... ¡Si no pasearan tanto por la Puerta del Sol de su tierra!...
Es la eterna historia de la lucha entre los fuertes y los débiles. Francia es humanitaria, tanto como la que más de las naciones, o, según lord Dufferin, mucho más que todas; pero Francia no puede sustraerse a las tendencias de la especie humana, que vive en guerra perpetua. Son graciosísimos los pensadores que se quejan de que Darwin hiciera descender al hombre del mono. ¡Si son los monos quienes debieron demandar de injuria y calumnia a Darwin! Porque los monos, como los más de los animales, no se atacan los unos a los otros.
Además: Francia tiene, según advierten estos periódicos, una misión civilizadora en Siam. ¡Voilá! No es posible contrarrestar la vocación de civilizar. Por civilizar hemos llevado a los annamitas el tablado de la guillotina cuyo tajo funcionó ya sobre el cuello de un indígena asesino. Lo mejor del caso, es que se dice aquí, con la mayor seriedad, que aquellos bárbaros están «encantados» con la herramienta. ¡Que rapidez y qué limpieza en la ejecución! ¡Y qué asombro el de los salvajes! Les parece mentira que no sean ellos los autores de un aparato así. Lo contemplan cariñosamente, y dicen con tristeza no exenta de envidia: -¡Cosas de París!... Son el demonio esos extranjeros...
El reo estuvo muy bien; tanto, que echó un discurso: «He matado, luego merezco que me maten. Me entrego a la justicia de los hombres...» Y salió tranquilamente con dirección al tablado. Diríase que sus ojos -advierte un periódico- buscaban con fruición el mortal cuchillo.
La cosa no era para menos; y yo creo que los bárbaros concluirán por echar instancias pidiendo por Dios que les lleven guillotinas y que los maten enseguida.
No le da tan fuerte al judío Wolf Buschoff, que ha querido sustraerse a la acción de la policía después de degollar «en honor de Dios», un niñito de cinco años que vivía en Cléves (provincia rhinana). Es cómodo el hacer méritos para con la Providencia, dando tajos en un cuello ajeno.
El mundo al revés. Los annamitas ejercen de europeos guillotinando en las plazas públicas, y los europeos ejercen de annamitas inmolando criaturas en honor de Dios. -¡Bien reiría Voltaire si resucitara!
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Si España es el país de las anomalías, París es la capital. Las más vulgares preocupaciones, aun en materia religiosa, tienen aquí un arraigo muy grande. Martes y treces son días y fechas nefastos. Derramar un salero, es un horror; equivocar las prendas al vestirse, es seguro indicio de una desgracia espantosa. Algunos vecinos de la place Vendome no salen de sus casas sin hablar un rato con la estatua de Napoleón I. He visto a uno de ellos echándole un discurso con el sombrero en la mano derecha, cuyo brazo se alargaba y recogía como el de un diestro cuando brinda el toro.
-¿Qué hace este señor? -pregunté a un guardia.
-Saluda. Es un aficionado a las glorias de Francia.
A otro caballero le sorprendí hablando con el frontispicio de la iglesia de la Magdalena...
-¿Estará malo, verdad?
-No, señor. Es una persona muy razonable, que pertenece a la secta de los fieles que no salen de casa sin echar un párrafo con la primera iglesia que encuentran.
Estupendo. Aquí donde se enseñó el ateísmo por principios, se enseña actualmente la superstición como en las márgenes del Orinoco. Los literatos, con ser quien son, no están exentos de la epidemia. A Lemaitre, según cuenta la crónica, no le sale la crítica si no se estira los bigotes. La preocupación de Bornier es más terrible; Bornier no puede escribir si no se pasa por la cabeza una rasqueta. Goncourt abre tamaña boca y mueve las mandíbulas, cuando escribe, como si estuviera tragando. Zola grita lo que da a luz y el suplicio de Datidet es horrible; tiene que «sonreírse maliciosamente mientras trabaja», aunque esté escribiendo una tontería.
Se asegura que un sabio alemán ha descubierto que las heridas que recibe un hombre al salir del baño son menos graves que las mismas heridas recibidas por él sin haberse bañado. No crea el lector que esta afirmación es un anuncio de los baños del Niágara: es sencillamente una preocupación más... para los franceses. Hace falta -advierte un periódico- que las tropas se bañen antes de empezar las batallas.
Por mí, que se ahoguen, pero me parece ridículo que un general diga al adversario: -No podemos empezar todavía, compadre, porque mis soldados están en el baño. Y que Mr. Fédée hubiera contestado al anarquista «que le puso el puño sobre la nariz»: -Déjelo usted para luego; perdone usted..., no me he hecho aún la toilette.
(Es seguro que el pueblo del Dos de Mayo recabó la independencia sin remojarla en el Manzanares, porque
:«de los cuarenta para arriba
:no te mojes la barriga»).
¡Qué decir, en fin, de los periódicos que auguran al emperador alemán grandes desastres, porque encalló al ser botado al agua el nuevo buque Hohenzollern!...
Leyendo tales necedades puede uno hacerse la ilusión de que está en la India bajo la divinidad de Budha.
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Y nada más de París, porque el cólera me tiene sin cuidado después de decirme el Sr. Monod que no hay tal cólera aunque se muere la gente.
Salí de la entrevista tan complacido como consolado. Pero de noche, dormido profundamente, tuve una pesadilla odiosa. Soñé que soplaba sobre París un airazo seco, viento del desierto, que empujaba enormes nubes de polvo, las que se deshacían sobre la ciudad en caprichosa lluvia de insectos microscópicos, cuáles amarillos, cuáles verdes, todos contrahechos en forma de ancla. La plaga se extendía poco a poco, ganaba mi barrio, mi calle, la escalera de mi casa, la puerta de mi cuarto... Quise gritar, y no pude. Uno de aquellos insectos se me había atravesada en la garganta. Quise cobrar ánimos, me acerqué a un barrilito de ron, que gasto para beber por casa, y allí, como saliendo de la boca, estaba un microbio, seco, petrificado, a la manera del odio en el corazón del rencoroso, mirándome de hito en hito, y moviendo su colilla de color de cuero con forma de ancla...
¡Ah! Olvidaba un acontecimiento importante. En la calle Montmartre descubrí a un Sr. Bonafoux.
Me enteré por la portera y mi alegría subió de punto. Era una adquisición, un sastre. ¡Dios me depara este pariente! pensaba yo al subirla escalera. Pero mi decepción fue grande. El Sr. Bonafoux, de la rue Montmartre, me participó que no había tal parentesco; que no tenía noticia de mi familia, ni de mí tampoco. Era otro Bonafoux.
-Pero, en fin, si usted quisiera hacerme una levita a plazos, hasta que pase «la crisis que estamos atravesando...»
No hubo caso. Aquel francés no puede ser pariente mío. Tiene el corazón de roca.
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De Madrid me escriben que el cadete Rodríguez será indultado, pero... «a su tiempo». Ya dice el gobierno, por medio de La Correspondencia, que no se puede pretender que se declaren ineficaces las sentencias de los tribunales más altos. «Más altos», tribunales más altos, ¡qué tontería! Los tribunales más altos pueden equivocarse, y se equivocan frecuentemente, porque se componen de hombres con todas las miserias, defectos e ignorancias propias de la humana especie. ¿Infalibilidad? la del Papa, para quien la crea. Aquí, es decir, en el cementerio del Padre Lachaise, está Lesourque, en severo mausoleo, con un letrero que, dice -«Víctima del más grande de los errores humanos.» Sus señas personales coincidían con las del asesino del mayoral de una diligencia, en Lyón, y un tribunal alto, muy alto, condenó a muerte al buen Lesourque, ¡y Lesourque fue guillotinado delante del verdadero asesino!... ¡Qué lucha ésta más horrible contra la tradición, contra la frase hecha, contra lo vulgar y rutinario! «La inmensa mayoría de los hombres -ha dicho Larra- parecen cortados por un mismo patrón, ordinario a la rústica.» -Declarar infalible a un señor que tal vez esté chocheando, o con disentería crónica, o molesto porque la criada no le dijo que sí... ¡Ah! Dios eterno ¡qué peste humana!
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Como novedad ha habido en Madrid un chubasco fuerte, con acompañamiento de media docena de truenitos, de los que llaman allí tempestad o ciclón... ¡cosa de risa!
Sin embargo se sacó el Cristo.
Es bestial en el siglo de Franklin la siguiente noticia de La Correspondencia:
«En muchas casas se encendieron velas para conjurar los efectos de la tempestad.»
Eso... ¡en Madrid!
Estamos, pues, como en Guayama cuando yo, de niño, me ponía una falda de seda de mamá, para que no me partiera un rayo.
Y está Madrid lo mismo que el año 1631. Entonces, y en la plaza mayor, hubo un incendio terrible; y en vez de sacar agua para apagarlo, los madrileños sacaron... los Santos sacramentos de las parroquias de Santa Cruz, San Miguel y San Ginés, y una porción de vírgenes, como la de los Remedios y la de la Novena, y se decía misa en los balcones, donde colocaron ad hoc los altares necesarios, y el fuego duró tres días y seguiría aún si hubiera habido entonces más casas que quemar.
Otra novedad celeste es que en Madrid se vive pensando en la salud de León XIII, que ya no tiene facha de persona. Es una arista, un suspiro, una sombra intangible. Todavía come: sopas, legumbres y pescado. Tiene mucho miedo a las corrientes de aire, y cuando sale de una habitación a otra le llevan enfundado, en una especie de calcetín de lana, dentro de una silla de manos herméticamente cerrada. El hombre, a pesar de ser Papa, y de tener de asistente al Espíritu Santo, se cuida, sí, señor, se cuida.
En fin, que por España no pasan siglos ni revoluciones. Seguimos comiendo garbanzos, durmiendo, en cuevas que se llaman silos y se inundan todos los años para que perezcan unos centenares de brutos; encendemos velas para evitar los rayos y contribuimos al dinero de San Pedro, no se nos muera ¡el pobre!
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[[Categoría:Huellas literarias]]
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Huellas: 53
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|título=[[Huellas literarias]]<br>La tierra gallega
|autor=Luis Bonafoux
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La primera estación de Galicia, saliendo de Madrid camino de la Coruña, lleva el nombre del pueblecito que se llama Quereño. Un gallegote, rojizo y espaldado, la vocea con acento cariñoso: -¡Quereño!... ¡Quereño!... No parece sino que quiere advertirte, lector, que ya te están queriendo los de allí; que te querrán muchísimo en aquella tierra amorosa, bajo aquel cielo tristón: que te llevarás la gran vida arrullado por el mimoso dejo de las reales hembras gallegas...
¡Quereño!... ¡Quereño!... A partir de aquel pueblecito vas penetrando sin darte cuenta en el reinado del follaje. Como tibia oleada de primaveral verdura, el follaje se extiende mansamente por toda la tierra gallega, invade cariñoso el llano, escala intrépido la cumbre, baja lánguido y voluptuoso en forma de guirnalda que oculta las rinconadas del camino y adorna las riberas del arroyo, y aún le queda tela para vestir de gala el rústico muro de montaraz caserío...
Nada turba la perspectiva de aquella soledad como no sea la inesperada aparición de tal cual aldea, que hay que mirar con lentes, porque temerosa de las irrupciones de la civilización fue a esconderse en el fondo del valle, y vive allí tan tranquila e inexpugnable, entre muralla de flores, bayonetas de árboles y fosos del río. Nada altera la uniformidad de aquel color verde que viste a los campos, como no sea la roja falda de alguna campesina que mira con asombrados ojos, por entre las horquillas de un palo, la marcha rápida del tren. Todo allí es soñador, hermoso, joven. Juventud en la aldea, juventud en la villa, juventud arriba y abajo...
¡Quién fuera poeta para cantar la juventud de la naturaleza en el recóndito y umbroso hondo del valle gallego!
Pensaba yo si obraría con prudencia empuñando la zampoña y el tamboril o si, más acorde con mi cáscara amarga, bajaría con una címbara a los campos, cuando pasó un túnel el tren, y vi salir de entre las sombras del túnel una hilera de luces, que flotaban, al parecer, sobre un inmenso charco de agua.
Le conocí en el olor: saludé con cariño a mi viejo amigo, el mar, y di respetuosamente las buenas noches a la Coruña. Eran las once en punto.
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Galicia es lo mejor de España, o yo estoy atrozmente engallegado.
Para buena parte de las gentes madrileñas, todo gallego tiene por fuerza que ser aguador; toda gallega tiene sin remedio que ser Maritornes de seno monumental y caderas aplastadas en forma de batea, como si hubiesen sufrido una despampanadura. Allí -dicen las tales gentes- no se habla, sino se ladra un dialecto que echa pa atrás al más resignado oyente; y son las criaturas roñosas de cuerpo y roñosas de espíritu, a tal punto, que huyen del agua como gatos escaldados, y se matan por un ochavo padres e hijos. ¡Un embuste, una calumnia indigna!
Yo no atestigo con muertos. Ahí está, que no me dejará mentir, el ilustrado director del Diario de Avisos, de la Coruña. Ahí está también Emilio Bobadilla. Ante aquel bazar de mujeres -que las hay para todos los gustos, desde la moza garrida envuelta en ropaje carnal, fuerte y triunfante, hasta la mujer delicada, esbelta, soñadora, con pies de criolla y manos de rusa,- halagado por el trato de los gallegos, trato sencillo sin ser sandio, franco sin ser grosero, culto sin ser cortesano, solía decirme queriendo hiperbolizar el autor de Los Reflejos: -¡Esto es Cuba, compadre!
Con Fray Candil hacía yo excursiones a Pasaje. Iba cada cual en su correspondiente burro (dicho sea sin ofender), que trotaba desaforadamente por la pintoresca carretera. En Pasaje nos aguardaban Luis y Enrique Carnicero, tan conocidos de los periodistas madrileños. Son dos buenos amigos dignos de estudio. Aquél, sintiendo la nostalgia del terruño, tuvo la buena idea de sofocar sus aspiraciones científicas para enterrarse vivo en una aldea, Monelos, de la cual es médico; Enrique tomó también el buen acuerdo de dejar el birrete y la toga por unos bancos de ostras en Pasaje. Viven felices. Enterados del movimiento científico y literario de España, habiendo leído el último libro y el último artículo que hiciera ruido en la corte, Luis y Enrique Carnicero se desviven por cambiar impresiones con los periodistas madrileños. Allí, a orillas de la bahía, bajo primorosa techumbre de hojas de parra, viendo la entrada y salida de los barcos, y el aparecer y desaparecer de los trenes, los buenos hermanos Luis y Enrique Carnicero discurren con sus amigos alrededor de rústica meseta, en la cual ha comido mariscos, como si tal cosa, D. Emilio Castelar, y los comieron también, entre otros periodistas, el director de Las Dominicales y el eminente lobo de la prensa caribe, Escobar Laredo.
Apuradas algunas botellas de vinillo especial para ostras, se entabla amistosamente la conversación. Alguna vez se le va el santo al cielo al médico, que antaño galleó mucho y hogaño no olvida del todo sus pugilatos de ateneísta; mas vuelve en sí muy luego, y, despidiéndose cariñosamente, emprende la vuelta a Monelos apoyado en su grueso bastón de aldeano. Todavía se le alcanza a ver allá sobre la verdosa loma, mientras Enrique, quitándose el traje de calle para vestirse la blusa y calzarse los zuecos, sale a visitar en el banco a sus queridas ostras bajo los iris de tornasoladas aguas que se enturbian de raro en raro cuando las separara al pasar el escarabideas y negruzcas patas de algún cangrejo.
Entonces, en punto de las siete de la tarde, el escritor cubano y yo nos alejábamos de aquel regocijado sitio que viene a ser lo que La Chorrera en la Habana y Las Ventas en Madrid, y nos restituíamos al hotel Iberia.
El sol se había marchado ya con viento fresco. Una niebla transparente, a manera de finísimo encaje, envolvía poco a poco a la ciudad y le daba apariencias de hermosa gallega ataviada con mantilla blanca. El azul del mar convidaba a escudriñar la lejanía... -¡Sí, allá, muy lejos, en otro mundo, entre espirales de rabiosa espuma, y dormida a la sombra de los palmares por el suave aleteo de las gaviotas y el quejumbroso canto de los guajiros; allá, muy lejos, perdida acaso para siempre entre las brumas de la naturaleza y las brumas de la ausencia, está la patria pequeña, la patria querida, tanto más querida cuanto más injusta!... Pero la niebla, como avalancha de celajes, va ocultando también el horizonte. La Coruña, la hermosa gallega, se ha transformado en mora tapándose la cara. Todavía se le ve uno de los ojos, brillante e intenso, que es la farola. Los botes de la bahía, semejantes a carapachos de tortugas, se hunden apresuradamente en la sombra, que avanza siempre... A ratos aparecen aún, como clavados en el cielo, los palos de un buque y ennegrece la niebla con un chorro de humo una bocanada de vapor. La humedad cala los huesos, y de esa y de otras humedades gallegas brota ¡ay!, el bacillus de la tuberculosis. Apretamos el paso de nuestras cabalgaduras, reventándolas a palo limpio, y llegamos a la Coruña vitoreados por el rebuzno de un asno, el silbido de una locomotora y el adormecedor murmullo de una gaita: ¡Toda una marcha de Wagner!
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|título=[[Huellas literarias]]<br>Revista regia
|autor=Luis Bonafoux
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Su majestad la Reina salió de su cuidado. Ahora empieza el cuidado para la nación, que tendrá que pagar cinco mil y tanto duros diarios. Ya tiene el niño para ama.
Once días de vida tiene S. M. el Rey Alfonso, León, Fernando María, Santiago, Isidro, Pascual, etcétera, y ya le debe el país medio millón. ¡Angelito! Acaba de entrar en pañales, y tiene lo que no pudieron recabar muchos abuelos trabajando toda su vida.
Fijándose en el entusiasmo con motivo del bautizo del nene, no puede negarse que Madrid es muy monárquico.
La razón es muy sencilla: Madrid se divierte. El espectáculo de la República hace poca gracia; maldito el chiste que tiene Salmerón, paseando a pie por las calles y aforrado en un gabán de tricot parduzco.
En cambio, la Monarquía da risa y ocasión a que se esparzan los buenos vecinos de la villa y corte.
¿Que va el Rey a la salve? Escolta de caballeros con guantes amarillos, y, de señoras que enseñan los bajos...
¿Que vuelve el Rey de la salve? Otra escolta de vecinos en actitud de pasear.
¿Que le han disparado un tiro al Rey? Estupefacción y carreras hacia Palacio.
¿Que le van a quitar la vida a Otero? Emoción y carreras al Campo de Guardias.
¿Que parió la Reina? Perspectivas de fiestas, achuchones por ver al recién nacido, y comentarios sobre si La Correspondencia dijo que el regio vástago venía de cabeza o salía de pie, -¡y no se meta usted, señora, en honduras tan peliagudas!
Movimiento popular, carreritas... ¿Qué pasa? La carroza real camino de la casa de un Grande, el de Híjar, para llevarle el traje y las ropas interiores que usó S. M. el día de Reyes.
-Pero usted que tanto critica -me decía una señora,- ¡asiste a las ceremonias regias!
-Señora -le contesté- yo no voy a ver al Rey.
-Entonces, ¿a qué?
-Señora, yo voy a que el Rey me vea a mí.
Madrid se divierte con la Monarquía. Lo que dicen las chicas: ¿a qué está una?
Entre tanto continúan escribiendo los republicanos ¡Viva la República! en letras gordas, con lo cual se figuran los tontos que están al cabo de la calle.
Los carlistas, más prácticos, tratan de irse al monte. Esos no se andan por las ramas.
El bautizo sacó a la calle una porción de toilettes mujeriegas. Señoras vestidas de negro con pechuga blanca. Señoras vestidas de encaje negro por cuyos agujeros se ve una prenda de raso blanco que a primera vista parece enagua. Señoras vestidas de riguroso luto con la delantera del muslo en blanco. ¡Muy bien!
En virtud de esos incentivos o aperitivos, no estaría mal que se modificara un poco el traje masculino: el pantalón, por lo menos, debe llevarse a lo zuavo.
Fue notable también la toilette de la nodriza.
La chaqueta era de terciopelo negro con galones y botonadura de oro.
Chambra de batista primorosamente bordada y encajada; quiero decir, con riquísimos encajes.
Luciendo de gemelos, en el cuello y en las mangas, monedas de a cinco duros.
El delantal de faya negra bordada de oro.
Zapatos de charol, medias de charol, digo, de seda; hebillas de oro fino y lazos de terciopelo grana.
Pendientes de coral en las orejas, collar de perlas en el pescuezo, y en las trenzas mucho oro y mucha grana. ¡Quién tuviera trenzas, quién pudiera dar de chupar al Rey!
Antes de trajearla así, por supuesto, le dieron un baño de lejía con tusa y jabón: quedó como nueva, y luego, con golpes de grana y oro, una princesa del monte.
«El Rey -dice La Correspondencia, y esto es estupendo -rompió en llanto las dos veces que el cardenal Payá le aproximó la sal a los labios.»
Ni más ni menos que un niño cualquiera ¡mire usted qué Dios!
La misma Correspondencia nos cuenta que «llamó la atención el magnífico collar, de tres vueltas, de perlas, del tamaño de Avellanas (con a mayúscula, ¿por qué, señora?) que lucía la infanta doña Isabel, así como su diadema y broches de perlas enormes y gruesos brillantes.»
Una señora así, con esas Avellanas, tenía que hacer un rasgo, e hizo dos, si no miente La Correspondencia: desempeñó el mobiliario y las ropas de un cesante, y estiró la vida, durante algunos meses, a un pobre albañil que no tenía trabajo.
«En esta clase de obras -dice La Correspondencia- es en las que emplea con frecuencia sus haberes la familia real de España.»
Ya, ya; no se arruinará con esas dádivas, que parecen de familia de Puerto Rico.
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La Exposición de Horticultura fue brillante y perfumada, según he leído en los papeles.
Yo no fui, ni falta. En cumplimiento de un penoso deber, iba camino del Buen Retiro con mi correspondiente billetito de invitación, que tiene forma de medalla perruna. Se le endosé a un compañero, al cual tuve la suerte de encontrar en el mismo camino, y me quedé a la entrada, confundido modestamente con la canalla, quiero decir, con la gente que no tenía dos pesetas para entrar. Naturalmente, presencié, el desfile. Primero salieron tres señoras que parecían acabadas de salir de la fábrica de pastillas de chocolate de Matías López; en seguida, unos cuantos caballeros, al parecer: hubo una pausa en el desfile de figuras, y un guardia empezó a gritar:
-¡Abran paso!
-¡Que va a salir un ministro! -me dijo un caballero sin dos pesetas para entrar.
-¡Que viene un ministro!
Pero no era ministro; era nada menos que la infanta con un ramo de flores, y seguida de su marido y de su cortejo de duquesas y marquesas. ¡Lo que me gusta a mí codearme con las duquesas! En cuanto se me antoja que una señora es duquesa, ya me tienen ustedes ideando el modo de tropezarme con ella. Me hago el que no ve tres sobre un borrico, tropiezo con cualquier animal o transeúnte, y ¡zas!, me doy, un testarazo con la duquesa. Suele levantarme y preguntarme el marido:
-¿Le ha hecho a usted daño?
-No, señor -le respondo.- Y a su duquesa de usted, ¿se lo he hecho yo?
A lo mejor resulta que no es duquesa, y hago una plancha soberana.
Duquesas y marquesas legítimas eran las que seguían a la infanta. ¡Bonito espectáculo! Entre dos lilas de canalla o pueblo se destacaba gentil y perfumado, hasta cierto punto, el ramillete aristocrático. La Eulalia, que es una de nuestras primeras infantas, saludaba con mucho v'lan -una especie de chic, vamos,- y las duquesas y marquesas se inclinaban, quebrándose por la cintura, hasta ponerse casi de rodillas. -¡Abran paso! -gritaba el guardia.- Y allá, cerca del estribo del carruaje de la real casa, aparecía, sin sombrero, la blanquísima cabeza del ilustre poeta cortesano... Viole la infanta al subir al coche, y díjole con timbre de voz bonita y natural: «Adiós, Campoamor». Fue el mejor saludo de la tarde. La aristocracia de la sangre y la aristocracia del talento se daban los buenos días cara a cara, y la cabecita rubia de la infanta, tan erguida y orgullosa cuando saludó a los grandes, se inclinó modestamente, como la flor al halago del jardinero, ante la canosa cabeza del poeta que ha cultivado el jardín de la musa regia. (No estoy muy a gusto con esa frase por lo fino, que acabo de hacer; pero tampoco lo estoy del desfile de la concurrencia.) No estaba la reina, y todo el mundo sabe que yo estoy enamorado de la reina. Las cosas que me pasan a mí no le pasan a nadie. ¡Mire usted que haberme enamorado de la reina! Pero eso no se puede remediar. «No, no has venido al mundo a nada bueno -me decía mi mamá una vez que me pilló desplumando vivo a un pollo,- porque si das guerra ahora, mucha más diste antes de nacer, que a poco me cuestas la vida. «Y tan desahogada como se quedaría la buena señora cuando me dio a luz.
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|título=[[Huellas literarias]]<br>Perspectivas
|autor=Luis Bonafoux
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== I ==
Me da miedo de sólo recordar que a seguida de haber enterrado aquella fastuosa ilusión de mi vida (no sabe el lector cuál fue, ni tampoco le importa...), luego de haberla visto alejarse tan despacio, entre miradas del asombro y plácemes del odio, tuviera yo ánimos para llegar al tren y a la venturosa tierra de la alegría, y que olvidando las penas de mi alma, que por ser tantas y tan grandes ya no cogen ni las quieren en ninguna parte, echara flores y requiebros al buen palmito de una rubia -que lo es hasta dejarlo de sobra aquella niña gaditana; y no por otra cosa sino porque cuando quiere el artista humano, a semejanza del artífice divino, hacer algo que tenga gracia y finura, le da luego ese color, y sin duda por eso son rubios los ángeles de las iglesias, rubia la manzanilla y rubia también la mujer que me dio una puñalada en mitad del corazón... -No sé si he dicho un disparate. -Quiero decir que me encontró en Sevilla durante la procesión llamada del Silencio... Eran muchos los hombres envueltos en capuchones negros, y llevando largos cirios en las enlutadas manos. No hay duda, la procesión se mantenía a una grande altura de silencio... De repente salió de unos labios femeninos la palabra ¡atrevido! y poco después sonó de modo estridente un grito de perra. Ignoro la causa eficiente de aquellas manifestaciones; tan sólo recuerdo que un gendarme de los que iban en la procesión increpó a un caballero, y que otro gendarme pegó un puntapié a una pareja perruna...
Este tristísimo suceso ocurría a las dos de la madrugada. Más tarde dejaba yo la tierra del sol... Había presenciado algunos incidentes estupendos; vecinos de la Macarena que proclamaba a voces la superioridad de su Virgen sobre todas las demás; otra Virgen (de mampostería) que necesitaba el canasto de la compra, según los ajos, cebollas y demás verduras que llevaba (dibujadas) en lujoso manto; la Verónica, la Magdalena y otras señoras arrepentidas, a quienes representaban al natural sevillanas que movían voluptuosamente las caderas; una turba de monaguillos que cantaban peteneras a las Vírgenes; por último, un Cristo que fue obligado por los hombres que le conducían, a saludar humildemente a una persona muy gorda que se había repantigado, como una marrana, en asiento de pedrerías.
Durante aquel saludo monstruoso me pareció que asomaba una lágrima (¡quizá de perdón!) a los ojos del Cristo y que bailaban flamenco los faldones de la mesa en que iba el Hijo de Dios.
Salí de allí sumamente asustado... Figuróseme aquel ceremonial una burla grande de la santa religión de nuestros padres, y meditando a solas en el fondo de un vagón, paré abatido y triste hasta que me hizo sonreír de júbilo la sin par ciudad de Cádiz que surgía de las sombras blanca y sonrosada, como de las negruras del pensamiento y del corazón roído por la ingratitud surge siempre la esperanza...
¡Y cómo he llorado por Cádiz, hace ya muchos años, a bordo del buque que me llevaba a la ingrata tierra americana, viendo desaparecer en medio de estalactitas de vapor de agua las blanquecinas cúspides de la ciudad engendrada entre sonrisas de Dios e inmortalizada entre blasfemias de Byron, y creyendo percibir aún desde tan lejos el ruidoso regocijo de la «Velada de los Ángeles» y el embustero llanto de unos ojos claros!... No quiera Dios ponerme nunca en el estrecho de escoger entre vivir eternamente en el cielo, a la diestra de Santa Teresa, o vivir eternamente en Cádiz con una gaditana de circunstancias.
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Una inglesa mareada me despertó con el ruido que hizo al vomitar. -Mire usted. -me dijo,- ya estamos en Inglaterra; mire usted a Gibraltar... -Alcé los ojos y vi, primero, unas peñas abruptas, y luego innumerables agujeros, por los que se asoman negras bocas de enormes cañones. Eso es Gibraltar: una batería insolente.
Antes de penetrar en la fortaleza, es de rigor hacerse con la entrada general:
Ya podía entrar yo en el negro abismo de cañones ingleses.
Gibraltar se parecería a Saint-Thomas si tuviese más vegetación y menos baterías. La calle Real es muy parecida a la que divide a la población danesa. No es Gibraltar un sitio ameno para recreo de viajeros; es una fortaleza dispuesta siempre al combate. Cinco mil soldados que en son de marcha, o en busca de sus elegantes y cómodos casinos, atraviesan diariamente las calles y hacen curiosos simulacros de batallas durante las tardes de los sábados; lujo de baterías que miran a España y grandes pirámides de balas: eso es todo.
El viajero se aburre extraordinariamente en aquel sitio. Debo a una feliz casualidad el haber pasado allí algunos días placenteros. Fue una carambola de la suerte...
El Sr. Lequich, que tiene de español el rumbo caballeresco y de inglés la exquisita circunspección, echaba por la ventana su elegante y confortable Royal Hotel para obsequiar a otro caballero cumplidísimo, el Sr. Brunetti, quien, acompañado de su guapísima señora, hacia tan agradable excursión; y siendo yo muy amigo de los esposos Brunetti, que lo son de Lequich, dispensome éste toda su amistad, y con su amistad la de su apreciable familia, y con el conocimiento de ésta, el de un inteligente compañero en la prensa, el director del Mons Talpense, y todos a una diéronme pruebas de afecto, que no son para olvidadas, y de tener mi nombre en alguna estima, como si valiera algo; de modo y manera que debo a Lequich y a Brunetti una porción de finezas que recordaré siempre en las andanzas de mi vida.
Muy preciosa es la Alameda de Gibraltar. Los ingleses han plantado allí multitud de árboles y flores, pero sin olvidar los cañones... Varios hay en el mismo centro del paseo, y al final de éste se halla colocado uno de 100 toneladas. La casa-habitación de este monstruo, cuya maquinaria es complicadísima, ha costado 75.000 libras esterlinas nada más.
Es inverosímil, a no verlo, el trabajo de fortificación que han hecho los ingleses en la peña española, tan indefensa y desamparada cuando tremolaba en ella nuestra gloriosa bandera, jamás vencida. La Naturaleza hizo inaccesible aquella peña, y los ingleses han colaborado mucho y bien en la obra de la Naturaleza. Perforado prodigiosamente todo el monte, pueden maniobrar los artilleros sin temor a la artillería enemiga, porque disparan desde sus respectivos túneles... Esto no) será muy valeroso, pero sí muy práctico. La lengüeta de tierra que une a Gibraltar con España está convenientemente minada para hacerla saltar en caso de peligro, con la cual quedaría el Peñón transformado en isla. No hay un solo recodo del terreno sin su correspondiente cañón en emboscada. Calcúlase en 2'883 el número de los que tiene la plaza, que está siempre preparada... ¿contra quién? No haya miedo que la ataquemos. Ceuta está indefensa; estaríalo asimismo Algeciras si no la fortificara la bravura de sus habitantes, los cuales son generalmente bandidos sueltos. En Algeciras (valga la disgresión) no se piensa más que en robar a los viajeros. Cuando fuimos arrastrados a la Aduana, bajo una lluvia de tempestad, sentimos pena por nuestra bandera, jamás deshonrada por el extranjero. ¡Qué vergüenza! Ibamos a Gibraltar, no a Algeciras, y sin embargo se nos prohibió el trasbordo, para que pagáramos torres y montones de pesetas por hacer la travesía en desvencijados botes. Los más de los boteros, policías y empleados públicos tienen tan feroz aspecto, tan canallescos modos, y son, además, tan pringosos, que yo hube de pensar si se habría escapado de Ceuta para robar en Algeciras esa partida de Juanillones que fue llevada hace poco al célebre presidio. No he visto en mi vida atropellos semejantes, como no recuerde los que se cometen en cierta parte de América, en las islas Barbadas, donde unos negros se negaban a restituirnos al vapor inglés en el cual habíamos satisfecho anteriormente nuestros pasajes hasta Inglaterra, nada menos, algunos viajeros que tuvimos la mala ocurrencia de ir a tierra a ver las basuras de aquella población; -y menos mal que, con amenazar mucho y pagar más, conseguimos que se nos condujera en una barcaza que rebosaba de barriles, tasajos y gallos vivos, alguno de los cuales, por cierto, nos picaron las piernas.- Pero nada más irritante que el espectáculo de unos forajidos, como los de Algeciras, arremetiendo contra un puñado de viajeros que con las ropas caladas por la lluvia, mareados, los más, y necesitados todos del descanso, llegan a una playa de la patria española... ¡A ser detenidos y robados miserablemente!
Esto ocurre ¡oh mengua! frente a Gibraltar; esto ocurre ¡oh desdicha! frente a la bandera inglesa... Al esmero de la Gran Bretaña correspondemos con la incuria. No pasa mes sin que perdamos una parte del territorio. La línea es una irrisión... Nuestros centinelas tienen garitas de piedra y yeso; las de los ingleses son de madera, fáciles de ser trasladadas, y las trasladan frecuentemente camino de España los rapaces hijos de Albión. Hoy un metro, mañana dos, y así sucesivamente. Es el trabajo de la marea que se sorbe cada día algunos granos de arena de la tierra firme; ¡ay!... en aquella porción de nuestro territorio tan sólo es firme el carácter de los ingleses... ¡ellos son el oleaje del mar potente, y nosotros los granos de arena de la indefensa y medrosa playa!... ¡oh cielos! ¡oh Dios de bondad! ¡oh Santiago a caballo! ¿Dónde están los descendientes de los Palafox y de los Álvarez?
A propósito de los cuales Palafox y Álvarez, he leído algo publicado recientemente por el Sr. Alarcón, a quien se le antoja vergüenza y abominación que los españoles desembarquemos en Gibraltar para ver las singularidades de la plaza, y muy santo y bueno permanecer a bordo diez días, como permaneció, según dice, el notable académico... ¡Ay! lleva razón el insigne escritor; que así recobraremos lo perdido en el naufragio de nuestras grandezas: ¡durmiendo la siesta a bordo!... -Tanto como puede satisfacer el orgullo patriótico del Sr. Alarcón, satisfaría el mío propio la reconquista de aquella fortaleza; pero me satisface también el carnero inglés con patatas, y no sé yo que por no comerlo ni hablar con las inglesas, que son muy barbianas (mejorando lo presente), ganemos la plaza.- Buena sátira del Sr. Alarcón a nuestros aristócratas a la inglesa, a los aficionados al sport, a los intérpretes españoles que se vengan de lo de Gibraltar robando a los viajeros ingleses!...
Si el autor de los Viajes por España no hubiera emulado la inercia y el fatalismo del moro con permanecer diez días a bordo, habría hecho con viva frase un paralelo entre Gibraltar y Algeciras, y con esta comparanza, si no nos sacara de nuestra postración, que ha llegado a ser una endemia moral, sacaríamos cuando menos, los colores a la cara, y sabría a mayor abundamiento, que es errónea la afirmación de que podemos tornar a bala aquella plaza, que tampoco podemos tomar por hambre, porque -aparte de que no se debe mentar la cuerda en casa del ahorcado, y mal puede sitiar por hambre quien no tiene que comer- hay en Gibraltar provisiones, que se renuevan mensualmente, para siete años de sitio. -Menos mal el Sr. Alarcón; que lo peor es que no faltan militares españoles que se resisten a visitar la fortaleza (bien al contrario de lo que hacen militares italianos, franceses y alemanes), y con tal procedimiento no se forma un plan de ataque para el porvenir...
Entre tanto los ingleses no se descuidan en estudiarnos, ni en defender la plaza, que les consume diariamente la suma de 15.000 duros, ni en aumentar sus baterías.
Por lo extravagante, es de notar la Batería de las Monas. En una concavidad de la roca viven lujosamente muchos de esos animalitos. Allí se da el dátil, que no se cría en ninguna otra parte de la Península.
Para los ingleses es un crimen horrible, no tan sólo maltratar, si que también hostigar de alguna suerte a las monas del peñón: -tal vez las guarden para engullírselas cuando les sitiemos por hambre!...
Los periódicos dan cuenta de los menores incidentes que ocurren a estas monas:
«Anoche ha experimentado los primeros síntomas de alumbramiento la mona Fitz.»
«Se encuentra enfermo de alguna gravedad Mr. Burke, su ilustre padre.»
«Acompañado de algunos amigos, y aprovechando el día de hoy, ha salido a tomar el sol el respetable mono español, señor García.»
«Al fin ha parido sin novedad la interesante Miss Cauthlye. Así lo hemos oído asegurar en algunos círculos políticos.»
«Se han fugado de la casa paterna tres monas andaluzas, en compañía de sus respetivos monos. Este suceso ha causado general indignación en los comunes (Cámara parlamentaria).»
«El eminente orador Sánchez, tan conocido en la cueva, nos ruega hagamos constar que no es pariente del Sánchez de Algeciras, tintador de oficio.»
Esas monas deben estar satisfechas... ¡Se las trata con el mismo respeto que a las instituciones!...
== II ==
Celebrábase el Soco en Tánger cuando llegué a África. Moros harapientos y sucios extendíanse por la tortuosa calle que desemboca en las afueras de la población. Frutos del país, telas moriscas, dulces que parecen menjunjes de botica, caballos y yeguas y también esclavos, todo de venta y todo en montón. En casitas pobrísimas; tendidos en actitudes melancólicas sobre amarillentas esteras, con las manos sobre los libros que dictó Mahoma, y con las luengas barbas blancas reposando sobre el blanco ropaje, están los moros escribanos que sancionan los contratos.
He presenciado la venta de una agraciada mulata, que tendría apenas catorce años... un oficial francés la compró en 42 duros, después de examinarle cuidadosamente la boca, los pies, y... otras partes del cuerpo, según es costumbre en aquel mercado. En demostración de gratitud besaba la madre, que fue la vendedora, la mano del comprador, y reía mucho un hermano de la doncella vendida... No hay proporción en las ventas, puesto que un esclavo suele costar menos que un jaique.
Para estudiar las costumbres del pueblo árabe, es preciso ir a Tánger. En lo que se llama África francesa han perdido considerablemente esas costumbres. La entrada en las mezquitas y en todos los sitios donde se realizan ceremonias religiosas, está prohibida a los cristianos; mas no faltan en esos mismos actos algunas manifestaciones de carácter público. He visto una secta de fanáticos dirigirse en procesión a la casa del Gobernador, el cual desciende de Mahoma... Iban polvorientos, sudorosos y chorreando sangre de las heridas que se inferían ellos mismos mientras efectuaban el desfile.
El bautismo es otra ceremonia curiosísima. No tiene un cristiano el derecho de presenciar el acto de la circuncisión, que en esto consiste el ingreso en la religión mahometana; pero puede ver la cabalgata: un niño crecidito ya, sobre las rodillas de un moro caballero en mulo. Precédelos una música especial, que tiene algo del zumbido del cigarrón y mucho del chirrido de nuestros rabeles.
El matrimonio es ceremonia más curiosa todavía. La cabalgata tiene mucha semejanza con la descrita anteriormente. Sobre un mulo, un cajón cubierto con blanco lienzo, y dentro del cajón la novia, guardando, una postura que, cuando menos, es poco digna (va, en cuclillas). Acompáñala el novio, que lleva la derecha y monta un soberbio caballo. Llegados a la casa se practica la prueba de la virginidad. Si resulta ésta, lo anuncia el novio a los espectadores que esperan de puertas afuera. Difícilmente se aclimatarían en nuestras costumbres semejantes pruebas.
No tenemos idea cabal, ni aun aproximada, de los celos morunos. La casada, que habita en casa sin balcón ni ventanas, sale a la calle tan sólo los viernes, en traje inexpugnable... No es posible vislumbrar las líneas del cuerpo ni tampoco los contornos... Para los moros, las mujeres europeas, con sus ceñidos y transparentes ropajes, van sencillamente desnudas... Imposible de averiguar es, sin embargo, qué tiene más incentivo, y por tanto, más exposición: si el desnudo de las cristianas o el tapadillo de las moras.
Diez y siete tiene el sheriff en un serrallo, que está en las afueras de Tánger. Las mujeres europeas pueden entrar en ese tabernáculo faldero; no así los hombres, que tuvimos que permanecer en el delicioso jardín de naranjas, en tanto que ellas visitaban a las moras para contarnos luego que son agraciadas, que hablan muchísimo, y que permanecen sentadas en muelles cojines... Muchas son las dádivas que tiene el sheriff. Con frecuencia cruza las calles una multitud de moros que disparan espingardas, y bailan alrededor de una ternera; ese regalo. En recompensa pueden besar las apestosas ropas del descendiente de Mahoma.
Una escuela de moros tiene mucho que ver. El maestro, arrebujado en su traje blanco, tan sólo tiene visible la bronceada cara que contrasta con los blancos pliegues del turbante. Formando corro cerca del dómine, que permanece sentado en el suelo; se balancean incesantemente Y recitan con monotonía una turba de chicuelos que permanecen también sentados y semejan con sus trajes blancos figuritas de algodón en rama. El local de estas escuelas es tan reducido, que apenas tiene las dimensiones de una alcoba. Mucha obscuridad y muy mal olor. No se explica que puedan vivir seres humanos en tan lóbregos y hediondos agujeros.
Entre las muchas singularidades del moro, está su modo de sentarse. Adopta en verdad actitudes inverosímiles. Nadie sabe dónde se guarda las piernas; pero sí que puede sentarse en la punta de una aguja.
En uno de los tenduchos de Tánger he visto un moro arrellenado en un espacio inverosímil por lo reducido, y contemplando impasiblemente cómo se adherían a la manteca que rebosaba de una lata multitud de pelos sacudidos de una toalla por un oficial de una peluquería española vecina del tenducho.
Tánger, que pudiera ser una ciudad bonita, por lo extraña y puramente árabe, es horrible a causa del lastimoso abandono en que vive el moro.
Sobre las raídas cabezas morenas se pasean sosegadamente grandes piojos blancos. Si a un moro le brota una pústula, le brotarán dos docenas. Los hay que son pústulas ambulantes. La medicina está allí completamente de más. Sin embargo, mi amigo el Sr. Cenarro, ilustrado médico de la Legación de España en Tánger, afirma que va cediendo entre los moros más principales la preocupación de confiar a Alah el remedio de los males del cuerpo... Sea porque Alah no parece, o porque Cenarro cura a muchos enfermos, ya se avienen los moros a llamar al médico español y le miran con cierto respeto religioso. De los moros pobres muchos son los que no tienen hogar y viven en medio del arroyo. Es muy frecuente el verlos cociendo raíces y legumbres en cazuelas colocadas sobre estercoleros, o durmiendo sobre la basura el sueño de los justos...
El extranjero que va de excursión nocturna, y, ve a la luz del farol, que por fuerza ha de llevar consigo, puesto que no hay alumbrado en la ciudad, ni tienen nombres las calles, las negras o amarillentas piernas de moros que duermen a la intemperie, suele imaginar que aquella población está agostada por la peste. -Peste debiera haber, sin duda; pero la lluvia arrastra las inmundicias y el viento de Levante barre los miasmas.
Enclavado en aquella piojosa población está el Hotel Continental, elegante, limpísimo y cómodo refugio de los extranjeros. Nos aburríamos, sin embargo, de mirar desde el balcón el azul del mar, emprendíamos excursiones a la Farola y a Tetuán. Estos pequeños viajes, que son muy divertidos, se hacen en mulos y también en camellos. La naturaleza del país africano es la naturaleza americana; las mismas ráfagas de aire violentísimo: la propia exuberante vegetación; grandes ríos que hay que salvar sin puentes; flores y frutos, y palmas y cañas de bambú por todas partes.
Teníamos otro grato esparcimiento: el café moruno. Está situado en la planta baja de un desvencijado casucho. Mucha concurrencia de moros sentados en el suelo y con los pies descalzos. A la entrada del establecimiento van dejando las zapatillas, y cuando se retiran a sus casas, recoge cada moro su correspondiente par sin equivocarse jamás, aunque todas son del mismo color. El decorado del local se reduce a varios frascos de colores. A un extremo del establecimiento se colocan los moros que cantan y hacen sonar una estridente y monótona música. Los extranjeros tenemos nuestros asientos en un banco. Un moro, el dueño del café, va sirviendo el líquido en una taza: mitad café muy bueno y mitad borra muy espesa. Aquel café produce sueño; algunas bocanadas de opio en pipa, la melancolía de los concurrentes y el zumbido de las guzlas, causan el malestar de un sueño obligado, y no hay europeo que no salga de allí tambaleándose y creyendo que son media docena de luces la mortecina del farol que le guía por aquel laberinto de callejas en forma de herradura.
El moro es tan obsequioso como cumplido, y admite en su casa al extranjero siempre que esté resuelto a tomar cuando menos tres tazas de té verde, que le servirá con mucha distinción. En esto se parecen mucho moros y aragoneses. ¡Ay de usted, lector, si desaíra una de las tres tazas de ordenanza!
Seguramente está en África el porvenir de nuestra patria. Hay que echar de allí a los ingleses, que se han pegado al Peñón como las ostras al banco... La influencia británica en Tánger no puede ser más evidente. De los ministros extranjeros uno sabe el árabe: el ministro inglés. Los demás no estudian el idioma. Pero en cambio, el ministro italiano goza merecida fama de doblar un duro con los dedos de la mano: es, pues, hombre de fuerza bruta...
Los ingleses han llevado a Tánger una batería de cánones y, algunos oficiales de artillería... para enseñar a los pobres moros que no se atreven a hacer disparos, o los hacen malamente, poniendo más cantidad de pólvora o menos de la que hace falta.
Por último, el sheriff quiso de amor profundo... la agraciada fue una inglesa. Esta miss se avino a ser propiedad del moro, siempre que éste celebrara con la Legación británica un contrato que había de atarle de pies y manos. El contrato se hizo, la inglesa fue al serrallo... ¡Pero qué influencia no tendrá sobre el sheriff para haber conseguido abandonar el serrallo y vivir en casa aparte, con una esclava, pudiendo salir sola a paseo y montar a caballo vestida a la inglesa!
¡Oh sí!... Nuestro porvenir está en África. Este pueblo moro, tan desgraciado hoy, y sin embargo, tan firme en su credo, fue el pueblo artístico por excelencia.
No hay que verle recostado en la basura de Tánger, vestido de andrajos, mísero y envilecido, aunque guardando incólume el depósito de su fe y el depósito de sus costumbres; hay que recordarle reclinado melancólicamente sobre doradas plumas en los jardines de la prestigiosa Alhambra, nido amoroso de inacabables tristezas, bajo los artesonados techos del Alcázar de Sevilla, a lo largo de las naves de ese portento artístico que se llama Mezquita de Córdoba, en el anchuroso patio de la casa de Pilatos, con la mente fija en Alah y en las mujeres durante las sosegadas horas del reposo, y viendo elevarse en espirales de azuladas ondas el enervante opio caer al suelo mansamente, y como medrosas de enturbiar el silencio, las temblorosas gotas del surtidor de agua.
¡Oh, sí!... Esos moros acostados siempre en la húmeda tierra, son hermanos de los jornaleros que se tienden en las calles de Madrid; esas moras que se tapan el rostro, son hermanas de las andaluzas que, para salir de paseo, en Véger, sólo se dejan ver uno de los ojos; la guzla es la guitarra; el baile flamenco es el mismo baile de las moras y hebreas que danzan a hurtadillas delante de los cristianos... la petenera y la malagueña con sus ondulaciones sensuales y sus gritos de selva, son los cantares que oye el extranjero en el café moruno. Tenemos el mismo orgullo de raza, el mismo fanatismo de religión, el mismo valor personal, los mismos piojos; y si en la estación de verano los moros se lavan los pies en los estanques de las mezquitas, nosotros nos lavamos también, pasado el día de la Virgen del Carmen, en barreños destinados a escarolas y lechugas!... ¡Oh sí!... Nosotros salvaremos a ese gran pueblo en la desgracia, porque somos generosos y nobles y valientes, y ya empezamos a ser serios.
Y discurriendo así de regreso a España, vi sobre la superficie de las aguas algunas cabezas de toros, las cuales se balanceaban graciosamente en el mar.
Admirábame que tales fieras hubieran ido a nado hasta semejante sitio, cuando me dijo un camarero del vapor:
-Esas cabezas no están vivas; sirven aquí de boyas para indicar los bajos y arrecifes. Es que nos aproximamos al puerto.
Efectivamente llegábamos a la tierra del salero, de los hombres valientes y de las muchachas bonitas; en una palabra, a Málaga, allí donde el muelle es sucio y feo, y las calles también son sucias y feas... ¡pero con muchísima grasia!...
Tánger. -1884
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|título=[[Huellas literarias]]<br>Yo y el plagiario Clarín
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== I ==
PERSONALIDADES
A [[Leopoldo Alas|Clarín]].
En la Cueva de Covadonga.
EGREGIO:
Ante todo... No hay para qué hablar de las injurias que pretende usted inferirme en su folleto. Por Novo y Colson, como si no las hubiera escrito usted...
Habla usted de los que «tienen por enfermedad el prurito literario, y que, creyendo imitarlo que ni siquiera son capaces de comprender, insultan y calumnian y llaman a eso sátira y crítica; y confundiendo lastimosamente las especies, censuran al escritor, no por sus literaturas, sino por vicios, pecados y hasta delitos reales o supuestos, pero siempre extraños a la materia artística»; y a seguida incurre usted en el feo vicio que censura. No vale que presuma de habilidoso con decir que lo exigen mis literaturas; que a nadie convencerá usted, por mucho que esfuerce el meollo, de que Las vengadoras, Nieves, La carne rubia, Los inseparables, Tric-Trac, y tantos otros artículos míos, están cosidos al cuello de mi gabán.
Lo que hay es que usted precisaba agarrarse al forro de mis gabanes para dar amenidad a su prosa ramplona, sicotuda y pespunteada con recortes de periódico boulevardier, ni más ni menos que necesitó meter la nariz en los faldones de D. Antonio para juzgarle en el folleto Cánovas y su tiempo.
Fáciles de hacer son, en verdad, las ocurrencias (¿?) de usted (¿?) por eso, porque no se fundan en hechos reales, sino en invenciones suyas.
Que llevo levantado el cuello del gabán, aunque haga buen tiempo... Y resulta que, ni cuello levantado, ni tan siquiera gabán, llevo yo en los más de los crudos días de invierno; y eso porque no me da la gana, a veces, y otras, porque no le da la gana al prestamista. (En fin, señores, que con un tipo como este Clarín, no se puede tener nada callado.)
Que me río de Castelar; y a usted, ¿qué le importa?
Si que me he reído, en El Motín, de Castelar político, porque es una irrisión. Pero de Castelar genio, digan ustedes que no es verdad lo que dice ése. En su vida le ha elogiado ni le elogiará tanto como este cura. ¿Qué se proponía Clarín; malquistarme con D. Emilio? ¿No comprende que Castelar es harto inviolable, como tal genio, para preocuparse de lo que digamos de él? Por mucho que usted le arrastre sus Alas, ya sabemos todos con qué fin (un distrito ¿eh?, no hará caso)
Una salvedad ante todo, ¡SEÑOR!...
No crea usted que con el título «Yo y el plagiario Clarín», incurro adrede en grave descortesía. «Yo y mi criado» -decía Fígaro.- «Por esta vez sacrifico la urbanidad a la verdad. Francamente, si yo no valiera más que mi criado, no me serviría él a mí». Como usted es uno de los siete sabios de Covadonga, doy por bien averiguado que tiene al dedillo aquella ocurrencia de Larra, y me apresuro a -declarar que voy antes que usted, en el título del folleto, porque así lo exige el orden cronológico. Fui yo primero en pegar; y el que da primero, da dos veces...
Yo no sospechaba que había sido su pesadilla durante tantos años, según confiesa paladinamente, ni que tenía la desgracia de inspirarle «una suprema antipatía», ni mucho menos que «me ponía y sigo poniéndome en la boca de su estómago». ¡Presentimiento!....
Es el caso -y va de historia- que un inglés y un yankee divertían su ocios dándose con la badila en los nudillos. Ocurrió que el inglés puso casa, con muebles ajenos, pero con tantísima prosopopeya, que creyó llegado la sazón de hacer mala sangre al yankee, que la tenía mitad pus, mitad bilis; y aguijado por tan piadosa invención, fue enseñándole, pieza por pieza, objeto por objeto, cuanto bueno y rico atesoraba en su envidia. Pero... nada, el yankee... como si tal cosa ante las maravillas que le mostraba su adversario. Aburrido y desesperanzado éste, le llevó maquinalmente al retrete de la casa, y como al abrir la puerta del mismo percibiera el yankee un retrato de Washington, que colgaba en aquel sitio para escarnio del héroe americano, interrumpió al Cicerone para decirle con viveza: -Amigo, ¡esta sí que es una pieza confortable!...
-¿Por qué? -preguntó muy sorprendido el inglés.
Porque en viendo a Washington -respondió el otro- no hay inglés, por duro que sea, que no se sienta flojo...
Claro que, comparado conmigo, está más alto que la torre Eiffel, aquél que fue «el primero en la guerra, el primero en la paz, el primero en el amor de sus conciudadanos»; pero, no por chiquito, dejo de ser, y en verdad que lo siento, el causante de esa enfermedad (¡uf!) de estómago (tape, tape) que padece usted, porque me tiene sentado en la boca del mismo.
Dispensando la conversación, que no es la más propia para tenida antes de sentarse a la mesa, dice usted, evocando recuerdos del tiempo viejo, que yo «le escribí una carta muy fina (es que soy muy fino con todo el mundo), invitándole a comer conmigo y con mi tío, que era embajador de una república americana.»
Diré a usted. Es posible que el marqués de Rojas: -¡cosas de mi tío!-le dispensara el honor de invitarle a comer, no como a tal Sr. Alas, ni como a tal egregio Clarín, sino como a uno de tantos periodistas, en su buen deseo de reunir los elementos todos de la prensa madrileña para celebrar un acto de política internacional, que eso fue el banquete, como lo prueba el siguiente articulo que publicó Eusebio Blasco en El Liberal:
«EL BANQUETE DE ANOCHE»
»Lo dije y lo repito: el banquete tenía especialísimo carácter. Era el lazo de unión entre Venezuela y España, una vez más demostrado merced a la cariñosa iniciativa del Sr. Rojas, diplomático, literato, periodista, hermano nuestro en las musas, entusiasta admirador de España, que anoche, por los labios de españoles ilustres, respondió a su saludo.
»Un menú espléndido servido por Lhardy, sin rival para estos casos: siete platos fuertes, helado exquisito, vinos de primera. La mesa, en forma de herradura, con setenta cubiertos para otros tantos comensales del ilustre anfitrión americano.
»A la derecha de éste, el Sr. Castelar; a la izquierda el Sr. Cánovas; a uno y otro lado, la representación de todas las manifestaciones de la inteligencia, la cátedra, la tribuna, el libro, el teatro, la crítica, la poesía, la prensa. Junto al venerable Mesonero Romanos, el revolucionario Echegaray; en frente Menéndez Pelayo, Isidoro Fernández Flórez; próximos, Alarcón y Sánchez Pérez, Molins y Correa, Gañete y Miguel Moya, Escobar y Labra, Moreno Nieto y Grilo, Bremón y Mencheta, Velarde y Bonafoux, Gutiérrez Abascal y el Dr. Wecker, el Marqués de Cayo el Rey y Teodoro Guerrero; no sé si recordaré tantos nombres: Mellado, Palacio, Diestro, Asmodeo, Cárdenas, Millán y Caro, Navarrete (José), Guillaume, Benot, Armas, Valdés, Tauló, Pérez Anguita, Figuera, Gayangos, Ochoa, Ortega Munilla, Bona, Parlés y Mora, Vizcarrondo, Edelman, Güell y Mercader, Romea... El cónsul de Venezuela en Madrid, Sr. Barrié y Agüero, un banquero y gentleman español tan querido de todos, en frente de aquella trinidad de Rojas, Castelar y Cánovas.
»Llega la hora de los brindis; habla primero el Sr. Rojas, que, con elocuente y discretísimo discurso, saluda a todos los literatos españoles en nombre de Venezuela. Sigue un tiroteo de cumplidos entre los Sres. Cánovas y Castelar, sobre cuál ha de hablar primero; piérdese tiempo en esto y el Sr. Alarcón se adelanta apresurándose a contestar al saludo del ilustre venezolano: con esto obliga a los dos oradores citados a nuevos melindres; por fin, el Sr. Cánovas le dice a su amigo: -Habla, tú y procura agitar el vino para que nos guste a todos.
»Se levanta al fin Castelar y hace uno de sus más bellos discursos, lleno de esa conmovedora poesía que convence a todos. Habla de la patria con tal elocuencia, que subyuga. Le contesta Cánovas con un discurso no menos elocuente, lleno de grandilocuentes frases que arrancan tantos aplausos como las del primero.
»El Sr. Moreno Nieto, con su proverbial facundia, canta las glorias de América; D. Manuel Cañete, correctísimamente, consagra un recuerdo al gran Bello; lee el Marqués de Molins unos hermosos versos del poeta americano Sánchez Pesquera; sigue el Sr. Escobar con delicadas frases; habla luego otra persona de quien yo no debo acordarme, y habiendo aludido al respetabilísimo Mesonero Romanos, se levanta éste, pareciendo a todos la voz de la generación pasada dirigiéndose a la generación presente. Manifestación cariñosa de todos los concurrentes, en atronadora salva de aplausos, al anciano escritor de nuestras costumbres. Termina los brindis con uno lleno de sentido práctico y de intención política el Sr. Rodríguez Correa, cubano de nacimiento, español en el poder, periodista de toda la vida, a quien todos aplauden como se merecen sus patrióticas frases.
»En resumen: la fiesta de anoche es un verdadero milagro; setenta españoles, unidos en fraternal expansión como representantes de algo que está por encima de las luchas políticas, de las deleznables ambiciones humanas, o, lo que es lo mismo, el arte, la literatura, la crítica, la elocuencia, la poesía. Hermosa misión realizada por el Sr. Rojas, a quien la España literaria saludó anoche como a hermano querido.
BLASCO.»
En cuanto a que yo invité a usted en una carta muy fina, no lo recuerdo, y también lo dudo. No hago memoria de haberle invitado en mi vida, no digo yo a comer, pero ni tampoco a agua. ¡Bueno soy yo para dar de comer! Sobre que lo único que puedo dar, y no siempre, son los buenos días.
Pero quiero suponer que estaba loco, o que me había dado la manía por invitar a comer, como a usted por plagiar al Padre Eterno. Y bien: ¿qué mal habría en ello? ¡Al diablo no se le ocurre vengarse de un hombre por que no aceptó un cubierto de veinte duros!... ¿Qué no hubiera hecho si se traga usted los veinte duros del cubierto?
Lo que recuerdo muy bien es que cumplió usted como un caballero -y no vale que quiera graduarse de ordinario- porque fue personalmente a dar gracias al anfitrión. Por cierto que allí estaba yo, y a partir de aquel día me dispensó usted durante mucho tiempo El Alto Honor de saludarme en la calle cuando nos tropezábamos por casualidad.
-¡Adiós, Bonafoux-Quintero! -decía usted quitándose humildemente el sombrero hasta los pies.
Y yo me reía, porque, compadre, ¡qué feísimo es usted!...
No sé si por reírme, o porque no lo ofrecí un paraguas (véase Literatura de Bonafoux), dejó de dispensarme Aquel Alto Honor. Estoy muy flaco desde entonces...
¡Que mis críticas -dice usted- son una venganza personal! Mire usted: lo consiento yo que me llame «literato malicioso y atrevido», «malévolo», «mala fe», etcétera, y le consiento también que diga que soy un «escritor maleante que ando (¡!)
encendiendo, por los rincones más intransitables de la prensa callejera, pajuelas de azufre (claro que si son pajuelas, son de azufre) escandaloso y pestilente»; pero lo de vengativo no pasa.
Onit-Selec, periodista habanero de mucho mérito, tuvo la ocurrencia de decir, en La Voz de Cuba, con motivo de mis Mosquetazos: «Athos, representaba la caballerosidad y la nobleza; Porthos, la fuerza bruta; Aramis, la astucia y la inteligencia. Athos era capaz de olvidar una ofensa; Porthos, de perdonarla; Aramis, no: el que se la hacía se la pagaba. Pues bien: el Aramis de hoy es el Aramis de entonces. Los que le han ofendido, tardarán más o menos tiempo, pero al fin se la pagarán.»
Aquella especie, que era un rasgo de humorismo, seguramente, y nada más que eso, cundió entre los que no me conocen ni me tratan, y por ser usted plagiario, hasta cuando no quiere ni se lo propone, no es el primero ni el segundo de mis enemigos en presentarme al público como una Catalina de Médicis macho; ¡a mí, que soy todo perdón y olvido!...
En mi alma, señor Clarín, no prende el pus del rencor, y si prende, no se encona jamás. Ya verá usted que, cuando menos lo espere, se acuerda de mí por algún beneficio. ¡Vamos, valor, amigo mío! ¿Quiere usted -en prueba de que no le tengo inquina- que traiga para la familia un poco de sirop de piña, en alguno de los viajes que hago a América? ¿O prefiere usted, para los niños, la jalea de guayaba?... Pero... ¡no vaya usted a creer que le ofrezco dulces para ponerles veneno!...
Usted me confunde en eso de las venganzas. ¿Cree usted que soy como aquel crítico que elogió en cartas privadas al Sr. Cañete, por alcanzar una colaboración en La Ilustración Española y Americana, y luego, porque Cañete no le sirvió, o no pudo servirle, se desvive por atacarle públicamente?... ¿O me confunde usted con aquel otro crítico que mortificó malamente a un poeta aragonés, con ocasión de haber publicado éste un tomo de poesías, y que más tarde, habiéndose trasladado a la capital de Aragón, y enterado de que el poeta era una influencia en Zaragoza, aplaudió a rabiar una poesía (de las que contenía el tomo precisamente) leída por su autor en un círculo literario, y cruzó además el salón para saludar personalmente al poeta, que le miró de arriba abajo con el más absoluto y profundo desprecio?...
¡Ah, Sr. Clarín! Usted saca consecuencias y venganzas de hechos que no existen, o que existen sólo en la mollera de usted, y se mete en el vedado de la conciencia con una argumentación que es puramente, hipotética; mientras que lo que digo y afirmo yo son hechos reales y susceptibles de prueba por medio de documentos fehacientes que pongo a disposición del público.
Y ya que supone usted, sin pruebas ni motivos, que cuajé mis críticas en tan estrecho molde de venganza personal, ¿no me será lícito, a mi vez, suponer, con pruebas y motivos, que la «suprema antipatía» que, según declara usted mismo, sentía por mí, sin razón alguna que la abonara -como no fuese la de que mi señor tío tuvo el atrevimiento de dispensarle un honor- es originaria de no haber sido yo, en ningún tiempo, alabardero de usted ni voceador de sus obras?
Abro al azar mi libro Mosquetazos de Aramis, y hallo las siguientes líneas en la crítica Le Maître de forges: «No sé qué dirán, ni me importa, esos críticos de fama para quienes son de oro todas las novedades parisienses. Pero digo y repito, aunque se enojen esos señores tan nombrados... en la calle de la Montera, que nuestro teatro de ahora vale más que el teatro francés.»
Vuelvo a abrir el tomo, y encuentro estas líneas en la crítica Las Vengadoras: «No ha sido flojo el vocerío levantado por algunos críticos -revisteros traducidos del francés y muy parecidos a ellos, con la diferencia de que gastan navaja. -Quién excomulga a Sellés en nombre del romanticismo; quién le fustiga en nombre del naturalismo. Seguramente no le quitan el sueño esas opiniones críticas, que no están informadas del buen gusto en punto al arte; -y do lo están, porque dadas las condiciones del siglo, es preciso, para estar a la moda en estética, no estancarse en Madrid, ni tampoco en Getafe (o, como si dijéramos, en Oviedo); es preciso viajar mucho, ver otros horizontes y sentir en el rostro otros ambientes literarios.»
Y apenas tienen cola esos distingos. Mosquetazos se publicó en 1885, y ya entonces hacía bastante tiempo -acaso tanto como tiene de fecha la «suprema antipatía» de Clarín -que se publicaron esas críticas en el periódico El Español.
¿Y no podré suponer también que esa «suprema antipatía» creció como la espuma, porque el ingenioso escritor Francisco Durante se expresó en estos términos, hablando de mi libro, en El Pensamiento Español de la Habana: «Clarín, el eminente crítico asturiano, no tiene las peregrinas agudezas de Aramis, y con esto está dicho todo. El humorismo de Bonafoux es más espontáneo que el humorismo de Alas. El desenfado de Mosquetazos de Aramis es superior al desenfado de Sermón perdido.»
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PUNTO Y APARTE
«Una tarde, en la última primavera -decía usted- se me presentó en mi rincón de Asturias un joven escritor americano, el Sr. Barreal, el cual me traía de parte de Bonafoux un libro, que conservo, titulado Mosquetazos de Aramis, con una dedicatoria de manu auctor, la cual decía: Al autor de La Regenta. En prueba de simpatía, Aramis.»
En primer lugar, el Sr. Barreal no es escritor americano. De Oviedo es: allí nació, y fue accidentalmente a América habiendo tenido ocasión de tratarme en la Habana, y estuve allí a su lado en trances muy duros para él, e intervine más tarde, desde Madrid, en un penosísimo incidente que tuvo con mi discreto amigo el comerciante de aquella plaza señor Serrano Gómez, del cual conservo todas las cartas y documentos que se sirvió remitirme con tal motivo...
En segundo lugar, mal pudo el Sr. Barreal entregar a usted libros míos, ni nada, en la última primavera, estando como estaba entonces en Manila, sirviendo en el ejército; -cosa fácil de ser comprobada en el Ministerio de la Guerra.
En el verano del 86 fue el Sr. Barreal a Oviedo, de paso para embarcarse con rumbo hacia allá, quiero decir, hacia Filipinas, y desde Asturias me escribía diariamente la relación de su vida...
En una de dichas cartas hay un párrafo referente a usted. Por cierto que me chocó en Barreal, porque ya sabe él del desprecio que tengo por la mayoría de las gentes, y que soy poco propenso a adquirir amigos, convencido como me hallo de que me sobran mucho más de la mitad de los que tengo, con ser tan pocos. Concluía el Sr. Barreal preguntándome si había enviado a usted mis libros, Ultramarinos y Mosquetazos, a raíz de su publicación; y contesté la verdad, que si los remití a usted, como a todos los periodistas en activo servicio.
A los pocos días vino otra carta del Sr. Barreal, y como la conservo, al igual de todas las que he recibido en el curso de mi vida (porque soy una urraca para mi casa), ofrezco públicamente remitirla a Madrid; y puesto que tiene usted amigos, Cavia, Palacio Valdés, Menéndez Pelayo, Pérez Galdós, Sánchez Pérez y otros, que me honran también con su amistad, ruégueles que cotejen con alguna carta que tenga usted de Barreal, o que le pida ahora, letra y firma de dicho señor.
Todo esto es atroz, ya lo sé; pero, como usted tiene tanto de chismoso como poco de crítico, ha querido exhibir trapos, creyendo que me asusta, sin saber que yo voy a todas partes y que, aun a riesgo de faltar al público, soy muy capaz de sacar, a usted y a los suyos a la vergüenza pública, en la Puerta del Sol.
Ahora bien: el párrafo de la carta en cuestión, escrita el cinco de Junio de mil ochocientos ochenta y seis, dice así, textualmente:
«Estuve hablando con Clarín cerca de una hora. Tiene las mejores noticias de usted y me dijo que no había recibido ninguno de sus dos libros, pues de ser así, le hubiera contestado inmediatamente. Entonces yo le ofrecí el que usted me dio y declaró que no lo aceptaba, porque en vista de lo que yo le había dicho pensaba escribir a usted dándole las gracias y manifestándole lo mismo que yo digo. Por de pronto me recomienda haga presentes a usted sus recuerdos, pues él cree -así dijo- que le ha conocido en compañía de un diplomático, su tío quizás, que en cierta ocasión lo invitó a un banquete o comida. ¿Usted recuerda algo? -Y no acepto el libro -me dijo- porque usted no tendrá nada más que ese ejemplar, y además, porque YO QUIERO QUE ÉL ME LO DEDIQUE.»
A semejante invitación contesté volviendo a remitir el libro a usted, directamente a usted, y bajo faja certificada, por cierto, para que no pudiera decir que se había perdido también; y puesto que me pedía usted una dedicatoria, puse... la menor cantidad posible: «Al autor de La Regenta... En prueba de simpatía, Aramis.»
¡La dedicatoria! ¿Qué demonios quería usted que le pusiera en la dedicatoria? «Al eminente...» O bien: «Al egregio». ¡Vaya usted mucho con Dios
«Al autor de La Regenta». Usted es el autor (quitando lo que haya que quitar) de ese adefesio, y La Regenta era entonces y seguirá siendo hasta que salga la Esperaindeo (pero ¡qué catedrático es usted para poner motes!), Esperaindeo, la única obra de usted... in partibus. Claro que tenía que referirme a ella, y claro también que, caso de creer que la tal Regenta merecía un duro, hubiera puesto en la dedicatoria «al buen autor» o siquiera «al distinguido...»
Pero sigamos:
«En prueba de simpatía.»
Simpatía, ¿por quién? ¿Por La Regenta?...
¿Por ese penco?... Simpatía por usted, que tiene cara de buenazo, con el color «bueno» que decía Fígaro. Usted quiere hacer el diablo, un Han de Islandia, con unas entrañas más negras que la pez, y unos cuernos de media vara, y unos ojos que echan llamas... Pero no hay tal. Usted, que tiene ángel, es un pobre diablo de la cabeza a los pies, y no se come a nadie.
Recibió usted mi libraco; pero no lo leyó, según dice, ni ha leído ninguna de mis obras; sólo algunos articulejos que, de niño, publiqué en El Solfeo. Entonces, si no ha leído usted mis libros, ¿cómo sabe que tengo o dejo de tener ingenio? ¡Como no me lo haya conocido en el forro de los gabanes! ¡O como no crea usted que puede tomarle el pelo al público, al extremo de decir: «¿Ven ustedes ese caballero que me tiene medio loco a palos pues no tiene tanto así de ingenio. Yo no he leído sus libros. Pero aseguro que no tiene ingenio, porque sí, porque es mi enemigo. Y basta que yo diga que no lo tiene, y... cuidadito con contradecirme!»
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¡EGREGIO!...
Ahí tiene usted contestada, punto por punto, la parte personal de su folleto; nada de hacer lo que usted, que trata de desfigurar los argumentos del adversario, y que se desentiende de ellos cuando no se los traga. Y cuenta que es mucho el sacrificio que hago con contestarle. Usted vive en Oviedo (¡fastidiarse!), es decir, usted no vive; yo vivo en París. París empequeñece los objetos quita la vista; Oviedo agranda la visión óptica y apabulla el cerebro, dándole esa obtusidad de cuerno que tan bien pinta usted, porque lo siente; usted necesita matar el tiempo cazando moscas, como Calígula, o como el Quintanar de su Regenta; yo necesito el tiempo para divertirme. Estoy aburrido de todo, principiando por usted y siguiendo por mí mismo. Ahora me voy al Edén a ver... Regentas (¡rabie usted, envidioso!).
Pero antes tengo que decirle una cosa.
Si usted quiere, podemos seguir folleteándonos, usted desde Oviedo, yo desde París, y continuar enviando folletitos a Madrid y dando lata a los madrileños... Si en lugar de folletos literarios, más o menos personales, quiere usted un escándalo gordo, pero muy gordo, en donde salgan todos nuestros parientes y amigos -¡qué bien!- adelante con los faroles. Yo no soy como usted, que empieza diciendo que no quiere nombrarme, y me endosa luego... cincuenta páginas de nutrida lectura; que dice que no insulta, y echa sapos por la pluma. Yo nombro y mortifico, y muerdo, según los casos y las ocasiones.
Decía Salustio -perdone usted que cite un poco, aunque no soy catedrático- decía Salustio en su Conjuración de Catilina, que «ningún hombre puede hacerse temer de muchos, sin tener que temer de muchos»; y yo entiendo a lo que me expongo con hacerme de enemigos.
¿Quiere usted guerra? Venga guerra. ¡Pero nada de salir luego echándose un velo a la cara para pedirme misericordia en nombre «de la cena de sus hijos!»
Hasta mañana, y que usted se alivie. -Aramis.
== II ==
HISTORIA RETROSPECTIVA
A principios de Abril del año 1881 -atención, es toda una historia- publiqué en El Español los artículos «Novelista tontos» (primero, D. Leopoldo Alas, alias Clarín) y «Clarín folletista».
Bramó D. Leopoldo; pero, colérico y todo, resolvió, en sus altos designios, que no me contestaría en los días de su vida. Ese Real decreto de S. M. la Reina madre de la crítica española me afligió profundamente.
«¡Qué más quisiera él!» -exclamaba señalándome pudorosamente en el Madrid Cómico -«¡qué más quisiera él!»
No, no merecía mi personita los honores de una tan alta contestación. Además, yo le resultaba «antipático» (adiós, Tú), «con mucha mala fe» y con cuanto mato echó Dios al mundo. ¡Todo por haberme atrevido con D. Leopoldo I el Simpático!...
Pasábase la vida el bueno de Fermín tragando maroma, cuando he aquí que, por haberlo consultado con la almohada quizá, decretó, como sabio que es, volver sobre su acuerdo y asustarnos con decir campanudamente en La Monarquía:
«Mi desdén quede para quien me acusa de plagiario escribiendo lo siguiente: «En El Diablo en Semana Santa (véase Solos de Clarín) copia D. Leopoldo una bellísima página de Zola en Pot-Bouille»; y Solos de Clarín se publicó en 1881, y Pot-Bouille en 1882.»
A lo que contesté yo, en el periódico El Pueblo:
«¡Tate, tate, folloncico! Ya sabemos que Pot-Bouille se publicó en 1882. Sabemos más -¡si presumirá ése de ser el único sabio de Grecia!- Sabemos que se publicó en abril de 1882. Pero mucho tiempo antes se publicó en el folletín del Gil Blas, y muchísimo tiempo antes había dado a conocer algunos capítulos la prensa de París. Ahora, si el gran Zola ha plagiado a Clarín..., entonces no digo nada además, con ese solo de clarinete o chirimía (que dijo Manuel del Palacio), ¿se contesta una acusación de innumerables plagios? ¿Que usted no quiere contestar?... ¡Pues no conteste usted! o conteste en el Juzgado francés, que allí le seguirán causa por esos robos literarios y otros que irán saliendo. Por ahora, conste que está usted procesado en el Juzgado de mi distrito; y yo, Juez en esta causa, no me digno discutir con el reo.»
Y D. Leopoldo... bufando en el Madrid Cómico, pero inofensivo como un borrego, aunque sea buena comparación. Con repetir que era mucha mi mala fe, y que me haría un retrato tan notable que al verlo, dijera el público: «Ese es», pero sin nombrarme el fotógrafo, ya estaba despachado.
«¡Ése, ése está huío!...» me dijo, señalando a Oviedo, uno de los más populares revisteros...
Yo no tenía nada que hacer y me ocupaba en dar «coba» a D. Leopoldo. He ahí el origen de nuestro «rozamiento literario».
-Vamos a ver -me decía, con mis cuartillas en la mano y los pelos de punta, el director de La Regencia -vamos a ver, Bonafoux, ¿qué motivo hay para que en la revista de teatros ataque usted hoy a este señor?
-Ninguno -le respondía yo. -Es que me divierte.
Y, la verdad sea dicha, también divertía a Ruiz Jiménez. ¡Poquito que se ha reído él de D. Leopoldo!
«El hombre se tira de los pelos» -me escribía desde Oviedo un espía;-«esta mañana, en cátedra, la emprendió a bocados con los chicos.»
Y yo, corriendo con el cuento a casa de mis amigos. «Me escriben -les decía- que S. M. la Reina madre de la crítica está atacada del furor uterino, digo, teutónico, que diría Bismarck.»
Cierta noche -lo recuerdo como si estuviera viéndolo -cierta noche se me apareció en sueños un número de Los Sucesos. El grabado representaba a D. Leopoldo colgando del badajo de una campana de la catedral de Oviedo. ¡Que horror!... La cabezota, circundada de blondos cabellos, pendía de un hilo negruzco, que semejaba el pescuezo de un pájaro frito. Tenía dobladas las piernas y el cuerpo todo con las trazas de un perrito sentado.
Debajo del grabado aparecía este letrero en tinta china:
ESPANTOSO SUICIDIO EN OVIEDO
Y luego venía la explicación. Graves disgustos literarios movieron al suicida a tomar «la funesta resolución» de ahorcarse... con un número de La Regencia.
En sueños daba yo brincos lo mismo que un saltamontes, y decía, al igual de Macbeth: «¡Cómo te asemejas a D. Leopoldo!... Apártate de mí... Tu corona quema mis ojos... ¿Por qué tal espectáculo, malditos sucesos?... ¡Espantosa visión!... Ahora lo comprendo todo... D. Leopoldo, pálido por la muerte, me dice sonriéndose que son de su raza esas testas coronadas...»
Y en sueños también oía a Macduff, esto es, al editor de Clarín, el cual Manuel decía a grito pelado: «¡Ni en los mismos infiernos hay un ser más perverso que Bonafoux!...»
La pesadilla era más fuerte que yo. En vano trataba de sacudirla. «¡Lejos de mí esta horrible mancha... -exclamaba como lady Macbeth. -¡Qué triste está el infierno!... ¿Por qué no se lavan nunca mis manos?... Todavía siento el olor a crítico cabrío... Todos los aromas de Oviedo no bastarían a quitarme de esta gran mano mía el olor de la sangre!...»
Volví en mí; pero el sueño huyó de mis ojos, camino de Oviedo, siguiendo de cerca a la cabezota que colgaba del hilo negruzco y que tenía todas las trazas de un espantajo del campo...
Desde aquella noche juré dejar en paz y gloria a ti mísero ahorcado; pero a lo mejor tira el diablo de la manta, y el diablo fue la prensa en esta ocasión.
«Poco importa a Bonafoux -decía Gil Blas- el renombre de algunos escritores. ¿Se publica un libro malo? Pues aunque sea debido al más laureado poeta ¿al más correcto prosista, le tritura en el mortero de su crítica. ¿Se publica un folleto con humos de bien escrito? Pues aunque sea del mismísimo don Leopoldo, le analiza escrupulosamente y no le deja defecto alguno grave en el tintero.»
La Jeringa, entre otros periódicos, ponía a don Leopoldo estas lavativas de malva:
«Y vaya por la verdad. En el libro Literatura de Bonafoux se dicen unas cosas que ponen los pelos de punta: que si D. Leopoldo Alas (Clarín) es un Juanillón literario; que si La Regenta, tiene algo que ver con Mme. Bovary; que si D. Leopoldo es un folletista muy malo... en fin, que con esto y con otras cosas muy buenas que tiene el libro, vale muchísimo más que las tres pesetas que cuesta.»
Soliviantado D. Leopoldo, va y la emprende conmigo, poniéndome de «embustero» en El Madrid Cómico. ¡Embustero yo, que soy una Biblia de carne y hueso! Me ofendió mucho semejante expresión proferida por tan augustos labios; pero, recordando que Martínez Campos la había usado en su pintoresco lenguaje parlamentario, me consolé pensando que D. Leopoldo plagiaba también a Martínez.
-¡Me he propuesto que hable D. Leopoldo -decía yo a mis amigos -y no hay más, habla-, revienta.
-Te equivocas -me respondió alguien;- Clarín es muy cuco y no habla así lo empaten.
Y, entre sí y no, quedó apostada una cena, que me pagarán cuando regrese a Madrid.
Comprometido vi, no sólo en mi conciencia, sino también en mi estómago, volví a las andadas, y habiéndome dado propicia ocasión una defensa que hizo, a favor del «egregio», mi cariñoso amigo el escritor Sánchez Pérez, publiqué en La Regenta los artículos que reproduzco a continuación:
«MÁS PLAGIO DE DON LEOPOLDO
»AL SEÑOR SÁNCHEZ PÉREZ
»Amigo y maestro:
»...Quedamos, pues, en que son más criticas agresivas, personalísimas, apasionadas, llenas de crudeza de estilo, tal vez respirando encono, y por consiguiente injustas.»
»Cállome los elogios que se ha servido dispensarme, y -créalo usted- no tendría reparo que oponerá lo que dice a propósito de mis críticas, si no tuviera para mí que la opinión suya en este punto obedece, más que a otra cosa, a nobilísimo deseo de salir a la defensa del autor (plagios aparte) de La Regenta -esa histérica cursi de Vetusta.
»Pero tratándose de un escritor que ha conculcado todos los respetos y traspasado todos los límites, de un escritor que publicó en el periódico La Unión, por usted dirigido, un artículo en colaboración de Quevedo, artículo que expresaba la más atroz de las injurias personales contra un popularísimo poeta... tratándose de eso, perdóneme usted, mi querido y respetable amigo, que no me parezca justiciera la defensa de delitos ajenos, fundada en faltas mías. Porque si usted, que se erige en juez de este proceso, cree que tiene el deber de mandarme a la Cárcel Modelo, tiénelo también, procediendo en justicia, de condenar a mi adversario a la pena de muerte en garrote vil.
«Exhibiera usted mis estados pasionales (si estado pasional es el denunciará un plagiario), exhibiéralos usted para censurarme, sin que la censura estuviese ligada a la defensa de un reo de mayores desaguisados, y no sería yo quien dijera a usted palabra más alta que otra. Porque aparte de creer que lleva usted razón en cuanto me critica, que tengo por desventura tales defectos y que es mayor desventura mía el no poderlos enmendar, téngole a usted, literaria y personalmente, tantísimo respeto, que no me permitiría protestar siquiera aunque me pusiera como dijesen dueñas. Puede acaso que influya también el agradecimiento que tengo a usted; agradecimiento que se conserva tan fresco en ese lugar de mi espíritu que se ha salvado de la quema, que aun no habiendo dicho en su notabilísima crítica que conoce «hace bastantes años», recordaría yo que fue usted quien publicó -en El Solfeo, por cierto- el primer artículo que hice para la prensa de Madrid, y que no satisfecho con eso, tuvo la bondad de animarme, dirigiéndome una carta tan cariñosa como benévola, que conservo todavía entre los honrosos recuerdos de mi adolescencia. -¡Figúrese usted si había de olvidar su hermoso proceder, yo que he vivido luego con las manos en la miseria humana!...
»Fuera parte de lo que apuntado dejo, estoy para mí que la defensa que hace usted de D. Leopoldo es, de cuantas tiene recibidas él, la más sangrienta de las burlas literarias. Porque con decir usted que mis críticas le recuerdan las de cierto novelista enemigo del Quijote y las de cierto crítico enemigo del Hamlet, no parece sino que quiere decir que D. Leopoldo es un Quijote o un Hamlet, y que vale tanto como Cervantes y Shakespeare. ¡Nequid nimis! amigo mío, y perdone usted que un mozo, y mozo que se huelga llamándose discípulo suyo, tenga que llamarle al orden con un latinajo.
»¿Cuáles son las aventuras de ese astur extraordinario? ¿Eso es una PERSONALIDAD, un Byron de Cangas de Tineo, un Quijote, un Hamlet? Si creo a ratos que está en lo cierto D. Leopoldo cuando dice, plagiando a Cánovas, que España es un país muerto, que su decadencia es tan grande como evidente en todo y por todo, es precisamente fijándome en la importancia que da usted a un escritor que ni inventó la pólvora, ni hizo cosa de provecho para las letras patrias.
»Como poeta, es el más chirle del planeta habitado; como novelista el más pesado de España -¡y cuidado si son pesados los más de los novelistas españoles!- como crítico, un Planche traducido por Pina, un Plancha, en fin. No tiene nada personal, nada suyo, absolutamente nada. A veces es plagiario, a veces imitador; siempre emborronadar de papeles, con alguna ocurrencia, de raro en raro, pero sin color, sin estilo, sin nada y cursi, con irresistible vocación a cursi.
»Por lo demás, un escritor que está tan contento con su suerte y con Oviedo, que no ha salido de España (que es como no haber venido al mundo), que está tan orondo con sus paliques y su cargo de Concejal y su afición a D. Emilio, ¿me quiere usted decir que un tipo así tiene carne de las personalidades que se destacan y distinguen y dejan huella cuando pasan por entre los simples mortales?
»Advierta usted que yo no me admiraría en ningún caso, más que fuese un geniazo ese señor; porque, en punto a admiraciones, creo con La Rochefoucauld, que ninguna cosa debería causar tanta admiración como el admirarse... De tejas abajo no hay cosa que me admire, como no sea la justicia... y de aquí que no haya tenido ocasión de admirarme todavía; y de tejas arriba... pues, le diré a usted, yo no me meto en celajes, ni me importan tampoco.
»Y siendo esto así, ¡hágame usted el favor de decirme si es merecedor de que me asombre un literato que, bien al contrario de tener cosa que suspenda el ánimo, tiene muchísimo de vulgar y liliputiense bajo cualquier aspecto que se le mire! Puesto que se remoza y se infla y se regodea tanto si algún buen amigo o pariente suyo le compara con Larra, ¿por qué no le aconseja usted -usted que es tan bueno- que se dé un tiro? Fígaro se suicidó a los veintisiete años, después de haber escrito lo que no escribirá en su vida D. Leopoldo. Éste, según dice, va para viejo... ¡Ya va siendo hora de hacer algún rasgo de genio!... Y puesto que está en su mano el imitarle en eso ya que no en otras cosas, a competir con el genio, a darse tiritos, que no hay tiempo que perder...
»Con esto, y con la venia de usted, amigo Sánchez Pérez, hago punto hasta mañana, que continuaré denunciando plagios de D. Leopoldo, para que vea el público que no tengo nada de embustero, y para que vea usted con cuánta verdad dijo que soy sincero y agresivo, amigo de la lucha y puntilloso como un antiguo castellano».
»Hasta mañana.»
PERIQUÍN Y PIPA
«Desde la publicación de mis artículos Novelistas tontos y Clarín folletista, ha llovido. Han pasado muchos días, años para mí Sr. D. Leopoldo. Sé que para ir al correo, a por los papeles de Madrid, ha dado más carreritas que Bargosi. Yo calculo que ya ha penado bastante. -'Esa mala persona -dirá a Palacio Valdés- no vuelve a ocuparse de mí. ¡Tranquilicémonos!'
»Pues ahora empiezo a ocuparme de usted.
»Yo soy así... Y tanto más gozo cuanto que sé también (tengo espías en Oviedo) que D. Leopoldo está furioso. Está el hombre como una fiera, pero sin irse derecho al bulto, contestando sin querer, reincidiendo en defenderse... sin defenderse, sacudiéndose los plumazos, en salva sea la parte, sin conseguir hacerlos saltar de la carne. Porque no se atreve, no, lo que es conmigo no se atreve. Discute dimes y diretes con los Corias, con los Rentz, que no manejan bien el percal. Conmigo no discute en los días de su vida, aunque mis críticas contra él (que se muere de ganas de que le salgan contrincantes... si son flojos, sobre todo, o si le dan tela para 'paliquear') andan en lenguas de la prensa, forman todo, un proceso, y ya vienen hablando los periódicos de que D. Leopoldo ha plagiado a Flaubert.
»Pues también ha plagiado a Fernanflor.
»Lector, ¿conoce usted a Periquín? Periquín es un granujilla con ojos de cielo y corazón de oro, que se escapó corriendo del espíritu de Fernanflor.
«Periquín vivía con Roque, un ciego, borracho además, que le propinaba todas las noches un tremendo palizón. Muere repentinamente el ciego, y repentinamente se encuentra en la calle el lazarillo.
»Aterido de frío en el quicio del portal del palacio de la Condesa de Berrocal, hermosa rubia de treinta y cinco años, viendo sombras y nieve, fue recogido de orden de la Condesa por un lacayo de la casa. Porque aquella noche era Nochebuena.
»-¿Cómo te llamas? -le preguntó Isabelita preciosa niña de cinco a seis años, hija de la Condesa.
»-¡Periquín!...
»Periquín se queda con tamaña boca contemplando los lujos del palacio.
»Está invitado a cenar; pero tiene un hambre que no ve, no puede esperar y empieza a engullir dulces.
»Isabelita se enamora del pobre y se niega a entrar en el salón si no lleva de galán a Periquín. La Condesa vacila, pero concluye por ceder; Isabelita y Periquín, la aristócrata y el mendigo, la seda y el harapo, entran en el salón seguidos de la institutriz, madame Courtois, que la llama ma petite.
»Periquín se hace cruces. No entiende francés o Periquín comió y bebió -dice Fernanflor- como si no hubiera comido nunca, o como si no hubiera de volver a comer y a beber en toda su vida.
»Estaba en sus glorias. Ya se hablaba de casarle con Isabelita (pura broma); y sería Conde, y tendría caballos, carrozas, ríos de oro.
»Pero... las pasiones sobre todo. Periquín, algo chispo, riñe por su dama. Confusión en la escena. Periquín quiere fugarse y logra esconderse: pero le atrapa monsieur Courtois, y de un puntapié le pone en la calle.
»Por chispo se llevan luego al pobre niño a un puesto de borrachos.
»He ahí la síntesis del cuento, que tiene descripciones de mucho color, filigranas de ingenio, pensamientos hondos, corte elegante... invadido todo por una sombra de melancolía, sombra 'triste, sola, desamparada', como Periquín, que constituye el fondo de los cuadros del pintor de ¡Mientras haya rosas!...
»Lector, ¿conoce usted a Pipá? Pipá es un pillastrón descarado, que se escapó corriendo del espíritu de D. Leopoldo, después de haber pasado por el espíritu de Fernanflor, desvalijando al pobre Periquín. Pipá es un Rata de doce años.
»Vivía con su padre (más o menos putativo), un borracho, que le propinaba tremendas palizas, por lo cual prefería el chico vivir en el arroyo.
»Contemplando su cama de nieve, resuelve una noche vestirse de máscara; y dicho y hecho. Aterido de frío y ganoso de aventuras, pasa por los alrededores del palacio de la Marquesa de Híjar, hermosa mujer de treinta años, y es recogido, de orden de la Marquesa, por un lacayo de la casa. Porque si aquella noche está de nieve, como la Nochebuena de Periquín, es también noche de solemnidad. Se celebra el Carnaval.
»¿Cómo te llamas? -le pregunta Irene, preciosa niña de cuatro años, hija de la Marquesa.
»-¡Moo! -contesta Pipá. (No hubiera estado bien que contestara: ¡Periquín disfrazado!)
»Pipá se queda con tamaña boca contemplando los lujos del palacio. El pillastre está invitado a cenar; pero tiene un hambre que no ve, no puede esperar y empieza a engullir dulces.
»Como la Condesa de Berrocal, la Marquesa de Híjar da un baile.
»Irene se enamora de Pipá, y quiere que sea su galán en el baile. Quiere también que la vea vestir; pero esto parece improper a la institutriz. ¡Improper! Pipá se hace cruces. No entiende inglés.
»Y seguidos de Julia, entraron en el salón de baile Irene y Pipá, la aristócrata y el mendigo, la seda y el harapo.
»Y en seguida...
»Había terminado la fiesta. ¿Por qué la termina sin describirla el autor? Por no seguir plagiando, supongo yo.
»Sin embargo, sigue la danza.
»Pipá tragó cuando pudo. Hizo provisiones allá para el invierno, dice Clarín.
»Estaba en sus glorias. Ya se hablaba de casarle con Irene (pura broma), y sería un poderoso caballero, un rey...
»Pero... las pasiones sobre todo. Pipá, algo chispo, se fuga también, sólo que sabe ganar la puerta de la calle, y va a dar con su cuerpo a un puesto de borrachos.
»He ahí la síntesis del cuento Pipá, que es un Periquín echado a perder, un Periquín de máscara: cuento plagado de filosofías impertinentes, hecho sin ingenio, sin chiste, sin estilo y reventando de forte, con un finchamiento asturiano que dejaría pequeñito a un portugués.
»Eso sí, después de plagiado, apaleado Fernanflor. Este habla de un camarín en su cuento. Don Leopoldo habla también de un camarín en su (¿?) cuento; pero añadiendo, como diría Echegaray o cualquier imitador suyo:
»-¡Habráse visto!...
»Periquín se publicó el 24 de diciembre de 1873. (Véase El Imparcial de ese día.) El libro, Pipá se publicó en 1886. Su (¿?) autor pone al final del cuento, 'Oviedo, 1879.' Aun así y todo, tiene cuatro años menos que el cuento de Fernanflor.
»Pipá, plagio de Periquín; Aquiles Zurita, plagio de Carlos Bovary; en La Regenta, capítulos plagiados de Flaubert; en Solos, plagios a Zola.
»Y en cuanto a Zola, no he dicho aún todo lo que tengo que decir. ¡Agárrese bien, amigo, que algún día hemos de hablar de lo que publicó usted con motivo del naturalismo!... ¿Pues qué se había usté figurao? ¿Que se pasaría la vida cobrando el barato y ejerciendo de matón literario? ¡Ca, hombre, ca! Pasen por esas horcas caudinas las vítimas que hiciera usted, gentecilla bobalicona que, con más miedo que vergüenza, pregona por ahí que es usted el satírico del siglo -porque en España vivimos de creer que tenemos el mejor orador del mundo, el mejor dramaturgo del mundo y todo lo mejor del mundo e insultamos diariamente a los franceses, sin los cuales no tendríamos más que toros, sol y cocido- gentecilla bobalicona, iba diciendo, y además ignorantona, que habla de las atroces sátiras de usted; sátiras que serían vistas por Larra con ojos de Micromegas, y que harían bostezar a Voltaire; sátiras con las cuales jugaría Rochefort como un tigre con un nido de hormigas... Pero Nos, Nos no pasamos por las horcas caudinas de usted, y no vale amenazar con sátiras atroces, porque no falta aquí su mijita de bilis y su manojito de nervios, créame usted; ni con peleas descocadas, porque cuando no hemos vivido en el puente de Segovia o en el barrio de la Alegría, pues vivimos en Chamberí, con que 'ni que decir tiene' si estamos acostumbrados a broncas; ni vale tampoco amenazar con hacer retratitos, porque aquí también gastamos fotografía; y, en fin, caballero, para no cansar más, que si usted salió de la cueva de Covadonga, de allí donde salió el oso que se comió a Favila, yo dato del golfo mejicano... y que nos conocemos, compadre, como si nos hubiéramos parido mutuamente.
»Yo no le tengo mala voluntad, por Dios que no. Si me pidiera usted cinco duros prestados, con seguridad... no se los daba. Ayer olvidé decir al Sr. Sánchez Pérez -que le llama a usted insigne, pero no se fíe usted: ¡es tan bromista Sánchez Pérez, así a lo manso! -que jamás tuvo usted conmigo cuestión alguna, ni personal, ni tan siquiera literaria. No, no puedo quejarme de usted. La verdad es que siempre me respetó mucho. ¿Que por qué le critico siendo eso así? Por distraerme. Estoy muy triste, amigo mío: ¡si usted supiera!...
»Quiero suponer que es usted un gigante, el gigante chino de la crítica española, y yo un enano. Y bien: le critico con el mismo derecho que ejercitó usted cuando criticó al Sr. Cánovas, a quien, por muy poco que se le concediera, y hay que concederle que es un verdadero gigante... (por desgracia para la libertad) habría que decirle que vale como mil arrobas de veces más que usted.
»Le critico además porque quiero oponerme a que siga usted haciéndose perjuicios con eso de los plagios. Qué necesidad hay de que plagie usted a Zola Flaubert, a Fernanflor? ¿Qué necesidad hay de que me plagie usted, ¡a mí, que soy tan chiquitín!
»Pues también me ha plagiado usted. Un plagio chiquito, claro está, pero no quiero pasar por él.
»-¡Guardias!... ¡Guardias!...¡A ése!
»Prueba al canto.
»El periódico El Español (de tan funesta recordación, ¡figúrese usted que decían de él que era negrero y lo peor era que decían verdad!) en su número 32, año I, del 6 de enero de 1883, publicó un folletín mío, titulado Don Manuel Fernández Juncos. En dicho folletín, que reproduje en el libro Mosquetazos de Aramis (Véanse mis Mosquetazos por tres pesetas nada más), libro publicado en 1885, hay un párrafo que dice:
'He creído siempre que el cuerpo humano es un disparate atroz. ¿Para qué sirve el ombligo?'
»En el libro Nueva Campaña (título que es un a modo de plagio del título de un libro de Zola) Nueva Campaña (1887), que contiene la campaña (?) de 1885-1886, según su autor, hay un artículo, Las Revoluciones, en que dice D. Leopoldo:
»Son restos que dejó la herencia de órganos que 'no tienen aplicación actualmente. ¿Para qué sirve el ombligo?'
»Que para qué sirve el ombligo que saqué yo en 1883? ¡Pues para que no me lo coja usted! Digo, me parece.»
***
El Sr. Sánchez Pérez hizo... cuanto cabía que hiciera un buen amigo; y D. Leopoldo no podía exigirle mayor prueba de compasiva amistad.
Pero como no llevaba razón Sánchez Pérez, no pudo su talento encontrar más escapatoria que ésta: Ni hay, ni hubo jamás, ni habrá nunca plagios, ni plagiarios, ni cosa que se le parezca.
Si es broma de Sánchez Pérez (¡pero qué bromista es usted, D. Antonio!) por burlarse a su modo del defendido, digna es del gran criminalista Lachaud... Pero si no es broma esa opinión yo, respetándola por ser de Sánchez Pérez, no puedo aceptarla de ningún modo. (Perdone el maestro.)
Quiere él, enmendando la plana al diccionario, que «al que se apropia escritos que no son suyos no se le llame ladrón»; y si, como parece, se funda en ello para decir que no hay plagiarios, y borrar de camino el derecho de mi acusación, paso yo porque se sustituyan los voquibles, si no se oponen los interesados, bien que protestando del modo de señalar a D. Leopoldo -¡este Sánchez Pérez es feroz!- puesto que no parece puesto en razón que se llame, ladrones ¡Y los plagiarios, cuando se ha dulcificado la calificación para los verdaderos ladrones, acaso por lo que abundan, y se les llama modestamente con el nombre de irregularizadores. Sánchez Pérez: busquemos un término medio y digamos de su amigo que es uno de nuestros primeros irregularizadores literarios...
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Otra ocurrencia acabó de exacerbar el ánimo de su Real Majestad, decidiéndole a contestarme; y fue que, con motivo de algo publicado recientemente a propósito de él, dijo al autor de la quisicosa el distinguido poeta conocido corresponsal de El Correo de Valencia:
«Usted no debe meterse en esas profundidades, y debió dejar su tarea para manos más picardeadas, como, por ejemplo, las de ese perillán de Bonafoux! ¡Ve usted qué pícaro es Bonafoux! Hay unos hombres imposibles. Sí, Bonafoux ha estudiado mucho, escribe muy bien y tiene intención, por eso ha puesto a Clarín como chupa de dómine con sólo dos artículos publicados en La Regencia, demostrando que Clarín ha plagiado a Flaubert, a Zola y a Fernanflor. Cuando se trate de folletos contra D. Leopoldo Alas, deje usted que talle un literato como Bonafoux; lea usted lo que él escriba, y en vez de estudiar los folletos y majaderías de D. Leopoldo Alas, estudie usted a los autores a quienes él plagia. Lea usted un libro titulado Literatura de Bonafoux.»
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Señores ¡valiente lío! ¡Y pensar que se trataba únicamente de ganar o perder la apuesta de una cenita servida por Cirilo!...
== III ==
PRELUDIO
Ni el menjurje Calypta, cuando estuvo en predicamento; ni los libros de D. Ricardo Sepúlveda, que no tienen nada de ingeniosos, por mucho que los anuncie él y por más bombos que les den algunos periodistas -¡señores, ni que el papá de Ricardito hubiera comprado a cada uno de ustedes «un par de botitas de raso verde!»;- ni el mismísimo general Boulanger fue tan voceado como el folleto de D. Leopoldo. Pero el folleto no parecía, allí, en casa de Fe, estaba en galeradas, muerto de risa. E iban las galeradas de Madrid a Oviedo, y volvían de Oviedo a Madrid, y repetíanse los viajes de ida y vuelta, y a todo esto Clarín escribiendo: «¡Chitón! ¡silencio! ¡que nadie lea el folleto!»; el cual venía a ser un secreto de Estado, algo así como un documento bismarckiano. Pero, no, era... un paso de risa.
Ni Cánovas paseando su yo altanero por los camarines de Palacio; ni León XIII exhibiendo el abanico de avestruz en la silla gestatoria, y, a los atónitos ojos de la Emilia Pardo -esa nodriza del naturalismo... español, o sea vergonzante;- ni nadie, en fin, bajo la capa del cielo, se exhibió tanto como D. Leopoldo encaramado en el desvencijado rocín de su folleto.
Pero..., lo dicho, el folleto no parecía. Estaba entumecido y pidiendo una mosquita de Milán. Se la apliqué por conducto de La Revista Cómica, y, por fin, después de un parto de diez meses -el parto de la burra- y de invertir dos en reclamos, salió a luz el folleto, con todas las medrosas perspectivas de la impotencia, con todas las sombrías claridades del remanso, y serpenteando como manga de cohetes disparados a última hora por el buque náufrago para avisar que se va a pique y que está muy menesteroso de inmediato auxilio.
...Yo no sé por dónde empezar a reírme del folleto del Sr. Alas, que todo él, de la cabeza a los pies, es cosa de risa. El plagio vive tan metido en el espíritu de este paliquero insigne, que le ha formado callo en la conciencia y constituye en él una segunda naturaleza. -Ni para defenderse contra el pobrecito Aramis, que le acusa de plagiario, pierde el rimbombante Clarín sus malas mañas.
Así, le dije que no tenía ingenio, y se le ocurre contestar que no tengo ingenio; le dije que le conocía como si le hubiera parido, y contesta que me conoce como si me hubiese dado a luz; le llamé novelista tonto, y se venga llamándome también tonto; le advertí que en el Juzgado francés le seguían causa por robo literario, y me advierte que me demandará si continúo llamándole plagiario (¡plá-giá-rió! ¡¡pláa-giáa-rióo!! ¡¡¡pláaa-giáaa-rióoo!!!) y que tendré que abonarle, por injuria, 1.250 pesetas (¡de ganas!); díjele, en fin, y probele, además, que plagió una ocurrencia de uno de mis artículos, y quiere vengarse diciendo que yo, en El Solfeo, «conseguía parecerme a él en la poca aprensión con que abordaba algunas materias difíciles».
¡Valientes materias difíciles abordaba usted en El Solfeo; envidiar a Revilla!
Pues ¿y las materias difíciles que abordaba yo «con poca aprensión?» Los conservadores en el otro mundo (artículo político), Romero Robledo ante la esclavitud (artículo político), Un cuadro (artículo político), Delirio ministerial (artículo político)... ¡terribles abordajes de materias difíciles!
De El Solfeo salí sin pelos en la cara, una criatura, peor, un insecto, a padecer motines en América, y habiendo regresado, a poco andar, redacté en Madrid un periódico que atacó a mis enemigos, riñó con los vates sinsontiles, echó abajo una audiencia con aplauso de la prensa madrileña, crucificó caciques y... dio alguna guerra; me parece.
Eso fue lo que hizo DON LUIS, que fue no hacer nada, por que el periódico estaba dedicado a la Habana, que es la capital de las Américas en la misma Manila, como creerá usted; pero lo que él escribió allí, mantenido está por él.
Y usted, DON JUAN, ¿qué hizo? Escandalizar un poco en la villa del oso, injuriar a infelices, glosar del francés para que comulgasen con ruedas de molino los buenos batuecos, apropiarse las campanas de Zola y tener, en suma, el fin trágico de que habló Victor Hugo. ¡Lucido abordaje!
Usted, caballero, tiene una manía que le lleva derecho al sepulcro: la manía de ser en España (y no sé si también en el extranjero) el H satírico, con privilegio exclusivo de invención. Usted mismo se guisa las sátiras, y usted mismo se las come. Ya en el artículo Estilo fácil (publicado en el Madrid Cómico) asomó usted la oreja, declarando indirectamente que era el único satírico de este mundo y de Lisboa, y echándole la llave a la sátira española...
¿Qué quiere usted, lector, satirizar al prójimo? Pues tiene que sacar permiso de D. Leopoldo. ¿Qué se propone ejercer de crítico? Fuerza es que consiga venia de D. Alas. ¿Que le da el naipe por escribir a la pata la llana? Consentimiento previo de Clarín. ¿Que está reventando de ganas de soltar un chiste? No lo suelte sin que lo huela antes el Czar de todas las gracias. D. Leopoldo (¡y no va más señores!) es en España el único satírico, chistoso, crítico, liso y llano; -¡y nadie pase sin hablar al portero!
Y lo mejor del cuento es que no sólo no es el único satírico español D. Leopoldo, sino que no es tan siquiera satírico español. Usted cultiva, a la manera francesa, el género satírico y festivo. Su estilo es detestable traducción de periodiquines del boulevard, porque el castellano no se presta a los caricanes de la sátira francesa. ¿Quiere usted un satírico a la manera española, español neto, de una costilla de Quevedo? Ahí le tiene usted: Valbuena. Pero usted es traductor; muy malo, porque no sabe francés. Ya sé que se figura que lo sabe, pero no es lo mismo figurárselo que saberlo, y si viene usted a París y da en la flor de chapurrear francés de Covadonga, digo a usted que lo encierran en el Depot.
Eso es Clarín ameno; que cuando presume de formal, ¡Dios nos ampare! Su estilo es extracto de apuntes, mal tomados al oído en cátedra del eminente filósofo Sr. Salmerón. Fundándose en lo que escribe D. Leopoldo, o en lo que pensó escribir, puede jactarse de lo que se jactaba Hegel, después de exponer su doctrina, y decir lo mismo que él: «No hay más que un hombre que me haya comprendido...! ¡y ni aun ese me ha comprendido!» Por eso dice que no soy capaz de entender lo que él escribe. ¡Qué he de ser! ¡Qué he de entender yo, ni nadie, esa jerga enrevesada, con consonantes o asonantes, según le sopla la musa -esa musa que fue echada del Parnaso a puntapiés en el trasero!- Pero no le tocaba a usted el decirme que no lo entendía. ¡Ingrato! ¡Decirme eso, a mí, que soy el único lector que tiene usted en España!
¡Pobre Sr. Alas! Quiso colarse en Paphos, y le echaron a rodar por las escaleras; pretendió subir a la cátedra del Ateneo, y ¡ay qué cosas! le tomó un desmayo, y hubo aquello de hacerle aspirar un pomito de sales y desabrocharle el corsé; trató de sentar plaza de novelista, y resulta escribiendo de corrido lo que costó a Flaubert días y noches enteras de trabajo neurósico para extraire une phrase de sa langue; alardeó de crítico egregio, y no es sino correvedile, a propósito del cual puede decirse, parodiando una frase de Jésus-Christ, el de La Terre, de Zola: -¡Le critiqueur Clarin ne vaut pas un pet!...
¡Pobre señor Alas!... Quizá haya tenido usted, como Mirabeau, alguna Sofía... inspirada, artista, humana, cachonda... que tratara de levantarle el genio; pero ¡ay! que en el boudoir de la diosa del arte es usted un pobre eunuco que no toca pito ni flauta.
Seré yo todo lo Mielvacque que quiera usted, y acaso sea verdad que «conviene tenerme lejos», como dice sin conseguir agraviarme; pero el caso es que voy tirando, y cuando los achares de la vida me dejen sacar a la calle en gran toilette esa Pitusa a quien no ha visto usted más arriba de los vuelos de las enaguas, podrá resultar y resultará seguramente una hembra muy mala, pero todavía me la plagia usted para sacarla del brazo los días de fiesta.
¡Quítese usted de eso, y retírese a buen vivir, abuelo! Como el Cándido de Voltaire, y puesto que la tiene, según dice, labre usted su huerta, para que pueda comer azamboas en dulce y alfónsigos. Usted tiene hogar, familia, patria... ama usted y es amado... ¡qué mayor dicha, ni qué mayor gloria artística, amigo mío!
== IV ==
ANTE EL TRIBUNAL DE HONOR...
PRESIDENTE. -Acusado...¡Levante usted esa frente coronada de inmarcesible plagio! Acusado: ¿cómo se llama usted?
ACUSADO. -¡Móo!
PRESIDENTE. -¿Qué es eso de ¡Móo!
ACUSADO. -Que me llamo Pipá, miento, Periquín, digo, Clarín.
PRESIDENTE. -¿De dónde es usted?
ACUSADO. -De Oviedo, aunque me esté mal el decirlo.
PRESIDENTE. -¿Soltero o casado?
ACUSADO. -Casado y con familia.
PRESIDENTE. -¿Su oficio?
ACUSADO. -Negro catedrático.
PRESIDENTE. -¿Cómo negro? ¿no decía usted que es de Asturias?
ACUSADO. -Quiero decir que me paso la vida citando escritores y libros que no he leído.
PRESIDENTE. -Y esas citas, ¿de dónde las saca usted?
ACUSADO. -De Larousse...
PRESIDENTE. -Al grano. ¿Cuántas páginas tiene su defensa Mis plagios?
ACUSADO. -Cincuenta.
PRESIDENTE. -De las cincuenta, ¿cuántas dedica usted a chismorrear del Sr. Bonafoux?
ACUSADO. -Veinte.
PRESIDENTE. -De las treinta que sobran, ¿cuántas emplea usted en defenderse de la acusación?
ACUSADO. -Veinticuatro.
PRESIDENTE. -De las veinticuatro, ¿cuántas hablan del plagio en general?
ACUSADO. -Media docena.
PRESIDENTE. -Descontando, de las diez y ocho que sobran, las que destina usted a «paliquear» con el Sr. Bonafoux y a la reproducción de originales de Flaubert y plagios de usted, ¿cuántas páginas, en suma, constituyen su defensa?
ACUSADO. -Unas ocho páginas
PRESIDENTE. -Basta. Tiene la palabra el Sr. Fiscal.
DISCURSO DEL MINISTERIO FISCAL
SEÑORES:
No esperéis que pronuncie un largo discurso. En los anteriores que hice sobre los temas «Novelistas tontos», «Clarín folletista», «Más plagios de D. Leopoldo», «Periquín y Pipá», etcétera, etcétera, dejé convicto al acusado de ser pirata en los mares de la literatura, plagiario empedernido, con circunstancias agravantes de responsabilidad criminal, tales como ensañamiento, premeditación y alevosía. Convicto el acusado, se limitará mi discurso de hoy a probar que está también confeso y a pedir que se le aplique la pena señalada en el Código.
Como se trata de dos señoras (hasta cierto punto) Madame Bovary y La Regenta, les daremos la preferencia.
Pero detengámonos, ante todo, a admirar el tupé del reo cuando dice, con la mayor frescura y tratando de inclinar a favor suyo el mínimo del digno e ilustrado Tribunal, «que él condenaría a latigazos a cuantos copian o imitan muy de cerca literatura ajena», como si fuera lícito, señores, nombrar la soga en casa del ahorcado, o como si fuera posible que la emprendiera él a azotes consigo mismo; y admiremos también su audacia cuando pretende tener compañeros en Searron, Racine, Groto, Machiavelli, Sardou, Virgilio, y, lo que es más descocado todavía, en el gran Shakespeare. Con la digresión, perfectamente extemporánea, que hace el acusado, se propone decir al Tribunal: -¿Lo ven ustedes? No estoy tan solo en esto de los plagios. Estos señorones hicieron lo que yo.
Mucho habría que decir con tal motivo; pero basta y sobra recordar que esos señores eran genios y que no se sabe que lo fuese el procesado en ninguna época de su vida.
Que (como alega él) las Brujas, de Shakespeare, salieran escapadas de una tragedia de Giraldi, y que el Mercader de Venecia recuerde algo de la Arrenopia del trágico italiano; que (como dicen algunos críticos) tomara Shakespeare de los Menoechmi, de Plauto, el argumento de La comedia de las equivocaciones; el Como gustáis del Gamelyn, de Chaucer, y que el mismísimo Hamlet maldiga en alguna parte -acaso en el Saxo-Graminaticus- antes que en el cerebro de Shakespeare... pendejadas son que a nada conducen, y erudición trasnochada que nada prueba en contra de aquel monarca de los dramaturgos (con reinado propio), el cual, como ha dicho bien Samuel Johnson, «no tuvo a quien imitar y fue imitado», y cuya gloria artística se conserva tan entera sobre las tempestades y naufragios que ocasiona el tiempo, que aun hoy mismo pretende Donnely, emulando a Walpole y otros, atribuir al ilustre Bacón las obras del teatro shakesperiano.
Pero detengámonos nuevamente a admirar el tupé del acusado.
«Bonafoux -dice él- asegura que cierta novela mía titulada La Regenta, es plagio de Madame Bovary, y para ello se funda en que Madame Bovary va una noche a un teatro con su marido y allí se encuentra con su amante, y no pasa en el teatro nada de particular; y en La Regenta también va la protagonista al teatro, y allí está un señor que la quiere decir que la adora, pero que todavía no se lo ha dicho. Tenemos, como prueba de plagio, un teatro: teatro en Madame Bovary, teatro en La Regenta. Un marido: marido en Madame Bovary, marido en La Regenta; una esposa (ídem, ídem, íd.); un amante en Madame Bovary, un pretendiente inconfeso en La Regenta. Ese es el plagio.»
Señores: eso es parte del plagio, no todo el plagio que señalé en mi discurso «Novelistas tontos». El plagio está, más que en eso, en la esencia y finalidad del asunto, y esa semejanza de esencia y finalidad entre la protagonista de La Regenta y la protagonista de Madame Bovary, cuando están en el teatro viendo D. Juan y Lucía, constituye la gravedad del plagio. En el estado pasional, de ambas protagonistas, estado que es el mismo en una y otra, vi yo y señalé el plagio más y mejor que en la semejanza de accidentes; porque el ladrón de ideas es más ladrón que el que roba frases, siendo así que éstas son del dominio público, y aquéllas no.
En Madame Bovary no es insignificante, aunque lo diga el acusado, el episodio de la escena del teatro; es, bien al contrario, de tanta trascendencia, que pone al desnudo el alma de la protagonista; y en La Regenta es igual, por el procedimiento y por la tendencia, la escena del teatro, con en solo distingo: que en Madame Bovary es obra de arte lo que en La Regenta es remiendo de zapatero de viejo.
«En Madame Bovary -dice el acusado- la representación de Lucía Poco o nada importa a la protagonista (¿poco? luego importa algo), y apenas se habla de ella (¿apenas? luego se habla algo).»
La Regenta -decía yo en mi citado discurso asistiendo con Quintanar (el marido) y D. Álvaro (el amante) a la representación del Don Juan Tenorio, todo ese capítulo, es un calco de un capítulo de Madame Bovary. Se conoce que le gustó a D. Leopoldo la escena de Emma, asistiendo con Bovary (el marido) y León (el amante) a la representación de Lucía; y como él, D. Leopoldo, no quiere ser menos que Flaubert, calcó la escena y... a vivir. Compare el lector las dos situaciones Y VEA LO QUE PASA EN EL ALMA DE LA REGENTA Y LO QUE PASA EN EL ALMA DE MADAME BOVARY.
Señores: nada he de decir, porque no sería digno del ministerio fiscal ensañarse en el acusado, de las excusas que da éste, por ejemplo, que «había prometido a Zorrilla que iba a señalar su gran admiración a Don Juan Tenorio», y la denosísima de que la idea no la tomó de Flaubert, sino de un Sr. Aramburu (¡ahora resulta que plagia también al óptico Aramburu!), y aquella otra, de candidez paradisiaca, que consiste en decir que «cuando escribió el capítulo del teatro no pensaba en Madame Bovary.»
Nada diré tampoco, porqué me hallo revestido de toda la benevolencia compatible con mi sagrado ministerio, del escandaloso elogio que se propina cuando, queriendo probar que no es plagiado, se funda en que algunos periódicos franceses «se han dignado hablar de La Regenta con elogios absurdos por lo inmerecidos.»No sería floja la cuenta... que les traería. Esos periódicos que hayan hablado de La Regenta dispensándole «elogios absurdos», le dispensarían censuras, no tan absurdas, por un bonito billete de cien francos.
Señores: no nos cansemos de admirar el tupé del acusado.
Oigámosle: «Aquiles Zurita, según Bonafoux, es Carlos Bovary. ¿Saben ustedes por qué son idénticos? Por lo siguiente: Aquiles Zurita, alumno del doctorado de Filosofía y Letras en Madrid, se presenta en una cátedra de Historia de la Filosofía, y el profesor le pregunta cómo se llama. El nombre de Aquiles hace reír y alborotar a los estudiantes, que celebran el chiste del catedrático a costa de Zurita, y se permiten disparar contra su humilde condiscípulo bolitas de papel. Carlos Bovary, que POR LO DEMÁS no se parece en nada a Zurita (luego se parece, digo yo, en lo que no es lo demás, o sea en lo otro), entra en un aula de latín en no recuerdo qué poblachón normando; el dómine le pregunta su nombre, y el pollancón palurdo, descompuesto, lleno de vergüenza (como Zurita, en fin), balbucea de mala manera, sin que se le entiendan las sílabas de su nombre y apellido; el profesor castiga a toda la clase porque ríe y alborota, y al recién venido le castiga también por su falta de desparpajo. Y ¡oh colmo del plagio! También los condiscípulos de Bovary saben que uno de los modos de divertirse a costa del prójimo en clase es disparar bolitas de papel.»
Refresquemos la memoria del procesado reproduciendo algo de lo que dijimos en el discurso acerca de Zurita.
En Pipá «novela corta», que así la llama su autor, colección de paparruchas, digo yo, que será todo lo corta que usted quiera, pero me costó diez y seis reales, hay, entre otros calcos, un Aquiles Zurita que es la mismísima persona de Carlos Bovary cuando entra por primera vez en cátedra. Si el profesor de Bovary le pregunta el santo de su nombre, el profesor de Zurita le pregunta también el santo de su nombre; si tartamudeando y temblando contesta Bovary que se llama ¡Carlos Bovary! «temblando como la hoja en el Árbol «contesta Zurita que se llama ¡Aquiles Zurita!, y si al oír el nombre los condiscípulos de éste sueltan «una carcajada general», al oír el nombre los condiscípulos de aquél sueltan otra «carcajada general». Hay en las dos aulas el mismo clamoreo, las mismas risas, el mismísimo estrépito; y si los compañeros de Bovary, se burlan de él tirándole «bolitas de papel», los compañeros de Zurita se burlan también de él tirándole «bolitas de papel.» Síntesis: un grosero plagio de una escena cómica de las mejorcitas de Flaubert. Don Leopoldo no será novelista, no que no, pero es imposible negar que es una hormiguita para su casa, una especie de Rata Primero del naturalismo.
Ahora bien, señores: el acusado no niega, sino confiesa clara y terminantemente, que hay en las dos aulas, con ocasión de presentarse Carlos Bovary y Aquiles Zurita, el mismo motivo de hilaridad y el propio desorden con acompañamiento de bolitas de papel; y no niega tampoco, sino que confiesa clara y terminantemente, que tal escena cómica se produce en ambas cátedras porque así el profesor de Bovary como el profesor de Zurita les preguntan sus nombres respectivos, y ellos los dicen «temblando como la hoja en el árbol.» Pues si esto no es plagio, que venga Dios y lo vea.
Pero ¡qué! -dice el acusado- «si Flaubert me inspiró a mí, ¿no pudo inspirarle a él, o a los dos, Quevedo, en el capítulo V de El Gran Tacaño?»
Ni es igual en tal caso el elemento cómico, ni hay parecido en las situaciones, ni se trata ahora de procesar a Flaubert, sino de ajusticiar al acusado, que por lo demás, es posible que se inspirara también en El Gran Tacaño, porque le creo muy capaz de tomar la Biblia.
Otra candidez, del género memo, es decir que tomó la escena de lo que vio y de lo que añadió imaginando (¡lo que es estar de imaginaria!) y componiendo.» (Pruébelo el acusado.)
Pero... sentémonos otra vez a contemplar el tupé de este plagiario reincidente.
«El profesor de mi cuento -dice con un desgaire que es lo que hay que ver- existió también, y el chiste, o lo que sea, de «lo que es conocimiento en Valencia», ES RIGOROSAMENTE HISTÓRICO.»
¡Digo! ¡Para que se fíe el Tribunal de este sujeto! Ahora se descuelga con que los chistes que daba por suyos, no son suyos, sino rigorosamente históricos, o, como si dijéramos, más viejos que un palmar.
Señores: llamo la atención del Tribunal sobre ese descaro, que no tiene precedentes en la historia de los grandes plagiarios. ¡Pretender refutar que lo es, presentando plagios rigorosamente históricos!...
Ítem más: recomiendo al Tribunal la declaración final del acusado:
«Carlos Bovary, per se, no se parece absolutamente en nada, en toda la novela, a Zurita; per accidens se parece, lo poquísimo que se parezca, en lo que ustedes han visto.»
¿Conque se parece poquísimo per accidens? Luego se parece.
¿Y qué diré, señores, qué diré de las excusas que da el Alas por haber plagiado, en Pipá, el Periquín de Fernanflor? Aquí no cabía regatear una sola línea del plagio, porque el ladrón (como diría Sánchez Pérez) metió la mano hasta el hombro. Metido en un callejón sin salida, se entretiene en zaherir con reticencias al primero de los cronistas españoles, al donosísimo Fernanflor, y luego dice... cualquier cosa, por hacer que se defiende.
«Pipá está tomado del natural; vivió y murió en Oviedo; fue tal como yo lo pinto.»
Pruébelo el acusado.
No se le ocurre más prueba que decir: «Yo no he leído a Periquín...» Pero esta prueba pertenece al número de las que necesitan otra prueba, que el Alas no ha leído a Periquín.» ¿Cómo he de probar yo que no lo he leído? -dice él.- Por aquí tampoco hay argumento ni probanza.» Claro que no.
Convencido del plagio, se declara en fuga, echando por los cerros de Covadonga, y, como mal de muchos, consuelo de Clarines, pretende otro absurdo: que el primoroso escritor Palacio Valdés le acompañe en lo de plagiar a Fernanflor; de modo y manera que no pareciéndole bastante abuso el haber inspirado también La Regenta en la novela Marta y María, intenta uncir a la coyunda de sus plagios al más notable de los humoristas españoles.
Sin embargo, es mucho tranvía de plagios, está atascado con él, y, de grado o por fuerza, tiene al fin que declarase plagiario confesándolo rotundamente.
«¿Quiere usted que haya copiado el Periquín? PUES SEA, BUENO. ¡Después de todo, la cosa tiene gracia!»
Sí que la tendrá para el acusado, que es una especie de Diógenes en su Cueva; pero para los demás, para el público, no tiene pizca de vergüenza literaria.
Señores: yo podría ahora recordar el aforismo jurídico: «A confesión de parte, relevación de pruebas», si no las hubiera dado anticipadamente. El reo ¡miradle! -está confeso, tan confeso, que no es osado a defenderse de haberle cogido al Sr. Bonafoux el ombligo que sacó en 1883. ¡Qué no hará un hombre que se atreve a plagiar un ombligo; el ombligo del Sr. Bonafoux, que está en los huesos!
¡Señores! Para castigar cumplidamente, a este sujeto, habría que inventar un género de muerte que compendiase los tormentos todos que se conocen, y que se aplicara por mano de Miguel de Escalada, en calidad de verdugo inquisitorial.
Pero teniendo en cuenta que el acusado padece la enfermedad que se conoce en Medicina con el nombre de «chifladura de grandezas», que está loco de vanidad y de impotencia, me permito recomendar al Tribunal que sea misericordioso, todo lo misericordioso que consienta la ley -¡sí, perdón para el enemigo, como decía Heine, pero después de ahorcado!- y atemperándome a la clemencia que aconsejo, pido sólo que se le apliquen las siguientes penas:
1.ª Banderilleo público, con banderillas de fuego, en el puente de Vallecas el día de San Isidro.
2.ª Larga mano de componte aplicada por el general Palacios.
3.ª Insaculación con un grajo (el de la fábula), don Manuel Cañete (para que le saque los ojos) y la Pardo Bazán además, y que así dispuesto se le arroje al Canal el día del entierro de la sardina.
He dicho.
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PRESIDENTE. -Acusado... ¡levante usted esa frente coronada de inmarcesible plagio! Acusado: puede usted retirarse. (Aparte.) Que el coronel teniente coronel de la Guardia civil D. Matías de Padilla, custodie al reo hasta la Cárcel Modelo, y que mande que le pongan allí un capuchón especial, de algodón en rama, para que no pueda horadarlo su corona de plagio inmarcesible.
== V ==
DE PARÍS A OVIEDO
París, 20 de Abril de 1888
48, rue Caumartin, 48.
Sr. D. Leopoldo Alas:
La guerra declarada entre usted y yo era guerra a muerte. Usted hacía de Francia, como si dijéramos: yo, de Prusia. Por la «suprema antipatía» que inspiraba a usted, antipatía que dio el resultado de la candidatura Ole-Ole-Sin-Narices, me tenía sentado sobre la boca de su estómago, y, por cambiar de postura, fui yo y ametrallé Metz (La Regenta), arrasé Sedán (Pipá), sitié la personalidad de usted, y vengo haciendo en su baluarte literario lo que obraban en los Campos Elíseos los prusianos que salían diariamente desde Versalles. Usted perdió la batalla; con la batalla, perdió la Alsacia-Lorena, o sea su fama de matón literario, y si no voy a ponerme la diadema imperial en las Tullerias de Oviedo, es sencillamente porque no tengo dinero para el viaje. Ahora quiere usted y pide paz. Vaya por la paz. Pero, ojo con que Boulanger, o sea la vanidad de usted, le mueva a hacer pinitos guerreros; porque entonces arrasaré toda su casa, dejándole reducido al condado de París, que sería la novela Esperaindeo, y eso porque no la ha publicado, ni la tiene escrita aún, aunque la anuncia.
Y puesto que me llama usted «escritor inca», y se pone en fuga, le recuerdo que mis ascendientes -unos salvajes, indios chunchos- tenían la costumbre de cortar la cabellera al vencido, con unas tijeras de esquilar. En cuanto regrese a España, voy a Oviedo...
{{c|🙝🙟}}
Me invita usted a nombrar un tribunal que falle el pleito literario que sostenemos; y así, como de paso, sin advertir que la gente de Madrid es más larga que usted cree, cita a casi todos los escritores españoles, y trata, con piropos y palmas, de granjearse por adelantado la voluntad de los jueces. -¡Como si los literatos de España estuvieran tan medianos de honor y de conciencia!...
Usted, que suele ponerse moños de incorruptible, es el más asiduo colaborador de la sociedad de bombos mutuos.
Necesitó que El Liberal le elogiara, o, cuando menos, que se acordara del santo de su nombre, y aprovechó la enfermedad de uno de los redactores de aquel periódico para arrancarse con un cante hondo y ponderativo. Porque daba usted por muerto a Cavia, y porque le convenía además para sus fines particulares en El Liberal, que reprodujo la necrología de usted y le llamó «distinguido literato», que era lo que usted quería demostrar. Afortunado estuvo usted en aquel lance, porque de allí a poco resucitó Cavia -que, cuando no murió de resultas de aquel panegírico, no muere ya de cornada de burro- y le faltó tiempo para pagarle en moneda de buena circulación, hablando largamente de usted en un plato del día.
Necesitó usted, además, que El Imparcial le elogiara, o que recordara a San Leopoldo, y como no podía usted dar por muerto a Eduardo del Palacio, echó a vuelo las campañas, sin motivo alguno, anunciando que aquel escritor había inventado la pólvora... para que la gastara luego en salvas de bombos a usted dirigidos. -Y, valga el paréntesis, admiremos la inclinación de usted a ser juzgado por Sobaquillo y Sentimientos!
Tal es la táctica de usted para cosechar aplausos y no crea que son cavilaciones malévolas como dice usted en alguna parte de su folleto.
Ahora dice usted que es su deseo que nos sometamos a la opinión de un tribunal de escritores, y, en prueba de que no siente semejantes ganas, empieza por inhabilitarme, que sí me inhabilita, para nombrar el tribunal, en el hecho de citar, con sus correspondientes bombos, una serie inacabable de escritores, poniéndome en el estrecho de elegir, con mengua de los que no elija. Y no es lo peor eso de usted, sino que se llame andana, siendo el que necesita, y desea vindicarse y correspondiéndole de derecho el nombramiento del tribunal.
Por lo demás, cuando yo formo opinión, no hay tribunales ni jurados, por buenos que sean, para rectificarla; y no por tozudo, sino porque siendo, como soy, aunque no ejerzo, demócrata de verdad, no hay cosa que me irrite más que la tiranía del número. Jesucristo (no el de La Terre) tenía razón contra todos los que le condenaron a muerte.
Pero, en fin, por mí no quede, y vaya por el tribunal de honor literario, si usted lo nombra, y avíseme cuándo quiere que salga con los bártulos o textos correspondientes a sostener el derecho de mi acusación. -Mis maletas están prontas.
Lo más anómalo del caso es que dice usted en la página 41 de su folleto:
«Debo advertirle ahora que no tome lo dicho por principio de polémica. No discuto con usted. Diga de mí lo que quiera. NO REPLICO.»
Y añade usted que estoy atentando contra «la cena de sus hijos.»
Sr. Alas: Yo me había propuesto atentar contra la paternidad literaria de usted, probándole que es putativa. Pero no me pasó por las mientes la idea de atentar contra su prole física. Eso de que al acusar de plagiario al papá, trabajo contra la cena de los hijos, es una escena de sobremesa que puede mucho más que mis convencimientos literarios. -¡También yo, Sr. Alas, quiero mucho a los niños que no tienen pan!... -No había, pues, de quitarlo de la boca de los suyos, porque aunque tenga usted el prurito de imitar a los genios, no sería yo quien le aconsejara que emulase a Juan Jacobo...
¡Pobrecitos los chicos! ¡Dejarles que vivan! Tal vez resulten listos los de usted, por lo mismo de haberlo sido Henry Ireland... Quizá resulten literatos, por lo mismo que no lo fueron los hijos de Víctor Hugo... Y aunque no fuesen lo uno ni lo otro, tienen bastante con ser niños para tocar el corazón del hombre honrado...
Cesen, pues, las hostilidades, y reciba gracias por su sentido recuerdo. ¡Qué de reflexiones tristes y amargas no sugiere la idea del daño que hacemos sin proponérnoslo! Usted ignora seguramente que amargó, sin querer, los tristes días de aquel sublime loco que se llamó Revilla; que trabajó inconscientemente por quitar a D. Peregrín García Cadena el sueldo que ganaba como crítico; que atentó, sin pretenderlo, contra la cena de los hijos de muchos escritores; ¡oh, Sr. Alas! usted ignora que sus interesados, gratuitos y extemporáneos ataques contra la obra de un joven dramaturgo, tal vez dejen sin pan y sin lumbre, en el próximo invierno, a una buena madre que está enferma y desvalida... Gracias, muchas gracias, amigo mío, por el recuerdo de sus hijos; ¡deles usted en mi nombre un beso de paz!...
{{c|🙝🙟}}
Público:
Declaro espontánea y solemnemente que el señor D. Leopoldo Alas (Clarín) no ha plagiado a Flaubert, ni a Zola, ni a Fernanflor, ni a nadie de los que figuran en el infierno de las letras, y que si dije antes lo contrario, fue por error, o llevado acaso por malévolas cavilaciones.
Declaro asimismo, espontánea y solemnemente, que tengo al escritor D. Leopoldo Alas por muy digno y merecedor de recibir tus favores.
Y firmo en París a 20 de abril de 1888.
LUIS BONAFOUX.
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[[Categoría:Huellas literarias]]
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Cuento de cuentos
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Kwamikagami
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|título=Cuento de cuentos
|autor=[[Francisco de Quevedo]]
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'''Edición''': Barcelona, 1798 (Sin correcciones)
{{c|''' DONDE SE LEEN JUNTAS '''}}
::::::las vulgaridades rusticas, que aun duran en nuestra habla, barridas de la conversación
:::::::::::::::::::::::::''A D. Alonso Mesya de Leyva''
{{grandeinicial|L}}a habla que llamamos castellana y romance tiene por dueños todas las naciones; los Arabes, los Hebreos, los Griegos. Los Romanos naturalizaron con la victoria tantas voces en nuestro idioma, que la sucede lo que á la capa del pobre, que son tantos los remiendos, que su principio se equivoca con ellos.
En el origen de ella han hablado algunos linajudos de vocablo que desentierran los huesos á las voces:cosa mas entretenida que demostrada, y dicen que averiguan lo que inventan.
Tambien se ha hecho tesoro de la lengua Española, donde el papel es mas que la razon: obra grande, y de erudicion desaliñada.
Ninguno ha escrito gramática y hablamos la cortumbre, no la verdad, con solecismos. El alma decimos; y supuesto que el alma bueno, no se puede decir, ''el'', que es artículo masculino, ha de ser ''la'', y pronunciar la alma.
No quiero nada: peca en lo de las dos negaciones, y debe decirse: quiero nada.
Bien considerable es el entremetimiento de esta palabra, ''mente'', que se anda enfadando las cláusulas y paseándose por voces, eternamente, ricamente, gloriosamente, altamente, ricamante, gloriosamente, altamente, santamente, y esta porfía sin fin. ¡Hay necedad tan repetida de todos igualmente! caso que algun lector se me quiera excusar de no haberla dicho. Mal hablado llaman al que habla mal, habiéndole de llamar mal hablador. Mire lo que le digo, decimos todos, po oigame, pues no se parecen los ojos y las orejas. Aqueste por este, agora por ahora, son infinitas voces que pudiendo escoger, usamos lo peor. ¡Hay cosa como ver á un graduado con mas barbas que textos decir enfurecido:¡voto á Dios que se lo dixe de pe á pa! ¿Qué es pe á pa, licenciado? Y para enmendarlo, dice que que se está erre que erre todo el día. ¿qué será no dar a uno una sed de agua? que tan freqüente se oye en las quejas de los amigos y de los criados; y hacer baylar el agua delante es á propósito. Encarece uno su verdad, y dice: yo le dixe dos por tres; y decir dos por tres ¿quie negará que no es decir una cosa por otra? habia de decir yo le dixe dos por dos. Pues uno que encareciendo su diligencia dice, que vino en un santiamen: deben de tener los santiamenes gran paso. ¿Y los que para encarecer su prudencia dicen, que lo escogieron á moco de candil? ¡miren que juicio tendrá un moco de candil para esoger! Un enojado que dice á otro que le trae sobre ojo, es (con perdón)llamarle nalgas; que para decir que le atiende, lo propio era traer los ojos sobre él; y el blasón tan presumido de tener sangre en el ojo masdenota almorranas que honra; y pierdo doblado si lo juzgan los pujos. Hablen cartas, y callen barbas, sin haber quie haya oido decir á las barbas esta boca es mía, aun quando las caldean y las rapan. Que de hombres se hacen moxigatos, y que nadie sabe que son esos gatos moxi. Verse y desearse no pasó de Narciso. poner pies en pared, no sirve de nada, yo lo he probado viéndome en trabajos, como oia decir: no hay sino poner pies en pared, y solo sirve de trepar ó dar de cogote. Andar la barba sobre el hombro, quie lo tuvier por buen consejo lo pruebe, y andará hecho un corderito de Agnus Dei. diome un remoquete: es dádiva de catarro. Llevar la soga arrastrando dicen que es la mayor desdicha; yo he llevado arrastrando sogas, y hallo que es peor que la soga lleve arratrando al hombre. para decir que uno es muy maol, dicen que ni teme ni debe. ¿Puede ser mayor necedad?. Pues solo es bueno el que ni teme ni debe: habían de decir, que ni teme ni paga, y esto pregúntenselo á los mercaderes, y á todos los que fían. No me lo haran creer quantos áran y cavan. considere v. merced que letrados ó teólogos buscó, sino gañanes. ¿V. merced ha visto algun brazo cagado? que yo no sé por donde entran á proveerse en un brazo. ¿Hay cosa tan mortal como zas? mas han muerto de zas que de otra enfermedad. No se cuenta pendencia que no digan: y llega y zas, y cayó luego. No es el mundo tan grande como tris, todo está en un tris, y no hay dos trises; estaban en un tris; todo el Reyno estuvo en un tris, y espantaranse de que la Fenix sea una siendo el tris un siempre. Y aquelllos majaderos músicos que se van cantan las tres anades madre, que no cantarán las dos si los quemáran , ni la quarta. Considero v. merced el buen talle de estas voces, que se nos hacen reacias en la boca y no las podemos escupir:zurriburri, a cada trinquete, traque barraque, zis zas, zipizape, á barrisco, irse á chitos, chichota, con sus once de oveja, trochimoche y cochiteherbite; es decir que no tienen desvergüenza para deslizarse en una historia y entremeterse en un sermón, y están ya tan halladas, que pocas plumas las desdeñan; y para ver á cual mendiguez está reducida la lengua Española, considere v. merced que si Dios por su infinita misericordia no nos hubiera dado estas dos voces: ahora nadie pudiera ir, ni se despidiera de un conversación. Todos dicen: ahora bien, ya es hora: ahora bien, ya es tarde, nadie se puediera ir, ni se despidiera de una conversación. Todos dicen: ahora bien, ya es hora: ahora bien, ya es tarde, ya vuestras mercedes querran cenar. Y hay hombre que por no acordarse de ellas se detiene hasta que se enfada y mata, y en topando con su ahora bien, se va. Yo por no andar rascando mi lenguaje todo el dia he querido espulgarle de una vez en esta jornada, donde yo solo no tengo que hacer; y en este cuento he sacado á la vergüenza todo el asco de nuestra conversación, que si no tuviere donayre ni merecier alabanza, no carece de estimación el trabajo en recoger tan extraños desatinos. Ahora va este papel haciendo lugar á obra mas de veras, en que trarré (ni se si tan docto como desvergonzado) que ni sabemos deletrear en nuestra cartilla ni razonar con la pluma. En tanto que v. merced, que hace buena acogida á mis borrones, se divierta y tenga larga vida con buena salud.
Monzon 17 de Marzo de 1626.=D. Francisco de Quevedo Villegas.
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:::::::::::'''Cuento de cuentos'''
{{grandeinicial|E}}llo se ha de contar; y si se ha de contar, no hay sino sus, manos á la obra. Digo, pues, que en Sigüenza habia un hombre muy cabal, y muchucho, que diz que se decía Menchaca, de muy buena capa. Estaba casado con una muger, y esta muger era de punto, y mas grave que otro tanto (llámese como se llamare). Tenían dos hijos, que como digo, eran pintiparados; y no le quitaban pizca al padre. El uno de ellos era la piel del diablo; el otro, un chisgaravís, y cada día andaban al morro, por quítame allá esas pajas. El menor era vivo, como una cendra, y amigo de hacer tracamundanas, y baladrón; el padre lo sentía á par de muerte, mas él, ni por esas, ni por esotras. El mayor era hombre de pelo en pecho, y echaba el bofe por una mozuela, como un pino de oro, delicada, veme no me tengas y alharaquienta. Era viuda, y su marido, como digo de mi cuento, murió; y diz que se tuvo barruntos, que ella le había dado con la del Martes. Estuvo en un tris de suceder una de todos los diablos; el padre, que era marrajo, lloraba hilo á hilo, é iba, y venía en estas, y estotras. Y un día, entre otros, que le dió lugar la murria, la dixo su parecer de pe á pa; y seco, y sin llover, mandóla que se metiese en un Convento al proviso. Ella se cerró de campiña; y así se estuvieron erre a erre muchos días, hasta que el padre, que ya estaba enfadado, la dixo; que por tantos, y quantos, que había de hacer, y acontecer; ver veamos si han de ser tixeretas; y en justos y en verenjustos, dió con ella en una recoleccion.
Era la pupilera muger de chapa, y no amiga de carambolas, y el licenciado persona de tomo, y lomo. La moza que vió esto, viene, y toma, y qué hace, y sin mas, ni mas, como quien no quiere la cosa; escribe á su galán, que ya andaba con mosca, diciéndole, que todo era agua de cerrajas, y que ella habia puesto pies en pared; y que quisiese, que no quisiese, se iria con él cantando las tres ánades madre, que atáse él bien su dedo y se riese de toda la zalagarda, y traque barraque.
Pues el diablo del mozuelo, que estaba mas enamorado, que otro tanto, y estaban sobre las afufas; como se vió señor del argamandijo, no hacía más de atrochimoche escribirla billetes, y más billetes, y ella leer, que leerás, á tontas, y á locas. Pues como digo, yendo días, y viniendo días, la pupilera, que tenía pulgas, soltó la taravilla, y dixo rasamente, que ella era muger de sangre en el ojo, y que con ella no había chancharrasmancharas, que anduviese con pie de plomo, y la barba sobre el hombro, porque de manos á boca haria de hecho. La mozuela, que era sacudida, casi casi estuvo para enbedijarse con ella, y levantar una cantera de todos los diablos. Ella se resolvió en decir, que para qué eran tantos arremuescos, y dingollondangos, siendo todo un papa sal; y sepa, que ya estoy el agua hasta aquí. Hacía grandes estremos, diciendo, que bien entendía la zangamanga.
La pupilera lo quiso meter á barato, negando á pie juntillas quanto ella había dicho; el otro hermanillo, que se venía al husmo, se hizo mequetrefe, y faraute del negocio, y por apaciguarlas, empezó a darlas ripio á la mano á sabiendas.
La pupilera se hacía carne llorando, de ver el murmullo, y la tabahola, que habían metido en su casa; el hermanillo, por desmentir espías, la empezó á traer la mano sobre el cerro; y en estas, y estas cata qué hace el diablo, ételo el padre, sin más, ni más, atolondrándose todos, y en bolandas, llegaron á las inmediatas. Dixéronse los nombres de las fiestas, (y hubo muchos dares y tomares) si ha de salir, no ha de salir. Yo saldré, dixo la viuda, zurriando como un rayo: mas esta... Aquí fue ello, que como la tia, no las tenía todas consigo, empezó á tartalear, y diz que dixo: ¿qué ha de haber? Miren quién se mete en docena: Yo la aseguro, que ha caído la viudica en el mes del Obispo. Tanto monta, dixo la mozuela; y replicó la pupilera: no sino el alba. El hermanillo, viendo que andaban al morro; voto á tal, y á cual, que todo lo había de llevar á barrisco. ¿Qué es á barrisco, en mis barbas? dixo el padre: y zas. Llegó á punto crudo el licenciado, cuando andaba el cipizape; metiólos en paz; mas á cada triquete andaban a mía sobre la tuya; y viendo el pelotero, llevósela el padre á su casa, porque no se metiese en dibuxos; y en llegando tris tras á la puerta, el viejo tenía barruntos de que un hermano de la mozuela, que no la quitaba pinta, y tenía muy malas manchas, enguizgaba el negocio, no quiso abrir. Esto fue el diablo, que empezó á decir (y ahora es, y no acaba) que no había de dexar roso ni belloso, ni piante, ni mamante, y que los habia de traer al retortero á todos, y salga si es hombre. El pobre padre no hacía sino chitón, como entendía el busilis; la hija, que olió el poste, y hendia un cabello en el ayre, escurrió la bola, temiendo, que el padre la menearia el zarzo: que hace, sino vase a chitos. El picarón, por no hacer una borrumbada, dixo: arda Bayona, y estos turronazos no con miquis, y acogióse calla callando. Iba la niña saltando bardales, sin decir oxte ni moxte, en busca del bribon, corriendo á puto el postre, con la lengua tan larga
De esto los vecinos tomaban el cielo con las manos, y se desgañifaban, y andaban unos en pos de otros zahiriéndose. No nos hable con sonsonete, dixo uno, que al cabo, ha de venir á la melena. Decía ella: no dixera más pateta; yo he de hacer mi gusto, y esotro es cosa de morenos, y no quiero cuentos con serranos: y de una hasta ciento, que se descalzaban de risa de ver al viejo hecho de hiel; y á ella, que se iba á cencerros atapados, con un zurriburri refunfuñando.
El licenciado, que pensó que ya mordía en un confite, y que eran uña, y carne, con mucha sorna se vino mano sobre mano, hecho gatica de Juan Ramos, diciendo entre sí: yo la haré á la tal por qual, que muerda en el ajo. El padre que le vió venir á lo de mi suegro, y le traía entre ojos, empieza á dar voces, y alza Dios tu ira; y á diestro, y á siniestro le puso del loco, asiéndosele de los andularios, que no podían desengarrafarle, según tenía la hincha con él.
El licenciado daba los gritos, que los ponía en el cielo, mas no se dormía en las pajas: allí fue ella, que el compañero viendo que andaban á pescuezo, le dió un pan como unas nueces, sin irle, ni venirle. A la tabaola se entró un vecino con sus once de oveja, muy sobresaltado, y de hoz, y de coz se metió donde no le llamaban; quiso embestir, mas el bribón puso aldas en cinta. Dixo el pobrete: yo soy hombre de pro, y conmigo no hay levas; yo pajas, dixo el bribón, y asentóle un tanto. El pobre no chistó, ni mistó, y volvióse dado á perros, y jurando, que le habian de dar su recado; y sobre esto hubo la mayor turbamulta del mundo; mas viendo la mozuela, que el bribón la daba en el chiste, estúvose acurrucada, por escusar dimes y diretes.
El picarón andaba listo, como una jugadera, de ceca á meca, engolondrinado, dándose tantas en ancho, como en largo, que le podian hender con una uña.
Esto ha de dar un cruxido, dixo el hermanillo, que estaba de manga; el padre pensaba, que tenía el oro y el moro, y estábase en sus trece, diciendo, que si le hacian, habian de ir rocín, y manzanas, con todos los diablos, y echó de la oseta
La viuda, y el que nos vendió el galgo, digo, el bien andado del novio, se dieron sendos remoquetes, acerca del casamiento, que se estaba en xerga.
Era el bellaco socarrón, y malhablado, y dixo, que no le cagasen el bazo, que no era barro casarse, y que él no se había de casar á medio mogate; ¿No más de llegar; y zas candil á osadas, que lo entiendo todo?
Saltó el licenciado, y dixole: ¡gentil chirrichote!, ¿Dándole una moza como mil relumbres, hija de sus padres, más rubia que las candelas, que no sabe lo que se tiene, hecha de cera, que le viene de molde, y hácese de pencas? para qué es tanto lilao; sino á ojos cegarrritas, dexése de recancanillas, y cásese, pues le viene muy ancho.
Atolondrado el novio, así como oyó decir, que le vendria muy ancho, dixo: tras que me venga muy ancho ando yo, dexénme, que lo meteré todo á la venta de la zarza, y volverémos las nueces al cántaro.
Púsose el bribón más colorado que unas brasas y dixo: que llevado por bien, harían de él cera, y pávilo, y que le diría todo lo que deseaba saber, sin faltar cichota.
El bergantón le dixo dos por tres, que mentia; y si no lo ha v. merced por enojo, se tornaron á enbedijar, y andaban al pelo.
El licenciado, que vió la barahúnda, echólo á doce: El hermanillo cascó la mollera al cuñado; todos andaban hechos una pella, y al estricote.
Pues vea aquí v. merced que si no es por la viuda, el licenciado paga el pato, con todo su apatusco. El echaba de vicio, y ella le cantaba la sorna, diciendo, que mas queria andarse á la flor del berro, y qué me sé yo.
En esto estaban, á toca no toca, quando á la zacapela, que traia la gente bahuna, vino un alguacil en un santiamen, y un escribano en bolandas, respailando, y dixeron que de atras lo traian sobre ojo, y que no dexarian de embocar la moza en la cárcel por todos los haberes del mundo, que bastaba la mueca.
El licenciado replicó que no se había de hacer todo cochiteherbite: mirábale de hito en hito el hermanillo: el escribano estaba con el ojo tan largo. No estoy de gorja, dixo el padre, no me mamo el dedo.
Empezó el maridillo á echar verbos, ¿alguacil en mi casa? y en esto iba y venia. Yo traigo un mandamiento tan gordo, que no vengo á humo de pajas, dixo el escribano. ¿Mandamiento? dixo el licenciado; no me lo harán en creyentes quantos áran, y cavan; y sobre esto se batió el cobre lindamente.
Dixo el alguacil: Yo no doy mi brazo á torcer: replicó el hijo, ni yo me dexo agraviar en el blanco de la uña; y esta casa no es como quiera, y míreme á la cara. ¿qué queria llevarse de bobilis bobilis mi hacienda? antes me dexaré hacer trizas; y advierta, que no somos todos unos, y me mataré con mi padre en dos paletas, y me haré añicos.
Arda Bayona, dixo el alguacil, que estoy ya hasta el gollete, y he de hacer mi oficio; el escribano estaba de mampuesto, diciendo, que no le untasen el casco, que les pegaría á manteniente con la de rengo: el hermano se fue rabo entre piernas; el maridillo echando chispas, y todos se quedaron enjolito. Entónces la moza habló al alguacil muy sobre peyne, y le aconsejó, que no se anduviese regodeando, y que se acordase de la de marras, y que era todo fruslería, y que no había de tener más así que asado, que toda era gente honrada, escogida á moco de candil, y personas de chapa. El alguacil gritaba, como un descosido, viendo que la mozuela le había dado entre ceja, y ceja con la de marras; y tomó la hincha con ella: el escribano decia que no se la habia de cubrir pelo; la madre, y el padre, que se estaban á mas, y mejor, dixeron: esto va de rota, no hay sino hacer de las tripas corazon, y ojo al badil, gritando: no me hagan, que echaré por esos trigos; y á toda ley habe de tuyo.
¿No ha de mediarse esto? dixo el licenciado, viendo la escarapela; empezaron todos á encogerse de hombros, y á decir, que se rugia cierta cosa; y que aunque no importaba un bledo, bastaba el run run y el qué diran; y que si no se estorbaba, era fuerza que el alguacil llevase una tunda de coces. El no dixo esta boca es mia, y tieso, que tieso; ahí me las den todas, decia el bribon que en manos está el pandero, &c. No lo dixo á sordos, que se quemó de oirlo el escribano, y le dixo: para mí no son menester tantas arengas, que sé donde me aprieta el zapato; y lo que apuntó la señora, lo tengo al cabo del trenzado: pero las razoncitas yo las guardaré como oro en paño.
Alegrósele la paxarilla al alguacil, y dixo: yo los meteré en pretina, ó podré poco; yo les haré, dijo el escribano, que me baylen el agua delante, y los dexaré en el pelo de la camisa, que no ha de ser todo chancharasmanchas, y basta ya la trisca. Oyó el padre lo que trataban, y dixo: oxte puto, mas á mí no se me da un ardite, que ni temo, ni debo, y al cabo habrá dello con dello.
¿No darémos un corte en esto? dixo el licenciado quando á sabiendas, el mozuelo, muy remilgado, y cariacontecido, dixo: que estaba entre dos aguas, y dos dedos de irse por ese mundo adelante, en justos, y en creyentes, que estaba cansado de traer los atabales acuestas. ¿Quién fuiste tú, que tal dixiste? No es creible la cólera del padre, pues llegándose á él le asentó una tabalada; el no chistó. ni mistó. Vergante (decía el viejo) ¿téngote como cuerpo de Rey, comiendo mil gollorías: dándote conejo por barba, y perdices como tierra, y vino como agua, repapilado, y hecho un trompo, vestido á las mil maravillas, la casa como una colmena, y tanto lilao? Mírame á la cara, que el casamiento se ha de hacer de haldas ó de mangas; quitaos de cuentos, y no andeis en tanto mas quanto, que se me va subiendo el humo á las narices, y conmigo no tendreis un si es, no es. Entre estas, y estotras entróse de claro en claro una fregona, con un canastillo, que se venia a los ojos, y unos vizcochos, que saben que rabian, y yo me comia las manos tras ellos. Anduvimos á la arrebatiña, y no fueron vistos, ni oidos, traia un billete de la pupilera para el licenciado, diósele, y él dixo: hablen cartas, y callen barbas; aquí está quien no me dexará mentir; y el papel decia ni mas, ni menos: señor licenciado, ese belitre, que se hace el tuautem deste negocio, tiene muy malas manchas, y no le alcanza la sal al agua, y todo es larantoña, yo quedo la mas amarga del mundo, y echada por puertas; y sé que él y su muger me están royendo los zancajos, que le advierto, que si no calla, le ha de costar la torta un pan, y que entiendo poco de filis, que no se ponga conmigo a tú por tú, y me crea, que estoy muy amostazada, de ver que se haga zorrocloco, y nos venda bulas, que se guarde del diablo, que ahora es todo tortas y pan pintado, y que todo esotro es andarse por las ramas, y que por mal término, no hay hacer carrera conmigo, que le veré la boca á la pared, y no le daré una sed de agua. Levantóse un remusgo, que hasta allí podía llegar, y daban todos diente con diente, y tiritaban de oír tales cosas.
El mozo se ciscó; más ella se estaba repantigada á lo de mi suegro, como si fuera el padre con mucho aquel; juró que le había de dexar en porreta, si no se casaba; y sobre esto porfiaron, hasta tente bonete; el hijo decía, que él había hecho cala, y cata del negocio, y que le habían de soñar; que por qué, y por qué teniendo ella cogijos, habían de obligarla á que las apeldase, que se iria con el alma en los dientes, y los llenaria de bote en bote, de lo que eran todos; y añadió, que ya el viejo estaba calamocano. ¿Calamocano dixiste? fue un día de juicio, y sucediera muy mal; si no se echára en chacota.
La mugercilla, que ya tenia asomos del negocio, mas engolondrinada que otro tanto, empezó á hacer aspavientos, y dixo que todo era así al pie de la letra, mas que no había de ser todo echa y de rueca, supuesto que no habian de poder dar con ellos al traste, aunque los persiguiesen á banderas desplegadas; y que mas valia, que por bien se llevasen su buen por qué, y se dexasen de cuentos. El alguacil decia que les habia de poner ras con ras la casa al menorete, hablando de talanquera, con mucho qué me sé yo; el escribano decia: yo callaré ahora, mas yo les daré en caperuza: Cada uno mire por el virote, dixo el licenciado pues he de ir á todo moler; y no echen de vicio, que podria heder el negocio, mas aína que piensan. El alguacil, que vió que el licenciado era de los del asa, y que todos los demas eran gente del gordillo, juzgó, que el irse, venia á pedir de boca; quitóse el sombrero, y ni paula ni maula, sino viene y vase. El padre, que vió el mal recado, fuese tras él dando cosetadas por malos de sus pecados; y esto dió una estampida terrible. Ahí me las den todas, decía la viuda; replicó el marido, á mí no se me da un ardite, que con andar pie con bola, me reiré de todos. El bribon, que vió que esto iba de capa caída, y que iban de romanía, y que el mozuelo traía la soga arrastrando, y que la muchacha no era amiga de recancamusas, y que tenia garabato, díxola: aquí no hay sino sus, y alto á casar, que estas son habas contadas. La viuda, por una parte no quiso estar á diente; por otra, viendo que el mozo se moria por sus pedazos, estuvo hecha de sal, y muy donosa, diciendo de aquella boca, que daba grima. El maridillo cantó de plano, mientras el licenciado contemplaba en las musarañas; mas no se le quedó por corta, ni mal echada, y como tomó el negocio á pechos, dixo: á mí se me quedaba en el tintero lo mejor, y con mucha pausa se fue al padre, y le dixo: acabemos con este mazacote, que no son menester tantas zarracaterías, ni andar templando gaytas. Cásese, que todos la baylaremos el agua delante, y no se meta en dibuxos. El, que vió que andaba ya de capa caida, dixo: una por una, yo me casaré, mas luego roeré el lazo, y otras mil patochadas. Casóse, y aunque la boda se hizo á somormujos, todos se rapailaron. El padre le dió una linda tragantona con el dote: encaxole todos quantos cachibaches tenia en casa; y si se quejaba, decía que hablaba adefesios, y que no se gobernase por su caletre, que se quedaría en pluribus, que era un maniaco; y aunque calló entónces, despues lloraba los quiries; y propuso de hablar papo á papo, porque otra vez no se le subiese á las barbas. Con estas cosas le metió las cabras en el corral, y calla callando hizo su negocio, y el hermanillo le escuchaba, hecho un bausan. Estaba en cuclillas, detrás de la puerta, la recien casada, oyendo al muchacho, con la oreja tan larga, y entró con un tropel de los diablos; él, por lo que podia suceder, venia hecho un relox; la mugercilla estaba de veinte y cinco alfileres, y le dixo para qué se metia de gorra.
Déxense de filaterías, que una por una, ya están casados (dixo el licenciado), y si hablamos mas, nos echan el gato á las barbas, y volverémos las nueces al cántaro. Libertad me fecit, dixo el hermanillo; y con esto se fueron todos á la deshilada, con muy grandes cogijos, sin respetar el coram vobis del padre, que daba gracias á Dios de ver acabada tan grande carambola.
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La Revolución de Julio/12
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|título=[[La Revolución de Julio]]
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Junio de 1854.- Sorprendido fui hace pocas noches, a deshora, por la visita de Rogelio Navascués, esposo de Valeria, al que acompañaba otro sujeto desconocido, que por el aire me pareció militar. Ambos vestían de paisano, con afectada traza de señoretes pobres de provincias, de los que años ha llegaban sin más objeto que ver La Pata de Cabra, y hogaño vienen a ponerse en contacto con la novísima civilización, llevándose, como señal o muestra de ella, baratijas de corto precio adquiridas en las tiendas más a la moda. Encarar con ellos en mi despacho, y ver sus fachas, y darme en la nariz olor de conspiradores buscando un escondite, fue todo uno. Lo primero que hizo Navascués fue presentarme a su compañero: «Bartolomé Gracián, Comandante con grado de Teniente Coronel, uno de los más fervientes enamorados de la Libertad... etc...». Luego se rieron los dos del pergenio que traían, alabándose de su agudeza para burlar a los corchetes, y acabaron por poner sus apreciables personas bajo mi amparo, para que yo las guardase en el sagrario de mi domicilio. La verdad, no me inspiraban interés ni lástima, y a ello contribuyó la cínica ligereza con que hablaban de sus trabajos, el menosprecio de sus superiores, y la confianza en salir victoriosos siempre que lograsen una libertad relativa con el escondrijo y la engañosa vestimenta. Además, mi suegro, don Feliciano, con egoísta previsión de hombre acomodado que aborrece toda molestia, me había dicho que nuestra casa no facilitaría el tapujo a patriotas militares o civiles acosados por la autoridad.
De esto hablábamos, cuando entró Valeria compungida, y con temblorosa frase y estilo de teatro imploró la hospitalidad, asegurando que sería por poco tiempo, pues la Revolución había de triunfar, y los perseguidos serían prontito los perseguidores. Mi mujer, que desde la pieza inmediata oyó la voz de su amiga, no tuvo más remedio que intervenir tomando su parte en las demostraciones de piedad que el sexo le impone, y no necesitó más Valeria para romper en llanto y hacernos una escena dramática, hiposa y sofocante, de ésas que en la escena nos encocoran y en nuestra casa mucho más. Sin que se nos ocultara que en la tribulación de la señora de Navascués había no poco de artificio, Ignacia y yo nos rendimos al formulismo de la amistad, y los perseguidos fueron amparados. Mas, no siendo posible tenerles en casa por el rigor cívico de mi suegro, discurrimos darles asilo seguro en otra casa de mi familia. Desechada la hospitalidad de mi hermano Agustín, por miedo de comprometer gravemente su furioso ministerialismo, con Gregorio me entendí aquella misma noche para traspasarle el embuchado; y tan bien dispuesta encontré a mi cuñada Segismunda, que no necesité gastar saliva para que consintiera en ser patrona de conspiradores. Obscuros y sutiles negocios, de que hablaré en otra ocasión, han enriquecido a Gregorio en poco tiempo. Segismunda se lanza con ambicioso vuelo a más altas esferas; quiere brillar y meter ruido, poner en su persona relumbrones aristocráticos recogidos en medio de la calle, o traídos del invisible Rastro en que van a parar las efectivas grandezas; y aunque las ideas de Gregorio y Segismunda son moderadas, como es ley de gentes que improvisan su posición, ambos ven con gusto que se alberguen en su casa dos caballeros revolucionarios de la clase militar. En estos revueltos tiempos, el conspirar ha llegado a ser de buen tono. A mi hermano, y particularmente a mi cuñada, les halaga que, cuando triunfe la Revolución, se les señale como generosos encubridores de los que hoy son facciosos y mañana serán héroes. ¡Qué no darían por esconder a un O'Donnell, a un Messina, o al avisado malagueño Cánovas del Castillo!
Todo quedó arreglado a media noche, y antes de amanecer, los paladines de la Libertad dieron fondo en el cómodo asilo que con maternal solicitud les preparó la esposa de mi hermano. Y ya muy entrado el día, pidiome audiencia en mi casa un sujeto que se anunció como funcionario de la Seguridad Pública, sin decir su nombre. Picada mi curiosidad, no tardé en recibirle; y si de la persona no puedo decir que fuera interesante, lo que el tal echó de su boca en la visita merece cabida preferente en estas Memorias de mi tiempo. En el hombre vi, como rasgos culminantes del tipo, un bigote negro cerdoso cortado en forma de cepillo, cabellera abundante cortada como escobillón, nariz pequeña y atomatada, bastón de cachiporra, gabán claro de largo uso, y sombrero, que en toda la visita permaneció en la mano de su dueño. Ostentaba la pelambre de esta prenda innumerables cicatrices, testimonios de una vida azarosa, estrujones, apabullos, palos ganados en escaramuzas callejeras. Quizás, en alguna reunión tumultuosa, sirvió de asiento a persona de extremada gordura; quizás, antes de cubrir la cabeza de su actual propietario, fue remate del figurado guardián que se arma en medio de las huertas para espantar a los gorriones. Pero si mucho el sombrero decía, más dijo el hombre, y sus manifestaciones encerraron tanta enseñanza, que aquí las copio, sin más enmienda que la supresión de mis observaciones y preguntas en el curso del diálogo. Así parece más clara y compendiosa esta página viva de la Historia Nacional.
«Vuecencia no me conoce, señor don José. Yo soy Sebo... quiero decir que así me llaman, y por Sebo me conoce todo el mundo en Madrid, aunque mi nombre es Telesforo del Portillo. El mote proviene de que nací y me criaron en un taller de extracción de sebo, calle del Peñón, donde mi padre y toda mi familia tenían la industria de velas, que allá por el 48 vino a parar en ruina, por causa de la introducción de la maldita esperma y otras porquerías, sacadas, según dicen, de las ballenas de mar... Desde que yo empecé a discurrir, más que los oficios de mano me gustaban los de cabeza, todo lo que fuera cosa de ilustración, o por mejor decir, de literatura. Con otros chicos representaba comedias, y de noche, en mi casa, copiaba versos de algún periódico para aprendérmelos de memoria. Llevado de mis aficiones, el primer pan que gané me lo dieron en la escuela de párvulos de la calle de Rodas, donde serví la plaza de auxiliar dos años cumplidos. Aunque me esté mal el alabarme, yo aseguro que no me faltaban disposiciones para desasnar criaturas. Con la paciencia que Dios me ha dado y cierto don natural para dominar las almas infantiles, hice verdaderos milagros en aquel desbravadero de las inteligencias. A muchos borricos domé, y más de un idiota me debe el dejar de serlo. El maestro, mi jefe, me tenía en grande estimación; era yo su brazo derecho, y en los últimos meses llevaba el peso de la escuela. Pero como nadie me agradecía los servicios que yo prestaba a la Nación, cogiendo de mi cuenta a los españoles chicos para convertirlos de animales en ciudadanos, y como mi estipendio era tan corto que apenas pasaba de dos reales y medio al día, insuficiente para pan y arenque o molleja, me vi precisado a cambiar de oficio. Por aquel tiempo empezó a salirme familia... pues, aunque yo no estaba casado todavía, la que hoy es mi mujer me había dado ya el primer hijo, principio de la cáfila de nueve que ya lleva paridos, de los cuales me viven seis para servir a Dios y a Vuecencia.
»Para no cansarle, señor don José, después de mil contradanzas molestando a medio Madrid en busca de colocación, el señor Beltrán de Lis me metió en este pandeldemonio de la policía, que es, hablando pronto y mal, el oficio más perro del mundo... y el más deshonrado, el más comprometido, si no se pone uno al igual de los criminales, y come de ellos y con ellos, para ayuda del gasto de casa... que es muy grande, señor. Los ricos no tienen idea de las fatigas de un padre de familia con seis criaturas, mujer, hermana mayor, y otros parientes que acuden al olor de un triste puchero. Esto no lo sabe el rico, que nos paga míseramente para que le cuidemos su vida y hacienda, y sobre pagarnos tan mal, tan mal, que todo mi haber, pongo el caso, no pasa de nueve reales y medio al día, nos exige que tengamos virtudes... ¡virtudes, señor, virtudes! maniobrando uno entre todos los vicios, y cuando en su casa no le entran a uno por los oídos más que clamores de la mujer: ¡que si los chicos están descalzos, y ella sin camisa, y todos con hambre por la cortedad del alimento! Yo tendré todas las virtudes conocidas, y algunas más, el día en que me las avaloren por moneda corriente, que de otro modo no puede ser. Si quieren virtudes baratas o de gorra, formen un Cuerpo de Policía de anacoretas, clérigos u otra calaña de gente sin familia ni necesidades. Suprímase la familia, seamos todos sueltos, tengamos refectorios públicos para matar el hambre, y habrá virtudes. De otro modo no puede haberlas y aquí estoy yo para decir con el corazón en la mano que no soy virtuoso. Gazmoñerías hipócritas no entran en mí. Y frente a un caballero que sabe apreciar las cosas como son, abro primero mi conciencia, después mi boca, y alargo mi mano para que los pudientes me den el pedazo de pan que el Gobierno, mi amo, no quiere darme por mi servicio. Yo huelo donde guisan y allá me voy. Hablo con un caballero, y humildemente le digo: «Señor, Sebo se pone a sus órdenes para todo lo tocante a dejar tranquilos a esos beneméritos Navascués y Gracián, que...».
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»Gracias, señor, por su ofrecimiento de socorro, que debe hacer efectivo a toca teja, porque en mi casa se carece de lo más preciso... Y paso a informarle de lo que desea saber. Anoche, cuando entraron en su casa el Navascués y el Gracián, vestidos de paisano, di conocimiento al señor Chico, que me ordenó suspender la vigilancia de estos sujetos. Naturalmente, ¿qué vamos ganando nosotros con extremar las cosas? ¿Apurar la ley para que el día de mañana los perseguidos de hoy nos limpien el comedero? Españoles somos todos, con derecho a vivir, y el grano que para nuestro alimento nos tira la Providencia desde el cielo, lo hemos de coger donde caiga... Digo, señor, que si el granito cae en campo revolucionario, allá nos tiramos a comerlo. Revolución quiere decir: «Caballeros, apártense un poco, que ahora vamos los de acá». En fin, que Juanes y Pedros todos son unos... y si el señor no se incomoda, le diré que mis chicos andan descalzos...
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»Gracias, señor, por su nuevo ofrecimiento. ¿Quiere saber los antecedentes criminales de esos dos peines? Pues allá van: al Navascués le conozco poco, pues no ha sido de mi parroquia. Le tenía un compañero mío, por quien sé que se pasa la noche comprometiendo a la oficialidad de Constitución y de Extremadura. Al otro, al Gracián, sí le conozco, y más cuenta me tendría lo contrario, porque los porrazos que de él y por él he recibido no se pueden contar. Créame, señor: entre todos los españoles locos, el más rematado es ese Gracián. Si el conspirar no existiese, él lo hubiera inventado. Desde que estrenó el uniforme anduvo en líos de pronunciamiento. Por poco pierde la pelleja en Madrid, el 48, y después en las Peñas de San Pedro. Vive de milagro: le matan y resucita. Es valiente; pero de esos que no pueden vivir sin faltar a la ley. A mujeriego no hay quien le gane. Cuando no engaña a dos, a tres engaña. Las mujeres quieren salvarle, y él no se deja. No hay en la Policía quien no tenga en alguna parte del cuerpo señal de sus manos. Yo, sin ir más lejos, estuve dos semanas con la cara hinchada, porque... verá Vuecencia: quise cogerle una noche, a su salida de Palacio, ¡de Palacio, señor!, que allí tenía su albergue. Me dio tan fuerte golpe que perdí el sentido, y creí que escupía todas las muelas de este lado. A dos compañeros míos, otra noche, junto a Caballerizas, les descerrajó un pistoletazo, pasándole a uno el sombrero y quitándole a otro un pedazo de oreja. Intentaron echarle mano; pero él sacó un cuchillo de este tamaño, con perdón, y les acometió con tanto coraje, que si no echan a correr, allí se dejan el mondongo. Asómbrese Vuecencia: hasta hace poco vivía en los altos de Palacio; parece que es sobrino carnal de una señora que vistió el hábito de monja en el convento de Jesús. Don Francisco Chico, cuando le llevamos esta referencia, nos dijo: «Cepos quedos, muchachos. Tres sitios hay donde no debéis meteros nunca: río, rey y religión...».
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«Razón tiene mi señor don José: dentro de Palacio hay ideas y personas para todos los gustos... Bien dice don Francisco Chico que el piso segundo es una república... Al tercero suelo subir yo, porque allí vive un primo mío, que me debe ochenta y dos reales de unos colchones que mi mujer vendió a la suya, y por cobrárselos a pijotadas, apechugo, en los primeros de mes, con el sin fin de peldaños de aquellas malditas escaleras. Por el primo sé muchas cosas, de ésas que se le dicen a uno para que las calle, y así hago yo... oír y callar. Los magnates se encargan de pregonarlas: ellos, que de presente adulan, por detrás despellejan. El pobre es el que habla siempre bien de las personas altas, pues como está mal comido, no tiene aliento más que para honrar y aclamar. El pobre mal comido dice a todo que sí, porque para el sí no necesitamos tanto aliento como para el no... Por esto, yo sostengo, y no se ría don José, yo sostengo que si el pueblo estuviera bien comido, bien bebido, y asistido en total de sus necesidades, diría que no, viniendo a ser enteramente revolucionario. Lo que oíamos cuando éramos niños, seguimos repitiéndolo de grandes. ¡Viva Isabel! fue el son con que nos arrullaban en nuestras cunas, y ¡Viva Isabel! gritamos hasta la muerte. Es un estribillo que tiene por causa la mala alimentación. Los hambrientos cogen un decir y no lo sueltan en toda la vida. Los señores bien cebados son los que pueden discurrir y hacerse cargo de las cosas públicas, mientras que el pobre sin sustancia es perezoso del cerebro, y no le entran más ideas que las que ya entraron, o sea las que recibió como herencia al mismo tiempo de recibir el patrimonio de su pobreza. Tomando pie de esto, excelentísimo señor, le suplico que mire por Telesforo del Portillo, alias Sebo, que es buen hombre, aunque en este oficio condenado no lo parezca; y puesto Vuecencia a proteger, eche una mano a toda la familia. Verbigracia, el chiquillo mayor de los míos, a su padre sale en lo agudo y a su madre en lo hacendoso. Sabe leer y escribe con buena letra. En esta gran casa podría tener colocación, aunque sólo fuera para llevar y traer recados. Si quiere ponerle librea, mejor, que así se acostumbrará el niño al empaque tieso y a las posturas nobles, como quien dice. La niña mayor, aunque me ha salido un poco jorobadita, es muy dispuesta para todo, y un águila para la costura... quiero decir, que cose con primor y que sus dedos vuelan... Bien podría la señora Marquesa traerla acá, y tenérmela empleada de sol a sol en la costura de casa tan grande... De mi esposa, sólo digo que tiene manos de ángel para el planchado en fino, y que en la compostura de encajes da quince y raya a la más pintada... Vea el señor Marqués qué fácilmente puede ayudar y socorrer a este pobre Sebo, a este honrado Sebo, que por las callejuelas de su oficio camina en persecución de las virtudes sin poder encontrarlas, y...».
[[Categoría:La Revolución de Julio|La 12]]
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{{encabe
|título=[[La Revolución de Julio]]
|autor=[[Benito Pérez Galdós]]
|notas=
|anterior=[[La Revolución de Julio : 11|Capítulo XI]]
|sección=[[La Revolución de Julio : 12|Capítulo XII]]
|próximo=[[La Revolución de Julio : 13|Capítulo XIII]]}}
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Junio de 1854.- Sorprendido fui hace pocas noches, a deshora, por la visita de Rogelio Navascués, esposo de Valeria, al que acompañaba otro sujeto desconocido, que por el aire me pareció militar. Ambos vestían de paisano, con afectada traza de señoretes pobres de provincias, de los que años ha llegaban sin más objeto que ver La Pata de Cabra, y hogaño vienen a ponerse en contacto con la novísima civilización, llevándose, como señal o muestra de ella, baratijas de corto precio adquiridas en las tiendas más a la moda. Encarar con ellos en mi despacho, y ver sus fachas, y darme en la nariz olor de conspiradores buscando un escondite, fue todo uno. Lo primero que hizo Navascués fue presentarme a su compañero: «Bartolomé Gracián, Comandante con grado de Teniente Coronel, uno de los más fervientes enamorados de la Libertad... etc...». Luego se rieron los dos del pergenio que traían, alabándose de su agudeza para burlar a los corchetes, y acabaron por poner sus apreciables personas bajo mi amparo, para que yo las guardase en el sagrario de mi domicilio. La verdad, no me inspiraban interés ni lástima, y a ello contribuyó la cínica ligereza con que hablaban de sus trabajos, el menosprecio de sus superiores, y la confianza en salir victoriosos siempre que lograsen una libertad relativa con el escondrijo y la engañosa vestimenta. Además, mi suegro, don Feliciano, con egoísta previsión de hombre acomodado que aborrece toda molestia, me había dicho que nuestra casa no facilitaría el tapujo a patriotas militares o civiles acosados por la autoridad.
De esto hablábamos, cuando entró Valeria compungida, y con temblorosa frase y estilo de teatro imploró la hospitalidad, asegurando que sería por poco tiempo, pues la Revolución había de triunfar, y los perseguidos serían prontito los perseguidores. Mi mujer, que desde la pieza inmediata oyó la voz de su amiga, no tuvo más remedio que intervenir tomando su parte en las demostraciones de piedad que el sexo le impone, y no necesitó más Valeria para romper en llanto y hacernos una escena dramática, hiposa y sofocante, de ésas que en la escena nos encocoran y en nuestra casa mucho más. Sin que se nos ocultara que en la tribulación de la señora de Navascués había no poco de artificio, Ignacia y yo nos rendimos al formulismo de la amistad, y los perseguidos fueron amparados. Mas, no siendo posible tenerles en casa por el rigor cívico de mi suegro, discurrimos darles asilo seguro en otra casa de mi familia. Desechada la hospitalidad de mi hermano Agustín, por miedo de comprometer gravemente su furioso ministerialismo, con Gregorio me entendí aquella misma noche para traspasarle el embuchado; y tan bien dispuesta encontré a mi cuñada Segismunda, que no necesité gastar saliva para que consintiera en ser patrona de conspiradores. Obscuros y sutiles negocios, de que hablaré en otra ocasión, han enriquecido a Gregorio en poco tiempo. Segismunda se lanza con ambicioso vuelo a más altas esferas; quiere brillar y meter ruido, poner en su persona relumbrones aristocráticos recogidos en medio de la calle, o traídos del invisible Rastro en que van a parar las efectivas grandezas; y aunque las ideas de Gregorio y Segismunda son moderadas, como es ley de gentes que improvisan su posición, ambos ven con gusto que se alberguen en su casa dos caballeros revolucionarios de la clase militar. En estos revueltos tiempos, el conspirar ha llegado a ser de buen tono. A mi hermano, y particularmente a mi cuñada, les halaga que, cuando triunfe la Revolución, se les señale como generosos encubridores de los que hoy son facciosos y mañana serán héroes. ¡Qué no darían por esconder a un O'Donnell, a un Messina, o al avisado malagueño Cánovas del Castillo!
Todo quedó arreglado a media noche, y antes de amanecer, los paladines de la Libertad dieron fondo en el cómodo asilo que con maternal solicitud les preparó la esposa de mi hermano. Y ya muy entrado el día, pidiome audiencia en mi casa un sujeto que se anunció como funcionario de la Seguridad Pública, sin decir su nombre. Picada mi curiosidad, no tardé en recibirle; y si de la persona no puedo decir que fuera interesante, lo que el tal echó de su boca en la visita merece cabida preferente en estas Memorias de mi tiempo. En el hombre vi, como rasgos culminantes del tipo, un bigote negro cerdoso cortado en forma de cepillo, cabellera abundante cortada como escobillón, nariz pequeña y atomatada, bastón de cachiporra, gabán claro de largo uso, y sombrero, que en toda la visita permaneció en la mano de su dueño. Ostentaba la pelambre de esta prenda innumerables cicatrices, testimonios de una vida azarosa, estrujones, apabullos, palos ganados en escaramuzas callejeras. Quizás, en alguna reunión tumultuosa, sirvió de asiento a persona de extremada gordura; quizás, antes de cubrir la cabeza de su actual propietario, fue remate del figurado guardián que se arma en medio de las huertas para espantar a los gorriones. Pero si mucho el sombrero decía, más dijo el hombre, y sus manifestaciones encerraron tanta enseñanza, que aquí las copio, sin más enmienda que la supresión de mis observaciones y preguntas en el curso del diálogo. Así parece más clara y compendiosa esta página viva de la Historia Nacional.
«Vuecencia no me conoce, señor don José. Yo soy Sebo... quiero decir que así me llaman, y por Sebo me conoce todo el mundo en Madrid, aunque mi nombre es Telesforo del Portillo. El mote proviene de que nací y me criaron en un taller de extracción de sebo, calle del Peñón, donde mi padre y toda mi familia tenían la industria de velas, que allá por el 48 vino a parar en ruina, por causa de la introducción de la maldita esperma y otras porquerías, sacadas, según dicen, de las ballenas de mar... Desde que yo empecé a discurrir, más que los oficios de mano me gustaban los de cabeza, todo lo que fuera cosa de ilustración, o por mejor decir, de literatura. Con otros chicos representaba comedias, y de noche, en mi casa, copiaba versos de algún periódico para aprendérmelos de memoria. Llevado de mis aficiones, el primer pan que gané me lo dieron en la escuela de párvulos de la calle de Rodas, donde serví la plaza de auxiliar dos años cumplidos. Aunque me esté mal el alabarme, yo aseguro que no me faltaban disposiciones para desasnar criaturas. Con la paciencia que Dios me ha dado y cierto don natural para dominar las almas infantiles, hice verdaderos milagros en aquel desbravadero de las inteligencias. A muchos borricos domé, y más de un idiota me debe el dejar de serlo. El maestro, mi jefe, me tenía en grande estimación; era yo su brazo derecho, y en los últimos meses llevaba el peso de la escuela. Pero como nadie me agradecía los servicios que yo prestaba a la Nación, cogiendo de mi cuenta a los españoles chicos para convertirlos de animales en ciudadanos, y como mi estipendio era tan corto que apenas pasaba de dos reales y medio al día, insuficiente para pan y arenque o molleja, me vi precisado a cambiar de oficio. Por aquel tiempo empezó a salirme familia... pues, aunque yo no estaba casado todavía, la que hoy es mi mujer me había dado ya el primer hijo, principio de la cáfila de nueve que ya lleva paridos, de los cuales me viven seis para servir a Dios y a Vuecencia.
»Para no cansarle, señor don José, después de mil contradanzas molestando a medio Madrid en busca de colocación, el señor Beltrán de Lis me metió en este pandeldemonio de la policía, que es, hablando pronto y mal, el oficio más perro del mundo... y el más deshonrado, el más comprometido, si no se pone uno al igual de los criminales, y come de ellos y con ellos, para ayuda del gasto de casa... que es muy grande, señor. Los ricos no tienen idea de las fatigas de un padre de familia con seis criaturas, mujer, hermana mayor, y otros parientes que acuden al olor de un triste puchero. Esto no lo sabe el rico, que nos paga míseramente para que le cuidemos su vida y hacienda, y sobre pagarnos tan mal, tan mal, que todo mi haber, pongo el caso, no pasa de nueve reales y medio al día, nos exige que tengamos virtudes... ¡virtudes, señor, virtudes! maniobrando uno entre todos los vicios, y cuando en su casa no le entran a uno por los oídos más que clamores de la mujer: ¡que si los chicos están descalzos, y ella sin camisa, y todos con hambre por la cortedad del alimento! Yo tendré todas las virtudes conocidas, y algunas más, el día en que me las avaloren por moneda corriente, que de otro modo no puede ser. Si quieren virtudes baratas o de gorra, formen un Cuerpo de Policía de anacoretas, clérigos u otra calaña de gente sin familia ni necesidades. Suprímase la familia, seamos todos sueltos, tengamos refectorios públicos para matar el hambre, y habrá virtudes. De otro modo no puede haberlas y aquí estoy yo para decir con el corazón en la mano que no soy virtuoso. Gazmoñerías hipócritas no entran en mí. Y frente a un caballero que sabe apreciar las cosas como son, abro primero mi conciencia, después mi boca, y alargo mi mano para que los pudientes me den el pedazo de pan que el Gobierno, mi amo, no quiere darme por mi servicio. Yo huelo donde guisan y allá me voy. Hablo con un caballero, y humildemente le digo: «Señor, Sebo se pone a sus órdenes para todo lo tocante a dejar tranquilos a esos beneméritos Navascués y Gracián, que...».
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»Gracias, señor, por su ofrecimiento de socorro, que debe hacer efectivo a toca teja, porque en mi casa se carece de lo más preciso... Y paso a informarle de lo que desea saber. Anoche, cuando entraron en su casa el Navascués y el Gracián, vestidos de paisano, di conocimiento al señor Chico, que me ordenó suspender la vigilancia de estos sujetos. Naturalmente, ¿qué vamos ganando nosotros con extremar las cosas? ¿Apurar la ley para que el día de mañana los perseguidos de hoy nos limpien el comedero? Españoles somos todos, con derecho a vivir, y el grano que para nuestro alimento nos tira la Providencia desde el cielo, lo hemos de coger donde caiga... Digo, señor, que si el granito cae en campo revolucionario, allá nos tiramos a comerlo. Revolución quiere decir: «Caballeros, apártense un poco, que ahora vamos los de acá». En fin, que Juanes y Pedros todos son unos... y si el señor no se incomoda, le diré que mis chicos andan descalzos...
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»Gracias, señor, por su nuevo ofrecimiento. ¿Quiere saber los antecedentes criminales de esos dos peines? Pues allá van: al Navascués le conozco poco, pues no ha sido de mi parroquia. Le tenía un compañero mío, por quien sé que se pasa la noche comprometiendo a la oficialidad de Constitución y de Extremadura. Al otro, al Gracián, sí le conozco, y más cuenta me tendría lo contrario, porque los porrazos que de él y por él he recibido no se pueden contar. Créame, señor: entre todos los españoles locos, el más rematado es ese Gracián. Si el conspirar no existiese, él lo hubiera inventado. Desde que estrenó el uniforme anduvo en líos de pronunciamiento. Por poco pierde la pelleja en Madrid, el 48, y después en las Peñas de San Pedro. Vive de milagro: le matan y resucita. Es valiente; pero de esos que no pueden vivir sin faltar a la ley. A mujeriego no hay quien le gane. Cuando no engaña a dos, a tres engaña. Las mujeres quieren salvarle, y él no se deja. No hay en la Policía quien no tenga en alguna parte del cuerpo señal de sus manos. Yo, sin ir más lejos, estuve dos semanas con la cara hinchada, porque... verá Vuecencia: quise cogerle una noche, a su salida de Palacio, ¡de Palacio, señor!, que allí tenía su albergue. Me dio tan fuerte golpe que perdí el sentido, y creí que escupía todas las muelas de este lado. A dos compañeros míos, otra noche, junto a Caballerizas, les descerrajó un pistoletazo, pasándole a uno el sombrero y quitándole a otro un pedazo de oreja. Intentaron echarle mano; pero él sacó un cuchillo de este tamaño, con perdón, y les acometió con tanto coraje, que si no echan a correr, allí se dejan el mondongo. Asómbrese Vuecencia: hasta hace poco vivía en los altos de Palacio; parece que es sobrino carnal de una señora que vistió el hábito de monja en el convento de Jesús. Don Francisco Chico, cuando le llevamos esta referencia, nos dijo: «Cepos quedos, muchachos. Tres sitios hay donde no debéis meteros nunca: río, rey y religión...».
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«Razón tiene mi señor don José: dentro de Palacio hay ideas y personas para todos los gustos... Bien dice don Francisco Chico que el piso segundo es una república... Al tercero suelo subir yo, porque allí vive un primo mío, que me debe ochenta y dos reales de unos colchones que mi mujer vendió a la suya, y por cobrárselos a pijotadas, apechugo, en los primeros de mes, con el sin fin de peldaños de aquellas malditas escaleras. Por el primo sé muchas cosas, de ésas que se le dicen a uno para que las calle, y así hago yo... oír y callar. Los magnates se encargan de pregonarlas: ellos, que de presente adulan, por detrás despellejan. El pobre es el que habla siempre bien de las personas altas, pues como está mal comido, no tiene aliento más que para honrar y aclamar. El pobre mal comido dice a todo que sí, porque para el sí no necesitamos tanto aliento como para el no... Por esto, yo sostengo, y no se ría don José, yo sostengo que si el pueblo estuviera bien comido, bien bebido, y asistido en total de sus necesidades, diría que no, viniendo a ser enteramente revolucionario. Lo que oíamos cuando éramos niños, seguimos repitiéndolo de grandes. ¡Viva Isabel! fue el son con que nos arrullaban en nuestras cunas, y ¡Viva Isabel! gritamos hasta la muerte. Es un estribillo que tiene por causa la mala alimentación. Los hambrientos cogen un decir y no lo sueltan en toda la vida. Los señores bien cebados son los que pueden discurrir y hacerse cargo de las cosas públicas, mientras que el pobre sin sustancia es perezoso del cerebro, y no le entran más ideas que las que ya entraron, o sea las que recibió como herencia al mismo tiempo de recibir el patrimonio de su pobreza. Tomando pie de esto, excelentísimo señor, le suplico que mire por Telesforo del Portillo, alias Sebo, que es buen hombre, aunque en este oficio condenado no lo parezca; y puesto Vuecencia a proteger, eche una mano a toda la familia. Verbigracia, el chiquillo mayor de los míos, a su padre sale en lo agudo y a su madre en lo hacendoso. Sabe leer y escribe con buena letra. En esta gran casa podría tener colocación, aunque sólo fuera para llevar y traer recados. Si quiere ponerle librea, mejor, que así se acostumbrará el niño al empaque tieso y a las posturas nobles, como quien dice. La niña mayor, aunque me ha salido un poco jorobadita, es muy dispuesta para todo, y un águila para la costura... quiero decir, que cose con primor y que sus dedos vuelan... Bien podría la señora Marquesa traerla acá, y tenérmela empleada de sol a sol en la costura de casa tan grande... De mi esposa, sólo digo que tiene manos de ángel para el planchado en fino, y que en la compostura de encajes da quince y raya a la más pintada... Vea el señor Marqués qué fácilmente puede ayudar y socorrer a este pobre Sebo, a este honrado Sebo, que por las callejuelas de su oficio camina en persecución de las virtudes sin poder encontrarlas, y...».
[[Categoría:La Revolución de Julio|La 12]]
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Rosario - Su origen Sus progresos: Fundación del Rosario
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[[Rosario - Su origen Sus progresos]]<br>
Fundación del Rosario
|autor=[[Municipalidad de Rosario]]
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==Su primer curato==
fué así que Sebastián Gaboto fundó, en el año 1527, el fuerte de ''Sancti Spiritus'' en la desembocadura del río Carcarañá, pocas leguas al norte de lo que hoy es el Rosario; fuerte que destruído en 1532 por los indios, en aquella célebre sorpresa en que se inmortalizó el nombre de una heróica y virtuosa mujer, Lucía Miranda, se reconstruye en 1535 con el nombre de ''Corpus Christi'', cambiando luego por el de ''Buena Esperanza'' y destruído también por los indígenas.
Viendo la inutilidad de sus tentativas de establecerse con éxito en la hermosa región codiciada de la unión de los rios Carcarañá y Paraná, los españoles abandonan la empresa y dirigen hacia otros rumbos sus anhelos de conquista y población.
Algunos peninsulares habían logrado paulatinamente adquirir la amistad de los indios, viviendo entre ellos, aprendiendo su primitivo eufónico lenguaje y captándose su confianza y simpatía, á pesar de las nativas desconfianzas que en sus espíritus inspiraba el "cristiano" y todo lo que con él tenía atingencia.
Casi dos siglos transcurren sinembargo para que estas relaciones adquieran cierta importancia y puedan algunos prestigiosos españoles ser, en esta comarca, sus guias y consejeros, aunque con las reservas consiguientes.
Don Francisco de godoy era uno de esos prestigiosos soldados que tenía predominio sobre la fogosa tribu de los ''Calchaquíes'', que habitaba al norte del rio Carcarañá y que se hallaba en guerra continua con sus vecinos los ''guaycurúes''.
Con tal motivo, D. Francisco de Godoy convenció á los caciques calchaquies que debían trasladarse hácia el sur del ''Cará-cará-añá''-que en lengua indígena significa carancho diablo, palabras que luego se han unido para formar la de Carcarañá-translación que se efectuó en 1725, instalándose las primeras tolderías en el propio sitio en que hoy se levanta nuestra gran ciudad, orgullo del presente y gloria del porvenir.
La evolución del tiempo que todo lo transforma y perfecciona, ha convertido las primeras chozas calchaquíes, fabricadas con troncos, ramas de árboles y cueros de potro, en los soberbios edificios que al presente se alneasn en sus calles pavimentadas con la madera de los algarrobos del Chaco, mansiones que ofrecen todo el confort y el lujo de los progresos amasados por los siglos en el viejo mundo.
La región elegida por Godoy comprendía los terrenos que habían sido donados como real merced al capitán D. Luis Romero de Pineda y que se extendían desde los arrollos Salinas al norte (hoy Ludueña) y Saladillo al sur.
Dicho paraje formaba parte de lo que entonces se denominaba ''Partido de los Arroyos'', el cual empezaba en la márgen sur del Carcarañá y terminaba en el Arroyo del Medio.
Se le había dado tal designación por encerrar seis arroyos: el San Lorenzo, el Ludueña, el Saladillo, el Frías, el Seco y el Pavón.
''Pago de los Arroyos'' llamóse, pues, el pequeño núcleo de población en que ya se veía uno que otro rancho de adobes techado con la paja brava de las vecinas islas, pues además de Godoy y su familia, habitaba también este paraje su suegro, D. Nicolás Martínez, con su mujer é hijos, y algunos amigos y parientes de ambos.
Seis años habían pasado y ya había llegado á constituirse una aldea que hacía necesario pensar en que se la dotase de una capilla y de un curato estable, que sirviera de vínculo á sus habitantes uniéndolos más y más por el culto de las creencias religiosas.
Eso tuvo en cuenta el Cabildo Eclesiástico de Buenos Aires, en sede vacante, y envió al respecto comunicaciones al Notario Eclesiástico de Santa Fé y al Cabildo de la misma, el 18 de Mayo de 1730, pidiendo datos sobre la población y división administrativa del Partido de los Arroyos y de los cantones que después formaron la provincia de Entre Ríos.
He aquí la comunicación dirigida al Cabildo:
<div style='text-align:right'>''Al Ilustre Cabildo, Justicia y Regimiento''</div>
Por disposición de este Cabildo en sede vacante, remite en esta ocasión nuestro Canónigo Magistral al Notario Eclesiástico de esa ciudad, los instrumentos necesarios para que en su virtud cite á los dos curas de españoles y naturales de las iglesias parroquiales de esa ciudad, con término de ocho días, para la división de los pagos de la otra banda del Rio Carcarañá de esa jurisdicción, cuyos habitadores han estado y actualmente están á cargo de dichos dos curas, y hallándose este Cabildo informado de las grandes necesidades que padecen de todo lo espiritual en aquellos parajes, por la distancia que hay de estos á esa esa ciudad donde residen dichos curas y con deseos, en cumplimiento de su obligación, de darles propios párrocos que les asistan con la contracción y prontitud debida en la administración del pasto espiritual de sus almas, suplica ´s V.S<sup>a</sup>. que para este efecto le informe con prontitud el estado de dichos parajes, sus poblaciones y linderos, las distancias que tienen y las que hay de ellas á la ciudad, con todo lo demás que hallare V. S<sup>a</sup> ser conducente y necesario para el efecto referido y espera del zelo piadoso de V. S<sup>a</sup>. este Cabildo que cooperará á cuanto convenga á conseguir el piadoso fin que se pretende en beneficio común de esa ciudad y el vecindario.
N. S. guarde á V. S<sup>a</sup>. muchos años.
<small>Buenos Aires, Maio 18 de 1730.</small>
<div style='text-align:right'>
Muy Iltre. Cabildo.-''B. L. M. de sus<br /> Capellanes-Dr. Bruno Verdun de<br /> Villaysan, Dr. Marcos Rodriguez de<br /> Figueroa, Dr. Joseph Antonio Me-<br />lendez de Figueroa, Dr. Francisco<br /> de los Rios.</div>
</br>
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En virtud de los informes proporcionados por el Cabildo de Santa Fé, y con la intervención del gobernador de Buenos Aires, D. Bruno Mauricio de Zabala, á cuya jurisdicción pertenecían estos lugares, el Cabildo Eclesiástico creó en 1731 el primer curato, y desde entonces se denominó al humilde villorio ''Capilla del Rosario''.
Pedro Tuella, español, y habitante del modesto caserío fué el primero que se ocupó de escribir, en 1801, algunos datos históricos sobre la nueva población, y describe así lo que fué el primer templo de nuestra ciudad:
«Un rancho pequeño cubierto de paja fué la primera capilla que sirvió de parroquia, en cuyo altar se puso la imagen de Nuestra Señora de la Concepción. Los indios calchaquíes tenían en sus tolderías una imagen del Rosario, que aunque de escultura ordinaria, le pareció al dicho señor cura era más decente que la de la Concepción, por lo que hizo empeño en trocarla por la del Rosario, y habiéndolo conseguido de los indios, no sin muchos ruegos y sagacidad, la colocó en su parroquia y desde entonces se llama este lugar ''Capilla del Rosario''».
El primer libro de bautismos de la nueva parroquia y capilla, dice el Dr. Gabriel Carrasco, se abrió el 7 de Mayo de 1731 por el primer cura párroco Ambrosio de Alzugaray «''Cura propio del partido de los arroyos», con el bautismo de Petrona, hija legítima de Marcos de Avalos y de Juana Medina, la que tenía 14 días al ser bautizada.
Esta Petrona Avalos y Medina, puede ser, pues, considerada como la primera rosarina.
<center>🙝🙟</center>
Por tratarse del Primer esbozo histórico de nuestra ciudad, damos íntegro el artículo que sigue, y del que hemos hecho mención, publicado en los números 15 y 16 del semanario ''El Telégrafo Mercantil, Rural, Político, Económico é Historiógrafo del Río de la Plata'', el 11 y 18 de Abril de 1802, en Buenos Aires.
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:'''Relación histórica del pueblo y jurisdicción del Rosario de los Arroyos en el Gobierno de Santa Fé, Provincia de Buenos Aires, escrita por Pedro Tuella en 1801.'''
Este lugar de ''Nuestra Señora del Rosario de los Arroyos'', que por ser ya un pueblo bastante crecido, se avergüenza de que se le denomine ''Capilla'', está á setenta leguas de Buenos Aires, sobre la barranca del gran Paraná, á la banda Sur, en los 32 grados y 56 minutos de latitud y en los 318 poco más o menos de longitud de la Isla de Hierro.
El sitio que ocupa es muy delicioso por la vista que tiene, pues domina las aguas de este majestuoso rio y á las tierras de la banda del Norte, desde la alturade veinte y dos varas cuando el río está en su estado medio.
Su jurisdicción, no contando más de lo que en el día (1801) está poblado de estancias, es de veinte leguas en cuadros, cuyos límites son: al Norte el Paraná, al Sudoeste el Arroyo del Medio, ó la jurisdicción del pueblo de San Nicolás; al Sudeste las Pampas, pero en este rumbo es indefinida la jurisdicción y en ella se cuenta el fuerte Melincué, y al Norte el río Cará-cará-añá.
El Paraná y todos los rios que entran en él toman sus nombres del idioma guaraní: Carcarañá ni Carcarañal nada significan en dicho idioma, y Cará-cará-añá, si, porque es nombre compuesto de tres palabras perfectamente guaraníes, que quieren decir ''carancho diablo''.
Y si de algún país se debe de hacer memoria distinguida con preferencia en la historia de estas regiones, lo merece sin disputa este, en que se halla situado este pueblo; pues parece que desde el principio del descubrimiento del Rio de la Plata, la Provinciaha ordenado de intento los acontecimientos, para enseñarnos que el hombre civilizado que lo habite, nada echará de menos de cuanto pueda apetecer para su consuelo, comodidad y delicia.
Cerca de este lugar, fué donde en esta provincia se enarboló por primera vez el estandarte de nuestra redención, pues por aquí fué donde en el año 1526 Sebastián de Gaboto levantó la primera fortaleza en nombre del Rey de España, á la que llamó ''Sancti Spiritus'', sin duda porque desde que embocó con sus navíos por el Rio de la Plata (hasta entonces de Solis) no encontró paraje más agradable para el designio de poblar, que aunque primero arribó al Rio de San Salvador, en la banda del Norte del de la Plata, y allí se fortificó, parece que no llevó mira de poblar allí, sinó de resguardar los navíos que dejaba mientras que iba á descubrir Paraná arriba; esto se infiere de que á aquella fortaleza no le dió nombre sino al rio, y á ésta sí que no sólo tuvo el de ''Sancti Spiritus'', sinó también el de Gaboto, nombre que hasta el día de hoy conserva el lugar en que estuvo dicha fortaleza, y cuyas ruinas aún se reconocen.
A esta circunstancia digna de perpétua atención, de haber sido este país la primera tierra agradable á los primeros descubridores del gran Paraná, se debe agregar con reflexiones dignas del caso, la de haber salido á estemismo paraje Francisco de Mendoza y los suyos en el año 1546, viniendo al descubrimiento de estas tierras desde el Perú; de manera que en esta provincia del Río de la Plata, este es el primer suelo que señalaron, tanto los primeros que vinieron de Levante como los primeros que vinieron de Poniente.
Estos acontecimientos que yo atribuyo á las bellas disposiciones de la divina Providencia, se comprenderá que no son acasos si se combinan con los sucesos recientes, que en nuestros días llenan de gloria á este territorio; pues en él se hallan los documentos más tiernos de nuestra religión.
Primeramente es la milagrosa imájen de la Virgen del Rosario, Patrona titular de este pueblo. Esta santa imájen la hizo traer de Cádiz el año 1773 el doctor don Francisco Cossio y Therán, que fué el segundo cura que ha tenido esta Parroquia. Los reverendos padres de Santo Domingo de Buenos Aires, hicieron venir otra imájen del Rosario en el mismo tiempo, ambas de mano de un mismo artífice; se dice que intentaron los padres ver si la imájen que venía destinada para este pueblo era tan bella como la suya, y que no pudieron satisfacer su curiosidad, porque no se pudo desclavar el cajón en que venía acomodada; pero que cuando llegó aquí á la menor diligencia se leventó la tapa.
Lo cierto es que este pueblo goza patentemente de la protección de su Soberana Patrona. En el año 1776 (si no voy errado) hubo por estas campañas una enfermedad pestilente tan mortífera, que no obstante las piadosas disposiciones del gobierno de Buenos Aires en enviar médicos, medicinas y sacerdotes por todas partes, en auxilio de los enfermos, quedaron desoladas familias enteras al rigor de la peste; pero en la jurisdicción de este pueblo fueron pocos los apestados, y de estos solamente dos murieron.
En el año 1779 entró de improviso, por los términos de este pueblo, una muchedumbre de indios pampas.
Bien sabidas son las crueldades é inhumanidades atroces que en semejantes irrupciones han cometido estos indios en los partidos de Areco, Luján, La Magdalena y otras partes, pero aquí pasaban junto á las casas diciendo: «al Rosario no hemos venido á matar y llevar cautivos»; y se fueron sin causar más daño que el de llevarse un poco de ganado. Siempre se acuerdan con admiración de este suceso los que aún viven y lo presenciaron.
El dia 19 de Octubre de este año (1801) el capitán de milicias y Alcalde actual de este partido, don Pedro Moreno, salió al campo acompañado de sus hombres á prender tres fascinerosos, quienes lejos de huir de la justicia como era regular, más bien la esperaron unidos cara á cara y tan resueltos y desalmados, que al intimarles al Alcalde se diesen presos por el Rey, le respondieron con tres trabucazos á quema ropa, á cuyo tiempo también el Alcalde descargó contra ellos sus dos pistolas que ambas erraron fuego, y fué como que no quiso la Virgen del Rosario que aquí hubiese otra desgracia que la de haberle escoriado una bala al Alcalde la mejilla derecha, y hecho un boquerón en su sombrero.
¿No es este un verdadero prodigio?
En fin tuvo la fortuna el Alcalde de prender dos de estos infelices, á quienes luego despachó á las reales cárceles de la Capital; el otro escapó a beneficio de su caballo, que siempre estos malévolos andan en los mejores que el campo tiene.
Debo anotar que dicho Alcalde y los que iban en su auxilio han acreditado su devoción para con Maria Santísima en la iglesia nueva que se va a hacer en este pueblo en honor a su patrona.
Estos y otros raros sucesos que á mí no me toca persuadir como milagrosos, la piedad los debe al menos reconocer como unas señales de protección de la Santísima Virgen, dadas á los que saben cuanto deben esperar de ella.
A más de este beneficio celestial, aún hay otro con que Dios ha singularizado este rincón de la Provincia, que es el seminario edificativo de padres misioneros ó colegio apostólico de Propaganda Fide, Cuya fundación fué en esta forma: El P. fray Juan Matud, misionero apostólico de la provincia de Aragón, se hallaba de comisariode Misiones en el colegio de Chillán, y como el promover nuevas creaciones de colegios es incumbencia característica del commisario de misiones, según las bulas apostólicas, vino á Buenos Aires con el fin de fundar un nuevo colegio.
Tuvo mucha contradición; pero favorecido de los respectos del señor virrey den Juan José Vertiz, consiguió de la Junta Municipal de Santa Fé, y de la provincia de Buenos Aires, que aplicase para colegio la capilla de la estancia llamada San Miguel, sita en esta jurisdicción del Rosario, que había sido de los expatriados jesuitas, juntamente con informes muy favorables de las dos dichas Juntas, y del Cabildo de Buenos Aires; con cuyos documentos luego se presentó la súplica al Rey, nuestro señor, por medio de su Supremo Consejo de Indias, y se consiguió y se expidió la Real Cédula en Aranjuez á 14 de Diciembre de 1775, la que el Consejo remitió al cabildo de Buenos Aires, quien luego dió aviso al P. Matud para que viniese á tomar posesión.
Hallábase en la misión de Valdivia dicho padre y sin detención se puso en camino, separándose del colegio de Chillán donde ya había estado más de 15 años.
En Buenos Aires encontró á su primer favorecedor, el Excmo. señor D. Juan José vertiz, y con su patrocinio consiguió luego que le hicieran la entrega de la capilla, casa y ornamento de la dicha estancia; y de facto tomó la posesión en el día 1º de Enero de 1780, acompañado de dos sacerdotes y un lego.
Pero como en toda fundación, la primera elección de prelado y demás oficios se hace por creación de superiores; y ésta se retardó más de cinco años, se conservó en este tiempo, no como colegio sinó como mero hospicio, hasta que el señor Comisario General de las Indias comisionó al reverendísimo padre ex Custodio, fray Francisco Altolaguirre, que se hallaba en Madrid, el colectar y conducir una misión de diez sacerdotes y tres legos para este nuevo colegio, de San Carlos, y dicho P. Altolaguirre ejecutó y dió la última perfección á su comisión en el día 27 de Julio de 1786, en cuyo día, hallábase ya en el colegio publicó la primera creación del primer guardián y demás oficios, y se dió principio á la vida monástica.
Estos religiosos hallándose descontentos así por el estado ruinoso en que se hallaba la casa, como porque en ella no podían ejercer los actos de comunidad con aquel rigor y perfección que exigen sus constituciones, hicieron varias diligencias para poderse transferir á la Colonia, á Areco, ó a otra parte; pero Dios no permitió que este pueblo del Rosario, tuviese el desconsuelo de quedarse sin santo propiciatorio, porque lo más que alcanzaron del gobierno los padres misioneros fué facultad para levantar un nuevo colegio en sitio más cómodo dentro de la misma estancia; en cuya virtud, á orillas del Paraná, en sitio muy agradable, donde tienen buen pescado, rica agua, leña y todo lo necesario, han levantado los padres un patio cuadrilongo, y un buen lienzo con altos adonde se trasladaron el 7 de Mayo de 1797 y siempre han edificado, de modo que según la planta que se han formado, será este colegio, en estando concluído, uno de los más bellos conventos de toda esta provincia.
En el día hay pocos religiosos; pero el padre fray Miguel Guarás, individuo de este colegio, que pasó á España en solicitud de una misión, escribe á los padres desde Madrid, con fecha ocho de Abril de este año, que ya tiene concedida la real gracia para traer veintidos religiosos costeados de cuenta de la Real Hacienda, que á nuestro católico soberano, en medio de los inmensos cuidados dispendiosos que en el día lo circundan, nada lo embaraza cuando se trata de fomentar nuestra sagrada religión.
Después de estas relaciones, en que por ostentar las glorias de este país como es debido, tal vez habré incurrido en la nota de misterioso, falta saber si en lo físico condice con su población, aunque sea con el sentimiento de no encontrar las luces que yo quisiera; porque desde que se desamparó y arruinó el fuerte de Gaboto, sin duda porque no le vinieron de España á tiempo los socorros que envió á pedir para sostener en sus descubrimientos, no encuentro sinó relacioner inconexas de lo que fueron estos campos por espacio de dos siglos que mediaron desde el tiempo de Gaboto hasta que se encuentre población en ellos, y es así: en lo remoto nada se descubre, y al acercarnos á los tiempos de las primeras poblaciones tampoco se vé otra cosa notable fuera de una cimarronada de yaguas, potros, vacas y toros que en virtud de la feracidad de estos campos se habían multiplicado en ellos portentosamente.
Hácia el año de 1725 descubre el principio de este pueblo que fué en esta forma. Había por las fronteras del Chaco una nación de indios reducidos, pero no bautizados todavía, llamados los Calchaquíes, o Calchaquiles á quienes hacían guerra é incomodaban mucho a los Guaycurús, nación brava y numerosa.
Era de los Calchaquíes muy amigo don Francisco Godoy, y por libertarlos de estas extorsiones, los trajo á estos campos, que estaban defendidos de los Guaycurús por el rio Cara-cará-añá, que les sirve como de barrera. D. Francisco Godoy se vino con ellos y con su familia, á quienes siguió la casa de su suegro que se llamaba D. Nicolás Martinez. Este fué el principio de este pueblo; y no sería mucho si entre sus glorias hiciese vanidad de tener su origen de un personaje que tenía el ilustre apellido de Godoy.
Tras éstas no tardaron en venir otras familias que entablaron estancias, porque á lo agradable de estos campos se les juntaba la convivencia de tener subordinados, ó diré aliados, á los Calchaquíes, que eran guapos, y conducidos por los españoles defendían estas tierras contra todo insulto de los indios infieles: de forma que ya fue preciso fundar aquí un curato, y efectivamente, en el año 1731 se colocó por primer Cura de este pueblo á D. Ambrosio Alzugaray.
Un rancho pequeño cubierto de paja fué la primera capilla que sirvió de parroquia, en cuyo altar se puso la imagen de Nuestra Señora de la Concepción. Los indios calchaquíes tenían en sus tolderías una imagen del Rosario, que aunque de escultura ordinaria, le pareció al dicho señor cura era más decente que la de la Concepción, por lo que hizo empeño en trocarla por la del Rosario, y habiéndolo conseguido de los indios, no sin muchos ruegos y sagacidad, la colocó en su parroquia y desde entonces se llama este lugar «Capilla del Rosario».
Tenían los Calchaquies sus tolderías en distancia de cuatro á seis cuadras de la capilla de los españoles; pero luego que se fué aumentando este vecindario, ya no era posible que los españoles é indios habitases en un mismo lugar y fué preciso destinarles á estos la costa del Cara-cará-añá, en donde se les hicieron habitaciones, y por que allí se bautizaron, se les hizo también su oratorio, y fué su cura el P. Pablo de la Cuadra, religioso francisco.
Estos indios, en lugar de aumentarse se fueron acabando poco á poco, de manera que en el día apenas hay memoria de ellos.
Habiéndose arruinado la primera capilla de los españoles, fué preciso hacer otra, que es la que actualmente existe (1801).
Se concluyó en el año 1762, siendo ya cura el doctor don Francisco de Cossio y Therán, que conforme á aquellos tiempos, la hicieron de tapial y sin cimientos, por lo que está amenazando ruina; y por esto de necesidad se halla empeñado este pueblo en el día, como queda insinuado, en hacer iglesia nueva, que se fabricará con toda la solidez y belleza que sea posible, á proporción de las limosnas con que quieran concurrir los devotos de esta milagrosa Señora del Rosario, Reina y Patrona del gran Paraná.
este vecindario se ha ido aumentando al paso que han tomando estimación las haciendas de la campaña, y por esta razón se han incrementado considerablemente desde que el renglón de mulas tiene estimación.
El número de habitantes, que se halla en las veinte leguas cuadradas á que se han extendido hasta el prenente (1801) las estancias , con inclusión de los que viven en ochenta entre casas y ranchos, que componen el lugar que se llama capilla, es el que se expresa en la razón siguiente que cón distinción de edades, sexos y castas está formada con toda la exactitud que ha sido posible.
{| cellpadding=2 cellspacing=2 align=center width=450px
|- style=background:#FFFFFF
| align=center colspan=4|<font size="2">'''''ESPAÑOLES'''''</font>
|-
|
| style=width:50px align=center|'''Varones'''
| style=width:50px align=center|'''Hembras'''
| style=width:50px align=center|'''Total'''
|-
|Desde menor edad hasta 15 años. . . . . . . . .
| align=right|693
| align=right|678
| align=right|1371
|-
|Desde 15 años hasta 60. . . . . . . . . . . . . . . .
| align=right|1945
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| align=right|3320
|-
|De 60 á mayor edad. . . . . . . . . . . . . . . . . . .
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| align=right|136
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|-
|Indios de ambos sexos y de todas edades. . .
| align=right colspan=3|397
|-
|Pardos libres de toda edad. . . . . . . . . . . . . .
| align=right colspan=3|274
|-
|Morenos libres de toda edad. . . . . . . . . . . . .
| align=right colspan=3|9
|-
|Exclavos pardos de toda edad. . . . . . . . . . . .
| align=right|84
| align=right|55
| align=right|139
|-
|Exclavos morenos de toda edad. . . . . . . . . .
| align=right|59
| align=right|67
| align=right|126
|-
| align=center colspan=3|Total de almas
| align=right|5879
|}
A más del colegio de padres misioneros, hay en esta jurisdicción cuatro oratorios que en todos se puede decir misa.
Hay en ella ochenta y cuatro estancias, fuera de muchos más ranchos de gente pobre.
De las dichas estancias se saca de diezmo anualmente al pie de ochocientas mulas de tres mil cabezas de ganado vacuno, sin hacer cuenta del ganado lanar, que es mucho el que hay en toda la jurisdicción; pero como apenas tiene estimación, porque á la lana no hemos sabido hasta ahora darle el valor de que es susceptible, no se puede el ganado lanar contar por riqueza.
El clima ó temperamento de este lugar puede compararse con el de Buenos Aires, aunque en algunas consideraciones le hace ventaja; porque estando en la eminencia que resulta del declive del Paraná en las 70 leguas que corre desde aquí á Buenos Aires, y apartado de los valores del mar, no es tan húmedo; y por eso no se ve aquí la atmósfera cargada de nublados, pues aquí raro es el día que deja de verse el sol.
Puedo afirmar que en el número de los senectarios de la antecedente razón, se incluyen á lo menos más de veinticinco que pasan de ochenta años de vida.
Cinco personas han muerto aquí de diez años á esta parte, que en sentir de todos vivieron más de cien años, entre ellas María Moreira, de quien afirman sus parientes que cuando murió tenía 120 años.
Pascual Zabala se enterró á principios de Octubre de este año, que fue uno de los primeros que vinieron á poblarse en esta tierra y tenía ya entonces nietos casados; y los más ancianos sacan cuenta que ha muerto de 130 años, con la circunstancia de que dos meses antes de morir montaba con la agilidad de un mozo en caballos briosos; y no se puede dar mejor prueba de la benignidad de este temperamento, que la larga vida que aquí han gozado estas personas.
{{endesarrollo|Agustin 337}}
[[Categoría:Rosario - Su origen Sus progresos]]
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text/x-wiki
<noinclude><pagequality level="3" user="LadyInGrey" /></noinclude>Para mí, la proporción que va adelante puede ser reducida á esta sencilla regla ''de tres'': la elocuencia es la inspiración del arte oratoria.
Puesto que, para que lo artístico exista, debe proceder y coexistir la inspiración del artista.
Un poema, un lienzo, una partitura, un discurso, animados por la inspiración artística, toman nombres propios de resplandor intenso: se llaman [[Lord Byron|Byron]], Rafael, Mozart ó [[Cicerón]].
Hasta aquí la suprema inspiración del arte creador, Pero hay también la cópia, la traducción, las ejecuciones, y las espresiones vocales y mímicas de la poesía y de la música: el canto, la declamación y las acciones que constituyen el vasto repertorio teatral.
Si bien de menor aprecio, no es tan escasa la dósis de inspiración que debe animar á los intérpretes de los artistas creadores.
Los artistas del segundo grado vienen á ser naturalezas complementarias de aquellos cuyas obras interpretan ó vulgarizan.
Sinó, solo habrá caricatura y no ''agua fuerte'', gritos de Prevost y no música de Verdi...
Todo eso estará muy bueno (ó muy malo), dirá el lector; pero ¿y.... el Doctor Gallo?...
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text/x-wiki
<noinclude><pagequality level="3" user="LadyInGrey" /></noinclude>una observación curiosa: Avellaneda y [[Siluetas parlamentarias: 12|Estrada]], cabos de ambas selecciones oratorias, se distinguen por la profundidad del pensamiento, que destila frases de incomparable densidad y de espléndidos reflejos.
{{c|{{x-grande|✡}}}}
El orador, además del bien decir, debe ser ''vir bonus''.
En el arte creatriz de la elocuencia, mas que en ningun otro, se requiere la sinceridad del artista.
La oratoria se propone encaminar la conducta de los individuos. Al revés de las otras artes, la voluntad humana es su objeto esclusivo y solo toca el sentimiento como poderoso resorte de nuestras acciones, resorte que otras bellas artes afinan y educan.
El doctor Gallo, bajo este punto de vista puede aspirar con justicia á figurar entre los oradores cuya palabra, al par de admiración, infunde respeto.
Y eso que tiene en su contra un detalle funesto: ha entrado en su tercer período legislativo en la misma Cámara del Congreso.
Es decir, ha realizado como pocos buenos, el<noinclude>
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<noinclude><pagequality level="3" user="LadyInGrey" /></noinclude>prodigio que fué hasta no hace mucho tiempo, privilegio de ''vivos'' ó de ineptos.
No puede afirmarse que el doctor Gallo sea ''vivo'': no es la primera vez que se bate por las libertades públicas, como el otro día en pró de las de Catamarca.
Su erudición y su talento son notorios, y no se prestan á exageraciones por la publicidad de sus muestras.
¿Entonces?.... Suerte y nada mas. Esto no ofenderá al doctor Gallo.
En un lustro de oro, encontró una madre adoptiva bastante libre para entregarle su mandato; en la seguridad de que sabria llenarlo con altura.
Y en 1873, el doctor Gallo fué armado caballero de la órden de Ciceron, ganando el título de orador de buena lid, aunque á favor de un mal gobernante que el viento de un motín echó por tierra.
Ahora, le toco al doctor Gallo la rara suerte de ser hijo legítimo de una Provincia ''no pacificada''. Se alegrará de haber nacido en ella, tanto como se regocija Tucumán de haber visto nacer á su blondo representante del Legislativo.
Pero no hay Gallo sin Roca, ni Sarmiento sin Cabeza.
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Kwamikagami
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<noinclude><pagequality level="3" user="LadyInGrey" /></noinclude>No me esplico porque el doctor Gallo prefiere la habilidad de acumular la electricidad oratoria en los estremos de sus discursos.
Es de efecto, pero se debilita la trabazón de los razonamientos intermedios.
Llega á suceder que la atencion del que escucha se habitúa á reconcentrarse en el exordio y en la peroración, desfalleciendo en los trozos de convencimiento.
Y que estos pueden ser amenizados, sinó con flores por lo menos con ribetes de interés, es cosa que no debe ponerse en duda tratándose del Dr. Gallo.
Quien, con su habitual benevolencia, disculpará al presento crítico que lo ha tenido en facha de examen, desde la cruz hasta la fecha de esta silueta sacada siguiendo los contornos de su sombra parlamentaria. Otras darán mas trabajo, porque la regla es: quedarse quietos para salir bien!
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<noinclude><pagequality level="3" user="LadyInGrey" /></noinclude>No me esplico porque el doctor Gallo prefiere la habilidad de acumular la electricidad oratoria en los estremos de sus discursos.
Es de efecto, pero se debilita la trabazón de los razonamientos intermedios.
Llega á suceder que la atencion del que escucha se habitúa á reconcentrarse en el exordio y en la peroración, desfalleciendo en los trozos de convencimiento.
Y que estos pueden ser amenizados, sinó con flores por lo menos con ribetes de interés, es cosa que no debe ponerse en duda tratándose del Dr. Gallo.
Quien, con su habitual benevolencia, disculpará al presento crítico que lo ha tenido en facha de examen, desde la cruz hasta la fecha de esta silueta sacada siguiendo los contornos de su sombra parlamentaria. Otras darán mas trabajo, porque la regla es: quedarse quietos para salir bien!
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<noinclude><pagequality level="3" user="LadyInGrey" /></noinclude>ajedrez político, Y en pocas jugadas consiguió llegar á dama.
Si la soplarán de aqui á dos años?...
{{c|{{x-grande|✡}}}}
El diputado Gomez no ha hecho hasta hoy un solo discurso.
Ha dado, como muestra de su feracidad, uno que otro informe sobre el escabroso argumento de tal ó cual eleccion mediterránea.
Examinémoslo bajo esta faz de miembro informante de la Comision Política del Parlamento.
Primero, sus medios de espresión. Su voz es gruesa, pero sin flexibilidad que la haga susceptible de seguir la línea sinuosa de los tópicos que forman la materia de una arenga parlamentaria.
A una elevada tonalidad no corresponden en este caso, ni la agilidad oratoria del doctor [[Siluetas parlamentarias: 03|Leguizamón]], ni los recursos del registro vibrante de que echa mano el doctor [[Siluetas parlamentarias: 01|Gallo]], ni mucho menos la docilidad con que la voz obedece á las corrientes nerviosas que recorren el cuerpo del orador en el doctor Quintana.
Y no es que Gomez carezca de notas<noinclude>
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<noinclude><pagequality level="3" user="LadyInGrey" /></noinclude>acechar el «cuarto de hora» de atención del auditorio.
De la vista, para comprender los lados débiles ó fuertes del pró y del contra, y para estar al cabo de la situación de ánimo de la Cámara.
Del tacto, para la elecció acertada de los argumentos y de los pensamientos, de modo que no se den de guantadas con el asunto ó con los sentimientos dominantes en la Sala.
Del gusto, para la adaptación de la frase, de la mímica, del tono y del timbre, á las diferentes situaciones del discurso.
Y del oido, para no desafinar, con la voz ó con la frase, el ritmo oratorio de cada período, ni la cadencia correlativa del conjunto.
De todos esos sentidos, el doctor Gomez apenas ha demostrado poseer el de la vista.... Y aun creo que es miope!
{{c|{{x-grande|✡}}}}
Como miembros informativos, no percibo diferencia alguna entre el Diputado Gomez y el Senador Tello.
En son de pegar un ''solo'' á cualquier conocido que encuentran á mano, ambos honorables disertan aburridamente, lo mismo para dar la<noinclude>
<references/></noinclude>
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<noinclude><pagequality level="3" user="LadyInGrey" /></noinclude>Se expide cómo y cuando lo ordenan las facciones imperantes. Y á estas les interesa dejar fuera de la Comisión lo mejorcito de sus elementos, para rellenar la armazón presentada por el miembro informante.
Pero, digamos la verdad: sí el Diputado Gomez no ha hecho nueva escuela como miembro informante en subsidio, -en cambio se ha esforzado por demostrar, sinó con discursos al menos con interrupciones, que no pertenece a la vulgaridad de los ocupantes de bancas.
Esto hace concebir esperanzas de que Gomez no se quedará muy atrás de sus gefes: el orador semi-maligno, semi-jurista Dr. [[Siluetas parlamentarias: 13|Posse]]; el orador fraseólogo Dr. [[Siluetas parlamentarias: 03|Leguizamón]]; el orador lógico Dr. Ruiz de los Llanos; y el orador economista Dr. [[Siluetas parlamentarias: 06|Tagle]].
Por lo menos, y sus antecedentes lo corroboran, Gomez no desperdiciará bolada para ser del Estado Mayor. ¡Dios lo ayude!
{{c|{{x-grande|✡}}}}
No remataré este esbozo, sin aclarar la estraña circustancia de insistir mas en la personalidad del diputado Gomez que en la descollante del [[Siluetas parlamentarias: 01|Dr. Gallo]].<noinclude>
<references/></noinclude>
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<noinclude><pagequality level="3" user="LadyInGrey" /></noinclude>orador de su predilección, lo que haya movido á un diario de la mañana á ensayar una pirueta que lo hizo caer de narices sobre dos volúmenes del Larousse.
No es mi ánimo sacar retratos, ni meterme á fotógrafo chapucero para saciar enconos de que carezco.
Modesta sota de una colaboración periodística que solo se propone surtir las secciones de lectura variada de [[Diario El Nacional (Buenos Aires)|EL NACIONAL]], me entretengo como podria hacerlo otro colega, en delinear perfiles de siluetas parlamentarias.
Sin mas bagage que las nociones vulgares sobre la recta y la curva, y uno que otro rudimento del dibujo y del colorido, -elijo á mi paladar los tipos que desfilan, y los doy á la estampa sin retoques ni floreos.
Así, me apresuro á dejar de mano al Dr. Félix Maria Gomez, para ejercitar mis dedos ya mas prácticos, en otra figura de mayor talla, que acaba de atraerse, con un discurso, la peligroso atención de un maestro del oficio de que soy aprendiz.
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<noinclude><pagequality level="3" user="LadyInGrey" /></noinclude>al diputado de quien me ocupo, puede afirmarse, como lo he oido muchas veces, que las arengas graves del doctor Leguizamón y sus apreciaciones magistrales sobre temas parlamentarios, retratan fielmente su doble personalidad de personajes político y de hombre privado.
Si esto es cierto respecto del aire y del timbre de la voz, no lo es en punto á la frase, que suele servirle con éxito para su ''causerie'' no destituida de interés ni de amenidad.
''Doit-on le dire?''... Lo que hay es que los ribetes imponentes de la elocución, aun trivial, del doctor Leguizamón, lo privan de esas intimidades sinceras cuyo desborde facilita la tarea de rectificar los defectos inherentes á todo mortal.
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No me es agradable la empresa de atacar la personalidad del doctor Leguizamón, por el lado mas interesante y mas accesible: bajo su faz política de orador parlamentario.
(He dicho ''atacar''; pero en sentido figurado. No se vaya á creer que entro con prevenciones á la parte mas pronunciada de la silueta.)<noinclude>
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<noinclude><pagequality level="3" user="LadyInGrey" /></noinclude>imaginármelo, pues que hubiera sido imprudente que yo forjarse el rayo destinado á caer sobre mi propia cabeza!»
Ahí debió terminar el orador, ó por lo menos no dar al discurso otro giro, mas adecuado al tono pero estraño á la habitual serenidad del hombre que, como Manuel, «es siempre dueño de sí mismo, y ducho en el arte de exponer, resumir y terminar».
«Declaro, entónces, -agredo el Diputado,- para que me oiga la Cámara, y para que lo sepa el país entero: que si esta práctica se sigue ejercitando, contra los preceptos terminantes de la Constitución, y contra las conveniencias de la ley parlamentaria, yo usaré de represalias, y haré en esta Cámara, siguiendo el desgraciado sistema que se pretende implantar, caricaturas sangrientas de algunos de aquellos que han tenido una participación acentuada en los acontecimientos políticos de los últimos tiempos!»
''Deraillement!''... Este párrafo despoja de todo su efecto al anterior, infinitamente mas bello. Y, aunque parezca una paradoja, el primero es mas enérgico que el segundo, por ser sabido que la amargura de los cargos es mas eficaz que la causticidad de las amenazas.
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<noinclude><pagequality level="3" user="LadyInGrey" /></noinclude>los párrafos transcritos, fué una peligrosa adaptación del silogismo jurídico á un tejido de mañas electorales.
Es decir, el perfeccionamiento de una inventiva esclusiva del Diputado [[Siluetas parlamentarias: 13|Posse]].
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No me referiré, sino para mencionarlos, á dos cargos que, públicamente ó ''sotto voce'', suelen asestar adversarios y aun amigos políticos al doctor Leguizamón.
En primer lugar, que carece de los rasgos con que se acentúa, en los momentos de lucha, el perfil político del verdadero partidista.
Y que aspira demasiado á la notoriedad.
Este último no es un cargo sério: todos, mas ó menos, abrigamos idéntica aspiración.
Solo podrá ser criticada la forma, rudimentaria ó disimulada, con que cada uno hace la corte á la trompetera y arisca diosa de la Fama.
En el primer cargo, hay que distinguir: como opositor, no seria concebible un político de «términos medios» al estilo de los de Larra.
Pero para miembros de círculos situacionistas, esa templanza de opiniones es altamente<noinclude>
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<noinclude><pagequality level="3" user="LadyInGrey" /></noinclude>Alabanzas y censuras que hay que admitir por ser flores y espinas efímeras de la libertad de imprenta.
Y es preferible la flagelación privada de la mordacidad periodística, á la calamidad pública del amordazamiento de la prensa.
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text/x-wiki
<noinclude><pagequality level="3" user="LadyInGrey" /></noinclude>El estudiante, como el embrión del polluelo, tiene que absorber toda la yema de la enseñanza secundaria, devorar la clara de las materias profesionales, y romper la cáscara con ese picotazo que se llama el «exámen de tésis».
Preséntase al mundo con su flamante pergamino; se instala pomposamente tras de algunas pulgadas cuadradas de bronce, ''pour le reclame'': y comienza por iniciarse en la gran logia de los hombres sérios.
Y los recuerdos de su mejor edad pasan catalogados al archivo del recuerdo, en cuyos estantes arrojan lampos de luz que el tiempo estingue, y que los féretros de nuevas ilusiones ocultan......
Así se suceden las generaciones.
Cada uno sigue vivienda en la suya: detrás de los que ya pisaron la misma senda; delante de los que luchan por la vida en la arena recien abandonada.
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¿Hay hombres escepcionales? —Sí: Pedro Goyena es uno de ellos.
Pertenece á varias generaciones.
Como estudiante, á la de sus condiscípulos. Y estos conservan fresco el recuerdo de los<noinclude>
<references/></noinclude>
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<noinclude><pagequality level="3" user="LadyInGrey" /></noinclude>Ahora, el escenario político. Hace doce años figuraba entre la juventud de un partido político. Hoy descuella entre la juventud católica....
Pedro Goyena, escritor, también aparece siempre joven, entre los sobresalientes de cada estratificación literaria de nuestro país.
Hace diez y ocho años, así como suena, ya exhibía sus brillantes cualidades de crítico en las siluetas parlamentarias de [[Bartolomé Mitre|Mitre]], de Quintana y de Rawson.
He comparado esa miniatura con la acuarela del otro día, dedicada á Sarah: el estilo no ha perdido su frescura, ni el pensamiento su brillo, ni la frase su virtuosidad incomparable.
El colorido de ambos artículos acusa la misma tensión literaria, como si fuesen contemporáneos.
Tan poco ha envejecido Goyena en su vida de literato. O mas bien, no ha dejado de ser viejo.
{{c|{{x-grande|✡}}}}
No es la concisión el rasgo característico de la oratoria del doctor Goyena.
Pero tampoco flotan sobre sus discursos las ondas de espuma de la ampulosidad del estilo asiático.<noinclude>
<references/></noinclude>
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text/x-wiki
<noinclude><pagequality level="3" user="LadyInGrey" /></noinclude>de la argumentación, todas las sendas del debate; se opone á todas las objeciones hechas ó por hacer, y llega sin fatiga a la peroración, para desplegar las guerrillas de su elocuencia contra todos los puntos vulnerables de la sensibilidad de su auditorio.
Eü punto á la elocución del Dr. Goyena, la creo aplicables dos frases suyas, relativas á los Dres. Rawson y Quintana.
De este dijo: «dan encanto á sus discursos, uua fácil, clara y brillante elocución, y la rotunda abundancia de sus períodos, siempre terminados de un modo admirable».
Y del Dr. Rawson: «la palabra mana de sus lábios, como un raudal cristalino donde las ideas se reflejan en la variedad inagotable de sus formas y matices.»
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Goyena, como Estrada, es el ''vir bonus'' que encarnaba la honradez y la elocuencia en la oratoria antigua.
Y ambos representan las aspiraciones del partido católico en la Cámara de Diputados.
De un partido organizado en pié de guerra, desde los célebres debates sobre la enseñanza laica.<noinclude>
<references/></noinclude>
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text/x-wiki
<noinclude><pagequality level="3" user="LadyInGrey" /></noinclude>Se trataba en clase de la pérdida de la ''possessio''.
El discípulo, un boliviano locuaz ó incisivo, pone un ejemplo de vidrios rotos.
—En primer lugar, observa el Dr. Goyena, no había vidrios en tiempo de los romanos.
Pero, en esta ocasión, el alumno no tardó en tomar la revancha.
Pocos momentos después, el profesor propone el caso de un reloj que hubiese caído al mar.
—En primer lugar, replica el discípulo, no había relojes en tiempo de los romanos. Y en segundo lugar, faltaría saber si se hallaba á mano algún buzo!
{{c|{{x-grande|✡}}}}
El Dr. Goyena, como todos los jóvenes de talento, progresa en condiciones de inteligencia y de carácter á medida que retrocede hacia la coronilla la vanguardia de sus abundantes cabellos.
Marcha con el siglo; el movimiento ascensional de las ciencias, de la literatura y de las artes lo acompaña, no lo arrastra.
Modifica sus principios, de acuerdo con las investigaciones de la ciencia contemporánea.
Atina las cuerdas de su alma con el diapasón de nuevas creaciones artísticas.<noinclude>
<references/></noinclude>
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text/x-wiki
<noinclude><pagequality level="3" user="LadyInGrey" /></noinclude>horizonte, como círculo ideal de nuestra vista.
Hemos trocado la esperanza por el deseo, y la tradición perpetua por las adhesiones efímeras á los hombres, á los propósitos, á las utopías.
En fin, lamento como realista que ni el doctor Goyena ni otros católicos de su talla estén con nosotros.
Pero no le doy el pésame. Por su talento, por su carácter, por su virtud, es honra y prez de la juventud inteligente.
La juventud inteligente! Bonita frase, á fé mía.
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text/x-wiki
<noinclude><pagequality level="3" user="LadyInGrey" /></noinclude>acento tan persuasivo como el general aspecto de su rostro.
Su candidatura presidencial sirvió de escudo á los mejor intencionados, y la asociación jurídica salvó de aquella inminente hemorragia umbilical.
A los seis meses, se inauguraban las conferendías del Centro Jurídico; y al año, este núcleo pensador contaba con su Revista oficial, destina á representar ante el estrangero los intereses científicos de la Jurisprudencia Argentina.
He ahí el primer paso en que el Dr. Ernesto Colombres demostró el vigor de los resortes de su actividad, y la estensión de su registro intelectual.
{{c|{{x-grande|✡}}}}
Regresaba yo de Catamarca «en lomos» de un feo pero sufrido rocín.
Durante dia y medio, no hice sino trotar sobre esa angosta serpiente de veinte leguas que se llama «la cuesta del Totoral.»
No imajino nada mas grandioso.
Aquel robusto brazo de los Andes presenta al<noinclude>
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text/x-wiki
<noinclude><pagequality level="3" user="LadyInGrey" /></noinclude>Había invernado en Tucuman, dando vida á ''El Orden'', como aquí aceleró las funciones fisiológicas del Centro Jurídico.
Y engordó en medio de las ágrias contiendas del periodismo local! Era un colmo.
Dos años después, volvía á Buenos Aires con su diploma de Diputado Nacional debajo del brazo.
Y no hace un mes que se estrenó con el informe sobre la ley de reorganización de los tribunales de la Capital....
Hay, pues, en Colombres, el jurista, el orador y el periodista.
{{c|{{x-grande|✡}}}}
Como jurista, la política no le dió tiempo para enriquecer el derecho nacional con sus originales concepciones científicas.
Periodista, la política convirtió su pluma en estoque, con el que ha sacado sangre á sus enemigos, contra las tendencias naturales de su carácter poco adecuado para semejantes reyertas.
Orador, la política tambien hizo un accidente<noinclude>
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<noinclude><pagequality level="3" user="LadyInGrey" /></noinclude>Colombres forma parte de la Comisión de Códigos,cuyos miembros, aprovechando las aficiones del flamante congresal, hánle endosado la pesada tarea de los informes.
Con estos hizo su ''debut''.... Pero estaba muy próxima la fecha en que abandonó la mesa de redacción de ''El Orden''.
Y su primer discurso se resintió de esa generalización á que se habituan los periodistas, cuando «luchan por el tema» en localidades de secundaria importancia por lo que toca al movimiento público, social ó económico.
Ya pelechará, perdiendo todo el pelo periodístico de la dehesa política á donde lo arrastró la vorágine de la última contienda electoral
{{c|{{x-grande|✡}}}}
Simpática presencia, acento agradable, timbre claro y flexible, tono elevado, frase correcta y fácil elocución, son condiciones de no despreciar, y que constituyen la materia prima de una mas que regular oratoria.
El Dr. Colombres puede engarzarlas en su sólido talento, para ostentar la joya de una buena reputación en el ''ars loquendi''.<noinclude>
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<noinclude><pagequality level="3" user="LadyInGrey" /></noinclude>regular sentido, en la pretensión de que Colombres no las reputará pretensiosas ni inoficiosas.
Como si le hubiese dicho que era un orador formado, tampoco se habia envanecido hasta el punto de espetar un discurso por hora, aunque fuese para demostrar la trascendencia de un cuarto intermedio parlamentario.
Por otra parte, tenia hambre de echarlas de mentor.
Y Colombres ha venido de perilla.
No es mi adversario político, económico ó religioso.
Y le debo un favor: el de su amistad.
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<noinclude><pagequality level="3" user="LadyInGrey" /></noinclude>de índole política para afirmar mas cuanto al principio y después adujeron.
Y á la verdad que era ingrata empresa, por no decir imposible, la de rebatirían razonables argumentos. No se trataba de un error sincero ó de una hábil evolución que diera por resultado un hecho determinado, sino sencillamente de una inconveniencia con visos vehementes de mala fé, aunque como ya hemos apuntado, en el fondo, nada de esto existia.
{{c|{{x-grande|✡}}}}
La carrera política de Olmedo empezó en Córdoba con el Gobierno de Viso. Era Secretario de la Cámara de Diputados y colaboró durante poco tiempo en el diario oficial, sosteniendo ideas liberales en el sentido religioso, en una época nada propicia para sembrarlas, en que el terreno no estaba preparado ni la simiente era de buena calidad.
Su ausencia del periodismo marca una gran laguna en su vida, ó ignoramos qué razones le movieron á abandonar la brecha, precisamente cuando los huracanes del sud llevaban ruidos de combate.
Con la candidatura del general Roca, Olmedo<noinclude>
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text/x-wiki
<noinclude><pagequality level="3" user="LadyInGrey" /></noinclude>al parecer llenas de vida; pero de repente, por no sabemos qué inconsecuencia, os llama la atención un soberbio disparate dicho con una naturalidad candorosa, como si en aquel organismo no se hubiera producido una sensible transición.
Es que Olmedo no se siente: No ha notado que el ''opa'' de la casa ha salvado la vigilancia doméstica y ha dado al diablo con todo lo que en ella representaba orden y compostura.
{{c|{{x-grande|✡}}}}
Este defecto de Olmedo proviene, á nuestra manera de entender, del medio en que se ha criado y de los elementos que lo han rodeado desde la cuna hasta la edad adulta.
Hijo único de un matrimonio que ha hecho de él un verdadero culto, mimado hasta la exageración, absoluto, caprichoso, rey del hogar, su inteligencia como su carácter han recibido la mas perniciosa de las herencias: la vanidad.
La vanidad constituye el fondo del carácter de Olmedo. Este, en fuerza de haberlo oido de boca de sus padres, cree que nadie es mas buen mozo que él, que ninguna mujer lo<noinclude>
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text/x-wiki
<noinclude><pagequality level="3" user="LadyInGrey" /></noinclude>porque jamás toca al adversario, y se retira muy satisfecho de haber estirado sus entumecidos miembros.
Nada mas justo que se dé placer tan inocente.
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text/x-wiki
<noinclude><pagequality level="3" user="LadyInGrey" /></noinclude>y vida del discurso cuyo organismo visible es la forma externa?
Una sola palabra desluce, á veces, todo un discurso como el mamarracho de cualquier pintor de marcos de ventanas puede echar á perder la majestad de un palacio.
O como el ricacho guarango que deja a la miseria un tapiz riquísimo, cuadrándolo con cielo raso de lona, ó con un alfombrado imposible.
Leida ó escuchada, la frase del orador arrobará el ánimo con el deleite que toda belleza inspira.
Los pensamientos parecerán de mayor estatura bajo el vistoso ropaje oratorio, como esas mujeres cuya elegancia sufre las oscilaciones del tocado que ostentan.
Pero disloquemos la frase, cortemos el hilo de tan espléndido collar, y quedará en el hueco de la mano un puñado de vocablos vulgares... ''Pierraille! pas de brillants!''
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Un distinguido y cáustico escritor, refiriéndose á las conferencias históricas de Estrada, dijo en cierta ocasión:
— Las palabras son mas grandes que los<noinclude>
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<noinclude><pagequality level="3" user="LadyInGrey" /></noinclude>las frases de mayor profundidad é intenso brillo.
Después, la dialéctica temible del orador católico, que bajo la carne dogmática de sus discursos, oculta el esqueleto de acero de su argumentación silogística.
Las matemáticas de la lógica escolástica le son á tal punto familiares que, sin otro instrumento, ajusta los raciocinios hasta dar á los discursos la apariencia de una sola pieza, difícil de desmembrar.
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En la cátedra, Estrada hace gala de un criterio analógico de primer orden, esboza enumeraciones tan sobrias como completas, impone por el gesto y amedrenta al discípulo con sus formidables guerrillas científicas.
En la academia, sabe dar colorido tal a sus imágenes, desnuda tan maestramente sus sentimientos, que su voz se convierte en el estimulante mas poderoso de las fibras sensibles del auditorio.
En la tribuna, conexiona hábilmente la frase con el tono para producir una pirotecnia de sorprendentes efectos.<noinclude>
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<noinclude><pagequality level="3" user="LadyInGrey" /></noinclude>«En el siglo de los Moltkes no renacerán los Bayardos.»
Sobre la imprenta: «Guttemberg ha destruido la raza de Omar!»
Comentando el artículo 29 de la Constitución Nacional: «Mirémosle con respeto!.... Está escrito con la sangre de nuestros hermanos.»
Y como ejemplo de condensación del pensamiento en su frase, reproduciré la siguiente:
«La humanidad vive en universal dependencia; todos los hombres dependemos unos de otros: unos por ordenación gerárquica, otros dependen reciprocamente por comunión solidaria de determinados intereses. Solo es posible llegar á la completa independencia, no obstante esas leyes normales de la vida, en virtud de dos condiciones: ó por una robustez extraordinaria de carácter, ó por la ruptura de todos los vínculos sociales. Es decir, por uno de estos dos estremos: ó por la suprema moralidad, ó por la mas ínfima desmoralización. La plena libertad pertenece á los que ocupan los puntos estremos en la escala moral: los que tocan en las nubes, ó los que se revuelven en el fango: los cedros ó los hongos!»
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<noinclude><pagequality level="3" user="LadyInGrey" /></noinclude>Dos horas empleó el alumno exponiendo doctrinas, combinando principios, acumulando citas y enredando la gruesa madeja del Derecho Constitucional.
Y al final de cada párrafo, cuando el disertante hacia una pausa como aguardando la señal de que habia sido descifrado el enigma, el sério catedrático se limitaba á decir:
— Sí, pero hay conexión.
Aquello era interminable. Al fin, el estudiante soltó prenda, solicitando la clave de aquel endiablado rompe-cabezas.
— Pues es muy sencillo: de que haya conexión no se deduce que haya identidad!
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<noinclude><pagequality level="3" user="LadyInGrey" /></noinclude>puro material, haya quien le adicione otra invisible de puro ilusoria.
Claro está que me refiero á mi fealdad y entendimiento, no al Dr. Posse que ni es tan feo como lo pintan sus adversarios, ni carece de un talento sólido, elástico y puntiagudo, como espada toledana.
Sobre esto, mas que sobre gustos en punto á belleza flsonómica, sí que no hay disputa.
En la magistratura y en el parlamento ha dejado huellas duraderas de la seguridad de su criterio y de su espíritu práctico.
Posee ademas, el suficiente carácter para equilibrar la independencia de sus juicios con la difícil misión de diputado defensor del Gabinete.
Difícil, es la palabra. No porque yo acepte en absoluto aquella máxima oposicionista de que no hay gobierno bueno, sino mas bien por la atmósfera adversa en que ordinariamente luchan por la vida los círculos oficiales.
Ser orador ministerial! Fea concepto, desde Fígaro y Timón!
Es preferible ser humilde y callado votante, y aun siñuelo de las mayorías oficiales, como el simpático diputado Corvalán.
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<noinclude><pagequality level="3" user="LadyInGrey" /></noinclude>Pero su talento asienta sobre el bien templado muelle de una dignidad que raya en el orgullo.
Es de los hombres que me gustan.
Esos que llegan hasta la soberbia en defensa del amor propio, pueden ser volubles en sus cuartos de hora de estravio; pero persistentes en sus esplosiones de independencia personal.
Una capa de escepticismo deforma los verdaderos sentimientos del diputado Posse. Pero perdonémosle ese pecado en gracia de su moderada neurosis: la del estilo incisivo.
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Un ex-magistrado no puede permitirse el placer de arrojar el tapa-rabo del poder judicial.
Se expone á que los litigantes que sufrieron sus fallos, se desquiten deplorablemnte jugando «á la baja» con las acciones de la reputación del jurisconsulto.
Un ex-magistrado que cambia los estrados por el anfiteatro parlamentario, y que es bastante espiritual como para hacer destacar lo ridículo y ridiculizar lo falso en una discusión, debe recordar, mas que ningún otro, aquel consejo de un célebre maestro:<noinclude>
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<noinclude><pagequality level="3" user="LadyInGrey" /></noinclude>Esto envuelve un mérito: habla para decir algo, y no para hacer saber que «ha tomado la palabra».
No tiene por qué adular á los taquígrafos para que le pasen el original de sus discursos.
Ni á los regentes de las imprentas encargadas del Diario de Sesiones, para que le remitan triples pruebas de lo que habló.
El diputado Posse no tiene por qué aspirar á la notoriedad de las crónicas parlamentarias.
En este punto, lo aplaudo sin reservas.
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<noinclude><pagequality level="4" user="Zatara" /></noinclude>análogos pensamientos á propósito de diferentes materias y situaciones diversas con una regularidad que seria digna de leer si se tratara de un vasto plan determinado; pero que refiriéndose á otras materias, acusa pobreza suma é ignorancia supina, en quien como él nada ha sido parte á modificar durante nueve años de gimnasia al lado y en contacto con hombres cuyas conversaciones familiares bastarían por si solas para nutrir á espíritus inteligentes.
Rojas no ha abierto un libro, y me atrevo á decir que no conoce ni por las tapas á los antiguos y modernos autores. En cuanto a literatura, vive en el limbo; de derecho federal no entiende de la misa la media; de economía política, ni jota; y de ciencias naturales se veria en bárbaros aprietos para esplicar la composición del aire.
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He debido traer estos antecedentes para entrar á juzgar la personalidad de Rojas bajo su doble aspecto de miembro del parlamento y de hombre político. Es necesario que el lector conozca el sujeto, ó mejor dicho la materia<noinclude>
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<noinclude><pagequality level="3" user="LadyInGrey" /></noinclude>políticos, nada, en fin, puede primar sobra el honor empeñado. Es preferible vivir del jornal que del producto de la infamia.
Si la habilidad en política estriba en mentir faltando á la fé jurada, yo la maldigo porque entonces no será una ciencia sujeta á leyes y principios respetados y profesados por hombres libres.
Roto el principio moral que debe existir en toda sociedad organizada, desaparecerla también la razón de su existencia como colectividades, y el desorden y el caos serian el patrimonio de la humanidad.
De estos recursos echó manos Rojas para venir al Senado de la Nación y desempeñar el rol pasivo de una individualidad sin brillo, sin iniciativa y sin nada que lo distinga del común de las gentes.
Qué pocas satisfacciones intimas sentirá cuando se recoja dentro de sí mismo!
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Del Senado, Rojas pasa al Gobierno de Santiago, siempre oficialmente y empleando idénticos medios que los que le dieron sus antiguos procedimientos, con una circunstancia<noinclude>
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<noinclude><pagequality level="3" user="LadyInGrey" /></noinclude>movimiento de diástole y sístole que constituye la vida en los seres organizados, se opera en él de una manera especial.
Ya que no es posible dar á lo anterior carta de ciudadanía ni siquiera metafóricamente, permítaseme al menos afirmar que el corazón de Rojas está atrofiado, encallecido, seco como el de los célibes, y que muy poco, ó nada, debe esperarse de su gobierno en la Provincia de Santiago.<noinclude>
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<noinclude><pagequality level="3" user="LadyInGrey" /></noinclude>Pero el ex-Catedrático, el ex-Presidente de Legislatura y el ex-Ministro dejó de ser
«hombre de avería» en el Senado.
Uno que otro informe, á la ligera, como quien se saca un peso de encima, ha servido de muestra suficiente para dejar comprender la potencia oratoria del que hacia gala de un estilo fácil y correcto, sirviendo de liso cauce a un manantial de voz clara y no mal timbrada.
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Menos erudito pero mas práctico, sin tanta destreza en la frase pero con mayor vehemencia en los conceptos, con inferior amenidad en su trato, pero con rasgos mas profundos en su fisonomía moral, el doctor Febre ha ido é irá siempre mas lejos que su simpático colega y paisano.
Semblante lleno y de espresión altiva, mirada cóncava y gesto desdeñoso, el senador Febre dispone para el comercio humano de un forro barnizado da reposo, impermeable á todas las sensaciones cuyos reflejos exteriores pudieran descubrir su juego mental.
Por eso, lo reputo uno de los mejores hombres de lucha con que he tropezado en mis<noinclude>
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<noinclude><pagequality level="3" user="LadyInGrey" /></noinclude>ocupando siempre una posición importante, y sin que su amplia y tostada máscara denuncie impaciencia en el vivac, fatiga en las marchas, regocijo en la victoria, ó desaliento en los contrastes...
En el Parlamento, conoce perfectamente sus deberes de miembro de la oposición, y suele tener arranques que traen en su auditorio el recuerdo de las frases incisivas del simpático cuanto desdichado Agustín Gómez.
Y eso que no es orador, salvedad que me sirve de escusa para la omisión del examen de las condiciones oratorias del Senador por Entre Ríos.
Eso sí: de Fébre y Baltoré, tomando retazos de uno y de otro, formaríase un Senador envidiable.
Si yo fuese frenólogo propondría una doble trepanación, y efectuando entre ambos cerebros destapados un canje de lóbulos encefálicos, tendría, al final del trueque, un Senador perfecto y otro inservible, en vez de dos Senadores complementarios.
{{c|{{x-grande|✡}}}}
Fébre ha sido Gobernador de Entre Ríos en época difícil, cuando aún fresca la sangre del<noinclude>
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<noinclude><pagequality level="3" user="LadyInGrey" /></noinclude>espansión del desaliento, de la impotencia y del despecho.
Pobre Febre! Como á Cristo, una semana le fué suficiente para subir al Gólgota de su prestigio.
Como el pez por la boca muere, el hombre se pierde por su carácter.
El momento en que Febre se resistió á sancionar lo que creyó inicuo, fué también el último de su influencia política.
Ah! La Historia no es sino el nombre de la Providencia en la vida colectiva de los pueblos!
Nada escapa á su inexorable ley; nadie se sustrae á sus inflexibles sanciones.
Los pueblos viven mas que los hombres, y los que apresuran revoluciones sociales ó políticas caen siempre aplastados por la roca que empujaron.
«Nada violento es duradero,» decia mi ilustre maestro el señor [[Siluetas parlamentarias: 12|Estrada]], y yo recuerdo haber leido en mi niñez un proverbio sagrado que, poco mas ó menos, contiene esta verdad:
::El que cava la fosa
::caerá, en ella;
::y contra el que agita la honda
::se revolverá la piedra!
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<noinclude><pagequality level="3" user="LadyInGrey" /></noinclude>que en ella respiran, y la situacióa histórica en que debe actuar el estadista.
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Políticos hay, empero, que prefieren la postergación indefinida de sus patrióticas aspiraciones, á contemporizar con los engendros de la abominación y del escándalo.
No les hago reproche: al revés, les hago justicia. No han querido arriesgar sus convicciones, aunque en el tapete figurase como puesta, la dignidad de la patria.
Esperan, y con razón, que «los polvos que el viento levanta, al viento caerán en tornando la calma.»
Pero esa paciencia se esplica en hombres envejecidos en las duraderas combinaciones del laboratorio político.
[[Bartolomé Mitre|Mitre]], Quintana, Costa, Lastra, Elizalde, Castro, Varela, son luchadores de antaño, que optan por esconder sus rostros avergonzados, antes que bajar á la arena y medir sus armas de viejo sistema con las de precisión que la corrupción política ha puesto en manos de los hombres de hogaño.
Carballido, aunque mas joven que todos esos<noinclude>
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<noinclude><pagequality level="3" user="LadyInGrey" /></noinclude>La de las abstracciones, susceptible de ser modificada por el estudio.
La de lo concreto, espuesta á las correcciones periódicas de la esperiencia.
Y la de los hombres, cuya estabilidad depende de dos factores poco estables: el carácter del agente, y la índole del paciente de determinado sentimiento de simpatía ó de antipatía
El Diputado Carballido tal vez obedezca á esa ley natural de los seres humanos; pero es indudable que su adhesión al [[Bartolomé Mitre|General Mitre]] es de las escepcionales.
Es decir, como las que, procediendo de dos corazones afines, ó de uno generoso y otro grato, solo pueden ser desarraigadas por una creciente circunstancial en el manso arroyuelo de la vida.
{{c|{{x-grande|✡}}}}
El doctor Carballido templó su estilo oratorio en la fragua del periodismo político, y lo modeló en las arengas populares, sirviéndole de yunque la tribuna de las grandes asambleas de su partido.
Su presencia es simpática, y bien timbrada su voz.<noinclude>
<references/></noinclude>
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<noinclude><pagequality level="3" user="LadyInGrey" /></noinclude>rellenará con los materiales que le suministre la esperiencia que le ha faltado.
Su oratoria recibirá pulimiento en los debates, sus esposiciones adquirirán soltura con la gimnasia continua del Parlamento, y su sentido práctico crecerá en la atmósfera de la vida legislativa.
«No hay que perder de vista esta verdad, decía Timón: grande es la diferencia que existe entre el escritor que vive en absoluto, y el diputado que se ocupa de lo relativo.
«El primero depende únicamente de si mismo, el segundo de sus electores; aquel trata de lo q' aun no existe, este de lo existente; el uno se halla en presencia de las teorías, el otro de su aplicación.
«El legislador debe imitar á la naturaleza que nunca reposa, que incesantemente se repara y se reproduce, que continuamente se rejuvenece, y que saca la vida de la misma muerte».
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<noinclude><pagequality level="3" user="LadyInGrey" /></noinclude>Lo he oido conversar con desenvoltura y amenidad en las reuniones familiares del malogrado doctor [[Siluetas parlamentarias: 03|Leguizamón]].
Y cuando este distinguido diputado sacudió el polvo de sus plantas, abandonando el mundo, el Senador Mendoza que lo apreciaba de corazón, hizo público su sentimiento derramando abundantes lágrimas sobre la tumba entreabierta del amigo.
Y sin duda que, en tan deplorables circunstancias, es cuando se puede medir la vibración sensible de las cuerdas del cariño humano.
De todo lo cual se deduce que es un franco y buen amigo. Es, además, un ''sportman'' de marca....
¿Serán suficientes esas condiciones para rematar la cúpula de un talento político?...
''La suite, ici-bas''.
{{c|{{x-grande|✡}}}}
Como inteligencia, el Senador Mendoza la tiene en tensión suficiente para discernir aún lo que está fuera del alcance de la vulgaridad.
Pero, nada mas.
Es incapaz de concebir nada nuevo, dentro del orden de las relaciones políticas del realismo contemporáneo.<noinclude>
<references/></noinclude>
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<noinclude><pagequality level="3" user="LadyInGrey" /></noinclude>á esa regla, se debe á que sus extraordinarias aptitudes de ''causeur'' suministran amenidad que le sobra aun para sus lucidos asaltos de esgrima parlamentaria.
Ademas, el general literato es dmirablemente ''terrible'' en el sentido estricto que tal vocablo encierra en el Diccionario de las indiscreciones.
Frutos al que jamás, y menos en el Parlamento, dará mordisco el prudente senador por San Luis.
Es agradable, ''et pas plus''. Ni siquiera dragonea de aticista como Posse, ni hace medianas volteretas en el trapecio de las paradojas como Calvo.
Su importancia en los debates del Senado es imperceptible. Solo accidentalmente ha tomado parte en las grandes discusiones del actual período legislativo.
Grandes discusiones! ... No por las réplicas de Derqui, Rojas, Pérez y Gil, sino por los magistrales discursos del ''leader'' de la oposición en el Senado.
{{c|🙝🙟}}<noinclude>
<references/></noinclude>
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<noinclude><pagequality level="3" user="LadyInGrey" /></noinclude>políticos, Gorostiaga descollaba con sus iguales en calidades activas: valor, prudencia y perseverancia.
Estas tres condiciones son los factores de la fórmula del carácter humano según Comte.
Y con carácter se hace mucho... Pero, ay! el Diputado Gorostiaga tiene una sombra!
La perfidia destruyó la obra de la prudencia política del caudillo santiagueño, cuando el famoso pacto de la famosísima Intervención del doctor Chavarria.
Los desbordes autoritarios neutralizaron la valerosa actitud del jefe de la mas importante fracción opositora de Santiago.
Y maniobras electorales incenfesables esterilizaron el trabajo perseverante del hombre que soñó con la regeneración de las masas de su Provincia, mediante la libre manifestación de sus grandes aspiraciones.
Pero ese don [[Siluetas parlamentarias: 14|Absalón]]!... ''C'est la béte noire de Mr. Gorostiaga''.
{{c|{{x-grande|✡}}}}
El ex-Senador Absalón Rojas, actual gobernador de Santiago, ha encarnado las resistencias oficiales al movimiento liberal que encabezó Gorostiaga durante la última<noinclude>
<references/></noinclude>
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<noinclude><pagequality level="3" user="LadyInGrey" /></noinclude>circunstancias en medio de las cuales pelechó la inflaencia maturranga de don Absalón.
Y este es hombre peligroso en punto á defender posiciones políticas.
Gorostiaga, su adversario, era el llamado á desalojar esa influencia sin raices en la opinión.
Pero el diputado escolló en el maquiavelismo de aldea de su contendor.
¿Incapacidad, desidia, imprevisión?...
Nada de eso. Aunque Gorostiaga hubiese desplegado recursos del mismo valor que los de su adversario, no habria obtenido mas resultado que el de incitar á mayores demasías á sus desesperados enemigos.
El éxito no podía coronar los esfuerzos de Gorostiaga. ¡Estaba escrito!
{{c|{{x-grande|✡}}}}
El diputado Gorostiaga es hombre joven y nuevo en la política de su patria.
Bien que su fisonomía y aún su voz lo coloquen entre los hombres de ''coeur'', las condiciones de su actividad le dan un lugar entre los hombres de carácter.
No será por sí lo que llamamos un carácter, que eso poco abunda; pero posee una voluntad<noinclude>
<references/></noinclude>
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<noinclude><pagequality level="3" user="LadyInGrey" /></noinclude>la filosofía política le atribuye en los diccionarios intitulados con el triple lema de la democracia francesa.
{{c|{{x-grande|✡}}}}
El Diputado Gorostiaga ha ocupado alternativamente la tribuna periodística, la de las asambleas populares, y la de los debates parlamentarios.
Como orador, Gorostiaga ha corroborado la frase antigua: ''pectus est quod disertos facit''.
En efecto, á su corazón debe su elocuencia.
Sin ser perfecta, y por mucho que su voz no tenga la ostensión que sus párrafos vehementes exigen, responde sin embargo á sus fines: conmover, persuadir y convencer.
No ha robustecido Gorostiaga su mente con ese estudio nutrido que á la vez suministra el ladrillo y la argamasa de las construcciones oratorias.
Sin embargo, sus exposiciones, claras y lógicas, esfumadas con algunas bellezas de buen gusto, no se resienten de falta de trabazón en las ideas.
Si fuera menos parco de discursos, no dudo que obtendría la pureza de dicción, la flexibilidad de acento y la armonía de gestos, que son accesorios del orador.<noinclude>
<references/></noinclude>
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text/x-wiki
<noinclude><pagequality level="3" user="LadyInGrey" /></noinclude>podía permitirle el pasatiempo de esplotar vetas literarias, y consagrarse á un oficio que yo creia incompatible con la carrera de la espada.
Supe, entonces, que Mansilla era un excéntrico. Sobresalia en los gustos mas refinados del diletanti, gastaba capa de seda, y era el consumidor único de todas las mas raras importaciones del tono parisiense.
Sí; pero ¿y los dedos para semejantes sonatas?
Era indudable que los tenia bien ejercitados.
Como escritor, sobresale en el género epistolar. Es su enfermedad contagiosa, como puede atestiguarlo Santiago Estrada.
En otro terreno, en el doctrinarismo político, por ejemplo, su estilo de periodista se resiente de falta de engarce en las ideas.
De ahí que su espresión sea cortada y breve, como la de don Federico de la Barra, solo que este es capaz de abordar el mas escabroso razonamiento, tiro el tiro, es decir, palabra por palabra.
Mientras que Mansilla divaga y se estravia, cada vez que pontifica, pluma en mano, desde la tribuna de la prensa.
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<noinclude><pagequality level="3" user="LadyInGrey" /></noinclude>constituyen la esfera de la competencia general de Mansilla.
De ahí que este pueda acometer con éxito el estudio de casi todas las cuestiones á discutir, en el Parlamento de que forma parte.
El único defecto de esa calidad es el espíritu de generalización que oscurece aún los mejores fallos del criterio de Mansilla.
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Es regla de escasas excepciones que los militares afectos á los conocimientos generales intervengan directamente en nuestras luchas políticas.
Claro está que no me refiero á los que, sin aquella condición, pero en virtud de otras á que deben algún prestigio, entran con buen pié en los azares de la política argentina.
Pues el general Mansilla ha pertenecido á la segunda categoría, y sigue pertaneciendo á la primera.
Es militar de coeficiente y esponente político, lo que le permite echar su cuarto á espadas en los comités, tan ''á son gré'' como en el vivac, en cabrionera y en los salones.
Por cierto que no carece de algunas aptitudes<noinclude>
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<noinclude><pagequality level="3" user="LadyInGrey" /></noinclude>de la palabra, que es gobierno de razón y de justicia, y no al de las brutalidades de la fuerza.»
No hago sino remover un recuerdo del encanecido General que, bajo la cubierta de su elegancia estravagante y de su ironía habitual, encierra los impulsos laudables de un entendimiento fácil de poner al servicio de la grandeza futura de la patria.
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<noinclude><pagequality level="3" user="LadyInGrey" /></noinclude>orador parlamentario! Muchos le habrán precedido con no menor fama; pero en realidad no han muerto. Cada uno de ellos fué lo que aun subsiste en esa abultada y atrayente envoltura mortal de algo perdurable y eterno!...»
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:::O main de l'impalpable! ô pouvoir surprenant!
:::Mets un mot sur un homme, et l'homme fris-
::::::::(sonnant
:::Sèche et meurt, pènètrè par sa force profonde!
Creo que de las obras de la oratoria podria decirse lo que La Bruyére de los libros:
«Cuando una lectura eleva vuestro espíritu, cuando os inspira sentimientos generosos y grandes, no procuréis encontrar otro criterio para juzgar del mérito de la obra: ha de ser buena, y de mano maestra».
Escuchando al doctor Del Valle en el Senado, uno siente algo como ese frio en las carnes que retempla la fortaleza del ánimo y oprime en el corazón las arterias del sentimiento: ese hombre es elocuente, sin duda alguna.
[[Siluetas parlamentarias: 01|Gallo]], [[Siluetas parlamentarias: 12|Estrada]], [[Siluetas parlamentarias: 09|Goyena]], son también oradores elocuentes. Recuerdo haber indicado cómo el segundo suple, con los resortes patéticos, la<noinclude>
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<noinclude><pagequality level="3" user="LadyInGrey" /></noinclude>Y á propósito. Con los tres últimamente citados, tiene también sus puntos de contacto el doctor Del Valle.
Con Alem, por la sinceridad y honradez de su palabra; con Quintana por la robustez de la dialéctica, y encanto de la exposición; y con Rawson, por la dignidad y erudición de sus elocuciones.
También.... Pero basta de comparaciones, y discúlpenme los demás oradores, que no se trata de un desfile, sino de meras determinaciones cualitativas, para las cuales necesitaba algunos puntos de mira, como cuando se trata de una nivelación matemática.
Recapitulando sobre las cualidades oratorias de del Valle, puede afirmarse que su género es mas próximo de la persuasión que del convencimiento.
Encierra lo que Ennio atribuia al brillante Cornelio Cethego: ''suadae medulla'' —el alma de la persuasión!
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El doctor del Valle comenzó á flotar como hombre público en las memorables campañas electorales del 73 y 74.
Contribuyó, como Alem, [[Eugenio Cambaceres]],<noinclude>
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<noinclude><pagequality level="3" user="LadyInGrey" /></noinclude>No hay cargo sério en las líneas que preceden. Conozco al distinguido sanador, y consta á todos que abriga sentimientos elevados y patrióticos.
Pero ¿quién no se estravía en medio de los torbellinos de ambición que invaden nuestro mundo político, como aquellos de seres humanos con que pobló su infierno la fantasía del Dante?...
El político, mas que el hombre privado, se encuentra sometido muchas veces á tensiones contrarias, y termina, —ó por debatirse en la desesperación, —ó por hundirse en el desfallecimiento, —ó bien se torna revolucionario,— cuando no contemporiza, midiendo prudentemente las consecuencias probables de sus actos.
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Durante los primeros años de la guerra del Pacífico, éramos los argentinos, mas ''aperuanados'' que los mismos peruanos.
Deseábamos de corazón que los descendientes de Pizarro deslomasen á los de Almagro, en conmemoración de la primera lucha de hace siglos, entre ambos conquistadores.
En realidad, nos parecía que otros nos evitarían la probable empresa de poner panza<noinclude>
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<noinclude><pagequality level="3" user="LadyInGrey" /></noinclude>Otro mas debil que el doctor San Roman, hubiera llegado a la opulencia y aun a los mas altos puestos públicos con solo sofocar en su pecho los sentimientos de su buen corazon.
Cortejado por los políticos de todas las épocas: buscado por reiteradas manifestaciones por los que han tenido y tienen la sartén por el mango, relacionado de un estremo al otro de la República con personalidades importantes; abogado distinguido que goza de clientela numerosa y selecta, especie de director espiritual de los que mandan como de los que obedecen en su provincia -porque sin San Roman no habria ni leyes en la Rioja- ha podido esplotar todas estas circuntancias y labrarse una posicion politica y pecuniaria que muchos envidiarian.
Pero San Roman tiene demasiada elevación moral y sobrado patriotismo para no tentar tan reprobados caminos, y asi le vemos el presente, cargado de numerosa familia, pisando los dinteles de la vejez. Sin un cómodo vivir, casi en la miseria, mientras que Juarez y Ataliva Roca, a quienes nada les deben su patria y sus libertades, son los Cresos de la República Argentina, y al paso que van llegaran a serlo de Sud-América!.
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<noinclude><pagequality level="3" user="LadyInGrey" /></noinclude>al miembro informante con un discurso apologético de la fuerza armada y de la personalidad imposible del diputado don Ruben Ocampo; pero el Diputado por Entre Rios comprendió que detrás de aquella frase de fuego había un hombre dispuesto á ir á todos los terrenos en defensa de su honor y de su derecho.
No fué de menos efecto aquello que el Dr. San Roman dijo epigramáticamente: «La Cámara debiera aceptar mi diploma para ostentarlo como una muestra.»
Sí, pues; en esta época en que se anulan elecciones por el hecho de no ser los elegidos de la devoción del poder oficial, el Congreso Argentino ha debido conservar como un recuerdo de lo que han sido las libertades públicas, un Diputado salido de las fuentes populares luchando brazo á brazo con la mas descarada imposición.
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En otra época y en otro pais menos debilitado que el nuestro en su organismo moral, ninguna razón hubiera primado sobre el derecho evidente, incostetable, del diploma del doctor San Roman. La actitud de la Cámara de Diputados votando por la aceptación de don Rubén<noinclude>
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<noinclude><pagequality level="3" user="LadyInGrey" /></noinclude>gimentada, que no razona, pero que vota como tabla.
Empero, San Roman se ha sobrepuesta á lo que pocos se sobrepondrían: á defenderse con brillo y elocuencia ante un Juez dispuesto á condenar, cualquiera que fuera el derecho de la parte.
Y ni estas circunstancias cortaron el vuelo de la inspiración del Dr. San Roman. Su discurso tiene una pieza de resistencia que nada será parte, como no fué en la Cámara, á destruirla ó gastarla.
El rechazo del Dr. San Roman puede ser el punto de partida de hechos de importancia política y es probable qeu el porvenir confirme aquello de que ''no hay mal que por bien no venga''.
Todos los hombres de pensamiento creen próxima una reacción producida por los mismos que hoy se empeñan en destruir y correomper las instituciones.
Mientras llega tan bello momento saludamos de pié al distinguido Dr. San Roman, honrado una vez mas con un rechazo escandaloso. Su nombre se presenta, como siemprem rodeado de simpatías y aplausos, que al fin valen mas que los honores efímeros de sentarse en un Congreso cuya mayoría es de línea.
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<noinclude><pagequality level="3" user="LadyInGrey" /></noinclude>Sirve, como la tinta de la gibia, para enturbiar el medio que rodea á cada mortal.
¿Porqué, pues, juzgar al hombre por lo que dice, cuando tiene por hábito dejar las verdaderas intenciones en el ''secreter'' de su silencio?...
¿No es verdad que á los lectores de EL NACIONAL les será mas de interés saber lo qeu callan Baibiene y Derqui, que leer ó escuchar la frase concisa del uno, y el tic-tac oratorio del segundo?
El entrecejo de Baibiene es su centro fisonómico: allí convergen todos sus pensamientos, desde la ironia cuyas sombras se reflejan en la pupila, hasta el apóstrofe mudo de la virtud, mas sublime que una frase fulminante de Mirabeau.
Derqui, como los hombres poco sinceros, tiene tan indefinibles rasgos faciales, como descolorida es su elocución, vaga su mirada, y equívoca su conducta.
Ese hombre es una ''nevera'': oculta precipicios bajo su cáscara suave y quebradiza.
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El Senador Derqui es el ''mal genio'' de la Provincia de Corrientes.<noinclude>
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<noinclude><pagequality level="3" user="LadyInGrey" /></noinclude>Ocupó el sillon mas elevado de los Poderes Públicos de Corrientes, como habria podido instalarse en la camilla de un Hospital.
Indudablemente, no ha nacido para gobernar correntinos: una vez, los mitristas no lo dejaron en paz; en su segunda ascención fueron los riñones los que atentaron contra el goce de las sensualidades oficiales del Dr. Derqui.
También en esta ocasión, le fué útil la asistencia del doctor Wilde. En 1878 lo habaia asistido como Diputado, en 1885 lo salvó como médico, y en 1886 le prestó ayuda como Ministro.
Wilde es la Providencia de Derqui.
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Derqui ha ingresado este año al Senado. Se dice que ha invocado la representación de la Provincia de Corrientes; y que, despues de prestar juramento, ha ido ha sentarse en una de las bancas de la «izquierda dinástica».
O ambos hechos son exactos, ó ni uno ni otro reviste seriedad.
Es tan inconcebible que los correntinos se hagan representar por Derqui, como que esto sea un situacionista de corazón.
Lo primero, porque Derqui, con todo su<noinclude>
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<noinclude><pagequality level="3" user="LadyInGrey" /></noinclude>sacaban á la orilla al náufrago de la política correntina.
Ultimamente volvió á su papel de víctima: ni Derqui ni su victimario eran de la devoción del concepto público; pero el recuerdo de la enfermedad del primero, el de su siempre penosa odisea política, y la consideración que toda persona inteligente inspira cuando cae bajo las botas de la fuerza, -hicieron que no fuera desagradable la restauración del inhábil gobernante de Corrientes.
Y hasta se creyó descifrar en el geroglífico de su actitud respecto de la política nacional, algo halagueño para la libertad y las instituciones de la República!
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Derqui pespunta malamente sus frases, como sastre chambón que se hubiese educado en un taller de modistas de percal.
El estilo es el hombre. Sin ser desagradable, su elocución es fofa como el corcho, y dócil como la masilla.
Cuando se trató de protestar contra la pedrada del monomaniaco Monges, el Dr. Derqui comenzó por atacar briosamente el tema,<noinclude>
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<noinclude><pagequality level="3" user="LadyInGrey" /></noinclude>diputación correntina, entre la cual solo sobresale un regular barítono: Gomez; un mal najo: Pujol Vedoya; y un feo mimo: Lubary.
Ahí está la gobernación de Corrientes, ofrecida á un Vidal, estimable como amigo, pero incapaz de alguna significación política.
Sin embargo, Derqui ha podido dar su mano protectora á una generación que vale mas que toda la que ocupa las bancas correntinas.
Los Balestre, los Lalanne, los Amadey, los Villafañe, y los Robert, pertenecen al partido vencedor, y solo les ha faltado la cuerda de un carácter mas sólido y menor egoista que el de Derqui para subir á los puestos que merecen.
Derqui, como la mayoría de nuestros politicastros, olvida que las plantas que solo creen dignas para servir de adornos, serán mañana la virilidad cuya sombra están condenados á mendigar los mismos que hoy la desdeñan.
Castigo demasiado débil para políticos de las condiciones del Senador Derqui!
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<noinclude><pagequality level="3" user="LadyInGrey" /></noinclude>Tagle oido, ó por lo menos trascrito taquigráficamente en ''La Nación'' ó en el Diario de Sesiones.
Pero el Tagle orador, es cosa que capítulo aparte merece.
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Al revés de los demas oradores, á Tagle le pasa que solo lo escucha quien interés tiene en oirlo.
Los empleados de las reparticiones nacionales siguien fielmente el turno que corresponde á sus sueldos en la «órden del día» para asistir al debate en que el miembro informante de la Comisión de Presupuesto fundará la justicia de tal aumento, y la necesidad de cual nuevo destino.
Los oficiales francos y de la guarnición hacen un paréntesis á las caprichosas combinaciones callejeras de los ''tiros'' de sus miradas y los de sus tizonas, para no perder una sola suerte de lidia entre el Ministro de Marte y el primer espada de la cuadrilla financiera de la Cámara.
Y los apoderados, amigos y parientes (por órden de interés) de las pensionistas civiles y militares, no pierden una sola frase de las sacramentales del Periquito Sarmiento que abre<noinclude>
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<noinclude><pagequality level="3" user="LadyInGrey" /></noinclude>Nuestros Presupuestos son regularmente malos. Su pecado, como el del hombre, es original: procede de las entrañas ministeriales en que se desarrolla su embrión.
El Diputado Tagle, como los preceptores de la raza humana, se ha echado encima la tarea de corregir esa criatura que se llama «Proyecto de Presupuesto».
Y para todo el mundo, el maestro se refleja en el discípulo, hasta que ambos acaben por identificarse....
Como el Presupuesto en Tagle, aunque este no se haya dado cuenta del fenómeno.
Sinó, bien que haria mucho mas por mejorar la fisonomia abigarrada de su pupila, es decir de la Ley de Gastos y Recursos de la Nación.
{{c|{{x-grande|✡}}}}
El Diputado Tagle no podría ser clasificado entre los oradores economistas de Timón.
No es «de los que hacen las cosas en grande, y que rebajarian ochocientos mil de un millón, aunque se llevase la trampa á la justicia, al ejército, á la marina y á los servidores públicos.»
Ni de los que, «procediento de un modo mas parcimonioso, quieren cercenar cincuenta céntimos de un sueldo de dos mil francos.»<noinclude>
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<noinclude><pagequality level="3" user="LadyInGrey" /></noinclude>Se dirá, y es cierto, que Tagle fué el hacha parlamentaria que, cayendo sobre las concepciones económicas de Plaza, partieron al autor, derribándolo del Ministerio y suministrándole oportunidad para ir á llorar sus perdidas ilusiones ante la tumba colosal de los Faraones.
Pero la justicia me obliga á rectificar.
Uno de los proyectos de Plaza, aquella famosa escala de sueldos, obedecía á un principio económico superior al que rige la actual y disparatada distribución del salario oficial.
Y como tratándose de hombres y negocios públicos es lícito examinar las intenciones, bueno es recordar que la victoria del Diputado Tagle consolidó la influencia que la Comisión de Presupuesto debe á su eficaz iniciativa en los aumentos de asignaciones y creaciones de empleos.
Entre tanto, el doctor Plaza no aumentó el catálogo de sus numerosos errores, atribuyéndose en esa ley el papel de dispensador que quitaba al Consejo de los Cinco, presidido por el Diputado Tagle.
{{c|{{x-grande|✡}}}}
Un buen día ocurriósele al Diputado Tagle que su querido Presupuesto no era ''bebé'' para ser<noinclude>
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text/x-wiki
<noinclude><pagequality level="3" user="LadyInGrey" /></noinclude>La mía será chica, de cobre, de feo cuño; pero es de ''ley''.
Sobre todo es ''metálico''. Vale mas que cualquiera de esos billetes de «elogio forzoso», sin ''reverso'', cuya impresión y circulación fomenta el Gobierno.
En cuanto al dueño del cuño, no se preocupe, -desde que el hombre privado no se ocupa del ''idem-idem''.
Solo en este caso, es de rigor hacer saber que quien ofende es capaz de hacerlo.
Pero para la crítica razonada basta suscribirla con un mote subalterno y colaborativo.
''Au revoir''.
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<noinclude><pagequality level="3" user="LadyInGrey" /></noinclude>pluma la coraza de las largas torpederas Melié que calza el Diputado Villamayor.
{{c|{{x-grande|✡}}}}
En su oratoria, como en sus maneras, se perciben á la legua las huellas del buril de [[Leandro N. Alem|Leandro Alem]].
Como que es uno de los mejores camafeos salidos del taller político del austero tribuno.
Menos orgulloso de su virtud, el doctor Villamayor posee como Alem la veneración sincera del patriota por todo filón de sentimientos elevados y de aspiraciones puras.
Es allí donde debe enriquecerse el varón probo, léjos de las ambiciones que corrompen, y de las sensualidades que envilecen.
No es Villamayor un gran carácter, ni un talento extraordinario; pero posee todas las prendas que constituyen el «hombre bueno» de la escuela norte americana, y en su criterio recto no escasean los resplandores intelectuales del «hombre práctico» de la escuela inglesa.
Su fisonomía poco correcta y mal delineada, nada refleja de semejantes condicione, raras aun entre los hombres de talento.
Tampoco denuncian el secreto contrapeso intelectual que levanta su alma, ni la afabilidad<noinclude>
<references/></noinclude>
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text/x-wiki
<noinclude><pagequality level="3" user="LadyInGrey" /></noinclude>Nada hacen sin ''cliché'', como diria pintorescamente el Director de EL NACIONAL.
{{c|{{x-grande|✡}}}}
Entre tanto, el doctor Villamayor no solamente es oportuno cuando habla en el Parlamento, sino que su velocidad mental le permite improvisar desde la tribuna de las asambleas populares.
Lástima de voz! Me hace el efecto de un contrabajista tocando el violín....
La oratoria de Villamayor tiene, como el carácter del Diputado porteño, sus afinidades con la del doctor Alem.
Su escasa voz en blanda, y lo que pierde en altura lo gana en agilidad.
Realmente, en el Parlamento no quedarian mal las frases de aliento de que Villamayor solo echa mano en sus arengas populares, cuando la atmósfera, saturada por el entusiasmo de muchedumbres apiladas dentro de un teatro, agita todas las cuerdas nerviosas del arpa humana.
Pero, desde su butaca de Diputado, el doctor Villamayor solo adopta la elocuencia sencilla y convincente del hombre que deja en libertad<noinclude>
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text/x-wiki
<noinclude><pagequality level="3" user="LadyInGrey" /></noinclude>su cabeza, mientras dormitan las pasiones de su alma.
Su improvisación adquiere no pocas veces un vuelo mental extraordinario.
Y sin embargo, su limitado registro vocal le corta las alas.
El acento normal de Villamayor es agradable; pero dejaria de serlo para degenerar en monótomo, si el mismo orador no diese colorido á sus párrafos, ''filando'' musicalmente á través de su escasa «voz media», y aguijoneando la atención del auditorio con sus notas agudas.
En cuanto á su estilo, no es original, pero ni tampoco vulgar.
Lo esfuma literariamente con sobriedad, pero con delicadeza. Esto es signo de hombre práctico, y á fé que no marra en el presente caso.
{{c|{{x-grande|✡}}}}
¿Han meditado ustedes alguna vez sobre esa operación literaria que se llama «rematar un párrafo improvisado»?
Esto si que es la piedra de toque del que ha nacido con lengua de improvisador!
Ademas, sin saber si ustedes se han fijado en<noinclude>
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text/x-wiki
<noinclude><pagequality level="3" user="LadyInGrey" /></noinclude>tucumano ha recorrido toda la escala política, nunca en calidad de obediente eslabon de la cadena, siempre como rueda principal del cabrestante.
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Carecen los Avellaneda de la ''eximia statuta'' que Suetonio atribuye á Julio César.
Bajo, con la cabeza algo inclinada sobe el torax, de paso breve, y de risa mas para vista que para oida, Eudoro Avellaneda presenta los rasgos característicos de la familia.
Sus ojos son centros de nutridas ''fioritures'' de esas que denuncian los caractéres mas intencionados que expansivos.
Poco importa que sea parcimonioso en el hablar, desde que la grafología fisonómica tiene datos suficientes para descifrar su carácter individual en las arrugas del semblante.
El de Eudoro Avellaneda no ostenta las grietas que el peso de los años hace multiplicar sobre la fachada del edificio humano.
Esa cara redonda, sin mas ''fanfreluche'' que un bigote entrecano, tiene surcos análogos á los que produce un estallido de risa en el rostro de [[Siluetas parlamentarias: 33|Dardo Rocha]].
Es que los pellejos faciales, como levitas de<noinclude>
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<noinclude><pagequality level="3" user="LadyInGrey" /></noinclude>debe famosas claraboyas á ese hábil vidriero político.
{{c|{{x-grande|✡}}}}
«Lo que nos hace falta, decía Laboulaye, son hombres de esos que no abandonan su puesto cuando retrocede el mar, y que, sin esperanza ni temor, han calculado y aguardan el momento de la plena marea.
«ESto no es solo indispensable para resistir al enemigo, sino tambien para luchar contra la desidia y la indiferencia pública, en los días de deshonra, de calumnia y de abominación para la libertad.»
Hé ahí un punto de vista, desde el cual se divisa mas arriba del nivel medio, la figura de Eudoro Avellaneda.
Desde su ingreso en la política local de Tucumán, abarco con segura mirada todo el campo de batalla en que desde hace muchos años lucha, renovándose por generaciones liberales y federales.
Con rápida penetración y rarísimo sentido práctico, Avellaneda eligió y obtuvo las posiciones políticas mas favorables para su ''struggle for life''.<noinclude>
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<noinclude><pagequality level="3" user="LadyInGrey" /></noinclude>afecciones, y aun su comodidad y fortuna, en pró del credo electoral á que consagró sus valiosos esfuerzos.
Un carácter de ese género, dotado además de la astuta sagacidad que consiste en limitar las aspiraciones propias para no estorbar el desarrollo de otras personalidades, semejante carácter tiene que abrirse amplio camino, y adelantar con firme paso en su carrera política.
{{c|{{x-grande|✡}}}}
Será de lamentar que Eudoro Avellaneda no dé trabajo á los taquígrafos con su voz débil pero bien entonada.
No haria discursos, no hablaría mejor que Marcos; pero como este, sabria injertar en el debate mas corpulento, un gajo de fructífero sentido práctico.
Ministro del Gobernador Paz en Tucumán, cuando daba tregua á su imaginación siempre fecunda en combinaciones políticas, se ocupaba con esmero de los asuntos administrativos, y sin implantar reformas radicales, supo dar impulso eficaz á los ramos oficiales mas decadentes de su Provincia.<noinclude>
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<noinclude><pagequality level="3" user="LadyInGrey" /></noinclude>á recibir órdenes, se detuvo sorprendido á tres varas del escritorio.
Creyó que Su Señoría habia perdido la chabeta.
Como que el distraido Ministro acababa de encerrar el reloj en el estuche de hojalata, y hacia esfuerzos para hacer entrar el enorme sello en el bolsillito del chaleco!
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<noinclude><pagequality level="3" user="LadyInGrey" /></noinclude>De lo contrario, solo por la inicial de su apellido podria ocupar este sitio, próximo al punto final de estos ensayos.
Los cuales cerraria con la advertencia de que no contienen pretensión de ningún género, si no recordase esta frase de Latena: ''Toute pretention est ridicule, mëme celle de n'en pas avoir''.
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Ecos de las montañas
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{{Portada de obra|{{PAGENAME}} <br> ''{{menor|Leyendas históricas}}''|José Zorrilla|
[[Ecos de las montañas: 1|Introducción]] a ''Ecos de las montañas''
[[Archivo:Separator.jpg]]
{{grande|''El castillo de Waifro''}}
* '''Capítulo primero''' <br>
[[Ecos de las montañas: 2|I]] - [[Ecos de las montañas: 3a|II]] - [[Ecos de las montañas: 4|III]] - [[Ecos de las montañas: 5|IV]] - [[Ecos de las montañas: 6|V]]
* '''[[Ecos de las montañas: 7|Capítulo II]]''' <br>
* '''Capítulo III''' <br>
[[Ecos de las montañas: 8|I]] - [[Ecos de las montañas: 9|II]] - [[Ecos de las montañas: 10|III]]
* '''[[Ecos de las montañas: 11|Capítulo IV]] <br>
* '''Capítulo V''' <br>
[[Ecos de las montañas: 12|I]] - [[Ecos de las montañas: 13|II]] - [[Ecos de las montañas: 14|III]] - [[Ecos de las montañas: 15|IV]] - [[Ecos de las montañas: 16|V]] - [[Ecos de las montañas: 17|VI]] - [[Ecos de las montañas: 18|VII]]
* '''Capítulo VI''' <br>
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* '''Capítulo VII''' <br>
[[Ecos de las montañas: 25|I]] - [[Ecos de las montañas: 26|II]] - [[Ecos de las montañas: 27|III]] - [[Ecos de las montañas: 28|IV]] - [[Ecos de las montañas: 29|V]] - [[Ecos de las montañas: 30|VI]]
* '''Capítulo VIII''' <br>
[[Ecos de las montañas: 31|I]] - [[Ecos de las montañas: 32|II]] - [[Ecos de las montañas: 33|III]] - [[Ecos de las montañas: 34|IV]] - [[Ecos de las montañas: 35|V]]
* La fe de Carlos el Calvo (Epílogo del castillo de Waifro) <br>
[[Ecos de las montañas: 36|I]] - [[Ecos de las montañas: 37|II]] - [[Ecos de las montañas: 38|III]] - [[Ecos de las montañas: 39|IV]] - [[Ecos de las montañas: 40|V]] - [[Ecos de las montañas: 41|VI]] - [[Ecos de las montañas: 42|VII]]
<center>🙝🙟</center>
* '''Los encantos de Merlín''' (cuento) <br>
[[Ecos de las montañas: 43|I]] - [[Ecos de las montañas: 44|II]]
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[[Categoría: Poesías de José Zorrilla]]
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{{Portada de obra|{{PAGENAME}} <br> ''{{menor|Leyendas históricas}}''|José Zorrilla|
[[Ecos de las montañas: 1|Introducción]] a ''Ecos de las montañas''
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{{grande|''El castillo de Waifro''}}
* '''Capítulo primero''' <br>
[[Ecos de las montañas: 2|I]] - [[Ecos de las montañas: 3a|II]] - [[Ecos de las montañas: 4|III]] - [[Ecos de las montañas: 5|IV]] - [[Ecos de las montañas: 6|V]]
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* '''Capítulo III''' <br>
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* La fe de Carlos el Calvo (Epílogo del castillo de Waifro) <br>
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* '''Los encantos de Merlín''' (cuento) <br>
[[Ecos de las montañas: 43|I]] - [[Ecos de las montañas: 44|II]]
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[[Categoría: ES-E]]
[[Categoría: Poesías de José Zorrilla]]
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Granada. Poema oriental
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{{Portada de obra|Granada. Poema oriental|José Zorrilla|
{{xxx-grande|GRANADA}} <br>
{{grande|POEMA ORIENTAL}} <br>
PRECEDIDO DE LA <br>
{{x-grande|LEYENDA DE AL-HAMAR}} <br>
por {{grande|DON JOSÉ ZORRILLA}} <br>
{{línea|1em}}
PARIS <br>
IMPRENTA DE PILLET FILS AINÉ <br>
CALLE DE GRANDS-AUGUSTINS, 5. <br>
{{línea|1em}}
1852
{{línea|1em}}
''Fantasía'' al Sr. Muriel: [[Fantasía al Sr. Muriel: 1|I]] - [[Fantasía al Sr. Muriel: 2|II]] - [[Fantasía al Sr. Muriel: 3|Las dos luces]] - [[Fantasía al Sr. Muriel: 4|III. Aspiracion]] <br>
[[Granada. Poema oriental - cuatro palabras|Cuatro palabras del autor]] <br>
'''''[[Leyenda de Al-hamar|Leyenda de Muhamad Al-hamar el nazarita, Rey de Granada]]''''', dividida en cinco libros: <br>
[[Leyenda de Al-hamar: Libro de los sueños|Libro de los sueños]] - [[Leyenda de Al-hamar: Libro de las perlas|Libro de las perlas]] <br> - [[Leyenda de Al-hamar: Libro de los alcázares|Libro de los alcázares]] - [[Leyenda de Al-hamar: Libro de los espíritus|Libro de los espíritus]] - [[Leyenda de Al-hamar: Libro de las nieves|Libro de las nieves]] - [[Leyenda de Al-hamar: Epílogo|Epílogo]]
<center>🙝🙟</center>
{{grande|'''''Granada. Poema oriental'''''}} <br>
{{grande|'''Tomo primero'''}} <br>
* Libro primero, «Esposición» <br>
[[Granada. Poema oriental: 01|I. Invocación]] - [[Granada. Poema oriental: 02|II. Narración]]
* Libro segundo: «Las sultanas» <br>
[[Granada. Poema oriental: 03|I. El camarín de Lindaraja]] - [[Granada. Poema oriental: 04|II. El salón de Comares]]
* Libro tercero: «Zahara» <br>
[[Granada. Poema oriental: 05|I. Gonzalo Arias de Saavedra]] - [[Granada. Poema oriental: 06|II]] - [[Granada. Poema oriental: 07|III]] - [[Granada. Poema oriental: 08|IV]]
{{línea|1em}}
{{grande|'''Tomo segundo'''}} <br>
[[Granada. Poema oriental: 09|Invocación]]
* Libro cuarto: «Azäel» <br>
[[Granada. Poema oriental: 10|I]] - [[Granada. Poema oriental: 11|II]] - [[Granada. Poema oriental: 12|III]] - [[Granada. Poema oriental: 13|IV]] - [[Granada. Poema oriental: 14|V]]
* Libro quinto <br>
[[Granada. Poema oriental: 15|Introducción]] - «Narración»: [[Granada. Poema oriental: 16|I]] - [[Granada. Poema oriental: 17|III]] - [[Granada. Poema oriental: 18|IV]] - [[Granada. Poema oriental: 19|V]] - [[Granada. Poema oriental: 20|VI]]
* Libro sexto: «Las torres de la Alhambra» <br>
[[Granada. Poema oriental: 21|Introducción]] - «Narración»: [[Granada. Poema oriental: 22|I]] - [[Granada. Poema oriental: 23|II]] - [[Granada. Poema oriental: 24|III]] - [[Granada. Poema oriental: 25|IV]]
* Libro séptimo <br>
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* Libro octavo: «Delirios» <br>
[[Granada. Poema oriental: 30|I]] - [[Granada. Poema oriental: 31|II]] - [[Granada. Poema oriental: 32|III]] - [[Granada. Poema oriental: 33|IV]] - [[Granada. Poema oriental: 34|V]] - [[Granada. Poema oriental: 35|VI]] - [[Granada. Poema oriental: 36|VII]] - [[Granada. Poema oriental: 37|VIII]] - [[Granada. Poema oriental: 38|IX. Kaleb]] - [[Granada. Poema oriental: 39|X]]
* Libro noveno: «Primera parte» <br>
[[Granada. Poema oriental: 40|Introducción]] - [[Granada. Poema oriental: 41|I]] - [[Granada. Poema oriental: 42|II]] - [[Granada. Poema oriental: 43|Serenata morisca]]
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{{Página|Vivir loco y morir más|José Zorrilla|01|02|03|TextTítulo=Vivir loco y morir más Acto I|Numeral=none|TextOpcional=|Reseña=83|Índice={{Vivir loco y morir más}}|VerÍndice=Sí|Texto=
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[[Categoría:Vivir loco y morir más]]
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La flor de los recuerdos (Cuba)
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[[La flor de los recuerdos (Cuba): 03|Serenata]]
{{grande|'''Una repetición de Losada'''}}
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Capítulo sexto: [[La flor de los recuerdos (Cuba): 11|I.]] -
[[La flor de los recuerdos (Cuba): 12|II.]] -
[[La flor de los recuerdos (Cuba): 13|III.]] -
[[La flor de los recuerdos (Cuba): 14|Conclusión]]
<center>🙝🙟</center>
[[La flor de los recuerdos (Cuba): 15|A Paz en sus bodas]] <br>
[[La flor de los recuerdos (Cuba): 16|A Paz desde La Habana]] <br>
[[La flor de los recuerdos (Cuba): 17|A Ana]]
<center>🙝🙟</center>
{{grande|'''Historia de tres Ave Marías'''}}
''Capítulo primero:'' [[La flor de los recuerdos (Cuba): 18|I.]] -
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[[La flor de los recuerdos (Cuba): 20|II. Canción morisca]]
''Capítulo segundo:''
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''Capítulo quinto:'' [[La flor de los recuerdos (Cuba): 29|I.]] -
[[La flor de los recuerdos (Cuba): 30|Plática confidencial.]]
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[[Categoría:Poesías de José Zorrilla]]
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El drama del alma: 01
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{{Encabezado
|titulo=[[El drama del alma]]
|autor=José Zorrilla
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|próximo=[[El drama del alma: 02|Introducción]]
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{{centrar|
{{may|{{xx-grande|El drama del alma}} <br>
{{grande|algo}} <br>
{{xx-grande|sobre Méjico y Maximiliano,}} <br>
{{grande|Poesía en dos partes,}}}} <br>
con notas en prosa y comentarios de un loco
{{may|{{menor|Por}} <br>
{{grande|D. José Zorrilla.}}}}
{{c|🙝🙟}}
BURGOS.—{{may|Administración}}.
{{may|Librería de Santiago Rodríguez Alonso.}}
{{línea|2em}}
1867.
{{línea|2em}}
{{may|Imprenta de D. T. Arnaiz, plaza del Mercado, nº17.}}
}}
[[Categoría:El drama del alma]]
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El drama del alma: 20
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{{Encabezado
|titulo=[[El drama del alma]]
|autor=José Zorrilla
|más info=A D. Pedro Antonio de Alarcón
|anterior=[[El drama del alma: 19|II.]]
}}
==III.==
He leído en no sé qué periódico de por acá no sé qué sobre los remordimientos de Juárez por la muerte de Maximiliano. Juárez tiene orgullo y no remordimientos de tal pecado, y no se cambia ahora por Alejandro Magno si resucitara, ni por Cromwel a quien parodia. Los remordimientos son hijos de las creencias religiosas; y vayan a preguntarle al indio Juárez cual es su opinión sobre el catecismo del P. Ripalda. Juárez cree (y tal vez no yerra) que ha dado el cachete a la influencia europea en América con la muerte de Maximiliano. Ha insultado impunemente a Austria y a Francia en sus Embajadores y súbditos: ha demostrado la impotencia de las intervenciones, y conserva insepulto el cadáver del Emperador para jugar con Austria al tira y afloja, o para poner al fin un precio enorme al piadoso anhelo de la familia imperial. Este sacrilegio es lo que no le perdonamos ni a él ni a sus secuaces: pero no teniendo la vanidad de creernos competentes, para juzgar de las razones que tienen Francia y Austria para no darse por entendidas por ahora de ello, ni de la ''indisposición'' de la Emperatriz, comprendemos que nuestro papel es el de irnos con la música a otra parte, y nos vamos: porque en política somos ''ceros a la izquierda'': en la sociedad nuestra importancia está representada por el signo ''menos''; y en los anales de la literatura patria, no somos mas que ''una errata'' de imprenta que desluce, una página.
==IV.==
Este libro no tiene en sí mas que una cualidad buena : la de su {{may|inoportunidad}}; y de propósito hemos suspendido su publicación hasta que fuera inoportuna y extemporánea, porque habíamos llegado a apercibirnos de que nuestros amigos sospechaban que queríamos también especular con el nombre y la catástrofe de Maximiliano, publicando un libro de circunstancias, cuyo éxito asegurara su interés de actualidad. Las cuestiones de Italia y de Oriente, la actitud de Prusia con Francia, y otros acontecimientos que absorben la atención universal, hacen de la publicación de este libro una cosa parecida a una piedrecilla tirada al mar: y nos damos de ello la enhorabuena.
El autor de estos versos y yo hemos querido a Maximiliano en Méjico como si hubiera sido nuestro padre: hemos llorado su muerte en España como si hubiéramos sido sus hijos; y no haremos jamás de su nombre ni del de la Emperatriz Carlota un objeto de lucro, ni un medio de meter ruido ni de darnos importancia.
Consideramos a Maximiliano, desde que le vimos entrar en la capital de Méjico, como una víctima expiatoria enviada por Dios al altar del sacrificio: le vimos luchar con sus tribulaciones sonriendo con la resignación de los mártires: nos prodigó las más cariñosas muestras de cordialidad, mientras pudo sin riesgo nuestro manifestarnos en público su amistad: y nos apartó de sí cuando vio que se acercaba la hora del peligro. Nosotros, humillándonos ante los juicios del Omnipotente como cristianos, nos preciamos de ser de los pocos (no osamos decir los únicos) que conservaremos hasta nuestra última hora una religiosa veneración por la memoria del mártir, una profunda gratitud por los favores del Soberano, una lealtad sincera a la cordialidad del amigo, y un retrato del hombre a la cabecera de nuestro lecho, cerca del de Cristo: en cuya fe esperamos morir, a pesar de nuestra locura, de nuestra profesión, de nuestros escritos y de nuestra historia.
== V. ==
Adiós, Pedro bueno y leal: nuestra intención era enviarle un libro que nos hiciera honor a nosotros y no te avergonzara a ti. —Nuestro miserable ingenio no ha alcanzado a llenar nuestra buena voluntad: esperamos empero que, al hojear este, tengas la agradable sorpresa de comprender que hemos perdido nuestro talento en América, pero que hemos encontrado nuestro corazón al volver a nuestra patria.
{{derecha|'''{{may|El loco comentador.}}'''}}
{{c|🙝🙟}}
Esta obra se halla de venta a 10 rs. en los puntos siguientes:
{{centrar|
{{may|Burgos.}} —D. Santiago Rodríguez Alonso. <br>
{{may|Idem.}} —D. Timoteo Arnaiz. <br>
{{may|Madrid.}} —D. Agustín Jubera. <br>
{{may|Idem.}} —D. Justo Serrano. <br>
{{may|Provincias.}} —En las principales librerías.
}}
Se remite franca de porte a todo el que se dirija a la Administración de esta obra, incluyendo 12 rs. en sellos de franqueo.
[[Categoría:El drama del alma]]
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De Murcia al cielo
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{{Portada de obra|De Murcia al cielo|José Zorrilla|
Madrid. R. Velasco, impresor, Rubio, 20 Teléf. 551.
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<center>🙝🙟</center>
'''De Murcia al cielo'''
[[De Murcia al cielo: 01|''A los señores…'']]
'''En Murcia'''
[[De Murcia al cielo: 02|I]] -
[[De Murcia al cielo: 03|II]] -
[[De Murcia al cielo: 04|III]] -
[[De Murcia al cielo: 05|IV]]
'''En el cielo'''
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[[De Murcia al cielo: 07|II]] -
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}}
[[Categoría:ES-D]]
[[Categoría:Poesías de José Zorrilla]]
[[Categoría:P1888]]
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Dos rosas y dos rosales: 00
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{{Encabezado
|titulo=[[Dos rosas y dos rosales]]
|autor=José Zorrilla
|más info=Portada
|próximo=[[Dos rosas y dos rosales: 01|Prólogo]]
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{{x-grande|{{may|dos rosas}}}} <br>
{{may|y}} <br>
{{xx-grande|{{may|dos rosales}}}} <br>
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{{may|por}} <br>
{{grande|{{may|D. José Zorrilla}}}} <br>
{{c|🙝🙟}}
'''{{may|HABANA:}}'''
Imprenta del Diario de la Marina,
1859.
}}
[[Categoría:Dos rosas y dos rosales]]
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¡A escape y al vuelo!
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Kwamikagami
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wikitext
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{{Portada de obra|¡A escape y al vuelo!|José Zorrilla|
Madrid. R. Velasco, impresor, Rubio, 20.
1888
<center>🙝🙟</center>
'''¡A escape y al cielo!'''
''Carta-cuenta a la Excma. Sra. Condesa de Guaqui''
[[¡A escape y al vuelo!: 01|I.]] -
[[¡A escape y al vuelo!: 02|II.]] -
[[¡A escape y al vuelo!: 03|III.]] -
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[[Categoría:ES-A|A escape]]
[[Categoría:Poesías de José Zorrilla|A escape]]
[[Categoría:P1888|A escape]]
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Página:La cuestion femenina - Ernesto Quesada.pdf/1
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Kwamikagami
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ERNESTO QUESADA
<center>🙝🙟</center>
{{xx-grande|LA}}
{{xxx-grande|CUESTiÓN FEMENINA}}
{{línea|2em}}
DISCURSO
PRONUNCIADO EN EL ACTO DE CLAUSURA
DE LA EXPOSICIÓN FEMENINA, EN EL PABELLÓN
ARGENTINO, EL 2O DE NOVIEMBRE
DE 1898
<center>🙝🙟</center>
BUENOS AIRES
IMPRENTA DE PABLO E. CONI É HIJOS
680 — CALLE DEL PERÚ — 680
—
1899 </center><noinclude><references/></noinclude>
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Usuario:Ignacio Rodríguez/NinoTools.js
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2022-08-11T23:24:55Z
Ignacio Rodríguez
3603
javascript
text/javascript
/*
This page defines a TemplateScript librcary. It's not meant to be referenced
directly. See [[Wikisource:TemplateScript]] for usage.e
e
*/
/* global $, pathoschild */
/**
* TemplateScript adds configurable templates and scripts to the sidebar, and adds an example regex editor.
* @see https://meta.wikimedia.org/wiki/TemplateScripte
* @update-token [[File:Pathoschild/templatescript.js]]
*/
// <nowiki>
$.ajax('//tools-static.wmflabs.org/meta/scripts/pathoschild.templatescript.js', { dataType:'script', cache:true }).then(function() {
/*********
** Define libraryet
*********/
pathoschild.TemplateScript.library.define({
key: 'wikisource.ninovolador',
name: 'NinoTools',
url: '//es.wikisource.org/wiki/Wikisource:TemplateScript',
description: 'Herramientas mías de mí',
categories: [
{
name: 'NinoTools',
scripts: [
{ key: 'OCRespecial', name: 'OCR especial', script: function(editor) { ocrespecial(editor); }, forNamespaces: 'page', accessKey:'5' },
{ key: 'anclajeDLSB', name: 'Anclaje DICC LSB', script: function(editor) { diccLSB1(editor); }, forNamespaces: 'page', accessKey:'9' },
{ key: 'enlaceDLSB', name: 'Enlace DICC LSB', script: function(editor) { diccLSB2(editor); }, forNamespaces: 'page', accessKey:'8' },
{ key: 'versiculator', name: 'Versiculator', script: function(editor) { bibliaversos(editor); }, forNamespaces: 'page', accessKey:'v' },
{ key: 'bibliator', name: 'Bibliator', script: function(editor) { bibliator(editor); }, forNamespaces: 'page', accessKey:'b' },
{ key: 'abbrevs', name: 'Abbreviator', script: function(editor) { abbr(editor); }, forNamespaces: 'page', accessKey:'a' },
// { key: 'laminator', name: 'Laminator', script: function(editor) { laminator(editor); }, forNamespaces: 'page', accessKey:'' },
{ key: 'dittoator', name: 'Dittoinador', script: function(editor) { dittoator(editor); }, forNamespaces: 'page', accessKey:'7' },
// { key: 'fabulator', name: 'Fabulainador', script: function(editor) { fabulator(editor); }, forNamespaces: 'page', accessKey:'6' },
{ key: 'lecturator', name: 'Lecturainador', script: function(editor) { lecturator(editor); }, forNamespaces: 'page', accessKey:'6' },
//{ key: 'laminatormanual', name: 'LaminatorSingle', script: function(editor) { laminatormanual(editor); }, forNamespaces: 'page', accessKey:'ñ' },
{ key: 'makeref2', name: 'Makeref2', script: function(editor) { makeReference2(editor); }, forNamespaces: 'page', accessKey:'j' },
{ key: 'tagref', name: 'Ref a tag', script: function(editor) { tagref(editor); }, forNamespaces: 'page', accessKey:'k' },
// { key: 'teatralizator', name: 'Teatralizator', script: function(editor) { teatralizator(editor); }, forNamespaces: 'page', accessKey:'ñ' },
{ key: 'pareaditoator', name: 'Pareaditos', script: function(editor) { pareaditoator(editor); }, forNamespaces: 'page', accessKey:'ñ' },
]
}
]
});
var lecturator = function(editor) {
editor.replaceSelection(function(text) {
re0 = /\#\#/;
re1 = /\|\n/;
re2 = /\#/;
array0 = text.split(re0);
TEXT2="";
for (var j = 0; j < array0.length; j++){
array1 = array0[j].split(re1);
array2 = array0[j].split(re2);
for (var i = 0; (i==0||i<array1.length-1); i++) {
TEXT2=TEXT2+"\n"+array1[i]+(array2.length>1? "|"+array2[i+1]:"").trim();
}
}
return TEXT2.slice(0,-1);
});
};
var fabulator = function(editor){
$('#wpHeaderTextbox').val(function(i, val) {
return '';
});
editor.replace(/F[ÁA]BULA (\w+)\s*\n+([A-ZÁÉÍÓÚ Ñ]+)\s*/g, '{{sust:Crop|1.5}}\n\n{{t3|FÁBULA $1|grande|serif}}\n\n{{línea|5em|e=2em}}\n\n{{c|$2|lh=2em}}\n\n{{bloque centro/c}}<poem>:');
};
var abbr = function(editor) {
editor.replaceSelection(function(text) {
return '{{a|'+text+'}}';
});
};
var dittoator = function(editor) {
editor.replaceSelection(function(text) {
var t = text.split(" ");
var i;
for (i = 0; i < t.length; i++) {
t[i]= '{{ditto|'+t[i]+'}}';
}
return t.join(' ');
});
};
var makeReference2 = function(editor) {
var editbox = $('#wpTextbox1').get(0);
editbox.focus();
var refStart = editbox.selectionStart;
var refEnd = editbox.selectionEnd;
var firstref = editbox.value.indexOf('<ref group=n></ref>');
if (firstref != -1) {
editbox.value = editbox.value.slice(0,firstref+13)
+ editbox.value.slice(refStart, refEnd)
+ editbox.value.slice(firstref+13, refStart)
+ editbox.value.slice(refEnd);
}
addPageFooter(editor);
};
var pareaditoator = function(editor) {
editor.replaceSelection(function(text) {
text = text.replace(/\n\n^/gm,"\n\n{{pareado|");
text = text.replace(/$\n\n/gm,"}}\n\n");
text = text.replace(/ /gm,"|");
text = text.replace(/%/gm," ");
text = text.replace(/n;/gm,"ņ");
return text;
});
};
var tagref = function(editor) {
editor.replaceSelection(function(text) {
// Para edición del diccionario de LSB solamente
var re = /<ref ?((?:name ?= ?"?\w+"?)?) ?((?:group ?= ?"?\w+"?)?) ?((?:follow ?= ?"?\w+"?)?) ?>([\s\S]+)<\/ref>/;
var ar = re.exec(text);
return '{{#tag:ref|'+ar[4]+(ar[1]&&'|'+ar[1])+(ar[2]&&'|'+ar[2])+(ar[3]&&'|'+ar[3])+'}}';
});
};
var diccLSB1 = function(editor) {
editor.replaceSelection(function(text) {
// Para edición del diccionario de LSB solamente
text = text[0].toUpperCase() + text.slice(1).toLowerCase();
return '{{ELSB|' + text + '}}';
});
};
var diccLSB2 = function(editor) {
editor.replaceSelection(function(text) {
// Para edición de las páginas de LSB
return '{{Dicc LSB|'+text[0]+'|' + text + '}}';
});
};
var bibliaversos = function(editor){
var cap = prompt("Capítulo:");
editor.replace(/^(\d+)/gm, '{{vers|'+cap+'|$1}}')
.replace(/^— *?(\d+)/gm, '— {{vers|'+cap+'|$1}}')
.replace(/^CAP[ÌIÍ]TULO (\w+)\.?\s*?\n([^\n]+)/gm, '{{c|CAPÍTULO $1.|grande}}\n{{sc|\'\'$2\'\'|menor}}');
};
var bibliator = function(editor) {
editor.replaceSelection(function(text) {
var re = /([\w\s\.]+?)\.?\s*?(\w+)\.\s*?v?\.\s*(\d+)/;
var ar = re.exec(text);
return '{{biblia|'+ar[1]+'|'+ar[2]+':'+ar[3]+'|\'\''+ar[1]+'. '+ar[2]+'. v\'\'.'+ar[3]+'}}';
});
};
var laminator = function(editor) {
editor.replace(/Lámina (\d+) \'*?([abcedfg])\)\'*?/g, "{{anclaje|lam$1$2}}{{hay imagen}}Lámina $1 ''$2)''")
.replace(/(\d{2,3}) y (\d{2,3})/g,'[[#lam$1|$1]] y [[#lam$2|$2]]')
.replace(/(\d{2,3}),/g,'[[#lam$1|$1]],')
.replace(/(\d{2,3}) \'*?([abcdefg])\'*?, \'*?([abcdefg])\'*? y \'*?([abcdefg])\'*?/g,"[[#lam$1$2|$1 ''$2'']], [[#lam$1$3|''$3'']] y [[#lam$1$4|''$4'']]")
.replace(/(\d{2,3}) \'*?([abcdefg])\'*? y \'*?([abcdefg])\'*?/g,"[[#lam$1$2|$1 ''$2'']] y [[#lam$1$3|''$3'']]")
.replace(/(\d{2,3}) ([abcdefg])/g,"[[#lam$1$2|$1 ''$2'']]")
.replace(/(\[\[(?:[Aa]rchivo|[Ff]ile):Grierson (\d+[abcdef]?))/g,'{{anclaje|lam$2}}$1');
};
var laminatormanual = function(editor){
editor.replaceSelection(function(text){
return '[[#lam'+text+'|'+text+']]';
});
};
var teatralizator = function(editor){
editor.replace(/^([A-ZÁÉÍÓÚÑ ]{4,}\.) (\([^\n]+\))/gm, function(match, p1, p2) {
return '{{c|{{may|'+p1[0]+p1.slice(1).toLowerCase()+"}} "+p2+"|lh=3em}}"})
.replace(/^([A-ZÁÉÍÓÚÑ ]{4,}\.?)/gm, function(match, p1) {
return '{{c|'+p1[0]+p1.slice(1).toLowerCase()+"|may|lh=3em}}"})
.replace(/(\([^\n)]+\))/g, "''$1''");
};
var ocrespecial = function(editor) {
editor.replace(/#FEM#/g,'♀')
.replace(/#MAS#/g,'♂')
.replace(/#1\/2#/g,'½')
.replace(/#3\/4#/g,'¾')
.replace(/#1\/4#/g,'¼')
.replace(/<</g,'«')
.replace(/>>/g,'»')
.replace(/#so/g,'§')
.replace(/#--/g,'—')
.replace(/#[nņ]/g,'ņ')
.replace(/#N/g,'Ņ');
if (mw.config.get('wgTitle').match(/Anales de la Sociedad/)) {
editor
.replace(/{{may\|([^}\]]+)}}/g, '{{may|[[Autor:$1|$1]]}}');
}
if (mw.config.get('wgTitle').match(/Diccionario eti/)) {
editor
// .replace(/\s*(?:\$|§)\s*(\d+)/g, "\n\n§ '''$1'''")
// .replace(/\s+(\[?\d\d\d\d\.) ([A-ZÑŅÁÉÍÓÚÜ\]\[]+[\.\]\?]+)\s+/g, "\n\n;$1 $2\n:")
/* .replace(/\s+(\d\d+)[\., ]+([A-ZÑŅÁÉÍÓÚÜ ]{3,})([ ,\.])/mg, "\n\n:$1. '''$2'''$3") */
.replace(/[«»]/g,'"')
.replace(/ȧ|å|ă|ả/g, 'á')
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.replace(/ɔ/g, "o")
.replace(/ů|ŭ|ủ/g, "ú")
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.replace(/Ň|Š/g, "Ñ")
.replace(/(?:ın|nı)/g,'m')
.replace(/^:((?!Véase)(?:[IV]+)*\.*[*]*\s*)([a-záéíóúüñ]+(?:, a\b)*)/gm, ":$1'''$2'''")
.replace(/^(:[A-Z]+:\s*)(\s*[IV]*\.*\s*)([a-záéíóúüñ]+(?:, a\b)*)/gm, "$1$2'''$3'''")
.replace(/:(\s*[IV]*\.*\s*)\*\s*/g,':$1{{*}} ')
.replace(/({{\*}}\s*)([a-záéíóúüñ]+(?:, a\b)*)/gm, "$1'''$2'''")
.replace(/'''p[áa]pa''' ([a-záéíóúüñ]+)/g, "'''pápa $1'''")
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.replace(/ pucd/g, ' pued')
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.replace(/ - [IJ]\./g, ' - 1.')
.replace(/( |\(|\[)(f|m|i ss|n. vulg|adj. invar|adj. inv.|n. p|adv|adj|ant|ac|burl|cast|Cm|Cp|cp|dep|dim|esp|etn|etnol|fam|hist|ibid|ib|id|jen|l. c|lat|lit|map|mar|met|min|metaf|metáf|ort|p. ej|plur|quech|refl|s. v|sig|sust|tb|var|vulg|NN)\.(?!})/g, '$1{{a|$2.}}')
.replace(/\((?:\d|i)\)/g, '<ref></ref>')
.replace(/ı/g, 'i')
;
}
if (mw.config.get('wgTitle').match(/Lecturas Araucanas/)) {
editor
.replace(/\[\[\d+\]\]/g, '<ref></ref>')
.replace(/"/g, '“')
.replace(/\u0009/g, ' ')
.replace(/\s((?:“|\.|;|:|,|\)|\?|!)+)\s*/g, '$1 ')
.replace(/\s*((?:\(|¿|„|¡)+)\s*/g, ' $1')
.replace(/\s+(\d+)\./g, '\n|-\n|$1.');
}
if (mw.config.get('wgTitle').match(/Francisco/)) {
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.replace(/, */g,', ')
.replace(/^:(\p{L}+)\./gmu, ':$1,')
;
}
if (mw.config.get('wgTitle').match(/Zool/)) {
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.replace(/ún\b/g,'un')
;
}
if (mw.config.get('wgTitle').match(/Cosmos/)) {
editor.replace(/ón\b/g,'on')
.replace(/^[-—\^]* ?\d+ ?[-—\^]*/g,'')
.replace(/espués/g,'espues')
.replace(/ambién/g,'ambien')
.replace(/ún\b/g,'un')
.replace(/Sy\b/g,'s,')
.replace(/umen\b/g,'úmen')
.replace(/amen\b/g,'ámen')
.replace(/frió\b/g,'frio')
.replace(/ orden\b/g,' órden')
.replace(/úan\b/g,'uan')
// .replace(/ ser\b/g,' sér')
.replace(/ serie\b/g,' série')
.replace(/ seres\b/g,' séres')
.replace(/ origen/g,' orígen')
.replace(/ déla/g,' de la')
.replace(/ délos/g,' de los')
.replace(/g[\-\^]/g,'g')
.replace(/ían\b/g,'ian')
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.replace(/\bperpetu/g,'perpétu')
.replace(/ babia/g,' habia')
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.replace(/\bba\b/g,'ha')
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.replace(/\bbe\b/g,'he')
.replace(/([\w;,]) V (\w)/g,'$1 y $2')
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.replace(/ ha ?van\b/g,' hayan')
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.replace(/\bserias/g,'sérias')
.replace(/\bja\b/g,'ya')
.replace(/\babora\b/g,'ahora')
.replace(/ [jv] /g,' y ')
.replace(/ [jv],/g,' y,')
.replace(/ le ?[jyv]es/g,' leyes')
.replace(/ le ?[jyv]\b/g,' ley')
.replace(/ major/g,' mayor')
.replace(/ ravo/g,' rayo')
.replace(/ ja\b/g,' ya')
.replace(/ jo\b/g,' yo')
.replace(/ mu ?[jy] /g,' muy ')
.replace(/ cu[jv]a\b/g,' cuya')
.replace(/ cu[jv]o\b/g,' cuyo')
.replace(/ cu[jv]as\b/g,' cuyas')
.replace(/ cu[jv]os\b/g,' cuyos')
.replace(/ rajo/g,' rayo')
.replace(/ en ?[jyv]a\b/g,' cuya')
.replace(/ en ?[jyv]o\b/g,' cuyo')
.replace(/ en ?[jyv]as\b/g,' cuyas')
.replace(/ en ?[jyv]os\b/g,' cuyos')
.replace(/ransad[\.,]/g,'ransact.')
.replace(/ist,/g,'ist.')
.replace(/céntrale/g,'centrale')
.replace(/ A[nm][nui]ales/g,' Annales')
.replace(/ A[nm][nui]?alen/g,' Annalen')
.replace(/ P[áa]g\,/g,' Pág.')
.replace(/ Geogr,/g,' Geogr.')
.replace(/ phys,/g,' phys.')
.replace(/ vio\b/g,' vió')
.replace(/ crej[oó]\b/g,' creyó')
.replace(/ arrojo\b/g,' arroyo')
.replace(/ arrojos\b/g,' arroyos')
.replace(/ joven\b/g,' jóven')
.replace(/ deberla\b/g,' deberia')
.replace(/ pies\b/g,' piés')
.replace(/ pie\b/g,' pié')
.replace(/ Etua/g,' Etna')
.replace(/ gueiss/g,' gneiss')
.replace(/Leo\?,/g,'Leop.')
.replace(/ de ?r([A-Z])/g, " de l'$1")
.replace(/Transad/g, "Transact")
.replace(/(Acad|[Gg]eogr?|[Gg]eol|[Hh]ist|crit|Relat|Transact),/g,'$1.')
.replace(/ 1\. ([IXVLCM]{2,})/g,' l. $1')
.replace(/ i\. ([IXVLCM]{2,})/g,' t. $1')
.replace(/ t\. [lIí]/g, " t. I")
.replace(/ t\. [lIí][lIí]/g, " t. II")
.replace(/ t\. [lIí][lIí][lIí]/g, " t. III")
.replace(/ \((\d\d)\)/g, ' {{ref|4$1|($1)}}')
;
}
if (mw.config.get('wgTitle').match(/Origen/)) {
editor.replace(/rigen\b/g,'rígen')
.replace(/ antes/g,' ántes')
.replace(/ ambas /g,' ámbas ')
.replace(/ ambos /g,' ámbos ')
.replace(/ volumen/g,' volúmen')
.replace(/ entonces/g,' entónces')
.replace(/ menos\b/g,' ménos')
.replace(/gco/g,'geo')
.replace(/ [àa] /g,' á ')
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.replace(/ fue /g,' fué ')
.replace(/ II([aeiou])/g,' H$1')
.replace(/ aunquo\b/g,' aunque')
.replace(/ quo /g,' que ')
.replace(/ ol /g,' el ')
.replace(/ on /g,' en ')
.replace(/ os /g,' es ')
.replace(/ ho /g,' he ')
.replace(/ anto /g,' ante ')
.replace(/ osta /g,' esta ')
.replace(/ sor\b/g,' ser')
.replace(/ soa\b/g,' sea')
.replace(/ llor\b/g, ' flor')
.replace(/cran\b/g, 'eran')
.replace(/ individuo/g, ' indivíduo')
.replace(/ v[oe]c[oe]s /g,' veces ')
.replace(/(\w)dados\b/g,'$1dades')
.replace(/ s[oée]r[eo]s /g,' séres ')
.replace(/ esp[eo]ci[eoc]/g,' especie')
.replace(/ cf/g,' ef')
.replace(/ lejos\b/g, ' léjos')
.replace(/ apenas\b/g, ' apénas')
.replace(/ diferonte/g,' diferente')
.replace(/ [lt]icuen /g,' tienen ')
.replace(/ entro /g,' entre ')
.replace(/(!el)(..)emento\b/g,'$1emente')
.replace(/menle\b/g, 'mente')
.replace(/onos\b/g,'ones')
.replace(/rablo\b/g,'rable')
.replace(/ pudi[co]/g,' pudie')
.replace(/ loy/g,' ley')
.replace(/ perfectam[oe]nt[oe]/g,' perfectamente')
.replace(/ [eo]sp[oe]ci[eo]/g,' especie')
;
}
if (mw.config.get('wgTitle').match(/Museo/)) {
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;
}
if (mw.config.get('wgTitle').match(/leguas/)) {
editor.replace(/ión/g, 'ion')
.replace(/ía([ .,:;\n])/g, 'ia$1')
.replace(/ían([ .,:;\n])/g, 'ian$1')
.replace(/también/g, 'tambien')
.replace(/ orden/g, ' órden')
.replace(/ origen/g, ' orígen')
.replace(/ según/g, ' segun')
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.replace(/ dio /g, ' dió ')
.replace(/ copia/g, ' cópia')
.replace(/{{[Gg]uion\|([^\|]*)\|}}/g, '$1')
.replace(/{{[Gg]uion\|([^\|]*)\|([^}]*)}}/g, '$1')
.replace(/\n{{brecha}}/g, '\n')
;
}
if (mw.config.get('wgTitle').match(/Compendio/) ) {
editor
.replace(/[íi][óo]n([ .,:;\n])/g, 'ion$1')
.replace(/[íi][áa]n([ .,:;\n])/g, 'ian$1')
.replace(/[íi][áa]([ .,:;\n])/g, 'ia$1')
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.replace(/ón([ .,:;\n])/g, 'on$1')
.replace(/ándo/g, 'ando')
.replace(/éndo/g, 'endo')
.replace(/ muí/g, ' mui')
.replace(/ difícil/g, ' dificil')
.replace(/ fácil/g, ' facil')
.replace(/ mió/g, ' mio')
.replace(/ menos([ .,:;\n])/g, ' ménos$1')
.replace(/también/g, 'tambien')
.replace(/También/g, 'Tambien')
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.replace(/ Mientras/g, ' Miéntras')
.replace(/rchipiélago/g, 'rchipielago')
.replace(/según/g, 'segun')
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.replace(/común/g, 'comun')
.replace(/océano/g, 'oceano')
.replace(/cónico/g, 'conico')
.replace(/ orden([ .,:;\n])/g, ' órden$1')
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.replace(/ género/g, ' genero')
.replace(/ exac/g, ' exâc')
.replace(/ exal/g, ' exâl')
.replace(/ exam/g, ' exâm')
.replace(/ (?:é|e)xit/g, ' exit')
.replace(/ auxil/g, ' auxîl')
.replace(/ flexi/g, ' flexî')
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.replace(/crimen/g, 'crímen')
.replace(/ Maule/g, ' Maúle')
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.replace(/ Chiloe/g, ' Chiloé')
.replace(/(uno|dos|tres|quatro|cinco|seis|siete|ocho|nueve|diez) (?:el|6) (uno|dos|tres|quatro|cinco|seis|siete|ocho|nueve|diez)/g, '$1 ó $2')
.replace(/\((?:\d|i)\)/g, '<ref></ref>')
.replace(/después/g, 'despues')
.replace(/Jos\b/g, 'los')
.replace(/ísim/g, 'isim')
.replace(/fr[ií][óo]([ .,:;\n])/g, 'frio$1')
.replace(/demás/g, 'demas')
.replace(/ag,/g, 'ag.')
.replace(/¬ /g, '')
.replace(/«|»/g, '"')
.replace(/\bpaís/g, 'pais')
.replace(/ reí/g, ' rei')
.replace(/ fol,/g, ' fol.');
}
if (mw.config.get('wgTitle').match(/reyno/) ) {
editor
.replace(/CAP[IÍ]TULO ([IVXL]+)\.*\s*/g, '{{t3|CAPÍTULO $1.}}\n{{línea|5em|e=1em}}\n{{c|')
.replace(/[íi][óo]n([ .,:;\n])/g, 'ion$1')
.replace(/[íi][áa]n([ .,:;\n])/g, 'ian$1')
.replace(/[íi][áa]s([ .,:;\n])/g, 'ias$1')
.replace(/ía([ .,:;\n])/g, 'ia$1')
.replace(/ón([ .,:;\n])/g, 'on$1')
.replace(/([a-záéíóú])H([a-záéíóú])/g, '$1li$2')
.replace(/ muí/g, ' mui')
.replace(/ ks/g, ' las')
.replace(/ (?:j|7) /g, ' y ')
.replace(/ fácil/g, ' facil')
.replace(/ mió/g, ' mio')
.replace(/ río/g, ' rio')
.replace(/ árbol\b/g, ' arbol')
.replace(/ débil/g, ' debil')
.replace(/tólic/g, 'tolic')
.replace(/ dio /g, ' dió ')
.replace(/ Ue/g, ' lle')
.replace(/volumen/g, 'volúmen')
.replace(/después/g, 'despues')
.replace(/también/g, 'tambien')
.replace(/También/g, 'Tambien')
.replace(/ imbiemo/g, ' imbierno')
.replace(/ jomada/g, ' jornada')
.replace(/ camero/g, ' carnero')
.replace(/rchipiélago/g, 'rchipielago')
.replace(/ atrás/g, ' atras')
.replace(/ fábula/g, ' fabula')
.replace(/ evangélic/g, ' evangelic')
.replace(/ógra/g, 'ogra')
.replace(/ógic/g, 'ogic')
.replace(/ompañía/g, 'ompañia')
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.replace(/según/g, 'segun')
.replace(/algún/g, 'algun')
.replace(/ningún/g, 'ningun')
.replace(/común/g, 'comun')
.replace(/ únic/g, ' unic')
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.replace(/cónico/g, 'conico')
.replace(/ género/g, ' genero')
.replace(/apitán/g, 'apitan')
.replace(/ revés/g, 'reves')
.replace(/crimen/g, 'crímen')
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.replace(/Femando/g, 'Fernando')
.replace(/García/g, 'Garcia')
.replace(/Gutiérrez/g, 'Gutierrez')
.replace(/ Valparaíso/g, ' Valparaiso')
.replace(/ Chiloe/g, ' Chiloé')
.replace(/ Ohi/g, ' Chi')
.replace(/\((?:\d|i)\)/g, '<ref></ref>')
.replace(/Jos\b/g, 'los')
.replace(/fr[ií][óo]([ .,:;\n])/g, 'frio$1')
.replace(/demás/g, 'demas')
.replace(/ag,/g, 'ag.')
.replace(/¬ /g, '')
.replace(/«|»/g, '"')
.replace(/\bpaís/g, 'pais')
.replace(/ reí/g, ' rei')
.replace(/ fol,/g, ' fol.');
}
if (mw.config.get('wgTitle').match(/perfeta/)) {
editor.replace(/a(?![\w\s]*>|[\w\s]*\||[\w\s]*}|[\w\s]*=)/g,'ɑ')
.replace(/á(?![\w\s]*>|[\w\s]*\||[\w\s]*}|[\w\s]*=)/g,'ɑ́')
.replace(/d(?!\'|[\w\s]*>|[\w\s]*\||[\w\s]*}|[\w\s]*=)/g,"''d''")
.replace(/<strike>LL<\/strike>/g,"{{ok-LL}}")
.replace(/<strike>ll<\/strike>/g,"{{ok-ll}}")
.replace(/R<sup>r<\/sup>/g,"{{ok-RR}}")
.replace(/<strike>rr<\/strike>/g,"{{ok-rr}}")
.replace(/<strike>CH<\/strike>/g,"{{ok-CH}}")
.replace(/<strike>ch<\/strike>/g,"{{ok-ch}}")
.replace(/LL(?![\w\s]*})/g,"{{ok-LL}}")
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.replace(/RR(?![\w\s]*})/g,"{{ok-RR}}")
.replace(/rr(?![\w\s]*})/g,"{{ok-rr}}")
.replace(/CH(?![\w\s]*})/g,"{{ok-CH}}")
.replace(/ch(?![\w\s]*})/g,"{{ok-ch}}")
.replace(/K/g, "k")
.replace(/â/g, "ɑ᷄")
.replace(/ê/g, "e᷄")
.replace(/î/g, "i᷄")
.replace(/ô/g, "o᷄")
.replace(/û/g, "u᷄")
;
}
};
});
// </nowiki>
0i6vlgdq1kmyc6mh3wiufhxorpns7q2
1248804
1248803
2022-08-11T23:26:35Z
Ignacio Rodríguez
3603
javascript
text/javascript
/*
This page defines a TemplateScript librcary. It's not meant to be referenced
directly. See [[Wikisource:TemplateScript]] for usage.e
e
*/
/* global $, pathoschild */
/**
* TemplateScript adds configurable templates and scripts to the sidebar, and adds an example regex editor.
* @see https://meta.wikimedia.org/wiki/TemplateScripte
* @update-token [[File:Pathoschild/templatescript.js]]
*/
// <nowiki>
$.ajax('//tools-static.wmflabs.org/meta/scripts/pathoschild.templatescript.js', { dataType:'script', cache:true }).then(function() {
/*********
** Define libraryet
*********/
pathoschild.TemplateScript.library.define({
key: 'wikisource.ninovolador',
name: 'NinoTools',
url: '//es.wikisource.org/wiki/Wikisource:TemplateScript',
description: 'Herramientas mías de mí',
categories: [
{
name: 'NinoTools',
scripts: [
{ key: 'OCRespecial', name: 'OCR especial', script: function(editor) { ocrespecial(editor); }, forNamespaces: 'page', accessKey:'5' },
{ key: 'anclajeDLSB', name: 'Anclaje DICC LSB', script: function(editor) { diccLSB1(editor); }, forNamespaces: 'page', accessKey:'9' },
{ key: 'enlaceDLSB', name: 'Enlace DICC LSB', script: function(editor) { diccLSB2(editor); }, forNamespaces: 'page', accessKey:'8' },
{ key: 'versiculator', name: 'Versiculator', script: function(editor) { bibliaversos(editor); }, forNamespaces: 'page', accessKey:'v' },
{ key: 'bibliator', name: 'Bibliator', script: function(editor) { bibliator(editor); }, forNamespaces: 'page', accessKey:'b' },
{ key: 'abbrevs', name: 'Abbreviator', script: function(editor) { abbr(editor); }, forNamespaces: 'page', accessKey:'a' },
// { key: 'laminator', name: 'Laminator', script: function(editor) { laminator(editor); }, forNamespaces: 'page', accessKey:'' },
{ key: 'dittoator', name: 'Dittoinador', script: function(editor) { dittoator(editor); }, forNamespaces: 'page', accessKey:'7' },
// { key: 'fabulator', name: 'Fabulainador', script: function(editor) { fabulator(editor); }, forNamespaces: 'page', accessKey:'6' },
{ key: 'lecturator', name: 'Lecturainador', script: function(editor) { lecturator(editor); }, forNamespaces: 'page', accessKey:'6' },
//{ key: 'laminatormanual', name: 'LaminatorSingle', script: function(editor) { laminatormanual(editor); }, forNamespaces: 'page', accessKey:'ñ' },
{ key: 'makeref2', name: 'Makeref2', script: function(editor) { makeReference2(editor); }, forNamespaces: 'page', accessKey:'j' },
{ key: 'tagref', name: 'Ref a tag', script: function(editor) { tagref(editor); }, forNamespaces: 'page', accessKey:'k' },
// { key: 'teatralizator', name: 'Teatralizator', script: function(editor) { teatralizator(editor); }, forNamespaces: 'page', accessKey:'ñ' },
{ key: 'pareaditoator', name: 'Pareaditos', script: function(editor) { pareaditoator(editor); }, forNamespaces: 'page', accessKey:'ñ' },
]
}
]
});
var lecturator = function(editor) {
editor.replaceSelection(function(text) {
re0 = /\#\#/;
re1 = /\|\n/;
re2 = /\#/;
array0 = text.split(re0);
TEXT2="";
for (var j = 0; j < array0.length; j++){
array1 = array0[j].split(re1);
array2 = array0[j].split(re2);
for (var i = 0; (i==0||i<array1.length-1); i++) {
TEXT2=TEXT2+"\n"+array1[i]+(array2.length>1? "|"+array2[i+1]:"").trim();
}
}
return TEXT2;
});
};
var fabulator = function(editor){
$('#wpHeaderTextbox').val(function(i, val) {
return '';
});
editor.replace(/F[ÁA]BULA (\w+)\s*\n+([A-ZÁÉÍÓÚ Ñ]+)\s*/g, '{{sust:Crop|1.5}}\n\n{{t3|FÁBULA $1|grande|serif}}\n\n{{línea|5em|e=2em}}\n\n{{c|$2|lh=2em}}\n\n{{bloque centro/c}}<poem>:');
};
var abbr = function(editor) {
editor.replaceSelection(function(text) {
return '{{a|'+text+'}}';
});
};
var dittoator = function(editor) {
editor.replaceSelection(function(text) {
var t = text.split(" ");
var i;
for (i = 0; i < t.length; i++) {
t[i]= '{{ditto|'+t[i]+'}}';
}
return t.join(' ');
});
};
var makeReference2 = function(editor) {
var editbox = $('#wpTextbox1').get(0);
editbox.focus();
var refStart = editbox.selectionStart;
var refEnd = editbox.selectionEnd;
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if (firstref != -1) {
editbox.value = editbox.value.slice(0,firstref+13)
+ editbox.value.slice(refStart, refEnd)
+ editbox.value.slice(firstref+13, refStart)
+ editbox.value.slice(refEnd);
}
addPageFooter(editor);
};
var pareaditoator = function(editor) {
editor.replaceSelection(function(text) {
text = text.replace(/\n\n^/gm,"\n\n{{pareado|");
text = text.replace(/$\n\n/gm,"}}\n\n");
text = text.replace(/ /gm,"|");
text = text.replace(/%/gm," ");
text = text.replace(/n;/gm,"ņ");
return text;
});
};
var tagref = function(editor) {
editor.replaceSelection(function(text) {
// Para edición del diccionario de LSB solamente
var re = /<ref ?((?:name ?= ?"?\w+"?)?) ?((?:group ?= ?"?\w+"?)?) ?((?:follow ?= ?"?\w+"?)?) ?>([\s\S]+)<\/ref>/;
var ar = re.exec(text);
return '{{#tag:ref|'+ar[4]+(ar[1]&&'|'+ar[1])+(ar[2]&&'|'+ar[2])+(ar[3]&&'|'+ar[3])+'}}';
});
};
var diccLSB1 = function(editor) {
editor.replaceSelection(function(text) {
// Para edición del diccionario de LSB solamente
text = text[0].toUpperCase() + text.slice(1).toLowerCase();
return '{{ELSB|' + text + '}}';
});
};
var diccLSB2 = function(editor) {
editor.replaceSelection(function(text) {
// Para edición de las páginas de LSB
return '{{Dicc LSB|'+text[0]+'|' + text + '}}';
});
};
var bibliaversos = function(editor){
var cap = prompt("Capítulo:");
editor.replace(/^(\d+)/gm, '{{vers|'+cap+'|$1}}')
.replace(/^— *?(\d+)/gm, '— {{vers|'+cap+'|$1}}')
.replace(/^CAP[ÌIÍ]TULO (\w+)\.?\s*?\n([^\n]+)/gm, '{{c|CAPÍTULO $1.|grande}}\n{{sc|\'\'$2\'\'|menor}}');
};
var bibliator = function(editor) {
editor.replaceSelection(function(text) {
var re = /([\w\s\.]+?)\.?\s*?(\w+)\.\s*?v?\.\s*(\d+)/;
var ar = re.exec(text);
return '{{biblia|'+ar[1]+'|'+ar[2]+':'+ar[3]+'|\'\''+ar[1]+'. '+ar[2]+'. v\'\'.'+ar[3]+'}}';
});
};
var laminator = function(editor) {
editor.replace(/Lámina (\d+) \'*?([abcedfg])\)\'*?/g, "{{anclaje|lam$1$2}}{{hay imagen}}Lámina $1 ''$2)''")
.replace(/(\d{2,3}) y (\d{2,3})/g,'[[#lam$1|$1]] y [[#lam$2|$2]]')
.replace(/(\d{2,3}),/g,'[[#lam$1|$1]],')
.replace(/(\d{2,3}) \'*?([abcdefg])\'*?, \'*?([abcdefg])\'*? y \'*?([abcdefg])\'*?/g,"[[#lam$1$2|$1 ''$2'']], [[#lam$1$3|''$3'']] y [[#lam$1$4|''$4'']]")
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};
var laminatormanual = function(editor){
editor.replaceSelection(function(text){
return '[[#lam'+text+'|'+text+']]';
});
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var teatralizator = function(editor){
editor.replace(/^([A-ZÁÉÍÓÚÑ ]{4,}\.) (\([^\n]+\))/gm, function(match, p1, p2) {
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var ocrespecial = function(editor) {
editor.replace(/#FEM#/g,'♀')
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// .replace(/\s+(\[?\d\d\d\d\.) ([A-ZÑŅÁÉÍÓÚÜ\]\[]+[\.\]\?]+)\s+/g, "\n\n;$1 $2\n:")
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.replace(/\s+VARIANTES\:*/g, '\n:VARIANTES:')
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.replace(/(Arjentina|Brasil|Catamarca|Colombia|Costa Rica|Cuba|Ecuador|Guatemala|Honduras|Méjico|Perú|Rio Grande|Salvador|Venezuela),/g, "''$1'',")
.replace(/ n\. vulg /g, " n. vulg. ")
.replace(/ (vulg|sust),/g, " $1.")
.replace(/ in\. /g, ' m. ')
.replace(/ th\. /g, ' tb. ')
.replace(/ [1I][\.,] c\./g, ' l. c.')
.replace(/ vu[ i]g\. /g, ' vulg. ')
.replace(/ (?:11\.|a\.|n) vulg\./g, ' n. vulg.')
.replace(/Dic+\. ?Ac\. ?[¹1][³3]/g,"''Dicc. Ac.''<sup>13</sup>")
.replace(/en La Lei/g, "en ''La Lei''")
.replace(/ Io(\d)/g, ' 10$1')
.replace(/ I(\d)/g, ' 1$1')
.replace(/ I\| /g, ' || ')
.replace(/ - [IJ]\./g, ' - 1.')
.replace(/( |\(|\[)(f|m|i ss|n. vulg|adj. invar|adj. inv.|n. p|adv|adj|ant|ac|burl|cast|Cm|Cp|cp|dep|dim|esp|etn|etnol|fam|hist|ibid|ib|id|jen|l. c|lat|lit|map|mar|met|min|metaf|metáf|ort|p. ej|plur|quech|refl|s. v|sig|sust|tb|var|vulg|NN)\.(?!})/g, '$1{{a|$2.}}')
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if (mw.config.get('wgTitle').match(/Lecturas Araucanas/)) {
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if (mw.config.get('wgTitle').match(/Francisco/)) {
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.replace(/Sy\b/g,'s,')
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.replace(/ orden\b/g,' órden')
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// .replace(/ ser\b/g,' sér')
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.replace(/ déla/g,' de la')
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.replace(/([\w;,]) V (\w)/g,'$1 y $2')
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.replace(/ [jv] /g,' y ')
.replace(/ [jv],/g,' y,')
.replace(/ le ?[jyv]es/g,' leyes')
.replace(/ le ?[jyv]\b/g,' ley')
.replace(/ major/g,' mayor')
.replace(/ ravo/g,' rayo')
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.replace(/ jo\b/g,' yo')
.replace(/ mu ?[jy] /g,' muy ')
.replace(/ cu[jv]a\b/g,' cuya')
.replace(/ cu[jv]o\b/g,' cuyo')
.replace(/ cu[jv]as\b/g,' cuyas')
.replace(/ cu[jv]os\b/g,' cuyos')
.replace(/ rajo/g,' rayo')
.replace(/ en ?[jyv]a\b/g,' cuya')
.replace(/ en ?[jyv]o\b/g,' cuyo')
.replace(/ en ?[jyv]as\b/g,' cuyas')
.replace(/ en ?[jyv]os\b/g,' cuyos')
.replace(/ransad[\.,]/g,'ransact.')
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.replace(/ A[nm][nui]ales/g,' Annales')
.replace(/ A[nm][nui]?alen/g,' Annalen')
.replace(/ P[áa]g\,/g,' Pág.')
.replace(/ Geogr,/g,' Geogr.')
.replace(/ phys,/g,' phys.')
.replace(/ vio\b/g,' vió')
.replace(/ crej[oó]\b/g,' creyó')
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.replace(/ joven\b/g,' jóven')
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.replace(/ gueiss/g,' gneiss')
.replace(/Leo\?,/g,'Leop.')
.replace(/ de ?r([A-Z])/g, " de l'$1")
.replace(/Transad/g, "Transact")
.replace(/(Acad|[Gg]eogr?|[Gg]eol|[Hh]ist|crit|Relat|Transact),/g,'$1.')
.replace(/ 1\. ([IXVLCM]{2,})/g,' l. $1')
.replace(/ i\. ([IXVLCM]{2,})/g,' t. $1')
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.replace(/ t\. [lIí][lIí]/g, " t. II")
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}
if (mw.config.get('wgTitle').match(/Origen/)) {
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.replace(/ entonces/g,' entónces')
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.replace(/ II([aeiou])/g,' H$1')
.replace(/ aunquo\b/g,' aunque')
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.replace(/ anto /g,' ante ')
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.replace(/cran\b/g, 'eran')
.replace(/ individuo/g, ' indivíduo')
.replace(/ v[oe]c[oe]s /g,' veces ')
.replace(/(\w)dados\b/g,'$1dades')
.replace(/ s[oée]r[eo]s /g,' séres ')
.replace(/ esp[eo]ci[eoc]/g,' especie')
.replace(/ cf/g,' ef')
.replace(/ lejos\b/g, ' léjos')
.replace(/ apenas\b/g, ' apénas')
.replace(/ diferonte/g,' diferente')
.replace(/ [lt]icuen /g,' tienen ')
.replace(/ entro /g,' entre ')
.replace(/(!el)(..)emento\b/g,'$1emente')
.replace(/menle\b/g, 'mente')
.replace(/onos\b/g,'ones')
.replace(/rablo\b/g,'rable')
.replace(/ pudi[co]/g,' pudie')
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if (mw.config.get('wgTitle').match(/Museo/)) {
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if (mw.config.get('wgTitle').match(/leguas/)) {
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.replace(/ copia/g, ' cópia')
.replace(/{{[Gg]uion\|([^\|]*)\|}}/g, '$1')
.replace(/{{[Gg]uion\|([^\|]*)\|([^}]*)}}/g, '$1')
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if (mw.config.get('wgTitle').match(/Compendio/) ) {
editor
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.replace(/También/g, 'Tambien')
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.replace(/ Mientras/g, ' Miéntras')
.replace(/rchipiélago/g, 'rchipielago')
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.replace(/ ordenes([ .,:;\n])/g, ' órdenes$1')
.replace(/ género/g, ' genero')
.replace(/ exac/g, ' exâc')
.replace(/ exal/g, ' exâl')
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.replace(/ (?:é|e)xit/g, ' exit')
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.replace(/ Chiloe/g, ' Chiloé')
.replace(/(uno|dos|tres|quatro|cinco|seis|siete|ocho|nueve|diez) (?:el|6) (uno|dos|tres|quatro|cinco|seis|siete|ocho|nueve|diez)/g, '$1 ó $2')
.replace(/\((?:\d|i)\)/g, '<ref></ref>')
.replace(/después/g, 'despues')
.replace(/Jos\b/g, 'los')
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.replace(/fr[ií][óo]([ .,:;\n])/g, 'frio$1')
.replace(/demás/g, 'demas')
.replace(/ag,/g, 'ag.')
.replace(/¬ /g, '')
.replace(/«|»/g, '"')
.replace(/\bpaís/g, 'pais')
.replace(/ reí/g, ' rei')
.replace(/ fol,/g, ' fol.');
}
if (mw.config.get('wgTitle').match(/reyno/) ) {
editor
.replace(/CAP[IÍ]TULO ([IVXL]+)\.*\s*/g, '{{t3|CAPÍTULO $1.}}\n{{línea|5em|e=1em}}\n{{c|')
.replace(/[íi][óo]n([ .,:;\n])/g, 'ion$1')
.replace(/[íi][áa]n([ .,:;\n])/g, 'ian$1')
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.replace(/ (?:j|7) /g, ' y ')
.replace(/ fácil/g, ' facil')
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.replace(/ árbol\b/g, ' arbol')
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.replace(/ camero/g, ' carnero')
.replace(/rchipiélago/g, 'rchipielago')
.replace(/ atrás/g, ' atras')
.replace(/ fábula/g, ' fabula')
.replace(/ evangélic/g, ' evangelic')
.replace(/ógra/g, 'ogra')
.replace(/ógic/g, 'ogic')
.replace(/ompañía/g, 'ompañia')
.replace(/ príncipe/g, ' principe')
.replace(/ rápid/g, ' rapid')
.replace(/según/g, 'segun')
.replace(/algún/g, 'algun')
.replace(/ningún/g, 'ningun')
.replace(/común/g, 'comun')
.replace(/ únic/g, ' unic')
.replace(/océano/g, 'oceano')
.replace(/rópico/g, 'ropico')
.replace(/cónico/g, 'conico')
.replace(/ género/g, ' genero')
.replace(/apitán/g, 'apitan')
.replace(/ revés/g, 'reves')
.replace(/crimen/g, 'crímen')
.replace(/lférez/g, 'lferez')
.replace(/ Peni/g, ' Perú')
.replace(/Jesús/g, 'Jesus')
.replace(/Osomo/g, 'Osorno')
.replace(/Román/g, 'Roman')
.replace(/Femando/g, 'Fernando')
.replace(/García/g, 'Garcia')
.replace(/Gutiérrez/g, 'Gutierrez')
.replace(/ Valparaíso/g, ' Valparaiso')
.replace(/ Chiloe/g, ' Chiloé')
.replace(/ Ohi/g, ' Chi')
.replace(/\((?:\d|i)\)/g, '<ref></ref>')
.replace(/Jos\b/g, 'los')
.replace(/fr[ií][óo]([ .,:;\n])/g, 'frio$1')
.replace(/demás/g, 'demas')
.replace(/ag,/g, 'ag.')
.replace(/¬ /g, '')
.replace(/«|»/g, '"')
.replace(/\bpaís/g, 'pais')
.replace(/ reí/g, ' rei')
.replace(/ fol,/g, ' fol.');
}
if (mw.config.get('wgTitle').match(/perfeta/)) {
editor.replace(/a(?![\w\s]*>|[\w\s]*\||[\w\s]*}|[\w\s]*=)/g,'ɑ')
.replace(/á(?![\w\s]*>|[\w\s]*\||[\w\s]*}|[\w\s]*=)/g,'ɑ́')
.replace(/d(?!\'|[\w\s]*>|[\w\s]*\||[\w\s]*}|[\w\s]*=)/g,"''d''")
.replace(/<strike>LL<\/strike>/g,"{{ok-LL}}")
.replace(/<strike>ll<\/strike>/g,"{{ok-ll}}")
.replace(/R<sup>r<\/sup>/g,"{{ok-RR}}")
.replace(/<strike>rr<\/strike>/g,"{{ok-rr}}")
.replace(/<strike>CH<\/strike>/g,"{{ok-CH}}")
.replace(/<strike>ch<\/strike>/g,"{{ok-ch}}")
.replace(/LL(?![\w\s]*})/g,"{{ok-LL}}")
.replace(/ll(?![\w\s]*})/g,"{{ok-ll}}")
.replace(/RR(?![\w\s]*})/g,"{{ok-RR}}")
.replace(/rr(?![\w\s]*})/g,"{{ok-rr}}")
.replace(/CH(?![\w\s]*})/g,"{{ok-CH}}")
.replace(/ch(?![\w\s]*})/g,"{{ok-ch}}")
.replace(/K/g, "k")
.replace(/â/g, "ɑ᷄")
.replace(/ê/g, "e᷄")
.replace(/î/g, "i᷄")
.replace(/ô/g, "o᷄")
.replace(/û/g, "u᷄")
;
}
};
});
// </nowiki>
gqpfqs06hevl8vbhel36yybtgdxg2uo
1248805
1248804
2022-08-11T23:27:23Z
Ignacio Rodríguez
3603
javascript
text/javascript
/*
This page defines a TemplateScript librcary. It's not meant to be referenced
directly. See [[Wikisource:TemplateScript]] for usage.e
e
*/
/* global $, pathoschild */
/**
* TemplateScript adds configurable templates and scripts to the sidebar, and adds an example regex editor.
* @see https://meta.wikimedia.org/wiki/TemplateScripte
* @update-token [[File:Pathoschild/templatescript.js]]
*/
// <nowiki>
$.ajax('//tools-static.wmflabs.org/meta/scripts/pathoschild.templatescript.js', { dataType:'script', cache:true }).then(function() {
/*********
** Define libraryet
*********/
pathoschild.TemplateScript.library.define({
key: 'wikisource.ninovolador',
name: 'NinoTools',
url: '//es.wikisource.org/wiki/Wikisource:TemplateScript',
description: 'Herramientas mías de mí',
categories: [
{
name: 'NinoTools',
scripts: [
{ key: 'OCRespecial', name: 'OCR especial', script: function(editor) { ocrespecial(editor); }, forNamespaces: 'page', accessKey:'5' },
{ key: 'anclajeDLSB', name: 'Anclaje DICC LSB', script: function(editor) { diccLSB1(editor); }, forNamespaces: 'page', accessKey:'9' },
{ key: 'enlaceDLSB', name: 'Enlace DICC LSB', script: function(editor) { diccLSB2(editor); }, forNamespaces: 'page', accessKey:'8' },
{ key: 'versiculator', name: 'Versiculator', script: function(editor) { bibliaversos(editor); }, forNamespaces: 'page', accessKey:'v' },
{ key: 'bibliator', name: 'Bibliator', script: function(editor) { bibliator(editor); }, forNamespaces: 'page', accessKey:'b' },
{ key: 'abbrevs', name: 'Abbreviator', script: function(editor) { abbr(editor); }, forNamespaces: 'page', accessKey:'a' },
// { key: 'laminator', name: 'Laminator', script: function(editor) { laminator(editor); }, forNamespaces: 'page', accessKey:'' },
{ key: 'dittoator', name: 'Dittoinador', script: function(editor) { dittoator(editor); }, forNamespaces: 'page', accessKey:'7' },
// { key: 'fabulator', name: 'Fabulainador', script: function(editor) { fabulator(editor); }, forNamespaces: 'page', accessKey:'6' },
{ key: 'lecturator', name: 'Lecturainador', script: function(editor) { lecturator(editor); }, forNamespaces: 'page', accessKey:'6' },
//{ key: 'laminatormanual', name: 'LaminatorSingle', script: function(editor) { laminatormanual(editor); }, forNamespaces: 'page', accessKey:'ñ' },
{ key: 'makeref2', name: 'Makeref2', script: function(editor) { makeReference2(editor); }, forNamespaces: 'page', accessKey:'j' },
{ key: 'tagref', name: 'Ref a tag', script: function(editor) { tagref(editor); }, forNamespaces: 'page', accessKey:'k' },
// { key: 'teatralizator', name: 'Teatralizator', script: function(editor) { teatralizator(editor); }, forNamespaces: 'page', accessKey:'ñ' },
{ key: 'pareaditoator', name: 'Pareaditos', script: function(editor) { pareaditoator(editor); }, forNamespaces: 'page', accessKey:'ñ' },
]
}
]
});
var lecturator = function(editor) {
editor.replaceSelection(function(text) {
re0 = /\#\#/;
re1 = /\|\n/;
re2 = /\#/;
array0 = text.split(re0);
TEXT2="";
for (var j = 0; j < array0.length; j++){
array1 = array0[j].split(re1);
array2 = array0[j].split(re2);
for (var i = 0; (i==0||i<array1.length-1); i++) {
TEXT2=TEXT2+"\n"+array1[i]+(array2.length>1? "|"+array2[i+1]:"").trim();
}
}
return TEXT2.slice(1);
});
};
var fabulator = function(editor){
$('#wpHeaderTextbox').val(function(i, val) {
return '';
});
editor.replace(/F[ÁA]BULA (\w+)\s*\n+([A-ZÁÉÍÓÚ Ñ]+)\s*/g, '{{sust:Crop|1.5}}\n\n{{t3|FÁBULA $1|grande|serif}}\n\n{{línea|5em|e=2em}}\n\n{{c|$2|lh=2em}}\n\n{{bloque centro/c}}<poem>:');
};
var abbr = function(editor) {
editor.replaceSelection(function(text) {
return '{{a|'+text+'}}';
});
};
var dittoator = function(editor) {
editor.replaceSelection(function(text) {
var t = text.split(" ");
var i;
for (i = 0; i < t.length; i++) {
t[i]= '{{ditto|'+t[i]+'}}';
}
return t.join(' ');
});
};
var makeReference2 = function(editor) {
var editbox = $('#wpTextbox1').get(0);
editbox.focus();
var refStart = editbox.selectionStart;
var refEnd = editbox.selectionEnd;
var firstref = editbox.value.indexOf('<ref group=n></ref>');
if (firstref != -1) {
editbox.value = editbox.value.slice(0,firstref+13)
+ editbox.value.slice(refStart, refEnd)
+ editbox.value.slice(firstref+13, refStart)
+ editbox.value.slice(refEnd);
}
addPageFooter(editor);
};
var pareaditoator = function(editor) {
editor.replaceSelection(function(text) {
text = text.replace(/\n\n^/gm,"\n\n{{pareado|");
text = text.replace(/$\n\n/gm,"}}\n\n");
text = text.replace(/ /gm,"|");
text = text.replace(/%/gm," ");
text = text.replace(/n;/gm,"ņ");
return text;
});
};
var tagref = function(editor) {
editor.replaceSelection(function(text) {
// Para edición del diccionario de LSB solamente
var re = /<ref ?((?:name ?= ?"?\w+"?)?) ?((?:group ?= ?"?\w+"?)?) ?((?:follow ?= ?"?\w+"?)?) ?>([\s\S]+)<\/ref>/;
var ar = re.exec(text);
return '{{#tag:ref|'+ar[4]+(ar[1]&&'|'+ar[1])+(ar[2]&&'|'+ar[2])+(ar[3]&&'|'+ar[3])+'}}';
});
};
var diccLSB1 = function(editor) {
editor.replaceSelection(function(text) {
// Para edición del diccionario de LSB solamente
text = text[0].toUpperCase() + text.slice(1).toLowerCase();
return '{{ELSB|' + text + '}}';
});
};
var diccLSB2 = function(editor) {
editor.replaceSelection(function(text) {
// Para edición de las páginas de LSB
return '{{Dicc LSB|'+text[0]+'|' + text + '}}';
});
};
var bibliaversos = function(editor){
var cap = prompt("Capítulo:");
editor.replace(/^(\d+)/gm, '{{vers|'+cap+'|$1}}')
.replace(/^— *?(\d+)/gm, '— {{vers|'+cap+'|$1}}')
.replace(/^CAP[ÌIÍ]TULO (\w+)\.?\s*?\n([^\n]+)/gm, '{{c|CAPÍTULO $1.|grande}}\n{{sc|\'\'$2\'\'|menor}}');
};
var bibliator = function(editor) {
editor.replaceSelection(function(text) {
var re = /([\w\s\.]+?)\.?\s*?(\w+)\.\s*?v?\.\s*(\d+)/;
var ar = re.exec(text);
return '{{biblia|'+ar[1]+'|'+ar[2]+':'+ar[3]+'|\'\''+ar[1]+'. '+ar[2]+'. v\'\'.'+ar[3]+'}}';
});
};
var laminator = function(editor) {
editor.replace(/Lámina (\d+) \'*?([abcedfg])\)\'*?/g, "{{anclaje|lam$1$2}}{{hay imagen}}Lámina $1 ''$2)''")
.replace(/(\d{2,3}) y (\d{2,3})/g,'[[#lam$1|$1]] y [[#lam$2|$2]]')
.replace(/(\d{2,3}),/g,'[[#lam$1|$1]],')
.replace(/(\d{2,3}) \'*?([abcdefg])\'*?, \'*?([abcdefg])\'*? y \'*?([abcdefg])\'*?/g,"[[#lam$1$2|$1 ''$2'']], [[#lam$1$3|''$3'']] y [[#lam$1$4|''$4'']]")
.replace(/(\d{2,3}) \'*?([abcdefg])\'*? y \'*?([abcdefg])\'*?/g,"[[#lam$1$2|$1 ''$2'']] y [[#lam$1$3|''$3'']]")
.replace(/(\d{2,3}) ([abcdefg])/g,"[[#lam$1$2|$1 ''$2'']]")
.replace(/(\[\[(?:[Aa]rchivo|[Ff]ile):Grierson (\d+[abcdef]?))/g,'{{anclaje|lam$2}}$1');
};
var laminatormanual = function(editor){
editor.replaceSelection(function(text){
return '[[#lam'+text+'|'+text+']]';
});
};
var teatralizator = function(editor){
editor.replace(/^([A-ZÁÉÍÓÚÑ ]{4,}\.) (\([^\n]+\))/gm, function(match, p1, p2) {
return '{{c|{{may|'+p1[0]+p1.slice(1).toLowerCase()+"}} "+p2+"|lh=3em}}"})
.replace(/^([A-ZÁÉÍÓÚÑ ]{4,}\.?)/gm, function(match, p1) {
return '{{c|'+p1[0]+p1.slice(1).toLowerCase()+"|may|lh=3em}}"})
.replace(/(\([^\n)]+\))/g, "''$1''");
};
var ocrespecial = function(editor) {
editor.replace(/#FEM#/g,'♀')
.replace(/#MAS#/g,'♂')
.replace(/#1\/2#/g,'½')
.replace(/#3\/4#/g,'¾')
.replace(/#1\/4#/g,'¼')
.replace(/<</g,'«')
.replace(/>>/g,'»')
.replace(/#so/g,'§')
.replace(/#--/g,'—')
.replace(/#[nņ]/g,'ņ')
.replace(/#N/g,'Ņ');
if (mw.config.get('wgTitle').match(/Anales de la Sociedad/)) {
editor
.replace(/{{may\|([^}\]]+)}}/g, '{{may|[[Autor:$1|$1]]}}');
}
if (mw.config.get('wgTitle').match(/Diccionario eti/)) {
editor
// .replace(/\s*(?:\$|§)\s*(\d+)/g, "\n\n§ '''$1'''")
// .replace(/\s+(\[?\d\d\d\d\.) ([A-ZÑŅÁÉÍÓÚÜ\]\[]+[\.\]\?]+)\s+/g, "\n\n;$1 $2\n:")
/* .replace(/\s+(\d\d+)[\., ]+([A-ZÑŅÁÉÍÓÚÜ ]{3,})([ ,\.])/mg, "\n\n:$1. '''$2'''$3") */
.replace(/[«»]/g,'"')
.replace(/ȧ|å|ă|ả/g, 'á')
.replace(/ė|ẻ/g, 'é')
.replace(/ɔ/g, "o")
.replace(/ů|ŭ|ủ/g, "ú")
.replace(/ł/g, "l")
.replace(/ň|š/g, "ñ")
.replace(/Ň|Š/g, "Ñ")
.replace(/(?:ın|nı)/g,'m')
.replace(/^:((?!Véase)(?:[IV]+)*\.*[*]*\s*)([a-záéíóúüñ]+(?:, a\b)*)/gm, ":$1'''$2'''")
.replace(/^(:[A-Z]+:\s*)(\s*[IV]*\.*\s*)([a-záéíóúüñ]+(?:, a\b)*)/gm, "$1$2'''$3'''")
.replace(/:(\s*[IV]*\.*\s*)\*\s*/g,':$1{{*}} ')
.replace(/({{\*}}\s*)([a-záéíóúüñ]+(?:, a\b)*)/gm, "$1'''$2'''")
.replace(/'''p[áa]pa''' ([a-záéíóúüñ]+)/g, "'''pápa $1'''")
.replace(/'''hac[eé]r''' ([a-záéíóúüñ]+)/g, "'''hacér $1'''")
.replace(/ S[eo]lanum tuberosum/g, " ''Solanum tuberosum''")
.replace(/\(S[eo]lanum tuberosum/g, "(''Solanum tuberosum''")
.replace(/\s+VARIANTES\:*/g, '\n:VARIANTES:')
.replace(/\s+VARIANTE\:*/g, '\n:VARIANTE:')
.replace(/\s+DERIVAD[Oo]S\:*/g, '\n:DERIVADOS:')
.replace(/\s+DERIVAD[Oo]\:*/g, '\n:DERIVADO:')
.replace(/\s+ETIM[CO]L[CO]J.A\:*/g, '\n:ETIMOLOJÍA:')
.replace(/B. VICU[NÑS]A MACKENNA/g, '{{may|B. Vicuña Mackenna}}')
.replace(/VICU[NÑS]A MACKENNA/g, '{{may|Vicuña Mackenna}}')
.replace(/B. VICU[NÑS]A M[\.,]/g, '{{may|B. Vicuña M.}}')
.replace(/VICU[NÑS]A M[\.,]/g, '{{may|Vicuña M.}}')
.replace(/BARROS ARANA/g, '{{may|Barros Arana}}')
.replace(/BARROS GREZ/g, '{{may|Barros Grez}}')
.replace(/BLEST GANA/g, '{{may|Blest Gana}}')
.replace(/ALEJANDRO CAÑAS PINOCHET/g, '{{may|Alejandro Cañas Pinochet}}')
.replace(/CAÑAS PINOCHET/g, '{{may|Cañas Pinochet}}')
.replace(/CIEZA DE LEON/g, '{{may|Cieza de Leon}}')
.replace(/CORTES DE HOJEA/g, '{{may|Cortes de Hojea}}')
.replace(/FONCK[ \-]MENENDEZ/g, '{{may|Fonck-Menendez}}')
.replace(/MENENDEZ[ \-]FONCK/g, '{{may|Menendez-Fonck}}')
.replace(/JUAN I ULLOA/g, '{{may|Juan i Ulloa}}')
.replace(/VIDAL GORMAZ/g, '{{may|Vidal Gormaz}}')
.replace(/PEDRO DE VALDIVIA/g, '{{may|Pedro de Valdivia}}')
.replace(/PEDRO DE ANGELIS/g, '{{may|Pedro de Angelis}}')
.replace(/VELEZ DE ARAGON/g, '{{may|Velez de Aragon}}')
.replace(/T\. GU[EF]VARA/g, '{{may|T. Guevara}}')
.replace(/SANFUENTES/g, '{{may|Sanfuentes}}')
.replace(/ALBERT/g, '{{may|Albert}}')
.replace(/ALCED[OoC]/g, '{{may|Alcedo}}')
.replace(/AMUN[ÁA]TEGUI/g, '{{may|Amunátegui}}')
.replace(/ARO[NV]A/g, '{{may|Arona}}')
.replace(/BA[RK]BA\b/g, '{{may|Barba}}')
.replace(/BA[RK][EB]E[RK]E[VN]A/g, '{{may|Barberena}}')
.replace(/BASCU[NÑS]AN/g, '{{may|Bascuñan}}')
.replace(/B[AÁ]TRES/g, '{{may|Batres}}')
.replace(/BEAUREPAIRE/g, '{{may|Beaurepaire}}')
.replace(/BELLO/g, '{{may|Bello}}')
.replace(/BE[KR]TONIO/g, '{{may|Bertonio}}')
.replace(/CALCA[NÑS][OoC]/g, '{{may|Calcaño}}')
.replace(/CA[NÑ]AS/g, '{{may|Cañas}}')
.replace(/CARVALL[OoC]/g, '{{may|Carvallo}}')
.replace(/CAVADA/g, '{{may|Cavada}}')
.replace(/CEBALLOS/g, '{{may|Ceballos}}')
.replace(/CEVALLOS/g, '{{may|Cevallos}}')
.replace(/CHIAP+A/g, '{{may|Chiappa}}')
.replace(/C[ÓO]RDOBA/g, '{{may|Córdoba}}')
.replace(/C[ÓO]RDOVA/g, '{{may|Córdova}}')
.replace(/CUERVO/g, '{{may|Cuervo}}')
.replace(/ DIEZ/g, ' {{may|Diez}}')
.replace(/ECHEVERR[IÍ]A/g, '{{may|Echeverría}}')
.replace(/EGUILAZ/g, '{{may|Eguilaz}}')
.replace(/ERCILLA/g, '{{may|Ercilla}}')
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.replace(/FALKNER/g, '{{may|Falkner}}')
.replace(/F[FE][BER][BRK][EËÉÈ]S/g, '{{may|Febrés}}')
.replace(/FERN[ÁA]NDEZ/g, '{{may|Fernández}}')
.replace(/FERRAZ/g, '{{may|Ferraz}}')
.replace(/FEUILL[EÉ]E/g, '{{may|Feuillée}}')
.replace(/FONCK/g, '{{may|Fonck}}')
.replace(/F[UL][FE]NTES/g, '{{may|Fuentes}}')
.replace(/GAGINI/g, '{{may|Gagini}}')
.replace(/GARC[IÍ]A/g, '{{may|García}}')
.replace(/GA[YV]\b/g, '{{may|Gay}}')
.replace(/G[OÓ]MARA/g, '{{may|Gómara}}')
.replace(/GRANADA/g, '{{may|Granada}}')
.replace(/GU[EF]VARA/g, '{{may|Guevara}}')
.replace(/HAVESTA[DU]T/g, '{{may|Havestadt}}')
.replace(/HERNANDEZ/g, '{{may|Hernandez}}')
.replace(/HERNÁNDEZ/g, '{{may|Hernandez}}')
.replace(/HERRERA/g, '{{may|Herrera}}')
.replace(/JOHOW/g, '{{may|Johow}}')
.replace(/JOTABECHE/g, '{{may|Jotabeche}}')
.replace(/JUAN/g, '{{may|Juan}}')
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.replace(/K[ÖO]NIG/g, '{{may|König}}')
.replace(/K[ÖO]RTING/g, '{{may|Körting}}')
.replace(/LAFONE/g, '{{may|Lafone}}')
.replace(/LOVERA/g, '{{may|Lovera}}')
.replace(/MALDONADO/g, '{{may|Maldonado}}')
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.replace(/MEM[EB][RB]E[NÑS]O/g, '{{may|Membreño}}')
.replace(/MENDOZA/g, '{{may|Mendoza}}')
.replace(/MENENDEZ/g, '{{may|Menendez}}')
.replace(/MI*DDEN ?D+O[RKE][EFK]/g, '{{may|Middendorf}}')
.replace(/MOLINA/g, '{{may|Molina}}')
.replace(/MONLAU/g, '{{may|Monlau}}')
.replace(/MONTO[YV]A/g, '{{may|Montoya}}')
.replace(/MURILLO/g, '{{may|Murillo}}')
.replace(/N[ÁA]JERA/g, '{{may|Nájera}}')
.replace(/N[Oo]T[Aa]/g, '{{may|Nota}}')
.replace(/OLIVARES/g, '{{may|Olivares}}')
.replace(/\b[ÖO][NÑ]A\b/g, '{{may|Oña}}')
.replace(/[ÖO]RT[UÚ]ZAR/g, '{{may|Ortúzar}}')
.replace(/[ÖO]VALLE/g, '{{may|Ovalle}}')
.replace(/[ÖO]VIED[ÖO]/g, '{{may|Oviedo}}')
.replace(/PALMA/g, '{{may|Palma}}')
.replace(/P[HI].?I[LI]I[PF][PF]I/g, '{{may|Philippi}}')
.replace(/PICHARD[Oo]/g, '{{may|Pichardo}}')
.replace(/R[Aa]M[Oo]S/g, '{{may|Ramos}}')
.replace(/REED/g, '{{may|Reed}}')
.replace(/REICHE/g, '{{may|Reiche}}')
.replace(/R[oO]D[KR][IÍ]GUEZ/g, '{{may|Rodriguez}}')
.replace(/R[Oo]M[Aa]N/g, '{{may|Roman}}')
.replace(/R[Oo][Ss]ALES/g, '{{may|Rosales}}')
.replace(/SAAVEDRA/g, '{{may|Saavedra}}')
.replace(/SOLAR/g, '{{may|Solar}}')
.replace(/TO[ERB]AR/g, '{{may|Tobar}}')
.replace(/TRIBALDOS/g, '{{may|Tribaldos}}')
.replace(/TSCHUDI/g, '{{may|Tschudi}}')
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.replace(/URI[BE]E/g, '{{may|Uribe}}')
.replace(/VALDIVIA/g, '{{may|Valdivia}}')
.replace(/V[AÁ]S[QO]UEZ/g, '{{may|Vásquez}}')
.replace(/V[Il]DAURRE/g, '{{may|Vidaurre}}')
.replace(/ZEROLO/g, '{{may|Zerolo}}')
.replace(/\$/g, '§')
.replace(/\s*=\s*(?!})/g, ' = ')
.replace(/ ling[iuüí]+stic/g, ' lingüístic')
.replace(/ etimolojia/g, ' etimolojía')
.replace(/ pucd/g, ' pued')
.replace(/ scr/g, ' ser')
.replace(/ cst/g, ' est')
.replace(/encr/g, 'ener')
.replace(/ orijen/g, ' oríjen')
.replace(/ asi\b/g, ' así ').replace(/ Asi\b/g, ' Así')
.replace(/[\.I1]rjentina\b/g, 'Arjentina')
.replace(/M[ie]jico\b/g, 'Méjico')
.replace(/Chil[oc][eé]\b/g, 'Chiloé')
.replace(/\b[PFr]eri\b/g, 'Perú')
.replace(/[1l][1l]onduras\b/g, 'Honduras')
.replace(/Calamarca\b/g, 'Catamarca')
.replace(/Gualemala\b/g, 'Guatemala')
.replace(/Celombia\b/g, 'Colombia')
.replace(/[Vr][ec]n[ce]zu[ce]la\b/g, 'Venezuela')
.replace(/inapuche/g, 'mapuche')
.replace(/misino/g, 'mismo')
.replace(/misina/g, 'misma')
.replace(/Nuble/g, 'Ñuble')
.replace(/ Z[Oo0][Oo0][l!]\b/g, ' Zool')
.replace(/ Var[iz]ante:/g, " ''Variante'':")
.replace(/ Var[iz]antes:/g, " ''Variantes'':")
.replace(/ [PD]erivado:/g, " ''Derivado'':")
.replace(/ [PD]erivados:/g, " ''Derivados'':")
.replace(/ Etimoloj[íi]a:/g, " ''Etimolojía'':")
.replace(/(Arjentina|Brasil|Catamarca|Colombia|Costa Rica|Cuba|Ecuador|Guatemala|Honduras|Méjico|Perú|Rio Grande|Salvador|Venezuela),/g, "''$1'',")
.replace(/ n\. vulg /g, " n. vulg. ")
.replace(/ (vulg|sust),/g, " $1.")
.replace(/ in\. /g, ' m. ')
.replace(/ th\. /g, ' tb. ')
.replace(/ [1I][\.,] c\./g, ' l. c.')
.replace(/ vu[ i]g\. /g, ' vulg. ')
.replace(/ (?:11\.|a\.|n) vulg\./g, ' n. vulg.')
.replace(/Dic+\. ?Ac\. ?[¹1][³3]/g,"''Dicc. Ac.''<sup>13</sup>")
.replace(/en La Lei/g, "en ''La Lei''")
.replace(/ Io(\d)/g, ' 10$1')
.replace(/ I(\d)/g, ' 1$1')
.replace(/ I\| /g, ' || ')
.replace(/ - [IJ]\./g, ' - 1.')
.replace(/( |\(|\[)(f|m|i ss|n. vulg|adj. invar|adj. inv.|n. p|adv|adj|ant|ac|burl|cast|Cm|Cp|cp|dep|dim|esp|etn|etnol|fam|hist|ibid|ib|id|jen|l. c|lat|lit|map|mar|met|min|metaf|metáf|ort|p. ej|plur|quech|refl|s. v|sig|sust|tb|var|vulg|NN)\.(?!})/g, '$1{{a|$2.}}')
.replace(/\((?:\d|i)\)/g, '<ref></ref>')
.replace(/ı/g, 'i')
;
}
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Poppytarts
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por defeco → por defecto
wikitext
text/x-wiki
{{Subpágina de documentación}}
Plantilla para ser usada como índice en obras que están divididas en capítulos o subsecciones, pero que no poseían un índice originalmente
=== Uso ===
<pre>{{índice auxiliar|lista de capítulos}}</pre>
====Parámetros====
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[[Categoría:Wikisource:Plantillas índice]]
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Usuario discusión:Kwamikagami
3
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2022-08-11T22:29:18Z
Ignacio Rodríguez
3603
Sección nueva: /* Hola */
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text/x-wiki
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<br /> [[Usuario:Shooke|Shooke]] ([[Usuario discusión:Shooke|discusión]]) 13:29 28 jun 2022 (UTC)
== Hola ==
Hola! Bienvenido nuevamente, y gracias por participar. Solo tengo un pequeño comentario que hacerte. Casi una maña mía, pero aquí va. En principio estoy de acuerdo con cambios como {{diff|1248780}}, pero preferimos el uso de plantillas como {{ep|c}} en vez de etiquetas como <nowiki><center></nowiki>, las que están obsoletas según el estándar HTML5 y deberíamos dejar de usarlas gradualmente. En lo demás, sigue así, y cualquier consulta no dudes en preguntarme. [[User:Ignacio Rodríguez|'''Ignacio''']] <span style="background:lightgreen;border-radius:10px">( [[User talk:Ignacio Rodríguez|'''— Δ —''']] )</span> 22:29 11 ago 2022 (UTC)
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1248795
1248794
2022-08-11T22:36:53Z
Kwamikagami
51370
/* Hola */ Respuesta
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text/x-wiki
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<br /> [[Usuario:Shooke|Shooke]] ([[Usuario discusión:Shooke|discusión]]) 13:29 28 jun 2022 (UTC)
== Hola ==
Hola! Bienvenido nuevamente, y gracias por participar. Solo tengo un pequeño comentario que hacerte. Casi una maña mía, pero aquí va. En principio estoy de acuerdo con cambios como {{diff|1248780}}, pero preferimos el uso de plantillas como {{ep|c}} en vez de etiquetas como <nowiki><center></nowiki>, las que están obsoletas según el estándar HTML5 y deberíamos dejar de usarlas gradualmente. En lo demás, sigue así, y cualquier consulta no dudes en preguntarme. [[User:Ignacio Rodríguez|'''Ignacio''']] <span style="background:lightgreen;border-radius:10px">( [[User talk:Ignacio Rodríguez|'''— Δ —''']] )</span> 22:29 11 ago 2022 (UTC)
:Ah, lo siento. No me di cuenta de eso. Parece que varias otras etiquetas están siendo descontinuadas. Intentaré tener más cuidado. [[Usuario:Kwamikagami|Kwamikagami]] ([[Usuario discusión:Kwamikagami|discusión]]) 22:36 11 ago 2022 (UTC)
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Página:Félix José de Augusta - Lecturas Araucanas.pdf/192
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2022-08-11T17:43:50Z
Ignacio Rodríguez
3603
/* Corregido */
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text/x-wiki
<noinclude><pagequality level="3" user="Ignacio Rodríguez" />{{cp||CARTAS|183}}
{|class=_comp</noinclude>{{npt}}
|„Moŋelei Nicolás Wénchukoy. n·ome amui chayí. „''Memoria''“ tañi peñi“, pikei.
|„Esta vivo Nicolás Wénchucoy, hoy fue al otro lado. „Recuerdos á mi hermana!“, dice él.
|-
|7. „Moŋelen. ''Memoria'' ñi peñi. Moŋelérkei tañi peñi. Welu akutuai ñi peñi.
|„Estoy vivo. Memorias á mi hermano. ¡Ah! está vivo mi hermano. Pero ha de venir otra vez.
|-
|Akutule, kintuwəltuai ñi peñi, ká, akule dəŋu, nùñmaiafiñ ñi chem piaqéteu.
|Si viene, verá otra vez á su hermano, y, si llega noticia, se impondrá de lo que le diga.
|-
|Kùme dəŋu kùpalelechi meu ñi peñi, ñi contentoleam“, pikei Segundo Wénchukoy.
|Segundo Wénchukoy dice: „Mándeme buenas noticias mi hermano para que esté contentó yo“.
|}
{{t3|3. Lo que el preceptor de la escuela Misional <br/> {{menor|hubo de escribir al Misionero ausentado de su Misión á nombre de los indígenas de Wapi.}}}}
{| class=_comp
|1. ''Gracias'' mai, taiñ fei piéteu taiñ ''Padre'', taiñ ayùn kùme ''Padre''.
|1. ¡Gracias! pues, por lo que nos dice nuestro Padre, nuestro Padre querido y bueno.
|-
|Al·ùn mañukelfíiñ konəmpaniéteu pu píuke meu.
|Mucho le agradecemos que se acuerda de nosotros en ''su'' corazón.
|-
|Ayùfúiñ lelinieafel təfachi antù meu.
|Lo quisiéramos ver en este día.
|-
|Pefilu trokiwiñ, taiñ nùñmafiel meu tañi dəŋu.
|Nos pareció verlo, cuándo nos enteramos de su asunto.
|-
|Masiao mañumíiñ. Dios pile, petuafíiñ taiñ Padre.
|Mucho ''le'' agradecemos. Si Dios quiere, volveremos á ver á nuestro padre.
|-
|2. Femŋen mai tañi akun ''Evangelico'' Paineñ meu.
|2. Es, pues, efectivo que el Evangélico ha llegado donde Paineñ.
|-<noinclude>{{npt}}
|}
{{listaref}}</noinclude>
60eshiud42ljou1u2anzflp430wm1eu
Página:Félix José de Augusta - Lecturas Araucanas.pdf/193
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2022-08-11T17:47:02Z
Ignacio Rodríguez
3603
/* Corregido */
proofread-page
text/x-wiki
<noinclude><pagequality level="3" user="Ignacio Rodríguez" />{{cp|184|CARTAS}}
{|class=_comp</noinclude>{{npt}}
|Kishu mai tañi kintuel mai ta təfei: iñchiñ mai, taiñ Wapiche ŋen, duamlafíiñ təfeichi dəŋu, lladkùkéiñ mai tañi femn meu təfachi wentru.
|El mismo, pues, lo ha buscado; nosotros, la gente de Wapi, no queremos esta cosa, por el contrario, nos afligimos por obrar así este hombre.
|-
|3. Lladkùtupeáiñ mai taiñ. Padre, pikéiñ mai, məŋel taiñ loŋko, Fùchá Painemilla, Kolùñ, ka, kake pu wecheke loŋko.
|3. Probablemente disgustaremos á nuestro Padre, decimos, principalmente nuestro cacique, Painemilla mayor, Coliñ, y los otros jefes, más jóvenes.
|-
|4. Newenŋeai taiñ píuke, taiñ konpunoaqel feichi wedwed ŋùlam meu.
|4. Estará firme nuestro corazón para no meternos en este error.
|-
|Fei meu lladkùtulaiai taiñ Padre inchiñ taiñ duam, feichi dəŋu meu inálladkùtulaiaiñ meu taiñ Padre.
|Por eso no se disgustará nuestro Padre por causa de nosotros; en este asunto no tendrá que reprendernos nuestro Padre.
|-
|Konkeláin iñchiñ mai; ká loŋko ñi ŋùlam meu məléiñ.
|No entramos, pues, nosotros; estamos bajo el consejo de otro cacique.
|-
|Iñchiñ kom kùmeléiñ, ŋelai mai dəŋù.
|Nosotros todos estamos buenos, no hay novedad.
|-
|colspan=2|(Con las palabras siguientes encargaron los que hablaban al preceptor para que comunicara esto al Missionero)
|-
|5. Fei meu feichi dəŋu mai pilelmoáiñ taiñ Padre.
|5. Entonces nos dirás esto a nuestro Padre.
|-
|„''Memoria'' taiñ Padre“ pikeiñ, pilelmoáiñ kai.
|Nos dirás (á nuestro Padre:) „Memorias á nuestro Padre!“ decimos.
|}<noinclude></noinclude>
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Ignacio Rodríguez
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text/x-wiki
<noinclude><pagequality level="3" user="Ignacio Rodríguez" /></noinclude>{{t3|Carta de Isabel Painemilla,<br/>{{menor|alumna del Colegio Sta. Cruz de Bajo Imperial, dirigida al autor.}}}}
{|class=_comp
|1. Ñi ayùn kùme ''Padre'', mandalayu təfachi ''carta'' tami kimafiel mi kùmelen. Iñche fau kùmelen təfachi kùmeke pu ''Monjas'' meu.
|1. Mi querido y buen Padre, le mando esta carta para que sepa de ti si estás bueno. Yo aquí estoy buena donde las buenas Monjas.
|-
|2. Fei piaqeyu, ekufalŋechi ''Padre'': pu Wapiche fentren lladkùkei eimi meu, ayùŋekefuimi tami peŋetual pu Wapiche meu; fei meu fei pikeiŋn: „Peqka kùpatupe“, ipikeiŋn, „taiñ ayùn kùme ''Padre''“.
|2. Te diré esto, Rev. Padre: La gente de Wapi tiene mucha pena por ti, se desearía ''de ti'' verte otra vez entre los Wapinos; por eso dicen: „Pronto vuelva“, dicen, „nuestro Padre querido y bueno“.
|-
|3. Feichi ká kùme ''Padre'', Jerónimo, eimi meu inanelu, fentren poyekefíiñ fentren tañi kùmechéŋen meu, masiao tutewiñ feichi Padre meu.
|3. Al Padre Jerónimo, ''que'' también es bueno, tu sucesor, lo apreciamos mucho por ser tan buen hombre, estamos muy contentos con el Padre.
|-
|4. Welu feichi dəŋu meu məlekilŋe kai Valdivia meu, rəf kùpatuŋe peqka, puedefulmi.
|4. Pero no sea éste motivo para que te quedes en Valdivia: sin falta vuelve pronto, con tal que puedas.
|-
|5. Ká fei piaqeyu, Padre: Wapi meu weshake dəŋu məlefui. Rafael kutranlu awùkaŋei. Kimnuchi che reke femiŋn mai, culpaiŋn ''Dios'' meu mai. Iñche ka<includeonly>trùfuiñ, feyentuŋelan.</includeonly>
|5.También te digo, ''que'' en Wapi han ocurrido desgracias y maldades. A Rafael ''que estaba'' enfermo lo maltrataron bárbaramente. Como gente falta <includeonly>de razón lo hicieron, ofendieron á Dios, pues. Yo quería atajarlos, pero no se me hizo caso.</includeonly>
|-<noinclude>{{npt}}
|}</noinclude>
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Ignacio Rodríguez
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text/x-wiki
<noinclude><pagequality level="3" user="Ignacio Rodríguez" />{{cp|186|CARTAS}}
{|class=_comp
|trùfuiñ, feyentuŋelan.
|de razón lo hicieron, ofendieron á Dios, pues. Yo quería atajarlos, pero no se me hizo caso
|-</noinclude>{{npt}}
|6. Ka, fentren l·ai che: Pichuñ Paillaan, ka Paillafil ñi fotəm ka ñi ñawe. Pascual Pichuñmañ amui Argentina meu.
|6. Y, ha muerto mucha gente: Pichuñ Paillaan, y el hijo y la hija de Paillafil. Pascual Pichuñman se fué para la Argentina.
|-
|Pichiñ mu ñi amumnum l·ai ñi fotəm. Rapitulŋemei Antonio Lefíu meu. Fentren l·awen· eluŋei; fei meu l·ai, amul ti pichiche, pichi no rume kutrankəlelafui.
|Al poco tiempo de haberse ido, murió su hijo. Lo llevaron á ''casa de'' Antonio Lefíu para darle un vomitivo. Le dieron tanto remedio ''que'' por eso murió. Era un chiquillo que ya andaba, ni siquiera había estado enfermo.
|-
|7. Iñche ñi chau kimlafui ñi amuun: ká antù wəla kimelŋepai ñi l·an. Feichi antù kimfule ñi chau, eluŋelaiafui ''permiso'', iñche ñi chau kam elelŋerpufulu feichi domo. Ka, kimlu ñi chau, amui yemetuafilu ti l·á, ka elpatufiŋu Painekeu eŋu panteon meu, misañmaŋei ''Capilla'' meu.
|7. Mi padre no sabía que irían: al día siguiente no más se le avisó que había muerto ''el niño''. Si él lo hubiera sabido en aquel día, no habrían recibido el permiso, pues se había dejado la mujer<ref>La madre del niño muerto. P. Pichuñmañ de quien se ha dicho arriba que fué á la Argentina es el esposo de ella.</ref> á cargo de mi padre. Cuando lo supo, fué á traer el cadáver, y él y Painequeu lo enterraron en el panteón; se le dijo una misa en la Capilla.
|-
|8. Ká chem dəŋu pilaian.
|8. No diré más.
|-
|Fei pikei məten Micadela, Manuela ka Carolina: „Peqka mai kùpatuai“. Masiado sentikéiñ tami felepun meu.
|Sólo dicen Micaela, Manuela y Carolina: „Pronto, pues, volverá ''el Padre''“. Sentimos mucho que te hayas quedado allá.
|-
|Iñche lloumaiaqen ñi lladkùn ''carta'', ayun ''Padre''.
|Me aceptarás mi triste carta, Padre querido.
|}<noinclude>{{npt}}
|}
{{listaref}}</noinclude>
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Ignacio Rodríguez
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text/x-wiki
<noinclude><pagequality level="3" user="Ignacio Rodríguez" /></noinclude>{{t2|VI. PARTE}}
{{c|VARIEDADES|grande}}
{{t3|Primera versión <br/> {{menor|referida por el niño Domingo de la Rosa Kallfùl·em}}}}
{|class=_comp
|1. Weñéñmaŋei mi sanchu tichi wentru. Amui lelfùn· meu kintualu; fei meu túntəkupui, petu l·aŋəməñmaŋei ñi sanchu pepui.
|1. Le robaron su chancho á cierto hombre. Fué á la pampa á buscarlo; entonces topó con él y vió ''que'' le estaban matando su chancho.
|-
|Fei meu tuí kiñe karoti, fei meu ùtrəftupufí, añéltupufí, mətróŋùpufí kam, kimlan iñche.
|Entonces tomó un garrote, se lo tiró, ó les amenazó con él, ó les golpeó, no lo sé yo.
|-
|2. Fei meu túŋei tichi weñesanchuŋelu. Feméyeu tichi kiñe weñefe, lefkontuéyeu.
|2. Entonces fué cogido aquel á quién habían robado el chancho. Esto le hizo uno de los ladrones, le embistió.
|-
|Nentupùtrakefui ti sanchu, elfui ñi ''cuchillo'' ñi kompañ meu, fei məlekai kintuñmanielu ñi l·á sanchu.
|Estaba ocupado en destripar el chancho y había dejado su cuchillo donde su compañero, el cual se quedó para cuidar el chancho muerto.
|-
|Púulu ŋen·sanchu meu, tranápuwəlfi, wilárùfi, ŋen·sanchu fei pail·ánpramnieŋei.
|Llegado donde el dueño del chancho lo volteó, le golpeó el cuerpo contra el suelo, se le tenía por debajo.
|-
|3. Fei meu mətramuí ti epu weñefe:
|3. Entonces se llamaron los dos ladrones (el uno al otro).
|-
|„Kùpalŋe an·ai“ pi! „''cuchillo'' kùpalŋe a·nai“, piuí ti epu weñefe.
|„Ven“, trae el cuchillo“, dijo uno de los ladrones al otro.
|-<noinclude>{{npt}}
|}</noinclude>
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text/x-wiki
<noinclude><pagequality level="3" user="Ignacio Rodríguez" />{{cp|190|VARIEDADES}}
{|class=_comp</noinclude>{{npt}}
|Fei meu peupaiŋu. Tichi ŋen·sanchu deuma pail·alefui, tichi weñefe femŋechi tuniéyeu.
|Entonces se juntaron. El dueño del chancho ya estaba de espaldas. así lo tenía el ladrón.
|-
|Fei meu eluwí ''cuchillo'' eŋu.
|Entonces se pasaron el cuchillo.
|-
|4. Tichi kùpal-lu epu ''cuchillo'' fei rəpukətyepafí ti ŋen·sanchu.
|4. Aquel que trajo los dos cuchillos, le dió de cuchilladas al dueño del chancho.
|-
|Ñi aŋe kom chùŋarùñmaŋei ti ŋen·sanchu, kom katrùi ñi aŋe; ñi loŋko ká fei rəpukətyeñmaŋei, ká, furi meu chùŋárùŋei, tripai fi n·eyen.
|Le hicieron heridas en toda su cara, toda fué tajeada; también le apuñalearon la cabeza, y en las espaldas recibió una herida, ''por la cual'' salió el resuello.
|-
|Fei meu, „kiñetu l·ai“, piŋei; kiñetu l·alu, lefí ti epu weñefe.
|Entonces dijeron ''por él'': „Está desmayado“. Habiéndose desmayado. huyeron los ladrones.
|-
|5. Petu ni rəpukaŋen, tichi ŋen·sanchu kimuwelai; feimu élkənuŋei, lefí ti epu weñefe.
|5. Mientras le apuñaleaban todavía, el dueño del chancho perdió el conocimiento; entonces lo abandonaron, los ladrones se fueron corriendo.
|-
|Fei meu tichi ŋen·sanchu moŋetui, witrai, ka inántəkufi ti epu weñefe; welu traní pəllé məten, awantalai ñi lefal<ref>ñi lefal=lefalu</ref>.
|En seguida el dueño del chancho volvió en sí, se levantó y persiguió á los ladrones: pero cayó muy cerca del lugar, no tuvo fuerzas para correr ''más''.
|-
|6. Tichi epu weñefe amui fùchá Painemill meu quecawalu.
|6. Los ladrones fueron á quejarse ''á casa del'' viejo Painemill.
|-
|Fei meu fei pi fùchá Painemill:
|Entonces dijo el viejo Painemill:
|-
|„Amuaimu soleau meu“, piŋei ti epu weñefe, fei meu dəŋupuaimu soleau meu“.
|„Id al subdelegado“, se dijo á los ladrones, „entonces declararéis ante el subdelegado“.
|-
|Fei meu amuiŋu soleao meu<ref>Al día siguiente lo hicieron.</ref>.
|Después se fueron al subdelegado.
|-<noinclude>{{npt}}
|}
{{listaref}}</noinclude>
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text/x-wiki
<noinclude><pagequality level="3" user="Ignacio Rodríguez" />{{cp||VARIEDADES|191}}
{|class=_comp</noinclude>{{npt}}
|7. Fei meu amulefuiŋu n·ometu, Alejandro ñi ùiyépəle, ''quien sabe''.
|7. Entonces iban caminando los dos al otro lado<ref>del río Budi</ref>, tal vez más allá de Alejandro.
|-
|Welu ŋen·sanchu wəné avisapufui ñi dəŋu soleao meu.
|Pero el dueño del chancho había dado primero su aviso.
|-
|Petu ñi amulen ti epu weñefe, kùpalefui epu ''policial''.
|Mientras seguían su camino los ladrones, venían dos policiales.
|-
|Pefí ti ''policial'' ti epu weñefe; fei meu lefiŋu, ellkawafulu lefiŋu.
|Vieron los ladrones á los policiales; entonces huyeron, en lugar de esconderse huyeron.
|-
|8. Fei meu peí ti ''policial'', inaŋei kawellu meu eŋu, inaéyeu ''policial''.
|8. Entonces los vieron los policiales, fueron perseguidos á caballo, les siguieron los policiales.
|-
|„Pənókətyeŋeiŋu“ piŋeiŋu.
|Fueron pisoteados, dijeron ''de ellos''.
|-
|Fei meu yeŋeiŋu ''cuartel'' meu, elkənuŋeiŋu ''cuartel'' meu.
|Entonces fueron llevados al cuartel y dejados allí.
|-
|Ká wəñomei ti ''policial'', fei meu peŋepai ti allfen, pepáyeu ti ''policial''.
|Los policiales volvieron otra vez; fueron reconocidas las heridas, las vinieron á reconocer los policiales.
|}
{{t3|Segunda versión <br/>{{menor|referida por Pascual Painemilla Ñ.}}}}
{|class=_comp
|1. Kontuŋepai ni ruka meu fùchá Wenchu, nentuñmaŋepai kiñe shañwe.
|1. Le entraron en la casa al viejo Wenchu y le sacaron un chancho.
|-
|Fei meu llùwai ñi yeñmaŋepan, <includeonly>iná ruka niefui ñi shañwe.</includeonly>
|Notó él que se lo habían lle<includeonly>vado, tenía sus chanchos juntos á la casa.</includeonly>
|-<noinclude>{{npt}}
|}
{{listaref}}</noinclude>
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Página:Félix José de Augusta - Lecturas Araucanas.pdf/200
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Ignacio Rodríguez
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text/x-wiki
<noinclude><pagequality level="3" user="Ignacio Rodríguez" />{{cp|192|VARIEDADES}}
{|class=_comp
|iná ruka niefui ñi shañwe.
|vado, tenía sus chanchos juntos á la casa.
|-</noinclude>{{npt}}
|2. Fei meu witrai, inántəkui ñi shañwe, welu kimlafui cheu pəle ñi yeñmaŋepan.
|2. Entonces se levantó y siguió á su chancho; pero no sabía hacia donde se lo habían llevado.
|-
|Ñi kimnónkechi konpui feichi kiñe ùped meu, pənókonpui ñi l·á shañwe men.
|Sin saberlo entró en uno de esos callejones y pisó su chancho muerto <ref>era de noche</ref>.
|-
|3. Fei meu məlefui feichi epu weñefe.
|3. Allí estaban los ladrones.
|-
|Mətróŋkapufi kiñe karoti meu. Fei meu kiñe lefí, kaŋelu lefkontupaéyeu, loŋko meu nùpaéyeu, nùŋepai fùchá Wenchu.
|Los apaleó con un garrote. Entonces uno huyó, el otro le acometió y le agarró de la cabeza, fué agarrado el viejo Wenchu.
|-
|4. Fei meu kewaiŋu. Yeŋerpui feichi weñefe, trántuŋei. Fei meu mətrəmfi ñi kompañ:
|4. Entonces pelearon. Fué vencido el ladrón ''y'' volteado. Entonces llamó á su compañero ''y le dijo:''
|-
|„Kùpaŋe an·ai, chùŋárùpafiŋe təfa an·ai, yerpuéneu təfa, féola l·aŋəmafiyu, kishúŋerkei təfa“.
|„Ven, dale una cuchillada á este, me ha vencido, ahora lo mataremos, está solo él.
|-
|5. Kùpai kaŋelu, chùŋárùpafi feichi ŋen·shañwe, fentren chùŋárùn elufí; fei meu ka lefí feichi epu weñefe.
|5. Vino el otro ''y'' apuñaleó al dueño del chancho, muchas puñaladas le dió: después huyeron los dos ladrones.
|-
|6. Feichi wentru miafui ñi fotəm eŋu, ka ñi ká kiñe ŋillañ, káñpəle rumefuiŋu.
|6. El hombre andaba con su hijo y con uno de sus cuñados ''que'' habían pasado por otra parte siguiendo al ladrón.
|-
|Déuma allfùi fùchá Wenchu.
|Ya había sido herido el viejo Wenchu.
|-
|Ká antù amui Naq Imperial meu fùchá Wenchu, dallualu ñi dəŋu.
|El otro día fué él mismo á Bajo Imperial á interponer su demanda.
|}<noinclude>
{{listaref}}</noinclude>
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Página:Félix José de Augusta - Lecturas Araucanas.pdf/201
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text/x-wiki
<noinclude><pagequality level="3" user="Ignacio Rodríguez" />{{cp||VARIEDADES|193}}
{|class=_comp</noinclude>{{t3|Tercera Versión <br/> {{menor|referida por Carmen Painemilla.}}}}
{|class=_comp
|1. Kechánentuñmaŋei ñi sanchu malal meu tichi wentru, fùchá Wenchu Antùmañ.
|1. Le sacaron arreando sus chanchos del chiquero á ese hombre, al viejo Wenchu Antùmañ.
|-
|Kiñe pichi sanchu puntui ñi ruka meu.
|Un chanchito volvió á su casa.
|-
|2. „¿Cheu meu tripaperkùi mai ñi sauchu? Konkəlkiaukei ni pichi sanchu.
|2. „¿Por dónde saldrían mis chanchos? Gruñendo anda uno de mis chanchitos.
|-
|Adkintumei, amui ñi malal meu, nùlálerkei ñi malal pepui.
|Salió á mirar, fué á ''ver'' su corral, vió que estaba abierto.
|-
|„Ŋerkelai ñi shañwe“, pi, „wéñesanchuŋen.
|„No están mis chanchos“ dijo, „me han robado mis chanchos.
|-
|Iñche amuan təfá pəle“, pifí ñi fotəm, „eimi amuaimi Llepu pəle, wampo nùniepuaimi; məlele wampo, nùpuaimi.
|Yo iré por esta parte“, dijo á su hijo, tú irás en dirección de Llepu, detendrás la canoa; si está, te apoderarás de ella.
|-
|3. Epu amui, ni fotəm eŋu Chaukənu.
|3. Fueron dos, su hijo y Chaukənu.
|-
|Wenchu amui inaltu l·eufù meu kintualu ñi sanchu.
|Wenchu fué á la orilla del río en busca de su chancho.
|-
|Topántoəkupui petu ñi l·aŋəməñmaqel ñi sanchu, pelafí ñi kiñe llaufen mawida meu.
|Por suerte dió con él, cuando todavía se lo estaban matando, ''pero'' no lo vió por la sombra de un árbol.
|-
|Fei meu llóumətroŋùŋei.
|Entonces le contestaron con garrotazos.
|-
|Loŋkotui.
|Recibió golpes en la cabeza.
|-
|Kiñe fùchá maməll meu mətróŋùŋei weñefe.
| Con un palo grande fué apaleado el ladrón<ref>por el dueño del chancho</ref>
|-
|4. Fei meu kiñe amutufui tichi weñefe.
|4. Entretanto uno de estos ladrones se había ido.
|-
|„Wəñoŋe“, piŋei, „¿chumal lefimi? Matuke kùpaŋe“.
|„Vuelve“, se le dijo, „¿para qué huyes? Ven pronto“.
|-<noinclude>{{npt}}
|}
{{listaref}}</noinclude>
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Página:Félix José de Augusta - Lecturas Araucanas.pdf/202
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2022-08-11T22:41:25Z
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text/x-wiki
<noinclude><pagequality level="3" user="Ignacio Rodríguez" />{{cp|194|VARIEDADES}}
{|class=_comp</noinclude>|Tranúlewei tichi ŋen· sanchu, akui kaŋelu, chùŋárùpafí ŋen· sanchu.
|Ya estaba tendido el dueño del chancho, ''cuando'' llegó el otro y le apuñaleó.
|-
|Pichin meu ka puwí tichi epu wentru, tichi Wenchu ñi fotəm ka, fei ñi kompañ.
|Al poco rato llegaron allí también aquellos dos hombres, el hijo de Wenchu y su compañero.
|-
|5. „Kùpai che“, pi weñefe, „amutuyu“, pi.
|5. „Viene gente“, dijo uno de los ladrones, „vámonos“, dijo.
|-
|Fei meu inafui ŋen· sanchu tranapui; fentren amui ñi mollfùñ, fei meu awantalai.
|Les había querido seguir el dueño del chancho, pero se cayó; tanto se lo corrió la sangre, por eso no aguantó.
|-
|Dəŋulai, akulŋetui ruka meu. Tripai ñi n·eyen furi meu.
|Quedó sin habla y fué traido á su casa. Le salió el resuello por las espaldas.
|}
{{t3|2. Un pleito.}}
{{c|Ref. por el ciego José Francisco Kolùñ}}
{|class=_comp
|1. Iñche ñi chau, fei piñmaŋen, kiñe mapu niei, ketrapei, kùdawí kiñe kon·a, ''Fulano'' piŋelu, kine malaltəkulechi mapu.
|1. Se me dijo que mi padre tenía un terreno, lo barbechó, lo trabajó un mocetón, llamado Fulano, un terreno cercado.
|-
|Iñche ñi chau dəŋuŋelai. „Eluan mapu“ pilai tichi wentru iñche ñi chau meu; kishu ŋənewn kùdawí ñi wápoŋen meu, entulafí ''orden'' ñi ketraial feichi maláltəkuŋechi mapu meu.
|Con mi padre no hablaron. Este hombre no dijo á mi padre: „Dame el terreno“; lo trabajó arbitrariamente, por su impertinencia no sacó orden para barbechar este terreno cercado.
|-
|2. Iñche ñi chau fei meu lladkùi; amui, pepufí ''Fulano'', dəŋupufí.
|2. Mi padre se afligió por eso, se fué, pasó á ver á Fulano, habló con él.
|-
|„¿Chumal kùdawimi təfachi mapu?“. piŋepui ''Fulano''.
|„¿Por qué trabajas en este terreno?“, se dijo á Fulano.
|-
|Fei meu fei pi ''Fulano'': „Iñche ¿chumal kùdawn? Chumŋelu kù<includeonly>daulaiafun? Kishu ñi mapu iñche, fei meu kùdawn“, pi ta ''Fulano''.</includeonly>
|Entonces dijo Fulano: „Yo ¿por qué trabajo? ¿Por qué no había <includeonly>de trabajar? Es propio terreno mío, por eso trabajo“, dijo Fulano.</includeonly>
|-<noinclude>{{npt}}
|}
{{listaref}}</noinclude>
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Página:Félix José de Augusta - Lecturas Araucanas.pdf/203
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text/x-wiki
<noinclude><pagequality level="3" user="Ignacio Rodríguez" />{{cp||VARIEDADES|195}}
{|class=_comp
|daulaiafun? Kishu ñi mapu iñche, fei meu kùdawn“, pi ta ''Fulano''.
|de trabajar? Es propio terreno mío, por eso trabajo“, dijo Fulano.
|-</noinclude>{{npt}}
|3. Iñche ñi chau illkulai, re kùme dəŋui məten, ñochi dəŋui.
|3. Mi padre no se enojó, sólo de buen modo habló, habló tranquilamente.
|-
|''Fulano'' illkui.
|Fulano se enojó.
|-
|Fei meu fei pi ''Fulano'': „Eimi ¿chem llùkaiayu?“, pi ta ''Fulano''. „Ñall ùl·menŋen meu llùkaiayu? Kùdawan məten. Llùkalaiayu. Eimi mi loŋkoŋen meu puulaian, eimi meu puulaian, fillantù puulaian eimi meu“, pi ta ''Fulano''.
|Entonces dijo Fulano: „¿A ti te temeré algo?“, dijo Fulano, ¿Por ventura porque eres un noble, te temeré? Trabajaré no más. No te temeré. A ti como cacique no llegaré (más); nunca llegaré donde ti“, dijo Fulano.
|-
|4. Petu kewatuchi che meu puun iñche.
|4. Mientras peleaban, yo llegué á ellos.
|-
|„¿Chumal kewaimu?“, pipun iñche. „Kùmelai kewan“, pin iñche. „Təfachi ''Fulano'' doy wedwédkəlei. „¿Chumal kewafimi təfachi fùchá che?“
|„¿Para qué peleáis?“, dije yo al llegar. „Es malo pelear“, dije yo: „Este Fulano está más irritado. ¿Por qué peleas con este hombre viejo?“
|-
|Iñche ká fei pifiñ: „Təfachi culpaimi<ref name=nota1pg195/>, yafkaimi;<ref name=nota1pg195>''Culpaimi'' y ''yafkaimi'' son sinónimas</ref> ''por que'' rumelaiafimi<ref name=nota2pg195> dəŋu meu, yerpulaiafimi<ref name=nota2pg195>''Rumelaiafimi'' y ''yerpulaiafimi'' son sinónimas.</ref> dəŋu meu, iñche ñi chau yerpuŋelaiai“, pifiñ ''Fulano'' iñche.
|También le dije yo: „A éste le ofendiste; porque no le vencerás en el pleito, mi padre no será vencido“, dije yo á Fulano.
|-
|„Eimi mai doy mentaŋekelaimi təfachi mapu meu, eimi ñidolkəlelaimi təfachi mapu meu“, pifiñ.
|„A ti no te mientan tanto en esta tierra: tú no eres jefe en esta tierra“, le dije.
|-
|Kùdauŋe məten, welu re falta kùdawaimi.“
|„Trabaja no más. pero de balde trabajarás.
|-
|5. Fei meu fei pi Fulano „Kùdawan, kùdawan. ¿Kùdawərkelan, kùdawərkelan am fe? Llùkau<includeonly>aiñ am?“ pi ''Fulano'' „Kom deumaafiñ ñi kùdaufiel.</includeonly>
|5. Entonces dijo Fulano: „Trabajaré, trabajaré. ¿No trabajo, no trabajo de veras? ¿Os tendré <includeonly>miedo?“ dijo Fulano. „Haré mi Trabajo hasta concluir“.</includeonly>
|-<noinclude>{{npt}}
|}
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Ignacio Rodríguez
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text/x-wiki
<noinclude><pagequality level="3" user="Ignacio Rodríguez" />{{cp||VARIEDADES|195}}
{|class=_comp
|daulaiafun? Kishu ñi mapu iñche, fei meu kùdawn“, pi ta ''Fulano''.
|de trabajar? Es propio terreno mío, por eso trabajo“, dijo Fulano.
|-</noinclude>{{npt}}
|3. Iñche ñi chau illkulai, re kùme dəŋui məten, ñochi dəŋui.
|3. Mi padre no se enojó, sólo de buen modo habló, habló tranquilamente.
|-
|''Fulano'' illkui.
|Fulano se enojó.
|-
|Fei meu fei pi ''Fulano'': „Eimi ¿chem llùkaiayu?“, pi ta ''Fulano''. „Ñall ùl·menŋen meu llùkaiayu? Kùdawan məten. Llùkalaiayu. Eimi mi loŋkoŋen meu puulaian, eimi meu puulaian, fillantù puulaian eimi meu“, pi ta ''Fulano''.
|Entonces dijo Fulano: „¿A ti te temeré algo?“, dijo Fulano, ¿Por ventura porque eres un noble, te temeré? Trabajaré no más. No te temeré. A ti como cacique no llegaré (más); nunca llegaré donde ti“, dijo Fulano.
|-
|4. Petu kewatuchi che meu puun iñche.
|4. Mientras peleaban, yo llegué á ellos.
|-
|„¿Chumal kewaimu?“, pipun iñche. „Kùmelai kewan“, pin iñche. „Təfachi ''Fulano'' doy wedwédkəlei. „¿Chumal kewafimi təfachi fùchá che?“
|„¿Para qué peleáis?“, dije yo al llegar. „Es malo pelear“, dije yo: „Este Fulano está más irritado. ¿Por qué peleas con este hombre viejo?“
|-
|Iñche ká fei pifiñ: „Təfachi culpaimi<ref name=nota1pg195/>, yafkaimi;<ref name=nota1pg195>''Culpaimi'' y ''yafkaimi'' son sinónimas</ref> ''por que'' rumelaiafimi<ref name=nota2pg195/> dəŋu meu, yerpulaiafimi<ref name=nota2pg195>''Rumelaiafimi'' y ''yerpulaiafimi'' son sinónimas.</ref> dəŋu meu, iñche ñi chau yerpuŋelaiai“, pifiñ ''Fulano'' iñche.
|También le dije yo: „A éste le ofendiste; porque no le vencerás en el pleito, mi padre no será vencido“, dije yo á Fulano.
|-
|„Eimi mai doy mentaŋekelaimi təfachi mapu meu, eimi ñidolkəlelaimi təfachi mapu meu“, pifiñ.
|„A ti no te mientan tanto en esta tierra: tú no eres jefe en esta tierra“, le dije.
|-
|Kùdauŋe məten, welu re falta kùdawaimi.“
|„Trabaja no más. pero de balde trabajarás.
|-
|5. Fei meu fei pi Fulano „Kùdawan, kùdawan. ¿Kùdawərkelan, kùdawərkelan am fe? Llùkau<includeonly>aiñ am?“ pi ''Fulano'' „Kom deumaafiñ ñi kùdaufiel.</includeonly>
|5. Entonces dijo Fulano: „Trabajaré, trabajaré. ¿No trabajo, no trabajo de veras? ¿Os tendré <includeonly>miedo?“ dijo Fulano. „Haré mi Trabajo hasta concluir“.</includeonly>
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|}
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Ignacio Rodríguez
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|aiñ am?“ pi ''Fulano'' „Kom deumaafiñ ñi kùdaufiel.
|miedo?“ dijo Fulano. „Haré mi Trabajo hasta concluir“.
|-</noinclude>{{npt}}
|6. Ká dəŋun iñche: „''¡Bueno!'' Kùdaufiŋe mai. ¿Tuchi kam doy tocapei mapu, eimi yeŋu təfachi fùchá che?“
|6. También hablé yo: „¡Bueno!“ Trabájalo, pues. ¿A quién toca más el terreno, á ti ó á este viejo?“
|-
|Fulano fei pifiñ: „Eimi iñche ñi chau eŋu ¿tuchi doy falipei ñi dəŋu? Iñche ñi chau mai doy falí, eimi no, eimi ñidolkəlelaimi, ŋen· ŋelaimi,“ pifiñ ''Fulano'' iñche.
|A Fulano dije: „¿Cuál vale más, lo tuyo ó lo de mi padre? Lo de mí padre, pues, vale más; lo tuyo nó, tú no eres jefe, no eres dueño“, dije yo á Fulano.
|-
|7. Kùdawi Fulano, mayilai katrùŋelu. „Kùdaulaiafimi iñche ñi mapu, fenté kùdawafimi, doy kùdaukifilmi,“ pi ta iñche ñi chau, piŋei ''Fulano''.
|7. Trabajó Fulano, no consintió en que se lo prohibiesen; „No trabajarás en mi terreno, cesarás de trabajarlo, no lo trabajes más.“ dijo mi padre, se dijo á Fulano.
|-
|Pilai Fulano, ''siempre'' kùdawí, kom deumai, kom dewí.
|No quiso Fulano, siempre trabajó, lo acabó todo, todo quedó hecho.
|-
|8. Ka fei pifiñ iñche: „''¡Bueno!'' kùdaufimi təfachi mapu mai, welu re falta kùdaufimi təfachi mapu; eimi tulaiafimi təfachi mapu. Kishu tami wedwédŋen meu mayilaimi katrùtuŋen meu.
|8. Además le dije yo: „¡Bueno! has trabajado este terreno, pues, pero en vano lo has trabajado; tú no adquirirás derecho sobre este terreno. Por tu propia locura no quisiste que te lo prohibiesen.
|-
|9. Deumai ñi kùdau ''Fulano''. Kùpai soleao meu: „Ketráñmaŋen tañi mapu“, pipai tañi chau.
|9. Acabó su trabajo Fulano. Vino el Juez: „Me han arrado en mi terreno“. dijo mi padre.
|-
|Fei meu fei pi soleao:
|Entonces dijo el juez:
|-
|„¿Tuchi doy ñidólkəlei mapu meu?“ pi. „Iñche mai“, pi ñi chau.
|„¿Quién es el jefe de la reducción dijo. „Yo, pues“, dijo mi padre.
|-
|Kùpape tichi ''Fulano''“, pi soleao.
|„Venga este Fulano“, dijo el juez.
|-
|10. Kiñe papel yepai, mətrəmfalŋei ''Fulano''. Eluŋepui papel ''Fulano''.
|10. Llevó un papel, en que se mandó llamar á Fulano. Entregaron el papel á Fulano.
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Ignacio Rodríguez
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|aiñ am?“ pi ''Fulano'' „Kom deumaafiñ ñi kùdaufiel.
|miedo?“ dijo Fulano. „Haré mi Trabajo hasta concluir“.
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|6. Ká dəŋun iñche: „''¡Bueno!'' Kùdaufiŋe mai. ¿Tuchi kam doy tocapei mapu, eimi yeŋu təfachi fùchá che?“
|6. También hablé yo: „¡Bueno!“ Trabájalo, pues. ¿A quién toca más el terreno, á ti ó á este viejo?“
|-
|Fulano fei pifiñ: „Eimi iñche ñi chau eŋu ¿tuchi doy falipei ñi dəŋu? Iñche ñi chau mai doy falí, eimi no, eimi ñidolkəlelaimi, ŋen· ŋelaimi,“ pifiñ ''Fulano'' iñche.
|A Fulano dije: „¿Cuál vale más, lo tuyo ó lo de mi padre? Lo de mí padre, pues, vale más; lo tuyo nó, tú no eres jefe, no eres dueño“, dije yo á Fulano.
|-
|7. Kùdawi Fulano, mayilai katrùŋelu. „Kùdaulaiafimi iñche ñi mapu, fenté kùdawafimi, doy kùdaukifilmi,“ pi ta iñche ñi chau, piŋei ''Fulano''.
|7. Trabajó Fulano, no consintió en que se lo prohibiesen; „No trabajarás en mi terreno, cesarás de trabajarlo, no lo trabajes más.“ dijo mi padre, se dijo á Fulano.
|-
|Pilai Fulano, ''siempre'' kùdawí, kom deumai, kom dewí.
|No quiso Fulano, siempre trabajó, lo acabó todo, todo quedó hecho.
|-
|8. Ka fei pifiñ iñche: „''¡Bueno!'' kùdaufimi təfachi mapu mai, welu re falta kùdaufimi təfachi mapu; eimi tulaiafimi təfachi mapu. Kishu tami wedwédŋen meu mayilaimi katrùtuŋen meu.
|8. Además le dije yo: „¡Bueno! has trabajado este terreno, pues, pero en vano lo has trabajado; tú no adquirirás derecho sobre este terreno. Por tu propia locura no quisiste que te lo prohibiesen.
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|9. Deumai ñi kùdau ''Fulano''. Kùpai soleao meu: „Ketráñmaŋen tañi mapu“, pipai tañi chau.
|9. Acabó su trabajo Fulano. Vino el Juez: „Me han arrado en mi terreno“. dijo mi padre.
|-
|Fei meu fei pi soleao:
|Entonces dijo el juez:
|-
|„¿Tuchi doy ñidólkəlei mapu meu?“ pi. „Iñche mai“, pi ñi chau.
|„¿Quién es el jefe de la reducción dijo. „Yo, pues“, dijo mi padre.
|-
|Kùpape tichi ''Fulano''“, pi soleao.
|„Venga este Fulano“, dijo el juez.
|-
|10. Kiñe papel yepai, mətrəmfalŋei ''Fulano''. Eluŋepui papel ''Fulano''.
|10. Llevó un papel, en que se mandó llamar á Fulano. Entregaron el papel á Fulano.
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Ignacio Rodríguez
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<noinclude><pagequality level="3" user="Ignacio Rodríguez" />{{cp||VARIEDADES|197}}
{|class=_comp</noinclude>{{npt}}
|„Amoaimi mai soleao meu“, piŋei ''Fulano''. „Pilan“, pi.
|„Irás, pues, al juez“, dijeron á Fulano. „No quiero”, dijo.
|-
|„¿Chumŋelu pilaimi“ piŋei. „Mainulmi amual, yepaiaimeu polícia. ¿Doy ayùfimi yepaiáteu ''policial''?“ piŋei ''Fulano''.
|„¿Por qué no quieres?“ le dijeron. Si no quieres ir, vendrá la policía y te llevará. ¿Te gusta más que venga el policial y y te lleve?“ dijeron á Fulano.
|-
|Féola mayí kùpaialu fau.
|Entonces consintió en venir acá.
|-
|11. Kùpaiŋu dəŋualu. Ramtuŋei ''Fulano'', ramtuéyeu soleao.
|11. Vinieron á tratar. Se preguntó á Fulano, le preguntó el juez.
|-
|„Inei doy „ñidólkəlei Wápimapu meu? piŋei ''Fulano'';“ ¿eimi wənen ŋeimi?“ piŋei ''Fulano''.
|„¿Quién es el mayor en Wápimapu?“ se dijo á Fulano; „¿tú eres el primero?“ se dijo á Fulano.
|-
|„Iñche nu“, pi ''Fulano''; təfa mai wənénkəlei“, piŋei soleao, pi ''Fulano''.
|„Yo nó“. dijo Fulano: „éste pues, es el primero, se dijo al juez, se lo dijo Fulano.
|-
|„¿Chumal kam kewafimi təfachi fùchá che?“ pi soleao, piŋei ''Fulano''.
|„¿Por qué peleaste con este hombre anciano?“ dijo el juez, se dijo á Fulano.
|-
|12. Iñche ñi chau ká ramtuŋei, ramtuéyeu soleao.
|
|-
|„¿Kùme wentruŋepei chei tichi ''Fulano''?“
|
|-
|„Kùme wentru ŋelai“, iñche ñi chau fei pi, „masiao picáro ŋei təfa“, pi. „Weñefe ŋei“, pi. „Fenten pléituŋekei, kullikelai təfa, siempre weñekei məten, ŋənen ŋei“, piŋei ''Fulano''.
|
#11. Vinieron á tratar. Se preguntó á Fulano, le preguntó el juez. #„¿Quién es el mayor en Wápimapu?“ se dijo á Fulano; „¿tú eres el primero?“ se dijo á Fulano.#„Yo nó“. dijo Fulano: „éste pues, es el primero, se dijo al juez, se lo dijo Fulano.#„¿Por qué peleaste con este hombre anciano?“ dijo el juez, se dijo á Fulano.
|-
|12. Iñche ñi chau ká ramtuŋei, ramtuéyeu soleao.
|12. Mi padre también fué preguntado, le preguntó el juez.
|-
|„¿Kùme wentruŋepei chei tichi ''Fulano''?“
|„¿Es hombre bueno este Fulano?“
|-
|„Kùme wentru ŋelai“, iñche ñi chau fei pi, „masiao picáro ŋei təfa“, pi. „Weñefe ŋei“, pi. „Fenten pléituŋekei, kullikelai təfa, siempre weñekei məten, ŋənen ŋei“, piŋei ''Fulano''.
|„No es hombre bueno“, dijo mi padre. „es muy pícaro éste“, dijo. „Es ladrón“, dijo. „Tantos pleitos tiene; no paga éste, siempre roba no más; es falsificador“. se dijo de Fulano.
|-
|13. „Elutuafimi tichi mapu“, pi soleao, piŋei ''Fulano''.
| 13. „Le devolverás ese terreno“. dijo el juez, se dijo á Fulano.
|-
|„Pilan“, pi ''Fulano'', deuma kùdaufiñ, deumafiñ ñi kùdaufiel. ¿Chumal wəltuafiñ?“
|„No quiero“, dijo Fulano, ya lo labré, he acabado mi trabajo. ¿Para qué lo devolveré?“
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Ignacio Rodríguez
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|„Amoaimi mai soleao meu“, piŋei ''Fulano''. „Pilan“, pi.
|„Irás, pues, al juez“, dijeron á Fulano. „No quiero”, dijo.
|-
|„¿Chumŋelu pilaimi“ piŋei. „Mainulmi amual, yepaiaimeu polícia. ¿Doy ayùfimi yepaiáteu ''policial''?“ piŋei ''Fulano''.
|„¿Por qué no quieres?“ le dijeron. Si no quieres ir, vendrá la policía y te llevará. ¿Te gusta más que venga el policial y y te lleve?“ dijeron á Fulano.
|-
|Féola mayí kùpaialu fau.
|Entonces consintió en venir acá.
|-
|11. Kùpaiŋu dəŋualu. Ramtuŋei ''Fulano'', ramtuéyeu soleao.
|11. Vinieron á tratar. Se preguntó á Fulano, le preguntó el juez.
|-
|„Inei doy „ñidólkəlei Wápimapu meu? piŋei ''Fulano'';“ ¿eimi wənen ŋeimi?“ piŋei ''Fulano''.
|„¿Quién es el mayor en Wápimapu?“ se dijo á Fulano; „¿tú eres el primero?“ se dijo á Fulano.
|-
|„Iñche nu“, pi ''Fulano''; təfa mai wənénkəlei“, piŋei soleao, pi ''Fulano''.
|„Yo nó“. dijo Fulano: „éste pues, es el primero, se dijo al juez, se lo dijo Fulano.
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|„¿Chumal kam kewafimi təfachi fùchá che?“ pi soleao, piŋei ''Fulano''.
|„¿Por qué peleaste con este hombre anciano?“ dijo el juez, se dijo á Fulano.
|-
|12. Iñche ñi chau ká ramtuŋei, ramtuéyeu soleao.
|12. Mi padre también fué preguntado, le preguntó el juez.
|-
|„¿Kùme wentruŋepei chei tichi ''Fulano''?“
|„¿Es hombre bueno este Fulano?“
|-
|„Kùme wentru ŋelai“, iñche ñi chau fei pi, „masiao picáro ŋei təfa“, pi. „Weñefe ŋei“, pi. „Fenten pléituŋekei, kullikelai təfa, siempre weñekei məten, ŋənen ŋei“, piŋei ''Fulano''.
|„No es hombre bueno“, dijo mi padre. „es muy pícaro éste“, dijo. „Es ladrón“, dijo. „Tantos pleitos tiene; no paga éste, siempre roba no más; es falsificador“. se dijo de Fulano.
|-
|13. „Elutuafimi tichi mapu“, pi soleao, piŋei ''Fulano''.
| 13. „Le devolverás ese terreno“. dijo el juez, se dijo á Fulano.
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|„Pilan“, pi ''Fulano'', deuma kùdaufiñ, deumafiñ ñi kùdaufiel. ¿Chumal wəltuafiñ?“
|„No quiero“, dijo Fulano, ya lo labré, he acabado mi trabajo. ¿Para qué lo devolveré?“
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Ignacio Rodríguez
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text/x-wiki
<noinclude><pagequality level="3" user="Ignacio Rodríguez" />{{cp|198|VARIEDADES}}
{|class=_comp</noinclude>{{npt}}
|„Wəltuaimi məten“. piŋei: „kishu mi wedwédŋen kùdaufimi“, pi soleao, piŋei ''Fulano''.
|Lo devolverás no más“, se le dijo, „por tu propia locura lo ha trabajado“, dijo el juez, se dijo á Fulano.
|-
|„Maláltəkulelu ¿chumal ketrafimi?“ pi soleao. „Mi wápoŋen, ''parece toro'' eimi“, pi ta soleao. „Fachantù wəltuafimi“, piŋei ''Fulano''. „Ká kewalmi, presoaimi féola“, pi ta soleao, piŋei ''Fulano''.
|„Estando cercado ¿para que lo has arado?“ dijo el juez. „En tu guapeza pareces toro tú“. dijo el juez. „Hoy lo devolverás, se dijo á Fulano. „Si otra vez pelean, será puesto preso inmediatamente“, dijo el juez, se dijo á Fulano.
|-
|14. Fei meu wəltui ñi mapu. Yérpuŋei (weuŋei); iñche ñi chau wewí, tutui ñi mapu.
|14. Entonces devolvió el terreno. Fué vencido (ganado); mi padre ganó, recobró su terreno.
|-
|Afí. Iñche ñi wema fei piel, fem tripai dəŋu.
|Se acabó. Así como yo había dicho antes, así salió el asunto.
|-
|Féola akui ''Fulano'' iñche ñi chau meu, „puulan“ píuma, akui ''siempre''.
|Ahora llega Fulano á mi padre: aunque había dicho que no iría, siempre viene.
|}
{{t3|3. Un pobre loco <br/> Ref. por el niño Domingo de la Rosa Kallfùlem}}
{|class=_comp
|1. Lelínieiel<ref name=nota1pg198/> ñi kuq, fei meu kiñe lel ayérumekei, welu ni chumnon. Ayekei nùtramkayùm, welu leqkelai, wéluniekei, kùmelkalai nùtrámkan.
|1. Mira <ref name=nota1pg198>El loco</ref> su mano, entonces de repente suelta la risa, pero ríe sin motivo. Ríe al conversar, pero no tiene sentido (lo que dice), toma una cosa por otra, no hace bien su conversación.
|-
|2. ¿Chumŋekei? Pascual ni fotəm, ''Fulano'' piŋelu, fei meu məlekefui, fei meu pəralen kawellu piéyeu ''Fulano'': „¡Trillalen<ref>''Tr'' pronúnciese como la respectiva combinación castellana</ref>!“, piŋei wedwed che yem.
|2. ¿Qué cosas no hacen con él? El hijo de Pascual, que se llama Fulano, con éste estaba; entonces montado á caballo, le dijo Fulano: „¡Trilla para mí!“ se dijo al pobre loco.
|-<noinclude>{{npt}}
|}
{{listaref}}</noinclude>
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Página:Félix José de Augusta - Lecturas Araucanas.pdf/207
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2022-08-12T01:07:09Z
Ignacio Rodríguez
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/* Corregido */
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text/x-wiki
<noinclude><pagequality level="3" user="Ignacio Rodríguez" />{{cp||VARIEDADES|199}}
{|class=_comp</noinclude>|3. Trillai; fei meu felen rulpai ñi auka lila meu. Kiñe fùchá wirkon kachilla meu pərai ñi kawéllkəlen, welu trananaqlai; wəñópailanaqtui.
|3. Trilló: entonces hizo pasar las yeguas sin interrupción por la era. Subió con su caballo sobre un gran montón, pero no se cayó; se fué de espaldas con el caballo.
|}
{{t3|4. La muerte de un caballo}}
{{c|Ref. por el mismo.}}
{|class=_comp
|1. Kudékudetufui kawellu, lefpeichi, leflaichi ni piŋen təfa: nekulélkantuŋei, pesáŋei<ref>del verbo castellano „pesar“</ref> ñi lefn chi, ñi lefnon chi.
|1. Había corrido el caballo ''con otro'' por ensayo para que ''se pudiera'' decir (de él) si corría ''bien'' ó nó, lo echaron á correr por prueba, lo ensayaron por si corría ó nó.
|-
|2. Deu lepəmkantuel kùpálŋetui, trapélkənuŋepatui təfei meu (itrótripai meu); yeŋei ko meu ñi pətokolŋeal.
|2. Después de echarlo á correr, lo trajeron acá y lo amarraron (allí al frente); después lo llevaron al agua á darle de beber.
|-
|3. Deu pətokolŋemelu kùpálŋetui feichi kawellu, trapélkənuŋepatui təfeichi pichi wau meu; trapelkənuŋelu, fei meu naqərkei, fei meu ŋachódùpui ñi pel·, fei meu l·ai.
|3. Después de haber sido llevado á beber lo trajeron otra vez, ''y'' lo amarraron en aquel vallecito; ya amarrado, cayó, dobló su cuello, y murió.
|}
{{t3|5. Sucesos en el camino.}}
{{c|Referido por el ciego José Francisco Kolùñ.}}
{|class=_comp
|1. Kimərpulmi aŋka rəpù meu tami ŋoimafiel lashu, fei meu fei piaimi tami pichi kon·a:
|1. Si estando ya en camino notas que has olvidado el lazo, dirás así á tu mocito:
|-<noinclude>{{npt}}
|}
{{listaref}}</noinclude>
grsil1t1j4oimzjf1nemq0yvyk941h9
Página:Félix José de Augusta - Lecturas Araucanas.pdf/208
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2022-08-12T01:16:12Z
Ignacio Rodríguez
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/* Corregido */
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text/x-wiki
<noinclude><pagequality level="3" user="Ignacio Rodríguez" />{{cp|200|VARIEDADES}}
{|class=_comp</noinclude>{{npt}}
|Yemetuŋe lashu an·ai. Ŋoimárken lashu, fochəm; ruka meu tranákənukarken, élkarken ruka mu ŋa“.
|„Trae el lazo. Olvidé el lazo, hijito; lo dejé botado en la casa. lo dejé en la casa“.
|-
|2. Déuma ká mapulelmi mi ruka meu, fei piaimi:
|2. Si estás ya lejos de tu casa, dirás esto:
|-
|„¡Ai! məná wesharkai, ŋoimárken ñi kutama<ref name=nota1pg200>Saco arreglado como alforja.</ref>. Wəñopean mai təfa. Kintumetuafiñ tañi wéshakelu<ref name=nota2pg200>mi cosa</ref>, ŋoimárkefiñ.
|„¡Ai! qué malo ''que'' haya olvidado mi cutama<ref name=nota1pg200/>. Tendré que volver, pues, aquí. Iré á buscarla, la olvidé.
|-
|3. Llaŋkùməlmi kiñe wéshakelu rəpu meu, fei<ref>entonces</ref> fei<ref>eso</ref> piafimi kompañ:
|3. Si se te ha caído alguna cosa en el camino, dirás á tu compañero:
|-
|„Amuyu an·ai, kintukənumetuen tañi weshakelu. Llaŋkùmərparken<ref>=llaŋkùmərpan.</ref> tañi wéshakelu. Amuyu, fochəm“.
|„Vamos, ayúdame á buscar una cosa que estaba traendo. Se me ha caído una cosa. Vamos, hijito.
|-
|4. Ñuiawəlmi, fei femŋechi ramtuafimi kiñe che:
|4. Si andas perdido, preguntarás así á alguna persona:
|-
|„¿Cheu rumei rəpù? Miaukelan iñche fápəle“.
|„¿Por donde pasa el camino? Yo no suelo andar por esta parte“.
|-
|Lloudəŋuai tichi wentru: Ayépəle rumei“, maichíkənuai<ref>ó ''dichókənuai''</ref> ñi kuq.
|Contestará el hombre: „Por allá pasa“ y hará seña con la mano.
|-
|Fei meu fei piafimi:
|Entonces le dirás:
|-
|„Fəreneqen, ŋiyulkənumetuen, peŋelkənumetueu rəpù; təkulkənumetuaqen kùme rəpù meu. Feichi rəpù meu təkuaqen, təkulmetuan playa meu“.
|„Hazme el favor, guíame, muéstrame el camino, déjame en el camino bueno. Llévame á ese camino, déjame en la playa.
|-
|5. Nùtramalu mi ñuiaufel femŋechi dəŋuaimi:
|5. Para contar que te habías perdido en el camino, hablarás de esta manera:
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Diario Oficial de El Salvador/Tomo 68/Número 1
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{{may|La Libertad}}, 2 de enero de 1910.—Hoy, á las 6 y 45 p.m., fondeó en esta rada, el vapor N.A. "Perú", procedente de San Francisco, de 2,539 toneladas de registro, con 81 hombres de mar, al mando de su Capitán Geo S. Macklanon. Trajo para este puerto 50 bultos de mercaderías, 1 paquete de correspondencia: sin pasajeros. Patente limpia.
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=== Movimiento de policía ===
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=== Movimiento de pasajeros ===
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=== Colegio Normal de Maestras ===
=== Aceptación de herencias ===
=== Declaratorias de herencias ===
=== Inscripcion de títulos ===
=== Títulos ===
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=== Bando ===
=== Feria de Candelaria ===
=== La Agencia Salvadoreña ===
=== Compañía del Ferrocarril de San Salvador y Santa Tecla ===
=== Compañía del Muelle de La Libertad ===
=== Compañía Nacional de Empresas diversas ===
=== Convocatoria ===
=== Banco Salvadoreño ===
=== Compañía de Alumbrado Eléctrico de San Salvador ===
=== El Banco Agrícola COmercial ===
=== El Banco Nacional del Salvador ===
=== Remate público en la casa de préstamos "Banco del Pueblo" ===
=== Instituto Nacional Central de Varones ===
=== Escuela Técnico Práctica de Señoritas ===
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{{may|La Libertad}}, 2 de enero de 1910.—Hoy, á las 6 y 45 p.m., fondeó en esta rada, el vapor N.A. "Perú", procedente de San Francisco, de 2,539 toneladas de registro, con 81 hombres de mar, al mando de su Capitán Geo S. Macklanon. Trajo para este puerto 50 bultos de mercaderías, 1 paquete de correspondencia: sin pasajeros. Patente limpia.
{{may|La Libertad}}, 2 de enero de 1910.—Hoy á las 6 p.m., zarpó con destino á Ancón y excalas, el vapor N. A. "Perú", con el mismo orden; llevando de este puerto, 224 bultos, 3 sacos, 9 paquetes de correspondencia, y á los pasajeros: Presbítero José E. Argueta y don José A. Gasteazoro para La Unión.
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=== Bando ===
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Convoca á los ciuadanos inscritos de esta comprensión municipal, para que el domingo próximo nueve del corriente, á las 5 de la mañana, concurran á esta sala capitular con el objeto de practicar la eleccion de tres diputados propietarios y dos suplentes por este Departamento, á la próxima Asamblea Nacional. Dicha elección se verificará en tres días que son 9, 10 y 11 del mes actual. A los ciudadanos que no cumplan con la expresada obligacion se les impondrá la multa de ley.
Dado en la Alcaldía Municipal: San Salvador, á las ocho de la mañana del día dos de enero de mil novecientos diez. <nowiki>|</nowiki> ''Margarito González Mejía''. <nowiki>|</nowiki> ''Fernando Aguilar'', Srio. {{flotador derecha|1}}
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=== Colegio Normal de Maestras ===
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=== Títulos ===
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{{sc|El infrascrito, Alcalde Municipal,}}
Hace saber: que á esta Alcaldía se ha presentado el señor don Carlos Silva, mayor de edad, agricultor de este vecindario, solicitando se le extienda título de propiedad deun predio rústico, situado en Loma Larga, de esta jurisdicción, el cual se compone, aproximadamente, de dos manzanas veinte tareas, ó sean una hectárea noventa y seis áreas, y linda: al Oriente con terreno que fue de Simón Avelar, hoy de José María Cortés; al Norte, terreno que fue de Eulogia Alvarez, hoy de Federico Romero; al Poniente, terrenos de Juan Bautista Cortéz y el solicitante; y al Sur, terrenos de Simón Avelar y Carlos Aguirre, lo mismo que un pequeño terreno y casa de Micaela Zambrana; el inmueble descrito no es dominante ni sirviente, ni tiene cargas reales; y lo hubo por compra que de él hizo á Micaela Zambrana; siendo todos los colindantes de este vecindario. Quien se crea con derecho al terreno relacionado, que ocurra á deducirlo dentro del término legal.
Alcaldía Municipal: Tacuba, veintinueve de octubre de mil novecientos nueve. <nowiki>|</nowiki> ''Silverio López''. <nowiki>|</nowiki> ''Joaquín F. Cifuentes'', Srio. {{flotador derecha|1}}
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=== Bando ===
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{{sc|MARGARITO GONZÀLEZ MEJÍA, Alcalde Municipal de esta ciudad,}}
Convoca á los ciuadanos inscritos de esta comprensión municipal, para que el domingo próximo nueve del corriente, á las 5 de la mañana, concurran á esta sala capitular con el objeto de practicar la eleccion de tres diputados propietarios y dos suplentes por este Departamento, á la próxima Asamblea Nacional. Dicha elección se verificará en tres días que son 9, 10 y 11 del mes actual. A los ciudadanos que no cumplan con la expresada obligacion se les impondrá la multa de ley.
Dado en la Alcaldía Municipal: San Salvador, á las ocho de la mañana del día dos de enero de mil novecientos diez. <nowiki>|</nowiki> ''Margarito González Mejía''. <nowiki>|</nowiki> ''Fernando Aguilar'', Srio. {{flotador derecha|1}}
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=== Feria de Candelaria ===
=== La Agencia Salvadoreña ===
=== Compañía del Ferrocarril de San Salvador y Santa Tecla ===
=== Compañía del Muelle de La Libertad ===
=== Compañía Nacional de Empresas diversas ===
=== Convocatoria ===
=== Banco Salvadoreño ===
=== Compañía de Alumbrado Eléctrico de San Salvador ===
=== El Banco Agrícola Comercial ===
=== El Banco Nacional del Salvador ===
=== Remate público en la casa de préstamos "Banco del Pueblo" ===
=== Instituto Nacional Central de Varones ===
=== Escuela Técnico Práctica de Señoritas ===
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Diario Oficial de El Salvador/Tomo 69
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== Números ==
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Diario Oficial de El Salvador/Tomo 68/Número 6
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== Documentos oficiales ==
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=== Obras públicas ===
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{{menor|Relación de los trabajos emprendidos en la República, según los últimos informes recibidos.}}
{{línea|2em}}
{{c|CUSCATLÁN.|serif}}
{{derecha|Semana del 27 de diciembre al 1º. de enero.|serif|menor}}
{{may|Cojutepeque}}.—Se colocó una lápida conmemorativa en una de las pilastras del puente nuevo en la calle del Tiangue y se pulimentó una parte de las paredes inferiores de éste, con un gasto de ocho pesos. Se hizo la traslación de una cañería que conduce agua potable á otro lugar en el barrio de San Nicolás, empedrando la parte desempedrada para el efecto, gastándose cuatro pesos cincuenta centavos.
{{may|San Pedro Perulapán}}.—Se colocaron 14 láminas de zinc en un estanque y se reparó la calle que conduce al Cementerio.
{{c|LA LIMERTAD.|serif}}
{{derecha|Semana del 27 de diciembre al 1o. de enero.|1em|serif|menor}}
'''Carretera al puerto de La Libertad.—'''Se trasladó el Campamento al lugar denominado "Huancón", cerca del Jiote, donde hubo necesidad de hacer unos ocho ranchos para Guarda-Almacén, Oficiales y vivanderas, dejando la galera de la hacienda para albergar á los trabajadores.
''Pulido''.—Se pulió la zona comprendida entre el pueblo de Ayagualo y el campamento de El Barillo, dejando así asegurada la carretera de los automóviles hasta la población de Zaragoza.
'''Arreglo de la sección comprendida entre El Cimarrón y el Puerto.—'''Habiéndose observado que esta zona está casi intransitable, se ordenó desde la semana anterior, se pusiera una cuadrilla de trabajadores, la que dió comienzo al trabajo, desde el propio valle de El Cimarrón, la que ha llegado hasta esta fecha muy cerca de la bajada de la cuesta del Coplanar, habiendo refeccionado una extensión de 2,500 metros.
'''Puente de El Cimarrón.—'''Esta obra está en muy mal estado, y para su arreglo se está aglomerando material; la reparación principiará probablemente la semana entrante.
''Costo''.—En la reparación entraron 1,552.50 pies de madera fina que á razón de $100 el millar, da un valor de &155.25; materiales y mano de obra, &60. Total, $215.25.
Para la buena marcha de los trabajos se está instalando en el campamento de Huancón un tallercito de herrería, para el arreglo de la herramienta y demás utensilios del trabajo.
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'''Escuela de Varones.—'''Se terminó el enladrillado del corredor Poniente y el del corredor Norte, quedando para terminarse el galerón de calistenia. Se enladrillaron las piezas de la bodega y cuarto de criados, y quedó para terminarse la pieza para cocina. Se hicieron los albañales y laterales de las aceras exteriores, quedando enladrillada la del lado Poniente. Se hicieron los laterales y albañales de las aceras interiores. Se dió principio al macadamzado del patio Sur. Se principió la colocación de los herrajes de las puertas y ventanas. Se hizo un pollo de reverbero para el servicio de la cocina. Se fabricaron 3,800 ladrillos de cemento, lisos y rayados. Trabajaron 11 albañiles, 1 carpintero, 1 fiscal, 1 caporal, 2 carreteros y 20 mozos.
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